miércoles, 27 de mayo de 2015
MEMORIAS DE LA EXTRAVAGANCIA. EN LA EASP. POR TREINTA Y SIETE EUROS
En mi post anterior conté mi llegada a la EASP y mi salida de la misma, después de dos intensos años como profesor a dedicación completa. La decisión de pasar a la universidad no fue bien aceptada, pero me siguieron invitando como profesor asociado. Seguí impartiendo clases y las relaciones con la gente de la escuela siempre fueron buenas. Quedó una herida simbólica, característica de las organizaciones, que se hacía manifiesta en señales difusas. En mis tránsitos por los pasillos en los días de las clases podía percibir, mediante algunos detalles, mi condición de emigrado.
Pero en los años siguientes seguí ejerciendo como profesor asociado, participando en múltiples cursos, congresos, jornadas y hasta en algún seminario especial. La verdad es que me trataban, en general, con afecto y respeto. Pero además, integraban en el esquema compartido de la institución, algunas de mis aportaciones. Esta es una cuestión poco frecuente en las organizaciones productoras de conocimiento en España. Tanto en las presentaciones como en las relaciones cotidianas siempre me sentí reconocido en la escuela. En esta cuestión se puede identificar alguna excepción, que no altera la regla.
Este reconocimiento se revaloriza, en tanto que las trayectorias de la institución y la mía personal, fueron manifiestamente divergentes. En tanto que la escuela, después del informe Abril del 91, se reconvirtió al nuevo management público emergente, con una energía propia de los conversos, mi posición personal fue evolucionando en el sentido contrario. Este desencuentro no tuvo consecuencias en nuestra relación, aún a pesar de que siempre expresaba sin reservas mis posiciones críticas. Ciertamente, en estos años existían múltiples ambigüedades en los procesos ubicados en el espacio entre las dos reformas, la salubrista menguante y la gerencialista-neoliberal emergente. Esto facilitó que mis posiciones fueran leídas e interpretadas desde distintos sistemas de significación.
Pero la libertad de expresión que pude disfrutar en esos años fue insólita. Recuerdo unas jornadas sobre participación, en las que discutí públicamente con una alta autoridad de la conserjería, llegando a ridiculizar sus posiciones, lo que provocaba risas en la sala. Para mucha gente era un espectáculo insólito que alguien replicase públicamente a una autoridad, cosa tan inhabitual en el postfranquismo en España y en Andalucía. En otras jornadas interpelé a Carmen Martínez Aguayo, que entonces era la todopoderosa directora del SAS. Recuerdo que no encajó bien mi crítica y aludió a las encuestas como argumento para refutar mi posición. Carmen se encontraba encerrada en el opaco mundo de las unidades muestrales. Su salto a la conserjería de economía, donde contaba dineros, también inerte como el material de las encuestas, provocó un desenlace fatal. También interpelé públicamente a un gurú de la innovación empresarial y a algún gestor que acudía allí cargado de profetismo neoliberal.
Una vez fui interpelado en términos desmesurados por una alumna. Tras la discusión algunos participantes en el curso me informaron de que se trataba de la esposa de un importante senador del psoe. Su condición de “propietaria” del sistema público había activado sus defensas ante un insolente empleado. Pero nunca jamás nadie me envió ningún mensaje de reproche, aunque a ese curso no me volvieron a invitar. Mi licencia para criticar resultó incólume, aunque se fue erosionando con el paso del tiempo, reduciendo mi presencia como profesor. En mis intervenciones en los programas de formación con los funcionarios de la OPS llegué a una metacomunicación insólita, en tanto que intuían que lo que les mostraban sobre el sistema andaluz tenía algunos condimentos de fantasía, que confirmaban con regocijo en mi sesión.
Durante varios años impartí clases de culturas organizacionales en distintos cursos. Esta actividad, en la que se proponía un cambio cultural, desde las culturas profesionales médicas y enfermeras, hacia las culturas gerenciales, propició mi propia transformación. Ahí fue donde pude comprender la significación autoritaria del modelo de la nueva empresa y la naturaleza de la versión del management que se ofrecía. Mi proceso de reconversión se inició en las reflexiones en este campo. Así, terminé cambiando de bando. En 1983 fui contratado para asaltar la fortaleza médica y en los mediados de los noventa comprendí, al final de mi tesis, la naturaleza del proyecto de los asaltantes, que no consistía en una racionalización del sistema, sino una cosa bien distinta.
He resaltado un aspecto fundamental, como es la tolerancia que en la escuela han tenido siempre conmigo, así como las distintas lecturas que se hacían respecto a mi posición. Pero, con el paso del tiempo, mis clases se fueron renovando y desarrollando en distintas direcciones. También se hicieron más sólidas. Pero en la escuela no se percibían estos cambios, de modo que me invitaban concediéndome un estatuto de carta blanca, en tanto que ignoraban mi evolución. Así se producían situaciones confusas. Algunos directores de los cursos adoptaban posiciones propias de los managers sanitarios, tan ligeros de equipaje como las ideas en que se sustentaban. Así, mi intervención se ubicaba en un campo de invisibilidad para ellos, aunque no para los alumnos. En ocasiones se originaba un pequeño shock entre los participantes.
Voy a ilustrarlo con una anécdota. En uno de los cursos experto de calidad, fui invitado a una sesión para exponer mi posición respecto a los pacientes, clientes en la jerga del curso, y la asistencia sanitaria. Este es un tema que conozco bien y del que he elaborado un producto artesanal que es muy bien valorado por los profesionales, sobre todo de los que tienen experiencia de consulta. Este producto es una síntesis de elementos procedentes de la antropología de la salud, de la etnometodología, de distintas sociologías de la vida cotidiana, de otras fuentes diversas y de mis propias experiencias como paciente y como profesional presente en los servicios sanitarios durante varios años. Pues bien, en el curso mi sesión era por la mañana. Después, en la sesión de tarde, comparecían dos expertos sobre satisfacción y calidad, que desarrollaban un menú acerca de mediciones, escalas y herramientas varias, todo sobre un fondo de tautologías gobernadas por el supuesto de que el paciente es una realidad estadística sobre la que se sustentan múltiples ecuaciones.
En la sesión de mañana se estableció una conexión fantástica con el grupo. Quedaron fascinados con las regiones de Goffmann, con lo oculto y lo manifiesto en la relación asistencial, con los procesos de configuración social de los horizontes compartidos de espera, las relaciones de sus expectativas con otras esferas de la vida, así como con todos los conceptos que desfilaron por allí. Algunos narraron experiencias que avalaban los conceptos, o expresaban dudas u objeciones. Otros protestaban porque les había roto sus esquemas. En fin, fue fantástica la química que se generó, como ocurrió en la mayoría de estos cursos. Al concluir me preguntaron si iba a volver por allí.
Esa noche fui con Carmen y Ana a tomar una cerveza por Plaza Nueva. Allí estaban los profesionales del curso en una terraza. Compartimos una cervecita y me dijeron que se habían quedado muy impactados y estaban metabolizando la sesión de la mañana. Tenían la impresión de que existía una fractura entre las dos sesiones. Pero el problema era de dirección docente, porque no se sabía muy bien cuál era el contenido de mi intervención. En un contexto de adoctrinamiento gerencial, como era la mayoría de la actividad de la escuela en los últimos años, mi intervención era explosiva, pero pasaba desapercibida para la mayor parte de los directores.
No obstante, con el paso de los años mi situación como profesor era extraña a la lógica de las actividades docentes. Me constituía en un injerto exótico. Recuerdo en el máster de salud pública a una socióloga boliviana, que explotó en la clase y me preguntó acerca de cuándo iba a aparecer algún elemento contrahegemónico. No existía la posibilidad de tal en un contexto en el que la hegemonía de las versiones organizativas de la reforma neoliberal eran tan incuestionables. Después del 15m aparecieron señales dentro de la escuela de introducción de otros discursos extraños, que portaban algunos médicos críticos procedentes del nuevo ciclo.
En el contexto de una desconexión creciente, así como la normalización de la reforma gerencialista-neoliberal, que produce contingentes de profesionales-alumnos cuyo objetivo es integrarse en el orden asistencial sin pretensión de modificarlo, mi aportación se disuelve inevitablemente. Así se abre un ciclo menguante que anuncia el final. En las organizaciones reguladas por la nueva gestión, el final se produce mediante la extinción de la relación, que cancela cualquier tiempo pasado. Así, el profesional extinguido es despojado de cualquier valor que no pueda tener el atributo del presente. La extinción significa borrar la historia previa cuyo valor es cero. He sido testigo de ese final de algunos colegas convertidos en recursos humanos considerados inservibles.
Por esta razón, era muy importante para mí salir de la escuela por mi propio pie, sin tener que vivir la humillación de ser desplazado al cuarto de los trastos inservibles. Pensé en utilizar el concepto proveniente del discurso feminista de “desanudarme” lentamente. Comencé a seleccionar entre las ofertas que recibía y a rechazar algunas. Pero, al final, no pude evitar la humillación gerencial propia de esta época de organizaciones congeladas.
Hace dos años me invitaron a la clausura del máster de Economía de la Salud. Se trataba de la última sesión, en donde compartía mesa con un representante de la administración y los dos secretarios de los sindicatos ccoo y ugt. Acepté la invitación porque es de los mejores cursos de la easp y nunca me habían invitado. Así, una lluviosa tarde comparecí en la sesión. Mi visión con respecto a las organizaciones sanitarias es diferente a las de los economistas. Tenía ganas de participar en este curso. Entonces, en mi exposición, planteé una metáfora arriesgada, y cuando agradecí la invitación, aludí a que quería participar en el curso. La forma de expresarlo fue ”quiero participar pero en lo de pago”. Me refería a la actividad del curso en la que tuviera oportunidad de conversar sobre organizaciones en alguno de los módulos.
La sesión salió bien. Entonces, dos meses después, la persona que me había invitado, perteneciente al núcleo duro de la gestión de la escuela, me remitió un cheque por treinta y siete euros. El sentimiento de humillación fue manifiesto. No había error, sino que se hacía patente un poder que se funda en la arrogancia y el desprecio a los profesionales. Era la enésima versión en mi vida de la presencia de un poder que te recuerda que no eres nadie ni nada. Esa fue la señal de mi salida de la escuela. Carmen me había advertido años antes de que debía dejarlo antes de que me pudieran atropellar, puesto que llevaba muchos años criticando al arrogante poder político-gerencial imperante en Andalucía.
En cualquier caso, no estuvo mal puesto que me facilitó salir por mi propio pie. He dicho no a invitaciones a congresos, actividades y cursos. Hace dos años desanudé uno de los últimos vínculos y le dije no al querido Natxo Oleaga para el módulo I del máster. Pero le dije sí a Sergio Minué. Este último año le dije no también a Sergio, y salí por mi propio pie después de veintiséis años. Así, he podido recuperarme ante mí mismo, mirándome en mi espejo interior con mis cualidades y debilidades, pero como un profesional y una persona, no como un recurso humano intangible que se disipa cuando es considerado desechable. Estoy orgulloso de haber superado en esta ocasión a las fuerzas sistémicas de la gestión. También me divierte constatar que ahora, que es cuando mejor me encuentro, en cuanto a lo que puedo aportar, es cuando no me requieren.
He salido varias veces victorioso, siempre sobre mis pies. Me gusta decir a los alumnos que en España lo más importante es los pies, que hacen posible la salida rápida. Por eso agradezco esos treinta y siete euros, en tanto que fueron la señal para comprender que mi tiempo había acabado allí. Gracias. Y un fuerte abrazo a toda esa querida gente que habita la escuela, sobre la que escribiré la próxima semana. También a todos los extinguidos-desaparecidos de la memoria gerencial, con los que he coincidido en estas tierras. De momento sirva como entremés la imagen institucional que acompaña este post, que ilustra el cambio operado con respecto a la imagen anterior, la del origen.
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