La
gordofobia es un producto resultante de la lógica que impera en la nueva
sociedad de control, en la que el cuerpo adquiere una relevancia de tal
dimensión, que termina por disciplinar los comportamientos y subordinar la vida
a la imagen. Las personas desarrollan múltiples prácticas para alcanzar el
cuerpo programado y consensuado por las prósperas industrias de la estética,
los dispositivos mediáticos y postmediáticos de proliferación infinita de
imágenes y la medicalización desbocada resultante de la fusión de la medicina
con la industria estética, farmacéutica y de la alimentación. Las sinergias
entre estos dispositivos generan procesos de marginación creciente de los
gordos, así como un sufrimiento cotidiano de las personas en riesgo de superar
las medidas consensuadas por los dispositivos del cuerpo. Así se conforma un
extraño ascetismo en una sociedad hedonista. El sacrificio y la privación de
los alimentos devienen en una condición necesaria para el éxito social.
La condición
de gordo es compleja, múltiple y contradictoria. Esta etiqueta puede ser
adjudicada a personas que se sobrealimentan estimulados y abastecidos por la
próspera industria de los alimentos con exceso de grasa, las bebidas azucaradas
u otras variantes. Los excesos de estas se hacen visibles en los cuerpos. Pero,
ciertamente, para muchas de esas personas los sabores salados y dulces de esos
alimentos representan una gratificación central en sus vidas. De modo que esos
placeres recurrentes resultan ser los más accesibles para tener experiencias
corporales satisfactorias. Otros placeres son menos accesibles para ellos. Así
las industrias de las pizzas, las hamburguesas, las alitas de pollo, las
sartenes múltiples, la pastelería y bollería y otras, los captan y fidelizan
con facilidad. En estos casos comer es una adicción que compensa otras
carencias.
Extrañas
sociedades de control en las que las industrias de comida “insanas” detentan
una centralidad manifiesta. Las fotografías de los prohombres de la sociedad
del crecimiento –autoridades políticas, empresariales, culturales, deportivas y
otras- se presentan ante las cámaras escoltados a sus espaldas con un panel de
logotipos de empresas, en las que siempre están la Cocacola, la Pepsi,
McDonalds y otras similares. Al tiempo, la infosfera se puebla de mensajes
salubristas que apelan a la salud y el cuerpo sano liberado de los excesos de calorías.
En los últimos treinta y cinco años de mi vida he presenciado la neutralidad de
los profesionales sanitarios ante las industrias alimentarias tóxicas,
acompañada de la estigmatización de sus consumidores. Nunca he escuchado una
crítica a la cocacola. Siempre que voy a un hospital me encanta descubrir los alimentos
y bebidas de las máquinas expendedoras. Son increíblemente dañinas, parece que
su sentido fuera convertir a sus consumidores en pacientes internados.
Pero la
etiqueta de gordo se aplica a otro tipo de personas sobradas en kilos, que
viven la alimentación como una gratificación compartida con otras corporales y
espirituales. Son los entrañables gordos naturales, que viven una vida ajena a
la domesticación corporal imperante. Estos representan el mejor de los
hedonismos posibles, disfrutando de los placeres de la mesa, participantes de
una vida social gozosa en torno a los exquisitos vinos, cervezas y tapas, que
constituyen la principal creatividad en la España del presente. Son personas
resistentes a la condena múltiple instituida por las agencias de la
sacralización del cálculo de calorías y las rigurosas prácticas corporales de
renuncias que invaden su cotidianeidad. Los hermosos cuerpos de los gordos
denotan la grandeza de su vivir ajenos a la tiranía de los expertos. Por eso me
gusta decir que, en no pocos casos, los gordos son verdaderamente disidentes de
la sociedad absolutista de la delgadez. Los gordos se hacen cada vez más guapos
con el paso de los años.
Entre los
distintos dispositivos que generan la gordofobia como reprobación moral a los afectados,
se encuentran los médicos. Estos representan un papel fundamental en el proceso
de cambio de las representaciones sociales sobre el cuerpo. La identificación
de buena salud con el cuerpo delgado y la canonización del activismo cotidiano
para conseguirlo, son el reverso de la condena de los gordos, entendidos como
incumplidores de sus obligaciones disciplinarias y el descuido de su
alimentación. Así se construye la lipofobia, que sustenta la condena moral a
los gordos. La escalada de descalificación termina por construirlos como una
etiqueta patológica. El sobrepeso termina por ser definido como enfermedad y
los gordos como adictos. La imaginería patológica de la obesidad termina por
entender a los gordos como transgresores. Su tratamiento remite a una inquietante normalización dietética y corporal.
La gordura
es sometida a un proceso que comienza en su consideración como factor de
riesgo, para ser transformada en una patología, siendo reforzada con el
concepto de epidemia. Así el índice de masa corporal es sacralizado en una
escalada punitiva sin precedentes que reconceptualiza el valor de la salud en
la nueva sociedad de control. Los factores hormonales, genéticos o metabólicos
endógenos son minimizados para exaltar a los nutricionales. Así se
sobreentiende que un gordo es el resultado de un incumplimiento de una norma
nutricional. La subordinación de la
multifactorialidad en la obesidad es creciente, construyendo una condena social imperdonable.
De este modo
los incumplidores deben ser rehabilitados mediante la concurrencia de
terapeutas de las dietas y del comportamiento. Millones de personas
autoculpabilizadas conforman prósperos mercados, pues el sobrepeso es
recurrente. Tras el tratamiento y el tiempo de dieta viene la recaída, tras la
que vuelve el tratamiento en un ciclo inevitable. Así los gordos terminan
aceptando su propia autoresponsabilización. El estigma, en el sentido definido
por Goffman es inevitable. En ella concurren el estatuto de desviado de la
normalidad con una descalificación. Los gordos terminan por insertarse en un
verdadero círculo vicioso de de ciclos de sufrimiento y malestar. Su vida queda subordinada a la dependencia de los expertos que dictaminan la buena vida fundada en el cálculo de las calorías y las grasas.
Los estigmas
de la creciente gordofobia han generado una respuesta que tiene sus raíces en
los años setenta, en los que aparece el primer manifiesto de la liberación
gorda. Después se han producido
distintas réplicas que constituyen un incipiente movimiento social. El sentido de este es
la rehabilitación social mediante la internalización del orgullo gordo. Los
disidentes se reapropian del concepto gordo para invertir su significado. . En
el 15 M en Tenerife se apareció un grupo que politizó este concepto. Acabo de
leer un libro que suscita esta cuestión “Stop Gordofobia y las panzas
subversas”. Su autora es Magdalena Piñeyro. Está editado por Baladre y Zambra. Es un libro muy estimulante y su
lectura suscita múltiples preguntas.
Reproduzco el Manifiesto Graso, de la Mesa de Acción Obesa y un poema de
la propia autora –Indisimulada- que no tiene desperdicio. Es el auncio de una
incipiente revuelta contra la gordofobia en la sociedad de control, en la que
en su dispositivo central, la televisión, no aparece ningún gordo en un papel relevante.
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MANIFIESTO GRASO
LA MESA DE ACCIÓN OBESA (1993-2016)
Un espectro
se cierne sobre el planeta: el espectro de las personas gordas. Contra ese
espectro se han conjurado en santa jauría el tripartito gordofóbico.
Estética-moral-salud hemos de combatir.
Esto es un
manifiesto graso de personas hartas de yogures ligth, de la leche desnatada y
la galleta sin colesterol, harta de dietas, gimnasios y cuerpos sudorosos.
Abogamos por un mundo grueso, por un mundo gordo donde la hermosura de nuestra
gordura sea un valor, un privilegio de toda persona.
Gordos y
gordas del mundo unámonos, saquemos nuestras panzas subversivas a la calle,
nuestra razón de peso es acabar con el
sistema capitalista gordofóbico, el de la dieta de la alcachofa, la dictadura
de la imagen y las tallas 38 que nos aprietan los chochos y estrujan las
pelotas.
Si te
molestan que sigan las dietas, si lo que te gustan son las croquetas, aquí
estamos, te esperamos, somos la Mesa de Acción Obesa y nos gusta la buena mesa.
No lo dudes,
di basta y grita…..
Somos gordas
y gordos, ¿Y QUÉ?
¡Nuestros
cuerpos no quieren tu opinión¡
¡Somos
bellas, somos bombas sexuales¡
Comer es un
derecho y no un privilegio.
VIVA LA
GORDURA REVOLTOSA
Y LA
LIBERTAD ORONDA, CABRONES ¡¡¡
INDISIMULADA
No puedo disimular
este cuerpo, no tengo donde esconderlo.
No soy
frágil.
No soy
delicada.
No soy
débil.
No cumplo
con el canon.
Y se me
nota.
No puedo
disimular este desborde
esta ruptura
de límites
esta
okupación (i)lícita
estas carnes
(sobre)salientes.
No puedo disimular
que soy fuerte,
No puedo
disimular el sonido fuerte de mis pasos,
ni que estoy
segura de sí misma,
por dentro,
por fuera,
y en todos
lados.
No puedo
cumplir con tu deseo de odiarme a mí misma,
de sentir
vergüenza de lo que soy
o de sentir
vergüenza de no sentir vergüenza de lo
que soy.
No puedo.
No purdo
porque no quiero.
No puedo
porque me importa una mierda.
Me importa
una mierda porque me amo.
Me amo
porque todo me importa una mierda. Por fin.
MAGDA
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Para terminar la imagen de uno de mis grandes gordos maravillosos Orson Welles
Hace tiempo que quiero leerme el libro... Gracias por traerlo al blog. Y gracias por el poema porque no lo conocía y me encanta.
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