Las fiestas
navideñas están investidas por el magnetismo de lo social. En estas se sucede
una secuencia de distintas jornadas en las que grandes muchedumbres se
congregan para ejecutar un guion establecido. En las sucesivas etapas de las fiestas, las
gentes salen de sus domicilios para concentrarse en las distintas zonas de
compra y ocio. Estas son iluminadas con una composición de formas y colores
adecuados al rango del gran acontecimiento colectivo. Todo empieza con la
intensificación comercial de los primeros días; el gran puente del seis y del
ocho, en el que se manifiesta una apoteosis del ocio y de las compras; las
comidas de empresa de los siguientes días y el comienzo de las vacaciones
escolares; la explosión del imaginario en la lotería del 22; la cena de
nochebuena y el día de navidad como repliegue al espacio familiar; la fiesta
grande de la noche del fin de año, y la magia infantil de la noche de la
cabalgata de los Reyes.
En todos
estos episodios la conexión entre los guiones establecidos y la gente es de una
intensidad inusitada. La sociedad se moviliza y la energía de lo social
comparece con todo su esplendor. Solo la pausa de la Semana Santa y la
explosión festiva y de los cultos a los cuerpos del verano suscitan una energía
equivalente. Las navidades son un estado de excepción festivo en el que la
sociedad se regenera en los distintos episodios establecidos. En el puente y
las jornadas de compras dominan los jóvenes y los activos laborales; en la lotería,
preferentemente los mayores, que también son los beneficiarios de los
encuentros familiares de la nochebuena-navidad; después recuperan el
protagonismo los jóvenes en la nochevieja y de los niños en los reyes.
Las
actividades sociales ordinarias son suspendidas provisionalmente. Lo laboral se
ralentiza y deviene intermitente. El aparato escolar se paraliza devolviendo a
los escolares a sus espacios domésticos. Las instituciones estatales y
administrativas se reducen a mínimos. Hasta el futbol se paraliza en España,
generando un vacío manifiesto que se evidencia en el final de las fiestas, en
la que los múltiples adictos expresan su ansiedad. Estos vacíos son compensados
por la intensificación de las industrias culturales y los dispositivos audiovisuales.
Estos son días de consumos catódicos desmesurados. En los sucesivos días de
fiesta grande los whatsapp y las redes sociales adquieren una magnitud
monumental.
En los días
secuenciados de fiesta grande grandes contingentes de personas se desplazan entre
los domicilios familiares diseminados y los espacios públicos comerciales y de
ocio. La multiplicación de los desplazamientos pone en el centro de las fiestas
al automóvil. Me gusta decir que estas fiestas muestran la pugna de las
divinidades. El coche es la divinidad emergente de este tiempo. Así, miles de
coches se hacen presentes en la incursión masiva a los espacios iluminados,
para regresar después a los lugares de origen, garajes para los más
privilegiados. También los desplazamientos determinados por el fraccionamiento
y dispersión de la familia. El vehículo adquiere la preponderancia inusitada
que representa en la vida cotidiana de tan avanzada civilización. Las colas de
coches adquieren proporciones insólitas que expresan inequívocamente su relevancia.
Los automóviles son el vínculo entre el estado de fiesta y el estado de
normalidad laboral/escolar.
Esta
muchedumbre manifiesta inequívocamente su condición de motorizada. Los accesos
y los aparcamientos se saturan y el tiempo de paz provisional asociado al
espíritu de la fiesta se quiebra por la multiplicación de los microconflictos
de cada conductor con sus rivales en competencia por un lugar para instalar su
vehículo en los codiciados aparcamientos céntricos. También en las zonas
residenciales que registran la presencia de los intrusos familiares que
comparecen en los hogares y acrecientan la competencia vecinal por el
aparcamiento. Además, se incrementa la
insurgencia respecto a las autoridades que limitan los accesos y crean
reglamentaciones restrictivas. Se pueden perdonar los recortes en los estatutos
laborales o las prestaciones sociales, pero recortar la movilidad es
imperdonable, suscitando una ira considerable en los conductores, que es la
forma de ciudadanía dominante en el presente.
Las fiestas
en su conjunto reafirman la sociabilidad instituida, generando una energía
social que alcanza todos los rincones de lo social. Es casi imposible
mantenerse al margen, en tanto que lo colectivo deviene en reprobación
coercitiva a los incumplidores. Me gusta contemplar a algunos de los disidentes
de las fiestas que se refugian en playas andaluzas solitarias, donde las
divinidades se debilitan. El dios sol, tan poderoso y convocante de las
multitudes en el verano, ahora acaricia suavemente, aunque la luz es más
hermosa ahora en el invierno. La fiesta muestra su intolerancia con quienes
cruzan su frontera y se ubican en el exterior. Esta es la razón por la que se
puede considerar --desde la mejor sociología, la sociología “no contaminada por
humos industriales”, evocando a Juan Gérvas—que las fiestas navideñas pueden
ser entendidas en la esfera del comportamiento colectivo.
Así se constituye un
mecanismo gregario que modela los comportamientos y la percepción colectiva.
David
Riesman es un sociólogo norteamericano sólido. Su obra es una crítica a la
abundancia material contrapuesta al debilitamiento de las comunidades y las
relaciones sociales. Me han aportado mucho los autores que escriben en los
inicios de nuevas épocas. Riesman es uno de ellos, y su obra puede ser ubicada
en los comienzos del individualismo contemporáneo y las sociedades de consumo
de masas. Sus textos escrutan lo emergente en contraste con el contexto del
final de la época entonces vigente. De este modo sus visiones son muy ricas.
Entre otros aprecio especialmente, junto con él, a Lefebvre, Baudillard o
MacLuhan.
Una de las
aportaciones fundamentales de Riesman, en su libro “La muchedumbre solitaria”
es la definición de dos tipos humanos: Los dirigidos desde adentro y los
dirigidos desde afuera. Los primeros se rigen por su capacidad para
reflexionar, construyendo sus prácticas sociales desde esta perspectiva. Los
segundos son el efecto de los grandes dispositivos de la época y sus
estrategias persuasivas. Su comportamiento es gregario y su modelo representa
el efecto de uno de los fértiles conceptos de la sociología, como es el de
grupo de referencia, formulado por Merton y otros autores. El tiempo presente ha reforzado este concepto
por el poder creciente de los dispositivos comunicacionales persuasivos. La
imitación ha adquirido la condición de universal.
Así se
conforman las muchedumbres navideñas, que responden a los guiones establecidos,
que reproducen las liturgias, los rituales, los significados y las prácticas
sociales canonizadas. Las multitudes despliegan un repertorio de acciones que
son el efecto del gran guiñol instituido por las grandes empresas. Así, las
prácticas religiosas se disuelven entre los sentidos comerciales de la gran
fiesta del consumo. Millones de marionetas ejecutan disciplinadamente sus
papeles, y aquellos que innovan sus prácticas festivas representan solo una
parte ínfima de las muchedumbres navideñas. Como todos los eventos asociados a
las muchedumbres solitarias enunciadas por Riesman, concluyen en malestares de
los que hacen inventario los expertos psi, tales como síndrome postvacacional y
otras formas, que conforman una población tratada para superar su malestar. Aún
peor son los endeudados atrapados por los bancos o las impetuosas empresas del
préstamo que se hacen presentes en los spot publicitarios que financian las
televisiones, las progresistas también. Me gusta llamarles “el complejo
naciente de Cofidis”, que captura a los más débiles de la multitud festiva
navideña comercial.
Lo social se
hace presente en las mesas de las celebraciones navideñas. Los efectos de las
fuerzas estructurantes del campo festivo-comercial se articulan con los sujetos
participantes en los acontecimientos festivos, congregados en los hogares. Así
lo social se condensa en el cuarto de estar habilitado para el evento. Las
rupturas familiares; la galaxia de los mayores regidos por los afectos; la
galaxia de las generaciones intermedias regidas por el éxito individual, que
exhiben sus logros laborales, posicionales y vitales en el comedor; el contingente de los débiles
afectados por los fracasos. Así se conforman extrañas dinámicas entre las que
cabe destacar la convergencia afectiva de los menospreciados: los jóvenes de
larga duración bloqueados y los abuelos desechados.
Unas fiestas
tan prósperas concluyen mediante una transición a la normalidad. Este es el
tiempo de rebajas en el que la multitud es convocada a un nuevo ciclo de
compras. En los últimos años este tiempo presenta inequívocos signos de
agotamiento. Junto a él se reanuda la actividad escolar y los niños y jóvenes
recuperan la normalidad, en la que la fiesta se concentra en el finde, que cada
vez conquista más tiempo en la unidad semana. Pero la amenaza de los exámenes
es inminente en la perspectiva de la nueva pausa de febrero.
También la
vida laboral tras las fiestas que suceden tras la cena de empresa, que simulan
ser como esas cumbres que intentan pacificar las guerras vivas. Se trata de
aliviar temporalmente las hostilidades --verticales, horizontales y ubicuas—derivadas
de la naturaleza de la empresa postfordista que estimula las competencias hasta
extremos insólitos. La contrapartida es el retorno del fútbol que aviva las
pasiones de las multitudes futbolísticas, diseminadas en los estadios, las
audiencias y la presencia en los hoteles, aeropuertos o estaciones a las que
van a pasar los ídolos.
El mes de
enero representa la disminución del flujo de paquetes y el comienzo de misiones
comerciales y mediáticas para capturar espectadores o compradores. Estas son
las seducciones de tiempo lento que rigen la espera hasta la semana santa, en
la que se produce una nueva convocatoria a la compulsión vacacional, de nuevo
sobre un extraño contexto en el que lo comercial y lo religioso se recombinan
de un modo misterioso. El mes de enero registra el cansancio y la saturación de
las muchedumbres navideñas tras un mes largo de intensos activismos. El preciso pensar acerca del derecho al descanso comercial y a un mes libre de conminaciones consumistas.