Los vencidos son reemplazados físicamente por los vencedores, de modo que son convertidos en habitantes de un espacio fantasmático. Así, se produce una nueva violencia, ahora simbólica, sobre los sobrevivientes a las violencias políticas que se han abatido sobre ella desde su fundación, y, aún después de su derrota en 1939. Este es el penúltimo episodio de la tragedia de la segunda república, que es derrotada sucesivamente por sus adversarios, que la combaten en todos los tiempos posibles: pasado, presente y futuro. Así se impone una narrativa que disuelve la de sus propios partidarios, sepultando su memoria. Esta derrota es todavía más importante que la militar.
La segunda república es una institución extraña, en tanto que, a pesar de que el escenario histórico en la que se produjo ha sido sustancialmente modificado, sigue siendo implacablemente perseguida por sus enterradores, que le asignan un estatuto de reprobación eterna, sin perdón posible. Así, tras el final del franquismo, las fuerzas que representaban su memoria, se integraron en el nuevo orden constitucional, renunciando a una parte de su identidad. Pero la república como acontecimiento histórico singular no es rehabilitada, siendo sometida a la denegación permanente. En los grandes conflictos políticos y sociales aparece su memoria, que siempre desencadena la descalificación de los antaño vencedores. De este modo se configura una condena intemporal, eterna, que trasciende la inevitable erosión del paso del tiempo, que la exilia de la memoria colectiva y la estigmatiza mediante su cadena perpetua, revisable sólo para volverla a condenar a muerte.
La república es una realidad ideal que se hace presente en todos los tiempos de mi vida. Se trata de algo distinto a una forma de gobierno, o una forma política que determina posicionamientos racionalizados. Para una persona de mi generación es un factor de identificación; un generador de emociones intensas; una forma de rechazo del presente, dominado por el nacionalcatolicismo en distintas versiones, mutaciones y simbiosis; un modo de afirmar que otro mundo fue posible, y, por consiguiente, puede ser factible. Porque representa la libertad y la igualdad, que en mi infancia y juventud se encontraban tan contundentemente aniquiladas por el franquismo. En este sentido, la república es algo más que lo político, se trata de la aspiración a liberar la vida cotidiana de las constricciones del autoritarismo múltiple, así como restituir los derechos de muchas de las personas que me rodeaban en este tiempo: las sirvientas, los porteros, los camareros, los conductores de autobuses y trolebuses, los obreros de la construcción que comían en las obras y piropeaban a las mujeres que se ponían bajo su vista, así como otros muchos.
Mi imaginario de la segunda república está poblado de poetas; de escritores; de gentes del teatro; de músicos; de personas generosas y solidarias; de proyectos educativos; de políticos que no modificaban su vida ni su posición social; de una polis llena de periódicos y pasiones políticas; de un espacio público vital; de una calle llena de energía, y todo ello presidido en mi mente por la figura de Luis Buñuel. Gentes como el personaje que representa Fernán Gómez en Belle Epoque, la película de Trueba, tan entrañable, que se contrapone a los sombríos personajes que me rodeaban en el franquismo, protagonistas del relato que se representaba entonces del camino hacia los mil dólares de renta per cápita. La república era lo contrario a todo eso.
También no pocas cosas negativas. La estructura de clases tan brutalmente desigual, con las violencias inevitables derivadas de la misma; la terrible clase dirigente española, caciquil y cerrada; la preponderancia de instituciones como el ejército y la iglesia; las ideologías totalitarias globales de la época; los efectos perversos de las utopías igualitarias; el primitivismo de muchos de los comportamientos y las mentes; los sectarismos; las consecuencias múltiples del atraso proverbial, con sus secuelas de dogmatismos.
Pero la mayor tragedia de la república es que sus mismos defensores han sido reconfigurados por la democracia resultante de la renta per cápita disparada, que produce un modelo de bienestar que se articula con un arquetipo individual tan diferente al predominante en la república. No imagino a Azaña en una ciudad dominada por los hipermercados, centros comerciales, autovías e infinitas segmentaciones. Los programas de los herederos de los partidos republicanos proponen cosas que se cuentan e inscriben en guarismos, pero excluyen los valores y las prácticas sociales de su época dorada. Recuerdo la generosidad de muchos trabajadores manuales en los años sesenta, que habitaban bares con olores a fritangas, donde se producían conversaciones vivas, que concluían pagando las cervezas de los desconocidos. Estos personajes entrañables no estaban hipotecados, ni representados en otra cosa menor que la abstracta patria, ni mediatizados, ni comprometidos con ningún estilo de vida, carrera laboral ni relato fundado en la obligación de crecer.
La nueva sociedad derivada de la explosión de la renta per cápita, ahora renovada en jergas económicas sucesivas, se contrapone al ser social habitante de la república. El televidente a la carta, el dependiente del móvil, el comprador sofisticado, el conductor intensivo, el buscador de la excelencia en la vida personal, el sujeto involucrado en su carrera profesional sin límite, todas estas figuras son incompatibles con el espíritu del tiempo de la república.
La segunda república es otra cosa, lo cual determina la nostalgia de algunos de sus partidarios y el feroz estado de condena eterna de sus enemigos. Su alma se manifestó en los comienzos de la transición, mediante distintas señales emitidas por algunos de sus sobrevivientes. En algunos municipios pequeños andaluces, sus recién constituidas corporaciones aludieron solemnemente a la humanidad y valores asociados a la revolución francesa. Pero el bienestar material creciente fue disolviendo su alma ingenua. La república fue un estado de infantería, incompatible con la motorización de masas, que convierte a las clases subalternas en batallones motorizados, en donde las instituciones del crédito gobiernan lo social mediante la atomización de los endeudados.
Quizás por eso, porque la república no es un régimen político, sino algo más, es perseguida sin descanso por la coalición del poder española, que se renueva adaptándose a los nuevos entornos históricos conservando su núcleo invariante. Este es el temor y el odio al “populacho” estimulado por la república. De ahí la persistencia de la descalificación y la violencia ante cualquier signo de su restauración. De este modo se explica la deriva autoritaria creciente tras los años de bienestar material. Todos los dispositivos policiales y judiciales se abaten con una dureza inusitada sobre la última versión de la “chusma”, que es definida como gentes que han vivido por encima de sus posibilidades. El odio y la mala saña desplegados sin pudor sobre los desahuciados, desempleados y desasistencializados es congruente desde la perspectiva histórica.
Desde estas coordenadas cabe comprender la última violencia, que es una variante del concepto de violencia simbólica enunciado por Bourdieu, ejercida concertadamente por el rey y la alcaldesa progresista. La ceremonia ratifica el destierro renovado de los sobrevivientes y el cierre histórico de la segunda república. Se trata de la condena a vagar por los libros de historia, a aceptar la pérdida de los cuerpos enterrados, a ser instrumentalizada comercialmente mediante la rehabilitación mutilada de algunos de sus ilustres intelectuales.
Recuerdo que, en los primeros años del postfranquismo algunas ilustres personalidades regresaron del exilio. Su encuentro con la sociedad resultante de la transición, en algunos casos, estuvo presidida por la perplejidad y el desencuentro. No cabe duda de que se encontraban atrasados, cosa lógica dada su avanzada edad. No entendían de ciencias sociales, uno de cuyos postulados es que a partir de los mil dólares de renta per cápita, es inevitable la democracia. Esta es con la que se encontraron y les parecía extraña.
Por esta razón nadie ha dicho ni una palabra al respecto de lo que ocurrió en París el pasado miércoles. Tan focalizados en el cálculo de escaños, concejalías y coaliciones. Esta es el alma de la democracia de los ya mucho más de mil dólares de renta, mucho más modernizada que la de la vieja república. Se puede sintetizar en la fórmula “dieciocho mil cien; dieciocho mil doscientos…”.
Inevitablemente recuerdo a Luis Buñuel y el Fernán Gómez de Belle epoque. También de esta escena de "Soldados de Salamina"
https://www.youtube.com/watch?v=dU-MD3NqmQ8&feature=youtu.be
ResponderEliminarAquí hay temas de interés para entender la nueva política democrática. Saludos, Enma.
Muchas gracias Enma. Ya lo había visto y es muy sustancioso. Tadavía estoy pensando algunas cosas de la entrevista con Negri. Para mí la nueva política democrática se encuentra ante varios dilemas muy importantes. Por eso lamento que mucha gente la acepte en tanto que es nueva. Al mismo tiempo me irritan mucho los que se inscriben en el ciclo histórico concluido, aunque algunos tengan máscaras del presente, incluso veintinueve años en algún caso.
ResponderEliminarSaludos cordiales
http://www.ecorepublicano.es/2015/06/i-jornadas-constituyentes-de-granada.html
ResponderEliminarUn acto bueno, los discursos son diferentes a los hechos.
Saludos, Mario.