En una de las cálidas tardes del pasado mes de mayo, tras las clases en la facultad tenía que seguir leyendo y valorando trabajos de los estudiantes en mi casa hasta bien entrada la noche. No quería perder tiempo en preparar una cena ligera. En el camino de vuelta hice una parada en un supermercado para encontrar algo de cena que me evitase cocinar. En una estantería, entre distintos productos, los descubrí. Sus palabras e imágenes me remitían a los mejores sabores de mi infancia: lomos de atún, pisto, piperada y anchoas, y todo ello firmado por Olasagasti. Compré los tres productos, los lomos de atún con pisto, con piperada y las anchoas a la donostiarra. Esa misma noche, entre mi ordenador, los trabajos y mis notas confirmé que había descubierto algo fantástico.
Como he
vivido en distintos lugares del Cantábrico, soy beneficiario desde siempre de
sus industrias conserveras. En mi niñez recibíamos lotes de latas de mi tío
Hermene, de su industria gallega de Alfageme, cuyas latas tenían la
denominación de “Miau”. Después, siempre me acompañaron los pescados enlatados.
En mis largos años compartidos con Carmen, que era cántabra, bromeábamos con la
procedencia de las anchoas, las sardinas, el atún y otras delicias. Siempre le
decía que los productos de Santoña eran mucho peores que los de las industrias vascas,
con la intención de enfadarla, aunque las calidades eran similares. En ese
tiempo descubrimos Olasagasti, siempre acompañado de una calidad indiscutible.
En los años
de Granada, nuestras nostalgias del Cantábrico se concentraban en el bonito,
este era el símbolo del origen para nosotros. El verano comenzaba cuando
llegaban los primeros bonitos a la pescadería del Corte Inglés. Este era el
mito de nuestro pasado, un producto con un sabor mágico, que se hacía presente
en la mesa mediante distintas recetas. El bonito compartía la cocina con los
pescados de aquí, nuevos para nosotros y
que tanto nos gustaban: las pijotas, el cazón, el atún rojo, el choco y todos
los que componen las frituras. Pero siempre conservamos un orgullo cateto
acerca de la superioridad del bonito. Carmen siempre preguntaba acerca de su
origen. Cuando era del Atlántico Norte tenía dudas y le decía al pescadero que
el del Cantábrico es inigualable. En otros supermercados también llegó, pero el
corte, que tiene una importancia decisiva, no era el mismo.
Con estos
antecedentes abrí la lata de los lomos con pisto. El pisto es una invención
sublime en el que las verduras alcanzan su máximo esplendor. Este es un plato
en el que el cocinero desempeña un papel decisivo a pesar de su sencillez. He
conocido distintas versiones fantásticas. Este plato es irreductible a comida
preparada en cualquier formato. No puedo olvidar el pisto de restaurantes de
ocasión, de los de menú del día en Bilbao. Recuerdo que una vez estaba tan
bueno que repetimos un poco avergonzados, saliéndonos del menú. Por esta razón
mi escepticismo inicial era patente, reduciendo mi aspiración a ser un
acompañante del atún. Mi curiosidad se acrecentó por la presentación. El
recipiente cumplía todos los requisitos requeridos para estimular la vista. El
tronco de lomo ocupaba el centro y se encontraba rodeado de un pisto en el que
los colores de las verduras eran semejantes a los cocinados naturalmente.
Pero tan
cuidada presentación era la antesala del sabor. El pescado y el pisto estaban
integrados y su sabor era un monumento a la calidad, de modo que contribuía a
la rehabilitación de la comida preparada. Estaba tan rico que despertó mi
curiosidad acerca de cómo se puede elaborar un plato preparado así. Supongo que
esa noche el feliz hallazgo incidió en las calificaciones de los trabajos. En
los días siguientes devoré los otros dos productos con el mismo resultado. Las
anchoas y su salsa tenían un nivel insólito. Terminé confirmando que el
progreso se evidencia en los productos y servicios en detrimento de otras
esferas humanas.
Los
preparados de esta empresa y alguna similar, tienen múltiples beneficiarios en
la vida diaria vigente, en donde para
muchas categorías de personas, el tiempo es imposible y la cocina un espacio
que se visita detenidamente solo en ocasiones extraordinarias. Además de los
atormentados profesores en estado de corrección, pienso en múltiples
profesionales sometidos a la jornada postfordista sin fin; periodistas al borde
de un ataque de nervios por la velocidad con que se reconstituye la actualidad;
los contingentes de horarios sobrecargados, para los que la cena es un momento
fugaz; los anfitriones que reciben visitas inesperadas; los voyeurs y cibernautas
múltiples matrimoniados con las pantallas; las tribus dependientes del futbol y
otros acontecimientos mediáticos presentes en el anochecer; las gentes viajeras
múltiples y las parejas de ocasión en vísperas de estimular su piel.
Todos ellos
son beneficiarios de ese prodigio culinario. Pero estos productos tienen
contrapartidas que no se pueden ocultar. Se trata de la percepción de la
cantidad. Las raciones son individuales y compartirlas puede desatar toda clase
de contiendas y pasiones en torno a la percepción del cincuenta por cien.
Determinar qué es exactamente la mitad es una cuestión capaz de generar
conflictos interpersonales, malos sentimientos y reproches en los siguientes
episodios de las relaciones. Me pregunto si los de Olasagasti serán conscientes
de los efectos derivados de la ambigüedad del tamaño de las raciones.
Por el
contrario, los productos de esta empresa significan un desafío a bares,
restaurantes y otros ámbitos habitados
por los cocineros. En muchas ocasiones me he sentido decepcionado por un pisto
deficiente, en la que los ingredientes no eran buenos, la salsa sobrecargada de
especias aplastaba a los demás componentes, estaba recalentado en las
siniestras máquinas del microondas y otras contingencias similares. El divorcio
entre el pescado y la salsa-guarnición es el problema más frecuente en los
platos de muchos establecimientos. El producto de Olasagasti representa un
equilibrio entre los componentes, de modo que las verduras y la salsa se encuentran
bien integradas, contribuyendo a que el sabor sea excelente, acompañando al
pescado. El listón se sitúa en un nivel muy elevado que reta a las cocinas rápidas imperantes en
el tiempo presente, en las que se hace patente la amenaza del ojo de Chicote.
En un tiempo
en el que la calidad y la excelencia invaden todos los discursos, en muchos
casos en contraposición con las realidades, estos productos representan un más
allá de las ficciones sin fin. Me impresiona visitar la página web de esta
empresa, en la que las calidades supremas de sus productos –también de sus
precios-, tanto los contenidos como en los diseños de los envases, se acercan a
lo que me gusta denominar como sublime menor. Pero el diseño de la página es
austero y no remite a retóricas visuales ficticias. Quien pruebe el producto es
el juez supremo. Los productos no necesitan de estimulaciones adicionales. Eso
sí que es una garantía.
Acompaño el
texto con la imagen de dos de los envases, pero en Google imágenes se pueden
encontrar algunas muy elocuentes, con las latas abiertas o cocinadas con pasta
u otras posibilidades. Algo bueno tienen que tener la multiplicación de los
exámenes y pruebas para los profes.
Me has puesto los dientes tan largos que acto seguido de leer el post he hecho un pedido en la web, el bonito es mi debilidad, te cuento cuando lo pruebe con pisto a ver si está tan bueno como el de mi madre, que con que se acerque un poco ya me relamo. Te contaré que tal, un abrazo Juan.
ResponderEliminarFutbolín: El pisto seguro que no es tan bueno como el de tu madre. Tiene un nivel superior as las comidas enlatadas conocidas pero no llega al nivel del elaborado en la cocina por esa generación. Una de las mentiras publicitarias más al usi es el de la fabada litoral. No es lo mismo, pero está muy bien. Un abrazo
ResponderEliminar