Recientemente fui invitado por el Ateneo de Granada a participar en uno de los programas que impulsa mi amigo Sergio Hinojosa, que representa un proyecto comprometido con las nuevas realidades, reivindicando el pensamiento y la reflexión. Mi exposición versó acerca de la conformidad, que en el presente se expande adoptando nuevas formas, que funcionan como máscaras que la encubren simulando una situación de libertad. La idea fundamental fue la afirmación de que la conformidad casi infinita que se produce en este tiempo es programada por un nuevo poder que se instala más allá de lo político-estatal. El título de esta entrada es el mismo que el de la conferencia. Así, la multiplicación de la conformidad no es el resultado del azar o de otras circunstancias, sino que es diseñada y planificada por los nuevos poderes. Entre estos las agencias múltiples son los más relevantes, en tanto que recurren a métodos novedosos.
Este es el resumen de la intervención.
En los últimos años se intensifica un cambio que no es percibido en su verdadera dimensión. Se trata de una mutación del gobierno, que trasciende el ámbito del estado para instalarse en las organizaciones y todas las esferas de la vida. Esta transformación responde a una programación de un nuevo poder global. Para impulsar este cambio se fundan nuevas organizaciones, las agencias principalmente, que se complementan mutuamente. En ellas reside una nueva clase de tecnócratas que programan el entorno de las personas, los grupos y las organizaciones mediante la determinación de los objetivos considerados como útiles. Una vez que estos se encuentran rigurosamente precisados quedan establecidas las bases para el gobierno y conducción de las personas. Estas son definidas como individuos libres que eligen, pero esta apariencia de libertad encubre una gran homogeneización que tiene como consecuencia el incremento de la obediencia basada en una forma sofisticada de coerción. El modo de operar del nuevo poder confiere un papel fundamental a las subjetividades, que se constituyen en el requisito esencial para el funcionamiento del gobierno.
La primera cuestión que es preciso discernir es la valoración de la conformidad. Desde distintas posiciones se entiende esta de un modo diferente a mi estimación. El mercado infinito estimula la elección de los objetos y los servicios, por parte de un nuevo sujeto que se diferencia permanentemente de los demás mediante la activación de sus elecciones. La expansión del mercado a todos los espacios sociales proyecta la elección como criterio central de la vida. Las personas son entendidas como ejecutores de actos en los que mediante la elección muestran su sabiduría. Esta deviene en el código fundamental de la vida, que es entendida como una secuencia inacabable de elecciones.
De la apoteosis de la elección se deriva la apariencia de la libertad individual. Esta resulta una cultura en la que las decisiones individuales ante un menú de opciones es la norma suprema. Cualquier conminación es entendida como una coerción intolerable. Antes de continuar debo precisar que la posición social de cada cual implica unas constricciones de gran magnitud que se sobreponen al individuo sin posibilidad de elección. Pero, más allá de esta cuestión de las ideologías consumeristas que impulsan el mito del sujeto elector sin constricciones, resulta que en uno de los ámbitos fundamentales de la vida, las organizaciones y empresas, cada vez en mayor medida se hace manifiesta la ausencia de libertad.
Sin embargo, el reconocimiento de la elección y la ideología de la libertad individual se contrapone con un malestar generalizado, que es perceptible pero no se encuentra formulado en términos de un discurso. Este acompaña al proceso inexorable de disolución de una parte del viejo tejido organizativo, que generaba un espacio público en las organizaciones, en el que distintos grupos producían discursos, intercambios y relaciones. Estas prácticas son debilitadas por el nuevo principio articulador que se funda, como en el mercado mismo, en producir diferencias individuales. Cada persona es responsabilizada de sus propios resultados, que son expuestos públicamente con la finalidad de ser comparado con los demás.
El efecto de esta tecnología de poder es la conformación de una individuación severa e intensa, inédita en relación a cualquier pasado. El individuo resultante es un ser frágil que carece de opciones ante la programación completa de su entorno. Los objetivos asignados se presentan en forma de menú en el que tiene que decidir la combinación de sus inversiones. Pero la selección de sus acciones se encuentra determinada inexorablemente por el nuevo poder auditor de personas, grupos y organizaciones. Este poder encarnado en las agencias,que son la versión contemporáneas de las iglesias, debilita los vínculos horizontales entre las personas sometidas a un escrutinio sin fin.
El sujeto libre elector se encuentra ante un mundo hiperprogramado que le apremia para configurar y llenar su “cesta de la compra”. Una vez escrutado deberá comenzar el camino hacia la siguiente evaluación, en la que lo conseguido con anterioridad es el índice cien, que tiene la obligación de superar. Así las agencias múltiples gobiernan a las personas, las unidades, los equipos y las organizaciones. Pero el efecto principal de estos métodos es la producción de las subjetividades requeridas por este sistema. Este es el principio sobre el que se yergue el ejercicio del poder. Se trata de que el sujeto gobernado asuma los supuestos que se le asignan. La gran coacción general sobre la que se sustenta esta forma de gobierno permite que cada cual cierre sus opciones que determina el menú general.
Esta forma de gobierno no considera alternativas. Cualquier disentimiento implica la expulsión a un nuevo purgatorio simbólico en el que habitan los espectros de la vieja burocracia, el taylorismo y los métodos particularistas de las viejas profesiones. Este espacio concentra a los denostados que no asumen los imperativos de este sistema de poder. Los expulsados son denigrados, en tanto que se sobreentiende que se han autoexcluido de elegir por sí mismos. La condena se encuentra revestida de la etiqueta de habitantes del pasado atrasado, que es el peor pecado posible. Porque los penalizados rompen con el sagrado precepto de la adaptación permanente.
Pero, tras la máscara de la ideología de la creatividad, la innovación y la adaptación, la verdad es que este sistema produce autómatas programados que se adaptan a los objetivos que se les imponen en un prudente silencio. No es posible asumir riesgos en un sistema así. La creación y la innovación siempre implican rupturas y son inseparables de tensiones. Siempre pienso en Luis Buñuel, y me pregunto qué sería de él en este tiempo. El comportamiento automatizado es inevitable en este sistema de gobierno. Pero la asunción de la subjetividad requerida genera un grado de simulación y falsificación de los resultados que no deja de crecer. Así se construye la gran adulteración sobre la que se funda la mentira institucional que impera en el presente, que resulta del sumatorio de renuncias individuales derivadas del sometimiento a la gran coacción ocultada y maquillada.
El ambiente resultante es asfixiante. El espacio público queda constreñido a las metas individualizadas y los medios para alcanzarlas. El vacío se hace presente en este sistema de sujetos calculadores. Algunos amigos me felicitan por mi suerte de ser profesor de sociología en un tiempo así. Esperan que cuestiones como la precarización o la corrupción sean tratadas efusivamente en tan venerable institución. No, el espacio público está drásticamente intervenido. El vacío que se deriva de la nueva gubernamentalidad es inmenso. La vida común en la universidad está regida por la sagrada institución de la evaluación. Todo aquello que no tenga un valor asignado por esta es rechazado. Así el silencio prodigioso de la institución que vive fiel al precepto incuestionable del “cada cual a lo suyo”.
La eficacia de esta forma de gobierno para su propia reproducción es incuestionable. Consigue el sometimiento de todos al pragmatismo de la adaptación. Pero el exceso de conformidad termina destruyendo a las instituciones mismas. Estas muestran su incapacidad de regenerarse y producir la inteligencia colectiva necesaria para responder a sus requerimientos. Al constituir la máquina de falsificaciones de la realidad, esta termina por obstruir los procesos y los resultados. Así, la conformidad termina siendo destructiva. Las agencias terminan por modelar a un sujeto que para sobrevivir en ese medio tiene que renunciar mediante la adaptación aniquiladora a la creación. En nombre de la innovación se construye un juego basado en la repetición, que mutila las potencialidades de las personas.
Nos podemos preguntar acerca de las razones por las que se mantiene un orden como el que estoy presentando. Mi respuesta es que el gran descubrimiento de la época es la factibilidad de fugarse de él para regresar. El espacio y el tiempo de la fuga, facilita la reparación mediante el distanciamiento provisional. La vida se descompone en tiempos distintos que alivian a los súbditos gobernados por la nueva gestión y evaluación. El sujeto obediente conforme con todo, que ajusta su comportamiento a lo programado, que experimenta su finitud ante las agencias convertidas en tribunales especiales con rostro amable para quienes se sometan a sus normas y métodos, puede aliviarse en el mundo exterior y reparar los efectos de la obediencia incondicional asociada al estado de conformidad que reina en las organizaciones y empresas.
Un orden social tan eficaz en el sometimiento de los sujetos tiene contrapartidas muy importantes. La principal es que sofoca la creatividad, erosionando el pensamiento. La hiperconformidad es un arma de destrucción masiva de la inteligencia, que no puede desarrollarse en el contexto de uniformidad, en el que el espacio del intelecto se agota en la adaptación a sus propios objetivos. La imaginación queda desplazada y lo colectivo es un misterio inaccesible. Vivir en un espacio así es difícilmente soportable, pero tiene una contrapartida, como es que es imposible no cultivar otras virtudes, como la paciencia para desenvolverse en ese extraño mundo de monolitismo absoluto que apela a cultivar las diferencias mediante elecciones en las esferas de lo secundario. Un mundo de conformistas radicales clonados. Esto es lo que hay
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