Javier Arenas es un dirigente histórico del PP. Ha desempeñado múltiples responsabilidades en el gobierno y en el partido en distintas etapas. Pero su perfil más relevante ha sido el de ser el candidato eterno a presidir la Junta de Andalucía. Desde principio de los años ochenta fue ubicado en la sala de espera de la presidencia de esta anhelada institución. Según el pronóstico fundado de los expertos en ciencia política y sistemas electorales la alternancia en el gobierno era ineludible, solo quedaba saber cuándo se produciría. Pero el paso de los años confirma Andalucía como excepción fatal para don Javier, que confirma que lo único que se modifica son los sucesivos presidentes rivales en una secuencia temporal eterna.
Los primeros años ochenta fueron muy duros para la oposición pepera. El pesoe se sustentaba en un poder muy arraigado, derivado del acontecimiento de diciembre del 77, que movilizó a la sociedad andaluza para conseguir la autonomía homologada con las de las comunidades históricas. La energía formidable de esta movilización social generó unas energías políticas vigorosas que alimentaron los primeros gobiernos y parlamentos. El pepé estaba marcado por su obstrucción a la autonomía naciente. Así reforzó en el imaginario colectivo andaluz su identidad histórica que lo situaba en un pasado, ahora entendido como oscuro. Hacer oposición en esta situación era un asunto muy complicado, a pesar de la rectificación de su discurso y su realineamiento en las filas de la autonomía. Fueron años duros para el pepé, cuya esperanza de remontar la situación, se encontraba bajo mínimos y ubicada en un futuro lejano.
Con el paso de los años las energías y los carismas fundacionales se fueron disipando. Los sucesivos gobiernos del pesoe asumieron su ventaja y fortalecieron sus alianzas con las fuerzas empresariales, dando lugar a un verdadero gobierno de partido único con escasos contrapesos. Así capitalizaron las transformaciones de las infraestructuras y las expansiones de los sistemas públicos de servicios. Los efectos del crecimiento económico y la integración en Europa fueron capitalizados por los sucesivos gobiernos. Este crecimiento creó una narrativa de modernización en la que también el pepé se encontraba en el margen. La expansión de las administraciones y los ayuntamientos propiciaron el desarrollo del pesoe, que controlaba todos los espacios y mediante el gobierno ejercía un verdadero monopolio político.
Tras la Expo de Sevilla del 92 el desgaste del pesoe estatal era manifiesto, así como el ascenso del pepé. Estos fueron buenos años para Arenas, en tanto que compartía la esperanza de su partido acerca de su aterrizaje final en el gobierno estatal y los autonómicos. El deterioro del pesoe se hacía manifiesto con su retroceso en las zonas urbanas, así como en la declinante capacidad de las renovadas élites de gobierno de segunda generación, despojadas del carisma originario. La ilusión renace tras los largos y oscuros años de relegación, en los que el partido en Andalucía solo congrega a los afiliados de acreditada fidelidad. Una parte considerable de su base social natural se posiciona pragmáticamente en relación con el gobierno permanente.
Es en estos años esperanzados en los que don Javier renace y desarrolla una intensa actividad parlamentaria y social. La nueva situación le estimula a imaginarse como próximo presidente. Así comienza a pensar en el nuevo gobierno y la administración. En ese ambiente optimista comienza a ofrecer conserjerías y puestos directivos en la administración y las empresas públicas a empresarios, periodistas, profesores universitarios, profesionales destacados, expertos, artistas múltiples, sindicalistas y otras gentes estimuladas por esta posibilidad. De este modo deviene en un netócrata que alimenta una red fundada en la ambición. El problema es que los intercambios sobre los que se constituye son extremadamente frágiles, en tanto que la moneda de don Javier es la promesa a sus interlocutores de un lugar privilegiado en el organigrama sin fin que porta en su cabeza sobre el gobierno de la nueva Andalucía.
Su estilo personal se encuentra determinado por su origen social. Algunos empresarios agrarios andaluces son campechanos en el trato con las distintas personas que conforman su red personal. En las relaciones cara a cara es menester expresar inequívocamente la diferencia de posición. Así, don Javier obsequia a todos sus posibles colaboradores en la maquinaria de gobierno que lleva en su cabeza con la cordial condición de “campeón”. A todos les saluda y despide como a los campeones. Pero, al tiempo, la jerarquía queda claramente expresada mediante su tono firme. Lo que verdaderamente comunica es “yo te voy a hacer campeón”. La combinación entre la distancia social y la asunción de la máscara campechana es una verdadera obra de arte en los altos dirigentes del pepé de la época. Porque en Andalucía, el origen rural de las élites implica el uso de una ropa informal muy sofisticada, en la que se encuentran presentes las huellas de la noble caza y la supervisión de las tierras, en la que no es factible el traje y la corbata.
En esos años se convierte en un dispositivo netocrático de distribución de posiciones altas en el futuro. El problema radica en la acumulación de candidatos investidos por el gran Arenas en diferido. Pero el paso del tiempo y los sucesivos ciclos electorales sancionan a un pesoe fortificado y enfeudado en la Junta, que detenta como monopolio virtual. La perspectiva del recambio o la alternancia se va disipando. Así se queda en inferioridad frente a sus subordinados den el partido que consiguen alcaldías o los colegas estatales que conquistan el gobierno y la mayor parte de las autonomías. Así, su ascendencia en el partido es vertiginosa, llegando a ejercer como ministro en sucesivos gobiernos de Aznar, en la convicción de que su imagen mediática se fortalecerá para conseguir la última autonomía. Don Javier imagina su triunfo en términos análogos a los Reyes Católicos cuando en 1492 consiguen el control de Granada.
El sufrimiento de Arenas en los años de expansión es manifiesto. Articula una convergencia de facto con Izquierda Unida en lo que se denominó como “la pinza”. Pero esta no tuvo los efectos electorales que se le atribuían. Pero lo peor es que cuando habla en el Parlamento es calificado de “perdedor”. El mismo argumento esgrimido por las clases altas, ahora reforzado por el huracán neoliberal, que estriba en la victoria como condición inexcusable, es utilizado contra él por los impostores que detentan el gobierno durante tan largo tiempo.
No obstante, la peor de las humillaciones es perder contra contendientes tan débiles como los asentados sobre la maquinaria de la Junta en los años noventa. En particular, un hombre de carisma cero como Manuel Chaves, ausente de la dirección del gobierno, que funciona intermitentemente con una energía de baja intensidad y orientado a su propia familia, arribada a las distintas instancias de la Junta, con la excepción de sus hijos Paula e Iván que se orientan más a las empresas privadas, conformando el sector emprendedor de la familia. Perder con un contendiente así tiene que ser embarazoso y dejar una huella en la subjetividad.
Don Javier se convierte en un espectador petrificado de los gobiernos regionales que transitan durante más de treinta años por Andalucía. Los cuatrienios de oposición que acumula lo constituyen en un opositor acreditado. Sus capacidades se fundan, además de su larga experiencia, en que conoce perfectamente las formas de gobierno que practica el pesoe, en tanto que es un discípulo aventajado de las élites de gobierno españolas que el mismo representa. El uso intensivo de la televisión, los intercambios con la prensa, la expansión del estado mediante la multiplicación de los espacios no regulados por oposiciones, la instalación de sus huestes en todos los huecos, el control del intercambios con la esfera privada, la colonización de las instituciones y el sector público.
El largo camino opositor implica la aparición de nuevos interlocutores derivados del desgaste inexorable de los gobiernos autonómicos, consecuencia de la crisis, la corrupción y el mal gobierno. El lema de la narrativa de la Andalucía triunfal, la segunda modernización, es enterrado y reemplazado por el silencio. Pero esta situación no redunda en su victoria electoral, sino que por el contrario se empiezan a evidenciar los impactos en el territorio andaluz de la corrupción en el estado derivadas de las actuaciones de las élites de su partido. Así se configura una competición entre la gurtel, los eres, los cursos de formación y los escándalos de las ciudades andaluzas gobernadas por sus compañeros de partido. Dos ciclos políticos se ensamblan fatalmente sobre el eterno candidato.
Así, es sustituido como cabeza de cartel por uno de sus colaboradores. Es el comienzo de un proceso de sustitución en el que es inevitable la aparición de una versión del asesinato del padre. Su sucesor, tan modosito y dependiente, terminará inexorablemente por impulsar una nueva etapa, acompañada por una narrativa que relega mediante su presentación como huérfano. Aquellos miles de campeones que sustentaban los intercambios se dispersan por otros territorios en busca de compensaciones más sólidas y fundadas. Ahora es percibido como alguien que no puede cumplir sus promesas. Así la gran red constituida en los años de espera se desanuda y corroe. No hay peor cosa en la vida que los sentimientos de los despechados, más intensos cuanto más próximos. Sólo le queda el sueño de que se produzca alguna versión de gobierno a distancia para reposicionarse en su tercer ciclo histórico en una situación mejor. Pero el peso de los largos años de opositor sin esperanza, tienen consecuencias equivalentes a aquellos largos noviazgos de antaño, que consumían los años de juventud en espera de la consumación. Cuando esta llegaba el beneficiario se encontraba desfondado. El diferido es el signo que marca la vida de este prohombre andaluz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario