Podemos es
un fenómeno político nacido en el presente, de modo que adquiere
inevitablemente las propiedades del mismo. Una de ellas es la velocidad de los procesos.
En su primer año y medio de su existencia se expansiona vertiginosamente,
ocupando los espacios vacíos del sistema político y mediático. Su último año
significa un proceso de signo inverso, que se produce también con gran
celeridad. En este tiempo de retroceso se evidencia la debilidad de su
proyecto. El resultado de las últimas elecciones puede ser considerado como
efecto combinado de varios factores. Pero su estancamiento está ineludiblemente
vinculado a su adicción a las fotografías. Estas son las encuestas, que se
definen a sí mismas como fotografías del espectro del electorado.
El bloqueo
de Podemos es la consecuencia de que su inteligencia colectiva se nuclea en
torno a la demoscopia y a las actividades mediático-políticas que nutren esa
esfera en la que cada uno cuenta en el resultado total pero no se relaciona con
los demás. Pero los estados de opinión pública
resultantes de las contiendas mediáticas, que agitan los concentrados de las
unidades muestrales, no se corresponden con otras esferas sociales. La
historia, la economía, la antropología, la sociología y otras ciencias,
proporcionan otras perspectivas de la realidad, que Podemos desplaza a la
periferia de su reflexión y acción. Encerrados en la esfera
mediática-demoscópica su proyecto flaquea y el cortejo de fotógrafos termina por
deslumbrarlos mediante su ubicación en el género de los selfies.
En los
últimos meses la deriva del partido se ha visto estimulado por la esperanza que
le proporcionaban las fotografías sucesivas, sin considerar los efectos
perversos del Photoshop. Las actuaciones se referencian en la construcción de
un espectáculo que alimente el campo de las televisiones y las redes sociales.
Pero este no es el mismo campo que el campo político y social, en el que las
esperanzas generadas por los grandes sectores carentes de representación
política desfallecen, en tanto que la función mediática se reitera sin efecto
alguno para los sectores en espera de que sus intereses sean considerados.
De este
modo, ha sido inevitable la conformación de un impase letal para quienes
propugnan el cambio. El partido, nutrido por las visiones de los fotógrafos-demoscópicos,
se ha ausentado del campo histórico en el que se encuentra. Instalado confortablemente
en su esfera mediática, se prodiga en gestos autosuficientes celebrativos con
respecto a su hipervisibilidad en el mundo mediático, configurando su imagen de triunfadores en ese
mundo hiperreal. Pero la verdad es que
su aceptación en el espacio mediático, abandonando su condición de antiguos
inquilinos de renta antigua, para adquirir el estatuto de nuevos y prósperos
inquilinos, comporta contrapartidas muy importantes. Su discurso inicial
radical ha sido absorbido y neutralizado por esta esfera, en la que imperan
unas reglas que unifican todos los discursos y los reducen a la condición de
purés, en los que se disuelven los ingredientes originales.
La primera
es la pérdida de adaptación de su lenguaje. Es difícil inventar un modelo de
comunicación que haga compatible la radicalidad con la presencia en las
instituciones políticas del final del ciclo del 78. Pablo Iglesias naufragó en
el congreso adoptando retóricas propias de los últimos partidos comunistas tras
la autoimplosión resultante del 89.El resultado es catastrófico en los términos
de las utilidades que rigen la esfera demoscópica-electoral. Pero peor fue la
rectificación, determinada por la ingeniería de la comunicación política, que
lo convierte en un muñeco que ejecuta los guiones impuestos por las psicologías
positivas. Sus intervenciones en la campaña fueron patéticas, en tanto que lo
despojaban de él mismo y de su significación.
La hegemonía
demoscópica ha actuado en favor del descentramiento de Podemos. Su definición
de la realidad se nuclea en torno a la idea de conseguir una cuota electoral
muy importante en el espectro demoscópico, que le abra un camino al gobierno.
Pero esta no es realista. Más allá de las fotografías la cuestión radica en
cómo desplazar a un gobierno autoritario que se funda en una base electoral muy
sólida, así como el control en régimen de propiedad de dstintos dispositivos
estatales. Pero la complejidad de la situación resulta de que esta tarea hay
que realizarla en un campo político específico, en el que las fuerzas en favor del cambio se
encuentran en distintos grados de conexión, o más claro aún, en complicidad con
el poder autoritario que se quiere desplazar.
Es
inevitable recordar a Poulantzas y su fértil concepto de coyuntura. En una
situación histórica singular tiene lugar el proceso actual, que no es solo
conseguir un gobierno que lleve al poder autoritario y corrupto a la oposición,
sino que instaure un gobierno fuerte que revierta las principales áreas
legislativas legadas por este y que recupere las zonas estatales que detenta en
propiedad el poder autoritario. Esta definición de la situación implica una estrategia
que privilegie la constitución de un gran movimiento político-social que
desarrolle múltiples iniciativas descentralizadas dotadas de autonomía. Pero la
verdad es que los movimientos sociales en el presente son muy débiles y están
inspirados en el concepto y métodos de los viejos partidos comunistas. Estos
construyen los movimientos sobre el principio de subordinación a la política,
la jerarquía partidaria y los métodos de movilizaciones estandarizadas y
piramidales.
Podemos
tiene muy poco peso en estos movimientos, inevitablemente desprovistos de
vigor. Siento decirlo tan claro pero estos métodos conducen a su estado
lánguido. Porque ¿Qué fue de las movilizaciones de las marchas contra la pobreza y por la
dignidad? Han seguido la senda del decrecimiento, inevitablemente determinados
por los principios y las reglas por las que se rigen. Sin renovar los
movimientos sociales mediante nuevos métodos y referencias, el cambio político,
resultante de una victoria demoscópica-mediática, no será capaz de remover las
herencias del gobierno autoritario. En términos fotográficos será solo una
apoteosis de selfies de los protagonistas, en trance de descubrir su naturaleza
de inquilinos.
Pero el
hechizo ejercido por los fotógrafos es incuestionable. Tras la recesión
electoral, los procesos internos ratifican el enfoque mediático-demoscópico. En
vísperas de las terceras elecciones temo que se intensifique la línea de las
fantasías e imaginerías mediáticas. He soñado con Pablo Iglesias revestido por
maquilladores que soltaban su coleta, incrementaban su barba, lo vestían con
una túnica blanca y ensayaban su discurso sobre las bienaventuranzas. En la
España actual no pocos sectores pueden ser aludidos como
bienaventurados-desventurados. No, no es eso. Un partido y un liderazgo que
tenga el objetivo de reducir el gobierno autoritario no puede adoptar la
máscara de nadie que no sea radical.
La
consecución de una alta cuota de carisma político es imprescindible, pero es
necesario distinguir entre este y el carisma fotográfico. Porque esperar atraer
segmentos electorales que se ubican en los graneros de la corrupción y sus
cómplices es impensable. Solo un movimiento político y social que acumule
fuerzas puede articular una convergencia que modifique el campo político en su favor.
La idea central es que se vive una situación excepcional y singular que exige
grandes dosis de inteligencia y creatividad. Las cosas van por otro camino. Si
recurrimos a la historia, ningún proceso de cambio ha sido protagonizado por
dirigentes dotados de la sonrisa de ceremonia comercial que adoptan los líderes
de Podemos en los tiempos de recesión.
La
demoscopia tiene sus limitaciones. Los cambios políticos se sustentan en
agencias de cambio. Pero, en los últimos meses, la organización de Podemos se
ha debilitado manifiestamente. La traslación al interior de esta de los
referéndums está revestida de patetismo. Esta coexiste con un aparato
inequívocamente adscrito al centralismo democrático clásico, que modela los
procesos organizativos privilegiando a la dirección y penaliza severamente la
diferencia y el pluralismo. La convergencia con izquierda unida refuerza estas
prácticas, convirtiendo la confluencia en lo inverso a la cooperación. Me temo
lo peor, pues, como apuntó García Montero tras su terrible experiencia como
cabeza de izquierda unida a la asamblea de Madrid, “las nuevas generaciones no
tienen las virtudes de los viejos comunistas, pero sí todos los defectos”.
Termino aludiendo al dialecto granaíno tan sutil y expresivo
en un tiempo que ensalza a “la gente”. Un paisano les diría “con tantas fotos os
habéis apollardao”. Eso es, salidos del carril del campo político histórico y
metidos en el extraño mundo de las audiencias y los sondeos, Podemos pierde su
identidad, que solo puede ser radical para impulsar un cambio político de esta
envergadura. El problema reside en que ser radical nada tiene que ver con los
usos y las prácticas de los dirigentes comunistas de los estados del socialismo
real. Es justamente lo contrario que eso.
Tu mirada analítica no deja indiferente. Tu capacidad para expresar por medio de otras artes la exactitud de los hechos, es sublime. Así lo haces de nuevo a través de la expresión granaína a la que aludes.
ResponderEliminarEn estas pasadas elecciones fue la primera vez que fui a un mitín, fue de Podemos en Barcelona, con las grandes. La salida de Pablo Iglesias da cuentas de lo que mencionas en esta entrada. Parecía más un concierto de Alejandro Sanz.
No sé si te has fijado en el gesto que hace Errejón últimamente. En el mitin también lo hizo, alza un brazo y con sus dedos hace el gesto de viva. Cuando lo vi me di perfecta cuenta de que sus estrategias iban en la línea equivocada. Es un gesto que hacen las generaciones jóvenes (la mía y menores) al hacerse una foto. En plan pose selfie guay postureo, todo muy superficial. Definitivamente el capitalismo consumista nos colonizó."un fantasma recorre Europa...", pero no es el comunismo, sino su opuesto.
Qué diría Neil Postman de esto....
Silvia
Gracias Silvia.Sí, una izquierda guay, algo de eso hay. Pero la carita de Pablo Iglesias, esculpida por los expertos en comunicación no verbal, es antológica. Pierde toda su singularidad y rebeldía para convertirse en una nada de marketing. Ahora por las paredes hay una campaña de un banco que utiliza el rostro y la sonrisa de Iniesta. Es una desfiguración semejante. Pero lo insólito es querer protagonizar un cambio político con esa sonrisa de apollardao
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