Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

lunes, 31 de agosto de 2015

MELQUÍADES: UN PARIA URBANO

Melquíades es una persona marginada que recorre incesantemente mi ciudad recogiendo chatarra que deposita en un carro. Va acompañado de un enorme perro negro, en ocasiones alguno más. Pero en su carro lleva una perra a la que le falta una pata. Esta es la que viaja sobre ruedas en el conjunto de caminantes, que no pueden disimular su afecto y fidelidad mutua. Se pueden intuir los afectos existentes en este extraño grupo de viandantes. Lo conozco desde hace muchos años. Voy a contar algo de su historia, alejándome de las narrativas de las instituciones especializadas de la sociedad que le empuja al margen. La marginación es un proceso múltiple que tiene su origen en las estructuras e instituciones sociales. Por eso, al escribir sobre Melquíades, tengo que superar un cierto sentimiento de vergüenza por ser sociólogo, una disciplina tan distanciada de las víctimas de los procesos de marginación.

Las sociedades vigentes son muy ricas en marginaciones, pero carecen de un conocimiento acreditado acerca de los perjudicados por estos procesos. Las ciencias sociales los han etiquetado con el término “desviación social”,  que insinúa la responsabilidad individual del desviado, al tiempo que libera a las instituciones de cualquier compromiso con aquellos que se distancian de la “normalidad”. Así se conforma un espacio que es gobernado por un continuo que empieza en los servicios sociales y concluye con la policía y el sistema penal. En este espacio se ignora la naturaleza social de los desviados, que generan lazos entre los mismos, de los que resultan microsociedades opacas a la mirada de las instituciones de lo que la sociología denomina como “mayorías centrales”.

En este post le llamo Melquíades, rememorando al mexicano de la película de Tommy Lee Jones sobre un guion de Guillermo Arriaga “Los tres entierros de Melquíades Estrada”.  Porque Melquíades es un marginado que comparte con el inmigrante mexicano de la película la ausencia de un relato sobre su propia vida. Su pasado queda en suspenso, nunca apela a él, en tanto que conforma un territorio en el que se produjo la gran fractura que generó su proceso de apartamiento, y que inevitablemente es vivido  como un trauma. Esta ha terminado en expulsión de la condición de ciudadano.

Melquíades vive en un lugar suburbial. Es una infravivienda abandonada y aislada. En sus alrededores no hay casas. Duerme sobre un colchón rodeado de sus perros, que se ayudan para pasar las frías y oscuras noches de invierno, en tanto que carece de luz. Hace sus necesidades en el exterior a la intemperie. En una alberca cercana coge agua para lavarse y cocinar. Para comer tiene un recipiente que denomina como candil. Recoge toallas y aceites reciclados en contenedores. Hace tiras que empapa en los aceites, manteniendo así un fuego durante un tiempo que le permite cocinar y calentar cosas básicas.

El estado de la infravivienda es deplorable. Tanto la higiene como la habitabilidad se encuentran muy por debajo de lo aceptable. Pero en este refugio se siente bien con sus perros. Tiene una radio y un dispositivo para escuchar música a pilas, que también recoge de los contenedores. Este es uno de los vínculos que remite a un pasado social. Pero el problema principal de su cobijo estriba en la seguridad. En muchas ocasiones le han robado alguna pertenencia. La inseguridad fue vivida como un episodio traumático cuando hace años, en su ausencia, alguien pegó a su perra y le produjo la ruptura de su pata que concluyó en su mutilación. Este acontecimiento es rememorado permanentemente, acrecentando la percepción de vulnerabilidad.  El lugar que habita es un espacio por el que transitan personas situadas en los márgenes.

Pero su marginación total con respecto al trabajo, la vivienda y las instituciones se contradice con la posesión de una vieja furgoneta. En esta acumula la chatarra que vende en un lugar en el otro extremo de la ciudad. Así, su carnet de conducir es su último vínculo con la condición de ciudadano, en el sentido de relación con la sociedad oficial. La furgoneta sólo la usa para su actividad económica y en ocasiones especiales. Es un andarín insólito. Estar siempre en tránsito le protege de las miradas y coacciones de la sociedad de los normales.

Cualquier proceso de exclusión presenta elementos paradójicos, muy alejados de las simples y vacías definiciones imperantes en los servicios sociales. En el caso de Melquíades, resulta que tiene cotizados nada menos que 22 años en actividades laborales en su pueblo de origen, que se encuentra en Extremadura. Ahora le ayuda una persona que le ha acompañado a los servicios sociales para pedir ayuda. El principal componente de una ayuda es una paga. Pero esto no es posible por su brusca interrupción de su actividad laboral y social. Él no explica las razones de su viaje a Granada, donde lleva muchos años.

Aquí radica el meollo de la cuestión. Sólo es posible conversar con él mediante fragmentos de su vida. El no discurso frente a la sociedad oficial es un mecanismo de protección de un espacio vedado a las miradas de los profesionales de las instituciones. Pero su historia de vida laboral acredita que hay un pasado. La hipótesis más verosímil es que se ha producido alguna fractura muy importante con su medio familiar y social. Algo ha ocurrido que provocó su fuga. Él lo mantiene en secreto y no revela nada de su pasado. Algunas de las cosas que dice remiten a su imaginación y no son verosímiles. Dice que trabajaba en la T4 de Barajas en 2006 y que resultó herido en el atentado. Pero desde varios años antes se encontraba en Granada. Quizás sea una fantasía determinada por el impacto de este atentado en los medios de comunicación en la que murieron dos personas que se encontraban en un vehículo, lo cual estimuló su imaginación y activó sus miedos.

En este sentido comparte con el inmigrante mexicano de la película la ocultación de su pasado. Este sólo comparece en algunos fragmentos en un contexto de silenciamiento. Así, cuando este muere, su amigo se propone enterrarlo en su tierra. Pero las referencias que le ha proporcionado son tan evanescentes que no es posible encontrarlo. Porque el pasado es precisamente el origen de la huida. Esta cuestión es difícil de entender para los integrados que otorgan un sentido a su biografía. En el caso de los marginados, su proceso fatal no puede hacerse manifiesto y se interioriza configurando un área secreta que lo protege de intrusiones externas.

De este modo, es difícil comprender su trayectoria y su situación desde la información que proporciona. Se preocupa de tener el carnet de conducir pero renuncia a comparecer en el mercado de trabajo. Para obtenerlo busca un domicilio ficticio. Pero este no lo utiliza para la asistencia sanitaria. Su comportamiento respecto a la posibilidad de obtener una paga es fatalista, pero fundada en sus experiencias personales, interpretadas desde sus coordenadas. En los encuentros con las instituciones el saldo ha sido negativo, lo cual refuerza su desconfianza. Siempre ha sido mal acogido. Pero lo peor es que es entendido a través de prejuicios y estereotipos de los que la única respuesta posible es la ocultación, el silencio y la renuncia.

En varias ocasiones ha estado en situación de demandar asistencia médica, pero ha renunciado después de una mala acogida, primero en urgencias y después en un centro de salud, al que acudió con heridas derivadas de accidentes en la manipulación de la chatarra. Fue rechazado y le denegaron la asistencia por razones burocráticas al carecer de domicilio. Su caso representa un problema de complejo de acceso.  El sistema sanitario de los mejores tiempos era universal con excepciones. Ahora, una persona que le ayuda le ha tramitado su acceso a un centro de salud obteniendo un documento que le permite recibir asistencia, pero no es la tarjeta que tenemos los integrados.  Pero él vivió como un trauma su rechazo anterior. Su desconfianza es fundada y su capacidad de superar experiencias adversas es muy pequeña. Así, no comprende que le pongan pegas para obtener fármacos, cuando personas externas se los proporcionan pagándolos de su bolsillo.  El recuerdo de una gripe pasada en su chabola se presenta como una evidencia de su vulnerabilidad personal.

La crisis de autorreferencialidad de los sistemas de servicios se hace patente en su caso. Por poner un ejemplo le ofrecen arreglarle gratis la boca, mediante un programa de la Junta de Andalucía. Pero desde su situación, el lamentable estado de su boca no supone un problema de salud prioritario. Las ofertas fragmentadas son inadecuadas a una persona en estado de emergencia personal. Se encuentra en una posición tan exterior que es incapaz de resolver el problema de capitalizar los años cotizados para obtener una pensión. Su condición no se inscribe en ninguna de las categorías establecidas por el estado. Su definición más rigurosa es la de paria urbano.

Pero su conocimiento de la ciudad es formidable. Su subsistencia depende de encontrar objetos que pueda revender a un chatarrero. Para ello se desplaza continuamente por las calles. Ha descubierto rutas múltiples y construido un mapa rico en referencias. Ha aprendido donde puede encontrar objetos valiosos preservando su seguridad de las violencias ejercidas sobre él por parte de no pocos de los normales. Sabe qué calles son seguras. También qué tiempos. Le está vedado el acceso a la ciudad comercial, donde se encuentra el núcleo de la policía municipal.  Su devenir por las rutas le proporciona un conjunto de ayudas, desde carniceros que le regalan sobras para sus perros o supermercados que le proporcionan comida y otras ayudas.

Tiene que evitar la furia de los niños posmodernos, que en trance de convertirse en consumidores, trabajadores precarizados y alguna variante de hipsters, descargan sobre él su agresividad. Los espacios y tiempos en los que se produzcan euforias le están vedados. Su presencia en cualquier microbotellón o despedida de solteros puede terminar en una agresión. También tiene que sortear las microsociedades marginales de las periferias. Estas están gobernadas por las relaciones de fuerza y su situación es muy débil. Ha recopilado un catálogo de violencias verdaderamente asombroso. En una ocasión presencié la agresión que sufrió por parte de un grupo de niños de unos diez o doce años.

Pero no es un ser totalmente asocial. Vive en una microsociedad invisible en la que tienen lugar múltiples trueques, transacciones y  chanchullos. La persona que le ayuda le proporciona comida y está convencida de que, a veces, la intercambia por marihuana. La riqueza de matices de una microsociedad regida por la economía informal es insólita para las miradas convencionales. Está compuesta por relaciones, jerarquías,  intercambios, conflictos, informaciones, procesos de influencia, cooperaciones y violencias.

Melquíades se encuentra ahora en una situación crítica. Su problema radica en que sus perros son viejos. Su gran perro negro ya no puede seguirle en sus caminatas laborales. Él cree que es una cuestión que puede resolver con  medicación pero no es así. Se trata del inevitable envejecimiento. Como no puede dejar sus perros solos en la chabola, dado el antecedente de la perra, se encuentra en un gran dilema. Sus perros lo son todo para él pero no puede prescindir de su modo de sustento. Se encuentra atrapado y lo vive muy mal. El problema de una persona marginada en este grado es que siempre se encuentra en un precipicio. Puede salir adelante pero la factibilidad de un accidente de consecuencias fatales  es manifiesta, dado el equilibrio tan precario de su situación.

Este es el precio de la vulnerabilidad. Él mismo comienza a tener los primeros síntomas de mala salud, que se manifiestan en dolores y otras señales. Alude a dolores en la espalda, en la columna y en las piernas. Pero su tolerancia a la adversidad le permite soportarlo, aunque el no tratamiento tenga un desenlace fatal. Este paria urbano ha aprendido a experimentar la no dependencia de nadie. Vive sin someterse a ninguna reglamentación, caminando en espacios abiertos y acompañado de sus perros que le proporcionan un afecto intenso e incondicional. Una de las barreras de acceso a los servicios es que tiene que dejar sus perros en el exterior. En una situación así lo que se le pide es que acepte la estancia en alguna institución compensatoria, en la que se tiene que someterse a un reglamento y el afecto se encuentra excluido. El mito de la sociedad inclusiva se hace patente en las situaciones vividas por los parias urbanos.

Pero lo peor es que no es comprendido como persona integral. Que no encaja en una sociedad que sólo admite el éxito como único posible. Tanto en este caso como en otros que contaré aquí, el cuestionamiento de las categorías imperantes en los servicios sociales, adquieren proporciones colosales. Hablar de “los sin techo” es una simplificación de gran magnitud. Existen toda una gama de situaciones diferentes para una población en situación de exclusión social, que no se pueden homologar en ninguna etiqueta. Las soluciones habitacionales y la renta básica son partes de cualquier solución, pero tan importante como eso es asumir que en un tiempo de tantas mutaciones el fracaso es un derecho.

Escribiendo este post me he acordado de Luis Buñuel y su película “los olvidados”. El caso de Melquíades no es más que la enésima versión de esa subsociedad que hoy se encuentra más invisibilizada que nunca. Sólo emerge cuando en su seno se producen acontecimientos trágicos que los medios de comunicación presentan como morboso espectáculo que alimenta la factoría del miedo. Estoy convencido de que la medida del progreso de una sociedad es el bienestar mínimo del último de aquellos que la habitan. También de los parias urbanos.

miércoles, 26 de agosto de 2015

LOS CÍRCULOS CONCÉNTRICOS DE LA FEALDAD

 El territorio metropolitano parece, hoy más que nunca, espacio de la catástrofe permanente. Todo en él parece remitir a figuras de una demolición generalizada; todo él sometido al pulso de construcción –hundimiento y hundimiento-construcción van marcando en el día a día de nuestras ciudades: en el mejor de los casos, para aumentar el valor relativo-valor añadido de lo que entre manos se trae -<>, nos dice el anuncio – seguro, para poder negociar con el devenir prórrogas a su mera viabilidad como mercancía.
                                     Mar Traful. Por una política nocturna.

Uno de los efectos de esta dialéctica de demolición y construcción radica en la proliferación de lo feo, de las arquitecturas deplorables. La lógica de la conversión de lo hermoso en mercancía, determina una nueva relación espacial entre lo bello y lo feo. Se trata de que los edificios o los conjuntos urbanos inscritos en el patrimonio cultural, los paisajes naturales privilegiados, y también los nuevos edificios dotados de un valor estético, son cercados por la fealdad, precisamente como resultado de su explotación mercantil. Pero lo deplorable se suele implementar según una pauta, esta consiste en  construir en torno a cualquier elemento valioso varios círculos concéntricos, en los que la fealdad es acumulativa. Lo bello siempre es singular y lo feo es uniforme.

Esta afirmación es compatible con distintos grados y excepciones. El caso del Guggenheim en Bilbao es una de ellas. Esta idea de los círculos concéntricos de la fealdad se me hizo presente el año pasado en Puerto Mogán, en Gran Canaria. Este es un espacio de costa hermosísimo, rodeado de acantilados y con un pequeño puerto natural complementado con una playa,  que se encuentra rodeado por varias calles de casas tradicionales rehabilitadas llenas de flores. El conjunto se completa con edificios bajos junto al puerto que son hoteles, bares, restaurantes y pubs, todos armoniosos, en tanto que resultan de la rehabilitación de los edificios originales del pueblo de pescadores. Del puerto salen hacia el interior canales, por eso es denominada como la pequeña Venecia.

La armonía visual de este conjunto es bruscamente interrumpida por un cerco que comienza inmediatamente, en torno a la playa, en el que los establecimientos de hostelería y los comercios destinados a explotar el ocio de los visitantes del conjunto  hermoso sitiado. Este espacio es mucho más grande y su espíritu contradice al del núcleo originario, convertido en una marca inmaterial. Pero tras este espacio amorfo se configura un conjunto de urbanizaciones, hoteles, centros comerciales, discotecas y similares, que son portadores de una estética deplorable. En este caso, como el terreno es montañoso,  las urbanizaciones se muestran sobre las laderas rompiendo cualquier hechizo, configurando un campo visual en el que colisionan lo bello y lo feo en grado superlativo.

Así, el conjunto bello actúa como cebo para que los consumidores-visitantes puedan experimentar un momento de ficción que reavive las imágenes mediante las que han sido seducidos por las maquinarias iconográficas de la fabricación de ensueños. El viaje se vive en un espacio radicalmente homologado, que es el de los hoteles, los apartamentos, las tiendas, los bares, restaurantes y discotecas, los paseos sin alma que se construyen inmediatamente cercanos al mar, siempre determinados por los aparcamientos, que es el espacio principal para garantizar el acceso al tráfico de turistas. En estas estéticas deplorables y globalizadas casi siempre se hace presente un Mercadona.

Por eso suelo advertir  a mis amigos acerca del peligro de la oferta de “vistas”. Cuando estas son ofrecidas con énfasis suele ser la señal de que el hotel o apartamento se encuentra en un círculo de la fealdad garantizado. La ciudad que habito es uno de los paradigmas del concepto que estoy exponiendo. Sobre el conjunto de la Alhambra, el Albaicín, el Realejo y la ciudad histórica se configura un círculo de expansión en el que lo hermoso rebaja sus densidades en el tránsito inevitable hacia lo horroroso. Pero más allá, el siglo XX se presenta como barbarie estética. El Camino de Ronda es su emblema y extiende la fealdad hacia la periferia. La segunda ola de destrucción está conformada por las urbanizaciones de los pueblos de la periferia construidos desde los años ochenta en la expansión asociada al bienestar del postfranquismo.

Puedo poner múltiples ejemplos de la fealdad y el mal gusto que se asocia con la expansión del bienestar. El paseo marítimo de Palma de Mallorca o el paseo o el de Málaga desde la playa de la Malagueta hacia el exterior de la ciudad constituyen ejemplos de prodigios en los que la colisión entre lo visual y lo auditivo es monumental. Dichos paseos son contiguos a verdaderas autopistas de varios carriles inmediatamente próximas, que proporcionan un catálogo de sensaciones auditivas desagradables que se acumulan. Después de veinte minutos de camino,  el estado del paseante sólo puede ser de crispación. La mejor solución en estos casos es huir hacia la siempre próxima fealdad, en la que nunca estará lejos un Mercadona.

El problema del cerco a lo bello mediante su comercialización y configuración de un círculo de fealdad radica en que no es producto de la casualidad, sino que, por el contrario, expresa el espíritu del tiempo. La clase dirigente de las sociedades de PIB tan considerable y crecimiento constante hace patente la miseria de su alma colectiva y su concepto sórdido de la vida. Esta puede ser reducida a trabajar intensamente en un medio empobrecido estéticamente para poder financiar – a crédito por supuesto- efímeras estancias en medios bellos, caracterizadas por su brevedad, puesto que tras un tiempo rápido en La Alhambra o Puerto Mogán, se regresa velozmente al primer círculo, que conduce a la recuperación de las coherencias con el medio en que se habita. Después de dos horas en la Alhambra y el Albaicín, retorno al hotel del Camino de Ronda o los contiguos a la autovía, para restablecer el estado sensorial habitual, que te hace competente para convivir con lo feo y lo neutro.

Por esta razón, defino Mercadona como una catedral de la época de lo feo. Su espíritu se encuentra registrado en sus arquitecturas, sus materiales, sus colores, sus luces, sus uniformidades, la ausencia de detalles y la profusión de lo neutro. El precio razonable de sus productos y sus calidades legitima el castigo a los sentidos de sus esforzados visitantes. El mensaje es que el producto y el precio es lo único importante para la satisfacción de la función. Por eso sus productos básicos son aceptables pero todos los que lo exceden simulando la excelencia son deplorables. De ahí que los criterios de localización de tal empresa sean determinantes para comprender las lógicas territoriales de las sociedades del presente y el conjunto de sus sentidos.

Lo estético se encuentra desterrado de la cotidianeidad y lo bello facturado como una posibilidad de una efímera aventura para satisfacer los ensueños prefabricados. Tras la aventura sensorial el retorno a los hoteles neutros, los centros comerciales en los que nunca se pone el sol, las oficinas transparentes y las aulas-contenedor. En este contexto comparece ese momento de felicidad que representa la visita a Mercadona, en la que se experimenta la sensación de gozo por adquirir unas ensaladas aceptables, unos pescados manifiestamente baratos, así como otros productos básicos con los que llenar los frigoríficos para nutrirse en las horas de las obligaciones mediáticas.

En las pantallas, tras sucesivos espacios de distintos géneros, comparece lo bello en forma de seducción. Se trata de la emergencia de las factorías de lo hermoso, ahora enlatado y empaquetado como producto en el margen de la vida cotidiana, desarrollada en edificios de estéticas comunes a Mercadona. Así los súbditos del postfordismo son estimulados a salir de lo feo para viajar y disfrutar efímeramente de lo bello. Después retornar a la vida ordinaria en la que el regreso a Mercadona es inevitable. Así se ha constituido un sólido sector productivo sobre el que se asienta el crecimiento, que es el pilar esencial de estas extrañas sociedades en las que coexisten los bienestares materiales y las miserias estéticas, y donde lo bello es aislado y precintado.

Escribiendo este post me he acordado del Algarrobico en Almería. Esta construcción representa el tránsito hacia un grado mayor en la escala del dislate. Se trata de sepultar un sitio bello mediante la construcción de un edificio-mole horrendo. Así se escenifica el relato de la época. Lo importante es producir un patrimonio económico que carece de contrapartidas. Esta es la base para fugarse efímeramente a alguno de los menguantes lugares que conservan su belleza. Pero su explotación los convierte en recintos amurallados frente al agresivo exterior intensamente afeado.


lunes, 17 de agosto de 2015

PODEMOS ENTRE MIL MESETAS

El título del libro de Deleuze y Guattari puede servir para ilustrar la trayectoria de Podemos, en la que contrasta el breve intervalo temporal de su existencia con la aceleración producida por su constitución en el campo político en el que se inscribe. Su nacimiento se encuentra determinado por una secuencia de acontecimientos críticos derivados del 15 M. La crisis política y social del sistema político nacido en la transición propicia el agotamiento de los partidos y las instituciones del estado, que dejan de representar numerosos intereses sociales, generando un vacío institucional que crea las condiciones para su emergencia.

Este es el espacio sobre el que se produce la irrupción de Podemos, cuyos fundadores comparecen en las pantallas de las televisiones manifestando posiciones críticas y una forma de estar inédita, en relación con la practicada por la leal oposición. Así se produce una conexión inmediata entre los fundadores y amplios públicos que acogen de modo favorable a los recién llegados, configurándose un horizonte de esperanza. Esta conexión adquiere en unos meses una intensidad insólita, de modo que en las elecciones europeas es respaldada por un millón y medio de votantes.

Entonces la influencia de Podemos se extiende viralmente, de modo que alcanza el primer puesto en el ranking de los sondeos. El impacto de este acontecimiento es de gran trascendencia en el campo político. Todos los actores modifican sus discursos y sus posiciones, adoptando algunos de los elementos aportados por Podemos, que han reconfigurado los imaginarios políticos. Este logro genera un clima de opinión pública favorable a los  nuevos abogados de los no representados. Así  constituye un capital político muy importante en términos de influencia, afectos y respaldo electoral.

Este vertiginoso ascenso, fundado en la conexión mediática, desborda todas las previsiones y se manifiesta en el resultado en las elecciones europeas. En los meses siguientes los poderes políticos y sus extensiones mediáticas desarrollan una campaña de gran envergadura contra Podemos, percibido como un potencial enemigo portador de amenazas para los intereses fuertes. Esta campaña alcanza cotas inusitadas, en las que se llega a verdaderas persecuciones políticas, ilustradas en los casos de Monedero y Errejón. Un ejército de detectives mediáticos escruta minuciosamente el pasado de los recién llegados, en busca de indicios acusatorios que sirvan como pruebas en la representación mediática de su juicio y condena.

El clima de apoyo obtenido por Podemos en términos de sondeos y otras formas mediáticas, se acompaña de la presencia de múltiples grupos locales, una parte de los cuales proceden de la onda del 15 M, que no tienen sitio en los partidos del régimen. Esta es la base que conforma la organización del nuevo partido, que concita una avalancha de apoyos en términos de adhesiones y de presencia en sus actos. Pero su ambigüedad ideológica, permite la adscripción al mismo desde distintas lecturas y posiciones ideológicas. Así, concita también la incorporación de distintos componentes provenientes de la izquierda convencional que aterrizan en los círculos.

Al tiempo que se evidencia que el impacto de Podemos es manifiesto, todas las viejas organizaciones cambian sus discursos, sus retóricas, sus presentaciones y sus iconografías para adecuarse a la nueva situación, reapropiándose de las jergas y significaciones aportadas por los recién llegados. Además, desde los poderes se constituye un partido nuevo con la pretensión de ser su homólogo, privilegiando  Ciudadanos como nueva organización política que recoja los malestares de los sectores moderados y permita la realización de jugadas complejas de billar en el nuevo escenario.  Así, lo nuevo o lo emergente ya no es propiedad de Podemos, ahora siempre acompañado de su inseparable hermano.

Pero este ascenso fulgurante lo ha situado en una situación de  bloqueo que invierte el signo del proceso acaecido en su primer año, que manifiesta tanto sus contradicciones como la complejidad del campo en que se inscribe.  Tras la primera fase de expansión tiene lugar un decrecimiento pronunciado en los sondeos, al tiempo que el sentimiento generalizado de indignación con la corrupción y con las políticas de recortes cede considerablemente. Los partidos principales dejan pasar el tiempo en la conocida pauta de “partido a partido”. Así, Blesa, Rato, la infanta Cristina, Chaves, Griñán y otros poderosos consiguen aplazar las actuaciones judiciales. De este modo, el estado de expectación decrece por acostumbramiento, en tanto que todos los días aparecen nuevos casos. En Andalucía el ritmo de los escándalos permanece constante. Inmediatamente después de las elecciones,  la formación o la misma Alhambra generan detenciones e imputaciones. Pero ya no se percibe del mismo modo que en el pasado.  La capacidad de revulsivo mostrada por Podemos meses atrás se disipa con su absorción  en las tertulias y la presencia en las instituciones, al tiempo que se debilita el estado de expectación crítico.

La situación de estancamiento se puede ilustrar con la metáfora de la meseta o, más bien, mesetas. La primera alude a la naturaleza del capital político-electoral de Podemos, que se funda primordialmente en un vínculo mediático. Su capacidad para generar un estado de opinión crítico ha sido manifiesta, pero desde las televisiones y las redes es imposible sostenerlo más allá de un tiempo que se cuenta en semanas. Si este clima no se correlaciona con tensiones vividas en el espacio físico, este tiende a disiparse. Cuando el gobierno de Rajoy tomó las primeras medidas de recortes severos, siguiendo la senda iniciada por el gobierno de Zapatero, se acrecentaron las movilizaciones generales convocadas por los sindicatos, que adquirieron la forma de una rebelión ciudadana incipiente  por su gran participación. Pero estas movilizaciones fueron abandonadas, evitando su convergencia y escalada, devolviendo los conflictos al ámbito sectorial. Así nacieron las mareas.

Pero un elemento esencial radica en la mediatización del conflicto social, que resultó del consenso de todos los partidos, medios y poderes fácticos. Las televisiones lo ponen en escena, vehiculizando y acentuando los sentimientos encontrados que suscita. Pero el mundo en las pantallas no es el mismo que el de la realidad. Tras varios meses intensos de espectáculos de debate, la mayor parte de los personajes que representaron la crítica ha desaparecido de las pantallas. En la lista de bajas se encuentra Lucía Carán, Revilla, el juez Elpidio Silva, Monedero y otros. Los líderes del nuevo partido han sido integrados en esta representación de la realidad, que no es la realidad, y que proyecta los sentimientos negativos a un espacio neutro.

Junto a la evanescencia de su presencia mediática, una de las mesetas más constrictivas es la dificultad de constituirse organizativamente. El ascenso a los cielos en el flujo mediático se contrapone con el suelo en el que vive el incipiente partido. En este habitan los restos del naufragio de las viejas izquierdas históricas. La paradoja es que estos efectivos, diseminados en los ámbitos locales, también han sido afectados por la energía aportada por Podemos, de modo que los ha resucitado, abandonado su estado de languidez, sólo estimulados por las celebraciones rituales temporales o los grandes acontecimientos. Estos sectores desentierran sus viejas gramáticas políticas para hacerse presentes en el esperado cambio. Y lo hacen en el ámbito local, donde los círculos nacientes coexisten con distintas organizaciones fragmentadas que han sobrevivido como verdaderas sectas blindadas. En las convergencias locales se hacen presentes los náufragos. En un medio así es difícil que pueda desarrollarse una organización viva. El espíritu de secta de los revividos, añadido a la heterogeneidad, produce divisiones difíciles de gestionar. El medio local es el obstáculo mayor a la constitución del suelo de Podemos, en tanto que parece imposible articular la acción de los sectores procedentes de la onda 15 M con las viejas organizaciones locales.

Pero la meseta más impertinente se deriva de la mistificación del cambio que se propone, que se referencia en distintos conceptos cuestionables. La creencia de que la obtención del gobierno desencadena un cambio feliz, la idea mecanicista de la mayoría social o empobrecida, así como otros conceptos cuestionables. De este modo se configura una simplificación que blanquea el cambio y lo libera de cualquier problematización. El cambio sólo puede resultar de un proceso complejo en el que los intereses no representados se sobrepongan a la resistencia de los intereses dominantes. No, el relato del cambio es otro más complicado que las piadosas versiones expuestas en las televisiones. La ingenuidad termina pasando una factura desmesurada.

El factor más importante que configura una meseta sin fin radica en el modo en que Podemos accede a las instituciones. Lo hace bien en plataformas de convergencia en ayuntamientos o en minoría en los parlamentos autonómicos. La dificultad de modificar la lógica y la dinámica de estas instituciones lo ubica en una situación difícil, en la que tiene que pactar con el pesoe. De este modo se integra en un sistema en descomposición, dificultando su esfuerzo por constituir una sociedad civil viva y crítica, que tenga la capacidad de conocer y realizar iniciativas. Hacer oposición es eso, alimentar una sociedad viva y abierta donde tenga lugar la promoción de propuestas y acciones. La pregunta es la siguiente ¿pueden ser las redes sociales la sede de esta sociedad?

Mis dudas son muy densas. En mi pueblo, Granada, los tres concejales de Ahora Granada se encuentran neutralizados en la institución municipal, donde su espacio es tan reducido, que tiende a ser cero. Lo peor es que han obtenido un asiento en la diputación, que es una institución radicalmente tóxica. En estas condiciones ¿pueden realizar alguna iniciativa con respecto a las actuaciones del obispo,  al saqueo de la Alhambra o la idea de que el ave va a resultar un elemento salvador de la obsoleta economía local? La respuesta es no. La presencia de Podemos no se manifiesta en una oposición que se funde en una sociedad local crítica.

Esta noche he soñado que Eduardo Inda y Marhuenda tenían un disgusto mayúsculo porque alguno de sus hijos se había presentado en una celebración familiar con una camiseta con la imagen de Pablo Iglesias. Cuando me he despertado he pensado que el cambio será algo más que eso. Tengo claro que cualquier cambio sólo puede derivarse de actores nuevos, que generen una nueva inteligencia capaz de hacer converger la heterogeneidad social y cultural de las sociedades postfordistas, sobreponiéndose a los intereses sobrerrepresentados hoy. Veremos.


lunes, 10 de agosto de 2015

LA DECADENCIA DE LAS UNIVERSIDADES DE VERANO

Nacieron en los años ochenta al amparo de la experiencia de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. En su fundación manifestaron su aspiración a ser complementarias, pero diferentes, a las universidades convencionales. Se reclamaban las metodologías docentes que propiciasen los diálogos, la relación personal entre profesores y alumnos, la pluralidad de enfoques, los contenidos orientados  a los problemas vivos, la relación entre diferentes disciplinas y la desformalización de las actividades académicas. En los años iniciales se crearon expectativas compartidas que se inscribían en un horizonte abierto de recuperación de la universidad como instancia de distribución del conocimiento y espacio de encuentro. El verano era el tiempo en que era factible esta convocatoria.

El contexto político polarizado en torno a la idea del cambio favoreció su impulso. Pero el factor más importante radicaba en un resarcimiento de la universidad tras los años oscuros del franquismo, en el que las libertades de pensamiento habían sido secuestradas y las élites académicas intervenidas por el poder político autoritario. En el ambiente se palpaba ese deseo de libertad y de comparecencia de las múltiples voces marginadas en los años de dictadura. Se trataba de una aspiración ampliamente compartida que incrementaba la disposición a recepcionar las corrientes de pensamiento y ciencias humanas y sociales relegadas. También a recuperar la voz y la palabra.

Los primeros años registraron una actividad creciente de cursos y seminarios programados por las nuevas universidades. Estas lograron reunir a un número importante de alumnos-viajeros, constituyendo un antecedente del presente, en el que un universitario es una entidad circulante por programas múltiples que anticipan la licuación y fluidez de la vida profesional. También concitaron la presencia de públicos ajenos a la institución interesados por el acceso a los cursos. Las sedes de las actividades fueron seleccionadas de modo que ofreciesen  entornos agradables favorecedores de las actividades de ocio complementarias.

Pero el proyecto inicial se instaura inevitablemente determinado por los códigos de la institución. Los programas privilegian la presencia de las élites académicas y culturales. El formato de las actividades es el mismo que en la universidad, pero dotado de una concentración más intensa. De este modo, un curso resulta de cuatro conferencias diarias, en doble sesión de mañana y tarde, de lunes a jueves. El viernes es la traca final de la clausura y el reparto de credenciales entre los alumnos. La sobrecarga es patente, acrecentada porque un buen programa suele ofrecer varios ponentes fuertes para ser atractivo.

De este sistema resulta un excedente de escucha manifiesto. El alumno es considerado de facto como un recipiente en el que se vierten muchas horas de disertaciones. La gran aspiración a tomar la voz por parte de muchos de los asistentes, contrasta con la metodología convencional de limitar las intervenciones de los alumnos  a preguntas, que tienen lugar al final de cada exposición. El resultado suele ser cuasi catastrófico,  debido a la dispersión, al agotamiento por los largos turnos y la emergencia de múltiples aspirantes a ponente que aprovechaban las oportunidades. Me refiero a las personas que intervenían en todas las sesiones, exhibiendo su competencia en el tema mediante largas disertaciones, que remitían a conceptos acerca de la desmesura de los egos.

Además, el número de alumnos era muy numeroso, en la idea de que lo verdaderamente importante era llenar la sala. Los elementos apuntados hasta aquí convergen generando un impacto acumulado en el estado de  los efectivos del curso. A partir del miércoles la audiencia bajaba considerablemente. Las primeras horas de la mañana mostraban la saturación en la recepción pasiva junto a los estragos de las noches, en las que muchos de los participantes se transformaban en sujetos activos en las actividades complementarias, dotadas de una versatilidad mucho mayor que las sesiones académicas. Las presencias iban decreciendo para concluir en la ceremonia de la resurrección que tenía lugar el último día, en el que se entregaban los títulos y tenían lugar las despedidas.

Los cursos de verano fueron instituidos en el supuesto de la ausencia de diálogo entre los ponentes y los inscritos. Pero, otro rasgo esencial de la universidad española hizo acto de presencia: la carencia de cualquier relación entre los ponentes. En España apenas existen controversias públicas entre científicos o profesores. Está mal considerado discutir o deliberar manifestando las diferencias, conformándose un pacto mutuo de silencio, en el que cada uno ignora al otro. Así, cada conferencia era radicalmente autónoma. Como entre las intervenciones, en ocasiones, existían diferencias notables, la sobrecarga sobre el inscrito era tóxica, en tanto no había espacio alguno para analizarlo.

En una ocasión asistí a un curso  en la Menéndez Pelayo de Santander en la que intervenían varios conferenciantes relevantes, uno de ellos era Maffesoli. En este curso hubo un relator. Era un semiólogo argentino, Norberto Chaves. Ejerció su papel de forma admirable, pues presentaba síntesis de las distintas intervenciones, mostrando las relaciones entre las mismas, siempre de un modo abierto que facilitase la reflexión. Aprendí muchísimo en este curso, pero del relator, que alivió la carga sádica derivada de este sistema que se configuró de una forma justamente contraria a su proyecto inicial.

Tras los primeros años, en los que la que la institución universitaria reconfigura el proyecto inicial, transformándolo en un anexo institucional de sí misma, en el que predominan las funciones de feria de conferenciantes ilustres, altavoz de las producciones de los ponentes, señalización de los estatus académicos, intercambio entre las élites disciplinares y sistema de relaciones con las empresas, los media y las instituciones del estado. El agotamiento del modelo fue inevitable, en tanto que la composición de los inscritos en la primera época, en la que se encontraban las gentes ajenas a la universidad atraídas por su expectativa de aprender y encontrar un ámbito en el que pudieran expresarse. La frustración de este contingente concluye con su abandono. Así la composición de los grupos fue homologándose con la universidad de invierno.

El entorno inicial que favoreció las universidades de verano se disipó en los años siguientes, reconvirtiéndose en otro completamente diferente, en el que resaltaba  la preponderancia del poder económico, la subordinación al mismo del poder político, la recuperación de elementos autoritarios del pasado, especialmente las liturgias académicas que hacían imposible la comunicación, el debilitamiento del periodismo y la universidad de los años de la transición, de modo que este tiempo inicial queda convertido en una primavera, que siempre tiene un final. Esta mutación se hizo patente en los años noventa mediante la reconfiguración de los cursos de verano, que seleccionaban a los conferenciantes con poder empresarial desplazando a las ciencias humanas y sociales. La financiación de los cursos por las empresas y los bancos determina un giro radical en la agenda. La mayoría de los programas se fundan en una selección en la que los intereses económicos desempeñan un papel relevante.

Este giro de las universidades de verano es paralelo a la deriva de la universidad, que manifiesta un bloqueo incuestionable. Sobre estas bases se produce el asalto a la institución por parte de los poderes globales, iniciando una secuencia de reformas en el camino del logro de un nuevo capitalismo académico, que es inequívocamente salvaje en el caso español. Uno de los elementos centrales de estas reformas consiste en la explotación de los alumnos como material sobre el que se fundan  los proyectos. La instauración del crédito y la libre configuración constituye el núcleo sobre el que pivota esta transición. Con los años se construye una masa de consumidores de créditos para configurar su currículum personal.

De este modo se produce una explosión de las actividades académicas que se cuentan en créditos en todos los tiempos y estaciones. Así se debilita el sentido del interés por las actividades docentes, ahora devenidas en oferta intercambiable. El efecto perverso de esta transformación estriba en que cada feudo académico programa sus créditos para sus públicos. De este modo el localismo y la disciplina se refuerzan considerablemente. El espacio del verano queda cercenado por la poderosa maquinaria de producción de créditos, que se extiende a las prácticas reforzando los privilegios de las empresas.

Es un poco duro lo que voy a decir, pero lo voy a hacer. Esta reforma produce una masa de buscadores de créditos y prácticas, focalizada en su propio proyecto y progresivamente ajena a los contenidos vivos. Así se mutila el espacio de las universidades de verano y se sepulta el espíritu que las generó. También para las nuevas autoridades disciplinares, centradas en la gestión de la producción de titulaciones y productos de investigación, ejecutadas por los nuevos profesores, integrantes del emergente cognitariado. No, no hay espacio para reflexionar en común, ni para conversar, ni para discutir. Todo eso perjudica la lógica de la factoría industrial de méritos. Las universidades de verano van decreciendo su actividad, focalizándose a los públicos locales.

Me acuerdo del esplendor inaudito de las intervenciones de Borges; de las sesiones en las que los ministros de economía intercambiaban señales con los banqueros presentes; de la energía de las clases de algunos heterodoxos, Agustín García Calvo o Ivan Illich en particular. También de otros muchos. Este es un tiempo pasado. Me pregunto por las gentes que acudían a las universidades de verano en los primeros tiempos, que aspiraban a escuchar y también a decir. Representan un fenómeno de disipación, barridos por las reformas del tiempo presente, tan bien sintetizadas por el cartel de mi facultad que he comentado en este blog: Dos créditos, dos euros. Insuperable.

Todavía quedan rescoldos del pasado y algunos cursos representan tribunas donde se exponen los resultados de las últimas investigaciones para un público restringido interesado por el tema. Pero el verano es otro tiempo en el capitalismo global, en el que los contingentes que conforman la base de la producción inmaterial siguen sus rutas y se instalan en nuevas estaciones siempre provisionales, que anticipan el siguiente destino.

martes, 4 de agosto de 2015

EL CAFÉ COMERCIAL

Me llega la noticia del cierre del Café Comercial, lo que supone una conmoción de mi memoria y de mi subjetividad. Soy madrileño y he vivido en otras ciudades pero regreso cuando me es posible. La ciudad que viví va desapareciendo y siendo reemplazada por otra diferente, homologada con todas las demás en un tiempo de singularidad menguante. Cuando camino por Madrid y encuentro algo que permanece inalterable siento una gran emoción y se libera mi memoria. Este es el papel que desempeñaba el Café Comercial, al que siempre acudía para, inevitablemente, rememorar mi pasado, compensando el extrañamiento que experimento cuando recorro los lugares de mis años jóvenes tan alterados por lo que se entiende como desarrollo urbano.

El Comercial era un elemento coherente con el tejido urbano en el que se encontraba en estos años. En su entorno habitaba una nutrida población residente; muchos despachos profesionales y sedes de empresas estaban localizados allí; la inmediata calle Fuencarral era la sede de los cines-catedral; el comercio proliferaba en toda la zona y la calle Fuencarral era una pasarela que desembocaba en la Gran Vía. Al tiempo, la joven televisión ocupaba un espacio muy reducido en la vida cotidiana, de modo que la mayor parte de la vida social se desarrollaba en la calle, en la que los distintos tiempos diferenciaban sus usos. En la mañana predominaban las obligaciones, siendo la tarde un tiempo de esplendor de lo convivencial.

En este contexto proliferan los bares, los cafés y las cafeterías, concebidas para residentes, empleados y transeúntes en el contexto de su vida diaria. El café ya era un elemento del pasado. Estaba destinado a la concurrencia de una población culta y lectora que encontraba un espacio en donde conversar era un culto. De este modo proliferaban los encuentros, preferentemente por las tardes, en donde se producía una exhibición e intercambio de conocimientos y experiencias,  conformando así un sistema de amistades y enemistades. Cada café terminaba siendo un verdadero microsistema social. La ubicación del Comercial en la glorieta de Bilbao lo hacía accesible a las zonas donde residían numerosas gentes de la cultura y sectores ilustrados.

Los bares eran otra cosa, constituyendo  los lugares de encuentro y convivencia por excelencia, donde las gentes más sencillas comparecían para expansionarse y saciar su sed de relacionarse sin una finalidad y vivir. Sus cartas expuestas con tiza sobre pizarras eran un compendio de virtudes para el gusto. Hoy horrorizarían a los múltiples profesionales que han hecho de la nutrición un campo vinculado a la salud y al cuerpo. Allí reinaba el bocadillo de calamares, las patatas bravas o con alioli, así como otras delicias semejantes, todas dotadas de alto contenido graso, siendo además inimaginables sin ser acompañantes de las “jañitas” de cerveza. Sus tiempos eran la última hora de la mañana y el final de la tarde, en el que eran cancelados por la programación televisiva que anunciaba el gran repliegue al hogar. Los bares eran los articuladores de la vida en la ciudad.

Todavía existe alguno en Eloy Gonzalo, que conserva su estética y su alma. Pero su final es inevitable. Las tardes y noches de la sociedad postmediática vigente  han transformado los viejos bares de oferta múltiple para todos los públicos. En los últimos treinta años, los bares han sido reinventados como bares de copas en tiempos nocturnos y para públicos especiales, en los que la música desempeña un papel fundamental. Los bares “universales” resisten en los barrios mostrando su decadencia. La presencia de las pantallas es la señal de la misma. La vitalidad de las voces, las conversaciones y las risas ha menguado considerablemente. Ahora se ríe al caer la noche en los bares de copas y en fin de semana.

Las cafeterías eran otra cosa. Su estética era horrorosa, de modo que daban lugar a las primeras dudas sobre el progreso. En un contexto así, las cafeterías estaban especializadas en desayunos y meriendas. Las medias tardes eran el tiempo de la merienda, un acto social que concitaba el encuentro de familias y amistades, sobre todo las mujeres en estado de reclusión doméstica. Pero la estética de cementerio de las cafeterías, con sus horrendos colores y decoraciones, anunciaba ser un lugar de encuentro más breve y con otro contenido. Los desayunos breves de la población activa, los encuentros rápidos dirigidos a otros fines hacen de las cafeterías una instancia distinta a los nuevos y viejos bares, en ambos casos entrañables.

Conocí el Comercial en mi primer año de universidad. En este tiempo quedaban varios cafés en Madrid que eran habitados por los entonces míticos intelectuales. Las gentes del arte, de la cultura, de la música, de las primeras industrias culturales, así como la heterogénea tribu del periodismo, se hacían presentes en estos cafés. Recuerdo que me invitaron a una tertulia que Agustín García Calvo tenía con estudiantes en un café en Argüelles. La vida en los cafés se encontraba también favorecida por el reinado del libro y el periódico. Las gentes que poblaban los cafés ignoraban y despreciaban a la recién llegada televisión. Por el contrario, los periódicos tenían una importancia insólita hoy. Se publicaban los matutinos y los vespertinos. Recuerdo la espera a mediodía de Informaciones y Madrid, que publicaban noticias y opiniones diferentes a los principales matutinos, ABC y Ya, principalmente. La lectura de los periódicos era el preámbulo del encuentro y la conversación en el café.

En mis primeras visitas al café, siendo estudiante, me fascinaba ver el ambiente, escuchar conversaciones dada la escasa distancia entre las mesas, observar a los distintos sectores, tan diferentes a los entonces profesionales o profesores universitarios. Se podían ver gentes relevantes del mundo de las letras y las incipientes industrias culturales asociadas a la expansión de la televisión. El comercial era un espectáculo muy rico a mi mirada. También lo frecuentaban las primeras mujeres libres e independientes  en los prolegómenos del feminismo, tan fascinantes y diferentes de las que se ubicaban en las cafeterías.  En los tiempos de mañana, los lectores desparramados por las mesas. La tarde esplendorosa, en la que desde la sobremesa se iban acumulando gentes poco comunes que desarrollaban conversaciones pausadas. Las diez era la barrera horaria a partir de la cual comenzaba la dispersión. Me encantaba contemplar la relación tan cordial y pausada de los camareros en el espectáculo visual del café, en el que los rituales de saludos y despedidas se entrelazaban con las conversaciones y los juegos de egos.

Un recuerdo sentimental de este entrañable café es que mi primera cita con Carmen fue en la Glorieta de Bilbao. Nos habíamos conocido casualmente y me dio su teléfono. La llamé y quedamos allí. Ella vivía muy cerca, en la calle Trafalgar. Era uno de nuestros lugares de paso como habitantes de esta zona. También nuestra primera noche fue en una buhardilla que un amigo me dejó en la calle Campoamor, junto a la sede actual del pepé. Quedamos en el comercial para acudir a esta cita amorosa tan trascendente para nosotros.

Años después, cuando vivía en Santander, venía en junio y septiembre a examinarme. El comercial era un lugar de paso para descansar y resarcirme de los públicos “pretenciosos y provincianos que poblaban las cafeterías de Santander. Era como una cura. También citaba allí a mis amigos. Recuerdo que durante un año residía en la calle Ruiz en casa de un amigo. Todas las noches salíamos de cervezas y comenzaba en el café. La explosión de Malasaña lo había confinado en la noche como base de rutas diferentes. Recuerdo nuestras citas allí con Fernando Claudín, una persona que tanto admirábamos y que se prestaba a comentar con nosotros las cosas que escribíamos.

Ya en los años noventa, en las inevitables visitas al café, todo seguía igual, pero el entorno se había modificado radicalmente. También la vida. La sociedad postmediática había terminado con la tarde como tiempo social, instaurando el domicilio como una fortaleza autónoma donde un individuo aislado físicamente puede alcanzar un nivel de autonomía muy considerable. La sociedad de consumo había multiplicado los imperativos a cumplir mediante actividades múltiples que consumen tiempo y fragmentan la vida. La ciudad postfordista había expulsado a los residentes y muchas de las actividades a nuevas localizaciones en las periferias. El nuevo imperativo de la carrera profesional había iniciado un proceso en el que la acumulación de méritos  carece de límites. La vida cotidiana se había modificado totalmente, constituyendo una segmentación creciente y unas barreras muy acentuadas entre generaciones.  Así aparece el finde como tiempo de expresión y expansión.

 La conversación en este contexto se ha reconfigurado. Ahora tiene lugar en Facebook, Twitter y WhatsApp, principalmente, que no necesitan del soporte físico de un café. La señal premonitoria del final fue la aparición de algunos jóvenes concentrados en su portátil en medio de los lectores y conversadores. Entonces confirmé  mi idea acerca de la incompatibilidad entre el wifi y el viejo café. Pero todavía era el único lugar donde se podían contemplar conversaciones vivas entre gentes de distintas generaciones. Era un tiempo final para el café amenazado por las pantallas que alteraban su identidad.

El 8 de febrero de 2012 fue una noche triste en el café. Carmen estaba muy mal, moriría cuatro meses después. Me había invitado una asociación de estudiantres de medicina, Farmacriticxs, a una jornada sobre medicalización. Tenía mucho interés por mi vínculo con la asociación, por la persona con la que compartía la mesa, Luis Montiel, un catedrático de Historia de la Medicina, y por regresar a la facultad de medicina, que visité como activista estudiantil en mis años militantes. Dado el estado de Carmen fui por la mañana y regresé la misma noche en un autobús. Tras la sesión fuimos caminando hasta Moncloa donde tomé una cerveza con los estudiantes. Después me fui al comercial, a las diez y media, con la intención de hacer tiempo hasta la salida del autobús.

El café estaba totalmente vacío. Sólo estaba yo en la sala. A las once el personal de limpieza se puso a fregar y a recoger las sillas. Fue una sensación de angustia para mí establecer un vínculo entre el inminente fin de Carmen y del café. Cuando hablé por teléfono con ella, me preguntaba sobre la gente que había, pensando en el pasado. Fue una intuición fatal de su final. Abandoné el local para caminar. Mi intuición se reforzó al pasar por algún VIP en Quevedo que estaba lleno de gente. Pero era otra gente que la del café. La sentencia del mismo estaba firmada, sólo era una cuestión de tiempo.

Seguí frecuentando el café, aprovechando todas las ocasiones en las que tenía que encontrarme para cuestiones profesionales o amistosas. Todo seguía igual. La estética, los camareros y las gentes. Pero se evidenciaba la preponderancia de usos rápidos por personas conectadas a su red por medio de los móviles. En esta decadencia la barra se había agigantado para ser la sede de los clientes con prisa, como en el caso de los bares. No olvido el inmutable baño, en el que me he pinchado la insulina tantas veces, a pesar de su luz tan tenue. Su mérito fue aceptar su senectud sin maquillarse para adaptarse a públicos extraños, tal y como han hecho el café Gijón y otros.

Mi última visita fue reciente. Era una mañana. En el café estábamos presentes varias personas afectadas por la enfermedad de leer libros, periódicos o revistas. En la mesa contigua había una chica de algún lugar del norte de Europa. Estaba desayunando, conversando en una iPad, al tiempo que preparaba su jornada de visita a Madrid, mediante el establecimiento de objetivos y rutas. Todo en su poderosa y vibrante pantalla, que manejaba con solvencia y energía. Estaba completamente ajena a lo que ocurría en el café. Sumida en la multitarea se encontraba deslocalizada de esa sala, aún a pesar de que su cuerpo se encontraba allí. Esta anécdota  ilustra bien el final del café. Esa actividad era extraña al mismo, o, más bien, era este el extraño a las gentes que pueblan el siglo XXI, así como a los contextos en los que se desarrollan sus vidas móviles.
Gracias y adiós.