DERIVAS DIABÉTICAS
Soy una
persona que tiene el páncreas averiado. Este problema afecta a distintos
órganos, funciones y procesos de mi cuerpo. Así, conforma una patología de cuyo
nombre no quiero acordarme. Al ser identificado como sujeto patológico, cuyo
origen es el páncreas, soy tratado por un dispositivo formidable de métodos
terapéuticos, organizaciones, industrias y sistemas profesionales. El supuesto
que unifica los tratamientos se inspira en el concepto de ingeniería. Se trata
de intervenir en el conjunto del sistema construyendo puentes y prótesis que
desempeñen la función de mi páncreas. Así
se obtiene un equilibrio precario de todos mis procesos. Mi tratamiento
consiste en vigilar permanentemente la evolución de mi sistema, para repararlo
en el caso de aparición de problemas. Por eso a mis terapeutas los denomino
como los ingenieros del páncreas.
En el
sistema sanitario vigente, cada órgano dañado da lugar a una especialidad
médica, así como una pugna por la titularidad del territorio terapéutico que
genera ese órgano. El páncreas es un órgano asignado a la endocrinología. Los
ingenieros que me supervisan y tratan son los endocrinos. Ciertamente soy
tratado por médicos generalistas y enfermeras, pero los criterios de definición
de la patología y el tratamiento son impuestos por esta especialidad. En el
caso de un problema importante soy remitido a esta, adquiriendo el atributo de
un cuerpo derivado por los caminos de ida y vuelta de este laberinto. Si se
confirman problemas soy transferido a diversas clases de ingenieros como los de
la retina, el riñón, el corazón u otros.
Pero este
enfoque de la ingeniería, tan fecundo para las cosas físicas, tiene problemas
manifiestos en su aplicación a seres humanos, que somos cosas especiales, más
complejas que las cosas físicas, de las que se ocupan la geología, la física u otras ciencias. En el
funcionamiento de nuestro sistema intervienen cuestiones asociadas a nuestra
subjetividad, nuestro comportamiento y las condiciones sociales en las que nos
encontramos. Pero, sobre todo, el tratamiento según el modelo de ingeniería
tiene limitaciones patentes en la realidad de los seres humanos patologizados
desde la matriz del páncreas y condenados permanentemente a las alertas, las
complicaciones y los controles. Por eso
soy agnóstico con los ingenieros del páncreas y escribo este texto crítico con
la medicina especializada.
El principal
problema derivado de la población afectada por los déficits del páncreas, es
que, según se acrecienta, conformando
una verdadera epidemia, el sistema de atención crece en una proporción muy
superior. Así somos convertidos en el objeto de distintos mercados
industriales, profesionales y de cuidados personales. La magnitud de la
respuesta termina por desplazar las finalidades iniciales del gran dispositivo
de respuesta. De este modo, los pacientes somos desplazados a segundo plano en
el sistema de significación, siendo considerados como sujetos incurables,
penados por la patología sin fin y sospechosos de incumplimiento de los severos
requerimientos del tratamiento perpetuo. Por el contrario, las distintas clases
de ingenieros que vigilan nuestros sistemas y reparan las averías, elaboran un
relato que les atribuye el protagonismo. Esta es una narrativa triunfal con
respecto a las terapéuticas expansivas que oculta los sufrimientos de una parte
muy importante del pueblo del páncreas menguado, así como de los fracasos, que
no son pocos. No me cabe duda acerca de que esto es una perversión.
El problema
de fondo radica en que la medicina actual ha experimentado un progreso técnico
incuestionable que proporciona soluciones a distintos problemas. Como efecto de
esta progresión se genera un halo de optimismo que alcanza un nivel cercano al
delirio. Pero los avances científicos y tecnológicos no afectan a distintas
patologías fatales. La narrativa médica triunfal se disemina mediante los
medios de comunicación y el campo político. La ilusión tecnocrática ignora que
para muchos problemas patológicos no se dispone de soluciones, y también, que
no pocas soluciones novedosas son poco accesibles a importantes sectores
sociales. El progreso terapéutico tiene
unas limitaciones muy importantes en términos del volumen de los excluídos en
la misma.
Nosotros,
los del páncreas deteriorado, somos un ejemplo vivo. Como nuestro problema no
tiene solución técnica, somos desplazados de las narrativas épicas
profesionales. Los medios no se refieren a nosotros nunca, sino al proceso de
búsqueda de una solución científico-técnica. Somos tratados mediante esta
extraña ingeniería del sistema por medios técnicos, pero nuestros problemas no
son solo técnicos. En el exterior del sistema de puentes y conexiones que
alimentan nuestros medicamentos, se encuentra nuestra vida, dominada por la
sentencia perpetua de la enfermedad. Nuestras aspiraciones radican en explorar
la posibilidad de suavizar el tratamiento y establecer un régimen factible de excepciones.
Los
ingenieros del páncreas nos tratan como a cosas físicas. En los encuentros para
supervisar el estado del sistema pueden ser amables, pero nos encuadran en
indicadores y programas cuyo sentido primordial es atribuirse el éxito en la
lucha contra los males del páncreas. Nuestras vidas, nuestros fracasos,
nuestros condicionantes, son desplazados y se encuentran ausentes en los
indicadores, las valoraciones y los discursos. Así nos conforman como un
material humano tratado para la obtención de la eficacia y la eficiencia, que
son dos atributos del sistema profesional de atención.
El fondo de
la cuestión radica en que los ingenieros del páncreas se rigen por la ideología
profesional de lo extraordinario. Lo que se considera importante son los
prodigios terapéuticos, los casos resueltos favorablemente por la conjunción
del saber y la aplicación del profesional. Esto es lo que se enseña en las escuelas
de ingeniería de los órganos averiados. Así, lo ordinario, las pequeñas
disfunciones de nuestro sistema orgánico total y los episodios críticos de
nuestras vidas, se encuentran infravalorados. Estos no conforman un caso que
pueda ser presentado a otros ingenieros.
Así los pacientes del páncreas son considerados como un segmento de
tratamiento rutinario alejado de las hazañas terapéuticas. En el caso de
ruptura del sistema de canalizaciones, el paciente es remitido a otros
ingenieros que pueden capitalizar su éxito terapéutico.
En ausencia
de una gran solución se nos entiende como una carga, es decir, como potenciales
portadores de riesgos. En las consultas se revisa el estado del sistema en
busca de un punto débil que exija reparación. Es inevitable la presencia de una
sutil condena moral, porque somos un testimonio de los límites del sistema de
atención. En los encuentros se prioriza el examen basado en pruebas sobre la
conversación. La minimización de la misma indica cierta descalificación. En la atención
al pueblo del páncreas deteriorado se producen muchas consultas fracasadas.
Estas son sometidas a un estatuto de silenciamiento. No se reflexiona al
respecto.
El modelo de
tratamiento mediante métodos de ingeniería suscita muchos interrogantes. Norbert
Bonsaïd, en un libro publicado los años setenta, que fue una de mis primeras
lecturas sobre este tema, critica la medicina fragmentada y propone una
medicina relacional. También se refiere a
algunas consultas como “encuentros infortunados”. Reproduzco una frase
que sintetiza muy bien la cuestión que estoy tratando. Dice, refiriéndose desde la perspectiva de un médico general al inicio del tránsito de un paciente a los talleres de reparación, “Y cuando mis
propios límites me obligan a transferir el enfermo, con harta frecuencia asisto
al espectáculo de los enfermos arrancados de sí mismos y proyectados en una
mecánica inhumana. Los desastres que resultan de todo ello y que procuro
corregir lo mejor posible, demuestran que en ningún caso, aunque se trate del
más alejado de la práctica cotidiana, es posible abstenerse de una relación
personal reconocida y asumida”. (La consulta médica. P.217).
Sí, eso es,
“arrancados de sí mismos” en la circulación por los distintos servicios de
ingeniería. El pueblo del páncreas circulante por las rutas de los talleres de
reparación, es el testimonio de un éxodo que siempre concluye con el retorno a
la estación de partida. En tanto que no se redefina el problema y la acción
médica, parece inevitable el tránsito
eterno por las estaciones del sistema, apuntalado por estos extraños ingenieros
del páncreas. La operación primaria de
este dispositivo ingenieril, que es ser escindido en partes diferenciadas,
implica una lógica irreversible. Esta es añadir a la cadena perpetua de la
etiqueta diagnóstica, el tratamiento y la circulación por las estaciones que
añaden un papel a la historia clínica.
En estas
condiciones, en ausencia de conversación, en tanto que la vida diaria es
menospreciada, los ingenieros del páncreas transfieren su idea fuerte de una
solución a lo grande en un plazo de tiempo inmediato. Todos en espera de ese
big bang terapéutico que zanje el problema. Así el pueblo es estimulado a la
espera del gran milagro científico. De este modo se minimizan las tensiones
asociadas a la vida con el páncreas restringido. Se trata de otra ingeniería
que entra en acción: la de la ilusión. Es inevitable recordar a McKeown y su
sueño, espejismo o némesis. Un páncreas, un cuerpo, una persona total.
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