“Soy una
chica española con trabajo fijo pero sin contrato que necesito alquilar un piso
urgente. Si alguien me dejaría la nómina yo recompensaría a esa persona con
250€ a cambio. Atiendo el teléfono a cualquier hora.”
Me encuentro
con este mensaje en una página de internet muy visitada. Es frecuente leer
mensajes similares que hacen visibles los mundos vividos en las economías
informalizadas, que mantienen un estatuto de visibilidad menguada. Se los puede
ver uno a uno en los escenarios vividos de cada uno o presentados como
excepción en algún medio de comunicación,
pero son ocultados por las estadísticas, las definiciones oficiales, los
saberes imperantes, y paradójicamente, por los mismos medios de comunicación
que los espectacularizan. Esta es la era en la que impera el arte de ocultar
mostrando.
En los
largos años de oficio como profesor de sociología, me he esforzado en la clase
por visibilizar lo oculto por el formidable dispositivo oficial. Estoy
convencido que cualquier discurso sociológico se fundamenta en el acto de
mostrar, que precede al desvelar. Las definiciones de las situaciones que
sustentan los discursos oficiales son manifiestamente descentradas, abriendo
paso a representaciones de la realidad distorsionadas en un grado insólito. Muchos
de los aprendices de sociólogos que pueblan las clases se muestran incómodos
cuando lo oculto sale a flote. Así acreditan la socialización concertada entre
los medios de comunicación y las ciencias sociales resultantes de sus propias cegueras.
El resultado
de estas operaciones de separación de los fenómenos sociales es la construcción de una realidad ficticia, en
tanto que esta resulta de la escisión de lo que se considera positivo de aquello
que se entiende como negativo. Esta separación solo puede ser realizada en un
laboratorio imaginario, pero nunca en la misma realidad. Así se construye la apoteosis de las estadísticas, que conlleva
la constitución de las mayorías centrales como un ente ficticio sobre el que se
constituyen las sociologías oficializadas, que se desprenden así de cualquier
posicionamiento crítico. Cuando un hecho terrible que muestra una desigualdad
insostenible se hace presente a la mirada, en tanto que emerge del mundo de las
sombras, es considerado como un accidente, siendo devuelto a ese depósito de
basura social.
Uno de los
libros que me ha ayudado a comprender mejor la gran distorsión de la mirada del
mundo profesional de la sociología, es el de Ángeles Lizón, “La otra
sociología. Una saga de empíricos y analíticos” Está publicado en Montesinos en
el 2007. En el mismo se hace patente la relación entre la producción del
conocimiento y el contexto en el que se efectúa. Este no es nunca neutral, sino
que por el contrario interviene favoreciendo determinadas hipótesis,
metodologías –siempre cargadas de supuestos- y líneas de investigación. La
observación de la realidad social siempre se encuentra encuadrada en un campo
de poder que la limita, la dirige y la controla severamente.
De ahí
resulta un descentramiento de la sociología que disemina sus miradas en
múltiples direcciones perdiendo la unidad. Este es el requisito para subestimar
distintas realidades sociales, constituir el gran basurero sociológico en el
que se acumulan los fenómenos sociales negativos, facilitando así la
difuminación de una idea de sociedad integrada y global. Así se cierra el
círculo, constituyendo un vacío teórico que facilita la adopción del imaginario
propuesto por los poderes y los medios de comunicación. Este es el positivo que
se deriva del enunciado de que el mundo va bien, aunque puedan identificarse
distintos problemas, que son separados del conjunto.
De este
modo, la cruda realidad derivada de la frase que abre este post, es considerada
como un acontecimiento secundario inscrito en una realidad alejada de lo
central. Así, los procesos intensificados derivados de la desregulación laboral
desbocada, son subordinados a la consideración de la realidad construida por
las estadísticas que resultan de contar lo visible a los medios oficiales,
siempre determinado por supuestos previos. Por eso en muchas ocasiones no
oculto mi vergüenza de ser sociólogo en esta época tan oscura, en la que crecen
los factores de la distorsión, haciendo difícil la reintegración de realidades
sobre la que se funda inevitablemente cualquier ciencia social.
Ofrecer
doscientos cincuenta euros por una nómina con la que se pueda alquilar un piso
es un evento que muestra la relación creciente entre una economía informal
acrecentada y una economía oficial menguante. Los mundos vividos por una parte
creciente de jóvenes, no se pueden
denominar como parte de una seguridad social que solo ampara a una parte de los
mayores. Algunas historias que me cuentan exalumnos me conmueven, a pesar de
que desde siempre miro más allá de lo oficial. Los rangos de las realidades
críticas vividas se pueden organizar en una imaginaria escalera en la que los
refugiados e inmigrantes ocupan la cima, siendo seguidos por múltiples
contingentes venidos a menos desde los mundos de la desindustrialización, y que
cierran los jóvenes en espera de integración en ese mitológico concepto de
“mercado de trabajo”. A estas marginaciones se puede aplicar el coeficiente de
género que afecta a las mujeres.
En otra
ocasión en este blog aludí a un fenómeno que me preocupa extraordinariamente en
este contexto. Se trata de la indefensión aprendida. Muchos de los sectores
expulsados a esta siniestra escalera de lo desregulado, son incapaces de
defenderse de las situaciones en las que viven. Su mundo se encuentra en los
márgenes de las instituciones nacidas en el conflicto de la era industrial
fenecida. De este modo asumen sin más su
inferioridad y no se defienden. Así se constituye bien un fatalismo letal, o
bien una esperanza de que alguno de los comandantes providenciales que pueblan
las pantallas los liberen de los malotes que los exploten, de las autoridades
consentidoras, de los medios que los constituyen en un espectáculo o los
científicos sociales que los devalúan al considerarlos como minoría estadísticamente irrelevante.
Si estas definiciones
y comportamientos se siguen reproduciendo, que es lo más probable, va a subir
el precio de prestar una nómina para facilitar un alquiler. Las poblaciones
“minoritarias” a los ojos de los sociólogos que entienden la sociedad como un
conjunto de datos, que se acumulan en los distintos niveles de la escalera, van
a experimentar un endurecimiento de sus condiciones de vida. Su condición
social resulta de la combinación letal de su estatuto de endeudados, inquilinos
o hipotecados, mediatizados, precarizados e invisibilizados. En tanto que esta
situación se perpetúe e intensifique, los científicos sociales seguiremos
discutiendo de metodología.
La
invisibilidad de los expulsados a la escalera de las marginaciones se puede
comprender mejor mediante su relación con una de las grandes creaciones de la
época: las autopistas. Deslizarse por una de esas vías es ubicarse en una
posición desde la que la visión es rigurosamente mutilada. Ella misma ha
seccionado el territorio sobre el que se asienta y se ha otorgado la
centralidad. La velocidad termina por clausurar la mirada. Esta distorsión se
asemeja a la derivada de las colecciones de datos fabricados por las –esas sí-
instituciones centrales. Desde esta
perspectiva el caso de la chica dispuesta a alquilar una nómina sería una
anécdota sin relevancia.
La nómina convertida en un bien dotado de un valor económico que se ubica más allá de la transacción laboral ¡cómo crece la economía y la sociedad informal¡
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