miércoles, 30 de septiembre de 2015

ENRIQUE CURIEL EN LA MEMORIA


La biografía de Enrique Curiel se asienta sobre las encrucijadas  de los  caminos de la vieja izquierda en el final del siglo XX. En sus comienzos compatibilizó una extraña militancia en el PSP de Tierno Galván con su presencia en el movimiento estudiantil madrileño, donde ejerció un liderazgo muy relevante. La dinámica del movimiento le condujo al PCE, en donde recorrió un largo camino, terminando como vicesecretario general del partido. En 1988, desplazado y bloqueado en el partido, abandona la organización. En 1990 ingresa en el PSOE. Tras largos años de militancia, en los que fue senador,  termina apartándose y retornando a la docencia. Antes de su muerte prematura pidió que su féretro fuese cubierto con la bandera comunista, tal y como ocurrió.

Su trayectoria ilustra el tormentoso devenir de la izquierda nacida de la era de las revoluciones obreras, que sobrevive hasta el presente mediante su metamorfosis permanente, con el fin de adaptarse a unas sociedades radicalmente diferentes a las industriales que generaron las utopías fundacionales.  Pero Enrique Curiel fue una persona muy importante en el movimiento estudiantil antifranquista, así como en la oposición democrática. Una persona tan valiosa, comprometida y relevante como él es denegada de facto por los partidos en los que desempeñó responsabilidades tan importantes. Así es expulsado de la memoria colectiva. Estos partidos, convertidos en maquinarias para la obtención y la conservación de cuotas de poder en las instituciones de representación, se encuentran dominados por aparatos cuya ley de hierro es el castigo eterno a quienes han disentido. La memoria de una persona consiste en la consideración de su final crítico y conflictivo, que anula todo su proceso anterior, que es borrado y falseado. En el caso de Enrique convergen los silenciamientos por parte de ambos partidos, adquiriendo así el estatuto de desterrado a una tierra de nadie donde impera el olvido y la falsificación.

Enrique Curiel ingresó en el PCE en el final del año 1969, más bien en el comienzo de 1970. Lo hizo en la recién fundada célula de Políticas de la Universidad Complutense. El cursaba entonces el último curso de la carrera. Desde años antes desempeñaba un papel fundamental en el vigoroso movimiento de estudiantes. Su pertenencia al PSP de Tierno Galván le otorgaba unas relaciones privilegiadas con distintos miembros de la oposición. Al ingresar en el PC en Políticas fui su primer responsable político. Por eso escribo este texto con la intención de rehabilitar la memoria de una persona que tanto aportó como él. En los años de oposición antifranquista contrasta su inteligencia, voluntad y generosidad en la oposición con la de sus verdugos partidarios, muchos de los cuales en esos años no se encontraban comprometidos en la política.

La ascensión de Curiel en el partido fue meteórica. En muy poco tiempo trascendió su militancia universitaria para incorporarse de facto al núcleo operativo de dirección. Su notable capacidad de análisis político, sus relaciones privilegiadas y sus cualidades de negociador lo hicieron un colaborador de la dirección en el tiempo de la Junta Democrática. Su inserción en la dirección después de 1977 favoreció su papel de interlocutor entre las distintas tendencias existentes en el partido, que aunque no estaban formalmente reconocidas actuaban abiertamente mediante la relectura de la línea oficial, cuyas ambigüedades facilitaban distintas interpretaciones.

La salida y dispersión de los renovadores en 1981 facilitó su ascenso en la jerarquía. Pero este era ficticio, en tanto que su base de apoyo se había diluido. En el partido permanecían los sectores más dogmáticos. Esta es una pauta que se reproduce incesantemente hasta hoy. Cualquier proyecto de renovación carece de cualquier posibilidad de concitar apoyos vivos, además de movilizar las resistencias de la reserva simbólica partidaria, contraria a cualquier cambio. Además, los renovadores detentaban los vínculos con la sociedad, de modo que en ausencia de los mismos la organización se cerraba sobre sí misma. El PC deviene en una reserva espiritual, en un parque temático de la memoria de la revolución rusa y de las aportaciones realizadas a la república y la oposición al franquismo.

En estas condiciones cabe entender la cuestión del eurocomunismo. Esta no es una teorización sistemática acerca de la evolución del viejo comunismo que ampare un proyecto político viable, sino un argumento de ocasión para proteger al partido de los efectos negativos del socialismo real. Carrillo imprimía un sesgo tacticista a todas sus creaciones. Enrique, al igual que muchos de los renovadores, creyeron en la posibilidad de abrir un camino al futuro mediante el eurocomunismo, entendiéndolo como una referencia dotada de capacidad para generar un movimiento político.

Pero la cuestión más espinosa radica en lo que se puede denominar como especificidad española. Se trata de que el PC detentó el protagonismo incuestionable de la oposición a la dictadura franquista, así como la memoria de la república. Sus cuotas de sacrificio y heroísmo fueron muy importantes. Este hecho se interfiere con la crisis radical del movimiento comunista, que adquiere proporciones explosivas desde los años cincuenta. La confusión generada  por la convergencia de ambos factores crea un estado en el que es imposible cualquier crítica, en tanto que suscita las emociones colectivas. Muchos de los militantes no eran verdaderamente comunistas, más bien demócratas radicales. Así, cualquier discusión es interferida por las emociones que acompañan a los relatos heroicos. En este territorio los dogmas conforman un espacio protegido a la deliberación. En este contexto, el eurocomunismo fue una coartada psicológica para presentarse en el exterior diferenciándose de los regímenes del Este.

La derrota estrepitosa del 82 produce una crisis de grandes proporciones. La dirección se fragmenta, las fugas proliferan en todas las direcciones, los lazos con la sociedad se debilitan. El mismo Carrillo termina por abandonar. En este cuadro de colapso adquiere una importancia fundamental la preponderancia del PSOE que moviliza un arma de destrucción masiva: la cooptación. Muchos cuadros locales son absorbidos por el partido triunfante. Pero lo peor es que en el sindicato comisiones obreras, principal reserva del partido, comienzan los movimientos hacia posiciones pragmáticas adecuadas a la realidad de hegemonía absoluta socialista en el campo político.

Este es el escenario en el que Curiel, así como Sartorius y otros dirigentes pretenden recuperar el espíritu del eurocomunismo. En una organización compuesta por las reservas ideológicas y los sectores que en niveles locales han alcanzado cuotas de poder, esto es imposible. El fantasma del enemigo interno se hace manifiesto. Los eurocomunistas son percibidos como caballo de Troya. En estas condiciones es imposible iniciar un proceso de reflexión que se abra al entorno y pueda producir un conocimiento abierto. Las representaciones de la tradición histórica sepultan cualquier pretensión de cambio.

Inmediatamente después al cataclismo del 82, el PSOE comienza a definir su línea homologable a la penúltima socialdemocracia europea. El giro atlantista integrándose en la OTAN produce una confrontación política que moviliza muchas energías en la sociedad. En este conflicto el protagonismo de Enrique Curiel en la campaña del NO fue relevante. Su liderazgo social y mediático fue patente. Una noche otoñal me lo encontré cuando paseaba por los Jardines de Piquío, en Santander, disfrutando del Cantábrico. Él iba a un acto escoltado por varios activistas. Nos saludamos afectuosamente. Con esa cualidad gallega que tan bien practicaba me reprochó mi distanciamiento y recordamos  los tiempos de la facultad. Fue la última vez que nos vimos en persona.

En el contexto de colapso general fue nombrado vicesecretario general del PCE. Este fue su final, cercado por los sectores identitarios replegados al interior de su mundo. Imagino sus desventuras en estos años en los que la impotencia política presidía todas sus actuaciones internas. En 1988 abandona el partido, ingresando en el PSOE en el año 1990. De este modo se convierte en el símbolo de la cooptación, y también de la traición. Es reconstituido como el traidor por excelencia por parte de los comunistas, que elaboran una leyenda negra acerca de él.

Su historia en el PSOE es similar a la de Pilar Bravo y otros exdirigentes comunistas. Se les asigna un estatuto de vencidos, siendo tratados como a los inmigrantes o extranjeros: pueden estar presentes pero están marginados del proceso de decisiones, tienen la obligación de emitir señales de conformidad y aceptar barreras  de acceso a cúpula. Así, fue senador por su provincia, Pontevedra, pero fue marginado del proceso del partido, en tanto que no renunció a hacer política, como otros cuadros procedentes del PC que mostraron su conformismo con los cargos de segundo orden que les asignaron.

Enrique mostró su incapacidad para leer el nuevo escenario de emergencia del capitalismo global, que determinaba la reestructuración de todos los campos sociales, incluyendo a la socialdemocracia. No, el partido en el que ingresó no era un partido socialdemócrata convencional de la dorada época de los treinta gloriosos. Se trataba de un partido subordinado a los intereses emergentes, dotado de un modo autoritario de ejercer el poder. Hacer política en este entramado era imposible. Así fue desplazado al Senado y a Pontevedra, un territorio donde habita el partido socialista gallego, una versión especial del partido estatal, en la que se encuentran incorporados elementos singulares de la tierra.

Es un poco duro lo que voy a decir ahora pero debo hacerlo. Un partido así, terminó asignando a Enrique el papel de aplaudidor.  Cuando Zapatero intervenía en el senado, él estaba visible detrás, acompañando con sus gestos el discurso del líder. Dado su porte físico, hasta para eso estaba bien dotado. Algunas veces frente al televisor lo vi junto con Carmen y nos afectaba mucho. Nos preguntábamos qué pensaría del mismo Zapatero y de Pepe Blanco, el cacique gallego del partido. Unas personas manifiestamente más pequeñas que Enrique en términos de inteligencia, preparación y experiencia. Siento mucho ilustrar su papel de aplaudidor con esta fotografía.




Después tuvimos noticias de su retorno a la Complutense y su enfermedad. No puedo dejar de recordarlo con su vitalidad en las movilizaciones, su presencia en las reuniones, en las que siempre se esperaba su intervención inteligente. También el respeto que suscitaba por parte de todos. Enrique fue un activista tan inolvidable y una persona tan capacitada para la política… Por eso me parece tan injusta la etiqueta de traidor que le acompaña en su biografía vaciada de los méritos por los aparatos de los partidos de la izquierda postfranquista. Su caso ilustra la oscuridad de la época de la nueva democracia, así como su génesis. Tiempos oscuros que propician la ingeniería biográfica y la manipulación.

Enrique, un fuerte y sentido abrazo en espera de que la investigación historiográfica restituya tu biografía. He querido testimoniar tu gran aportación. Muchas  gracias.


2 comentarios:

  1. Gracias por traer a otro silenciado de la memoria colectiva,
    quizá usted sea otro militante silenciado. En este caso como buen sociólogo no hablará de usted mismo salvo que sea mediante el autoanálisis vs la autobiografía.

    https://www.youtube.com/watch?v=g05CpAzB_e4

    Un abrazo,
    Marta, una alumna de hace tiempo que hoy diversifica su curriculum a marchas forzadas.

    El usted es signo de respeto y valor, no tiene mancha para mí como el "Don Mariano", prefiero esto al buenrolloismo de las nuevas jefaturas relaciones tribales de la mierda de capiatlismo-sociedad red.

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  2. Gracias Marta
    Sí, yo también soy de los silenciados, como tantos de ese tiempo tan oscuro. Pero el problema es muy complejo, pues muchos de los silenciados son arrepentidos que prefieren la disipación de ese pasado.
    Un abrazo

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