La celebración del quinto aniversario del 15 M muestra prístinamente el tránsito entre un acontecimiento político y social de gran impacto y su reapropiación por el sistema político-mediático, que continúa ejecutando el proceso de desposesión a distintos sectores beneficiarios de la expansión económica, cerrando así el ciclo político iniciado el 78. El último acto tiene lugar en la misma Puerta del Sol, en la que se asienta un plató de la televisión que convierte a los congregados en espectadores de la prodigiosa reconversión del acontecimiento en un componente del espectáculo de renovación de las élites políticas y sus retóricas visuales y orales. El 15 M es insertado en el orden mediático, lo que implica su inversión, para ser convertido en un fragmento de la historia oficial.
El plató fue instalado en el centro de la plaza, en el que unos cientos de personas increpaban ritualmente a los actores del espectáculo. El cuadro era patético y remitía a la célebre frase de Marx acerca de que la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. La energía prodigiosa del 15 M; su carácter generador y autoorganizativo; su significación inequívoca de acto de la toma de la palabra de los relegados; la aparición de los invisibilizados del subsuelo social y mediático del que fue testigo la plaza, deviene en su contrario. Ana Pastor representa el formato mediatizado de una conversación severamente construida según las reglas audiovisuales y restringida a los pocos actores de las cúpulas políticas. Una conversación de pocos, pero que es mirada-escuchada por muchos pasivos. El plató se erigía en símbolo de la regresión democrática que se expresa en las tensiones artificiales que produce el inexorable cumplimiento del guion de la desposesión, que son relatadas en los platós ante la mirada distante de las poblaciones penalizadas consumidoras ahora de ficciones político-mediáticas.
La realidad formidable de los cuerpos concentrados, de la creatividad, de la energía producida, de la heterogeneidad y multiplicidad, de la ausencia de jerarquías, de la prodigiosa espontaneidad, de la reversión de las instituciones y de la autoorganización, se disipa en esta reversión, en la que el acontecimiento es arrancado de su contexto y reconstituido como un discurso icónico que termina por remitirse a sí mismo, evacuando los sentidos sociales que fueron inventados en las plazas. El plató simbolizaba la recuperación de la palabra por parte de las élites promotoras de la desposesión, de sus acompañantes, así como los recién llegados al nuevo espectáculo, devenidos en comandantes icónicos, portadores de las alternativas en el espacio ficticio de las imágenes, los sondeos y otras simulaciones que conforman a las personas como parte de las audiencias en el espacio artificial de la televisión y las redes.
Cinco años después, en las plazas reina el orden, en el que adquieren especial preponderancia las máquinas mecánicas que albergan a los seres móviles que se deslizan por las infinitas rutas urbanas. Entre estas máquinas y los peatones se interfieren los semáforos. Los trayectos peatonales están presididos por finalidades. Todos se encuentran de paso, para, como dijo el presidente Rajoy sintetizando acertadamente la cuestión, lo importante es “hacer cosas”. En alguna de las plazas se asientan efímeramente algunos contingentes de poblaciones desechadas por los imperativos de la productividad y la consumatividad, que están allí sin una finalidad explicitada. Todos ellos desfilan bajo la mirada de las cámaras de seguridad que representan el valor creciente de la misma en tan misteriosas sociedades.
La versión mediática del 15 M constituye una gran metamorfosis que trastoca sus sentidos y devalúa a sus protagonistas. Estos se han diseminado en bifurcaciones múltiples. Algunos se encuentran esparcidos por el sistema-mundo, ejerciendo la autoría de un nuevo guion en el que se sintetiza la sobrevivencia, la espera, el trabajo o la cualificación. Otros protagonizan múltiples microiniciativas locales, que construyen un fértil campo que abre un camino al futuro. También aquellos conectados con los universos políticos que se fundan en el 15 M y los que nutren distintos movimientos sociales y causas sociales. No pocos han regresado a la vida ordinaria, en la que incuban, en las audiencias o las redes, la esperanza de un cambio en la dirección del propuesto por el 15M.
Los participantes en los acontecimientos de las plazas y sus extensiones eran personas activas que desarrollan múltiples iniciativas en un horizonte de esperanza. En este tiempo generaron múltiples prácticas sociales, situaciones compartidas, relaciones y canales vivos de comunicación. En la versión mediática presente las personas son convertidas en aplaudidores de los actores restringidos que protagonizan la realidad mediática: los políticos, los expertos; los periodistas, los tertulianos y sus séquitos acompañantes. En el orden comunicacional que se encuentra tras las pantallas, reina un realizador que conduce el espectáculo. Así, los espectadores-aplaudidores obedecen a las conminaciones del realizador. Las estatuas que conforman la escenografía televisiva movilizan sus manos para aplaudir, cuando estas son requeridas para la regulación de las emociones.
El espectáculo de la política que ponen en escena las televisiones se funda en la falacia del ciudadano. Este es elogiado como portador inequívoco del bien y la verdad. Sin embargo, es relegado a la fantasmática condición de unidad muestral, que antecede al día grande en el que adquiere la condicción de votante, tras la que retorna al estado de espera para ingresar en otra muestra. La encuesta es lo contrario a una conversación. Las preguntas y las respuestas están programadas por los realizadores del estudio. La conversación para persuadir a las unidades muestrales que votan en el día grande la jornada electoral los excluye integralmente. Así adquieren su condición de sujetos estimulados, conducidos y seducidos.
La función del 15 M que se representó en la plaza fue dirigida por Ana Pastor. Esta periodista lleva al límite la ficción del ciudadano como ser racional decisor dotado de virtudes cívicas. Esto le permite arrogarse la función de representarlos frente a los políticos, erigiéndose así en una figura equivalente a un juez severo. La periodista-justiciera despliega distintos golpes de efecto audiovisuales, que representan la puesta al día de la versión clásica del “Zorro”, figura mitológica que se rebela frente al poder perverso para restaurar la situación del poder bueno. El argumento de los ciudadanos en estado de santidad, diseminados en las autopistas de las encuestas y votantes por un día, carentes de representación en el sistema político, es patético. Así puede arrogarse su representación en la función televisiva. Esta es una gran perversión del sistema audiovisual que produce una catarsis política fundada en la ficción.
El día del quinto aniversario del 15 M, se representó en la plaza una simulación mediática de este acontecimiento, en el que la princesa de los mudos, de la humanidad que solo puede decir mucho-bastante-poco-nada o sí-no-nosé, se reapropiaba del mismo, en el espacio físico y simbólico del evento y relegando a los nostálgicos presentes a la condición de gentes de grada, privados de voz pero con capacidad de manifestar sus sentimientos y emociones. Así se ofreció un espectáculo inédito, en el que el público-estatua no estaba subordinado a las órdenes imperativas del realizador. Por lo menos espero que alcanzase una audiencia considerable.
Mientras tanto, las autoridades europeas globales se disponen a imponer nuevas restricciones para continuar por la senda de la desposesión, al tiempo que se multiplican los casos de corrupción dando lugar a una explosión cleptocrática que adquiere la forma inequívoca de gran saqueo. Pero su relato televisivo implica su recepción en una situación de saturación de los esforzados ciudadanos-espectadores, cuyas mentes y sentidos castigados por el exceso de flujos mediáticos críticos, no discriminan en la valoración de la actual situación de convergencia de corrupciones, que significa inequívocamente un salto en la situación. Si no se produce una respuesta a esta situación de excepción, será una tragedia cuando los aplaudidores descubran que los milagros no se encuentran en el horizonte. Menos mal que dentro de unos años se pueda hacer una serie de televisión homóloga a “Cuéntame cómo pasó”.
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