El libro de
la antropóloga argentina Paula Sibilia “Redes o paredes. La escuela en tiempos
de dispersión” es muy estimulante, en tanto que remite a una crisis que es
perceptible, pero no bien comprendida. Se trata de los efectos
sobre la infancia y la adolescencia de la crisis de algunas instituciones esenciales
de la modernidad. Sibila sitúa en el centro de su análisis a la escuela, pero
la familia posnuclear se encuentra en la misma situación de obsolescencia. Así,
la infancia se encuentra atrapada entre
dos tiempos, en una situación en la que no muere lo viejo, y el nacimiento de
lo nuevo se produce simultáneamente a la pervivencia de lo que es obsoleto y no
se renueva. De ahí resulta una crisis de inteligibilidad de gran magnitud que
acompaña a un estado de tensión psicológica y cognitiva. Un malestar difuso y
permanente se hace manifiesto en este tiempo confusional.
El argumento
de Paula Sibilia apunta a la caducidad de un modelo de yo que se incuba entre
paredes, bien en el aula, o en el cuarto de estudio doméstico de los niños, en
la que son solicitados para tareas de introspección realizadas en silencio y
aislados del exterior. Este modelo es desafiado por las redes sociales
resultantes de la revolución tecnológica y la explosión de los medios de
comunicación imperantes en la sociedad posmediática. Las redes sociales generan
un mundo social intenso que atraviesa los muros de los encierros escolares y
familiares. Esta sociedad virtual se funda en códigos contrapuestos con el
orden escolar, solicitando a cada infante a la conexión permanente y a la
hipervisibilidad total en un tiempo carente de pausa.
El nudo del
análisis de Sibilia remite a una complejidad inevitable: el mundo nuevo de las
redes no es una fase superior al vivido entre las paredes familiares y
escolares. Por el contrario, constituye a un nuevo sujeto dotado de otras
dimensiones incompatibles con el orden familiar/escolar convencional. El mundo
virtual emergente desplaza lo educativo generando un sujeto caracterizado por
la conexión múltiple e intensa, así como por la visibilidad integral ante los demás. Pero
los otros, en el nuevo orden de las redes, adquieren una preponderancia
absoluta. El éxito de cada cual resulta de la aprobación de los demás. Cada uno
se rige por una acomodación compulsiva a los imperativos del mundo de los
otros. Así se constituye un sujeto en acción permanente que adquiere una vulnerabilidad
de gran magnitud en tanto que ser dependiente.
Los infantes
se encuentran inmersos en un tiempo rápido en el que son requeridos por
los estados sucesivos y vigorosos de su
whatsapp. En este mundo virtual se suceden vertiginosamente un torrente de
imágenes, palabras y gestos que tienen como objeto captar la atención de los
demás. Así se configura un sujeto egocéntrico que pugna por su conquistar y
retener su protagonismo. Se trata de maximizar el número de seguidores y atraer
la mirada de los otros sobre sí mismo. La identidad personal resulta de la
capacidad de emitir y responder al instante cuando el flujo comunicativo se
incrementa. Este sujeto hiperconectado carece de descanso. Siento una especial
compasión cuando los veo circular por cualquier vía pública pendientes de su
pantalla.
Los nuevos
niños generan una energía desmedida para ser visibles y aceptados mediante la
construcción de su perfil atractivo en el espacio de las pantallas
hiperconectadas. El valor de cada uno es otorgado por los otros mediante
comentarios y visualizaciones, registradas en los conjtadores de las redes. Así
la explosión de los selfies. Primero se presentan, después maximizan su imagen
mediante el Photoshop y muchos terminan
modelándose mediante el recurso a la cirujía. Así se construye un sujeto dotado
de un arte escénico insólito. Saber posar es la competencia esencial de una
existencia fundada en ser mirado.
Los efectos
de este mundo virtual vivido 24/24 horas sobre su estancia en las instituciones
es demoledor. Estas le reclaman a actividades pausadas de reflexión o
introspección, siempre vinculadas a la lectura de textos y libros. Se trata de
constituir un yo profundo y “verdadero” mediante la apelación a su capacidad de
razonar. Pero los mecanismos psicológicos y sociales imperantes en las
instituciones caducadas, así como sus tiempos inevitablemente lentos, son
dinamitados por el nuevo mundo vibrante de las redes que congregan a los
sujetos modelados en el arte de esculpir sus apariencias. En una situación así,
yo soy lo que deciden los otros conectados y ese yo se tiene que revalidar y
actualizar permanentemente. Este es el “estado de dispersión” que apunta Paula
Sibilia, y que afecta severamente al orden escolar y familiar.
Pero las
instituciones de la modernidad, desbordadas por el poderoso mundo virtual, así
como desconectadas con este, se contraponen con la explosión del mercado, que
construye un conjunto de vínculos sólidos con este mundo de las redes
infantiles y adolescentes. Los más importantes son la idea de éxito, que
gobierna a ambos espacios, así como la presunción de la existencia de un yo interior
“verdadero” no socializado, que se expresa en el imperio cotidiano de un “me
gusta” que se ubica en el exterior de la racionalidad y lo colectivo. Como
profesor soy testigo del crecimiento intenso de este yo que se hace presente en
las aulas de modo impetuoso. También la importancia de lo emocional que
desplaza a lo racional. Así se configura una sensibilidad exterior al código
genético que rige las instituciones.
El sistema
educativo es inexorablemente portador de un gen de limitación de la
incertidumbre y de la responsabilidad de los alumnos, desarrollando distintas
estrategias para que estos interioricen la dependencia institucional. Esto se
instaura así desde el preescolar hasta los máster, solo cambian las formas,
pero la naturaleza del estudiante es la de ser un ser dirigido. El contraste
con el mundo de las redes es enorme. Estas instituyen un yo discontinuo débil,
una subjetividad independiente de determinaciones institucionales, un orden
preferentemente visual, así como un sentido de la vida basado en la
autoclasificación permanente en las pantallas que exponen las competencias de
los yoes. Así se constituye una sociabilidad alternativa que coexiste
penosamente con la sociabilidad resultante de las instituciones de la
socialización.
Vivir entre
estos dos mundos es muy difícil. A día de hoy los infantes conquistan los
espacios fronterizos cotidianos, como el dormitorio, antaño dedicado al estudio
y ahora reconstituido como sala de conexiones virtuales. En la escuela adquiere
un esplendor inusitado el patio, los pasillos y los exteriores de los
edificios, zonas declaradas libres de comunicación, habitadas por los
concentrados en sus pantallas portátiles. Las fronteras entre ambos mundos no
dejan de ensancharse.
Pero, el
mundo de las paredes que tan bien define Sibila, se extiende a los transportes.
No cabe duda de que los niños del presente son la generación más transportada
de la historia. Sus tránsitos cotidianos entre el domicilio, la escuela y otras
instancias, se encuentran determinados por la (pen)última revolución urbana que
altera las localizaciones. Las colas de los coches en los que son transportados
por sus progenitores son un elemento de la cotidianeidad urbana. También los
autobuses que circulan por los itinerarios cotidianos. Me pregunto cuánto
tiempo pasan encerrados en esas cabinas en espera de sus paredes de destino. El
nuevo mundo de las redes ofrece la posibilidad de la fuga virtual de los
encierros entre paredes y cabinas.
El libro de
Paula Sibilia no ofrece soluciones ni recetas y remite a la capacidad de la
escuela de revisar sus códigos instituidos y generar una inteligencia que le
permita regenerarse en una situación tan adversa y compleja. Como me encuentro
de cuerpo presente en estas instituciones tengo dudas de gran envergadura al
respecto. De ahí que en este comentario resalte el papel del mercado. La
expansión compulsiva de este subordina a todas las instituciones, define en
exclusiva los guiones de las vidas y modela las subjetividades. Así, el mundo
vigente se encuentra gobernado por una élite de vendedores de productos y
servicios que desarrollan una inteligencia coherente con sus finalidades.
El esplendor
de los consumos, la exaltación de las emociones y los estilos de vivir
modelados por la variedad y riqueza de las experiencias subjetivas remiten a
una ficción para la gran mayoría. Los modelos propuestos son inalcanzables
para casi todos. De ahí los malestares y los estados patológicos que los
acompañan y que se hacen presentes en los nuevos problemas sociales. Porque la
vida centrada en el éxito permanente y en la estrategia de las apariencias es
ficcional. Los niños que habitan el vigente capitalismo de ficción son débiles.
Esta es la gran verdad del tiempo actual. Tras la protección extrema de la
familia y la involución del espacio de la calle, en la que los infantes ya no
están, se manifiesta la vulnerabilidad de los mismos expuestos a los peligros
percibidos por la sociedad de la abundancia material.
Me pregunto
acerca de si otra educación es posible. Mi respuesta es que con esta familia
posnuclear psicologizante y este sistema educativo es inviable. La verdad es
que esta situación y esta sociedad mercadocéntrica no me gusta.
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