DERIVAS DIABÉTICAS
La consulta médica es una instancia en donde se produce una relación de asimetría entre las partes que la integran. El médico desempeña un papel de experto frente al paciente, adquiriendo así una preponderancia incuestionable. En el caso de las enfermedades crónicas, y la diabetes en particular, en algunos casos se erosiona esta asimetría en el curso de la enfermedad. Pero no todos los pacientes son iguales, tal y como se entiende desde el enfoque biomédico, que etiqueta a los enfermos según su diagnóstico. Por el contrario, los pacientes detentan distintos capitales económicos, sociales y culturales, de los que resultan distintos grados de asimetría en la relación asistencial, que se derivan de la magnitud variable de la distancia sociocultural entre ambas partes.
Las condiciones de vida de los enfermos son determinantes en la percepción y valoración de los problemas derivados de la enfermedad. La vivencia sentida de los efectos negativos es variable. Quienes ocupan posiciones sociales más elevadas, manifiestan una mayor sensibilidad a las limitaciones impuestas por la enfermedad, se encuentran en un estado de alerta frente a la aparición de problemas y son más afectados por estados psicológicos negativos en las fases de desestabilización. Por el contrario, quienes detentan condiciones de vida más desfavorables, tienden a aceptarlas en coherencia con su situación personal. Cada paciente construye sus estándares por comparación con las condiciones específicas de su vida. Los umbrales de sensibilidad y tolerancia de problemas son muy diferentes.
Estas diferencias en la percepción y valoración del estado de la enfermedad y los problemas asociados determinan un uso muy diferenciado de los servicios. Los pacientes ubicados en posiciones medias y altas toman iniciativas para resolver sus problemas, intensificando los consumos médicos. Buscan información sobre la oferta médica y acuden a distintos servicios complementarios, conformando itinerarios asistenciales múltiples. Por el contrario, los pacientes que se desenvuelven en condiciones peores, son más conformistas respecto a su tratamiento y aceptan las definiciones de los médicos en las revisiones periódicas, recurriendo a acciones complementarias solo a petición de estos.
La explosión de la infoesfera médica con respecto a la diabetes afecta a todos los pacientes. La multiplicación de informaciones, detección de problemas asociados, tratamientos, medicamentos, novísimas soluciones terapéuticas, pronósticos, consejos expertos, prescripciones sobre la alimentación, el ejercicio, el sexo y todas las cuestiones de la vida, presentación de casos prodigiosos y otros remedios, conforman a la población diabética como un continente sitiado por el complejo de industrias y expertos, que instituyen lo que me gusta denominar como el “cerco mediático de la medicalización”.
La sobrecargada y espesa infoesfera de la diabetes, se sobrepone a la asistencia fusionándose con ella, afectando de forma diferencial a los pacientes. El entorno informativo se hace presente en la consulta como un espectro inevitable. Lo que es común a todos es la desmesurada dimensión que adquiere la etiqueta diabetes, más por el interés del complejo industrial y profesional que lo trata, que como problema de salud pública. Los códigos de este dispositivo se alimentan del precepto dominante de la época, que es el espíritu positivo. Pero su efecto en los pacientes es más bien negativo. Para los de las clases medias y altas estimula su activismo en busca de soluciones a todos los problemas percibidos. Así debilitan sus defensas psicológicas frente a la adversidad inevitable de la enfermedad. Para los que se encuentran en posiciones de desventaja social y cultural, una de cuyas dimensiones es la debilidad cognitiva, que refuerza la sobrecarga informativa, los sumerge en un estado de confusión y saturación ante el torrente de soluciones propuestas en este flujo de comunicaciones positivas que multiplica las ilusiones y las ficciones.
Pero es en la consulta en donde se hacen patentes las diferencias entre los pacientes. En esta, la preponderancia del médico determina la inevitable imposición de su sistema de significación, referenciado en la medicina científica. En este contexto, se establece una metacomunicación que se encuentra fijada por la distancia sociocultural existente entre la cultura del paciente y del profesional. Los lenguajes profesionales se asocian a una formalización de sus relaciones que produce un contexto unitario de significación. Este es accesible para el paciente si posee un grado medio o alto de educación formalizada, que se encuentra familiarizada con la cultura científica general. Quienes carecen de esta educación se encuentran con una barrera de gran envergadura.
No se trata solo de su aptitud para verbalizar la situación, sino de su competencia para organizar la información que proporcionan. La capacidad de hacer una cronología, priorizar presentando el núcleo de la cuestión y su valoración es fundamental. El capital cultural es determinante para organizar la experiencia vivida y dotarla de unidad y sentido. Así, los pacientes detentadores de un capital cultural elevado, construyen un esquema referencial personal, esto es un núcleo relativamente estable mediante el que perciben, interpretan, valoran y acomodan la información nueva. Por el contrario, quien carece de este no integra bien las informaciones nuevas y es víctima de la fragmentación de los mensajes recibidos.
Las capacidades cognitivas radican en los hábitos mentales, las categorías de pensamiento, la competencia lingüística derivada de los léxicos y las sintaxis. La distancia social en la consulta es el resultado de estos factores. De este modo, las asimetrías en la relación de consulta se ven paliadas o acrecentadas por estos componentes variables. Ciertamente, en las conductas de los pacientes intervienen otros factores, lo que posibilita que algunos enfermos con capital cultural alto, tengan comportamientos que se inscriben en lo autodestructivo, así como a la inversa.
El resultado de este diferencial de capacidades cognitivas influye decisivamente en los resultados de la comunicación en la consulta. Los pacientes con menor capital cultural intensifican su dependencia del médico, bien desarrollando comportamientos regidos por la obediencia monacal, bien manipulando la relación o repitiendo frases del repertorio profesional. Por el contrario, pacientes con mayor capital cultural tienden a adquirir mayor preponderancia en la relación mediante la formulación de sus propias preguntas, la exigencia de respuestas precisas y la recepción activa de la aportación del profesional.
En una enfermedad crónica como la diabetes, la cuestión fundamental estriba en interrogarse acerca de los resultados de la alta frecuentación en las consultas médicas. Esta relación intensa ¿beneficia el aprendizaje cultural, reforzando las capacidades de los pacientes, o, por el contrario, refuerza la dependencia y la delegación en el profesional?. Aquí radica el meollo de la asistencia a los pacientes diabéticos y conforma sus misterios. En términos generales se puede afirmar que el aprendizaje cultural de los pacientes es extraordinariamente bajo. Las consultas no son, en general, instancias que fortalezcan a sus visitantes incrementando sus capacidades de conducción de su enfermedad. El agujero negro de la vida desplazada, tal y como he analizado en este blog, refuerza esta carencia.
El vacío de formación se compensa con eso que se denomina como educación para la salud, cuya versión en este caso es la educación diabetológica. Esta se entiende como trasferencia de información científica a los pacientes. Mi posición con respecto a esta supuesta educación siempre ha sido muy crítica. Los principales argumentos están en este texto. Entiendo que la educación es una cuestión general que afecta a la totalidad de las capacidades intelectivas, emocionales y relacionales de un sujeto. Estas son indivisibles. Luego la multiplicación de las educaciones parciales se encuentra condenada al fracaso, que se evidencia con el paso de los años. La disponibilidad de más información científica no siempre mejora las prácticas de los pacientes.
La cuestión fundamental es la consulta. Esta es la instancia que puede fortalecer o debilitar las capacidades de los pacientes. En el caso de que constituya una experiencia puede contribuir al crecimiento de las dos personas que se encuentran. En caso contrario deteriora a ambos. Siento tener que decirlo tan claro, pero en la consulta actual, tal y como está diseñada, el paciente es considerado como un objeto sobre el que se ejerce un saber y una terapéutica. Esta situación es aliviada mediante una relación cordial en la mayoría de los casos. Pero la forma de operar es altamente mecanizada. La información que proporciona el paciente se subordina a los resultados de las pruebas. Estas son quienes definen las actuaciones. El médico, en el mejor de los casos, intenta obtener el acuerdo activo del paciente en el tratamiento fijado.
En el caso de los pacientes con escaso capital cultural, el médico tiende a recompensar la obediencia en una relación muy directiva. Con los pacientes con mayor capital cultural la relación se reconfigura, en tanto que formulan interrogantes y problemas que es preciso considerar. De este modo, las asimetrías variables comparecen en la consulta y segmentan la asistencia a los pacientes diabéticos. La complejidad de las situaciones que estoy planteando, terminan produciendo tensiones, malestares no siempre perceptibles, microconflictos latentes y fugas a otros profesionales en busca del grado de asimetría adecuado para cada uno. Así se conforma un contingente de pacientes en busca de su par profesional que responda a sus aspiraciones. Esta deriva de viajeros en busca de su tratamiento escapa a las estadísticas del sistema.
El reverso de estos flujos humanos en búsqueda de médico, es la masa de pacientes resignada a la asimetría en grado máximo a la que son sometidos. Esta es la mayoría conformista que es escrutada para obtener medidas cuyo valor se compara con los estándares establecidos. En el mejor de los casos, estas operaciones son ejecutadas con amabilidad, aunque en muchos casos no es así. De este modo, la asistencia adquiere la coherencia de un proceso industrial de tratamiento de cosas. El terrible recuerdo de un grupo de diabéticos, formados en una cola, en espera de una prueba oftalmológica, con la documentación en la mano y siendo requeridos a esperar en silencio, mientras nos amenazaba con las consecuencias fatales de nuestra enfermedad, vuelve a mi memoria como pesadilla. Esta fue una experiencia de asimetría infinita.
sábado, 30 de abril de 2016
miércoles, 27 de abril de 2016
PODEMOS DESPUÉS DE LA PRIMAVERA
La vertiginosa ascensión de Podemos en los dos últimos años representa su propia primavera, en la que ha mostrado su potencialidad, suscitando esperanzas acerca de la renovación de la izquierda y la factibilidad de que los intereses de los sectores sociales penalizados por la gran reestructuración neoliberal en curso puedan ser representados en las instituciones políticas. Pero, si se analiza el proceso de Podemos en el último tiempo, se puede constatar que algunas cuestiones que hace tan solo un año estaban abiertas como interrogantes, se empiezan a cerrar inquietantemente tras su ascensión a los cielos políticos y mediáticos.
La emergencia de Podemos en las pantallas de las televisiones y su conexión con grandes sectores huérfanos de representación política, puede ser considerada como un acontecimiento político que rompe las simetrías de las vetustas instituciones políticas nacidas en el 78. El grupo de dirigentes que comparece en las pantallas aporta un discurso político nuevo y redefine lo que parece posible, más allá del fatalismo asociado a las posiciones de las demás fuerzas políticas de la izquierda. En este sentido es protagonista de un terremoto político que modifica las posiciones de todos los partidos y los medios de comunicación.
Esta emersión política suscita distintos interrogantes acerca de su naturaleza. La más relevante radica en determinar si se trata de un proyecto político de izquierda nuevo, que trascienda a los viejos partidos comunistas sobrevivientes al derrumbe de los estados de lo que se denominó como socialismo real. Estos partidos y las formaciones políticas asociadas a los mismos, detentan un modelo que conserva algunos de los rasgos más importantes de su código genético incubado en el tiempo histórico de su fundación. De ahí su crisis permanente, en tanto que se encuentran desconectados del contexto histórico vigente. Por encima de sus contingencias, se trata de proyectos políticos orientados a la supervivencia, y por consiguiente, funcionan referenciados en un conocimiento obsoleto que limita su energía y renovación al convertirse en un conjunto de dogmas congelados y ajenos a las realidades vigentes.
El riesgo de que tras su impetuosa irrupción, Podemos se configure como una nueva versión de la izquierda comunista convencional que sobrevive en un medio adverso, es patente. La principal cuestión estriba en el hiperliderazgo de Pablo Iglesias, que comienza a ser alarmante. El supersecretario general ejerce su función en forma de monopolio, de modo que relega al núcleo de dirigentes estatales al papel de escoltas, que las televisiones refuerzan en la selección de sus imágenes. La construcción mediática de su superliderazgo se ensambla con la tradicional consagración del secretario general en una organización de la izquierda comunista del siglo XX. La personalidad de Pablo refuerza este proceso de santificación política incompatible con cualquier experimento democrático en una sociedad del siglo XXI.
Pero la cuestión fundamental del devenir de Podemos radica en su evolución hacia un modelo en el que se sobrepone la homogeneidad de la organización. Esta contrasta con la heterogeneidad derivada de las condiciones y subjetividades de las bases sociales asociadas a su proyecto. La multiplicidad y variedad existente en los círculos de la primera versión deviene en una homogeneización singular que descansa sobre la acción implacable del novísimo aparato, que controla la red digital en la que se votan sus propuestas. En el último año el aparato privilegia su anclaje en los distintos territorios en detrimento de los círculos ignorados, degradados e invisibilizados. Estos son entendidos como contingentes de una infantería de apoyo en los procesos electorales que se dirimen en las pantallas.
El proceso de homogeneización y de la preponderancia del aparato se ha puesto de manifiesto en la pasión y muerte política de Iñigo Errejón. Su desplazamiento se ha producido con formas que remiten al libro de Vázquez Montalbán de “asesinato en el comité central”. El silencio sepulcral acerca de las diferencias, su desaparición física y mediática, el cese del secretario de organización y el regreso sancionando su relegación, remiten a un pasado autoritario inaceptable. Este es un síntoma fatal de la evolución de la organización que responde más a su código genético que a las condiciones políticas y sociales de su entorno. Este episodio me ha hecho recordar a los antiguos kremlimnólogos, que leían en los acontecimientos públicos las señales que podían remitir a cambios en las relaciones entre las personas del núcleo dirigente de tan monolítico poder fundado en el secreto.
Este proceso de conversión en una organización cada vez más monolítica tiene como consecuencia su estancamiento territorial que augura una reversión electoral. La ausencia de iniciativa de Podemos en las distintas autonomías es manifiesta. Con la excepción de Madrid, Cataluña basada en el tirón de Ada Colau, y alguna otra, las versiones regionales están agarrotadas, careciendo de iniciativa propia. La preponderancia de la acción mediática y parlamentaria actúa como un factor de congelación de la acción política. Cuando las direcciones regionales toman iniciativas son desplazadas por el nuevo aparato, que las elimina en la convicción de que el electorado local responde principalmente a las actuaciones mediáticas de sus líderes, en especial del supersecretario general.
La acumulación de apoyo electoral derivado de las actuaciones mediáticas contrasta con la debilidad de relaciones con los movimientos sociales. Estos se entienden como localizaciones para las cámaras de las televisiones que alimentan el guion de las narraciones político-mediáticas. La prioridad que se atribuye a la acción en las instituciones representativas relega a los movimientos. Estos declinan por la esperanza suscitada en una victoria electoral de lo que se denomina como “las fuerzas del cambio”. De este modo, el suelo se disipa y el incuestionable apoyo electoral se eleva hacia las nubes, para confirmar que todo lo sólido se puede disolver en el aire. De ahí resulta una burbuja política en riesgo de explosión.
La convergencia entre la homogeneización del aparato, la centralización, la mediatización, el hiperliderazgo y la elevación sobre el suelo de los movimientos sociales, constituye un dilema que configura el futuro de Podemos. Tanto las experiencias de los ayuntamientos del cambio como el estancamiento de las distintas mareas, remiten a una reflexión acerca de la estrategia en los próximos meses. El posible desenlace fatal del proceso político, con la configuración de un gobierno PP-Ciudadanos, remite a un cuadro político en el que las supercompetencias y superpoderes míticos del grupo de dirigentes devenidos en comandantes providenciales que anidan en el olimpo electrónico de las pantallas, resultarán insuficientes para construir una oposición asentada sobre el suelo y que recupere la esperanza, erosionada por un nuevo gobierno conservador.
La emergencia de Podemos en las pantallas de las televisiones y su conexión con grandes sectores huérfanos de representación política, puede ser considerada como un acontecimiento político que rompe las simetrías de las vetustas instituciones políticas nacidas en el 78. El grupo de dirigentes que comparece en las pantallas aporta un discurso político nuevo y redefine lo que parece posible, más allá del fatalismo asociado a las posiciones de las demás fuerzas políticas de la izquierda. En este sentido es protagonista de un terremoto político que modifica las posiciones de todos los partidos y los medios de comunicación.
Esta emersión política suscita distintos interrogantes acerca de su naturaleza. La más relevante radica en determinar si se trata de un proyecto político de izquierda nuevo, que trascienda a los viejos partidos comunistas sobrevivientes al derrumbe de los estados de lo que se denominó como socialismo real. Estos partidos y las formaciones políticas asociadas a los mismos, detentan un modelo que conserva algunos de los rasgos más importantes de su código genético incubado en el tiempo histórico de su fundación. De ahí su crisis permanente, en tanto que se encuentran desconectados del contexto histórico vigente. Por encima de sus contingencias, se trata de proyectos políticos orientados a la supervivencia, y por consiguiente, funcionan referenciados en un conocimiento obsoleto que limita su energía y renovación al convertirse en un conjunto de dogmas congelados y ajenos a las realidades vigentes.
El riesgo de que tras su impetuosa irrupción, Podemos se configure como una nueva versión de la izquierda comunista convencional que sobrevive en un medio adverso, es patente. La principal cuestión estriba en el hiperliderazgo de Pablo Iglesias, que comienza a ser alarmante. El supersecretario general ejerce su función en forma de monopolio, de modo que relega al núcleo de dirigentes estatales al papel de escoltas, que las televisiones refuerzan en la selección de sus imágenes. La construcción mediática de su superliderazgo se ensambla con la tradicional consagración del secretario general en una organización de la izquierda comunista del siglo XX. La personalidad de Pablo refuerza este proceso de santificación política incompatible con cualquier experimento democrático en una sociedad del siglo XXI.
Pero la cuestión fundamental del devenir de Podemos radica en su evolución hacia un modelo en el que se sobrepone la homogeneidad de la organización. Esta contrasta con la heterogeneidad derivada de las condiciones y subjetividades de las bases sociales asociadas a su proyecto. La multiplicidad y variedad existente en los círculos de la primera versión deviene en una homogeneización singular que descansa sobre la acción implacable del novísimo aparato, que controla la red digital en la que se votan sus propuestas. En el último año el aparato privilegia su anclaje en los distintos territorios en detrimento de los círculos ignorados, degradados e invisibilizados. Estos son entendidos como contingentes de una infantería de apoyo en los procesos electorales que se dirimen en las pantallas.
El proceso de homogeneización y de la preponderancia del aparato se ha puesto de manifiesto en la pasión y muerte política de Iñigo Errejón. Su desplazamiento se ha producido con formas que remiten al libro de Vázquez Montalbán de “asesinato en el comité central”. El silencio sepulcral acerca de las diferencias, su desaparición física y mediática, el cese del secretario de organización y el regreso sancionando su relegación, remiten a un pasado autoritario inaceptable. Este es un síntoma fatal de la evolución de la organización que responde más a su código genético que a las condiciones políticas y sociales de su entorno. Este episodio me ha hecho recordar a los antiguos kremlimnólogos, que leían en los acontecimientos públicos las señales que podían remitir a cambios en las relaciones entre las personas del núcleo dirigente de tan monolítico poder fundado en el secreto.
Este proceso de conversión en una organización cada vez más monolítica tiene como consecuencia su estancamiento territorial que augura una reversión electoral. La ausencia de iniciativa de Podemos en las distintas autonomías es manifiesta. Con la excepción de Madrid, Cataluña basada en el tirón de Ada Colau, y alguna otra, las versiones regionales están agarrotadas, careciendo de iniciativa propia. La preponderancia de la acción mediática y parlamentaria actúa como un factor de congelación de la acción política. Cuando las direcciones regionales toman iniciativas son desplazadas por el nuevo aparato, que las elimina en la convicción de que el electorado local responde principalmente a las actuaciones mediáticas de sus líderes, en especial del supersecretario general.
La acumulación de apoyo electoral derivado de las actuaciones mediáticas contrasta con la debilidad de relaciones con los movimientos sociales. Estos se entienden como localizaciones para las cámaras de las televisiones que alimentan el guion de las narraciones político-mediáticas. La prioridad que se atribuye a la acción en las instituciones representativas relega a los movimientos. Estos declinan por la esperanza suscitada en una victoria electoral de lo que se denomina como “las fuerzas del cambio”. De este modo, el suelo se disipa y el incuestionable apoyo electoral se eleva hacia las nubes, para confirmar que todo lo sólido se puede disolver en el aire. De ahí resulta una burbuja política en riesgo de explosión.
La convergencia entre la homogeneización del aparato, la centralización, la mediatización, el hiperliderazgo y la elevación sobre el suelo de los movimientos sociales, constituye un dilema que configura el futuro de Podemos. Tanto las experiencias de los ayuntamientos del cambio como el estancamiento de las distintas mareas, remiten a una reflexión acerca de la estrategia en los próximos meses. El posible desenlace fatal del proceso político, con la configuración de un gobierno PP-Ciudadanos, remite a un cuadro político en el que las supercompetencias y superpoderes míticos del grupo de dirigentes devenidos en comandantes providenciales que anidan en el olimpo electrónico de las pantallas, resultarán insuficientes para construir una oposición asentada sobre el suelo y que recupere la esperanza, erosionada por un nuevo gobierno conservador.
sábado, 23 de abril de 2016
BERNAD EN MI MEMORIA
El descalabro de Manos Limpias no es solo un acontecimiento que forma parte de la cadena de corrupciones que alimenta la democracia nacida en el 78. Se trata de una extorsión monumental ejercida en los tribunales de justicia que pone de manifiesto el estado de descomposición de esta institución central. La acumulación de perversiones institucionales contrasta con el estado de dispersión de la conciencia colectiva, incapaz de metabolizar la vertiginosa sucesión de episodios de corrupción que se acumulan incesantemente. La clase dirigente española parece sobreponerse a todos los tiempos históricos para reafirmar sus invarianzas. Se hace patente el vínculo entre el estraperlo del pasado y los paraísos fiscales del presente.
El caso de Manos Limpias, que protagoniza Miguel Bernad, político ultraderechista que ahora se revela como experto extorsionador, significa la activación de un vínculo con mi pasado. En los años de juventud tuve una relación amorosa con su hermana. Nos conocimos en Madrid y salimos varias veces. Después ella regresó a Valladolid, donde residía con sus padres. Me enamoré y comencé a visitarla en su ciudad, y también en San Sebastián, donde pasaban el verano. Fue un amor muy intenso e ingenuo, que compartí con mi militancia cada vez más absorbente. Cuando nuestra relación se consolidó, terminó por intervenir su familia ejerciendo coacciones múltiples sobre ella y también sobre mí.
Tengo un recuerdo entrañable de ella y de nuestros encuentros en Valladolid. Siempre viajaba en autostop. Entonces todavía era un país convivencial y muchos conductores no tenían inconveniente en compartir su automóvil y conversación con personas desconocidas. Era muy fácil y rápido viajar. Me ponía en la carretera de la Coruña y me cogían siempre antes de una hora y el viaje era en una o dos etapas. Recuerdo la agradable sensación cuando subía al automóvil de pensar que iba a verla esa misma mañana. Se activaban mis sentimientos, dificultando la conversación trivial con mi piloto. Cuando llegaba me encontraba volando, con mi imaginación movilizada en los inminentes besos y abrazos que tanto había añorado en los días de separación.
En Valladolid me alojaba en algunas pensiones céntricas. Recuerdo en particular la pensión Greco. Eran hostales recios en edificios antiguos, con decoraciones sobrias y habitaciones con baño y aseo pero sin ducha. En mi memoria ha quedado registrada el frío terrible que pasé en esos viajes, tanto en la espera de la carretera como en la ciudad, en la que aprendí a distinguir entre distintos tipos de días fríos. Los peores eran los días de nieblas gélidas. En este tiempo iba vestido, al estilo universitario, con chaqueta y corbata.
Nos encontrábamos siempre cerca de su casa, creo recordar que en la calle Muro. Paseábamos, frecuentábamos distintas cafeterías y a media tarde íbamos a bailar a los distintos locales de la época, muy diferentes a las discotecas que proliferaron después. A las diez de la noche todo terminaba frente a su portal. Esta era la hora fatal en la que era inevitable la separación. Tras la despedida, recorría las calles solitarias embriagado por las últimas efusiones. El ambiente de la ciudad era muy similar al de películas como “Calle mayor”. Solo los varones, preferentemente universitarios, deambulaban a esas horas por los bares. Tenía varios amigos de la época de Bilbao que estudiaban medicina en Valladolid. Iba a recogerlos a su colegio mayor para tomarnos el penúltimo vino. Todo terminaba en mi habitación de la pensión donde pasaba la noche en estado de nostalgia, en el que de nuevo se activaba mi imaginación en espera de verla al día siguiente.
Ella era una persona muy fuerte, a pesar de las constricciones de su educación. No había ido a la universidad por decisión de sus padres. La habían enviado a Francia a estudiar el idioma, requisito fundamental para realizar su función en la eventual vida social al lado de un marido pudiente. En nuestra relación fue inevitable la influencia de mis ideas. Eran los años de las revoluciones anticoloniales, del ascenso de lo que se denominaba el tercer mundo y de la revolución cubana, que suscitaba tantas esperanzas como las decepciones por su deriva posterior. Mis experiencias militantes fueron percibidas como una epopeya en formato menort. En este clima mis ensoñaciones fueron contagiosas para ella. Era muy inteligente, sensible y afectuosa.
En un tiempo oscuro como ese nuestra relación terminó por despertar suspicacias en su familia. Sus padres eran extremadamente conservadores y muy intervencionistas con respecto a su hija. Le habían asignado un destino inexorable. Debía ser intercambiada con otra familia, para ser asignada a un varón que representase la mejora de la posición familiar. Era una candidata a esposa y madre de un hombre de bien. Mi aparición en su vida cuestionaba ese destino, en tanto que mi condición de extraño devino en la de sospechoso para terminar en culpable del delito de pretender sustraer una hembra de un clan familiar de posición superior.
Tras los primeros meses de relación, ella comenzó a cambiar sus ideas y comportamientos. La familia se movilizó alertada por su ausencia de las misas dominicales. Las conminaciones a comportarse según el patrón familiar terminaron en un conflicto abierto. El padre era un hombre muy autoritario y violento. Imagino lo que tuvo que pasar, pues ella nunca rectificó. Tampoco me contaba sus sufrimientos familiares, dado su carácter bondadoso y su consideración. El escalamiento de las coacciones familiares no la amedrantó. Desempeñó con dignidad el papel de oveja negra en tan distinguida familia. Nuestra relación era muy afectuosa forjada en la adversidad.
Entonces su padre decidió diversificar sus estrategias de presión. Tuvimos un encuentro tormentoso en el que me preguntó si era comunista. Cuando respondí afirmativamente su respuesta fue volcánica. Después se presentó en mi casa de Madrid con su mujer. Allí desplegó toda su repertorio violento sobre mi pobre madre. Había contratado un detective privado que había elaborado un informe sobre mi situación familiar, mis actividades políticas y había recabado un informe académico. En la conversación humilló a mi madre diciéndole que no se hiciera ilusión alguna porque su hija no se casaría conmigo, asignándole un papel de cómplice en nuestra relación. Mamá estaba indefensa ante la agresión del patrón de los Bernad. Lo vivió como un disgusto terrible, que erosionaba su sueño en un futuro mejor para sus hijos.
Meses después, en una de mis visitas, nos encontrábamos a mediodía en una terraza en el centro de Valladolid tomando una cerveza. Se acercaron dos policías de paisano y me pidieron la documentación. Me conminaron para que los acompañase a la comisaría. Para ella la detención fue muy dolorosa. Era muy conocida en la ciudad y quedó marcada en el sórdido ambiente provinciano de la época. Estuve seis horas detenido. Me preguntaron por mi estancia en Valladolid y me advirtieron acerca de la sospecha de que realizase actividades políticas. Me increparon por lo que denominaban como “engatusar y engañar” a una señorita de bien.
La relación terminó por debilitarse, principalmente por los efectos de la intensificación de mi militancia, que implicó una secuencia de detenciones, estancias en la cárcel y períodos de rigurosa ocultación pública. Ella buscó a mi madre y se presentó con ella en una de las visitas a la cárcel de Carabanchel. Recuerdo esos minutos que condensaban todas las barreras que obstaculizaban esa relación amorosa. A mi madre le gustaba casi tanto como a mí. Imagino sus sufrimientos en su sórdido mundo familiar, que comenzó por nuestra relación y se amplió al control de su vida frente al rígido destino asignado por sus padres. En todo este tiempo, su hermano Miguel era un aliado de su padre en el ejercicio de las coacciones y violencias.
El tiempo extinguió nuestra relación. Muchas veces me he acordado de ella y he sentido nostalgia de ese amor en un tiempo tan oscuro. No sé nada de su vida posterior pero me invade un sentimiento de decepción, en tanto que las ensoñaciones revolucionarias que le inculqué han devenido en un desastre colectivo. Es inevitable mi sensación de vergüenza y culpabilidad, en tanto que el tiempo ha certificado que, efectivamente, yo no era la persona adecuada para ella en el cuadro social resultante de aquellas conmociones que desembocaron en la democracia vigente. Espero que haya podido remontar su situación y su vida haya superado los hándicaps familiares y sociales.
En estos días el presente se ha hecho elocuente. Aquellos ultraconservadores que me etiquetaron como persona no apta para el ingreso en el clan, los Bernad, han devenido en una clase de delincuentes que se enmascaran en valores religiosos y morales totalmente contrarios a sus actuaciones. El tiempo nos ha puesto a cada uno en su sitio. Ellos tienen las manos sucias y el alma desolada por el robo y la mentira. Su respetabilidad se define mediante el cero rotundo. Pero lo más relevante es su permanencia en el embuste. El tiempo no altera los comportamientos abyectos que se encuentran bajo sus máscaras.
Esta es una historia que me ha conmovido los últimos días. Los amores difíciles en una sociedad oscura en todos los tiempos. Entiendo que es difícil comprenderla para quienes no han vivido el final del franquismo, que fue un régimen que trasciende lo político. Mi imaginación se ha vuelto a activar pensando en ella y su destino. Mi temor a la posibilidad de su vuelta al fatal redil familiar. También la nostalgia por haber compartido con una persona tan extraordinaria y exquisita un tiempo en mi vida. Un beso muy especial y sentido.
El caso de Manos Limpias, que protagoniza Miguel Bernad, político ultraderechista que ahora se revela como experto extorsionador, significa la activación de un vínculo con mi pasado. En los años de juventud tuve una relación amorosa con su hermana. Nos conocimos en Madrid y salimos varias veces. Después ella regresó a Valladolid, donde residía con sus padres. Me enamoré y comencé a visitarla en su ciudad, y también en San Sebastián, donde pasaban el verano. Fue un amor muy intenso e ingenuo, que compartí con mi militancia cada vez más absorbente. Cuando nuestra relación se consolidó, terminó por intervenir su familia ejerciendo coacciones múltiples sobre ella y también sobre mí.
Tengo un recuerdo entrañable de ella y de nuestros encuentros en Valladolid. Siempre viajaba en autostop. Entonces todavía era un país convivencial y muchos conductores no tenían inconveniente en compartir su automóvil y conversación con personas desconocidas. Era muy fácil y rápido viajar. Me ponía en la carretera de la Coruña y me cogían siempre antes de una hora y el viaje era en una o dos etapas. Recuerdo la agradable sensación cuando subía al automóvil de pensar que iba a verla esa misma mañana. Se activaban mis sentimientos, dificultando la conversación trivial con mi piloto. Cuando llegaba me encontraba volando, con mi imaginación movilizada en los inminentes besos y abrazos que tanto había añorado en los días de separación.
En Valladolid me alojaba en algunas pensiones céntricas. Recuerdo en particular la pensión Greco. Eran hostales recios en edificios antiguos, con decoraciones sobrias y habitaciones con baño y aseo pero sin ducha. En mi memoria ha quedado registrada el frío terrible que pasé en esos viajes, tanto en la espera de la carretera como en la ciudad, en la que aprendí a distinguir entre distintos tipos de días fríos. Los peores eran los días de nieblas gélidas. En este tiempo iba vestido, al estilo universitario, con chaqueta y corbata.
Nos encontrábamos siempre cerca de su casa, creo recordar que en la calle Muro. Paseábamos, frecuentábamos distintas cafeterías y a media tarde íbamos a bailar a los distintos locales de la época, muy diferentes a las discotecas que proliferaron después. A las diez de la noche todo terminaba frente a su portal. Esta era la hora fatal en la que era inevitable la separación. Tras la despedida, recorría las calles solitarias embriagado por las últimas efusiones. El ambiente de la ciudad era muy similar al de películas como “Calle mayor”. Solo los varones, preferentemente universitarios, deambulaban a esas horas por los bares. Tenía varios amigos de la época de Bilbao que estudiaban medicina en Valladolid. Iba a recogerlos a su colegio mayor para tomarnos el penúltimo vino. Todo terminaba en mi habitación de la pensión donde pasaba la noche en estado de nostalgia, en el que de nuevo se activaba mi imaginación en espera de verla al día siguiente.
Ella era una persona muy fuerte, a pesar de las constricciones de su educación. No había ido a la universidad por decisión de sus padres. La habían enviado a Francia a estudiar el idioma, requisito fundamental para realizar su función en la eventual vida social al lado de un marido pudiente. En nuestra relación fue inevitable la influencia de mis ideas. Eran los años de las revoluciones anticoloniales, del ascenso de lo que se denominaba el tercer mundo y de la revolución cubana, que suscitaba tantas esperanzas como las decepciones por su deriva posterior. Mis experiencias militantes fueron percibidas como una epopeya en formato menort. En este clima mis ensoñaciones fueron contagiosas para ella. Era muy inteligente, sensible y afectuosa.
En un tiempo oscuro como ese nuestra relación terminó por despertar suspicacias en su familia. Sus padres eran extremadamente conservadores y muy intervencionistas con respecto a su hija. Le habían asignado un destino inexorable. Debía ser intercambiada con otra familia, para ser asignada a un varón que representase la mejora de la posición familiar. Era una candidata a esposa y madre de un hombre de bien. Mi aparición en su vida cuestionaba ese destino, en tanto que mi condición de extraño devino en la de sospechoso para terminar en culpable del delito de pretender sustraer una hembra de un clan familiar de posición superior.
Tras los primeros meses de relación, ella comenzó a cambiar sus ideas y comportamientos. La familia se movilizó alertada por su ausencia de las misas dominicales. Las conminaciones a comportarse según el patrón familiar terminaron en un conflicto abierto. El padre era un hombre muy autoritario y violento. Imagino lo que tuvo que pasar, pues ella nunca rectificó. Tampoco me contaba sus sufrimientos familiares, dado su carácter bondadoso y su consideración. El escalamiento de las coacciones familiares no la amedrantó. Desempeñó con dignidad el papel de oveja negra en tan distinguida familia. Nuestra relación era muy afectuosa forjada en la adversidad.
Entonces su padre decidió diversificar sus estrategias de presión. Tuvimos un encuentro tormentoso en el que me preguntó si era comunista. Cuando respondí afirmativamente su respuesta fue volcánica. Después se presentó en mi casa de Madrid con su mujer. Allí desplegó toda su repertorio violento sobre mi pobre madre. Había contratado un detective privado que había elaborado un informe sobre mi situación familiar, mis actividades políticas y había recabado un informe académico. En la conversación humilló a mi madre diciéndole que no se hiciera ilusión alguna porque su hija no se casaría conmigo, asignándole un papel de cómplice en nuestra relación. Mamá estaba indefensa ante la agresión del patrón de los Bernad. Lo vivió como un disgusto terrible, que erosionaba su sueño en un futuro mejor para sus hijos.
Meses después, en una de mis visitas, nos encontrábamos a mediodía en una terraza en el centro de Valladolid tomando una cerveza. Se acercaron dos policías de paisano y me pidieron la documentación. Me conminaron para que los acompañase a la comisaría. Para ella la detención fue muy dolorosa. Era muy conocida en la ciudad y quedó marcada en el sórdido ambiente provinciano de la época. Estuve seis horas detenido. Me preguntaron por mi estancia en Valladolid y me advirtieron acerca de la sospecha de que realizase actividades políticas. Me increparon por lo que denominaban como “engatusar y engañar” a una señorita de bien.
La relación terminó por debilitarse, principalmente por los efectos de la intensificación de mi militancia, que implicó una secuencia de detenciones, estancias en la cárcel y períodos de rigurosa ocultación pública. Ella buscó a mi madre y se presentó con ella en una de las visitas a la cárcel de Carabanchel. Recuerdo esos minutos que condensaban todas las barreras que obstaculizaban esa relación amorosa. A mi madre le gustaba casi tanto como a mí. Imagino sus sufrimientos en su sórdido mundo familiar, que comenzó por nuestra relación y se amplió al control de su vida frente al rígido destino asignado por sus padres. En todo este tiempo, su hermano Miguel era un aliado de su padre en el ejercicio de las coacciones y violencias.
El tiempo extinguió nuestra relación. Muchas veces me he acordado de ella y he sentido nostalgia de ese amor en un tiempo tan oscuro. No sé nada de su vida posterior pero me invade un sentimiento de decepción, en tanto que las ensoñaciones revolucionarias que le inculqué han devenido en un desastre colectivo. Es inevitable mi sensación de vergüenza y culpabilidad, en tanto que el tiempo ha certificado que, efectivamente, yo no era la persona adecuada para ella en el cuadro social resultante de aquellas conmociones que desembocaron en la democracia vigente. Espero que haya podido remontar su situación y su vida haya superado los hándicaps familiares y sociales.
En estos días el presente se ha hecho elocuente. Aquellos ultraconservadores que me etiquetaron como persona no apta para el ingreso en el clan, los Bernad, han devenido en una clase de delincuentes que se enmascaran en valores religiosos y morales totalmente contrarios a sus actuaciones. El tiempo nos ha puesto a cada uno en su sitio. Ellos tienen las manos sucias y el alma desolada por el robo y la mentira. Su respetabilidad se define mediante el cero rotundo. Pero lo más relevante es su permanencia en el embuste. El tiempo no altera los comportamientos abyectos que se encuentran bajo sus máscaras.
Esta es una historia que me ha conmovido los últimos días. Los amores difíciles en una sociedad oscura en todos los tiempos. Entiendo que es difícil comprenderla para quienes no han vivido el final del franquismo, que fue un régimen que trasciende lo político. Mi imaginación se ha vuelto a activar pensando en ella y su destino. Mi temor a la posibilidad de su vuelta al fatal redil familiar. También la nostalgia por haber compartido con una persona tan extraordinaria y exquisita un tiempo en mi vida. Un beso muy especial y sentido.
domingo, 17 de abril de 2016
EL ALCALDE DE GRANADA Y LA LLUVIA DE CHAVICOS
El tragicómico final de Pepe Torres Hurtado, el eterno alcalde de Granada, es un acontecimiento previsible, dadas las características de la ciudad, que se combinan explosivamente con las del tiempo presente, en el que el gobierno se deteriora inevitable y fatalmente por la intervención de las élites empresariales de los beneficios sin techo. La misteriosa ciudad de Granada se define por un fenómeno metereológico prodigioso. Se trata de que sobre su misterioso espacio, el suelo adquiere un esplendor inusitado, de modo que genera casi la totalidad del valor total de las actividades económicas. Así termina por producir el milagro de la lluvia desde abajo hacia arriba, generando un flujo de chavicos (la proverbial moneda local) que sustenta la economía de la ciudad. En estas condiciones, cualquier autoridad municipal termina por verse afectada y empapada por este portentoso acontecimiento.
Granada es un espacio sobre el que se asientan edificios múltiples construidos en distintas épocas. La actividad económica descansa sobre la rehabilitación de los antiguos para intercalarse con los construidos en las sucesivas oleadas que comienzan en los años sesenta. Los conjuntos de edificios necesitan de infraestructuras para albergar la movilidad de sus residentes. Así, el aeropuerto, el ferrocarril, las autovías, las circunvalaciones y otras arterias de comunicación, adquieren una preponderancia absoluta en las agendas de gobierno de tan pasmosa ciudad, en la que los distintos partidos pugnan por su gobierno exhibiendo mapas y diagramas en los debates electorales mediáticos, testimoniando que se compite por el gobierno del suelo.
La lógica de la ciudad radica en cambiar los usos de los edificios que albergan las funciones principales, tanto los universitarios como los de la administración y servicios públicos, de modo que los cambios generan procesos de modificación de valor del suelo que los rodea. Este es el verdadero motor de la ciudad en la era del advenimiento providencial de los fondos europeos. El soporte de estas dinámicas de revalorización de los suelos es la existencia de una universidad dotada de un tamaño considerable, que se acompaña de un modesto complejo de actividades de investigación. Este conjunto universitario detenta la casi totalidad del sistema productivo de la ciudad. Apenas existen empresas insertas en las redes tecnológicas estatales o globales y orientadas a mercados externos. Las grandes empresas globales y sus franquicias detentan la mayoría del empleo, en detrimento del menguante comercio local, adquiriendo así la ciudad un perfil de carácter neocolonial.
La apoteosis del suelo se encuentra determinada por las actividades económicas esenciales, como son albergar a los turistas que comparecen ante los edificios del patrimonio monumental y los estudiantes e investigadores, que hacen una parada en la universidad en el curso de sus trayectorias por los circuitos globales del emergente capitalismo cognitivo. Esta contingencia tiene una consecuencia fundamental en la configuración de las élites locales. Los propietarios de pisos de alquiler y los empresarios de la hostelería constituyen el núcleo esencial de la ciudad. Su actividad tiene efectos redistributivos sobre grandes contingentes de la sobria población. La contracción del mercado inmobiliario ha frenado las actividades de producción de edificios e infraestructuras, castigando al tejido productivo granadino.
Una economía local de esta naturaleza constriñe el mercado de trabajo y crea una sociedad local marcadamente amorfa. Los beneficiarios de la convergencia de los tránsitos de los turistas y los estudiantes-inquilinos, se acompañan de los funcionarios y trabajadores de los servicios públicos, que adquieren una proporción desmesurada en el conjunto. Los grupos de propietarios de pisos y el complejo de explotación del turismo basado en los hoteles practican una estrategia basada en lo que aquí he denominado como la “almadraba de los inquilinos”. Sobre esta caza-pesca de arrendados se funda la débil economía granadina.
De este modo se conforma una población carente de iniciativa, que vive su día a día mediante las actividades de redistribución del flujo de chavicos que administran los huéspedes del poder de las instituciones locales y regionales. Granada conforma así, en el mejor de los casos, un capitalismo incompleto. En su sociedad se encuentran sobrerrepresentadas las instituciones estatales. El conjunto se orienta así al pasado que se hace patente en las fiestas locales, en las que el protagonismo del poder local, la iglesia o las fuerzas armadas se hace manifiesto. No es casualidad que el 2 de enero, la fiesta de la ciudad, conlleve tensiones, derivadas de las distintas interpretaciones del origen y el presente. Sobre estas ambigüedades las tradiciones ocupan el vacío que genera el presente estancado.
Desde estas coordenadas se puede comprender la relevancia de la alcaldía. Esta representa el poder efectivo de decisión sobre los usos del suelo, principal vector de las actividades productivas locales. Los grupos empresariales tales como promotores urbanísticos y hoteleros, se encuentran en una situación de dependencia de las decisiones urbanísticas del ayuntamiento. El alcalde es más que un poder fáctico. Se trata del centro del diagrama de intercambios entre los agentes que modelan la ciudad. El monopolio productivo de la explotación del suelo ha terminado con el procesamiento y la prisión de varios de los más destacados promotores locales. El cambio de ciclo político tiene como consecuencia un nivel mayor de intervención de los jueces en esta opaca trama de intercambios.
Pero, si bien cualquier prohombre local puede desempeñar este papel ejecutivo en el intercambio local de proyectos sobre el suelo, Don José está dotado de una especial competencia para representar a la ciudad en las fiestas locales, reavivando las tradiciones como contrapeso de la ausencia de un verdadero proyecto de futuro. El saber estar junto a las autoridades eclesiásticas y militares en los grandes días de las fiestas locales es esencial ante la población que sale de los edificios para concentrarse en las actividades simbólicas. Este es su punto fuerte. Su imagen forma parte del paisaje local. Su porte, sus frases antológicas que remiten al sentido común prevaleciente en el pasado. Porque esa posición de autoridad sólo puede ser ejercida por un cacique tradicional propietario de tierra. Cualquier advenedizo que acceda a esa posición no puede representar ese papel, siendo identificado como un impostor extraño a esa comunidad que revive su pasado con tanta energía.
Una economía y sociedad local de estas características tiene que competir por cada chavico con las provincias colindantes por inversiones o localización de las instituciones. También en ese papel Don José muestra su competencia. El vacío de proyecto se compensa por la reclamación de lo pequeño y la activación del sentimiento localista. Las ensoñaciones del granadinismo son imprescindibles para calmar a la población nutrida por las actividades de los suelos. Por eso, un hombre como él, parco en palabras y ambiciones colectivas, se constituye como la autoridad centrada en la administración de lo pequeño frente a la desmesura de los discursos de sus rivales, que se referencian en las retóricas de lo grande para anunciar el futuro en versiones en tecnicolor. Don José es un corredor de fondo en la confrontación con las autoridades regionales.
Pero el tiempo pausado del complejo de poder local, exacerba las ambiciones de sus adversarios y de aquellos que le acompañan. Esta es la verdadera causa de la intervención policial y judicial que ha padecido en los últimos días. Se trata de arrebatarle la posición central de la red local de administración de los suelos. La respuesta de Don José es consustancial a su condición de cacique local. Resiste numantinamente a ser desplazado de lo que considera su feudo. Considera el cargo como una propiedad hecha a su medida. Así se defiende su posición frente a los extraños forasteros y de los intrusos próximos. La fortaleza psicológica asociada al argumento de su cargo entendido como propiedad es inconmensurable. La alcaldía es su patrimonio y solo lo abandonará legándolo en herencia. Los que votan solo son la masa de fieles que comparece en las fiestas para ser bendecida. En esta narrativa, la traición es el argumento fundamental. Solo puede ser destronado por alguno de los traidores que pueblan su corte.
De ahí su fuerza insólita frente a cualquier adversidad. La contingencia de su detención solo puede ser una conspiración entre los distintos enemigos y los traidores, que se disputan su sillón. Así no se encuentra afectado por las imputaciones de los jueces. Ni siquiera las escucha. Entiende que el milagro de la diseminación de los chavicos nacidos en el manantial del suelo granadino no puede ser intervenido por ninguna institución exterior a la que emana del propio suelo. Esta tierra es mía, esta tierra es nuestra, de nosotros los propietarios legítimos. Es tan sólida esta idea que no comprende las señales de los movimientos fatales que se producen a su alrededor.
Mientras tanto, las imágenes de los policías registrando las oficinas municipales y los domicilios son acompañadas por un interés mediático que se disipa el día siguiente. El pueblo televisivo es una colectividad anestesiada. En el día después predomina la indiferencia. Solo los beneficiarios de su gobierno orientado a los amigos están inquietos. Pero todos comparten que, en definitiva, la sucesión se realizará a su estilo, es decir, gobernada por la sensatez y responsabilidad que acompañan al inmovilismo. El cambio de alcalde no es un signo anunciador de sequía y los chavicos van a seguir manando del suelo y diseminándose por el complejo que alberga a los beneficiarios.Me he fijado en los ojos que más brillan. Son los de los de algunos concejales del pepé y de Ciudadanos.
miércoles, 13 de abril de 2016
NUIT DEBOUT: LA REVUELTA DE LOS INQUILINOS DE LA CONCIENCIA EXILIADA
La aparición del movimiento Nuit Debout en París y su extensión a otras ciudades, es una señal que remite a las condiciones en las que vive en estado de espera el numeroso contingente de jóvenes estudiantes candidatos a ingresar en el mercado de trabajo. En tanto que la nueva economía desregula y abarata el trabajo inmaterial, varias generaciones son severamente penalizadas y subordinadas a la lógica de un sistema sacrificial, que no necesita de todos los efectivos disponibles para la producción. La población afectada es concentrada en un espacio de falsas prácticas, becas, semitrabajos y prolongación artificial de la formación. Así se conforma un colectivo social heterogéneo que comparte la condena, primero a la larga espera, después a la rotación por las posiciones laborales disponibles, que es regulada mediante la precarización severa.
La emergencia de esta revuelta constituye un acontecimiento que remite a la sociología del suceso de Edgar Morin. El estado de esta población ubicada en el subsuelo y marginada del mercado del trabajo, de la política y de los imaginarios mediáticos, es ocultado cuidadosamente mediante la construcción de una gran mentira en los procesos de construcción de la opinión pública. Su domesticación incompleta determina la emergencia de señales débiles que se producen cíclicamente, que emergen como acontecimientos críticos. Este es uno de los mismos, que se inscribe en el ciclo de movilizaciones en las plazas.
Esta población es gobernada mediante la movilidad permanente. Los estudiantes de todos los ciclos universitarios rotan en las mismas universidades de origen entre clases y actividades que albergan a distintos grupos de estudiantes que se congregan en un aula a una hora para disiparse en tránsito hasta la siguiente. Cada cual tiene una trayectoria individualizada en la que se cruza con sus iguales en los movimientos cotidianos. En estas condiciones de hipermovilidad no existen los grupos. Cada uno es un navegante en un espacio cronometrado y segmentado. La proliferación de los programas de movilidad sanciona la dispersión de este colectivo en movimiento perpetuo.
De esta situación resulta una masa dispersa que se asemeja a la metáfora de “la nube de mosquitos”. En estas condiciones, las tensiones que se puedan producir no explotan en un conflicto abierto. En ausencia de este, la tensión se acumula generando un malestar difuso que es vivido individualmente por los estudiantes en tránsito permanente entre grupos de asignaturas, prácticas, actividades complementarias de libre configuración y universidades. La masa de estudiantes es privada de un locus, de un espacio en el que pueda tener lugar un conflicto.
Cuando este se produce explota en el exterior, en la calle, donde la concentración de los cuerpos genera la experiencia de la similitud. En el interior de la manifestación quedan abolidas las jerarquías y las distancias, haciendo iguales a los participantes. Así, la protesta conquista un espacio provisional en el que convergen las moléculas individuales desprovistas de la programación y víctimas de su extraño estatuto de sujeción mediante la movilidad permanente. La Nuit Debout reconquista el espacio de las plazas adquiriendo el estatuto de visibilidad para las cámaras y los dispositivos mediáticos.
Los participantes convierten la movilización en un experimento colectivo, en el que las relaciones interpersonales, la comunicación horizontal y la suspensión del implacable tiempo programado, posibilitan la vivencia común de su constitución en un colectivo múltiple gobernado por la conexión de las inteligencias y las sensibilidades. Esta vivencia es la recuperación de su dimensión política y social, en un tiempo inédito en el que es posible crear significaciones, prácticas y relaciones. Así se activa un sentimiento de recuperación de la autoestima y la posibilidad de intervenir en la conducción de la vida personal y la configuración de su entorno.
Me gusta denominar a estas poblaciones como la generación Tiqqun. Este grupo sintetiza la filosofía subyacente de los encerrados en la circulación permanente en un sistema de cajas-aula o contenedores, donde son sometidos a actividades de temporalidad lenta, que concluye en un proceso de inserción laboral dilatado. Desde hace varios años me fascinan los textos de Tiqqun, que representan la visión del mundo de los desechados y almacenados en espera, con los cuales convivo. Así se configuran como los intérpretes de la época. La conexión entre la escritura de Tiqqun y la sensibilidad de los concentrados en las aulas administrados por el tiempo pausado de la espera es notoria.
En el libro de “Teoría del Bloom” definen lúcidamente su situación “La confusión reinante es el despliegue planetario de todas esas falsas antinomias; sin embargo, a partir de ellas sale a la luz nuestra verdad central: que somos inquilinos de una existencia exiliada en un mundo que es un desierto; que hemos sido arrojados a este mundo, sin misión alguna que cumplir, sin lugar asignado ni filiación reconocible, abandonados. Que somos tan poco y, a la vez, ya estamos de más…..No existe el problema social del desempleo, sino solo el hecho metafísico de nuestra desocupación. No existe el problema social de la inmigración, sino solo el hecho metafísico de nuestra extranjería. No existe la cuestión social de la precariedad o de la marginación, sino esta realidad existencial inexorable: que estamos completamente solos, solos para diñarla ante la muerte…” (pags 14-15).
Los inquilinos de una existencia exiliada en el mundo desierto ocupan las plazas para reclamar la mejora de sus contratos o las medidas que alivien su larga espera. Pero, la verdad es que su situación se define por su condición de superfluos. No son necesarios para el nuevo ciclo de las actividades productivas de la nueva economía o el complejo del crecimiento. Tan sólo son imprescindibles como consumidores. Así se construye una población definida por su trayectoria. Ciclos educativos sin fin que concluyen en simulaciones múltiples de formación, experiencias laborales que cierran el círculo remitiendo a los viajeros a su origen para iniciar un nuevo periplo con las alforjas abarrotadas de credenciales.
Por eso el espectro de Tiqqun se hace presente en las plazas. Los concentrados carecen de representación política, en tanto que no tienen una misión ni lugar definido. Lo que verdaderamente representan es la evidencia de que el proyecto social dominante en este tiempo tiene carencias esenciales. Sobre este agujero negro se asienta esta población invisible, desplazada y en espera. Son los sacrificados de un orden social que reduce a las personas a la condición de dígitos.
Volviendo de nuevo a Teoría del Bloom, se expresa certeramente esta extraña condición: “En otras palabras, cuando Valéry escribe: ´experimentaba con un amargo y extraño placer la simplicidad de nuestra condición estadísticas. La cantidad de los individuos absorbía toda mi singularidad y me volvía indistinto e indescernible´, no añade un objeto suplementario a la venerable contemplación de la Estética: expresa políticamente lo que significa ser un cuerpo más en el conglomerado de una población dirigida por el Biopoder” (Pag 41).
Para los participantes en Nuit Debout: Buenas noches y muchos besos.
La emergencia de esta revuelta constituye un acontecimiento que remite a la sociología del suceso de Edgar Morin. El estado de esta población ubicada en el subsuelo y marginada del mercado del trabajo, de la política y de los imaginarios mediáticos, es ocultado cuidadosamente mediante la construcción de una gran mentira en los procesos de construcción de la opinión pública. Su domesticación incompleta determina la emergencia de señales débiles que se producen cíclicamente, que emergen como acontecimientos críticos. Este es uno de los mismos, que se inscribe en el ciclo de movilizaciones en las plazas.
Esta población es gobernada mediante la movilidad permanente. Los estudiantes de todos los ciclos universitarios rotan en las mismas universidades de origen entre clases y actividades que albergan a distintos grupos de estudiantes que se congregan en un aula a una hora para disiparse en tránsito hasta la siguiente. Cada cual tiene una trayectoria individualizada en la que se cruza con sus iguales en los movimientos cotidianos. En estas condiciones de hipermovilidad no existen los grupos. Cada uno es un navegante en un espacio cronometrado y segmentado. La proliferación de los programas de movilidad sanciona la dispersión de este colectivo en movimiento perpetuo.
De esta situación resulta una masa dispersa que se asemeja a la metáfora de “la nube de mosquitos”. En estas condiciones, las tensiones que se puedan producir no explotan en un conflicto abierto. En ausencia de este, la tensión se acumula generando un malestar difuso que es vivido individualmente por los estudiantes en tránsito permanente entre grupos de asignaturas, prácticas, actividades complementarias de libre configuración y universidades. La masa de estudiantes es privada de un locus, de un espacio en el que pueda tener lugar un conflicto.
Cuando este se produce explota en el exterior, en la calle, donde la concentración de los cuerpos genera la experiencia de la similitud. En el interior de la manifestación quedan abolidas las jerarquías y las distancias, haciendo iguales a los participantes. Así, la protesta conquista un espacio provisional en el que convergen las moléculas individuales desprovistas de la programación y víctimas de su extraño estatuto de sujeción mediante la movilidad permanente. La Nuit Debout reconquista el espacio de las plazas adquiriendo el estatuto de visibilidad para las cámaras y los dispositivos mediáticos.
Los participantes convierten la movilización en un experimento colectivo, en el que las relaciones interpersonales, la comunicación horizontal y la suspensión del implacable tiempo programado, posibilitan la vivencia común de su constitución en un colectivo múltiple gobernado por la conexión de las inteligencias y las sensibilidades. Esta vivencia es la recuperación de su dimensión política y social, en un tiempo inédito en el que es posible crear significaciones, prácticas y relaciones. Así se activa un sentimiento de recuperación de la autoestima y la posibilidad de intervenir en la conducción de la vida personal y la configuración de su entorno.
Me gusta denominar a estas poblaciones como la generación Tiqqun. Este grupo sintetiza la filosofía subyacente de los encerrados en la circulación permanente en un sistema de cajas-aula o contenedores, donde son sometidos a actividades de temporalidad lenta, que concluye en un proceso de inserción laboral dilatado. Desde hace varios años me fascinan los textos de Tiqqun, que representan la visión del mundo de los desechados y almacenados en espera, con los cuales convivo. Así se configuran como los intérpretes de la época. La conexión entre la escritura de Tiqqun y la sensibilidad de los concentrados en las aulas administrados por el tiempo pausado de la espera es notoria.
En el libro de “Teoría del Bloom” definen lúcidamente su situación “La confusión reinante es el despliegue planetario de todas esas falsas antinomias; sin embargo, a partir de ellas sale a la luz nuestra verdad central: que somos inquilinos de una existencia exiliada en un mundo que es un desierto; que hemos sido arrojados a este mundo, sin misión alguna que cumplir, sin lugar asignado ni filiación reconocible, abandonados. Que somos tan poco y, a la vez, ya estamos de más…..No existe el problema social del desempleo, sino solo el hecho metafísico de nuestra desocupación. No existe el problema social de la inmigración, sino solo el hecho metafísico de nuestra extranjería. No existe la cuestión social de la precariedad o de la marginación, sino esta realidad existencial inexorable: que estamos completamente solos, solos para diñarla ante la muerte…” (pags 14-15).
Los inquilinos de una existencia exiliada en el mundo desierto ocupan las plazas para reclamar la mejora de sus contratos o las medidas que alivien su larga espera. Pero, la verdad es que su situación se define por su condición de superfluos. No son necesarios para el nuevo ciclo de las actividades productivas de la nueva economía o el complejo del crecimiento. Tan sólo son imprescindibles como consumidores. Así se construye una población definida por su trayectoria. Ciclos educativos sin fin que concluyen en simulaciones múltiples de formación, experiencias laborales que cierran el círculo remitiendo a los viajeros a su origen para iniciar un nuevo periplo con las alforjas abarrotadas de credenciales.
Por eso el espectro de Tiqqun se hace presente en las plazas. Los concentrados carecen de representación política, en tanto que no tienen una misión ni lugar definido. Lo que verdaderamente representan es la evidencia de que el proyecto social dominante en este tiempo tiene carencias esenciales. Sobre este agujero negro se asienta esta población invisible, desplazada y en espera. Son los sacrificados de un orden social que reduce a las personas a la condición de dígitos.
Volviendo de nuevo a Teoría del Bloom, se expresa certeramente esta extraña condición: “En otras palabras, cuando Valéry escribe: ´experimentaba con un amargo y extraño placer la simplicidad de nuestra condición estadísticas. La cantidad de los individuos absorbía toda mi singularidad y me volvía indistinto e indescernible´,
Para los participantes en Nuit Debout: Buenas noches y muchos besos.
jueves, 7 de abril de 2016
LOS MIL MINISTROS EN DIFERIDO DE JAVIER ARENAS
Javier Arenas es un dirigente histórico del PP. Ha desempeñado múltiples responsabilidades en el gobierno y en el partido en distintas etapas. Pero su perfil más relevante ha sido el de ser el candidato eterno a presidir la Junta de Andalucía. Desde principio de los años ochenta fue ubicado en la sala de espera de la presidencia de esta anhelada institución. Según el pronóstico fundado de los expertos en ciencia política y sistemas electorales la alternancia en el gobierno era ineludible, solo quedaba saber cuándo se produciría. Pero el paso de los años confirma Andalucía como excepción fatal para don Javier, que confirma que lo único que se modifica son los sucesivos presidentes rivales en una secuencia temporal eterna.
Los primeros años ochenta fueron muy duros para la oposición pepera. El pesoe se sustentaba en un poder muy arraigado, derivado del acontecimiento de diciembre del 77, que movilizó a la sociedad andaluza para conseguir la autonomía homologada con las de las comunidades históricas. La energía formidable de esta movilización social generó unas energías políticas vigorosas que alimentaron los primeros gobiernos y parlamentos. El pepé estaba marcado por su obstrucción a la autonomía naciente. Así reforzó en el imaginario colectivo andaluz su identidad histórica que lo situaba en un pasado, ahora entendido como oscuro. Hacer oposición en esta situación era un asunto muy complicado, a pesar de la rectificación de su discurso y su realineamiento en las filas de la autonomía. Fueron años duros para el pepé, cuya esperanza de remontar la situación, se encontraba bajo mínimos y ubicada en un futuro lejano.
Con el paso de los años las energías y los carismas fundacionales se fueron disipando. Los sucesivos gobiernos del pesoe asumieron su ventaja y fortalecieron sus alianzas con las fuerzas empresariales, dando lugar a un verdadero gobierno de partido único con escasos contrapesos. Así capitalizaron las transformaciones de las infraestructuras y las expansiones de los sistemas públicos de servicios. Los efectos del crecimiento económico y la integración en Europa fueron capitalizados por los sucesivos gobiernos. Este crecimiento creó una narrativa de modernización en la que también el pepé se encontraba en el margen. La expansión de las administraciones y los ayuntamientos propiciaron el desarrollo del pesoe, que controlaba todos los espacios y mediante el gobierno ejercía un verdadero monopolio político.
Tras la Expo de Sevilla del 92 el desgaste del pesoe estatal era manifiesto, así como el ascenso del pepé. Estos fueron buenos años para Arenas, en tanto que compartía la esperanza de su partido acerca de su aterrizaje final en el gobierno estatal y los autonómicos. El deterioro del pesoe se hacía manifiesto con su retroceso en las zonas urbanas, así como en la declinante capacidad de las renovadas élites de gobierno de segunda generación, despojadas del carisma originario. La ilusión renace tras los largos y oscuros años de relegación, en los que el partido en Andalucía solo congrega a los afiliados de acreditada fidelidad. Una parte considerable de su base social natural se posiciona pragmáticamente en relación con el gobierno permanente.
Es en estos años esperanzados en los que don Javier renace y desarrolla una intensa actividad parlamentaria y social. La nueva situación le estimula a imaginarse como próximo presidente. Así comienza a pensar en el nuevo gobierno y la administración. En ese ambiente optimista comienza a ofrecer conserjerías y puestos directivos en la administración y las empresas públicas a empresarios, periodistas, profesores universitarios, profesionales destacados, expertos, artistas múltiples, sindicalistas y otras gentes estimuladas por esta posibilidad. De este modo deviene en un netócrata que alimenta una red fundada en la ambición. El problema es que los intercambios sobre los que se constituye son extremadamente frágiles, en tanto que la moneda de don Javier es la promesa a sus interlocutores de un lugar privilegiado en el organigrama sin fin que porta en su cabeza sobre el gobierno de la nueva Andalucía.
Su estilo personal se encuentra determinado por su origen social. Algunos empresarios agrarios andaluces son campechanos en el trato con las distintas personas que conforman su red personal. En las relaciones cara a cara es menester expresar inequívocamente la diferencia de posición. Así, don Javier obsequia a todos sus posibles colaboradores en la maquinaria de gobierno que lleva en su cabeza con la cordial condición de “campeón”. A todos les saluda y despide como a los campeones. Pero, al tiempo, la jerarquía queda claramente expresada mediante su tono firme. Lo que verdaderamente comunica es “yo te voy a hacer campeón”. La combinación entre la distancia social y la asunción de la máscara campechana es una verdadera obra de arte en los altos dirigentes del pepé de la época. Porque en Andalucía, el origen rural de las élites implica el uso de una ropa informal muy sofisticada, en la que se encuentran presentes las huellas de la noble caza y la supervisión de las tierras, en la que no es factible el traje y la corbata.
En esos años se convierte en un dispositivo netocrático de distribución de posiciones altas en el futuro. El problema radica en la acumulación de candidatos investidos por el gran Arenas en diferido. Pero el paso del tiempo y los sucesivos ciclos electorales sancionan a un pesoe fortificado y enfeudado en la Junta, que detenta como monopolio virtual. La perspectiva del recambio o la alternancia se va disipando. Así se queda en inferioridad frente a sus subordinados den el partido que consiguen alcaldías o los colegas estatales que conquistan el gobierno y la mayor parte de las autonomías. Así, su ascendencia en el partido es vertiginosa, llegando a ejercer como ministro en sucesivos gobiernos de Aznar, en la convicción de que su imagen mediática se fortalecerá para conseguir la última autonomía. Don Javier imagina su triunfo en términos análogos a los Reyes Católicos cuando en 1492 consiguen el control de Granada.
El sufrimiento de Arenas en los años de expansión es manifiesto. Articula una convergencia de facto con Izquierda Unida en lo que se denominó como “la pinza”. Pero esta no tuvo los efectos electorales que se le atribuían. Pero lo peor es que cuando habla en el Parlamento es calificado de “perdedor”. El mismo argumento esgrimido por las clases altas, ahora reforzado por el huracán neoliberal, que estriba en la victoria como condición inexcusable, es utilizado contra él por los impostores que detentan el gobierno durante tan largo tiempo.
No obstante, la peor de las humillaciones es perder contra contendientes tan débiles como los asentados sobre la maquinaria de la Junta en los años noventa. En particular, un hombre de carisma cero como Manuel Chaves, ausente de la dirección del gobierno, que funciona intermitentemente con una energía de baja intensidad y orientado a su propia familia, arribada a las distintas instancias de la Junta, con la excepción de sus hijos Paula e Iván que se orientan más a las empresas privadas, conformando el sector emprendedor de la familia. Perder con un contendiente así tiene que ser embarazoso y dejar una huella en la subjetividad.
Don Javier se convierte en un espectador petrificado de los gobiernos regionales que transitan durante más de treinta años por Andalucía. Los cuatrienios de oposición que acumula lo constituyen en un opositor acreditado. Sus capacidades se fundan, además de su larga experiencia, en que conoce perfectamente las formas de gobierno que practica el pesoe, en tanto que es un discípulo aventajado de las élites de gobierno españolas que el mismo representa. El uso intensivo de la televisión, los intercambios con la prensa, la expansión del estado mediante la multiplicación de los espacios no regulados por oposiciones, la instalación de sus huestes en todos los huecos, el control del intercambios con la esfera privada, la colonización de las instituciones y el sector público.
El largo camino opositor implica la aparición de nuevos interlocutores derivados del desgaste inexorable de los gobiernos autonómicos, consecuencia de la crisis, la corrupción y el mal gobierno. El lema de la narrativa de la Andalucía triunfal, la segunda modernización, es enterrado y reemplazado por el silencio. Pero esta situación no redunda en su victoria electoral, sino que por el contrario se empiezan a evidenciar los impactos en el territorio andaluz de la corrupción en el estado derivadas de las actuaciones de las élites de su partido. Así se configura una competición entre la gurtel, los eres, los cursos de formación y los escándalos de las ciudades andaluzas gobernadas por sus compañeros de partido. Dos ciclos políticos se ensamblan fatalmente sobre el eterno candidato.
Así, es sustituido como cabeza de cartel por uno de sus colaboradores. Es el comienzo de un proceso de sustitución en el que es inevitable la aparición de una versión del asesinato del padre. Su sucesor, tan modosito y dependiente, terminará inexorablemente por impulsar una nueva etapa, acompañada por una narrativa que relega mediante su presentación como huérfano. Aquellos miles de campeones que sustentaban los intercambios se dispersan por otros territorios en busca de compensaciones más sólidas y fundadas. Ahora es percibido como alguien que no puede cumplir sus promesas. Así la gran red constituida en los años de espera se desanuda y corroe. No hay peor cosa en la vida que los sentimientos de los despechados, más intensos cuanto más próximos. Sólo le queda el sueño de que se produzca alguna versión de gobierno a distancia para reposicionarse en su tercer ciclo histórico en una situación mejor. Pero el peso de los largos años de opositor sin esperanza, tienen consecuencias equivalentes a aquellos largos noviazgos de antaño, que consumían los años de juventud en espera de la consumación. Cuando esta llegaba el beneficiario se encontraba desfondado. El diferido es el signo que marca la vida de este prohombre andaluz.
Los primeros años ochenta fueron muy duros para la oposición pepera. El pesoe se sustentaba en un poder muy arraigado, derivado del acontecimiento de diciembre del 77, que movilizó a la sociedad andaluza para conseguir la autonomía homologada con las de las comunidades históricas. La energía formidable de esta movilización social generó unas energías políticas vigorosas que alimentaron los primeros gobiernos y parlamentos. El pepé estaba marcado por su obstrucción a la autonomía naciente. Así reforzó en el imaginario colectivo andaluz su identidad histórica que lo situaba en un pasado, ahora entendido como oscuro. Hacer oposición en esta situación era un asunto muy complicado, a pesar de la rectificación de su discurso y su realineamiento en las filas de la autonomía. Fueron años duros para el pepé, cuya esperanza de remontar la situación, se encontraba bajo mínimos y ubicada en un futuro lejano.
Con el paso de los años las energías y los carismas fundacionales se fueron disipando. Los sucesivos gobiernos del pesoe asumieron su ventaja y fortalecieron sus alianzas con las fuerzas empresariales, dando lugar a un verdadero gobierno de partido único con escasos contrapesos. Así capitalizaron las transformaciones de las infraestructuras y las expansiones de los sistemas públicos de servicios. Los efectos del crecimiento económico y la integración en Europa fueron capitalizados por los sucesivos gobiernos. Este crecimiento creó una narrativa de modernización en la que también el pepé se encontraba en el margen. La expansión de las administraciones y los ayuntamientos propiciaron el desarrollo del pesoe, que controlaba todos los espacios y mediante el gobierno ejercía un verdadero monopolio político.
Tras la Expo de Sevilla del 92 el desgaste del pesoe estatal era manifiesto, así como el ascenso del pepé. Estos fueron buenos años para Arenas, en tanto que compartía la esperanza de su partido acerca de su aterrizaje final en el gobierno estatal y los autonómicos. El deterioro del pesoe se hacía manifiesto con su retroceso en las zonas urbanas, así como en la declinante capacidad de las renovadas élites de gobierno de segunda generación, despojadas del carisma originario. La ilusión renace tras los largos y oscuros años de relegación, en los que el partido en Andalucía solo congrega a los afiliados de acreditada fidelidad. Una parte considerable de su base social natural se posiciona pragmáticamente en relación con el gobierno permanente.
Es en estos años esperanzados en los que don Javier renace y desarrolla una intensa actividad parlamentaria y social. La nueva situación le estimula a imaginarse como próximo presidente. Así comienza a pensar en el nuevo gobierno y la administración. En ese ambiente optimista comienza a ofrecer conserjerías y puestos directivos en la administración y las empresas públicas a empresarios, periodistas, profesores universitarios, profesionales destacados, expertos, artistas múltiples, sindicalistas y otras gentes estimuladas por esta posibilidad. De este modo deviene en un netócrata que alimenta una red fundada en la ambición. El problema es que los intercambios sobre los que se constituye son extremadamente frágiles, en tanto que la moneda de don Javier es la promesa a sus interlocutores de un lugar privilegiado en el organigrama sin fin que porta en su cabeza sobre el gobierno de la nueva Andalucía.
Su estilo personal se encuentra determinado por su origen social. Algunos empresarios agrarios andaluces son campechanos en el trato con las distintas personas que conforman su red personal. En las relaciones cara a cara es menester expresar inequívocamente la diferencia de posición. Así, don Javier obsequia a todos sus posibles colaboradores en la maquinaria de gobierno que lleva en su cabeza con la cordial condición de “campeón”. A todos les saluda y despide como a los campeones. Pero, al tiempo, la jerarquía queda claramente expresada mediante su tono firme. Lo que verdaderamente comunica es “yo te voy a hacer campeón”. La combinación entre la distancia social y la asunción de la máscara campechana es una verdadera obra de arte en los altos dirigentes del pepé de la época. Porque en Andalucía, el origen rural de las élites implica el uso de una ropa informal muy sofisticada, en la que se encuentran presentes las huellas de la noble caza y la supervisión de las tierras, en la que no es factible el traje y la corbata.
En esos años se convierte en un dispositivo netocrático de distribución de posiciones altas en el futuro. El problema radica en la acumulación de candidatos investidos por el gran Arenas en diferido. Pero el paso del tiempo y los sucesivos ciclos electorales sancionan a un pesoe fortificado y enfeudado en la Junta, que detenta como monopolio virtual. La perspectiva del recambio o la alternancia se va disipando. Así se queda en inferioridad frente a sus subordinados den el partido que consiguen alcaldías o los colegas estatales que conquistan el gobierno y la mayor parte de las autonomías. Así, su ascendencia en el partido es vertiginosa, llegando a ejercer como ministro en sucesivos gobiernos de Aznar, en la convicción de que su imagen mediática se fortalecerá para conseguir la última autonomía. Don Javier imagina su triunfo en términos análogos a los Reyes Católicos cuando en 1492 consiguen el control de Granada.
El sufrimiento de Arenas en los años de expansión es manifiesto. Articula una convergencia de facto con Izquierda Unida en lo que se denominó como “la pinza”. Pero esta no tuvo los efectos electorales que se le atribuían. Pero lo peor es que cuando habla en el Parlamento es calificado de “perdedor”. El mismo argumento esgrimido por las clases altas, ahora reforzado por el huracán neoliberal, que estriba en la victoria como condición inexcusable, es utilizado contra él por los impostores que detentan el gobierno durante tan largo tiempo.
No obstante, la peor de las humillaciones es perder contra contendientes tan débiles como los asentados sobre la maquinaria de la Junta en los años noventa. En particular, un hombre de carisma cero como Manuel Chaves, ausente de la dirección del gobierno, que funciona intermitentemente con una energía de baja intensidad y orientado a su propia familia, arribada a las distintas instancias de la Junta, con la excepción de sus hijos Paula e Iván que se orientan más a las empresas privadas, conformando el sector emprendedor de la familia. Perder con un contendiente así tiene que ser embarazoso y dejar una huella en la subjetividad.
Don Javier se convierte en un espectador petrificado de los gobiernos regionales que transitan durante más de treinta años por Andalucía. Los cuatrienios de oposición que acumula lo constituyen en un opositor acreditado. Sus capacidades se fundan, además de su larga experiencia, en que conoce perfectamente las formas de gobierno que practica el pesoe, en tanto que es un discípulo aventajado de las élites de gobierno españolas que el mismo representa. El uso intensivo de la televisión, los intercambios con la prensa, la expansión del estado mediante la multiplicación de los espacios no regulados por oposiciones, la instalación de sus huestes en todos los huecos, el control del intercambios con la esfera privada, la colonización de las instituciones y el sector público.
El largo camino opositor implica la aparición de nuevos interlocutores derivados del desgaste inexorable de los gobiernos autonómicos, consecuencia de la crisis, la corrupción y el mal gobierno. El lema de la narrativa de la Andalucía triunfal, la segunda modernización, es enterrado y reemplazado por el silencio. Pero esta situación no redunda en su victoria electoral, sino que por el contrario se empiezan a evidenciar los impactos en el territorio andaluz de la corrupción en el estado derivadas de las actuaciones de las élites de su partido. Así se configura una competición entre la gurtel, los eres, los cursos de formación y los escándalos de las ciudades andaluzas gobernadas por sus compañeros de partido. Dos ciclos políticos se ensamblan fatalmente sobre el eterno candidato.
Así, es sustituido como cabeza de cartel por uno de sus colaboradores. Es el comienzo de un proceso de sustitución en el que es inevitable la aparición de una versión del asesinato del padre. Su sucesor, tan modosito y dependiente, terminará inexorablemente por impulsar una nueva etapa, acompañada por una narrativa que relega mediante su presentación como huérfano. Aquellos miles de campeones que sustentaban los intercambios se dispersan por otros territorios en busca de compensaciones más sólidas y fundadas. Ahora es percibido como alguien que no puede cumplir sus promesas. Así la gran red constituida en los años de espera se desanuda y corroe. No hay peor cosa en la vida que los sentimientos de los despechados, más intensos cuanto más próximos. Sólo le queda el sueño de que se produzca alguna versión de gobierno a distancia para reposicionarse en su tercer ciclo histórico en una situación mejor. Pero el peso de los largos años de opositor sin esperanza, tienen consecuencias equivalentes a aquellos largos noviazgos de antaño, que consumían los años de juventud en espera de la consumación. Cuando esta llegaba el beneficiario se encontraba desfondado. El diferido es el signo que marca la vida de este prohombre andaluz.
domingo, 3 de abril de 2016
UN DÍA DE PUERTAS ABIERTAS EN LA UNIVERSIDAD
En alguna ocasión he mostrado mi disconformidad con las huelgas universitarias, que contribuyen a intensificar el estado de descomposición de la institución. En la actual situación, los estudiantes son una masa informe que transita entre actividades programadas de baja definición, organizadas según el principio de elección del mercado. La fragmentación es infinita, conformando un colectivo sometido a una temporalidad lenta e intermitente, que contrasta con la veloz temporalidad vivida en los media, que invaden toda su vida. Este choque de tiempos vividos desestabiliza a los estudiantes. Estos pueden aliviar este problema mediante la fuga y la escenificación de su desvarío en los fines de semana.
La masa estudiantil amorfa adquiere el perfil de los colectivos de turistas, que son conducidos a las actividades secuenciales que conforman la simulación de su viaje. Entre las idas y venidas a las clases mediante los tránsitos en los largos pasillos, se constituyen pequeños grupos de amistad y ayuda mutua. Esta es la única socialidad viva que se hace presente en las aulas. El resultado de la combinación de estos factores es la constitución de una población estudiantil que adquiere la forma de lo que algunos sociólogos denominan como “cola de autobús”. Se trata de grupos de personas que comparten provisionalmente un espacio, generando una contigüidad física, pero en la que se produce la ausencia de interacción. Solo pueden constituirse como grupo estimulados por algún acontecimiento crítico al que pueden responder para retornar a su estado asocial.
Entre esa masa -amorfa, gobernada de un modo inequívocamente directivo, con la socialidad restringida y definida por su incapacidad de determinar sus intereses comunes- habita un conjunto de asociaciones y grupos muy minoritarios, que son el efecto de las organizaciones de la sociedad global, específicamente del campo político. Estos son quienes hacen de interlocutores con el sistema en nombre de los estudiantes ausentes. De este modo, los grupos activos estudiantiles reproducen las definiciones de las organizaciones externas. Así los estudiantes producen el milagro de alcanzar la plenitud en la ausencia. Las voces que se escuchan son inequívocamente extensiones de campos sociales exteriores.
La consecuencia de este hecho es la minimización de su aportación en las estructuras de participación que crea el sistema, además de la conformación del aula como un espacio neutro, apolítico y asocial, en el que el rechazo a cualquier comunicación que provenga de las voces ventrílocuas externas es patente. Carentes de autonomía y de constitución colectiva, los estudiantes son dirigidos por las instancias académicas mediante un autoritarismo sutil y paternalista, que programa las actividades y los tiempos de los alumnos, de modo que estos son expropiados de su capacidad de decidir acerca de su proyecto. La rígida programación anula la autonomía del estudiante, que, al mismo tiempo, es adulado y seducido según el modelo comercial imperante. El resultado es la desertificación social de las aulas, donde cada uno es un cliente ajeno a los demás.
Recuerdo en los primeros años noventa, un conflicto muy intenso por el asunto de las tasas y las becas. Entonces el ministro de turno era Rubalcaba, que había sido activista estudiantil en los años setenta. Se había constituido una asamblea del campus del centro a la que asistían unos cuatrocientos estudiantes. En Madrid Rubalcaba negociaba con una coordinadora estatal. En esta asamblea se analizaba la información del curso de las negociaciones y se tomaban decisiones. Algunos estudiantes de la asamblea estaban matriculados en una de las asignaturas que impartía. El ministro seguía la estrategia infalible de postergar acuerdos ganando tiempo, de modo que un movimiento fundado en bases tan frágiles tendía a disolverse.
Los activistas me pidieron que accediese a que ellos informasen en una clase, puesto que no tenían posibilidad de convocar sin un profesor presente. Acepté la propuesta. En la clase había unos setenta estudiantes. Informaron con detalle de la cuestión y del proceso. Terminaron por desplegar un menú de opciones de respuesta al ministerio. La gran mayoría de los estudiantes expresaba su disgusto por la situación y se sentía asaltada, en tanto que no hubieran acudido si se hubiera convocado fuera de una clase oficial. En consecuencia, en el momento en el solicitaron la opinión de los congregados nadie habló. Pero la apoteosis final tuvo lugar en la votación. Solicitaron votar entre dos opciones. La primera obtuvo seis o siete votos, la segunda ninguno y no hubo abstenciones. La tensión en el aula era patente, en tanto que el discurso implícito de la gente era salirse de esta situación. Me acordé de Baudrillard cuando afirma que la mayoría silenciosa utiliza el mecanismo de no ser representada, de modo que no permite que nadie hable en su nombre.
En este contexto, los conflictos y las huelgas en particular, son acontecimientos en los que se dirimen contiendas acerca de las políticas educativas en el campo político. De este modo, se reproducen los contenidos, los eslóganes, las puestas en escena y las significaciones de las obsoletas instituciones que conforman este campo. Su presencia en la universidad es patética en un grado inimaginable. Los pequeños grupos vinculados a los pilares políticos se reúnen, en el mejor de los casos, en una pequeña asamblea de toda la universidad y comunican sus decisiones mediante carteles, con la ayuda de los medios de comunicación. La respuesta es masiva, pero sus significaciones son inequívocas. Se trata de una pausa consensuada, reparadora de los efectos de la maquinaria programadora. De ahí que no haya ningún progreso del movimiento estudiantil. Este se encuentra rigurosamente estancado, en tanto que la simulación de huelga se cumple, de modo que no hace necesario realizar otras actividades.
La condición social de los estudiantes de este tiempo se encuentra definida por ambivalencias. Por un lado conforman una humanidad doliente sometida a una carrera sin final. La adolescencia se prolonga mediante la extensión de las etapas de la supuesta formación. Tras el grado, el máster, las prácticas, las simulaciones de empleo y otras invenciones, la realidad es que cumplir treinta años sin nada sólido es compartido por la mayoría absoluta de la población estudiantil. Este excedente de tiempo de vida dedicado a la espera, es gobernado mediante la circulación permanente de una cola a otra. Las pasarelas infinitas albergan los tránsitos de estos extraños candidatos eternos.
Junto a esta condición social bloqueada, los aspirantes a consumar su vida laboral viven su presente liberándolo de problematizaciones. Hoy y ahora es un tiempo de vivir mediante la proliferación de prácticas, efervescencias, relaciones sociales y sentidos. Así, los condenados a la espera se desplazan por los espacios de las universidades, los centros de investigación y los de las becas de las empresas, sin vislumbrar el ciclo final que concluya en el mercado de trabajo. Los largos años de espera se compensan con una intensificación de la praxis de vivir sin antecedentes, sacralizando el presente como único tiempo efectivo. El distanciamiento con lo político es manifiesto y congruente con su relegación radical. Es una población cosmológicamente despolitizada, que rechaza ese campo integralmente.
En estas condiciones, la huelga es un elemento surrealista. Se trata de huir por un día del espacio de la programación, propio de la eterna etapa vital de la formación sin fin. Por eso me permito imaginar una situación en la que hubiera surgido un movimiento estudiantil autónomo. Este no convocaría acciones, tales como la huelga, que significasen el abandono del espacio, sino que, por el contrario, pugnaría por él. En esta perspectiva, surgirían muchas iniciativas de reapropiación del espacio y del tiempo, para poder aprender, estudiar, crear y vivir. Ya existen antecedentes muy valiosos al respecto. Estas son pequeñas experiencias muy estimables que acreditan la capacidad que pueden tener grupos de estudiantes de crear espacios vivos en los que concurran sus iniciativas, su creatividad y sus inteligencias.
Por eso imagino un movimiento que convocase un día de puertas abiertas en la universidad. En este, los estudiantes se reapropiarían del espacio para abrirlo al exterior programando distintas actividades. Imagino un itinerario de visitas para la población general; pequeñas exposiciones de arte, fotografía, artesanías; lecturas de poemas; Talleres de textos o de comunicación; presentación de videos; actividades de grupos de software libre; área de expresión donde las personas puedan expresar lo que deseen; encuentros con medios de comunicación “invertidos”, en donde los estudiantes informen a los periodistas; rincón de la visibilidad, en donde las personas y causas sociales invisibilizadas puedan expresar su situación; debates, mesas y exposiciones; grupos de estudiantes de distintas disciplinas que exploren en conjunto un problema; músicas y graffitis…
La realización de una acción así tiene una carga de transformación muy importante, que solo es posible sobre la existencia de un movimiento sólido y dotado de autonomía. Solo en un caso así este podría hacerse cargo de la carga de trabajo derivada de constituirse por un día en propietario del espacio de la institución. Así se suscitaría un conflicto interno con esta, que se resistiría a ceder el espacio gobernado por las corporaciones docentes y sus extensiones en la población estudiantil, conformada por las asociaciones. En presencia de un movimiento estudiantil así, sería necesario convocar huelgas y otras acciones en defensa de sus intereses, pero deliberadas y decididas en las aulas.
Pero un movimiento así no surge de la nada, de una población hiperconducida; almacenada en las aulas en forma de filas y columnas; fragmentada en listas de asignatura y grupos de prácticas; falsamente representada por estudiantes cooptados en una simulación de elecciones. En estas condiciones es coherente que la protesta adopte contenidos clonados del campo político y se exprese en manifestaciones en el espacio exterior. La inteligencia de la gente ha producido un lema que se canta en ellas y que es una síntesis elocuente de la situación “Si somos el futuro, porqué nos dáis por culo”. Esperemos que otro futuro sea factible, pero me temo que este no va a ser impulsado desde las instituciones políticas.
La masa estudiantil amorfa adquiere el perfil de los colectivos de turistas, que son conducidos a las actividades secuenciales que conforman la simulación de su viaje. Entre las idas y venidas a las clases mediante los tránsitos en los largos pasillos, se constituyen pequeños grupos de amistad y ayuda mutua. Esta es la única socialidad viva que se hace presente en las aulas. El resultado de la combinación de estos factores es la constitución de una población estudiantil que adquiere la forma de lo que algunos sociólogos denominan como “cola de autobús”. Se trata de grupos de personas que comparten provisionalmente un espacio, generando una contigüidad física, pero en la que se produce la ausencia de interacción. Solo pueden constituirse como grupo estimulados por algún acontecimiento crítico al que pueden responder para retornar a su estado asocial.
Entre esa masa -amorfa, gobernada de un modo inequívocamente directivo, con la socialidad restringida y definida por su incapacidad de determinar sus intereses comunes- habita un conjunto de asociaciones y grupos muy minoritarios, que son el efecto de las organizaciones de la sociedad global, específicamente del campo político. Estos son quienes hacen de interlocutores con el sistema en nombre de los estudiantes ausentes. De este modo, los grupos activos estudiantiles reproducen las definiciones de las organizaciones externas. Así los estudiantes producen el milagro de alcanzar la plenitud en la ausencia. Las voces que se escuchan son inequívocamente extensiones de campos sociales exteriores.
La consecuencia de este hecho es la minimización de su aportación en las estructuras de participación que crea el sistema, además de la conformación del aula como un espacio neutro, apolítico y asocial, en el que el rechazo a cualquier comunicación que provenga de las voces ventrílocuas externas es patente. Carentes de autonomía y de constitución colectiva, los estudiantes son dirigidos por las instancias académicas mediante un autoritarismo sutil y paternalista, que programa las actividades y los tiempos de los alumnos, de modo que estos son expropiados de su capacidad de decidir acerca de su proyecto. La rígida programación anula la autonomía del estudiante, que, al mismo tiempo, es adulado y seducido según el modelo comercial imperante. El resultado es la desertificación social de las aulas, donde cada uno es un cliente ajeno a los demás.
Recuerdo en los primeros años noventa, un conflicto muy intenso por el asunto de las tasas y las becas. Entonces el ministro de turno era Rubalcaba, que había sido activista estudiantil en los años setenta. Se había constituido una asamblea del campus del centro a la que asistían unos cuatrocientos estudiantes. En Madrid Rubalcaba negociaba con una coordinadora estatal. En esta asamblea se analizaba la información del curso de las negociaciones y se tomaban decisiones. Algunos estudiantes de la asamblea estaban matriculados en una de las asignaturas que impartía. El ministro seguía la estrategia infalible de postergar acuerdos ganando tiempo, de modo que un movimiento fundado en bases tan frágiles tendía a disolverse.
Los activistas me pidieron que accediese a que ellos informasen en una clase, puesto que no tenían posibilidad de convocar sin un profesor presente. Acepté la propuesta. En la clase había unos setenta estudiantes. Informaron con detalle de la cuestión y del proceso. Terminaron por desplegar un menú de opciones de respuesta al ministerio. La gran mayoría de los estudiantes expresaba su disgusto por la situación y se sentía asaltada, en tanto que no hubieran acudido si se hubiera convocado fuera de una clase oficial. En consecuencia, en el momento en el solicitaron la opinión de los congregados nadie habló. Pero la apoteosis final tuvo lugar en la votación. Solicitaron votar entre dos opciones. La primera obtuvo seis o siete votos, la segunda ninguno y no hubo abstenciones. La tensión en el aula era patente, en tanto que el discurso implícito de la gente era salirse de esta situación. Me acordé de Baudrillard cuando afirma que la mayoría silenciosa utiliza el mecanismo de no ser representada, de modo que no permite que nadie hable en su nombre.
En este contexto, los conflictos y las huelgas en particular, son acontecimientos en los que se dirimen contiendas acerca de las políticas educativas en el campo político. De este modo, se reproducen los contenidos, los eslóganes, las puestas en escena y las significaciones de las obsoletas instituciones que conforman este campo. Su presencia en la universidad es patética en un grado inimaginable. Los pequeños grupos vinculados a los pilares políticos se reúnen, en el mejor de los casos, en una pequeña asamblea de toda la universidad y comunican sus decisiones mediante carteles, con la ayuda de los medios de comunicación. La respuesta es masiva, pero sus significaciones son inequívocas. Se trata de una pausa consensuada, reparadora de los efectos de la maquinaria programadora. De ahí que no haya ningún progreso del movimiento estudiantil. Este se encuentra rigurosamente estancado, en tanto que la simulación de huelga se cumple, de modo que no hace necesario realizar otras actividades.
La condición social de los estudiantes de este tiempo se encuentra definida por ambivalencias. Por un lado conforman una humanidad doliente sometida a una carrera sin final. La adolescencia se prolonga mediante la extensión de las etapas de la supuesta formación. Tras el grado, el máster, las prácticas, las simulaciones de empleo y otras invenciones, la realidad es que cumplir treinta años sin nada sólido es compartido por la mayoría absoluta de la población estudiantil. Este excedente de tiempo de vida dedicado a la espera, es gobernado mediante la circulación permanente de una cola a otra. Las pasarelas infinitas albergan los tránsitos de estos extraños candidatos eternos.
Junto a esta condición social bloqueada, los aspirantes a consumar su vida laboral viven su presente liberándolo de problematizaciones. Hoy y ahora es un tiempo de vivir mediante la proliferación de prácticas, efervescencias, relaciones sociales y sentidos. Así, los condenados a la espera se desplazan por los espacios de las universidades, los centros de investigación y los de las becas de las empresas, sin vislumbrar el ciclo final que concluya en el mercado de trabajo. Los largos años de espera se compensan con una intensificación de la praxis de vivir sin antecedentes, sacralizando el presente como único tiempo efectivo. El distanciamiento con lo político es manifiesto y congruente con su relegación radical. Es una población cosmológicamente despolitizada, que rechaza ese campo integralmente.
En estas condiciones, la huelga es un elemento surrealista. Se trata de huir por un día del espacio de la programación, propio de la eterna etapa vital de la formación sin fin. Por eso me permito imaginar una situación en la que hubiera surgido un movimiento estudiantil autónomo. Este no convocaría acciones, tales como la huelga, que significasen el abandono del espacio, sino que, por el contrario, pugnaría por él. En esta perspectiva, surgirían muchas iniciativas de reapropiación del espacio y del tiempo, para poder aprender, estudiar, crear y vivir. Ya existen antecedentes muy valiosos al respecto. Estas son pequeñas experiencias muy estimables que acreditan la capacidad que pueden tener grupos de estudiantes de crear espacios vivos en los que concurran sus iniciativas, su creatividad y sus inteligencias.
Por eso imagino un movimiento que convocase un día de puertas abiertas en la universidad. En este, los estudiantes se reapropiarían del espacio para abrirlo al exterior programando distintas actividades. Imagino un itinerario de visitas para la población general; pequeñas exposiciones de arte, fotografía, artesanías; lecturas de poemas; Talleres de textos o de comunicación; presentación de videos; actividades de grupos de software libre; área de expresión donde las personas puedan expresar lo que deseen; encuentros con medios de comunicación “invertidos”, en donde los estudiantes informen a los periodistas; rincón de la visibilidad, en donde las personas y causas sociales invisibilizadas puedan expresar su situación; debates, mesas y exposiciones; grupos de estudiantes de distintas disciplinas que exploren en conjunto un problema; músicas y graffitis…
La realización de una acción así tiene una carga de transformación muy importante, que solo es posible sobre la existencia de un movimiento sólido y dotado de autonomía. Solo en un caso así este podría hacerse cargo de la carga de trabajo derivada de constituirse por un día en propietario del espacio de la institución. Así se suscitaría un conflicto interno con esta, que se resistiría a ceder el espacio gobernado por las corporaciones docentes y sus extensiones en la población estudiantil, conformada por las asociaciones. En presencia de un movimiento estudiantil así, sería necesario convocar huelgas y otras acciones en defensa de sus intereses, pero deliberadas y decididas en las aulas.
Pero un movimiento así no surge de la nada, de una población hiperconducida; almacenada en las aulas en forma de filas y columnas; fragmentada en listas de asignatura y grupos de prácticas; falsamente representada por estudiantes cooptados en una simulación de elecciones. En estas condiciones es coherente que la protesta adopte contenidos clonados del campo político y se exprese en manifestaciones en el espacio exterior. La inteligencia de la gente ha producido un lema que se canta en ellas y que es una síntesis elocuente de la situación “Si somos el futuro, porqué nos dáis por culo”. Esperemos que otro futuro sea factible, pero me temo que este no va a ser impulsado desde las instituciones políticas.