La consulta
médica implica una relación entre un médico y un paciente. Pero la acumulación
de cambios sociales ha transformado drásticamente su entorno. El antiguo sector
de la salud, que agrupaba un complejo de industrias, organizaciones y
profesiones, ha sido modificado profundamente mediante su inclusión en la
economía global. De este cambio resulta una gran reorganización de todo el
sistema sanitario para adaptarse al
nuevo entorno. Las mismas significaciones del producto de la asistencia, así
como de la naturaleza de sus destinatarios, se ha modificado sustantivamente.
Pero en las consultas, ese cambio se encuentra amortiguado por las inercias de
profesionales y pacientes. Así, la consulta es un espacio sobre el que se ejercen
presiones desde el complejo de la economía global. Por eso, se puede afirmar que esta es una instancia asediada,
en la que junto a los componentes tradicionales, el médico y el paciente, se
hace presente el vigoroso sistema global.
Desde esta
perspectiva la consulta puede ser representada como una pantalla de ordenador,
en el que el encuentro entre las dos partes tiene lugar en una ventana. Pero
junto a esta existen múltiples ventanas que pueden ser activadas en cualquier
momento, incorporando nuevos elementos que interfieren en la relación
asistencial. La espléndida película de Amenábar, Los Otros, puede servir como
imagen para comprender la consulta como realidad cercada. Los otros están ahí,
entrando y saliendo de las situaciones, así como introduciendo elementos en
ambas partes. Así, la consulta termina siendo una relación a tres: el
profesional, el paciente y los otros. Visto en una perspectiva temporal, se
acrecienta la presencia de los terceros en esta relación.
Las
maquinarias institucionales que alimentan a los otros, se fundamentan en una
nueva medicalización desbocada, que se sustenta en el valor económico que
representa la atención a la salud, que constituye una parte muy importante del
consumo inmaterial en este tiempo. La sociedad postmediática es el vehículo
para expandir las informaciones que cimientan las altas expectativas de los
pacientes. De ellas resulta una infosfera saturada que invade toda la vida.
Cada sujeto es estimulado para incrementar sus expectativas frente a las
enfermedades convencionales. El complejo de dispositivos, organizaciones y
medios de comunicación sobre el que se sustenta la economía global representa
una explosiva y eficaz fábrica de expectativas. Estas son equivalentes a los
afluentes que desembocan en la consulta.
La economía
global se caracteriza por la sobreproducción y se regula mediante la gestión
del exceso. Este se representa en la sofisticación de los servicios y en la
generación de un imaginario explosivo, que disuelve las penalidades
tradicionales que han acompañado a las vidas. La consulta representa en muchos
casos el retorno a la presencia de las limitaciones, el dolor y los efectos
perversos de las enfermedades. El imaginario positivo de la felicidad sin
límites y la eterna juventud, termina en
el rompeolas de la consulta, en la que la realidad se hace presente. Así se
configura una tensión inédita asociada a la asistencia sanitaria.
La consulta
se encuentra sobredeterminada por los dispositivos generales de la nueva
economía global. En este sentido, se parece cada vez más a un elemento tan
relevante de la nueva sociedad como la encuesta. En esta, la relación entre las
partes, entrevistador y entrevistado, se encuentra sometida rigurosamente a un
cuestionario y unas normas técnicas que se sobreponen a la posibilidad de
conversación. Los componentes de la relación no han participado e ignoran los
objetivos del estudio. Pero tienen que cumplimentarlo, ateniéndose
estrictamente a las instrucciones,
siendo su margen de iniciativa cero. Su encuentro significa una
experiencia de finitud frente a un todopoderoso dispositivo externo.
Los
contenidos, los rituales y la conversación de la consulta se han modificado con
la impetuosa irrupción de los otros. Estos se hacen patentes mediante múltiples
formas. El profesional es subordinado a las normativas elaboradas por
tecnoburocracias externas. Pero la principal es la del paciente, que ahora es
reconocido como un cliente que tiene la facultad de elegir, de hacer valer sus
demandas, de juzgar el servicio y de sobreponer al proceso de su propia
morbilidad su satisfacción. Se pueden identificar múltiples situaciones en las que
estos preceptos no son verosímiles. Así se configura una relación gobernada por
un régimen de excepción. Una buena parte de las consultas significan una vuelta
a la tierra desde el imaginario que excluye el dolor.
El nuevo
entorno caracterizado por la escalada de necesidades, que revaloriza la salud y
refuerza su unión incondicional con el bienestar, se especifica en la nueva
medicalización. Este sistema propicia la generalización de un nuevo arquetipo
personal. El consumidor de servicios personales sofisticados se funda en la
sospecha permanente. Este se encuentra en un estado de exaltación de su yo, así
como de ebullición permanente, que estimula el recelo frente a cualquier
proveedor. Los efectos sobre la consulta médica son muy importantes,
modificando las bases convencionales de la relación asistencial.
La
asistencia médica siempre se ha fundado sobre la asimetría entre las partes,
otorgando un gran poder al médico. El paciente ha modelado su comportamiento
mediante las virtudes de la fe y la esperanza. En este sentido, algunos autores
han señalado las analogías entre la asistencia médica y las religiones. Thomas
Szasz, en su libro de “La teología de la medicina”, desvela los secretos de lo
que se ha denominado como “estado Clínico”, que se asemeja a una iglesia
convencional. Los fieles pacientes son estimulados a tener fe en su terapeuta.
La adhesión, la obediencia y la confianza ciega en una autoridad superior
conforman sus comportamientos modelados por el desamparo derivado de su
enfermedad. Los médicos son los propietarios del conocimiento y el arsenal
terapéutico, inaccesible a los profanos.
La primera
sociología médica sanciona esta situación mediante la teoría del rol del
paciente de Talcott Parsons. Este debe obedecer incondicionalmente al médico en
la esperanza de su curación. Pero los discursos predominantes hasta los años
setenta entienden la asistencia como un orden, el orden médico, cuyo código
esencial es ser guiado por una instancia superior. La asistencia y las
consultas significan un estado de excepción en la vida, en la que las personas
renuncian a su autonomía en la perspectiva de su mejora o curación.
Desde los
años sesenta muchos procesos sociales han erosionado esta situación. Pero, en
términos generales, la asistencia se ha sobrepuesto a muchos cambios sociales
conservando sus códigos esenciales. La consulta ha sobrevivido a los cambios en
el yo derivados de la contracultura, el feminismo y la personalización, así
como la burocratización de la asistencia o los derivados de la
tecnologización acumulativa. Pero en los
últimos años se registra el terremoto propiciado por la emergencia de la nueva
sociedad global fundada en la economía global, que fabrican sujetos que corroen
las viejas formas de gobierno del pueblo de los pacientes, articuladas en torno
a la fe incondicional.
Este
terremoto se registra diferencialmente en distintos entornos asistenciales. Los
mayores siguen practicando las liturgias de la fe incondicional pero arriban a
las consultas nuevas tribus bárbaras que movilizan sus expectativas
desmesuradas. Las violencias crecientes en las consultas significan una señal que
hace perceptible esta mutación. Los médicos han resuelto las diferencias
movilizando su autoridad. Pero con los descreídos pacientes procedentes de los
nuevos mundos de los imaginarios del bienestar infinito, la apelación a la
autoridad no funciona. Muchos bienintencionados y desorientados profesionales
apelan al diálogo, a las técnicas de mediación o a las ficciones amables del
consentimiento informado. Pero eso tampocoes factible.
El cerco a
la consulta no resulta de una racionalización constituida desde supuestos
sólidos sino más bien desde flujos derivados del exceso, que dificulta su
tratamiento. No me extraña que muchos de los cercados manifiesten sin pudor su
preferencia por los contingentes de pacientes mayores, que mantienen la fe y la
confianza sin límites en los terapeutas. Pero esa fe se articula con una
tolerancia al dolor y la adversidad muy considerable. Las nuevas tribus
allegadas a las consultas han eliminado el dolor de su imaginario. La predicción
es segura: se producen secuencias de tormentas. No existe una forma alternativa
de gobernar a los nuevos pacientes. Lo más engañoso es que estos representan
una parte pequeña de la demanda total. La palabra ilimitado define a muchos de
los nuevos yoes, representando el núcleo del cerco a la consulta, fundada en la fe, que se desvanece como resultado de la lógica imperante en su nuevo entorno.
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