En las estaciones de autobuses se hacen presentes las tendencias sociales imperantes en cada tiempo. Las taquillas, las salas de espera y los andenes muestran a los públicos usuarios y también a los ausentes, en tanto que disponen de otra alternativa considerada mejor. Las estaciones son los lugares en donde empiezan y terminan los desplazamientos de múltiples personas que llenan sus vidas. En ellas tienen lugar algunas despedidas, así como reencuentros que ocupan las existencias. El tiempo modifica radicalmente los usos de las mismas, así como los públicos que concurren a ellas. Estos edificios en donde se entrecruzan múltiples trayectorias constituyen un laboratorio de cambio social.
En mi vida han tenido y tienen una importancia primordial. Entre las varias marginaciones que concurren en mi persona, la más rica es la de ser un sujeto no motorizado. La excepción han sido los años de moto, pero nunca he dispuesto de una cabina cerrada, blindada y además dotada de ruedas. Soy una persona desplazada al exterior de mi target, en tanto que como usuario del transporte público vivo la contigüidad con los públicos no motorizados, en muchas ocasiones lejanos a mi mundo individual. Pero durante muchos años he experimentado la extraña condición de copiloto, cuando Carmen era la conductora. El estatuto de copiloto es extravagante en un tiempo social en el que este lugar era ocupado preferentemente por las mujeres.
El transporte es un espacio privilegiado para observar los cambios sociales. En el curso de mi vida se han modificado las relaciones entre los públicos que se desplazan y el sistema de medios que los vehiculizan. En mi juventud, el autobús era, junto con el tren, la única posibilidad para la mayoría. De ahí que las estaciones congregasen a públicos muy heterogéneos. La gran motorización de masas, que a mi entender es el fenómeno más importante de la denominada modernización, decantó los públicos no motorizados, tales como las mujeres en estado de reclusión doméstica, las personas mayores, los jóvenes y aquellos que se encontraban por debajo de la línea de la renta media. Las estaciones de autobuses se desuniversalizaron gradualmente por la deserción de una parte de sus públicos que adquirieron la condición social de automovilista.
La reestructuración postfordista de la economía y la sociedad modificó el sistema de transporte. La nueva sociedad dual se hace patente en las estaciones. Para los públicos de las clases medias mejoran las condiciones de los autobuses para las distancias largas. Así se estratifican los públicos y los servicios de transporte. En ellas concurren los usuarios de los servicios de los bien dotados Premium y versiones similares, con los no motorizados que los usan como única alternativa para trayectos cortos en autobuses convencionales. Estos son aquellos determinados por la renta menguante, a los que cabe añadir los públicos errantes en busca de un empleo o de relaciones sociales. Los emigrantes múltiples, los viajeros y los jóvenes en distintas versiones vuelven a las estaciones.
Mis memorias de autobús son muy ricas. Los viajes por el Cantábrico con Carmen, cuando éramos muy jóvenes y pobres, que alternábamos con los trenes de FEVE. Los trayectos a Bilbao y San Sebastián desde Santander, tan terapéuticos para nosotros, que podíamos aliviar los rigores sociales de la ciudad. Con posterioridad en Andalucía, mi actividad como profe en la escuela de salud pública intensificó mi actividad de usuario del autobús. En esos años pude contemplar la transformación de las estaciones. La de Plaza de Armas de Sevilla y otras que los partidos en el poder convertían en intangibles celebrativos y propagandísticos. También mis años de diabetes desbocada, anteriores a la insulina, en los que mi preocupación era saber dónde hacía alguna parada que me permitiera hacer el pis de rigor. Cuando la enfermedad de Carmen se acentuó y no podía conducir trayectos largos retorné al autobús. También se acrecentó mi relación creciente con Madrid y con Málaga.
Pero es en los últimos años de la enfermedad de Carmen cuando se desplaza con más frecuencia a Madrid o Santander. Esto ha dejado una huella en mi memoria que revivo cada vez que paso por una estación. En estos largos años iba a buscarla a las diez de la noche a la estación de Granada. En las esperas se producía la intuición de su fin próximo, lo que me remitía a repasar mi vida con ella y a imaginar el vacío de su pérdida. A ello se sumaba la constatación en ese espacio de la intensa dualización social. Me cruzaba con gentes pertenecientes al ejército de reserva del nuevo capitalismo global. La estación me permitía acceder a las historias de los seres humanos tan lejanos a su tierra, con sus escasas pertenencias y su inseguridad asumida. Ambos factores confluían fatalmente generando un sentimiento de dolor. No puedo evitar recordar a la policía nacional abordando a los africanos, de un modo muy duro en no pocas ocasiones.
El cambio respecto al pasado es patente. En las viejas estaciones de los años sesenta y setenta, dotadas de una estética cutre, concurrían los múltiples públicos habitando las esperas mediante la proliferación de conversaciones. Mi experiencia en este vivo sistema social me ayudó a identificar los distintos tipos de personas. Los más entrañables eran las mujeres mayores, con las que una conversación que comienza preguntando sobre temas como las paradas o los tiempos, derivaba inevitablemente a la biografía, culminando en la muestra de las fotografías familiares. Así la estación albergaba un cierto estado de convivencialidad entre distintos viajeros. Este compensaba el estado pésimo de sus instalaciones.
En los años ochenta llegó la modernización acompañada por arquitecturas pretenciosas promovidas por las autoridades, devenidas en nuevos ricos poseedores de cuantiosos recursos procedentes precisamente del tráfico de los suelos. Pero se hacía evidente su gusto deplorable. La explosión de los edificios fue paralela a los cambios sociales que las convertían en el prototipo de lo que Marc Augé ha definido como “no lugares”. Así, por sus pasillos y sus salas de espera patéticas fluyen los viajeros, indiferentes a los demás y con paso apresurado. La aparición del teléfono móvil individualizaba severamente a los viajeros, convirtiéndolos en forasteros con respecto al antiguo sistema de relaciones efímeras que se congregaba en este espacio.
La estación consolidada como no lugar sanciona la individualización severa del viaje. La prodigiosa evolución del teléfono móvil proporciona una comunicación intensiva de cada cual con su mundo social, que se hace presente en cada pantalla. El espacio físico inmediato queda marginado, de modo que no es un espacio vivido ni experimentado. De ahí resulta un extrañamiento de los demás contiguos en el espacio, desplazados por la atención exclusiva requerida por un sistema de comunicación tan vivo como el de las redes sociales.
Las estaciones son testigos de este tiempo rápido de los viajeros. La espera se ha disuelto para este contingente de personas que pasan circunstancialmente por este espacio. Es un tiempo de comunicación con los suyos. Por el contrario, en las salas de espera arriban distintos tipos de náufragos del postfordismo. Una humanidad resultante de distintas marginaciones se asienta en las sillas. Son los que están allí esperando porque su tiempo es más lento, ajenos a los rigores de la vida productiva o desplazados de la vida ordinaria articulada por los consumos. Inmigrantes, jóvenes marginados, parias urbanos o ancianos residentes en la proximidad, asientan sus traseros en las sillas de las estaciones modernizadas. Entre estos no hay relaciones. Están allí porque es más confortable que la calle y se puede acceder al espectáculo de ver entrar y salir a los públicos sometidos a los horarios cíclicos de las llegadas y salidas.
De ahí resulta un distanciamiento entre los que están y los que pasan que genera un miedo difuso pero perceptible. Así las estaciones, en este tiempo, albergan a distintas gentes percibidas como sospechosas. Allí nadie se mira ni se habla, pero se intuye que muchos de los que se encuentran sentados son portadores de considerables dramas personales. Así es como las salas de espera, concebidas como catedrales para los ciudadanos móviles, terminan siendo un espacio regido por el presupuesto de la seguridad de los viajeros misteriosos, que están simultáneamente presentes pero desterrados de este espacio.
Me gusta ir a Madrid en los autobuses de madrugada. En esas horas se hace más visible la gran escisión entre los presentes en la estación. La distancia entre las personas es aún mayor, el estatuto de extraño de todos los contiguos se acrecienta, el temor se hace patente en los rostros y la disposición de los cuerpos de los viajeros, las distancias personales y los agrupamientos siguen la lógica de la protección y la seguridad refuerza su presencia en el vacío de las salas de espera. La vigilancia puede percibirse con más nitidez en los espacios desocupados.
La semana pasada fui a Málaga en el autobús de las ocho de la mañana. Todos mis recuerdos se hicieron presentes en mí. El espectro de Carmen invadió mi persona. Las luces tenues, los marginados que se refugiaban del frío, la cafetería de lúgubre estética, el contraste entre los turistas y los jóvenes viajeros con los públicos de cercanías de la sociedad sufrida. Unos minutos antes de subir al autobús, ya en el andén, un hombre de unos sesenta años se encontraba hablando con una chica joven árabe con la cabeza cubierta con su pañuelo. En este momento, una pareja de la policía nacional les pidió la documentación. La seguridad llenó ese espacio en el que antaño habitó un sistema de relaciones más convivencial. Las estaciones de autobús del presente son la suma de los no lugares y sistemas que avanzan en el camino al campo de concentración en su última versión amable. Como diría el inefable Andrés Montes “Es el progreso Salinas, qué cosa más grande”.
lunes, 30 de noviembre de 2015
sábado, 28 de noviembre de 2015
TRAS EL JARDÍN
Las imágenes de la nueva sociedad policial se prodigan en las televisiones junto a las de los aterrorizados súbditos. Junto a ellas, las multitudes son convocadas mediante la emulación a la compra. El Black Friday muestra la última versión de la sociedad de masas, en la que reina el vacío y la incertidumbre. Los ciudadanos-consumidores son atravesados simultáneamente por los flujos de terror colectivo o las pasiones inducidas por tan formidable aparato comercial, que muestra su capacidad para renovar los productos en tiempos prodigiosos. Una vez alcanzadas las capacidades de producir vertiginosamente, el objetivo se orienta a crear los dispositivos de fabricación de los consumidores mismos.
El esplendor de los medios audiovisuales como soporte de las instituciones centrales del marketing y la publicidad constituye el núcleo de la nueva época, en la que el declive del pensamiento y del antaño imperio de la letra escrita es patente. El nuevo estado de producción y consumo desbocados se sobrepone en todas las esferas sociales. De esta confluencia resulta un mundo extraño que ha perdido el sentido. Porque es imposible pensar un escenario de paz y estabilidad en un mundo en el que la inteligencia se ha divorciado inexorablemente de las decisiones de gobierno, en cuyo proyecto solo caben las magnitudes de la fábrica de productos, de su conservación y expansión.
Este declive fatal de la inteligencia y la sensibilidad se expresa en la indiferencia de la tragedia africana. El Mediterráneo deviene en un cementerio imperceptible para los saturados consumidores del norte. En estas condiciones, las imágenes aterradoras de la policía y los militares protegiendo los partidos de fútbol, los conciertos, las compras y los transportes son una premonición de un futuro inaceptable. La escalada en la producción y el consumo ha terminado por generar una inflación explosiva en su precio. Este ha alcanzado cotas insostenibles. Rodeados de tragedias sin que se pueda vislumbrar una salida a las mismas, el conflicto ha terminado por desplazarse a los espacios del privilegio.
El problema radica que una rectificación no puede proceder de unas élites subordinadas al formidable aparato de producción y consumo, con su escolta de estructuras mediáticas audiovisuales. Pido disculpas por el adjetivo, pero esta sociedad solo puede calificarse mediante el adjetivo de “imbéciles”. La imbecilidad se extiende sin oposición por todos los espacios sociales. Este es el supuesto sobre el que se produce la campaña electoral que estamos sufriendo, en la que los candidatos se prodigan como patéticos protagonistas del show indiferente a los problemas de fondo. El destierro de la inteligencia es patente, acompañada por los silencios clamorosos de las antiguas instituciones del conocimiento, tales como la universidad.
La decadencia de la inteligencia, agotada en la producción de bienes y servicios, genera un vacío de conocimiento en el que los ciudadanos-consumidores experimentan una infantilización sin precedentes. Así entregan sus cuerpos alegremente a los cacheos de las fuerzas de seguridad redentoras, de modo que puedan garantizar su protección en los distintos eventos deportivos y de ocio. Así se conforma el penúltimo espectáculo de decadencia de Europa, convertida en una fortaleza cuya finalidad principal es protegerse a sí misma. La nueva sociedad policial se encuentra ya en su infancia, en tránsito a su consolidación.
El vacío de la inteligencia y la tragedia de la pérdida de sentido determinada por el autismo de la comunicación de masas, remite inevitablemente a los poetas. Por eso subo un video de Georges Moustaki que permite varias lecturas. Antes había un jardín, pero lo cierto es que el mundo hay que entregárselo a las siguientes generaciones. Sobre este texto es posible imaginar, que es a lo que invito a los lectores que viven una realidad en el que la imaginación ha sido neutralizada por el aparato de producción de bienes y servicios y los dispositivos que lo acompañan. La pesadilla seguritaria del presente es la perversión del mundo imaginario aludido por Moustaki. Tras el jardín.
El esplendor de los medios audiovisuales como soporte de las instituciones centrales del marketing y la publicidad constituye el núcleo de la nueva época, en la que el declive del pensamiento y del antaño imperio de la letra escrita es patente. El nuevo estado de producción y consumo desbocados se sobrepone en todas las esferas sociales. De esta confluencia resulta un mundo extraño que ha perdido el sentido. Porque es imposible pensar un escenario de paz y estabilidad en un mundo en el que la inteligencia se ha divorciado inexorablemente de las decisiones de gobierno, en cuyo proyecto solo caben las magnitudes de la fábrica de productos, de su conservación y expansión.
Este declive fatal de la inteligencia y la sensibilidad se expresa en la indiferencia de la tragedia africana. El Mediterráneo deviene en un cementerio imperceptible para los saturados consumidores del norte. En estas condiciones, las imágenes aterradoras de la policía y los militares protegiendo los partidos de fútbol, los conciertos, las compras y los transportes son una premonición de un futuro inaceptable. La escalada en la producción y el consumo ha terminado por generar una inflación explosiva en su precio. Este ha alcanzado cotas insostenibles. Rodeados de tragedias sin que se pueda vislumbrar una salida a las mismas, el conflicto ha terminado por desplazarse a los espacios del privilegio.
El problema radica que una rectificación no puede proceder de unas élites subordinadas al formidable aparato de producción y consumo, con su escolta de estructuras mediáticas audiovisuales. Pido disculpas por el adjetivo, pero esta sociedad solo puede calificarse mediante el adjetivo de “imbéciles”. La imbecilidad se extiende sin oposición por todos los espacios sociales. Este es el supuesto sobre el que se produce la campaña electoral que estamos sufriendo, en la que los candidatos se prodigan como patéticos protagonistas del show indiferente a los problemas de fondo. El destierro de la inteligencia es patente, acompañada por los silencios clamorosos de las antiguas instituciones del conocimiento, tales como la universidad.
La decadencia de la inteligencia, agotada en la producción de bienes y servicios, genera un vacío de conocimiento en el que los ciudadanos-consumidores experimentan una infantilización sin precedentes. Así entregan sus cuerpos alegremente a los cacheos de las fuerzas de seguridad redentoras, de modo que puedan garantizar su protección en los distintos eventos deportivos y de ocio. Así se conforma el penúltimo espectáculo de decadencia de Europa, convertida en una fortaleza cuya finalidad principal es protegerse a sí misma. La nueva sociedad policial se encuentra ya en su infancia, en tránsito a su consolidación.
El vacío de la inteligencia y la tragedia de la pérdida de sentido determinada por el autismo de la comunicación de masas, remite inevitablemente a los poetas. Por eso subo un video de Georges Moustaki que permite varias lecturas. Antes había un jardín, pero lo cierto es que el mundo hay que entregárselo a las siguientes generaciones. Sobre este texto es posible imaginar, que es a lo que invito a los lectores que viven una realidad en el que la imaginación ha sido neutralizada por el aparato de producción de bienes y servicios y los dispositivos que lo acompañan. La pesadilla seguritaria del presente es la perversión del mundo imaginario aludido por Moustaki. Tras el jardín.
martes, 24 de noviembre de 2015
LOS MILAGROS ACADÉMICOS DE LA INFANTA CRISTINA
La monarquía española es una institución especial. Su singularidad se deriva de su sincronización con un país cuyas instituciones se modifican manteniendo un núcleo invariante que remite a determinados elementos del pasado que sobreviven a los cambios. Uno de ellos es la alta tasa de favoritismo y trato preferencial a los poderosos. En los guiones institucionales el vasallaje adopta una rica gama de variedades que van modificándose para adaptarse a los entornos cambiantes, pero manteniendo los códigos básicos inmutables. El caso de la universidad es patente. De este modo, tanto Juan Carlos como sus hijos, han acumulado numerosos títulos académicos en un tiempo récord, mediante la realización de un portentoso milagro académico.
Pero en el caso de una persona tan emprendedora como la Infanta Cristina, su alto rendimiento académico no me es extraño, en tanto que cursó estudios en Ciencias Políticas en mi facultad de la Universidad Complutense de Madrid. Tras finalizar sus estudios fue nombrada presidenta de honor o un cargo similar en el colegio profesional de politólogos y sociólogos, que a día de hoy mantiene. No es de extrañar, en tanto que ambas instituciones siguen trayectorias convergentes en la búsqueda de la excelencia. La biografía profesional de la infanta ilustra el ejemplo de una trayectoria emprendedora, que contrasta con el de muchos de los licenciados y ahora graduados, que se encuentran agarrotados y desprovistos de la capacidad de seguir la estela emprendedora de doña Cristina. Así se confirma la ponderación en las decisiones de los premios institucionales y los cargos honoríficos.
La infanta estudió en la Complutense en los años ochenta. La Facultad se encontraba en un proceso de transformación. Fue fundada como facultad autónoma de Económicas en 1969. En los primeros años albergó un movimiento estudiantil muy poderoso. En el final de la dictadura y los primeros años de la transición, numerosos activistas de este tiempo de oposición se ubicaron en las nuevas instituciones. Algunos de estos accedieron a la condición de profesores. No cabe duda de la capacidad de la nueva democracia para instalar en sus instituciones a muchos de los contingentes críticos al franquismo. Este factor modificó radicalmente los discursos y las prácticas de esta exitosa generación militante.
En este entorno, la presencia de la entonces princesa fue cómoda. Tuvo el privilegio de tener una profesora del máximo prestigio como tutora, lo cual facilitaba la relación con los distintos profesores. En algunas ocasiones visitaba las clases y se desempeñaba como una estudiante corriente. Pero su condición real determinaba unos privilegios muy acentuados. Me refiero a los exámenes, muchos de los cuales no los hacía con sus compañeros sino individualmente mediados por su tutora. Así se genera una situación académica cuanto menos opaca.
Los estudios de la infanta están revestidos de un espeso silencio. Los activistas convertidos en profesores se encontraban en una situación difícil, en tanto que tenían que resolver con prudencia y discreción este embarazoso trámite. Pero el régimen de excepción de la infanta los situaba en una frontera en la que el vasallaje académico, en tanto que tenían que avalar sus calificaciones, al tiempo que ser prudentes en sus comunicaciones. Así, la princesa completó todas las asignaturas sin problemas, compatibilizando sus estudios con las obligaciones derivadas de su vida institucional. Año a año acumuló su capital académico en una situación opaca, en la que la hipótesis del privilegio es factible.
Una de las tradiciones de las instituciones españolas a las que aludía al comienzo es el secreto. Los poderosos mantienen sigilosamente sus asuntos en estado de silencio. En la crisis política vigente, un factor relevante es la ruptura de esta pauta. No se sabe con certeza las transacciones académicas de Doña Cristina. Pero lo que sí es cierto es que, al menos en un caso, un profesor, antiguo activista en la facultad, la suspendió, lo cual desencadenó una tormenta de presiones hacia el mismo que terminó con la rectificación de la calificación.
Se trata de la asignatura de Economía. La hipótesis de que la infanta no se esforzaba en la preparación de los exámenes se hace verosímil. Esta compareció a la prueba segura de que se trataba de un trámite. Pero este profesor fue fiel a sí mismo y la suspendió. Así se reafirmaba como un docente-vasallo incompleto. Este profesor que rompió el consenso sólido imperante en el postfranquismo, que ha desempeñado la recuperación de las élites del viejo régimen, las cuales controlan los mecanismos esenciales de las instituciones. Es la excepción inesperada en un orden institucional que no necesita verbalizar el consenso monolítico existente en las cuestiones fundamentales.
Pero este profesor, que después llegó a catedrático en su especialidad, tras obtener la absolución a su pecado y evidenciar el propósito de enmienda, era una persona especial. Lo conocí en el curso 69-70 en la facultad, en la que ambos cursábamos los estudios. Él estudiaba segundo curso. Era una persona muy comprometida con el movimiento estudiantil y tenía un grado de liderazgo muy importante en la clase, así como una interlocución muy intensa con los profesores. En este curso ingresó en el partido comunista donde desempeñó también un papel relevante.
Era una persona cumplidora estricta de sus tareas y meticuloso en los detalles. Atribuía una importancia desmesurada al cumplimiento de las normas y lo programado. En la vida interna del partido mantenía sus puntos de vista en las reuniones, cosa poco frecuente en este tiempo. Su aportación a la vida de la facultad y de la organización fue muy relevante. Todos los que convivimos con él lo recordamos con agrado. Además simultaneaba la militancia y los estudios, constituyendo aquí también una excepción. Pero su forma de ser tenía como contrapartida su rigidez, que podía llegar a la obstinación. Con el paso de los años su presencia en la facultad y su sistema humano fue muy importante.
Por esta razón, enfrentado a una prueba con tan distinguida alumna obró siguiendo su conciencia, ignorando las determinaciones institucionales suspendiéndola. Entonces tuvo que vivir la reacción de la institución que movilizó todo su potencial coactivo. El resultado fue su rectificación, en tanto que la convocatoria de septiembre es incompatible con los intensos veraneos naúticos de la familia real congregada en las regatas. Visto desde el tiempo vigente le faltó flexibilidad, un ingrediente tan determinante en las instituciones del postfranquismo.
Imagino la reacción de la infanta, ofendida por un profesor vasallo, un don nadie que no supo estar a la altura de comprender que el ejercicio de la evaluación tiene excepciones. Inevitablemente, haría su aparición el enunciado principal que reza así “pero este ¿quién se ha creído que es?”. La respuesta de la institución no concluyó con la obligación de la rectificación sino que denigró al extraño profesor, descalificándolo profesional y personalmente. Ya se sabe que cualquier crítico a un poder de este rango es etiquetado negativamente, estigmatizado y objeto de una leyenda negra. Porque las narrativas que acompañan a ese poder se fundan en que la crítica no se incardina en la realidad sino en la mente del que las formula.
Años después esta información contribuye a la comprensión del modo de estar en el mundo de la susodicha princesa. Habiendo vivido tantos años rodeada de vasallos, no comprendió que sus acciones podían tener límites. De nuevo se encontró con un juez raro que siguió el dictamen de su conciencia profesional. El nuevo contexto favoreció la mediatización de sus actividades emprendedoras extendidas a territorios del más allá de la ley. Pero inevitablemente las fuerzas de la excepción se han puesto de nuevo en marcha para protegerla. Este caso que cuento es un antecedente.
Esta información la he obtenido por distintas fuentes de personas que estuvieron presentes en los hechos. Aún y así, el silencio es una fuerza muy poderosa. Hace dos años me reencontré con este profesor héroe por un día. Comimos juntos en Madrid, ciudad en la que según Joaquín Sabina “las niñas ya no quieren ser princesas, y a los niños les da por perseguir” y pudimos rememorar otros tiempos. No se prodigaba en detalles en esta cuestión que yo conocía hacía ya varios años. Después de nuestro agradable encuentro volví a pensar sobre este asunto y me invadió un temor por la impunidad de estas instituciones y sus relaciones con los poderosos. Estoy en un estado de duda porque no le he dicho nada acerca de la publicación de este post. En cualquier caso le pido disculpas por mi decisión de contarlo.
Un abrazo para él, para el juez Castro y otros ciudadanos anónimos en las instituciones españolas eternas.
Pero en el caso de una persona tan emprendedora como la Infanta Cristina, su alto rendimiento académico no me es extraño, en tanto que cursó estudios en Ciencias Políticas en mi facultad de la Universidad Complutense de Madrid. Tras finalizar sus estudios fue nombrada presidenta de honor o un cargo similar en el colegio profesional de politólogos y sociólogos, que a día de hoy mantiene. No es de extrañar, en tanto que ambas instituciones siguen trayectorias convergentes en la búsqueda de la excelencia. La biografía profesional de la infanta ilustra el ejemplo de una trayectoria emprendedora, que contrasta con el de muchos de los licenciados y ahora graduados, que se encuentran agarrotados y desprovistos de la capacidad de seguir la estela emprendedora de doña Cristina. Así se confirma la ponderación en las decisiones de los premios institucionales y los cargos honoríficos.
La infanta estudió en la Complutense en los años ochenta. La Facultad se encontraba en un proceso de transformación. Fue fundada como facultad autónoma de Económicas en 1969. En los primeros años albergó un movimiento estudiantil muy poderoso. En el final de la dictadura y los primeros años de la transición, numerosos activistas de este tiempo de oposición se ubicaron en las nuevas instituciones. Algunos de estos accedieron a la condición de profesores. No cabe duda de la capacidad de la nueva democracia para instalar en sus instituciones a muchos de los contingentes críticos al franquismo. Este factor modificó radicalmente los discursos y las prácticas de esta exitosa generación militante.
En este entorno, la presencia de la entonces princesa fue cómoda. Tuvo el privilegio de tener una profesora del máximo prestigio como tutora, lo cual facilitaba la relación con los distintos profesores. En algunas ocasiones visitaba las clases y se desempeñaba como una estudiante corriente. Pero su condición real determinaba unos privilegios muy acentuados. Me refiero a los exámenes, muchos de los cuales no los hacía con sus compañeros sino individualmente mediados por su tutora. Así se genera una situación académica cuanto menos opaca.
Los estudios de la infanta están revestidos de un espeso silencio. Los activistas convertidos en profesores se encontraban en una situación difícil, en tanto que tenían que resolver con prudencia y discreción este embarazoso trámite. Pero el régimen de excepción de la infanta los situaba en una frontera en la que el vasallaje académico, en tanto que tenían que avalar sus calificaciones, al tiempo que ser prudentes en sus comunicaciones. Así, la princesa completó todas las asignaturas sin problemas, compatibilizando sus estudios con las obligaciones derivadas de su vida institucional. Año a año acumuló su capital académico en una situación opaca, en la que la hipótesis del privilegio es factible.
Una de las tradiciones de las instituciones españolas a las que aludía al comienzo es el secreto. Los poderosos mantienen sigilosamente sus asuntos en estado de silencio. En la crisis política vigente, un factor relevante es la ruptura de esta pauta. No se sabe con certeza las transacciones académicas de Doña Cristina. Pero lo que sí es cierto es que, al menos en un caso, un profesor, antiguo activista en la facultad, la suspendió, lo cual desencadenó una tormenta de presiones hacia el mismo que terminó con la rectificación de la calificación.
Se trata de la asignatura de Economía. La hipótesis de que la infanta no se esforzaba en la preparación de los exámenes se hace verosímil. Esta compareció a la prueba segura de que se trataba de un trámite. Pero este profesor fue fiel a sí mismo y la suspendió. Así se reafirmaba como un docente-vasallo incompleto. Este profesor que rompió el consenso sólido imperante en el postfranquismo, que ha desempeñado la recuperación de las élites del viejo régimen, las cuales controlan los mecanismos esenciales de las instituciones. Es la excepción inesperada en un orden institucional que no necesita verbalizar el consenso monolítico existente en las cuestiones fundamentales.
Pero este profesor, que después llegó a catedrático en su especialidad, tras obtener la absolución a su pecado y evidenciar el propósito de enmienda, era una persona especial. Lo conocí en el curso 69-70 en la facultad, en la que ambos cursábamos los estudios. Él estudiaba segundo curso. Era una persona muy comprometida con el movimiento estudiantil y tenía un grado de liderazgo muy importante en la clase, así como una interlocución muy intensa con los profesores. En este curso ingresó en el partido comunista donde desempeñó también un papel relevante.
Era una persona cumplidora estricta de sus tareas y meticuloso en los detalles. Atribuía una importancia desmesurada al cumplimiento de las normas y lo programado. En la vida interna del partido mantenía sus puntos de vista en las reuniones, cosa poco frecuente en este tiempo. Su aportación a la vida de la facultad y de la organización fue muy relevante. Todos los que convivimos con él lo recordamos con agrado. Además simultaneaba la militancia y los estudios, constituyendo aquí también una excepción. Pero su forma de ser tenía como contrapartida su rigidez, que podía llegar a la obstinación. Con el paso de los años su presencia en la facultad y su sistema humano fue muy importante.
Por esta razón, enfrentado a una prueba con tan distinguida alumna obró siguiendo su conciencia, ignorando las determinaciones institucionales suspendiéndola. Entonces tuvo que vivir la reacción de la institución que movilizó todo su potencial coactivo. El resultado fue su rectificación, en tanto que la convocatoria de septiembre es incompatible con los intensos veraneos naúticos de la familia real congregada en las regatas. Visto desde el tiempo vigente le faltó flexibilidad, un ingrediente tan determinante en las instituciones del postfranquismo.
Imagino la reacción de la infanta, ofendida por un profesor vasallo, un don nadie que no supo estar a la altura de comprender que el ejercicio de la evaluación tiene excepciones. Inevitablemente, haría su aparición el enunciado principal que reza así “pero este ¿quién se ha creído que es?”. La respuesta de la institución no concluyó con la obligación de la rectificación sino que denigró al extraño profesor, descalificándolo profesional y personalmente. Ya se sabe que cualquier crítico a un poder de este rango es etiquetado negativamente, estigmatizado y objeto de una leyenda negra. Porque las narrativas que acompañan a ese poder se fundan en que la crítica no se incardina en la realidad sino en la mente del que las formula.
Años después esta información contribuye a la comprensión del modo de estar en el mundo de la susodicha princesa. Habiendo vivido tantos años rodeada de vasallos, no comprendió que sus acciones podían tener límites. De nuevo se encontró con un juez raro que siguió el dictamen de su conciencia profesional. El nuevo contexto favoreció la mediatización de sus actividades emprendedoras extendidas a territorios del más allá de la ley. Pero inevitablemente las fuerzas de la excepción se han puesto de nuevo en marcha para protegerla. Este caso que cuento es un antecedente.
Esta información la he obtenido por distintas fuentes de personas que estuvieron presentes en los hechos. Aún y así, el silencio es una fuerza muy poderosa. Hace dos años me reencontré con este profesor héroe por un día. Comimos juntos en Madrid, ciudad en la que según Joaquín Sabina “las niñas ya no quieren ser princesas, y a los niños les da por perseguir” y pudimos rememorar otros tiempos. No se prodigaba en detalles en esta cuestión que yo conocía hacía ya varios años. Después de nuestro agradable encuentro volví a pensar sobre este asunto y me invadió un temor por la impunidad de estas instituciones y sus relaciones con los poderosos. Estoy en un estado de duda porque no le he dicho nada acerca de la publicación de este post. En cualquier caso le pido disculpas por mi decisión de contarlo.
Un abrazo para él, para el juez Castro y otros ciudadanos anónimos en las instituciones españolas eternas.
sábado, 21 de noviembre de 2015
DE LOS SANTOS INOCENTES A LA ROTACIÓN SIN FIN
Las humillaciones que soportaban las poblaciones atadas a la tierra, mostradas en este video que las selecciona de la película "Los santos inocentes". La industrialización y la urbanización intensiva, la integración en una norma de consumo homologada con Europa, la motorización, la educación-ascensor, el sistema sanitario público, las pensiones y los derechos. Todo parecía apuntar a su disolución definitiva y su ubicación en un tiempo pasado. El imaginario colectivo de progreso se basaba en la memoria de la pobreza, las carencias múltiples y la inmovilidad social. Este es el contexto en el que se producen estas humillaciones cotidianas.
Pero después del ciclo del bienestar acumulativo aparecen algunas señales de regresión que generan una nueva clase de humillaciones. La escolarización sin fin entendida como espera del desenlace laboral, la precarización del empleo y la retirada gradual del estado benefactor generan una nueva condición para los desempleados, precarizados y desasistencializados. Son las secuelas de la desindustrialización. Esta es su naturaleza de seres en rotación permanente, que alternan empleos temporales con períodos de paro. En esta vida circular, en la que se regresa a la posición de partida, los antiguos señores han recuperado sus posiciones de privilegio en las relaciones cara a cara. Ahora son los directores de recursos humanos, los técnicos concentrados en las relaciones con los extraños seres rotantes en el empleo.
Esta renovación de las humillaciones es la señal de la nueva época. En ella se imponen unos guiones de vida que son inalcanzables para muchos sectores sociales, a los que se hace invisibles. Son los continentes sumergidos de aquellos considerados como fracasados. Estos se encuentran en el exterior de los discursos oficiales, que operan expulsándolos del paraíso de la calidad. En las inmediatas elecciones sólo aparecen nombrados por las palabras mediante las que son definidos por aquellos que los excluyen: los ninis y otros términos estigmatizantes. Sería bueno mostrar las nuevas humillaciones que en una sociedad tan avanzada se producen en los cara a cara de las instituciones del paro-empleo, en la cotidianeidad de las empresas, en los encuentros en los bancos con los endeudados y otras situaciones cotidianas. Por eso recomiendo ver este esclarecedor video para comparar con el presente.
Al ser integrados en el concepto ciudadanos, los humillados pierden su condición específica. Así son desplazados al exterior. En estas elecciones tampoco tendrán representación al ser situados en el margen de las agendas. Son convertidos en números y acumulados en la cola de desempleados, contratos temporales y desempleados. La renta básica ya ha sido excluida de la agenda y de las deliberaciones de los partidos.
Pero después del ciclo del bienestar acumulativo aparecen algunas señales de regresión que generan una nueva clase de humillaciones. La escolarización sin fin entendida como espera del desenlace laboral, la precarización del empleo y la retirada gradual del estado benefactor generan una nueva condición para los desempleados, precarizados y desasistencializados. Son las secuelas de la desindustrialización. Esta es su naturaleza de seres en rotación permanente, que alternan empleos temporales con períodos de paro. En esta vida circular, en la que se regresa a la posición de partida, los antiguos señores han recuperado sus posiciones de privilegio en las relaciones cara a cara. Ahora son los directores de recursos humanos, los técnicos concentrados en las relaciones con los extraños seres rotantes en el empleo.
Esta renovación de las humillaciones es la señal de la nueva época. En ella se imponen unos guiones de vida que son inalcanzables para muchos sectores sociales, a los que se hace invisibles. Son los continentes sumergidos de aquellos considerados como fracasados. Estos se encuentran en el exterior de los discursos oficiales, que operan expulsándolos del paraíso de la calidad. En las inmediatas elecciones sólo aparecen nombrados por las palabras mediante las que son definidos por aquellos que los excluyen: los ninis y otros términos estigmatizantes. Sería bueno mostrar las nuevas humillaciones que en una sociedad tan avanzada se producen en los cara a cara de las instituciones del paro-empleo, en la cotidianeidad de las empresas, en los encuentros en los bancos con los endeudados y otras situaciones cotidianas. Por eso recomiendo ver este esclarecedor video para comparar con el presente.
Al ser integrados en el concepto ciudadanos, los humillados pierden su condición específica. Así son desplazados al exterior. En estas elecciones tampoco tendrán representación al ser situados en el margen de las agendas. Son convertidos en números y acumulados en la cola de desempleados, contratos temporales y desempleados. La renta básica ya ha sido excluida de la agenda y de las deliberaciones de los partidos.
martes, 17 de noviembre de 2015
LAS INGENIERÍAS DEL ASENTIMIENTO
La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír.
George Orwell
Sí, mucha gente va a morir cuando se establezca el nuevo orden mundial, pero será un mundo mejor para los que sobrevivan.
Henry Kissinger
La matanza del viernes pasado en París desató la concertación de todos los dispositivos mediáticos que la construyeron como el gran acontecimiento. El dolor de las víctimas, la escenificación de los miedos, la espectacularización de los sentimientos, la muestra de los escenarios físicos de la masacre, los residuos de la sangre y destrucción, los movimientos de los sanitarios y los policías armados, los juegos de luces de los coches de la seguridad y las ambulancias, los sollozos y los rostros de los sobrevivientes. Estos son los materiales del espectáculo que proporciona la carnicería, que ofrece una oportunidad única a las cámaras para recombinar las imágenes y reiterarlas. Así se constituye la orquestación del relato acerca del enemigo externo, en su penúltima versión viva. Los dispositivos mediáticos instituyen el consenso monolítico ante la agresión externa.
De este modo se establecen y prodigan las ingenierías del asentimiento. Tras la situación excepcional de la matanza, se activan los sentimientos que cohesionan a la sociedad, disolviendo el pluralismo de las visiones, las interpretaciones y las matizaciones. Todos quedan unificados por la unanimidad determinada por el gran espectáculo del dolor. Sólo queda la adhesión a la versión única. Es un estado colectivo de exaltación de los sentimientos frente a la tragedia. Se trata de un momento de apoteosis de lo colectivo que, paradójicamente, se sobrepone a la libertad de expresión. Lo social deviene en una determinación inviolable que blinda la conciencia colectiva. Sólo queda asentir con convicción, desplazando las diferencias al exterior. Esta es la situación óptima para el poder, así como la peor posible para las personas que tengan una perspectiva propia.
Antes de seguir quiero confesar que soy un fugitivo de esa conciencia común fabricada mediáticamente sobre el atentado. Porque, junto al rechazo ante la matanza terrible y la condena a sus verdugos, he pensado inmediatamente en las poblaciones que sufren matanzas u otros actos ignominiosos, pero carecen de voces y cámaras que lo atestiguen. También en los sufrimientos y los genocidios hay desigualdades. No sé porqué, pero he recordado a las gentes de Gaza, al genocidio armenio de la primera guerra mundial y a otras poblaciones definidas como víctimas colaterales que proliferan en los últimos años. Este argumento no resta en mi reprobación a los asesinatos de París ni a mi condena sin paliativos de los mismos. Pero es un momento en el que me quiero desmarcar de la sociedad coercitiva del asentimiento construido por las maquinarias mediáticas y reivindicar mi perspectiva.
Porque los media proporcionan un flujo intenso de imágenes y presentan morbosamente la destrucción. Pero la verdad es que lo editan como un acontecimiento aislado que es cortado y sustraído de su contexto histórico. La explosión del estado islámico y la multiplicación del yihadismo, se encuentra relacionada con un proceso de decisiones de las élites norteamericanas y europeas verdaderamente catastróficas. Desde la guerra de Irak la deriva decisoria muestra la fragilidad de un proyecto que solo es sólido en lo militar. Las tecnologías de última generación se contraponen dramáticamente con las inteligencias menguantes de la élite global, que cada vez más se asienta en el cielo para bombardear a los territorios y las poblaciones que le son extrañas. Así constituyen un complejo aéreo en el que las nuevas máquinas-drones sustituyen a la inteligencia humana, que muestra su declive impúdicamente.
En muchas ocasiones he vivido acontecimientos multiplicados por los altavoces mediáticos. Pero mi memoria me hace rememorar el 1 de octubre de 1975. Tres días antes habían sido ejecutados varios militantes antifranquistas, lo que había provocado numerosas condenas internacionales. El régimen convocó en la Plaza de Oriente una concentración en la que habló Franco. La asistencia a la plaza fue masiva. Pero su amplificación mediática no permitía escapar a nadie. Los sonidos de la plaza, reproducidos por las radios y las televisiones se filtraban por todos los huecos y las rendijas. Era imposible escapar de la voz aguda del dictador, de los tonos épicos de los locutores y los gritos de la enorme masa de presentes en la plaza.
Fue una experiencia vivir a la contra los acontecimientos totales producidos en la sociedad mediática fusionada con el poder autoritario. Después he vivido muchos eventos amplificados por las televisiones. En los últimos años la sociedad postmediática emergente construye acontecimientos mediante nuevos dispositivos fundados en las sinergias entre las televisiones e internet. Se trata de la emergencia de lo social devenido en viral, que genera energías que crecen prodigiosamente para disiparse en espera de las siguientes. Por esta razón soy muy susceptible a las ingenierías del asentimiento, que me producen un rechazo considerable. Tengo que esperar que ese estado de excepción catódico ceda para volver a la normalidad, en espera del siguiente acontecimiento.
Lo peor de estos estados de exaltación colectiva radican en que la manipulación alcanza cotas insospechadas. La primera guerra mundial evidenció que los ejércitos solo podían tener eficacia mediante la simbiosis con las opiniones públicas. Así la movilización de las multitudes pasó a ser un objetivo primordial que desarrolló las metodologías de la propaganda. Sobre estas se funda el consenso y el apartamiento de aquellos que persistan en mantener sus posiciones basadas en dudas y argumentaciones alternativas. En las situaciones de movilización de la opinión cada uno queda convertido en una molécula, cuya significación se funda en su disolución en el cuerpo total en el que queda integrado.
En las décadas siguientes, el matrimonio indisoluble entre la guerra y la movilización mediática se ha intensificado. El aparato de producción de la opinión se ha perfeccionado por las poderosas tecnologías y la experiencia de la sociedad del hiperconsumo, que se ha acumulado en su expansión al consumo de 24 horas. Ahora es más sencillo ocultar los verdaderos móviles de las guerras y sus episodios más impresentables. Las puestas en escena ensayadas en otros acontecimientos mediáticos funcionan con mayor eficacia y embriagan a los ciudadanos-espectadores.
La matanza de París es especialmente detestable para mí por lo que significa Francia en mi vida y mi subjetividad. En mi juventud vivida en un país tan miserable tenía una significación mitológica. Desde siempre me ha emocionado la marsellesa, que era imaginada como el símbolo de la libertad. Con el paso del tiempo mis vínculos con Francia se han fortalecido. Todavía me alegra que alumnos franceses erasmus pasen por mi clase. No pude evitar el sábado pasado ver en Youtube el video de la escena de Casablanca en la que replican a los militares nazis que cantaban sus canciones mediante la interpretación de la marsellesa a iniciativa de Laszlo y con la complicidad de Rick.
El terrible asalto a Bataclan me ha hecho rememorar el memorable concierto de Cesarea Evora en este local en 1995, que tantas veces he disfrutado. Los músicos antológicos que la acompañaban realizaron solos inolvidables. Armando Tito el guitarrista autodidacta sublime; Paulino Viera en el piano y la armónica o Bau con su prodigioso cavaquinho. La fusión con el público entrañable que los acompañaba y que muestran las imágenes del video cuando los músicos bajan a la sala. Este concierto fue la exhibición del poder de Africa. Bataclan era un templo de la magia musical, un reducto de lo mejor que ofrece la vida.
Pero mi conmoción subjetiva no puede anular mi juicio apelando a mi información, que se ubica no sólo en esta tragedia sino también en el proceso histórico en que se produce, así como su contexto global. Este episodio fatal no es el efecto de una agresión externa, sino que se inserta en la dinámica de la sociedad. La Francia de los treinta gloriosos se ha desvanecido, convirtiendo la fraternidad en un mecanismo selectivo que convierte en desamparada a una parte de la población. También la igualdad convertida en una quimera y un símbolo de un pasado nostálgico. En las nuevas condiciones los recortes en las libertades parecen inevitables. En España la terrible ley de Seguridad Ciudadana, elaborada en un tiempo sin atentados, expresa sin pudor el espíritu de la época que se asocia a la dualización social y las crecientes manifestaciones del conflicto social, que trasciende lo político para ubicarse en contextos múltiples. Esta diversificación de los escenarios del conflicto tan bien conceptualizada por un sociólogo francés tan relevante como Loïc Wacquant.
La respuesta de las élites es la penalización extensiva y la activación de la guerra global. En estas condiciones no hay esperanza. Irak ha mostrado sin ambigüedad los efectos de las respuestas de las nuevas élites del complejo aéreo. La guerra global permanente deviene en un nuevo tipo de guerra civil en la fortaleza europea. Por eso, en este tiempo de exaltación emocional que ampara las medidas de multiplicación de la seguridad interna, que se designa con el término de guerra, viene a mi memoria el recuerdo de una inteligencia tan sofisticada como la de Walter Benjamin, que calificaba las situaciones bélicas asociadas a “la mística de la muerte universal con sus miserables conceptos que se mueven como las mil patas de un monstruo”. Una nueva versión de esa mística es lo que proponen Hollande y sus acompañantes. Las proféticas palabras de Benjamin se constituyen como una premonición del presente “Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdido uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos a cambio de la calderilla de lo ‘actual’ por la centésima parte de su valor. Nos espera a la puerta la crisis económica, y tras ella una sombra, la próxima guerra.” (En Experiencia y pobreza).
Poblaciones tan opulentas en cuanto al disfrute de bienes presentan déficits cuantiosos que hacen posible su manipulación mediática por las ingenierías del asentimiento. Así son convocadas a esta extraña guerra en nombre de nuestros valores. No puedo evitar el recuerdo de uno de los admirados franceses que me ha acompañado durante mi vida: Georges Brassens. Sus ironías acerca de los que afirman que hay que morir por sus ideas son antológicas. Termina diciendo “Muramos por nuestras ideas, de acuerdo, pero que sea de muerte lenta”. Así nos invitaba a disfrutar de los siguientes momentos de la vida.
Escribiendo este texto he recordado a las poblaciones que huyen del horror de la guerra en Siria, Irak o Afganistán. Constituidas en una masa desposeída de su condición de recursos humanos para la producción y carente de recursos para consumir, su drama ha sido desplazado al territorio del olvido, fuera del foco mediático. No están ya en ningún lugar ni requieren la atención de ningún comunicador. Esta masa espectral huye precisamente de la guerra.
George Orwell
Sí, mucha gente va a morir cuando se establezca el nuevo orden mundial, pero será un mundo mejor para los que sobrevivan.
Henry Kissinger
La matanza del viernes pasado en París desató la concertación de todos los dispositivos mediáticos que la construyeron como el gran acontecimiento. El dolor de las víctimas, la escenificación de los miedos, la espectacularización de los sentimientos, la muestra de los escenarios físicos de la masacre, los residuos de la sangre y destrucción, los movimientos de los sanitarios y los policías armados, los juegos de luces de los coches de la seguridad y las ambulancias, los sollozos y los rostros de los sobrevivientes. Estos son los materiales del espectáculo que proporciona la carnicería, que ofrece una oportunidad única a las cámaras para recombinar las imágenes y reiterarlas. Así se constituye la orquestación del relato acerca del enemigo externo, en su penúltima versión viva. Los dispositivos mediáticos instituyen el consenso monolítico ante la agresión externa.
De este modo se establecen y prodigan las ingenierías del asentimiento. Tras la situación excepcional de la matanza, se activan los sentimientos que cohesionan a la sociedad, disolviendo el pluralismo de las visiones, las interpretaciones y las matizaciones. Todos quedan unificados por la unanimidad determinada por el gran espectáculo del dolor. Sólo queda la adhesión a la versión única. Es un estado colectivo de exaltación de los sentimientos frente a la tragedia. Se trata de un momento de apoteosis de lo colectivo que, paradójicamente, se sobrepone a la libertad de expresión. Lo social deviene en una determinación inviolable que blinda la conciencia colectiva. Sólo queda asentir con convicción, desplazando las diferencias al exterior. Esta es la situación óptima para el poder, así como la peor posible para las personas que tengan una perspectiva propia.
Antes de seguir quiero confesar que soy un fugitivo de esa conciencia común fabricada mediáticamente sobre el atentado. Porque, junto al rechazo ante la matanza terrible y la condena a sus verdugos, he pensado inmediatamente en las poblaciones que sufren matanzas u otros actos ignominiosos, pero carecen de voces y cámaras que lo atestiguen. También en los sufrimientos y los genocidios hay desigualdades. No sé porqué, pero he recordado a las gentes de Gaza, al genocidio armenio de la primera guerra mundial y a otras poblaciones definidas como víctimas colaterales que proliferan en los últimos años. Este argumento no resta en mi reprobación a los asesinatos de París ni a mi condena sin paliativos de los mismos. Pero es un momento en el que me quiero desmarcar de la sociedad coercitiva del asentimiento construido por las maquinarias mediáticas y reivindicar mi perspectiva.
Porque los media proporcionan un flujo intenso de imágenes y presentan morbosamente la destrucción. Pero la verdad es que lo editan como un acontecimiento aislado que es cortado y sustraído de su contexto histórico. La explosión del estado islámico y la multiplicación del yihadismo, se encuentra relacionada con un proceso de decisiones de las élites norteamericanas y europeas verdaderamente catastróficas. Desde la guerra de Irak la deriva decisoria muestra la fragilidad de un proyecto que solo es sólido en lo militar. Las tecnologías de última generación se contraponen dramáticamente con las inteligencias menguantes de la élite global, que cada vez más se asienta en el cielo para bombardear a los territorios y las poblaciones que le son extrañas. Así constituyen un complejo aéreo en el que las nuevas máquinas-drones sustituyen a la inteligencia humana, que muestra su declive impúdicamente.
En muchas ocasiones he vivido acontecimientos multiplicados por los altavoces mediáticos. Pero mi memoria me hace rememorar el 1 de octubre de 1975. Tres días antes habían sido ejecutados varios militantes antifranquistas, lo que había provocado numerosas condenas internacionales. El régimen convocó en la Plaza de Oriente una concentración en la que habló Franco. La asistencia a la plaza fue masiva. Pero su amplificación mediática no permitía escapar a nadie. Los sonidos de la plaza, reproducidos por las radios y las televisiones se filtraban por todos los huecos y las rendijas. Era imposible escapar de la voz aguda del dictador, de los tonos épicos de los locutores y los gritos de la enorme masa de presentes en la plaza.
Fue una experiencia vivir a la contra los acontecimientos totales producidos en la sociedad mediática fusionada con el poder autoritario. Después he vivido muchos eventos amplificados por las televisiones. En los últimos años la sociedad postmediática emergente construye acontecimientos mediante nuevos dispositivos fundados en las sinergias entre las televisiones e internet. Se trata de la emergencia de lo social devenido en viral, que genera energías que crecen prodigiosamente para disiparse en espera de las siguientes. Por esta razón soy muy susceptible a las ingenierías del asentimiento, que me producen un rechazo considerable. Tengo que esperar que ese estado de excepción catódico ceda para volver a la normalidad, en espera del siguiente acontecimiento.
Lo peor de estos estados de exaltación colectiva radican en que la manipulación alcanza cotas insospechadas. La primera guerra mundial evidenció que los ejércitos solo podían tener eficacia mediante la simbiosis con las opiniones públicas. Así la movilización de las multitudes pasó a ser un objetivo primordial que desarrolló las metodologías de la propaganda. Sobre estas se funda el consenso y el apartamiento de aquellos que persistan en mantener sus posiciones basadas en dudas y argumentaciones alternativas. En las situaciones de movilización de la opinión cada uno queda convertido en una molécula, cuya significación se funda en su disolución en el cuerpo total en el que queda integrado.
En las décadas siguientes, el matrimonio indisoluble entre la guerra y la movilización mediática se ha intensificado. El aparato de producción de la opinión se ha perfeccionado por las poderosas tecnologías y la experiencia de la sociedad del hiperconsumo, que se ha acumulado en su expansión al consumo de 24 horas. Ahora es más sencillo ocultar los verdaderos móviles de las guerras y sus episodios más impresentables. Las puestas en escena ensayadas en otros acontecimientos mediáticos funcionan con mayor eficacia y embriagan a los ciudadanos-espectadores.
La matanza de París es especialmente detestable para mí por lo que significa Francia en mi vida y mi subjetividad. En mi juventud vivida en un país tan miserable tenía una significación mitológica. Desde siempre me ha emocionado la marsellesa, que era imaginada como el símbolo de la libertad. Con el paso del tiempo mis vínculos con Francia se han fortalecido. Todavía me alegra que alumnos franceses erasmus pasen por mi clase. No pude evitar el sábado pasado ver en Youtube el video de la escena de Casablanca en la que replican a los militares nazis que cantaban sus canciones mediante la interpretación de la marsellesa a iniciativa de Laszlo y con la complicidad de Rick.
El terrible asalto a Bataclan me ha hecho rememorar el memorable concierto de Cesarea Evora en este local en 1995, que tantas veces he disfrutado. Los músicos antológicos que la acompañaban realizaron solos inolvidables. Armando Tito el guitarrista autodidacta sublime; Paulino Viera en el piano y la armónica o Bau con su prodigioso cavaquinho. La fusión con el público entrañable que los acompañaba y que muestran las imágenes del video cuando los músicos bajan a la sala. Este concierto fue la exhibición del poder de Africa. Bataclan era un templo de la magia musical, un reducto de lo mejor que ofrece la vida.
Pero mi conmoción subjetiva no puede anular mi juicio apelando a mi información, que se ubica no sólo en esta tragedia sino también en el proceso histórico en que se produce, así como su contexto global. Este episodio fatal no es el efecto de una agresión externa, sino que se inserta en la dinámica de la sociedad. La Francia de los treinta gloriosos se ha desvanecido, convirtiendo la fraternidad en un mecanismo selectivo que convierte en desamparada a una parte de la población. También la igualdad convertida en una quimera y un símbolo de un pasado nostálgico. En las nuevas condiciones los recortes en las libertades parecen inevitables. En España la terrible ley de Seguridad Ciudadana, elaborada en un tiempo sin atentados, expresa sin pudor el espíritu de la época que se asocia a la dualización social y las crecientes manifestaciones del conflicto social, que trasciende lo político para ubicarse en contextos múltiples. Esta diversificación de los escenarios del conflicto tan bien conceptualizada por un sociólogo francés tan relevante como Loïc Wacquant.
La respuesta de las élites es la penalización extensiva y la activación de la guerra global. En estas condiciones no hay esperanza. Irak ha mostrado sin ambigüedad los efectos de las respuestas de las nuevas élites del complejo aéreo. La guerra global permanente deviene en un nuevo tipo de guerra civil en la fortaleza europea. Por eso, en este tiempo de exaltación emocional que ampara las medidas de multiplicación de la seguridad interna, que se designa con el término de guerra, viene a mi memoria el recuerdo de una inteligencia tan sofisticada como la de Walter Benjamin, que calificaba las situaciones bélicas asociadas a “la mística de la muerte universal con sus miserables conceptos que se mueven como las mil patas de un monstruo”. Una nueva versión de esa mística es lo que proponen Hollande y sus acompañantes. Las proféticas palabras de Benjamin se constituyen como una premonición del presente “Nos hemos vuelto pobres. Hemos ido perdido uno tras otro pedazos de la herencia de la humanidad; a menudo hemos tenido que empeñarlos a cambio de la calderilla de lo ‘actual’ por la centésima parte de su valor. Nos espera a la puerta la crisis económica, y tras ella una sombra, la próxima guerra.” (En Experiencia y pobreza).
Poblaciones tan opulentas en cuanto al disfrute de bienes presentan déficits cuantiosos que hacen posible su manipulación mediática por las ingenierías del asentimiento. Así son convocadas a esta extraña guerra en nombre de nuestros valores. No puedo evitar el recuerdo de uno de los admirados franceses que me ha acompañado durante mi vida: Georges Brassens. Sus ironías acerca de los que afirman que hay que morir por sus ideas son antológicas. Termina diciendo “Muramos por nuestras ideas, de acuerdo, pero que sea de muerte lenta”. Así nos invitaba a disfrutar de los siguientes momentos de la vida.
Escribiendo este texto he recordado a las poblaciones que huyen del horror de la guerra en Siria, Irak o Afganistán. Constituidas en una masa desposeída de su condición de recursos humanos para la producción y carente de recursos para consumir, su drama ha sido desplazado al territorio del olvido, fuera del foco mediático. No están ya en ningún lugar ni requieren la atención de ningún comunicador. Esta masa espectral huye precisamente de la guerra.
miércoles, 11 de noviembre de 2015
IRENE LOZANO Y LAS GRUTAS DEL PSOE
El accidentado tránsito de Irene Lozano por las pasarelas del sistema de partidos políticos, aterrizando súbitamente en el PSOE, ha desencadenado un rechazo monumental en su seno. Los silencios en la reunión de presentación fueron clamorosos, así como los gestos de los barones y múltiples militantes, que expresaban un dolor manifiesto ante su presencia consumada en las listas. Así se expresa una dimensión oculta, no bien comprendida de la vida de los partidos. Estos son algo más que las funciones que desempeñan en las instituciones, o sus prácticas, organigramas y discursos. Los partidos son sistemas humanos de interacción en los que, en el curso del tiempo, procesan las comunicaciones procedentes del entorno, generando un conjunto de narrativas, esquemas de interpretación, leyendas, mitos, premisas no fundadas, que articulan una versión interna de la realidad.
De este modo Irene Lozano abre la herida simbólica que se encuentra en una de las grutas en las que habitan los espíritus de la organización. Al igual que las grutas resultan de la acción de agentes exteriores, en la dimensión metafórica que la utilizo son el resultado de todo un sistema de interacción partidaria, que no es la recepción pasiva de los discursos públicos enunciados por los dirigentes, sino la vivencia común y la experimentación por parte de los miembros de los sucesivos acontecimientos vivenciados. De ahí resulta una verdadera significación colectiva de estos eventos, que concluye en una conciencia compartida que determina la interpretación de los sucesos producidos en su entorno.
Así, el partido no es sólo un conjunto de personas definidas por compartir la sagrada relación entre los costes y los beneficios, sino que es el protagonista de un proceso de autoorganización en el que genera a sí mismo, ejerciendo como productor de relatos que conforman una cultura interna diferenciada del entorno. Sólo en ocasiones críticas se muestran sus manifestaciones, como en el caso de la recién llegada procedente del mundo externo que se percibe como amenazador. Por esta razón, cuando he escrito sobre este partido en el blog, he utilizado términos como “los espíritus de las sedes o los habitantes de las mismas”. Es en ellas donde tiene lugar esta prodigiosa producción de la versión socializada de la realidad.
Por eso me gusta contemplar las señales visibles estos procesos en los actos partidarios. Desde la primera vez que fui a un acto del PSOE, recién llegado a Granada, en el que una multitud de fieles aclamaba a Felipe González, se hacía manifiesta la desconexión de los significados en la comunicación. Lo importante de un acto partidario no es el momento de la mística relación de los asistentes con los oradores, sino el antes y después. Son las conversaciones previas en los desplazamientos, las controversias en las pausas, los comentarios posteriores, las negociaciones acerca de las interpretaciones de los días siguientes en las sedes, los bares o los encuentros. En estas interacciones se producen procesos de homogeneización en un juego de argumentaciones y emociones compartidas que los influyentes invisibles modelan la interpretación hegemónica que resulta de las sucesivas retroalimentaciones.
Esta conciencia colectiva está dotada de una gran consistencia, en tanto que no se encuentra escrita en términos de discurso. De este modo articula un conjunto de preceptos que incluso no se enuncian verbalmente, porque están muy arraigados y tienen una naturaleza social. Cualquier miembro individual que los cuestione es sancionado severamente por sus próximos mediante el aislamiento y la recriminación. Se trata de la intimidad, del conocimiento acumulado en las grutas que se hace visible solo en las grandes crisis partidarias.
Esta conciencia colectiva es un sumatorio de supuestos compartidos, en el que resalta un núcleo duro incuestionable. Este conjunto de premisas internalizadas generan una escucha preformada de la comunicación producida en el entorno. Los supuestos pueden ser categorías, preceptos o esquemas que formatean la forma selectiva de construir la realidad, y, por consiguiente, de conocer. De la misma resultan un conjunto de certezas que contribuyen a mantener la cohesión interna cuando esta es amenazada por acontecimientos críticos acaecidos en el exterior.
La conciencia colectiva resultante de la interacción partidaria cotidiana se transforma en un poderoso control interno que la protege en las crisis. Así, en las grutas de la conciencia colectiva se encuentra presente lo no dicho. Me refiero a esas premisas compartidas que están presentes pero de las que no se habla. Lo no dicho es lo verdaderamente poderoso. Es el factor de protección de la organización en el tiempo y a pesar de las adversidades. Las noches de derrotas electorales, las actuaciones impresentables de los dirigentes, las decisiones que cuestionan su supuesta ideología o identidad, las fugas de contingentes militantes, así como los eventos amenazadores procedentes del entorno, son factores que pueden ser metabolizados y sofocados por este esquema común de la conciencia colectiva.
Así la corrupción permanente en el tiempo, intensa y plural, es reinterpretada desde la conciencia colectiva partidaria para neutralizar las respuestas. En tanto que en la esfera pública se practica una política de producir discursos veleidosos carentes de efectos, en el caso del interior de la organización se moviliza un comportamiento defensivo de negación, que atribuye la intencionalidad al enemigo externo, sobre el que se proyecta la culpabilidad. Así se constituye el monumento narrativo del “y tú más”. La homogeneidad férrea queda de manifiesto. No existen grietas. Nadie traspasa el umbral del silencio. Pues bien, el cemento partidario de la cohesión interna y de la producción de los factores de sobrevivencia es precisamente esa conciencia colectiva sin fisuras.
En el caso del PSOE, al igual que en el de sus rivales contendientes, esta conciencia colectiva se articula en torno a un precepto compartido que se internaliza sin discusión: Quien gana las elecciones tiene legitimidad para colocar sus huestes en los territorios múltiples del estado. Ahora también en las empresas a las que se transfieren sus funciones. Esta es la verdad partidaria fundamental. Al no encontrarse escrita o verbalizada, adquiere mucho más fuerza. Desde esta perspectiva se puede comprender el silencio partidario frente a la multitud de irregularidades que tienen lugar en todas las administraciones. Porque tras las mismas se encuentra el principio articulador que se puede definir así: Hemos ganado las elecciones. La administración nos pertenece hasta las siguientes.
La lealtad es el segundo enunciado fundamental para asegurar la cohesión imprescindible para el éxito del proyecto. La exaltación de esta se acompaña de la estigmatización de los desleales demonizados en las narrativas sobre la traición. El éxtasis de la lealtad produce una pequeña patria partidaria inexpugnable, que se sobrepone a las inevitables adversidades, así como a los distintos ciclos de la vida del partido. De la sobrevaloración de la lealtad se deriva la incapacidad del partido para incorporar independientes, una de las condiciones de su éxito en una sociedad tan plural. Pero cualquiera que recale en sus listas como compañero de viaje amenaza el precepto de la cultura partidaria de que los beneficios son para nosotros, los que permanecemos aquí, los que somos fieles.
En estas coordenadas se puede interpretar la respuesta partidaria a la aparición de Irene Lozano. De este modo una cooptación, que en general favorece a los cooptadores, deviene en un drama que moviliza las emociones negativas. En la conciencia partidaria se trata de una persona procedente del partido de la traidora Rosa Diez, que además, “nos ha atacado con saña en la legislatura anterior". La sólida conciencia o cultura partidaria que habita las sedes-grutas se hace visible mediante unos dogmas refractarios a cualquier cambio. Como todo lo arraigado es compacto, y se manifiesta mediante la activación de los sentimientos, las proyecciones y las fantasías. Con estos materiales se construye el rechazo activo a los desleales y otras categorías de enemigos-fantasma imaginarios.
Imagino la reunión del comité federal en el que los barones no tomaron la palabra para ser tan elocuentes. También las imágenes de la presencia de Irene. Porque en el sistema de significación de las grutas del partido no importan sus cualidades ni el papel que ha desempeñado en la oposición. Se trata de una persona exterior, crítica-enemiga, desleal e interesada, que viene a sustraer un bien colectivo del partido. En un par de años se puede encontrar en condiciones de escribir un tratado sobre la obstinación, entre otras cosas.
De este modo Irene Lozano abre la herida simbólica que se encuentra en una de las grutas en las que habitan los espíritus de la organización. Al igual que las grutas resultan de la acción de agentes exteriores, en la dimensión metafórica que la utilizo son el resultado de todo un sistema de interacción partidaria, que no es la recepción pasiva de los discursos públicos enunciados por los dirigentes, sino la vivencia común y la experimentación por parte de los miembros de los sucesivos acontecimientos vivenciados. De ahí resulta una verdadera significación colectiva de estos eventos, que concluye en una conciencia compartida que determina la interpretación de los sucesos producidos en su entorno.
Así, el partido no es sólo un conjunto de personas definidas por compartir la sagrada relación entre los costes y los beneficios, sino que es el protagonista de un proceso de autoorganización en el que genera a sí mismo, ejerciendo como productor de relatos que conforman una cultura interna diferenciada del entorno. Sólo en ocasiones críticas se muestran sus manifestaciones, como en el caso de la recién llegada procedente del mundo externo que se percibe como amenazador. Por esta razón, cuando he escrito sobre este partido en el blog, he utilizado términos como “los espíritus de las sedes o los habitantes de las mismas”. Es en ellas donde tiene lugar esta prodigiosa producción de la versión socializada de la realidad.
Por eso me gusta contemplar las señales visibles estos procesos en los actos partidarios. Desde la primera vez que fui a un acto del PSOE, recién llegado a Granada, en el que una multitud de fieles aclamaba a Felipe González, se hacía manifiesta la desconexión de los significados en la comunicación. Lo importante de un acto partidario no es el momento de la mística relación de los asistentes con los oradores, sino el antes y después. Son las conversaciones previas en los desplazamientos, las controversias en las pausas, los comentarios posteriores, las negociaciones acerca de las interpretaciones de los días siguientes en las sedes, los bares o los encuentros. En estas interacciones se producen procesos de homogeneización en un juego de argumentaciones y emociones compartidas que los influyentes invisibles modelan la interpretación hegemónica que resulta de las sucesivas retroalimentaciones.
Esta conciencia colectiva está dotada de una gran consistencia, en tanto que no se encuentra escrita en términos de discurso. De este modo articula un conjunto de preceptos que incluso no se enuncian verbalmente, porque están muy arraigados y tienen una naturaleza social. Cualquier miembro individual que los cuestione es sancionado severamente por sus próximos mediante el aislamiento y la recriminación. Se trata de la intimidad, del conocimiento acumulado en las grutas que se hace visible solo en las grandes crisis partidarias.
Esta conciencia colectiva es un sumatorio de supuestos compartidos, en el que resalta un núcleo duro incuestionable. Este conjunto de premisas internalizadas generan una escucha preformada de la comunicación producida en el entorno. Los supuestos pueden ser categorías, preceptos o esquemas que formatean la forma selectiva de construir la realidad, y, por consiguiente, de conocer. De la misma resultan un conjunto de certezas que contribuyen a mantener la cohesión interna cuando esta es amenazada por acontecimientos críticos acaecidos en el exterior.
La conciencia colectiva resultante de la interacción partidaria cotidiana se transforma en un poderoso control interno que la protege en las crisis. Así, en las grutas de la conciencia colectiva se encuentra presente lo no dicho. Me refiero a esas premisas compartidas que están presentes pero de las que no se habla. Lo no dicho es lo verdaderamente poderoso. Es el factor de protección de la organización en el tiempo y a pesar de las adversidades. Las noches de derrotas electorales, las actuaciones impresentables de los dirigentes, las decisiones que cuestionan su supuesta ideología o identidad, las fugas de contingentes militantes, así como los eventos amenazadores procedentes del entorno, son factores que pueden ser metabolizados y sofocados por este esquema común de la conciencia colectiva.
Así la corrupción permanente en el tiempo, intensa y plural, es reinterpretada desde la conciencia colectiva partidaria para neutralizar las respuestas. En tanto que en la esfera pública se practica una política de producir discursos veleidosos carentes de efectos, en el caso del interior de la organización se moviliza un comportamiento defensivo de negación, que atribuye la intencionalidad al enemigo externo, sobre el que se proyecta la culpabilidad. Así se constituye el monumento narrativo del “y tú más”. La homogeneidad férrea queda de manifiesto. No existen grietas. Nadie traspasa el umbral del silencio. Pues bien, el cemento partidario de la cohesión interna y de la producción de los factores de sobrevivencia es precisamente esa conciencia colectiva sin fisuras.
En el caso del PSOE, al igual que en el de sus rivales contendientes, esta conciencia colectiva se articula en torno a un precepto compartido que se internaliza sin discusión: Quien gana las elecciones tiene legitimidad para colocar sus huestes en los territorios múltiples del estado. Ahora también en las empresas a las que se transfieren sus funciones. Esta es la verdad partidaria fundamental. Al no encontrarse escrita o verbalizada, adquiere mucho más fuerza. Desde esta perspectiva se puede comprender el silencio partidario frente a la multitud de irregularidades que tienen lugar en todas las administraciones. Porque tras las mismas se encuentra el principio articulador que se puede definir así: Hemos ganado las elecciones. La administración nos pertenece hasta las siguientes.
La lealtad es el segundo enunciado fundamental para asegurar la cohesión imprescindible para el éxito del proyecto. La exaltación de esta se acompaña de la estigmatización de los desleales demonizados en las narrativas sobre la traición. El éxtasis de la lealtad produce una pequeña patria partidaria inexpugnable, que se sobrepone a las inevitables adversidades, así como a los distintos ciclos de la vida del partido. De la sobrevaloración de la lealtad se deriva la incapacidad del partido para incorporar independientes, una de las condiciones de su éxito en una sociedad tan plural. Pero cualquiera que recale en sus listas como compañero de viaje amenaza el precepto de la cultura partidaria de que los beneficios son para nosotros, los que permanecemos aquí, los que somos fieles.
En estas coordenadas se puede interpretar la respuesta partidaria a la aparición de Irene Lozano. De este modo una cooptación, que en general favorece a los cooptadores, deviene en un drama que moviliza las emociones negativas. En la conciencia partidaria se trata de una persona procedente del partido de la traidora Rosa Diez, que además, “nos ha atacado con saña en la legislatura anterior". La sólida conciencia o cultura partidaria que habita las sedes-grutas se hace visible mediante unos dogmas refractarios a cualquier cambio. Como todo lo arraigado es compacto, y se manifiesta mediante la activación de los sentimientos, las proyecciones y las fantasías. Con estos materiales se construye el rechazo activo a los desleales y otras categorías de enemigos-fantasma imaginarios.
Imagino la reunión del comité federal en el que los barones no tomaron la palabra para ser tan elocuentes. También las imágenes de la presencia de Irene. Porque en el sistema de significación de las grutas del partido no importan sus cualidades ni el papel que ha desempeñado en la oposición. Se trata de una persona exterior, crítica-enemiga, desleal e interesada, que viene a sustraer un bien colectivo del partido. En un par de años se puede encontrar en condiciones de escribir un tratado sobre la obstinación, entre otras cosas.
viernes, 6 de noviembre de 2015
LAS AZAFATAS DEL AULA
ARCHIVOS DE LA DESTITUCIÓN
La autonomía de la profesión docente, que en numerosos casos se asemejaba al estatuto de los mandarines, ha sido licuada manifiestamente en los últimos treinta años, encontrándose ahora en tránsito hacia su definitiva disolución en el aire, al igual que todo aquello que fue sólido. El profesor es desposeído de su condición singular, para ser reconvertido en una pieza-engranaje de un sistema fabril, en el que su papel radica en la ejecución de la programación determinada por las instancias externas que diseñan las cadenas de montaje de la nueva factoría universitaria.
La sociedad del mercado infinito se hace presente impetuosamente en los centros universitarios mediante la definición del estudiante como un pagador, al tiempo que el docente es convertido en un proveedor de un servicio homologado. Las aulas registran las señales de esta transformación en la que los profesores son reconvertidos inexorablemente en relaciones públicas que se ajusten a la demanda inespecífica de los compradores de este misterioso servicio. Así se equiparan al estatuto de las azafatas, que ejecutan un servicio limitado en el tiempo para un público heterogéneo, en el que el núcleo radica en la amabilidad y la directividad encubierta para asegurar el cumplimiento de las normas en una relación tan efímera.
De esta transformación resulta la drástica modificación de la relación profesor-alumno. Antes se trataba de un vínculo pausado, que se producía en intervalos temporales largos, los nueve meses de un curso, posibilitando que el docente mostrara su singularidad , su conocimiento y su saber-hacer. Esta relación ofrecía la posibilidad de tejer una relación compleja, ubicada más allá de los estrictos temarios. En este modo de ejercicio profesional, el producto docente podia ser rigurosamente personalizado, adquiriendo el carácter de artesano, en tanto que la combinación de las distintas dimensiones que lo configuraban concluían en un producto que no siempre podía ser integrado en una serie. Se evidenciaba un núcleo compartido, pero que tenía un final abierto adecuado a los atributos del productor-profesor. Ciertamente, esta autonomía determinaba varias perversiones profesionales y burocráticas muy bien identificadas en las literaturas de la pedagogía. La palabra que lo sintetizaba adecuadamente era “feudo docente”. Cada uno tenía el privilegio de configurar la asignatura a su medida.
Pero las reformas impulsadas por el complejo instituyente del presente, que domina la nueva economía desde la década de los noventa, se orientan justamente en el sentido contrario. El supuesto que las avala es la homologación rigurosa de los antiguos sectores dotados de una autonomía incompatible con la lógica de la nueva economía. Así, las reformas desposeen de la misma a las distintas disciplinas, para reintegrarlos a los estándares comunes de la producción postfordista. La educación es reconfigurada como un sector cuya función primordial es contribuir al crecimiento.
De este modo, los antiguos privilegios de los antaño profesores son eliminados gradualmente mediante la producción de las titulaciones y los productos docentes por una nueva tecnocracia. Así se produce una gran estandarización que configura a las titulaciones como productos de la opaca fábrica de títulos.. La nueva evaluación cierra el círculo sobre este privilegiado sector de habitantes de las disciplinas. Ahora es un ejecutor de un servicio producido por la nueva tecnocracia que se apodera de los mecanismos de las instituciones, y cuyo principal activo radica en sus vínculos con el entramado de instituciones al servicio del crecimiento. La reestructuración de las disciplinas para transformarse en mercados que avalan los productos, oferta una oportunidad a las élites académicas para transformarse en empresarios del conocimiento,, en detrimento de la base de profesores que resulta desprofesionalizada.
Así, el profesor es progresivamente destituido y desposeído de sus saberes y singularidades. Ahora tiene que ejecutar los programas diseñados y creados por los enlaces con la estructura transversal. El núcleo de esta radica en la forma-empresa. Cada cual es un viajero solitario que tiene que correr su propia carrera de fondo, acumulando méritos en un menú abierto que las agencias transversales programan. La filosofía de la época se hace presente mediante la elección final. Cada cual puede seleccionar en el menú de méritos, alterando sus proporciones, pero la obligación de realizar la carrera personal y la competencia con sus iguales es inexcusable.
De estos cambios resulta una nueva situación en la institución y el aula. Las materias son descompuestas en múltiples asignaturas livianas y conformadas como productos que los compradores de créditos deben elegir para constituir su propio currículum. Se trata de la explosión de la optatividad, de la multiplicación de las opciones para facilitar la operación esencial para cada uno, que es elegir. Los profesores considerados como severos o exigentes son desplazados mediante su aislamiento por parte de la demanda, que compra sus créditos mayoritariamente en función del criterio de coste-beneficio. Este es el origen de nuevas perversiones institucionales, ahora diferentes a aquellas de la era de los feudos. Los componentes del nuevo campo educativo resultante de las reformas se comportan del mismo modo que en la institución central de la nueva economía: el supermercado-centro comercial. Así se configura un extraño low cost académico, en el que lo barato se equipara con lo fácil.
En estas condiciones tiene lugar la decadencia inexorable de la clase. Con anterioridad, esta era una exhibición impúdica del saber del profesor. Ahora es una instancia mecanizada en la que se realizan trabajos de baja definición y actividades que en muchos casos significan la simulación de prácticas. El declive de las clases magistrales viene avalado por los nuevos métodos docentes. Pero estos son imposibles si no están acompañados de grupos pequeños y los recursos que los hagan factibles. Al no ser así derivan en una conversación que sigue el modelo de la tertulia televisiva.
Así se produce un drama que no tiene voz. En tanto se mantienen las aulas mastodónticas y los grupos numerosos, los antaño profesores son destituidos mediante la denegación de su saber, la asignación de la etiqueta de “inútiles para el aprendizaje” y su nueva condición de vendedores de créditos al público en el mercado de la ordenación docente. Una figura que se ha caracterizado predominantemente por su escasa propensión al diálogo en una relación tan asimétrica es desposeída de su condición. Este drama se produce en el mismo escenario de los tiempos de su esplendor. Ahora tiene que ocupar su puesto físico para iniciarse en unos métodos docentes inadecuados al tamaño del grupo y al aula. Las tensiones que se producen son de alto voltaje. El resultado es la progresión geométrica del cinismo y la simulación, así como el apartamiento de esta función degradada, y también la resistencia en algunos casos. Se trata de vivir un cambio en el que la situación de partida es muy mala en términos de aprendizaje, la de las clases magistrales, y es gradualmente sustituida por otra igualmente aciaga.
En el nuevo orden académico resultante de las reformas neoliberales el profesor se transforma inevitablemente en un animador. Las actividades de la clase derivan en lo que en este blog he denominado, inspirado en Paolo Virno, como “La fábrica de la charla”. En este contexto el profesor, inspirándose en el campo de la animación, cumple el precepto que la define: hacer actuar a los destinatarios de las actividades. Así se conforma un fluido de ejercicios, presentaciones, desarrollo de aplicaciones, actividades audiovisuales, así como otras tareas que rellenan el tiempo de las clases, aliviando el peso de la sospechosa teoría. Su significación es equivalente a la de la animación, en la que lo importante es actuar.
Precisamente el tiempo es la dimensión más afectada en la destitución del profesor. La creación de múltiples asignaturas-producto, bien empaquetadas en el formato de guías docentes, con el objeto de ser elegidas por los compradores de créditos, tienen asignada una temporalidad efímera, cuyo máximo es un cuatrimestre. De este modo la relación comprador/productor es liviana, como los contenidos, para favorecer la circulación de los compradores por los circuitos de la titulación. La brevedad de los encuentros imprime carácter a la relación, afectando a la identidad del profesor.
Suelo decir a los estudiantes que soy un mero firmador de actas. Pero el tiempo de las reformas se acelera y genera nuevas versiones en donde la relación se disipa. El curso pasado impartí una asignatura en la que el grupo de estudiantes era muy activo. Tanto el seguimiento de las clases, en las que un grupo de estudiantes intervenía con comentarios sólidos, como las presentaciones de los estudiantes, y los trabajos alcanzaron un nivel muy aceptable. Tras su conclusión, en el mes de julio, varios estudiantes que no habían seguido la asignatura, por encontrarse en distintos programas erasmus en varias universidades europeas, me escribieron alegando que habían suspendido asignaturas, por lo que querían compensar inscribiéndose en mi asignatura en la convocatoria de septiembre. Me solicitaban su aceptación. Les dije que sí, que no había problemas, que preparasen el examen de septiembre.
Así se constituyó el grado cero de mi competencia como profesor. Quedé convertido en un equivalente a un funcionario de aduanas que supervisa el tráfico de pasajeros. Porque en los nuevos mercados de la formación y el conocimiento, lo que verdaderamente importa es la circulación eterna de esos seres vivos a los que denominan “capital humano”, que son seducidos, capturados y conducidos por el núcleo duro del nuevo poder: las agencias. En el caso que estoy narrando una oficina de tránsito les había recomendado que recurriesen a mí. En las sucesivas aduanas que conforman su viaje, anidan los nuevos profesores que añaden a su currículum-pasaporte una nota. Uno de esos soy yo, que me encuentro en una estación muy relevante en el tránsito de estos viajeros: Granada.
De este modo cumplí con los sentidos que inspiran la reforma. La asignatura es en realidad un artificio o acto mecánico que puede ser impartido por un robot, como los que contestan las llamadas en las hipermodernizadas compañías de comunicaciones. La trivialización y dispersión del saber determina la nueva comunicación docente. Tiene que ser administrada en frases cortas, soportes audiovisuales seductores y tonos amables. Así, los profesores de la era anterior se reconvierten a las profesiones de relaciones públicas, para contribuir a la satisfacción de los compradores de créditos. En mi casa suelo mirar con atención a los presentadores de los telediarios, dotados de cuerpos diez y energías positivas, que presentan las noticias en pantallas enormes por las que se desplazan. Entonces le digo a mi perra que estas son las competencias docentes de mañana. Ella no entiende bien, pero me mira intuyendo que algo me inquieta, sin saber que es la destitución creciente.
La autonomía de la profesión docente, que en numerosos casos se asemejaba al estatuto de los mandarines, ha sido licuada manifiestamente en los últimos treinta años, encontrándose ahora en tránsito hacia su definitiva disolución en el aire, al igual que todo aquello que fue sólido. El profesor es desposeído de su condición singular, para ser reconvertido en una pieza-engranaje de un sistema fabril, en el que su papel radica en la ejecución de la programación determinada por las instancias externas que diseñan las cadenas de montaje de la nueva factoría universitaria.
La sociedad del mercado infinito se hace presente impetuosamente en los centros universitarios mediante la definición del estudiante como un pagador, al tiempo que el docente es convertido en un proveedor de un servicio homologado. Las aulas registran las señales de esta transformación en la que los profesores son reconvertidos inexorablemente en relaciones públicas que se ajusten a la demanda inespecífica de los compradores de este misterioso servicio. Así se equiparan al estatuto de las azafatas, que ejecutan un servicio limitado en el tiempo para un público heterogéneo, en el que el núcleo radica en la amabilidad y la directividad encubierta para asegurar el cumplimiento de las normas en una relación tan efímera.
De esta transformación resulta la drástica modificación de la relación profesor-alumno. Antes se trataba de un vínculo pausado, que se producía en intervalos temporales largos, los nueve meses de un curso, posibilitando que el docente mostrara su singularidad , su conocimiento y su saber-hacer. Esta relación ofrecía la posibilidad de tejer una relación compleja, ubicada más allá de los estrictos temarios. En este modo de ejercicio profesional, el producto docente podia ser rigurosamente personalizado, adquiriendo el carácter de artesano, en tanto que la combinación de las distintas dimensiones que lo configuraban concluían en un producto que no siempre podía ser integrado en una serie. Se evidenciaba un núcleo compartido, pero que tenía un final abierto adecuado a los atributos del productor-profesor. Ciertamente, esta autonomía determinaba varias perversiones profesionales y burocráticas muy bien identificadas en las literaturas de la pedagogía. La palabra que lo sintetizaba adecuadamente era “feudo docente”. Cada uno tenía el privilegio de configurar la asignatura a su medida.
Pero las reformas impulsadas por el complejo instituyente del presente, que domina la nueva economía desde la década de los noventa, se orientan justamente en el sentido contrario. El supuesto que las avala es la homologación rigurosa de los antiguos sectores dotados de una autonomía incompatible con la lógica de la nueva economía. Así, las reformas desposeen de la misma a las distintas disciplinas, para reintegrarlos a los estándares comunes de la producción postfordista. La educación es reconfigurada como un sector cuya función primordial es contribuir al crecimiento.
De este modo, los antiguos privilegios de los antaño profesores son eliminados gradualmente mediante la producción de las titulaciones y los productos docentes por una nueva tecnocracia. Así se produce una gran estandarización que configura a las titulaciones como productos de la opaca fábrica de títulos.. La nueva evaluación cierra el círculo sobre este privilegiado sector de habitantes de las disciplinas. Ahora es un ejecutor de un servicio producido por la nueva tecnocracia que se apodera de los mecanismos de las instituciones, y cuyo principal activo radica en sus vínculos con el entramado de instituciones al servicio del crecimiento. La reestructuración de las disciplinas para transformarse en mercados que avalan los productos, oferta una oportunidad a las élites académicas para transformarse en empresarios del conocimiento,, en detrimento de la base de profesores que resulta desprofesionalizada.
Así, el profesor es progresivamente destituido y desposeído de sus saberes y singularidades. Ahora tiene que ejecutar los programas diseñados y creados por los enlaces con la estructura transversal. El núcleo de esta radica en la forma-empresa. Cada cual es un viajero solitario que tiene que correr su propia carrera de fondo, acumulando méritos en un menú abierto que las agencias transversales programan. La filosofía de la época se hace presente mediante la elección final. Cada cual puede seleccionar en el menú de méritos, alterando sus proporciones, pero la obligación de realizar la carrera personal y la competencia con sus iguales es inexcusable.
De estos cambios resulta una nueva situación en la institución y el aula. Las materias son descompuestas en múltiples asignaturas livianas y conformadas como productos que los compradores de créditos deben elegir para constituir su propio currículum. Se trata de la explosión de la optatividad, de la multiplicación de las opciones para facilitar la operación esencial para cada uno, que es elegir. Los profesores considerados como severos o exigentes son desplazados mediante su aislamiento por parte de la demanda, que compra sus créditos mayoritariamente en función del criterio de coste-beneficio. Este es el origen de nuevas perversiones institucionales, ahora diferentes a aquellas de la era de los feudos. Los componentes del nuevo campo educativo resultante de las reformas se comportan del mismo modo que en la institución central de la nueva economía: el supermercado-centro comercial. Así se configura un extraño low cost académico, en el que lo barato se equipara con lo fácil.
En estas condiciones tiene lugar la decadencia inexorable de la clase. Con anterioridad, esta era una exhibición impúdica del saber del profesor. Ahora es una instancia mecanizada en la que se realizan trabajos de baja definición y actividades que en muchos casos significan la simulación de prácticas. El declive de las clases magistrales viene avalado por los nuevos métodos docentes. Pero estos son imposibles si no están acompañados de grupos pequeños y los recursos que los hagan factibles. Al no ser así derivan en una conversación que sigue el modelo de la tertulia televisiva.
Así se produce un drama que no tiene voz. En tanto se mantienen las aulas mastodónticas y los grupos numerosos, los antaño profesores son destituidos mediante la denegación de su saber, la asignación de la etiqueta de “inútiles para el aprendizaje” y su nueva condición de vendedores de créditos al público en el mercado de la ordenación docente. Una figura que se ha caracterizado predominantemente por su escasa propensión al diálogo en una relación tan asimétrica es desposeída de su condición. Este drama se produce en el mismo escenario de los tiempos de su esplendor. Ahora tiene que ocupar su puesto físico para iniciarse en unos métodos docentes inadecuados al tamaño del grupo y al aula. Las tensiones que se producen son de alto voltaje. El resultado es la progresión geométrica del cinismo y la simulación, así como el apartamiento de esta función degradada, y también la resistencia en algunos casos. Se trata de vivir un cambio en el que la situación de partida es muy mala en términos de aprendizaje, la de las clases magistrales, y es gradualmente sustituida por otra igualmente aciaga.
En el nuevo orden académico resultante de las reformas neoliberales el profesor se transforma inevitablemente en un animador. Las actividades de la clase derivan en lo que en este blog he denominado, inspirado en Paolo Virno, como “La fábrica de la charla”. En este contexto el profesor, inspirándose en el campo de la animación, cumple el precepto que la define: hacer actuar a los destinatarios de las actividades. Así se conforma un fluido de ejercicios, presentaciones, desarrollo de aplicaciones, actividades audiovisuales, así como otras tareas que rellenan el tiempo de las clases, aliviando el peso de la sospechosa teoría. Su significación es equivalente a la de la animación, en la que lo importante es actuar.
Precisamente el tiempo es la dimensión más afectada en la destitución del profesor. La creación de múltiples asignaturas-producto, bien empaquetadas en el formato de guías docentes, con el objeto de ser elegidas por los compradores de créditos, tienen asignada una temporalidad efímera, cuyo máximo es un cuatrimestre. De este modo la relación comprador/productor es liviana, como los contenidos, para favorecer la circulación de los compradores por los circuitos de la titulación. La brevedad de los encuentros imprime carácter a la relación, afectando a la identidad del profesor.
Suelo decir a los estudiantes que soy un mero firmador de actas. Pero el tiempo de las reformas se acelera y genera nuevas versiones en donde la relación se disipa. El curso pasado impartí una asignatura en la que el grupo de estudiantes era muy activo. Tanto el seguimiento de las clases, en las que un grupo de estudiantes intervenía con comentarios sólidos, como las presentaciones de los estudiantes, y los trabajos alcanzaron un nivel muy aceptable. Tras su conclusión, en el mes de julio, varios estudiantes que no habían seguido la asignatura, por encontrarse en distintos programas erasmus en varias universidades europeas, me escribieron alegando que habían suspendido asignaturas, por lo que querían compensar inscribiéndose en mi asignatura en la convocatoria de septiembre. Me solicitaban su aceptación. Les dije que sí, que no había problemas, que preparasen el examen de septiembre.
Así se constituyó el grado cero de mi competencia como profesor. Quedé convertido en un equivalente a un funcionario de aduanas que supervisa el tráfico de pasajeros. Porque en los nuevos mercados de la formación y el conocimiento, lo que verdaderamente importa es la circulación eterna de esos seres vivos a los que denominan “capital humano”, que son seducidos, capturados y conducidos por el núcleo duro del nuevo poder: las agencias. En el caso que estoy narrando una oficina de tránsito les había recomendado que recurriesen a mí. En las sucesivas aduanas que conforman su viaje, anidan los nuevos profesores que añaden a su currículum-pasaporte una nota. Uno de esos soy yo, que me encuentro en una estación muy relevante en el tránsito de estos viajeros: Granada.
De este modo cumplí con los sentidos que inspiran la reforma. La asignatura es en realidad un artificio o acto mecánico que puede ser impartido por un robot, como los que contestan las llamadas en las hipermodernizadas compañías de comunicaciones. La trivialización y dispersión del saber determina la nueva comunicación docente. Tiene que ser administrada en frases cortas, soportes audiovisuales seductores y tonos amables. Así, los profesores de la era anterior se reconvierten a las profesiones de relaciones públicas, para contribuir a la satisfacción de los compradores de créditos. En mi casa suelo mirar con atención a los presentadores de los telediarios, dotados de cuerpos diez y energías positivas, que presentan las noticias en pantallas enormes por las que se desplazan. Entonces le digo a mi perra que estas son las competencias docentes de mañana. Ella no entiende bien, pero me mira intuyendo que algo me inquieta, sin saber que es la destitución creciente.
lunes, 2 de noviembre de 2015
MARÍA CALLAS
María Callas es una mujer especial para mí. Siempre me ha suscitado una fascinación que perdura hasta hoy mismo, tanto cuando escucho su música como cuando contemplo sus imágenes. Esta que abre este texto estimula mi imaginación y me hace pensar acerca de los lados oscuros del éxito y la complejidad de la vida. Porque expresa inequívocamente su sufrimiento, invistiéndola de un misterio extraño y entrañable. Parece como si todos los dramas que ha representado en sus óperas se hubiesen instalado en su interior. Pero lo que siento por la Callas trasciende lo racional y se ubica en el territorio de lo imaginario. Me pregunto cómo puede originar estos sentimientos tan intensos y duraderos.
En mi infancia se hizo presente la ópera como algo más que una banda sonora. Mi madre y uno de sus hermanos, el tío Cecilio, eran muy aficionados y ambos habían estudiado música y actuado en conciertos públicos. Mi madre tenía una voz magnífica y en su adolescencia fue invitada a estudiar para modelar su voz de tiple. Su familia se lo impidió por temor a que frecuentase ambientes que calificaban como “libertinos”, en los que proliferaba lo que denominaban como “indecente”. Siempre llamaron mi atención los amores prohibidos de las estrellas de la ópera, que después extendí a toda la vida. Confieso mi fascinación por los mismos.
Recuerdo las tardes de los domingos de mi infancia en las que se congregaban a cantar. Uno de los invitados era un tipo que suscitaba nuestras risas infantiles. Era un tenor, que había estudiado en Italia, que había actuado en varios liceos de España, Europa y América. Estaba casado con una mujer fantástica. Fue la primera abogada en España que sacó una oposición de las más prestigiosas en el ámbito de la justicia. Era una persona entrañable, de carácter muy fuerte, que había vencido todas las adversidades imaginables en su carrera. Nos obsequiaba con sus comentarios acerca de los terribles mundos masculinos de los juzgados en los que había sido la primera pionera y exploradora. Su relato era una versión feminista de la célebre película “Bailando con lobos”, con la que presentaba algunas analogías con la extraña “tribu de las togas negras”.
Pero, si su condición femenina representó una carrera de enormes obstáculos en su vida profesional, que ella en alguna ocasión comentó, y que eran bochornosos en grado superlativo, equiparando sus señorías a los demás caballeros de la época homologados por sus miserias corporales y mentales, su matrimonio con el tenor representaba un desafío a las normas imperantes. Ella era obesa en un grado extremo, además de tener una fortuna familiar equivalente a su peso. Por el contrario, el tenor era un hombre atractivo físicamente, muy sofisticado en su conversación y su porte, en relación con los austeros varones de la época, así como carente de cualquier ingreso o fortuna.
En estas condiciones se puede imaginar el impacto de la pareja en el pueblerino y atrasado ambiente en el que vivían en la España de entonces. Todo el mundo se mofaba de ellos, atribuyendo al tenor el móvil de la conveniencia. Además, había tenido varios incidentes de lo que entonces se denominaba como “de faldas”. Su sofisticación en la expresión se leía como una estrategia basada en el fingimiento. En el fondo, lo que se cuestionaba era una pareja en la que la inteligencia se distribuía de modo asimétrico a lo aceptado, es decir, que predominaba la de la magistrada. Pero el cuerpo de esta no se correspondía a los estereotipos de la época. Los comentarios maliciosos proliferaban. Ahí aprendí lo creativa que era la gente en el arte de producir chistes y maldades, así como a comprobar la rigurosa frontera entre las relaciones frente a frente y las que se producen cuando la persona que es objeto de las chanzas se encuentra ausente.
En las largas tardes de domingo de ópera mi cansancio se iba incrementando. Sobre un piano se producían solos, dúos tríos, que terminaban en exhibiciones que iban creando un clima en el que los espectadores no cantores estábamos en un estado de distanciamiento creciente frente al éxtasis de los cantores, que amenazaban con agotar todo su repertorio. La merienda, que en esta época era un precepto incuestionable, y en la que los cafés y tés se acompañaban de pastas, bollería y pasteles, ofrecía la ocasión de hacer una larga pausa, o incluso de esfumarse para no presenciar la segunda parte.
Unos años después, la ópera desapareció por completo de mi vida universitaria y militante. También de mi vida amorosa, en la que las bandas sonoras compartían los viejos boleros con el advenimiento del rock and roll y su ciclo de músicas posteriores. Pero, en la España de entonces, lo que llegaba era una versión nacional cutrecilla del pop. También los cantautores aportaron a mis bandas sonoras construyendo un vínculo entre mi vida universitaria y mis militancias. En particular, Serrat me ha acompañado toda mi vida, en todas mis etapas vitales y musicales. Tuve una novia en Valladolid que tenía unos amigos venezolanos que estudiaban medicina. Me hicieron descubrir las músicas latinoamericanas, presentes en mi vida muchos años después, en los que también llegaron otras músicas.
En el final de los años ochenta, ya en Granada, la ópera reapareció por medio de varias casualidades. La recuperé de la mano de la música clásica, que disfruto cada vez más en tanto me hago mayor. Ahora mismo estoy escribiendo este texto escuchando a Rostropovich interpretando a Bach. Todo empezó escuchando el mítico programa de Radio Nacional de “Los clásicos” de Fernando Argenta. Desde entonces voy haciendo incursiones a distintas músicas clásicas. Como el medio profesional en el que vivo se ha convertido en un espacio donde la ausencia de ceremonia llega a límites insospechados, tengo que compensarme mediante la inmersión en las músicas. Cuando entro en el ascensor de la facultad y nadie saluda o contesta, aguardo el instante en el que pueda resarcirme mediante el placer que me proporciona la música.
En ese tiempo fue volviendo la ópera a mi vida, entrando por los entresijos de otras músicas clásicas. Así se hizo presente de nuevo con gran intensidad la Callas. Tras la muerte de Carmen y la intensificación de la reestructuración del espacio público -- que convierte la calle en un lugar de paso y de conexión comercial; el trabajo en un espacio hobbesiano donde se representa cada momento la contienda de todos contra todos; las relaciones personales se desplazan al fin de semana; los media constituyen el lugar donde es posible desconectar, para ser integrado en el gran espectáculo ficcional, resultando de la adición de todos ellos una desertización de los espacios vitales, compensados por los vínculos afectivos que son desplazados a la pantalla del Smartphone — la música ha vuelto a mi cotidianeidad como factor reparador.
En este espacio reaparece la Callas de siempre, ahora más amparadora que nunca. Su música me hace evocar los mejores momentos de mi vida e impulsa mi imaginación. Cuando la escucho alcanzo un estado de calma que recompone mi persona y me prepara para sobrevivir a las derivas del día siguiente, en el que camino entre extraños traficantes de paquetes, automovilistas alucinados y otras especies que pueblan las calles; además de hacerme presente en las extrañas aulas y despachos universitarios habitados por corredores de la eterna carrera profesional; terminando en el mundo de las pantallas, en el que cualquier conversación se disipa a favor de las voces y las imágenes de la nueva clase influyente, que incluye a los tertulianos, los expertos providenciales y los informadores portadores de cuerpos trabajados que se combinan con la energía que proporciona el espíritu positivo, además de otros seres fabricados por los dispositivos del sistema.
Tras los momentos tensos de mi vida, regreso a mi refugio imaginario en el que habitan poetas, músicos y otras especies entrañables entre los que siempre se encuentra la Callas. Siento como si me estuviese esperando para compartir nuestras inevitables adversidades del día. Puedo imaginar sus sufrimientos asociados a los mundos del éxito, así como sus amores desdichados con algunos de los poderosos que impulsan el mundo vivido que hace imprescindible la construcción de refugios. Rememoro su tiempo final de aislamiento, que narra la película de Zeffirelli “Callas forever”. En este encuentro imaginario su cuerpo me es familiar, como si lo hubiera abrazado en tantas ocasiones que reconozco sus pliegues, sus caminos y sus misterios. En este encuentro se reparan las heridas de la vida diaria. Es como si esperara nuestro reconocimiento mutuo. De este modo su voz sublime me calma de los estragos del día.
Así la imagino en nuestros imaginarios encuentros
Para quien quiera compartirlo esta es una interpretación de un fragmento de I puritani de Bellini