El domingo
pasado tuvo lugar en Granada una manifestación que congregó, según los medios
oficiales, a más de cuarenta mil personas. Lo extraño de este evento es que fue
convocado por un médico joven a título particular. Ni los partidos, ni los
sindicatos ni otras organizaciones públicas
participaron en la organización
de la misma. El motivo era protestar por la reconversión hospitalaria promovida
por la Junta de Andalucía, en la que se concentran los servicios de los dos
hospitales completos existentes hasta ahora en uno solo. Este acontecimiento
muestra inequívocamente el deterioro descomunal de los partidos y de las
instituciones granadinas. La racionalidad que las rige se encuentra distanciada
de la de la gente, que desconfía crecientemente de los discursos optimistas de
las autoridades, resultando así la incubación de temores colectivos
persistentes. Nunca la deslegitimación de los poderes públicos llegó a las
cotas actuales.
La
manifestación mostró inequívocamente el espíritu de la época. La mayoría de los
asistentes ha experimentado en el transcurso de sus vidas una expansión de los
servicios públicos y, en particular de los de salud. Desde hace unos años
ocurre lo contrario. Ahora el proceso tiene el signo inverso. Por un lado
desciende la calidad de los servicios y por otro se procede al comienzo de una
desuniversalización que afecta a algunas categorías sociales que anuncia la
incorporación de las siguientes en un proceso acumulativo. Esta contracción se
contrapone con los discursos institucionales, que hacen énfasis en lo
contrario, presentando una apoteosis de la calidad que se contrapone a lo
vivido. Así se genera una extraña situación en la que se comparte la convicción
de que no se dice la verdad. Esta desconfianza percibida se mantiene desde que
comenzó lo que se denomina como crisis, hace ya más de seis años.
Los efectos
de esta intensa crisis de legitimidad son devastadores. El aspecto más pernicioso
es la generación de un sentimiento de inseguridad que cristaliza en la
presencia de temores colectivos difusos, que alimentan el escepticismo
generalizado, siendo activados por acontecimientos que visibilizan la realidad
oculta tras los discursos oficiales. Porque la percepción de mentira envenena
las relaciones entre autoridades y la gente (respondiendo a un buen amigo, sí,
nunca digo ciudadanos). La señal más elocuente es el recorte de las plantillas,
el deterioro de las condiciones laborales de los empleados públicos y la
precarización desbocada, que se contrapone con la mejora de los edificios, lo
cual denota el espíritu del nuevo estado emprendedor neoliberal, que prioriza
la acumulación de bienes tangibles en contraposición con el declive de sus
plantillas. La mutación de los sentidos del viejo estado de bienestar se hace
patente.
El caso de la reconversión hospitalaria de
Granada es paradigmático. Dos hospitales completos son concentrados en unas
nuevas instalaciones en las que se hace manifiesto el valor de la excelencia de
los equipamientos materiales, que compensa la disminución de las plantillas,
parte de las cuales se encuentra sometida a una precarización salvaje. El impacto
del nuevo hospital en el territorio genera varios procesos de revalorización
del suelo, que es el juego en el que están verdaderamente involucradas las
autoridades. Su puesta en marcha ha constituido un caos inimaginable, con la
proliferación de ambulancias, desplazamientos de pacientes, vacíos
asistenciales, descoordinación entre servicios y sobrecargas asistenciales.
No es de
extrañar la gran respuesta que tuvo la convocatoria. Las autoridades fueron
sorprendidas por la gran afluencia. La masa de manifestantes se encontraba
unificada por un sentimiento difuso de temor al futuro, así como de una rabia considerable
al sentirse engañados. Apenas había pancartas ni otros elementos
característicos de concentraciones organizadas. Los gritos y los lemas se dirigían
a las autoridades políticas y sanitarias, remitiéndose a la reversión de la
situación y el retorno a los dos hospitales completos. En el interior de la
concentración se encontraban grupos de militantes de los partidos de las distintas
oposiciones, que no consiguieron manipular los contenidos. Se creó una
situación de alivio al encontrarse los cuerpos, compartir el espacio y expulsar
el miedo en el efímero tiempo de la marcha. También el resarcimiento ante la
impotencia que se deriva de la confrontación atomizada con los promotores de la
reconversión, que utilizan sus maquinarias institucionales, mediáticas y
expertas para prevalecer sobre cada paciente.
Los dos
hospitales reconvertidos representan el símbolo del progreso en el imaginario
colectivo local. Son las instituciones en la que muchas personas han
experimentado su condición de consumidores, siendo atendidos por equipos de
alta cualificación dotados de tecnologías adecuadas. Para muchas personas se
trata de un consumo inmaterial de una calidad inalcanzable en otros mercados.
Así constituyen un símbolo de la seguridad que proporciona ser atendidos en el
caso de enfermedad. En las memorias de las personas se acumulan miles de
historias que tienen lugar en sus instalaciones. El valor simbólico del sistema
sanitario es muy alto para los granadinos.
La
manifestación desvela la miseria de las instituciones políticas locales y
provinciales. Tras su refundación en el principio de los años ochenta,
impulsaron una secuencia de cambios que se fueron agotando una década después.
Junto a ellos ha persistido un elemento fundamental del pasado: se trata del
espíritu mediocre de las élites, el amiguismo, el clientelismo y el
autoritarismo. La ausencia de un proyecto local es manifiesta. En su carencia,
se impone la lógica que me gusta llamar como la de “hueco a hueco”. Sobre el
territorio se programan obras que revalorizan los terrenos que las rodean. Este
es el proyecto de ciudad que se vende. También el edificio del nuevo hospital
calificado como el mejor del sur de Europa.
En tanto que
los edificios se multiplican, las instituciones declinan por agotamiento. Tanto
los empresarios como las instituciones que los acompañan carecen de una
inteligencia que sustente un proyecto. En ellas se enclava una generación que ocupa
el poder desde el origen de los años setenta. Esta ha ido cooptando algunos
jóvenes (biológicos), entre los que se encuentran algunos hijos de la élite
inamovible. Los cuadros de envejecimiento son patéticos. Los discursos
congelados. La orientación al pasado “glorioso” que remite a su propia
reproducción como élite en el poder. La
energía que portan es cero. Solo hacen negocios seguros protegidos por el
turismo, la explotación del patrimonio
histórico y cultural, además de una universidad a la que se define sin rubor
como una institución creadora de valor económico, derivada de la estancia de
miles de estudiantes, profesores e investigadores, así como de su valor
patrimonial arquitectónico.
Esta clase
dirigente en su totalidad se erige como un obstáculo formidable a cualquier
cambio. El sistema mediático local es el espejo que refleja a esta clase
dirigente gerontocrática y vacía. Instalada en la red de empresas públicas en
las que culminan sus carreras políticas, son compensados generosamente para reproducirse
según el patrón recurrente de la obediencia, la repetición y la ausencia de
inteligencia. El discurso de estas élites se remite a unos tópicos desgastados.
Su creciente desconexión de la población se funda en que su experiencia es
inversa a la de la gente. En tanto que a ellos les va bien, muchas personas
experimentan un deterioro en sus condiciones de vida y sus expectativas de
futuro. Esto es lo que ha ocurrido en el caso de la reconversión y del nuevo
hospital.
Las élites
granadinas enclaustradas en su mundo de destinos sociales de excelencia – el
puerto de Motril, la estación de esquí, el palacio de congresos, la Alhambra,
el museo de la memoria, los proyectos fantasmáticos, tales como el del legado
andalusí, o las viejas cajas de ahorro- construyen un discurso que carece de
inteligibilidad para muchas gentes. La desconexión creciente, la ausencia de
interlocución, la autorreferencialidad del sistema de comunicación local, en el
que el mundo enclaustrado en el que viven estas élites se encuentra
sobrerepresentado, genera un extraño vínculo entre las autoridades locales y la
irrealidad.
El
sentimiento de irrealidad termina en un distanciamiento de tal envergadura que
alberga las inseguridades y los temores colectivos. Esto es lo que flotaba sobre
la manifestación. El mundo encerrado en sí mismo de las élites granadinas
propicia unas patologías que limitan la eficacia de sus actuaciones. El
anterior alcalde tiene que responder a varios procesos judiciales derivados de
la gestión del “hueco a hueco”. En solo tres meses los jueces han requerido al
nuevo alcalde ¿es esto aceptable? La imagen del nuevo hospital –el mejor del
sur de Europa- rodeado por la autopista
de circunvalación, un nuevo macrocentro comercial y el recinto amurallado del
campus de la salud, apunta al colapso de tráfico y desvela la ausencia de una
inteligencia que se sobreponga a las actuaciones de los agentes del suelo.
La
manifestación solo es posible interpretarla en el contexto de una decadencia local
incuestionable. Nada inteligente puede salir de ese entramado pernicioso de las
élites de poder granadinas. El caso de
las autoridades sanitarias es doblemente patético. Estas han perdido el
sentido, orientando sus prioridades al complejo de industrias sanitarias, en
detrimento de la asistencia. A pesar de que entiendo su lógica en tanto que las
industrias son la puerta giratoria que asegura su futuro, su obligación
inexcusable es atender a la gente mejorando los servicios. Uno más uno son
siempre dos,
Hay una frase que yo atribuyo, sin rubor y sin rigor, a Federico García Lorca para definir a las élites políticas, administrativas y empresariales de Granada: "Se agita en Granada la peor burguesía de España". Puede, incluso, que la escuchara en alguna de tus clases a las que saque partido bastante tiempo después de que acabaran. Un saludo
ResponderEliminarGracias Raúl. Lo peor es que ochenta años después los herederos de García Lorca, tanto en la versión progresista como conservadora, siguen conservando las esencias. Granada es explosiva.
ResponderEliminarSaludos