Los sistemas
productivos que sustentan las actividades económicas de las sociedades se
transforman periódicamente, dando lugar a grandes crisis que se instalan entre
los ciclos caducados y los emergentes.
Los efectos de las mismas sobre los territorios y las poblaciones son
demoledores. La inmigración es la única salida factible para grandes contingentes
de personas atrapadas en su espacio por la decadencia de las actividades económicas
que las han sustentado. El presente ha incrementado los flujos de desplazados
en busca de tierras en las que sea posible ser acogidos otorgándoles la
calificación de útiles. Las tierras nuevas de promisión convocan a los
excedentes de las tierras en recesión mediante una mitología que sustenta el
viaje y cohesiona a los viajeros.
Se pueden
establecer analogías históricas entre los procesos de expulsión y los movimientos de las
poblaciones excedentes en las distintas épocas. Esta es la razón por la que es pertinente evocar aquí a
Woody Guthrie. Nacido en Oklahoma en 1912, tuvo que desplazarse a Houston,
desde donde emigró a California en los años treinta. Los estados agrícolas del
Medio Oeste norteamericano generaron grandes contingentes de desplazados por la
obsolescencia de la agricultura tradicional. Así se conformó una diáspora
movilizada por el sueño californiano. En 1976 se estrenó la película de Hal
Ashby “Esta tierra es mi tierra”, en la que narra la experiencia de Guthrie. La
esperanza mítica de los beneficios de la tierra prometida experimenta un choque
brutal con la realidad vivida por los arribados a los lindes de las
explotaciones agrícolas convocantes.
En síntesis,
la película narra la dureza de sus condiciones de vida, en la que la tierra de
destino se aprovecha de los recién llegados. Así descubren que ellos mismos son
un excedente también allí, en tanto que no todos son necesarios para la
producción. Así se establece una selección cruel que determina la rotación de
una gran parte de los candidatos. Se trata del enésimo ejército de reserva que
se deriva de los ciclos sucesivos de la historia del capitalismo. Como en todos
los procesos de éxodo de las tierras propias, una parte considerable de los
viajeros forzosos quedan atrapados en una condición de confinamiento inhóspito
e inesperado. Son los ocupantes de una tierra de nadie, compartiendo un sueño y
una aspiración por la que están dispuestos a acreditar sus sacrificios. El
resultado final del viaje de estas
poblaciones es la dispersión, de modo que una parte se autodestruye por medio
de distintas formas; otra termina por ocupar destinos de rango muy inferior al
imaginado, y, por último, algunos logran su objetivo de asentarse en la tierra
prometida en una situación manifiestamente mejor que en la de su origen. Estos
son los que han podido superar una escalera de barreras que obstaculizan el
acceso al arraigo y la movilidad social.
La película
muestra con elocuencia los mundos sociales de los recién llegados y sus
confinamientos. En tanto que se encuentran con situaciones de violencias
latentes y manifiestas, se mantiene incólume el mito acerca de la nueva tierra
que ha animado el viaje. Pero este se va erosionando en el curso del tiempo. Se
evidencia que las oportunidades son escasas en proporción a los aspirantes.
También que su estatuto es el de una fuerza productiva necesaria para la
producción agrícola, denegando de hecho su naturaleza humana, conformando una
población exterior a la sociedad local, que es definida como un contingente
portador de peligros para los arraigados. Guthrie se sitúa inequívocamente en
el lado de los recién llegados, de las personas móviles carentes de tierra. Sus
canciones representan un testimonio de su existencia y de su valor humano, más
allá de su valor productivo.
En el tiempo
presente tiene lugar la gran crisis de las sociedades industriales, que
convierte a grandes contingentes de población en excedentes extraños a su propia
tierra. En el sistema-mundo se abren múltiples rutas por las que transitan los
nuevos condenados a la movilidad imperativa. Estos viajes son animados por
renovados sueños e ideologías tecnoglobales. La heterogeneidad de los
contingentes de viajeros es manifiesta. Aquellos que huyen del bloqueo de África
y los múltiples orientes, fluyen en paralelo con los jóvenes sin presente de
Latinoamérica, el sur y el este de Europa. Muchos de ellos son los descartados
en la selección para el trabajo cognitivo que sustenta a la producción
inmaterial. Una gran masa de becarios, gentes en formación sin fin y otras
especies similares, se diseminan por las rutas de la formación globalizada en
sus siempre penúltimos tramos.
El nuevo
escenario en el que se desarrollan los viajes de los distintos ejércitos de
reserva es manifiestamente diferente al de los años treinta del pasado siglo.
Pero los imaginarios que convocan al viaje no se han modificado. Ayer me
impresionó mucho la imagen de los africanos que habían saltado la valla de
Ceuta y celebraban su llegada a España besando el suelo, mostrando su bandera y
exhibiendo las heridas producidas por las concertinas de las vallas. El destino
de estos viajeros es más que incierto, y en no pocos casos, fatal. También
muchos de los viajeros en busca de lo que denominé en este blog como “La fiebredel oro inmaterial”, que acumulan credenciales durante muchos años sin
conseguir instalarse en alguna de las estaciones intermedias de paso.
Pero los imaginarios compartidos de los viajes
forzosos siempre se remiten al pasado.
En los sueños compartidos comparece inequívocamente el espectro de la
vieja Europa industrial de la postguerra. Esta sustenta su bienestar en una
potente industria siempre necesitada de mano de obra, que genera distintas
actividades de acompañamiento a la producción industrial. Esta Europa ya no
existe. La tercera revolución tecnológica ha generado una nueva empresa en la
que su inteligencia se concentra en un espacio geográfico, pero sus actividades se diseminan por el
espacio mundo mediante la deslocalización. La revolución conservadora
estimulada por el neoliberalismo disuelve los logros salariales y sociales obtenidos
en el fordismo maduro característico de las sociedades industriales.
El paisaje
social de los países industriales se modifica sustancialmente. En los últimos
años se implementa una guerra sórdida entre las poblaciones perjudicadas por la
reconversión de la industria y los recién llegados en busca de un lugar que les
permita pensar en un futuro. Este conflicto adquiere unas proporciones de
mezquindad inusitadas. Los actores de esta colisión inducida son portadores de
discursos que se ocultan deliberadamente. La perversidad se disemina por el
tejido social en tanto que los poderosos instrumentalizan la confrontación. El
paisaje social registra acontecimientos que expresan violencias insólitas
contra los recién llegados, pero que se ocultan cuando son visibilizados o interpelados para
que expongan sus razones.
El área
oculta sobre la que se asienta la infamia se expansiona con una velocidad
inesperada. Esta multiplicación de lo oculto corroe la democracia. Las
victorias de Trump, del Brexit, la expansión de la extrema derecha y otros
episodios, registran la dimensión creciente del área oculta sobre la que se
constituye esta nueva sublevación de una parte de los vulnerables, víctimas de
la desindustrialización y la nueva reindustrialización postfordista, contra los nuevos pobres móviles en busca de una oportunidad. En un escenario
tan opaco y perverso, constituido sobre la ocultación deliberada de lo que se
piensa y se hace, los discursos y las prácticas políticas de la izquierda
“ciudadanista”, adquieren un patetismo que alcanza lo extravagante, en tanto
que conservan un discurso de progreso que remite al extinto capitalismo de
bienestar.
El drama de
las migraciones en el presente radica en que los viajeros forzosos llegan a una
tierra en la que se encuentra, junto con la sociedad establecida, otra sociedad
resultante de la descomposición de la vieja industria. Así se conforma un
cóctel de problemas sociales explosivo. La realidad que descubren los recién
arribados es que esa tierra es la propiedad de gentes empobrecidas, venidas a
menos y con un futuro incierto. Los juegos de identificaciones y rechazos
adquieren una perversidad insólita. La manipulación política y mediática
encuentra un territorio abonado para estimular conflictos cargados de
negatividad. Los procesos de exclusión social y sus víctimas se entremezclan
inevitablemente, conformando a los recién llegados como chivos expiatorios de
los males que comienzan con la reconversión industrial, el ascenso del
neoliberalismo y la transformación del viejo estado del bienestar.
Los
desterrados múltiples quedan atrapados en la red de vías que soportan los
viajes. La condición de ciudadanía debilitada en su tierra de origen, se
disuelve en el viaje. En las estaciones intermedias su estatuto social se
encuentra por debajo de la ciudadanía. Los mundos en los que se instalan
provisionalmente tienen la condición de sórdidas periferias sociales, en las
que se constituyen fronteras implacables. Pero el aspecto diferencial más
importante con respecto al pasado es que las ideologías tecnoglobales y sus
dispositivos mediáticos los hacen invisibles. No sabemos nada de los sirios e
irakíes llegados a Europa hace más de un año, en el que alimentaron un
espectáculo audiovisual que se disipó en pocos meses. Por eso parece pertinente
rescatar a Guthrie, que hace visibles a los ejércitos de reserva móviles de su
época.
Desde hace
varios años, aparecen en mi tutoría jóvenes universitarios árabes de distintas
especialidades que piden que les dirija un trabajo académico para su doctorado.
Insisten en obtener algún papel que respalde el acuerdo. Después desaparecen
sin dejar rastro. Indagando al respecto, resulta que esos jóvenes son viajeros
que buscan en la universidad algún papel que refuerce su acreditación como
residentes. Me impresiona mucho vivir una situación así. En las conversaciones,
manifiestan unos conocimientos y educación muy considerable. Es inevitable
entonces pensar en aquellos que han pasado por mi clase y ahora se encuentran
ejecutando su largo viaje labora afectados por la fiebre del oro inmaterial.
Entonces me acuerdo de nuevo de Guthrie y de aquellos que son convertidos en extraños en las tierras por las que transitan.
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