El accidentado tránsito de Irene Lozano por las pasarelas del sistema de partidos políticos, aterrizando súbitamente en el PSOE, ha desencadenado un rechazo monumental en su seno. Los silencios en la reunión de presentación fueron clamorosos, así como los gestos de los barones y múltiples militantes, que expresaban un dolor manifiesto ante su presencia consumada en las listas. Así se expresa una dimensión oculta, no bien comprendida de la vida de los partidos. Estos son algo más que las funciones que desempeñan en las instituciones, o sus prácticas, organigramas y discursos. Los partidos son sistemas humanos de interacción en los que, en el curso del tiempo, procesan las comunicaciones procedentes del entorno, generando un conjunto de narrativas, esquemas de interpretación, leyendas, mitos, premisas no fundadas, que articulan una versión interna de la realidad.
De este modo Irene Lozano abre la herida simbólica que se encuentra en una de las grutas en las que habitan los espíritus de la organización. Al igual que las grutas resultan de la acción de agentes exteriores, en la dimensión metafórica que la utilizo son el resultado de todo un sistema de interacción partidaria, que no es la recepción pasiva de los discursos públicos enunciados por los dirigentes, sino la vivencia común y la experimentación por parte de los miembros de los sucesivos acontecimientos vivenciados. De ahí resulta una verdadera significación colectiva de estos eventos, que concluye en una conciencia compartida que determina la interpretación de los sucesos producidos en su entorno.
Así, el partido no es sólo un conjunto de personas definidas por compartir la sagrada relación entre los costes y los beneficios, sino que es el protagonista de un proceso de autoorganización en el que genera a sí mismo, ejerciendo como productor de relatos que conforman una cultura interna diferenciada del entorno. Sólo en ocasiones críticas se muestran sus manifestaciones, como en el caso de la recién llegada procedente del mundo externo que se percibe como amenazador. Por esta razón, cuando he escrito sobre este partido en el blog, he utilizado términos como “los espíritus de las sedes o los habitantes de las mismas”. Es en ellas donde tiene lugar esta prodigiosa producción de la versión socializada de la realidad.
Por eso me gusta contemplar las señales visibles estos procesos en los actos partidarios. Desde la primera vez que fui a un acto del PSOE, recién llegado a Granada, en el que una multitud de fieles aclamaba a Felipe González, se hacía manifiesta la desconexión de los significados en la comunicación. Lo importante de un acto partidario no es el momento de la mística relación de los asistentes con los oradores, sino el antes y después. Son las conversaciones previas en los desplazamientos, las controversias en las pausas, los comentarios posteriores, las negociaciones acerca de las interpretaciones de los días siguientes en las sedes, los bares o los encuentros. En estas interacciones se producen procesos de homogeneización en un juego de argumentaciones y emociones compartidas que los influyentes invisibles modelan la interpretación hegemónica que resulta de las sucesivas retroalimentaciones.
Esta conciencia colectiva está dotada de una gran consistencia, en tanto que no se encuentra escrita en términos de discurso. De este modo articula un conjunto de preceptos que incluso no se enuncian verbalmente, porque están muy arraigados y tienen una naturaleza social. Cualquier miembro individual que los cuestione es sancionado severamente por sus próximos mediante el aislamiento y la recriminación. Se trata de la intimidad, del conocimiento acumulado en las grutas que se hace visible solo en las grandes crisis partidarias.
Esta conciencia colectiva es un sumatorio de supuestos compartidos, en el que resalta un núcleo duro incuestionable. Este conjunto de premisas internalizadas generan una escucha preformada de la comunicación producida en el entorno. Los supuestos pueden ser categorías, preceptos o esquemas que formatean la forma selectiva de construir la realidad, y, por consiguiente, de conocer. De la misma resultan un conjunto de certezas que contribuyen a mantener la cohesión interna cuando esta es amenazada por acontecimientos críticos acaecidos en el exterior.
La conciencia colectiva resultante de la interacción partidaria cotidiana se transforma en un poderoso control interno que la protege en las crisis. Así, en las grutas de la conciencia colectiva se encuentra presente lo no dicho. Me refiero a esas premisas compartidas que están presentes pero de las que no se habla. Lo no dicho es lo verdaderamente poderoso. Es el factor de protección de la organización en el tiempo y a pesar de las adversidades. Las noches de derrotas electorales, las actuaciones impresentables de los dirigentes, las decisiones que cuestionan su supuesta ideología o identidad, las fugas de contingentes militantes, así como los eventos amenazadores procedentes del entorno, son factores que pueden ser metabolizados y sofocados por este esquema común de la conciencia colectiva.
Así la corrupción permanente en el tiempo, intensa y plural, es reinterpretada desde la conciencia colectiva partidaria para neutralizar las respuestas. En tanto que en la esfera pública se practica una política de producir discursos veleidosos carentes de efectos, en el caso del interior de la organización se moviliza un comportamiento defensivo de negación, que atribuye la intencionalidad al enemigo externo, sobre el que se proyecta la culpabilidad. Así se constituye el monumento narrativo del “y tú más”. La homogeneidad férrea queda de manifiesto. No existen grietas. Nadie traspasa el umbral del silencio. Pues bien, el cemento partidario de la cohesión interna y de la producción de los factores de sobrevivencia es precisamente esa conciencia colectiva sin fisuras.
En el caso del PSOE, al igual que en el de sus rivales contendientes, esta conciencia colectiva se articula en torno a un precepto compartido que se internaliza sin discusión: Quien gana las elecciones tiene legitimidad para colocar sus huestes en los territorios múltiples del estado. Ahora también en las empresas a las que se transfieren sus funciones. Esta es la verdad partidaria fundamental. Al no encontrarse escrita o verbalizada, adquiere mucho más fuerza. Desde esta perspectiva se puede comprender el silencio partidario frente a la multitud de irregularidades que tienen lugar en todas las administraciones. Porque tras las mismas se encuentra el principio articulador que se puede definir así: Hemos ganado las elecciones. La administración nos pertenece hasta las siguientes.
La lealtad es el segundo enunciado fundamental para asegurar la cohesión imprescindible para el éxito del proyecto. La exaltación de esta se acompaña de la estigmatización de los desleales demonizados en las narrativas sobre la traición. El éxtasis de la lealtad produce una pequeña patria partidaria inexpugnable, que se sobrepone a las inevitables adversidades, así como a los distintos ciclos de la vida del partido. De la sobrevaloración de la lealtad se deriva la incapacidad del partido para incorporar independientes, una de las condiciones de su éxito en una sociedad tan plural. Pero cualquiera que recale en sus listas como compañero de viaje amenaza el precepto de la cultura partidaria de que los beneficios son para nosotros, los que permanecemos aquí, los que somos fieles.
En estas coordenadas se puede interpretar la respuesta partidaria a la aparición de Irene Lozano. De este modo una cooptación, que en general favorece a los cooptadores, deviene en un drama que moviliza las emociones negativas. En la conciencia partidaria se trata de una persona procedente del partido de la traidora Rosa Diez, que además, “nos ha atacado con saña en la legislatura anterior". La sólida conciencia o cultura partidaria que habita las sedes-grutas se hace visible mediante unos dogmas refractarios a cualquier cambio. Como todo lo arraigado es compacto, y se manifiesta mediante la activación de los sentimientos, las proyecciones y las fantasías. Con estos materiales se construye el rechazo activo a los desleales y otras categorías de enemigos-fantasma imaginarios.
Imagino la reunión del comité federal en el que los barones no tomaron la palabra para ser tan elocuentes. También las imágenes de la presencia de Irene. Porque en el sistema de significación de las grutas del partido no importan sus cualidades ni el papel que ha desempeñado en la oposición. Se trata de una persona exterior, crítica-enemiga, desleal e interesada, que viene a sustraer un bien colectivo del partido. En un par de años se puede encontrar en condiciones de escribir un tratado sobre la obstinación, entre otras cosas.
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