Los profesores han modificado sustancialmente su actividad en las aulas para adaptarse a las nuevas situaciones determinadas por los cambios sociales. La proverbial clase magistral, se ha modificado para convertirse en una nueva forma de monólogo dialogado y consentido por los nuevos estudiantes, pertenecientes a las generaciones que Franco Berardi “Bifo” denomina “post-alfa”. Esta es la forma de conseguir una coexistencia pacífica en el aula, un extraño territorio fronterizo entre dos épocas, en el que se encuentran la última versión del viejo imperio ilustrado de la letra escrita y la emergente galaxia posalfabética.
La vieja clase magistral deviene en un monólogo, única posibilidad en ausencia del diálogo, debido principalmente a la interferencia del poderoso sistema posmediático que coloniza la vida y las mentes de los estudiantes. En ausencia de modos de comunicación y referencias comunes, el diálogo deviene en una ficción, que en este blog he denominado como “La fábrica de la charla”. La tertulia dispersa y trivial acompaña al monólogo ejecutado por el docente y alivia la tensión del desencuentro. También las prácticas contribuyen a la desactivación del binomio teoría-profesor.
La vieja clase magistral era una relación entre un docente que conoce la materia y un lego configurado como un recipiente en el que se vierten los conocimientos. Así se marcaba la distancia social entre ambas posiciones. Ahora el saber declina ante la emergencia de los media, que producen fragmentos de discursos, narrativas, fabulaciones, imágenes y sonidos que pueblan la vida. Este fluido incesante modela la conciencia colectiva, el lenguaje y el sentido común de los ciudadanos receptores. Este flujo se recompone en períodos temporales vertiginosos, que congelan los saberes trasmitidos por los textos y los profesores. Los docentes devienen en administradores de productos congelados en trance de caducidad.
En estas condiciones el aula misma deviene en una instancia subordinada a los media, de modo que se instituye en la misma el género más exitoso, como es el de la tertulia. Los alumnos-recipiente, amontonados en las sillas-pupitre, reciben los discursos académicos administrados en las clases, en vísperas de su prescripción temporal y codificados una estructura invariante que remite a Gutemberg. Las líneas, los párrafos y otras unidades de estructura se suceden ante los nuevos ciudadanos emisores y receptores de mensajes cortos, imágenes y sonidos. El desencuentro alcanza proporciones mayúsculas, en tanto que el taylorismo académico fragmenta el saber en múltiples asignaturas que se suceden interminablemente. El power point alivia el desencuentro filtrando algunas imágenes.
El declive del aula se hace patente y la clase magistral es vivida como una pesadilla, en tanto que solo puede movilizar la escucha, basada en la conexión entre el canal auditivo y el cerebro. La penalización de la vista y de los demás sentidos, que los mundos mediáticos y del consumo movilizan para poblar la cotidianeidad, es manifiesta. Así se genera un estado de disgusto difuso compartido, que es aliviado por la espera a la siguiente pausa. Cuando alguno de los alumnos receptores interviene y suscita alguna cuestión, que inevitablemente estimula al solitario profesor parlante, es sancionado por el grupo en estado de espera un final inminente.
La clase magistral es una instancia inter-espacial y remite a otro planeta. Las distancias entre emisor y receptor se hacen siderales. El presente continuo desplaza a la historia de una manera contundente, difuminando el pasado a favor del ahora. Lo actual y el imperio del hoy quedan constituidos sin vínculos con el pasado, que es denostado y desplazado al baúl de lo inservible. Los textos del pasado son descalificados en favor de un mecanismo que reproduce el modelo de la actualidad periodística. Solo tiene valor lo penúltimo, en trance de superación por aquello que se publicará mañana. Para las ciencias humanas y sociales supone una catástrofe, en tanto que las teorías y los conceptos son vaciados mediante la separación de sus contextos. De este modo, se habla utilizando la jerga prevalente en los media, en detrimento de los universos conceptuales de las declinantes ciencias sociales.
En estas condiciones se hace factible la recuperación de uno de los géneros de los media que puede ser reinsertado en el aula: el practicado por los monologuistas. Estos proliferan en las televisiones. Pero sus monólogos versan sobre la vida cotidiana, facilitando así su constitución en la clave del humor negro, la ironía y la paradoja. Esto permite la conexión con el público en sesiones que nunca duran más de quince minutos. El monologuista tiene que elaborar el guion y ponerlo en escena mediante sus propios recursos teatrales. En el curso de su actuación la conexión con el público se produce mediante risas, aplausos y el intercambio visual.
Pero un monologuista universitario no puede aspirar a tanto. Un monologuista mediático es un autor de su monólogo, al igual que los antiguos profesores autores de la clase magistral. Pero un profesor en el presente no es un autor. Por el contrario, debe interpretar la partitura impuesta en la guía docente homologada por la disciplina y las agencias. Además, las sesiones tienen una duración de entre una y dos horas. El público no se encuentra en estado de conexión, en tanto que es obligado a concurrir mediante un hermético y absurdo sistema de premios y castigos. Además, cada sesión se encuentra acompañada por las anteriores y sucesivas, que generan un estado de saturación por los alumnos sometidos a la sobrecarga auditiva. El comienzo de la actuación rompe la pausa, en la que los receptores intercambian conversaciones vivas, en las que se suceden distintas frases cortas acompañadas de gestos, cambios de tono y risas. El monólogo comienza reduciendo ese estado de conversación al silencio, emitiendo un tono de voz mayor e imperativo.
Pero el factor más adverso radica en la naturaleza de imposición de la clase, que remite a una programación de actividades secuenciales y recurrentes que se inspiran en el modelo de la animación. En muchas ocasiones, son tan triviales que desintegran el estado de escucha y suscitan la fatiga del grupo. Entonces el monologista tiene que intervenir de nuevo para recuperar la situación. Para sostenerla, en muchas ocasiones tiene que interpelar al grupo para conducirlo de nuevo a la charla. Así el ciclo monólogo-práctica-charla-monólogo se sucede con la esperanza compartida de llegar al final.
Las actividades prácticas son imposibles en grupos tan amplios y heterogéneos. En las clases se almacenan siempre más de cincuenta estudiantes con distintas capacidades, motivaciones y expectativas. Cualquier conversación conduce a la dispersión, cuando no al naufragio mismo. De ahí la pertinencia del monólogo, que se constituye en un dique que modera la dispersión y la evasión. La distancia entre el monologuista y el público es tan grande, que este se encuentra intimidado por el terror que produce la no respuesta. Este es el mecanismo que utilizan recurrentemente los receptores para reducir las dimensiones de la clase magistral y convertirla en el monólogo encerrado en los límites de lo posible, que es lo que aceptan los estudiantes.
Los profesores monologuistas son el símbolo del estado de transición entre la era de la clase magistral y la descomposición de la institución en las condiciones de masificación y preponderancia de otros modos de conocer y comunicar. La clase magistral se recompone mediante la inserción de elementos visuales y suavización de los contenidos. El profesor monologista reinventa un género académico compatible con las condiciones vigentes. Tiene que compatibilizar los rigores de los contenidos con el sagrado precepto del “me gusta” de los receptores. Así se configura la versión de lo que Postman conceptualizó como una nueva forma de show en su libro “Divertirse hasta morir”.
Es el show académico adaptado a las formas de comunicación posmediáticas, del que resulta el nuevo profesor monologuista. Muy pronto las clases producirán versiones académicas de emoticonos y memes, en tránsito a la espectacularización del aula y del sujeto monologuista. Mientras tanto el monólogo académico sucede a la clase magistral para reducir las distancias entre el mundo de las aulas y los mundos sociales de los estudiantes receptores.
http://www.lanacion.com.ar/910427-de-que-sirve-el-profesor
ResponderEliminarGracias por aportar un texto de una persona tan relevante como Eco. Pero este texto es matizable. La era internet representa una sobreabundancia de la información que aplasta a cualquier receptor. Efectivamente, si este no selecciona se encuentra perdido. Pero esa selección solo es viable si se tiene un sólido esquema referencial personal. Esto es lo que la educación es incapaz de propiciar por su declive frente a la emergencia de internet, que privilegia la conversión de cada uno en actor y de su vida en una narrativa privilegiada que desplaza a lo colectivo. En estas condiciones las pirámides de Egipto, la gran muralla china o Machu Pichu son una escenografía de fondo para hacerse selfies el propio narrador. Así el mismo suspende el tiempo de su propia vida mediante la saturación de sus imágenes. Esto no puede tener solución en una institución escolar y remite a una crisis de civilización.
ResponderEliminarPuedes matizar más, ser actor es tb inteligente con marcos referenciales de análisis
ResponderEliminarNo entiendo bien tu comentario. Lo que digo es que los profesores de la era de las clases magistrales eran actores porque trasmitían su versión de la materia. Los monologuistas mediáticos también.
ResponderEliminarPero los profesores monologuistas no son actores, en tanto tienen que impartir un producto homologado, estandarizado, empaquetado e intercambiable. El único espacio que les queda es crear un monólogo para aliviar el desencuentro interplanetario del aula.
A actor me refiero en ref. a "...la emergencia de internet, que privilegia la conversión de cada uno en actor y de su vida en una narrativa privilegiada que desplaza a lo colectivo."
ResponderEliminarTe refieres a un actor psicologizado, cuya narrativa autorrefencial, el yoismo ajeno a hª, mundo social,... ¿Es esto?
Gracias Juan.
Sí, eso es. Cada uno puede ser un actor, en el sentido de promover acciones que expongan ante otros su propia imagen. Todo termina en una narrativa acerca de sí mismo que es manifiestamente asocial, o bien subordina lo colectivo a su yo.
ResponderEliminarEse sujeto es colocado en el interior de un aula-tumba donde tiene que ejecutar tareas programadas por la institución escolar. Una bomba.
Gracias
Profes monologuistas en you tube o en charleta TED. Que bueno Juan, yo en mis clases me niego a hacer el idiota, no somos camareras, ni cocineros a la carta, me niego a la relación clientelar estandarizada, aunque soy concientes que tanto en el IES, como ahora la universidad me penalizan por ello y no seguir las directrices del ente de la calidada y la innovación docente.
ResponderEliminarYo me eduqué des la retaguardia de las trabajadoras, la asamblea feminista y las aportaciones de Freinet, Illich, Montesori o Ranciere. Dos aportaciones ald ebate:
https://www.youtube.com/watch?v=VIQMuFcYSBI
http://moreno-pestana.blogspot.com.es/2016/03/dilemas-pedagogicos.html
Saludos Juan, gracias por por tu blog,
María
Gracias María
ResponderEliminarMuy bueno lo de cocineros a la carta. Hace unos meses escribí un post en el que denominaba a los profes como azafatas del aula. Yo tampoco hago el idiota y también soy penalizado.
Saludos