En estos
días en los que Trump se instala en la Casa Blanca y pone en escena un
elocuente espectáculo de regresión e involución, vienen a mi mente distintas
referencias sobre las fronteras, los muros y las migraciones. Frente a los
discursos imperantes en los descentrados medios de comunicación progresistas,
que tratan a Trump como una excepción, entendida desde su esquema referencial
que sitúa el progreso como categoría central, aún a pesar de que la emergencia
de distintos problemas de gran envergadura que lo interrogan y lo cuestionan.
Estos problemas son percibidos y
tratados de modo aislado, de uno en uno. En la impertinente cuestión de los
muros y las fronteras fortificadas, es inevitable recordar que vivo a pocos
kilómetros de la frontera sur, que se extiende ya desde el Atlántico a casi
todo el Mediterráneo, sustentada sobre un muro letal de agua, tras el que se sitúa la
siguiente frontera férrea.
Tampoco he
olvidado el devenir de las poblaciones expulsadas de Siria o Irak, que se
encuentran frente a una situación de fronteras múltiples organizadas al modo de
escalones. En todos los casos que afectan al Mediterráneo, las fronteras
físicas son acompañadas de barreras invisibles ubicadas tras el muro del agua.
Una de ellas es la de un sistema de comunicación que los invisibiliza, después
de tratarlos profusamente en el fugaz
tiempo en que se les concede el protagonismo de la actualidad. Sé que los
refugiados siguen estando por ahí desperdigados, componiendo un sumatorio de
dramas individuales de un rango equivalente, o incluso superior, al de los
centroamericanos y mexicanos que se encuentran con la frontera que ahora adquiere
una categoría superior, transformada en un muro físico.
Melquíades
Estrada es el inmigrante mexicano que protagoniza la película de Tommy Lee
Jones “Los tres entierros de Melquíades Estrada” del año 2005. Este es un film
realizado en común por un director norteamericano y un guionista mexicano,
Guillermo Arriaga, que muestra su talento fronterizo y mestizo en todos sus
trabajos. El film narra una hermosa historia de amistad entre un inmigrante
mexicano y un policía local. Melquíades muere a manos de un agente de frontera
y es enterrado sin ceremonia alguna. Cuando su amigo Pete Perkins se entera, lo
desentierra y secuestra a su verdugo, Mike Norton, y emprende un viaje a
México, en busca de un lugar de origen que Melquíades aludió en una conversación
personal, para enterrarlo allí. El viaje muestra la frontera y los mundos que
coexisten en torno a ella. Pero no terminan por encontrar el lugar de origen de
Melquíades. El éxodo de muchos inmigrantes es un viaje que borra el pasado y
en el que no es factible la vuelta.
Una cantante
muy apreciada por mí, Lhasa de Sela, que como mexicana-canadiense canta en los tres idiomas, se ubica por
encima de las fronteras culturales. En una de sus canciones, que no es de las
mejores en términos musicales, “La
frontera”, alude metafóricamente al viento para
entender la poderosa fuerza que
impulsa el viaje. El viento “borra el camino que detrás desaparece”. El
viento sintetiza poéticamente a las fuerzas que producen los desplazamientos de
las poblaciones en busca de una salida a su situación de marginación local,
siendo estimuladas por las imágenes de la comunicación-mundo que alcanzan todos
los rincones del planeta. Así se conforma un viaje colectivo convocado por una mitología. Este
cancela el pasado para muchos de los viajeros, como en el caso de Melquíades.
El viento
promotor de los desplazamientos tiene tal intensidad que “no hay nadie que las
pare, a veces combate despiadado, a
veces baile, y a veces...nada”. La inteligencia de Trump y de la sociedad que
representa, ignoran la potencia de la gran fuerza con la que se enfrentan, que
se ubica más allá de su umbral de entendimiento, moldeado por una combinación
de pragmatismo ramplón, cálculo simple y una voluntad que recurre como primer
argumento al uso de la fuerza. El déficit de recursos cognitivos de los
millonarios en riqueza y poder de nuestro tiempo tiene como consecuencia la
multiplicación de los dramas, la perversidad en la gestión de los conflictos
sociales y la multiplicación de los guetos. Me pregunto sobre este mundo en el
que los acomodados se aíslan y fortifican.
Siguiendo
con la canción de Lhasa, esta termina afirmando algo que las élites poseedoras de recursos
económicos, políticos y mediáticos tan cuantiosos en contraste con su inteligencia
menguada, no pueden alcanzar a comprender “Es el viento que me manda. Bajo el
cielo de acero. Soy el punto negro que anda. A las orillas de la suerte”. La
metáfora de otra canadiense, Noemí Klein, de la “nube de mosquitos” se hace
presente. Es imposible detener a la nube de puntos negros que andan en las
orillas. Estos, junto a las poblaciones locales expulsadas de los paraísos del
capitalismo postfordista, conforman unos márgenes espaciales y sociales que
crecen sin límites. Las sociedades resultantes se configuran mediante
ciudadelas amuralladas en las que habitan los integrados. Así el déficit de
visión de estos frente a los mundos vivos que se articulan en los márgenes, en
los que el plural adquiere todo su esplendor. El problema de los que se fortifican
es que no comprenden la naturaleza de
las orillas, de las periferias.
De estos
procesos resulta un conflicto social novedoso y complejo que tiene lugar en las
periferias, configurando una guerra entre poblaciones con carencias.
Paradójicamente, el triunfo de Trump se asienta sobre la conexión de su relato
con una parte de las poblaciones resultantes de la descomposición del tejido
industrial, principalmente debido a la deslocalización. Hoy más que nunca el
futuro no está escrito, estando conformado por varias paradojas entrelazadas.
Pensar en la hipótesis de autodestrucción es inevitable. Mientras tanto, las
instituciones europeas refuerzan las fronteras y alientan a las poblaciones
deprivadas por la reindustrialización postfordista, que genera subsociedades
resultantes de la descomposición del viejo tejido industrial, frente a las
poblaciones de los recién llegados de los espacios del sistema-mundo donde se
libra la guerra permanente. Es inevitable que, en las palabras de Lhasa, los
puntos negros que caminan bajo el cielo impulsados por el viento, sean
percibidos como extraños invasores. Malos tiempos para la lírica. Es inevitable
releer algunos textos de Walter Benjamín y Hannah Arendt.
En el presente se asiste al cuarto entierro de Melquíades Estrada, que porta junto a su cuerpo las mitologías colectivas que han presidido las diásporas migratorias de los últimos cincuenta años. Un fuerte abrazo para todos los centroamericanos y mexicanos.
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