El mundo
cambia incesantemente alrededor de mí. En este tiempo, uno de los cambios más
significativos es la progresión del sistema métrico decimal, que sale de sus
espacios convencionales para instalarse en todas las vidas, al servicio de un
poder fundado en una tecnología en la que contar es primordial. Este es el post número trescientos de
Tránsitos Intrusos, en el que aprovecho para contar algo de mi vida que no se
puede insertar en las centenas, decenas, unidades, los decimales y demás
guarismos terminados en cero que rigen el mundo en que habito. Mi existencia
transcurre construyendo lo cotidiano autónomo posible en los márgenes de los
mundos invadidos por los ceros, los unos y sus acompañantes
En una
situación adversa, en la que se está configurando una nueva sociedad de control, me veo obligado
a activar un mecanismo de defensa presente en toda mi biografía. Se trata de
asentarse sobre las distintas tangentes que corresponden a las diversas esferas
que conforman la realidad social que me
rodea. La tangente implica una relación inevitable con esa realidad, pero que
se constituye sobre un punto en el que se puede ver guardando una distancia
prudencial, en tanto que es relativamente sencilla la retirada para volver a
los huecos ubicados entre las tangentes, que son los espacios de mi cotidianeidad
liberados de la lógica del nuevo sistema que nos convierte en hipervisibles y
sujetos obligados a responder a las comunicaciones de los dispositivos de poder
portadores de patrones de normalidad. Así es posible preservar un espacio de
vida personal gobernada por mí.
La primera
tangente es la política. Cuando en
diciembre de 2012 comencé a escribir en este blog, me encontraba en un contexto
extraño, en tanto que contrastaba la energía colectiva que se había suscitado
con respecto al cambio político, con el avance de la nueva sociedad de control,
que moldea las instituciones, los distintos contextos sociales y las personas.
En estos tiempos, la ecuación que articula estas dos realidades ha modificado
sus términos. En el último año se ha intensificado el avance de la nueva sociedad
de la vigilancia y ha decrecido la energía política derivada del 15 M,
transformada ahora en una piadosa esperanza de que el cambio político será
realizado por algún comandante providencial, reduciendo así nuestro papel a
aplaudirlo y votarlo.
La
energía movilizada para el cambio político
se ha transformado en una fuerza débil y dispersa frente a la gran magnitud de
las que se oponen al cambio, que se apoderan simbólicamente del mismo para
conservar lo esencial, pero añadiendo
jergas lingüísticas sustraídas de los agentes de cambio, que contribuyen así a
producir simulaciones institucionales, legislativas y mediáticas. Frente a la
gran envergadura de los obstáculos al cambio, el complejo de fuerzas favorables
al mismo se concentra progresivamente en muy pocos actores y decisores. Las
voces múltiples del tiempo del 15 M ceden la palabra a unos pocos líderes mediatizados,
cada vez más uniformes. Así se cumple el aserto de que los concentrados en las
plazas - múltiples y heterogéneos - son sustituidos por un partido que los
convierte en masa mediatizada de apoyo, para terminar en un liderazgo
carismático sustentado en un aparato homogéneo y una masa gobernada mediante
impactos emocionales discontinuos. En coherencia con este proceso, las élites
convencionales recuperan la definición de lo que es posible.
Pero, por
encima del estancamiento del cambio y la perversa continuidad, que se apodera
de los lemas del ismo enunciando un
tétrico “sí se puede…seguir así”, el proceso de transformación neoliberal del
mundo sigue su curso implacablemente. En mi cotidianeidad se presenta
principalmente en la reforma de la universidad, en la que su reconversión
neoliberal se produce a saltos y sin resistencia de sus desamparados y
anestesiados destinatarios. Esta reforma converge con otras que tienen lugar en
otras esferas, configurando una inquietante sociedad de control, que más allá
de la esfera estatal y política se instala en la cotidianeidad, extendiéndose a
toda la vida.
Esta es mi
segunda tangente que visito todos los días para encontrarme con la jungla de disciplinas y subdisciplinas,
cada vez más fragmentadas, deslocalizadas y autorreferenciales. Los sentidos
que rigen la producción del conocimiento remiten a la cantidad de productos
académicos manufacturados necesaria para defender las fronteras de las
disciplinas, asegurando así la recepción de sus cuotas. El mundo de las ciencias sociales es cada vez
más distante de los acontecimientos y mundos que habitan el presente.
Muchas veces
me pregunto qué hace un chico como yo en un mundo como este. Porque, ahora
revelo una de mis claves para quienes hayan sido alumnos míos: desde siempre,
mi proyecto personal ha estado regido por ese concepto tan poderoso y ahora
emergente, como es el “conocimiento situado”. Aquí está la clave de todo. Una
parte muy importante de los investigadores se encuentran perdidos en campos
empíricos escindidos de lo social global, carentes de una visión general. En
estas condiciones no se formulan las preguntas claves ni se dialoga con la
realidad social. La venerable maestra, la antropóloga argentina Rosana Guber, me ayudó a comprender esta cuestión,
con su acertada distinción entre investigación para legislar sobre la realidad
social e investigación para desvelar la misma.
En esta
tangente se hace visible la emergencia del nuevo cognitariado universitario,
cuya subjetividad es modelada por varios procesos complementarios. Las
maquinarias institucionales los formatean sin oposición. En este mundo,
mantener una posición crítica se está convirtiendo en un nuevo frikismo. Desde
esta posición se puede percibir la velocidad con la que ocurren los cambios y
la dirección de estos. Esta esfera afecta a mis emociones, en tanto que mi
presencia tantos años me permite ver las trayectorias y los destinos de muchos
de los estudiantes modelados que desfilan por las clases.
Pero es
desde las tangentes de los mundos de la vida donde percibo la eficacia me mis
autodefensas. Así me configuro como un resistente a la normalización de la
vida-consumo, la norma mediática y la informática. Frente a estas mantengo una distancia
prudencial y una autonomía considerable. La nueva sociedad postdisciplinaria se
caracteriza por desplazar el control de los individuos desde las instituciones
convencionales que conforman la definición de “encierro” de Foucault, a nuevas
instituciones dotadas de un formidable poder de definición, y, por consiguiente
de producción de subjetividades flexibles. Estas son la gestión, el marketing y
la publicidad, las mediáticas e informáticas que moldean la vida, generan
modelos de comportamiento, de pensar y de estar que esculpen a sus
destinatarios.
Confieso que
no soy un ser normalizado en este tiempo y que he logrado suavizar los impactos de las instituciones
escultoras del mercado sobre mi vida diaria. Lo más importante es preservar una
subjetividad personal inmune a las subjetividades normalizadas por estos
dispositivos. Así, tanto en lo mediático como en las redes me mantengo en la
distancia que me otorga permanecer en la tangente. De este modo, no me contagio
de la velocidad ni de los ciclos constantes de euforias y depresiones que
atraviesan esos espacios sociales. Puedo percibir los sucesivos estados de
compulsión pero mantengo mi ritmo lento y mis prioridades. Por poner un
ejemplo, contesto a los whatsapp con una semana de retraso.
Mantenerse
en las tangentes favorece vivir el presente de una forma más creativa y
original. Se trata de conseguir una posición marginal que haga posible la vida
interior lenta y gratificante. Así se favorece al cuerpo, la mente y los
sentidos, consiguiendo un acercamiento a un estado de equilibrio. Presumo de no
ser afectado por el flujo imponente de representaciones, imágenes y sonidos que
producen las instituciones que moldean y esculpen a las personas en este
tiempo. Eso me permite tener una distancia personal que me protege del ruido
estruendoso del novísimo mundo. En mi vida privada existen zonas de calma y me
propongo que todos los días tengan su tiempo. Las conminaciones que recibo
desde todas las esferas en las que me encuentro desde las tangentes pueden ser minimizadas
y procesadas.
Por eso, la
vieja y convencional silla mecedora es el símbolo de mi libertad. Allí es donde
descanso, pienso, recuerdo, sueño y me relajo. Como los antepasados que
pudieron disfrutar de ella. En su espacio no hay retos ni obligaciones ni
velocidad. Es el gran momento de la vida, en el que puedo reparar los estragos
de lo meteórico y del cambio continuo. La silla mecedora es el lugar sagrado de
la buena vida, en donde puedo encontrarme a mí mismo en los espacios y tiempos
diarios liberados de las obligaciones impuestas por las instituciones del
crecimiento y del mercado. Este prodigioso objeto permite mecerse a un ritmo
lento impulsado por uno mismo, de este modo representa la grandeza de las
pequeñas cosas.
Junto a la
silla mecedora otras muchas cosas forman parte de mi vida no normalizada.
Algunas de ellas han salido en este blog y otras también serán tratadas. La
grandeza de lo minúsculo y lo cotidiano se sobrepone al relato de la época, que
impone unos requisitos inalcanzables para la vida ordinaria. Este artefacto es la sede de la imaginación y
de la nostalgia. Representa la apoteosis de lo cotidiano entendido como sublime
en minúsculas.
Para
terminar, como las esferas gobernadas por la sociedad productivista imponen el
imperativo de la alternativa, voy a proponer una. Ahí va¡ Propongo que cada cien horas transcurridas en
la mecedora, ¡acreditadas por supuesto¡ sean convertidas en un premio o
incentivo canjeable en puntos para la cesta de méritos de cada cual.