El mes de junio es el tiempo en que se hace visible el caos académico derivado de la gran involución de la universidad asociada a la reforma de Bolonia. Desde mi perspectiva vivida, me es difícil comunicar la magnitud del desastre de un sistema fundado en paradigmas que entienden que los estudiantes son entes similares a las máquinas. Así, toda la organización de la docencia descansa sobre el requerimiento de respuestas precisas e inequívocas a un ingente número de pruebas mecanizadas correspondientes a las asignaturas infinitas. El alumno es avasallado por un torrente de pruebas vacías de contenido, que son recurrentes y repetitivas, y que lo mantienen en un estado constante de respuesta a los estímulos al día. Así lo saturan y lo vacían, perjudicando severamente a su inteligencia. Todos los procesos confluyen en el mes de junio, tiempo en el que se hacen patentes los efectos del desastre.
Porque aún a pesar de que la denominada “evaluación continua” multiplica las pruebas, inscribiéndolas en la cotidianeidad académica, los exámenes convencionales no desaparecen. Estos, así como las clases y otros elementos del orden académico tradicional, han resistido a la reforma. De este modo, la realidad docente es un mix de viejos y nuevos elementos que conforman la versión actual del taylorismo académico. Los desdichados estudiantes son invadidos por los productos académicos que ellos mismos eligen en el super universitario, para someterlos a un ritmo de producción en el que todas las semanas deben entregar algún trabajo-basura, que es denominado como práctica.
Después de varios meses en una situación que exige ritualmente elaborar productos sin exigencia alguna, el agotamiento es patente. La actividad académica se disuelve para preparar los exámenes. El final de las clases, en las que se alternan clases, actividades de charla y trabajos rituales, alivia a tan desventurados estudiantes, que se preparan para afrontar el esfuerzo final en estas pruebas sobrevivientes a todas las reformas imaginables. Los exámenes constituyen una invarianza inexpugnable que se sobrepone a todos los cambios.
Desde la última semana de mayo comienzan a hacerse presentes en los pasillos, las tutorías y las direcciones de correo electrónico de los profesores, todo un contingente diverso de incumplidores. Se trata de aquellos que se han ido descolgando de la dinámica de la clase y de sus trabajos asociados. Esta población pupula por los pasillos y se comunica mediante los distintos grupos de wasap. En un medio así, es inevitable que se generen interpretaciones, malentendidos, y, en algún caso fantasías, que recorren las redes de esa extraña sociedad secreta de preparadores de exámenes. Para un profesor es una cuestión terrible, pues una parte de su trabajo es desbaratar leyendas falsas que se extienden por los canales de esta subsociedad, que conforma un sótano desde el que es posible interferir las comunicaciones oficiales.
En mi experiencia personal compruebo dos cuestiones inquietantes. La primera es que una parte muy considerable de estudiantes no tienen la capacidad de comprender la información escrita. En las plataformas virtuales están desde el comienzo de curso las informaciones acerca de las pruebas, los contenidos, las lecturas y demás cuestiones que conforman el curso. Me impresionan los cara a cara que se prodigan en junio con clientes que no han entendido una información escita sencilla. La segunda es que una gran parte de los compradores de créditos recurren como fuente de información a la suministrada por sus iguales. Los conflictos de comunicación son a veces desagradables, pues un incauto se encuentra en una situación irreversible al confiar en una información falsa. No se pueden ni imaginar los lectores las cosas que veo en los atormentados meses de junio.
En los últimos días de mayo comienza la comparecencia de los incumplidores múltiples, de los saturados, de los sometidos a calendarios imposibles, de los que tienen que simultanear los estudios con distintas formas de ganar un cuasisalario, así como otras especies académicas. Para un profesor, que ha terminado por tener una relación aceptable con un grupo de estudiantes de cuerpo presente, es una situación inquietante presenciar la aparición de personas y realidades fantasmáticas. En el transcurso del cuatrimestre, algunos estudiantes han recurrido al profesor para solicitar sus servicios, bien para clarificar cuestiones, ampliar perspectivas, explorar líneas o tratar cuestiones de método. Cada vez recurren menos estudiantes para estos menesteres. La mecanización derivada de las guías docentes y sus ficciones termina por desprofesionalizar a los docentes y a los compradores de su servicio.
Pero el mes de junio pone de manifiesto la naturaleza de administrador de actas que ha adquirido este oficio. Todos los sentidos académicos se disuelven la administración de la fábrica de títulos. El sistema educativo en este fatal mes adquiere su peor rostro. Es una máquina de puntuar papeles y trabajos carentes de sentido. No tengo una opinión ingenua del pasado, pero esto es mucho peor. Todavía recuerdo cuando junio era un período de exámenes con una carga burocrática mucho menor, de modo que un docente podía dedicar horas a la lectura de libros atrasados. Ahora somos esclavos de un mecanismo infernal que se apodera de todo nuestro tiempo en tareas fabriles vaciadas de cualquier sentido.
Los incumplidores que comparecen en este mes, se acompañan de las víctimas de la desorganización académica que se funda en la elección de las asignaturas. Como cada cual puede configurarse a medida el paquete de créditos, es imposible ofertar un calendario de exámenes que carezca de incompatibilidades. Así comparecen aquellos que piden ser examinados en otra fecha. Este es un contingente creciente de estudiantes. Este cuatrimestre he llegado a ver a varios estudiantes que tenían que exponer en el aula y pedían ser los primeros porque tenían que exponer en otras aulas en el mismo horario. El caos es colosal y es preciso invertir horas en cuadrar los calendarios de los distintos clientes.
El último tipo de comparecientes en los primeros calores primaverales son los viajeros. En la universidad proliferan los estudiantes adscritos a distintos programas de movilidad. Los tiempos de estos seres inscritos en una movilidad permanente, trascienden el calendario académico. Este cuatrimestre tengo un examen el día 30 de junio en un curso en el que están matriculados muchos erasmus. Así, tengo que atender las peticiones de examinar mucho antes, pues tienen que regresar a sus países. Muchos aprovechan para viajar desde aquí a otros lugares de Andalucía o Marruecos. También las actividades académicas de verano y su sistema de becas, requiere a los erasmus antes del final del período de exámenes del sur.
No pocos estudiantes comienzan este mes las entrevistas de trabajo para obtener un empleo en verano, para convertirse durante uno o dos meses en laboriosos trabajadores que alimentan las estadísticas que sostienen al gobierno y alivian sus economías. En septiembre, cuando comienzan de nuevo los exámenes el problema es inverso. Es el tiempo de los estudiantes locales que marchan a hacer peonadas académicas por distintos países de Europa. La demanda de estos es ser examinados los tres o cuatro primeros días pues no pueden demorar sus viajes ajustados a los calendarios de sus países.
La convergencia de desaparecidos, incumplidores, trabajadores, víctimas del caos académico, viajeros en todas las direcciones y otras especies académicas, convierte el mes de junio en un tiempo intenso de trabajo burocrático ajeno al rendimiento académico. Es extremadamente perverso el zoco académico que ha generado la reforma en curso de la universidad. La remodelación del papel del docente es de gran calado. Ahora somos algo parecido a los agentes fronterizos que controlan los flujos de las poblaciones flotantes. Personalmente lo vivo como un gran desastre. Lo que más me inquieta es el silencio y la no respuesta de los antaño profesores, ahora convertidos en empleados de esta extraña fábrica de méritos.
Concluyo introduciendo un factor adicional. Se trata de una ambigüedad en el desempeño de un profesor. El servicio que prestamos lo hacemos en las actividades presenciales, pero también on-line. Mi correo electrónico este mes es un espacio en el que concurren distintas categorías de ausentes. En este cuatrimestre ha habido días en los que comparecen veinte o más mensajes. Así se crea una inquietante doble realidad. Prefiero tratarlo a fondo en otra ocasión. Ahora solo un ejemplo. Hace unos años, a mediados de agosto, recibí un mensaje de un alumno con el que tenía buena relación y que había suspendido la asignatura. Me decía que estaba en Edimburgo disfrutando de una beca de verano y que no tenía materiales para preparar el examen, pues llegaba a Granada dos días antes del mismo. También me advertía acerca de la necesidad de aprobar, pues era un requisito para disfrutar la beca siguiente que ya tenía concedida. Le contesté diciendo que no tenía dinero, pues en caso de diálogo, estaba persuadido de que me pediría dinero para el billete de avión.
Las decisiones académicas están condicionadas por numerosas situaciones de coacción que los docentes ocultan. Quedan todavía doce días de este extraño mes. Pienso en inevitablemente Kafka y en otros críticos de la burocracia. Esta versión impide estudiar a los alumnos y a los profesores desprofesionalizados. Estamos haciendo otras cosas ajenas a la tarea de un universitario. Se agradece cualquier comentario de los atribulados docentes, pues así nos aliviamos de los efectos de ser gobernados por brutos.
Dos textos con miga:
ResponderEliminarLa retórica e ideología de la excelencia y la cuantitocracia no puede más que expulsar la reflexión y la investigación crítica.
http://elpais.com/elpais/2013/01/17/opinion/1358431523_646350.html
Me encanta el concepto de "competencia ludópata", que genera mediocres compulsivos preocupados por ser excelentes antes de poner un ápice de entusiamo y entrega por el saber y la investigación misma de su trabajo. La paperización.
http://laberintodelaidentidad.blogspot.com.es/2016/06/el-espacio-educativo-en-disputa.html
Saludos Ana Mª
Gracias Ana Mª por tu aportación. Sí, ideología de la excelencia, cuantitocracia, competencia ludópata, paperización y otros efectos perversos. Un amigo mio habla de papirolatría. De acuerdo en que esta conversión del saber en productos disuade a los aprendices de entrar en la cuestión. La palabra entusiasmo me parece exagerada
ResponderEliminarSaludos