domingo, 10 de mayo de 2015
MEMORIAS DE LA EXTRAVAGANCIA: EN LA EASP: MATCH POINT
Soy un autodidacta completo. En los primeros años de universitario acudí a las clases. Pude disfrutar de algunos profesores excelentes, entre ellos Sampedro, Anes, Rodríguez Aramberri y otros. Después, mi activismo y militancia desplazó a la actividad académica. Esta se detuvo durante varios cursos por la convulsión de esos tiempos y de mi vida militante. Tras varios años de dedicación total a la actividad política, cuando abandoné el partido comunista, retomé la carrera. Pero no pude dedicarme exclusivamente a los estudios. Preparaba los exámenes como libre no asistente. Ni siquiera en eso llegué a ser alumno oficial.
Cuando obtuve la licenciatura estaba ejerciendo en Santander en un despacho con otros colegas, haciendo estudios sociológicos, principalmente de urbanismo; escribiendo en los periódicos locales para ganar unos chavicos y haciendo chapuzas cognitivas de sobrevivencia. Con el título recién estrenado fui contratado como profesor en dos centros privados. Uno era una escuela de trabajo social y otro de graduados sociales. Mis actividades fueron incrementándose en aquellos primeros años ochenta, en los que aparecieron oportunidades para la sociología, después de su relegación total en el franquismo.
En 1983 fui contratado en el INSALUD de Cantabria como sociólogo, como técnico de gestión. En una situación tan abierta como aquella pude hacer muchas cosas. Mi presencia en este campo incrementó la docencia. Fui contratado como profesor en la escuela de enfermería de Valdecilla. Así se diversificó mi actividad docente mediante múltiples cursos para distintas instituciones. Recuerdo con nostalgia los cursos de comunicación y los de sociología de la salud en la escuela de enfermeras. Las expectativas y las energías que se producían allí eran extraordinarias.
Fue precisamente en un curso de salud pública de la Universidad de Cantabria, en Laredo, en el verano de 1987, cuando conocí a Natxo Oleaga. Formaba parte de la naciente escuela andaluza de salud pública, que suscitaba muchas expectativas en los mundos profesionales de la atención primaria, la enfermería y otros. Un año antes, el INSALUD había publicado un trabajo mío, que había realizado con metodología de trabajo de campo en dos centros de salud. Era la “Operación Espejo. Informe sobre dos centros de salud”. Después de su intervención hablé con él y le pasé una copia del informe. La mañana siguiente me abordó y me dijo que lo había leído y le había gustado. Me informó del proyecto de la escuela y su decisión de incorporar algún sociólogo. Me preguntó sobre mi disponibilidad para incorporarme en Granada.
En los meses siguientes la escuela exploró el mundo de la sociología de la salud. En ese tiempo el único grupo asentado académicamente era el de Jesús de Miguel, de la Universidad de Barcelona. Además, varios sociólogos colaboraban en investigaciones, campos como el sida, las drogas, la salud mental y otros; y también en programas docentes. Pero se trataba de investigaciones discontinuas que hacían que el mercado de sociólogos fuera muy restringido y ajeno a la sociología institucionalizada en la universidad.
En el proyecto de la escuela naciente se atribuía mucha importancia a sus actividades docentes, que pretendían formar una generación de directivos en todos los niveles, que pudieran reorientar los servicios de salud, contribuyendo a la realización de la reforma sanitaria. En particular, las expectativas depositadas en la naciente atención primaria eran extraordinarias. La energía que suscitaban era muy considerable, como se corresponde con las situaciones fundantes en las organizaciones y las profesiones, que perciben el futuro como perfectible.
La decisión final fue la selección de Josep Rodríguez, de la universidad de Barcelona y miembro del equipo de investigación de Jesús de Miguel. Este era el sociólogo más sólido en este campo. Era doctor en ciencias económicas y Phd por la universidad de Yale. Había publicado su primer libro y tenía todas las condiciones para acreditarse en cualquier institución académica. Así, Pep fue invitado como docente al máster de atención primaria, para impartir un módulo de sociología durante una semana. No obstante, me contrataron para impartir dos días de sociología en el máster de dirección de hospitales. Así llegué a Granada en el mes de febrero de 1988 para participar en esa prueba, en la que me encontraba en una situación de inferioridad manifiesta frente a Pep.
En el máster de atención primaria se concentraban distintos profesionales muy valiosos y con unas expectativas sobredimensionadas. En las clases de Pep, se trataron los temas clásicos de la sociología de la salud que hacían énfasis en la enfermedad y los hospitales. La brecha entre los programas de Yale y la emergente atención primaria era insalvable. Así se generó un descontento en el grupo que desbordó a Pep, cuya experiencia docente remitía a la universidad, en donde las relaciones profesor-alumno no eran exportables a ese tiempo fundante de la escuela, en el que los alumnos tenían currículum mejores en algunos casos que las de los profesores. La movilización de las energías y las expectativas de los profesionales se estrelló contra el muro académico universitario que representaba Pep.
Por el contrario, en el curso de hospitales me fue muy bien. Mi experiencia en los años en que trabajé en el interior de los centros de salud y los hospitales, sirvió para ofrecer una versión sociológica más atractiva y útil para los participantes. Como su situación me era conocida, seleccioné lo más adecuado del arsenal de la sociología. También mi experiencia como docente en los cursos con profesionales, que habían fomentado mi capacidad de recepción de sus necesidades, así como un estilo más interactivo.
La decisión de la escuela fue contratarme a mí. De este modo tuvo lugar un acontecimiento que una de las películas de Woody Allen, Match Point, ilustra. En la vida el azar desempeña un papel determinante. En una jugada de tenis la pelota que se estrella en la red puede caer en cualquiera de los dos lados. En este caso cayó en el sitio bueno, como ha ocurrido otras veces en mi vida constituyendo una alegoría del azar. Así, una persona como yo, autodidacta, carente de una formación postgrado reglada, alcanzó una posición que en condiciones normales hubiera sido inasequible
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Pero como el azar sigue caminos inesperados, mi aterrizaje en Granada constituyó una jugada de billar a tres bandas asombrosa. La carambola consistió en que ese año se estrenaba una facultad de sociología, la primera, como gustan decir por aquí, en el sur de Europa. Jesús de Miguel, con el que tenía buena relación, me avaló para ser contratado como profesor en dicha facultad. Jesús estaba deseando que saliera de la escuela y me ubicase en el espacio universitario, en el que mi control era más factible. Pero, más bolas blancas para combinar con la roja, el grupo de dirección de hospitales al que impartí la clase con buen resultado, resultó ser el núcleo directivo de la conserjería de salud y del SAS en los años siguientes. De modo que mi reputación experimentó un ascenso meteórico, determinado por la combinación de circunstancias, pues en España raramente la buena reputación se revisa. Mi capital social profesional se multiplicó en ese asombroso e inesperado 1988.
La llegada definitiva fue el mes de septiembre. Estuve durante dos años fantásticos como profesor a tiempo completo. En la escuela se vivía un tiempo fundante abierto al futuro. Todas las actividades estaban impregnadas de una gran energía. Se descubrían nuevas disciplinas, autores o experiencias, que eran recepcionadas con grandes componentes de ilusión. Los vaticinios y pronósticos acerca del futuro se encontraban sobredimensionados. La conferencia de Alma Ata o la carta de Otawa se entendían como misiones proféticas. Recuerdo los excesos discursivos respecto al programa de la OMS de ciudades saludables, que se entendía en términos casi místicos.
El descentramiento era muy acentuado. En el imaginario constituido en este tiempo, los servicios de salud se encontraban desplazados en una sociedad donde la salud era el centro, y el estado era reconstituido imaginariamente sobre la base de los consejos de salud de zona, área, provincia y así hasta el consejo de salud central. Pero estos excesos discursivos se contraponían con la presencia de los portavoces de las especialidades médicas, que portaban discursos tradicionales. Así se configuraban las dos almas de la escuela. Con el paso del tiempo, el estado y el mercado se hicieron presentes con todo su esplendor.
Entre todas las actividades que desempeñé, recuerdo los cursos de gestión de jefes de servicios de hospital, en los que impartía un día de sociología. Siempre iba tras el día de economía que impartía Pepe Martín, un formidable economista y docente, forjado en la convergencia entre los rigores de la economía de la salud académica y los despachos de los administradores y jefas de enfermería de esos años, lo que le proporcionaba una perspectiva muy sólida, que le hacía posible “oler” las organizaciones sanitarias. La asertividad de Pepe determinaba que mi sesión de sociología se produjese en un ambiente de crisis cultural producida por su intervención. Fue una experiencia formidable, que me ayudó a entender los misterios de las culturas organizacionales y me restituía mi verdadera identidad en las evaluaciones, siempre inevitablemente a la zaga de Pepe.
También los máster de ese año, en el que muchos alumnos eran formidables y los contenidos estaban ensamblados. Recuerdo las conversaciones con Natxo Oleaga en las que desplegaba en una pizarra los contenidos de un módulo y ubicaba en el esquema mi intervención, con la inteligencia sintética que le caracteriza y que tanto celebro. En estos años impartí dos cursos diseñados por mí. Uno fue para los servicios de atención al paciente. Fue increíble la dinámica que se generó. No tenía ninguna restricción en la configuración de las actividades. Así pude hacer una sesión memorable, en la que pacté con dos gerentes de hospital un encuentro con los responsables de los servicios en el que se hablase cara a cara lo que verdaderamente pensaban. Fue fantástico. No olvidaré nunca el afecto con que me despidieron. Como ya entonces criticaba a los gerentes, me regalaron una silla de esas de director de cine firmada por todos. La entrega se hizo con una puesta en escena y unas densidades emocionales que sólo los andaluces pueden hacer. También el curso de participación comunitaria, en el que se creó un clima de grupo fantástico. Algunas sesiones alcanzaron intensidades insólitas. Pude hacer manifiesto mi distanciamiento explícito con la conserjería en este asunto. Eran tiempos singulares, que hoy serían inverosímiles.
Dos años después de llegar tuve que optar y me inscribí en los cursos de doctorado, requisito esencial para mi tránsito a la universidad. Mi decisión fue mal aceptada por la escuela y ahondó una crisis latente. Uno de los problemas específicos de esta organización es la ausencia de jerarquías académicas. Pero esto no significa que no hubiera jerarquías. En octubre de 1990 pasé a la universidad como profesor asociado. La escuela trató de disuadirme mediante la negociación con uno de sus directivos, que era un médico de familia de la primera generación que se encontraba empachado de los manuales de administración de empresas de la época. El revuelto de Elton Mayo, Maslow, Peter Drucker y otros tenía efectos nefastos sobre la primera generación de directivos. No comprendía bien mi decisión, en tanto que mi salario iba a ser muy inferior.
Así terminé mi relación a tiempo completo con la escuela. En los años siguientes seguí colaborando como profesor asociado hasta el año pasado. Desde la perspectiva actual, pienso que mi decisión fue correcta, en tanto que la relativa autonomía de aquellos tiempos iniciales fue concluyendo, de modo que el proyecto fue neutralizado por un poder político colonizador de cualquier sociedad civil posible. He podido ser espectador del abrazo fatal de este poder a la escuela, reconvirtiéndola en un proyecto subordinado a un gobierno cuya acción sólo tiene un tiempo y un sentido: las elecciones próximas. Así, mis colegas que criticaban mi paso a la universidad y me reprochaban la funcionarización, han sido convertidos con los años en empleados. En los próximos post contaré mi interpretación del devenir de la escuela, tan lejana a los anhelos fundacionales.
He dicho que soy autodidacta integral. Así he sido privado de los beneficios de una buena formación de tercer ciclo. Pero he podido ser independiente hasta hoy. La independencia en un atributo fundamental. Todos los héroes que pueblan las páginas de este blog –Gérvas, Ibáñez, Manzano, Ibarrondo y otros- son independientes. No es casualidad. No hay creación de conocimiento sin autonomía e independencia. Los poderes establecidos imponen definiciones de las situaciones que constriñen el pensamiento.
Mi presencia en la escuela me ha ayudado a elaborar mi tesis doctoral. En estos primeros años llegan todos los elementos que configuran la reforma salubrista. La sombra de los salubristas latinoamericanos; de la atención primaria en versión OMS-OPS; los textos de las interpretaciones de la promoción de la salud, la planificación, la participación, las atribuciones míticas a la educación de la salud. Después del Informe Abril de 1991, empiezan a hacerse patentes los ingredientes de la gran reestructuración neoliberal. La vieja dirección de las organizaciones sanitarias cede el paso a la nueva institución-gestión. La escuela transita hacia una versión dulce de una escuela de negocios sanitaria. La OMS se reconfigura como una institución del gobierno del nuevo sistema-mundo, definido por el poder de las corporaciones empresariales y financieras. Seguirá.
Te refu¡ieres a Juan Ibarrondo Portilla???. Por cierto, es billar, con b.
ResponderEliminarSaludos, Marta.
Gracias Marta por la errata. Es Patxi Ibarrondo.
ResponderEliminarSaludos
Gracias, Juan, por motivos biográficos me ha fascinado la entrada y me siento absolutamenmte identificado con buena parte de tu historia (que a grandes rasgos ya conocía). Supongo que coincidimos alguna vez en la EASP, ya que di clases aisladas entre 1988 y 1991, pero mi experiencia vital fundamental semejante a la tuya fue en la Escuela Nacional de Sanidad de Madrid, con la que colaboré tan intensa y esporádicamente como tú con la EASP casi 20 años. Recuerdo fascinado (conmigo mismo y lo digo retrospectivamente: hoy sería absolutamente incapaz) las semanas en las que impartía casi 30 horas seguidas, a razón de siete horas diarias cuatro días. Pero lo que más me ha cautivado es lo del autodidactismo (créeme, y no lo digo con orgullo estúpido, jamás he asistido a un solo curso como alumno, menos aún al doctorado) y, sobre todo, la independencia. A día de hoy, atravesando como he atravesado una seria crisis económica y profesional de la que apenas hoy empiezo a salir y sin una nómina (mi independencia radical, tal vez consecuencia de mi hartazgo de las grandes organizaciones me llevaron a pedir la excedencia como funcionario en 1996... hasta ahora) siempre me he sentido orgulloso de estas señas de identidad: sociólogo, autodidacta y, sobre todo, independiente. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias Juan por tu comentario. Los sociólogos autodidactas lo tenemos crudo porque la profesión es muy aristocrática. En el colegio profesional llevan los mismos directivos cuarenta años.
ResponderEliminarHe dado clases también en la escuela nacional de sanidad. Mi mejor recuerdo es el de un máster de enfermería comunitaria de Lucía Mazarrasa. Di muchas clases y estuvo bien. Por el contrario me invitaron a un curso de intervención en salud, de unos fundamentalistas de la promoción de la salud, y acabamos fatal.
Comparto que ser autodidacta en sociología es un privilegio. Como soy profe en la universidad no te puedes imaginar hasta donde han llegado las cosas. Muchos alumnos creen que la sociología es lo que publican Giddens, Bauman, Beck y otros. Se inculca una especie de renuncia a relacionarse con la realidad.
Un fuerte abrazo
Querido Juan, me encanta leer tus entradas de las que sigo aprendiendo mucho de ti y en esta ocasión también de parte del mundo profesional de la sociología de la salud a la que desde hace mas de 15 años dedico buena parte de mi tiempo.
ResponderEliminarQuiero agradecerte que cuentes esta parte de tu vida que nos ayuda a comprender situaciones e instituciones de las que como mínimo se nos escapan muchas claves.
Recibe un fuerte abrazo de este que fue tu alumno y un pequeño tirón de orejas al no haber querido venir a criticar mi libro sobre el copago sanitario ( esto último es broma)
Querido Rafa Muchas gracias por tu comentario. Como te dije te sigo a distancia desde hace muchos años. Desde hace dos años voy disminuyendo mi presencia en actos. Paradójicamente ahora me invitan a muchos congresos por el blog, pero no quiero convertirme en "el enfermo crónico de guardia".
ResponderEliminarUn fuerte abrazo