El
neoliberalismo ha progresado muy velozmente en cuanto a la definición de las
situaciones, que es un requisito para el control de las mentes de los
colaborativos ciudadanos. Uno de los elementos más importantes para esta forma
de gobierno es el establecimiento de los rankings. De este modo se impulsa la
competencia permanente en todos los niveles, así como la eliminación de los
peor dotados en los resultados derivados de los indicadores que los conforman.
Las universidades españolas son objeto de una interminable discusión cateta en
torno a la posición que ocupan en las clasificaciones de universidades en el
mundo, que se renuevan incesantemente para captar la atención de la aturdida
opinión pública.
Las
universidades españolas se ubican en posiciones intermedias o retrasadas en los
rankings publicados, pero supongo que son de las primeras en cuanto al
desarrollo de una burocracia académica omnipotente, omnipresente y omnisciente.
Esta resulta de la fusión de la vieja administración universitaria, cuya
impronta corporativa y ancestral era patente, con la nueva tecnoburocracia
derivada del proceso de reformas universitarias globales. Viejos y nuevos
burócratas académicos tejen una red que atenaza la docencia y la investigación.
La reconversión de muchos de los señores feudales universitarios a las
realidades instituidas por las reformas neoliberales es asombrosa. Las agencias
internas y externas son la base en torno a la que se construye un sistema de reglas
y vínculos muy denso, de modo que se remodela drásticamente la función
directiva en los departamentos, los centros y los grupos de investigación.
El resultado
de esta expansión directiva es la deslocalización de las actividades
académicas, que quedan inscritas en el orden de significación de los
indicadores que definen los resultados fijados por la trama de las agencias
globales. Así los docentes son disciplinados mediante la fijación del menú de
sus resultados, que recompensa a los cumplidores y penaliza a los
incumplidores. Esta operación de ajuste a las finalidades definidas por las
nuevas autoridades significa una desprofesionalización de los profesores e
investigadores, que son convertidos en extensiones de un sistema informático al
que es imprescindible alimentar para consolidar su centralidad.
En este
contexto se produce la reestructuración de las plantillas de las universidades,
que privilegian la expansión de los cargos directivos, investidos ahora de la
función esencial de constituir el tejido imprescindible para que las agencias
puedan cumplir sus funciones en la organización de la permanente batalla de los
decimales entre las unidades y las personas. El viejo sentido de producir
conocimiento para desarrollar la comunidad académica es reemplazado por el de
producir para mejorar las posiciones relativas en los rankings, que ordenan los
rangos siempre cambiantes, resultantes de las posiciones de los competidores.
Así se pone fin a la vieja universidad que representaba una comunidad moral
introvertida, unificada por sus culturas
académicas cerradas al exterior y controladas por sus élites internas.
En la
universidad de Granada se registra nítidamente este proceso de transformación
neoliberal. Según los datos proporcionados por el sindicato Comisiones Obreras,
en el año de 2015, en el final del mandato del anterior rector González Lodeiro,
se podían identificar 762 cargos remunerados. En 2007 estos eran 570. En ocho
años el crecimiento era considerable, contrastando con el estancamiento de los
profesores. Estos cargos representaban más del diez por cien de la plantilla
total. Solo el vicerrectorado de Extensión Universitaria y Deporte tenía 27
cargos. El crecimiento de cargos directivos remunerados en el organigrama registra
un imparable ascenso en el camino de los mil cargos.
Si se
mantiene el signo de estos procesos, pronto el organigrama será una pirámide
invertida, en el que la trama de cargos y de directores de unidades adquirirá
una preponderancia colosal respecto a los atribulados profesores, entre los que
la proporción de precarizados crece inevitablemente. De este modo la docencia y
la investigación se transforman en productos dotados de un valor determinado
por la red global, que reafirma el protagonismo de los nuevos gestores, que
conforman un aparato productivo que gestiona recursos humanos circulantes y de
bajo coste. Este aparato de cargos se reapropia del trabajo de los profesores,
ilustrando así la naturaleza del nuevo capitalismo cognitivo.
De este modo,
los docentes e investigadores son rigurosamente desprofesionalizados o
reprofesionalizados como contribuyentes a los resultados de los departamentos o
grupos de investigación, que funcionan bajo la nueva autoridad de la gerencia
del conocimiento en el mercado global de productos académicos y de
investigación. La condición de profesor experimenta un retroceso impensable
desde las coordenadas de tiempos atrás. La carrera profesional privilegia lo
que se denomina la gestión, cuya función es la de ser un delegado del aparato
de la producción de las agencias, las empresas y sus allegados.
Es
inevitable recordar a la socióloga Larson, que en los años setenta
investigó el proceso de transformación de los maestros británicos, al que
denominó como “intensificación”. Se multiplican las tareas, pero el profesor ya
no trabaja solo para sus alumnos, sino para las tecnoburocracias de la
educación. En los últimos quince años la he recordado casi diariamente cuando
en mi correo se hacen presentes las agencias con sus conminaciones a realizar
tareas cuyo sentido último es la relegación del aula o la investigación
mediante la conversión de cada profesional en una pieza de un engranaje
pilotado por la espesa trama directiva.
Esta
explosión de la gestión encuentra en la universidad española buenas condiciones
para su desarrollo. Desde el final del franquismo, muchos catedráticos y profesores han
abandonado sus carreras académicas para transitar a los ministerios o las
empresas en múltiples versiones. Así, el proceso de producción de méritos
académicos, característico de la primera etapa profesional, queda interrumpido
por el salto a la política, la gestión o la administración. Tras este evento
subyace un cuadro de valores y una idea de éxito muy alejada de la docencia e
investigación. La cátedra es una plataforma sobre la que se accede a una
posición de poder fuera de la universidad. Recuerdo a uno de mis profesores de
los tiempos de estudiante, Rodríguez Aramberri, que suscitaba nuestra
admiración en sus clases. Tras la victoria del pesoe en 1982, desapareció de
las aulas para ser travestido en una autoridad turística estatal, confirmando
que la universidad española es una estructura subalterna del dinero y del
poder.
Los efectos
de la disolución de la inteligencia y la debilitación del pensamiento crítico
son demoledores. La inteligencia crítica con el franquismo se disolvió en muy
pocos años mediante la prodigiosa reconversión de los profesores en consejeros,
asesores y directivos de organizaciones estatales y empresariales. Muchos de
los problemas del presente solo son inteligibles desde el vacío generado por la
mudanza de los académicos. Sobre su espacio abandonado converge la trama
universitaria de las agencias, empresas, organismos especializados y la nueva
tecnoburocracia académica enraizada en las distintas unidades universitarias.
He soñado
que en mi universidad se había expandido el servicio de salud, de modo que se
habían modificado las dietas de los docentes y los estudiantes incrementando el
peso de las verduras. Como efecto de este cambio habían aparecido problemas en
torno a la evacuación de gases en las aulas. El departamento de calidad estaba
muy alarmado y se tomó la decisión de crear un laboratorio de diseño de la
prevención y evacuación de gases. No sé cómo ocurrió pero me encontré al frente
de este organismo. Así había dado un salto en mi carrera profesional
abandonando la monotonía e insignificancia de la docencia para inscribirme en el mundo de las
utilidades de la gestión. El objetivo era tratar de intervenir reduciendo los
ruidos y los olores. Entonces me desperté de una pesadilla en la que lo gaseoso
y lo solido eran las caras de la misma moneda. Entre sudores decía “mierda,
mierda…”.
5 comentarios:
Y los sueños sueños son, ya lo dijo Calderón, pero las mas de las veces los sueños, sueños no son, son pesadillas nacidas de la pestilente realidad, una realidad perniciosa que a los parásitos alimenta, se genera un magma coloidal que favorece su reproducción descontrolada. Suerte tenemos de que la mayoría de los sueños se nos olviden enseguida al despertar.
Gracias futbolín. Lo peor en este caso es despertar y sumirse en la realidad. No te imaginas lo que se ve¡¡¡
Tal vez ocurra que nosotros, los que construimos el siglo XXI, sólo sabemos restar o sumar cantidades. Alguien pensó que tú y yo hacemos más de dos; que lo que ocurre pasa por cada uno, por supuesto, pero desborda la reunión, sea de dos, sea de cien; que ese todo (permanentemente en marcha) sólo está en los individuos particulares y, sin embargo, rebasa su adición; y que es él, más allá de sus rostros concretos (cada ser humano) lo que se sabe realmente a sí mismo. Estimó que lo conformamos entre todos a condición de que todos le permitamos su soberanía. El tipo se llamaba Hegel. A esa colosal potencia la bautizó con el antiguo nombre de "Espíritu". Y con ese pensamiento se colocó a mil metros por encima del desierto en el que estamos hoy.
El amante imaginario
Gracias amante imaginario. Me alegra tu presencia aquí. Me dejas un poco descolocado. Vivo inmerso en el desierto vigente y detesto la dispersión de las partículas individuales, así como su concentración unidos por la emoción de cualquier evento mediático que inspire caudillos, pícaros u otras especies.
Hegel está bien vivo y lo recuerdo inevitablemente. Y Heidegger, que lo invirtió. Y Nietszche, que se sublevó contra él a condición de devorarlo y asimilarlo, como hacen también Bataille, Deleuze y otros. Weill, Zambrano, Dusell y otros le hicieron muchas criticas de interés, pero más a su idea de guerra, Europa y progreso. Pero respecto a nuestras causas, impulsos, deseos, acciones son todas tomistas, incluso los sueños, por muchas ganas colectivistas que tengamos. En nuestra época queremos pensar sin ellos. Así nos va.
e.a.i.
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