En los períodos temporales en los que eclosionan las crisis y se abren horizontes de cambio se multiplican las energías sociales. Es en estos intervalos en los que algunas personas especiales hacen acto de presencia mostrando su singularidad. Después, cuando el cambio se consolida y se congela, se disipan las efervescencias y lo social vuelve a ser lo que era. Los protagonismos de las personas especiales que este tiempo de excepción ha visibilizado regresan a su estatuto de invisibilidad, siendo reemplazados por otra clase de personas. Esta es la historia de un médico diabético que en el comienzo de la reforma de atención primaria llegó a ser director provincial y profesor de la escuela nacional de sanidad, pero que su condición verdadera era la de una persona que simultanea la doble identidad de médico y enfermo crónico.
Lo conocí cuando trabajaba en el INSALUD en Santander en 1984. La reforma de atención primaria se había puesto en marcha para abolir los extraños ambulatorios, transformándolos en los entonces míticos centros de salud. El entonces director provincial, Fernando Lamata, lo había nombrado director de atención primaria. La incipiente reforma necesitaba de un impulso y más recursos. Cuando ocupó su nuevo cargo decidió crear un equipo técnico de apoyo. Varios de los técnicos que colaborábamos en otras áreas fuimos movilizados para concurrir en este equipo. Así nos encontramos, aunque lo conocía desde hacía algún tiempo como paseante por el Sardinero en las mañanas de algunos domingos. Tenía un aspecto especial.
Era diabético desde niño. Una persona tan inteligente como él se volcó en la carrera de medicina, seguramente estimulado por su propia enfermedad. Su rendimiento académico fue muy alto, pero nunca renunció a su condición de enfermo, ni aceptó la supuesta inferioridad determinada por la enfermedad. Su percepción sobre la medicina y su enseñanza era inevitablemente crítica. En ocasiones contaba la distorsión en el juicio de algunos profesores que contaban historias relacionadas con enfermedades muy poco frecuentes. Su rechazo de ese necio escaparate de hazañas diagnósticas era muy manifiesto, en tanto que portador de una enfermedad de la que me gusta decir que tiene escaso interés clínico para la medicina, aunque sí un interés económico para los laboratorios y otras empresas.
La enfermedad lo había moldeado. Tenía una voluntad de hierro para compensar sus efectos. Pero también le había encerrado e individualizado. Su mundo interno, siempre movilizado por la diabetes, le dificultaba comunicar con los profesionales. Ser médico y enfermo desde el principio es una situación difícil. Nunca comentaba episodios de su enfermedad, pero la influencia sobre su carácter era manifiesta. Recuerdo que todos los domingos muy de mañana daba un largo paseo hasta el Sardinero. Allí desayunaba un cruasán con mantequilla y mermelada. Era su resarcimiento de enfermo, que compensaría con medidas para reequilibrarse. Jamás hablaba de su caso.
Años después tuvo una crisis metabólica muy importante y fue ingresado en el hospital en mal estado. Terminó solicitando el alta voluntaria. Recuerdo que hizo algún comentario al respecto acerca de los métodos de los endocrinos, que lo transformaban en un cuerpo inerte que era derivado a múltiples servicios clínicos. Pero nunca me habló de sus gramáticas cotidianas que le permitieran desarrollar una actividad tan intensa y con unos horarios tan difíciles. No contaba a nadie la enfermedad aunque era consciente de que todos lo sabíamos. Por eso lo entiendo como una persona dotada de orgullo diabético, que forzaba todos los días los límites impuestos por la patología.
Su aversión a la medicina de escaparate le llevó a rechazar el MIR, a pesar de sus buenos resultados académicos y el desempeño de cierto liderazgo entre los estudiantes de la facultad. Al terminar sacó su plaza de médico general en Astillero, un pueblo industrial en la periferia de Santander. Allí desarrolló una actividad muy intensa y reconocida por sus compañeros y pacientes. También para la administración provincial, pues no aceptaba muy bien que la burocracia interfiriese su desempeño profesional. Era muy independiente y tenaz. Su condición de enfermo crónico estaba presente en su ejercicio profesional. En este dominaba la idea de su modelo personal, cuyo principio fundamental era que nadie puede sustituir al paciente. Entendía la medicina como una relación casi mística con el paciente, al tiempo que natural, y detestaba la medicina especializada y fragmentada, así como su institución de referencia: el hospital.
Entendía la reforma de la atención primaria como una misión trascendente que le había tocado vivir. Pero se distanciaba de los textos sagrados de la época así como de las autoridades científicas y profesionales de ocasión. Pensaba que la reforma era un proceso en el que los profesionales y los pacientes tenían que crear los contenidos. Lo importante era emprender y aprender desde los centros de salud. En coherencia con esta idea entendía que la reforma no era aplicar unas directrices establecidas, sino pensar, experimentar e intercambiar. Esta posición lo ubicaba en un localismo muy acentuado.
Cuando llegó como nuevo director generó una actividad frenética. Ante las múltiples dificultades no se arredraba y consideraba que lo importante era la voluntad. La idea providencial que tenía de la reforma le hacía minimizar los intereses de las personas. De este modo se generó muchos enemigos. También despreciaba el campo político en el que se desenvolvía. En Cantabria el PP controlaba el gobierno regional y el PSOE tenía la mayoría absoluta recién estrenada. Pero él los ignoraba de un modo supremo. También a las autoridades del campo profesional, tales como la faltad de medicina, las especialidades médicas más poderosas o el hospital Valdecilla. Hacía lo que consideraba correcto sin importarle las consecuencias y los apoyos o rechazos que se iban a suscitar. Su obstinación y perseverancia eran monumentales. No emitía ninguna señal de reconocimiento a los políticos de esos años de mayorías absolutas. Su coherencia con su concepto de que la reforma eran las personas y sus contextos profesionales cotidianos era rotunda.
El equipo de apoyo estaba compuesto por las dos personas de su confianza en su centro de salud: una enfermera –entrañable para todos los que la tratamos-- y un celador. Después consiguió la presencia de dos médicos que ejercían funciones directivas en la conserjería; una geriatra muy sólida; un médico procedente de sanidad exterior, y el inevitable pelotón psicosocial, compuesto por una psicóloga, el sociólogo y el psiquiatra. El nombre del equipo pasó a ser Equipo Técnico Asesor de Atención Primaria. Las siglas era la ETA de AP. En aquellos tiempos esta sigla no permitía ningún humor negro al estilo del suyo. Algunas personas mostraban su perplejidad al respecto pero él no rectificaba fácilmente una decisión.
Constituyó el este equipo, que era muy sólido, sin tener en cuenta que la reforma acrecentaba las pasiones de los intereses. Los médicos generales, los médicos de familia y las enfermeras desarrollaron movimientos de conquista de territorios y definición de fronteras. En esos años viví un auténtico tratado de sociología de las profesiones. Los médicos de familia se sentían amenazados por un director tan directivo y respaldado por un staff tan completo. El conflicto latente era permanente y desataba tensiones. Luis no comprendía todavía la universalidad de la confrontación entre la línea y el staff. El problema radicaba en la división existente en el núcleo de operaciones de la nueva atención primaria. El no lo entendía ni lo aceptaba y seguía una línea unitaria. Pero en tan sólo dos años fuimos neutralizados por los contendientes. La paradoja es que un equipo así, tan comprometido con la nueva atención primaria, concluyó en una bifurcación múltiple de las trayectorias de sus miembros. Varios de ellos terminaron dirigiendo las instituciones médicas convencionales que relegan severamente la atención primaria. Uno terminó fue director médico y después gerente del hospital Valdecilla; otro fue decano de la facultad de Medicina; otro gerente del hospital privado Mompía. Los demás terminamos diseminados en otras direcciones alejadas de la atención primaria, que fue tierra hostil para nosotros, forzándonos a la emigración. Supongo cómo viviría Luis este éxodo. Él mismo estuvo ejerciendo como profesor junto a Fernando Lamata en la escuela nacional de sanidad en programas de formación de médicos. Pero siempre terminó retornando a su consulta, que colmaba su ambición profesional.
Tras el primer año de trabajo tan intenso no se encontraba contento con los resultados. Entonces me encargó un trabajo del que esperaba tener una visión realista del proceso de desarrollo de los nuevos centros de salud. Puso el título del trabajo a su estilo. Le denominó “Operación Espejo”. Así pude estar tres meses presente en un centro de médicos de familia y otro de médicos generales. Fue una experiencia monumental para mí, que pude comprender muchos de los factores que conformaban esas instituciones. Cuando fue publicado recibí felicitaciones, pero, de modo inequívoco, percibí un distanciamiento que se deriva del rechazo de una mirada exterior. La verdad es que nunca me han encargado un trabajo tan sugerente para mí. La nueva situación abierta de reforma junto a la línea abierta de Luis que trataba de explorar el camino hacia el mejor futuro posible, la hicieron factible.
Recuerdo sus métodos de trabajo intensivos que subordinaban nuestras vidas privadas. No nos consideraba profesionales contratados, sino como miembros de unidades especiales de voluntarios de la atención primaria. Así convocaba a reuniones algunos sábados o en horarios intempestivos. Su exigencia con todos era máxima y su carácter dificultaba cualquier negociación. Recuerdo una anécdota muy elocuente. Tomaba las decisiones en función de apoyo de la asistencia lo que le enfrentaba a los funcionarios. En una de sus tormentosas reuniones con el administrador decidió asignar una partida presupuestaria destinada a otro concepto a un consultorio rural. El administrador resistió pero era muy difícil negociar con él por su firme carácter y su obstinación. La tensión entre ambos llegó a tal punto que el funcionario escribió en un papel la frase “Llatuca mierda”. Al concluir, el papel terminó traspapelado entre otros en manos de Luis. Este se lo devolvió preguntándole si era suyo.
No le importaba lo que los demás pensasen de él, sino mantener la coherencia de la acción. El problema era que creaba un clima personal en sus equipos que los aislaba del conjunto de la organización. Todas sus comunicaciones tenían lugar en islas organizacionales. Así, el choque al llegar a la tierra firme era inevitable. Como es sabido este modelo de cambio apenas funciona. De este modo terminaba por generar una red de intereses agraviados. Pero él no aceptaba que los intereses son un factor determinante presente en cualquier estrategia.
En los últimos tiempos de la eta de ap se generó una tertulia que continuó mucho después del cese de Luis y el éxodo de los participantes. Esta adquirió una naturaleza elitista, en tanto que varios de sus miembros habían alcanzado posiciones relevantes en las instituciones médicas convencionales. Era muy respetado por todos y nadie se atrevía a contradecirle nada que cuestionase su adhesión a la atención primaria, aunque reconocía que se ha quedado en un extraño híbrido con respecto a las expectativas iniciales. Volvió a ser director fugaz, pues siempre retornaba al mundo de su consulta, en la que podía desempeñar su doble condición de médico y enfermo. Murió hace dos años, cuando se encontraba en La Coruña con su familia. Fue de un infarto. Tenía 60 años. Hasta en eso desmintió algunas discutibles ideas médicas que relacionan el perímetro abdominal, la diabetes y el infarto. Nunca tuvo un solo gramo de más, más, más bien de menos.
Para mí fue una experiencia que nuestras vidas se cruzaran. Nunca olvidaré su orgullo diabético y su sobreposición sobre los límites de la enfermedad. También lo recuerdo como un médico, que desde entonces denomino como médico-médico rememorando las conversaciones con él. Era otra cosa que estos gestores de información vestidos de blanco. Por eso lo evoco y espero que la vida me brinde la oportunidad de vivir una situación de emergencia social, en la que aparezcan personas especiales como él.
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