El selfie es
el verdadero fantasma que recorre el mundo. La revolución tecnológica de las
TIC ha inventado el smartphone, que propicia una mutación en la relación entre
el individuo y la sociedad que no tiene antecedentes. Esta máquina reestructura
radicalmente lo social. Todas las instituciones son remodeladas por la misma.
Pero, aún más importante, es constatar cómo el smartphone crea un nuevo espacio
público, del que resulta una subsociedad compuesta por las interacciones de sus
usuarios, convertidos en emisores y receptores de mensajes e imágenes. La verdadera
novedad de la explosión del selfie remite a la convergencia de la tecnología
con las nuevas divinidades del yo y del cuerpo,
que resplandecen en ese espacio social.
Escribo este
post desde una playa atlántica de belleza insólita. Todos los días puedo
contemplar cómo la mayoría “esmartfonada” concentra su atención en sus
pantallas para enviar fotos de sí mismos a la nueva patria digitalizada, subordinando
el espectáculo de la naturaleza, que sirve de fondo para la circulación de su
reiterada imagen infinita. Por el contrario, los que vivimos muchos años
desprovistos de este formidable dispositivo, contemplamos con pasión cada día el espectáculo de salida del sol, de
las luces de la mañana, de las intensidades lumínicas en las horas centrales,
pero, sobre todo, del esplendor del final de la tarde, en el que todo cambia cada pocos
minutos debido a los sucesivos tonos luminosos que se suceden en el proceso de
desvanecimiento del sol. Los azules
devienen en una gama de grises y plateados hasta que la oscuridad hace
perceptibles las luces y sus efectos visuales.
Cuando la
oscuridad se hace manifiesta, la subsociedad del smartphone y el selfie comparece
con todo su vigor mediante el resplandor de las luces que emanan de las pantallas de sus
máquinas portentosas. En la noche resplandecen los intercambios infinitos de
los mensajes y las imágenes. Este es su tiempo, en el que se hace visible la
magnitud del tráfico de señales luminosas. En tanto que los que priman su
relación con la naturaleza disfrutan de las luminosidades de la luna y sus
juegos de luces, en espera del amanecer, la subsociedad del smartphone, de la
imagen y del yo intensifica sus intercambios, que adquieren luminosidades
intensas, diseminando sus fulgores y resplandores por la oscuridad. El
pluralismo se hace patente. Unos miran la naturaleza externa y otros sus
pantallas sacralizadas. Estos últimos son los verdaderos amos de la noche.
Las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación culminan un proceso que se
inicia en el final del siglo XIX, en el que el desarrollo industrial,
principalmente derivado de la Química, hace aparecer la fotografía. Tras una
larga secuencia de cambios, la imagen adquiere una centralidad absoluta tras la
revolución tecnológica que se inicia en los años setenta y ochenta. En los
últimos años, el Smartphone propicia que cada uno pueda ser productor de
imágenes de gran calidad. La pasión por la imagen se hace patente y la
multiplicación de los fotógrafos es infinita. El mercado de aplicaciones dedicado
en exclusiva a las imágenes se expansiona fulgurantemente. Instagram, Facebook,
Pinterest y otros, adquieren un relevancia insólita. Pero el objetivo de los
productores de imágenes ya no es fotografiar los escenarios donde pasan sus
vacaciones, tal y como ocurrió en el origen del mercado turístico, en su infancia austera
desde los años sesenta. Ahora aparece un nuevo objetivo de las cámaras: el
propio autor. Así explota el selfie.
El selfie
está relacionado con varias cadenas de cambios sociales que convergen en la
configuración de un nuevo yo. El mercado infinito impulsa la personalización
extrema mediante la customización. La centralidad del estilo de vida, que
sintetiza los consumos materiales e inmateriales, genera un modelo de yo que
aspira a la singularización en su máximo grado. El yo adquiere una importancia
fundamental, sobreponiéndose a las configuraciones sociales en las que se
encuentra inscrito. La vida, en la era del nuevo yo ilimitado, se
sobreentiende, tal y como apunta Bauman, como una obra de arte en la que el
sujeto es un autor. Esta es la clave de la nueva socialidad: mostrar a los
demás el devenir personal resultante de sus propias creaciones. Así se
configura el espacio en el que el selfie prolifera como código central de la
vida.
El selfie es
una actividad dirigida a presentarse en un extraño campo, concepto de la
sociología de Bourdieu, en el que los participantes compiten por el éxito de
sus imágenes personales, que son valoradas permanentemente por otros, mediante
la aprobación por medio del “me gusta”. En este sentido se trata
inequívocamente de una institución arraigada en el presente, de modo que sus
vínculos con otras instituciones centrales son patentes. La evaluación
permanente, la carrera profesional, los perfiles del estilo de vida y el
sinóptico -la institución de mirar-, son
evidentes. En todas estas los sujetos son entidades rigurosamente individuales
que compiten entre sí por el éxito de modo incesante, de modo que el triunfo es
una obligación. Quienes no lo consiguen son expulsados al exterior. Cada uno
trabaja su imagen y la coloca en un me
dio de visibilidad común.
La actividad
de estos esforzados competidores es muy intensa. Tienen que aprovechar todas
las ocasiones, estando permanentemente movilizados para la acción que les
renueve, de modo que puedan obtener ventaja sobre sus competidores. El código
es ganar, de modo que cualquier imagen que muestre una debilidad es descartada.
En las redes imperan los guapos y las guapas sin límites. De este modo
adquieren frente a las cámaras permanentes una gran competencia en el arte de
la exposición. En este sentido se asemejan a los héroes de los medios
audiovisuales, adoptando prácticas de escenificación frente a las cámaras. Los
selfies significan la democratización de la exposición, limitada hasta ahora a
los profesionales de los audiovisuales.
Los
protagonistas de la subsociedad que se funda en mirar y hacerse mirar recordando
la frase de Freud, son personajes que se inscriben en el tránsito permanente
entre las regiones en la vida cotidiana, que tan lúcidamente describe Erving
Goffman. Así adquieren un sentido de la escenificación muy desarrollado. Sus
disposiciones corporales, sus gestos y sus rostros, alcanzan un nivel óptimo en la nueva región más allá
de la frontal y posterior goffmanianas, aquella región en la que el sujeto se
muestra a los demás. Las capacidades para la escenificación y de construcción
de máscaras se desarrollan extraordinariamente en este vigoroso sistema de
relaciones visuales.
Así la vida
adquiere un sentido exterior a la persona. Cada cual tiene que trabajar su
cuerpo, sus posturas y sus retóricas visuales para triunfar en la incesante
competición del mirar y ser mirado. En este mundo no hay pausa, puesto que quien
no se exponga es sustituido por otros rostros objeto de las miradas de los
racimos de relaciones de cada cual. De este modo, este sistema adquiere la
naturaleza de una cruel competición, en la que perder se encuentra prohibido,
generando así sentimientos negativos. Cada cual tiene el deber de acreditar
permanentemente su estado corporal, su perfil y su vida como obra de autor,
entendida como los escenarios y las personas con las que fotografiarse es una
señal de éxito. El arte de maximizar sus potencialidades y ocultar sus puntos
débiles deviene en un arte menor. La movilización para obtener la aprobación
social de los demás, que se renueva cada día, conlleva la conformación de un
sujeto permanentemente abierto al exterior que moviliza las estrategias de
mostrar y ocultar, tal y como lo hacen los gobiernos, los medios, las empresas
y las organizaciones. De nuevo la coherencia de este sistema visual con su
sociedad total.
Pero la
cuestión más importante radica en que, si el código de esta subsociedad es la
personalización extrema, en la que se reafirma la pretensión de que el sujeto
que se hace mirar es único, lo que verdaderamente representa este sistema
visual es una forma de masificación. El sujeto integrado en un sistema de
intercambio de personas tan homologadas como las grandes series de productos
industriales del fordismo. En este sentido la imagen engaña. La configuración
del selfie es similar a la estandarización masiva. Todos trabajan en lo mismo
con idénticos presupuestos. Se trata de seres clonados, cuya vida interior se
encuentra deteriorada por el temor al fracaso. No pocos malestares o incluso
estados patológicos remiten a este extraño sistema en el que disentir es
imposible. Es imprescindible seguir el camino de los demás. Por no pronunciar
la palabra rebaño lo denominaré como la horda visual.
Algunos de
los problemas de la época, así como sus malestares, se encuentran relacionados
con esta horda que interfiere en las instituciones y minimiza las capacidades
intelectivas y emocionales de los seres clonados que la conforman, cuya vida
interior es severamente dificultada en aras a la preparación de su presentación
exterior. La crueldad con los que tienen rostros poco competitivos es patente.
Esta es una cuestión que prefiero no abordar aquí. Pero el cuadro de la época
en la que el cuerpo y el yo se constituyen en divinidades cuestiona los
sentidos del progreso.
Termino
recordando una vieja canción de mi infancia bilbaína, que me enseñó mi
padre. Ignoro la razón de su presencia
ahora en mi cabeza. Dice así
“De colores se visten las flores en la primavera
De colores los pájaros raros que vienen de fuera
De colores es el arco iris que vemos lucir
Y por eso los muchos colores y ricos sabores me gustan
a mí”
Nunca
he visto un selfie en un aula. Este es un signo inequívoco de decadencia de la
institución. Tampoco he ejercido en ninguna red social, por tanto el me gusta o
no me gusta me lo reservo para mi intimidad. Pero ahora voy a hacer una
excepción. Decir del extraño campo en el que los cuerpos compiten en busca de
aprobación conformando las legiones del mirar, lo siguiente: No me gusta.
Cada época tiene sus propias sandeces, antes se enviaban postales, estos gustos pasan de moda afortunadamente el único problema es que la siguiente bobada masificada suele ser peor que la anterior, de todas formas siempre hay alguna faceta positiva en las redes sociales, en mi caso y en el de muchos mas "indignados" pero relativamente ilusionados y posiblemente también ilusos, tenemos unos grupos en el "Facebobo" en los que nos dedicamos a despotricar del gobierno de la mafia y de la oposición que colabora con ellos en el turnismo falaz del sistema y en ellos vamos compartiendo buenos escritos y reflexiones como por ejemplo las tuyas, lo que posiblemente nos ayude a desasnarnos colectivamente unos a otros; "poquito a poco entendiendo" que dirían en Chambao.
ResponderEliminarMi padre era muy aficionado a decir aquello de que no se ganó Zamora en una hora, pero las redes a un pueblo comodón como el que pertenecemos también le están ayudando mucho a reflexionar al personal en la intimidad de su PC o de su tablet o cualquiera que sea su cacharro navegador.
Un abrazo Juan.
Gracias futbolín. En este post no me refiero tanto al intercambio de mensajes, que en muchos casos como el que cuentas es positivo, aunque para mucha gente el whasap es letal pues le hace esclavo del intercambio continuo trivial, lejos de la reflexión en la intimidad del pc como dices
ResponderEliminarMe refiero a la magnitud que ha adquirido la imagen y el desplazamiento hacia el yo. Es terrible la proliferación de las imágenes sin mensaje. Como soy profe soy testigo del efecto devastador que esto tiene para muchos jóvenes que creen que el mundo está ahí como fondo de pantalla.
Un abrazo
Gracias Juan por este post tan lúcido, como siempre. Yo también me he preguntado muchas veces sobre el selfie y la explotación de éste en una sociedad del espectáculo. También, me ha hecho recordar muchas veces en Lipovetsky y en su "Era del vacío" donde el proceso de personalización y la focalización narcisista se ve claramente reflejados en este fenómeno social. Incluso, he pensado sobre tus clases cuando hablabas sobre biopoder...los selfies y la pose "perfecta" para ser "gustado" y la configuración/sometimiento de los cuerpos.
ResponderEliminarPor último, gracias por las notas de humor...
Un abrazo
Gracias Athenea. Lo importante es cuestionar las explicaciones sobre los fenómenos sociales, que hoy hacen directamente las empresas.Un abrazo
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