Soy un profesor veterano que lleva muchos años ubicado en las aulas. En este tiempo he tenido la oportunidad de conocer a varias generaciones distintas. En mis primeros años, los alumnos eran de lo que se denominó como la “generación X”, lo que suscitaba una tensión subyacente, pero una relación cordial. Con los años comparecieron los primeros alumnos de la” generación” Y. Con ellos la distancia se incrementó y la relación fue diferente. La tecnología, sus usos y sus mundos derivados fueron ampliando la brecha entre las aulas y el mundo digital vivido. En los últimos años experimento la desconexión con la novísima “generación me”, que habita otras galaxias densas, cuyos códigos son extraños a la institución universitaria. La distancia, creciente y acumulativa, no evita que nuestros cuerpos se encuentren en el aula.
En los primeros años de mi desempeño docente mis alumnos de la generación X se tomaban sus distancias en coherencia con el papel relegado que les esperaba más allá de la universidad. Algunos pudieron acceder a la reproducción de profesores, cuadros y profesionales, pero otros muchos se diseminaron en otras direcciones subalternas. La distancia entre el mundo vivido en los media de la época y la vida académica era todavía manejable. Eran habitantes de mundos en los que la imagen hacía acto de presencia impetuosamente, pero con un grado de compatibilidad con lo escrito razonable. Así, en las noches podían atravesar el Misisipi de Pepe Navarro para recuperarse el día siguiente como lectores de textos escritos.
En los años siguientes, se aceleraron los cambios tecnológicos y sociales, que se sucedieron con la generalización de internet y el incremento de redes mediáticas. La distancia entre las aulas y los mundos de la comunicación mediática aumentaron. Una institución cuya matriz es el texto escrito, comenzó su lento declive. Así, los estudiantes fueron inscribiéndose en los modelos de vida que se entienden como la generación Y. La vida cotidiana es revalorizada, siendo un ámbito que registra el impacto de las novedades. El fin de semana amplía su tiempo y recorta la semana académica, instaurando una frontera originaria que no ha dejado de fortificarse.
En esos años de fin de siglo, se generaliza el teléfono móvil, que se configura como un intermediario entre los mundos vividos. Pero, en tanto que internet permite a los estudiantes de la época viajar a otros mundos, haciendo dominantes los contenidos de la comunicación digital sobre las rezagadas aulas, el bloqueo profesional para esta generación es manifiesto. La vida académica permanece fiel a sus códigos de origen a pesar de que el macrocambio llega a las aulas mediante la presencia de ordenadores y la generalización del power point. Pero estas novedades son absorbidas por los profesores, cuyas presentaciones mantienen en esos tiempos la estructura de los textos, aliviados ahora con alguna imagen. Pero la relación sigue siendo manifiestamente unidireccional.
La explosión de la web 2.0 acelera los cambios, recombinándolos e intensificándolos. En los diez últimos años la distancia entre el mundo digital de la web social y las aulas ha devenido en un verdadero abismo. El teléfono móvil de los noventa se ha convertido en una plataforma audiovisual móvil, que integra el viejo teléfono con una proliferación de servicios y aplicaciones, que suponen una multiplicación de actividades en los que el usuario puede crear contenidos. El salto de la 2.0 implica la configuración de un mundo inmenso de contenidos accesibles para el deslocalizado consumidor.
Este cambio implica la configuración de una sociedad postmediática muy vigorosa que remodela todo lo social y las instituciones, haciendo definitivamente hegemónica la imagen. En este nuevo mundo, una organización como la universidad se encuentra sometida a tensiones de gran alcance, en tanto que, a pesar de los cambios diseñados para ajustarse a la nueva realidad, mantiene su matriz institucional: hegemonía texto escrito que determina la preponderancia de leer y escribir; el trabajo individual; el estatuto del estudiante como un ser dirigido, receptor de contenidos, con poco margen de autonomía; la ausencia de emociones y las relaciones impersonales regladas burocráticamente; la dificultad de modificar los métodos de trabajo; la dispersión disciplinar; la lentitud de los cambios y el blindaje con respecto al entorno.
El mundo vivido por los estudiantes es manifiestamente escindido. De un lado, su mundo personal en la web social, en el que establece un sistema de relaciones sociales que se activa en todos los tiempos y con independencia de la ubicación espacial; desarrolla actividades de consumidor de contenidos preferentemente audiovisuales; vive en las redes sociales situaciones cuyas intensidades comunicativas vienen y van, conformando un mundo vibrante; puede ser editor de mensajes y contenidos, y experimenta su autonomía personal mediante la selección de la información, fabricando así su distanciamiento de la polis convencional.
Por otro, su tiempo vivido en las instituciones de la familia, la educación y el trabajo, que se entienden como entornos inevitables donde se reduce lo vivido a mínimos. Regidos por otros códigos, reducen su autonomía personal, teniendo que ajustarse a las reglamentaciones que imperan en los mismos. De ahí que los pertenecientes a la generación me, se comporten como visitantes efímeros de esos mundos institucionalizados, en los que siempre están provisionalmente de paso hacia los mundos postmediáticos.
El ciclo diario que comienza en su dormitorio fortificado frente a sus próximos y abierto a su mundo personal digital; el transporte en donde ejerce su competencia de conexión sin límite; la actividad educativa, interrumpida por el retorno a su mundo personal digital; los tiempos intermedios, que también son de conexión. Así hasta la llegada de un tiempo de exploración en las múltiples fuentes mediáticas, con la excepción de sus encuentros amistosos cotidianos que refuerzan la conexión entre los móviles para compartir contenidos. También en espera de que en su mundo aparezca algún flujo viral que permita reconstituir las emociones e intensificar la comunicación en las redes.
Así, inevitablemente, el aula es el espacio donde los contingentes de la generación me experimentan una privación de su mundo, en el que reina el yo y las emociones, en el que es autor y participante de cierta comunidad que comparte contenidos. En la clase se siente un ser automatizado que tiene que seguir las tediosas programaciones, siempre en clave de textos escritos y actividades dirigidas por los profesores que subordinan su yo a reglas estandarizadas.
Me siento un fantasma de la modernidad que se hace presente en las aulas, para imponerme sobre los seres postmediáticos de la generación me. Así, vivo un tiempo distinto al de los habitantes que se concentran en ese espacio. Como ellos son translocales, esperan la pausa o conclusión para volver a su mundo digital vivido, para regresar después a otra secuencia académica. De ahí la vitalidad de los pasillos, que albergan microgrupos unidos por relaciones amistosas cara a cara y extraños seres que siempre conectan con su micromundo.
Entretanto, el tiempo programado para su inserción laboral se alarga y se descompone en varias fases. Pero eso no afecta a los habitantes transitorios de las aulas que siguen conectados con su mundo 24x24 horas, sólo interrumpidos en tiempos de pausa en la conexión eterna, como son los de las aulas. Así, ajenos a la polis que vivo y reconozco, no son afectados por el estatuto social que les han asignado, que los convierte en personas en espera sin fin.
¿El no diálogo? Qué horror, no?
ResponderEliminarSaludos, Carlos.
Profesor de historia de un IES.
Gracias Carlos por tu perplejidad.
ResponderEliminarDiálogo es un concepto que implica una voluntad de dos partes. Es difícil en una realidad por la que transitan los estudiantes antes y después de conectarse con sus mundos. La clave de mi post es la afirmación de que pueden reconstituir la polis sobre su micromundo personal. Así se debilita lo social general. Ni siquiera se sienten atraidos por sus propios intereses colectivos.
En un descentramiento de tal magnitud es difícil reconstituir cualquier diálogo que no sea una ficción.
Saludos cordiales
Sigo desde hace tiempo sus escritos (debo reconocer que a veces incomprensibles para mí) y aunque no soy universitario, la calidad de lo que leo me empuja a buscar similitudes en mi vida laboral.
ResponderEliminarNo hace tantos años que el tiempo de descanso de los operarios en su espacio reservado para tal fin, era un lugar donde la conversación fluía entre todos los sentidos. Supongo que el fondo (y las formas) era lo de menos, lo importante en realidad es que todos participaban de una especie de socialización (no sé si es correcto decirlo así)donde la resultante devenía en nuevas amistades y nuevas simpatías (incluso lo contrario). Hoy esto se ha perdido, la invasión de móviles y tabletas ha invadido el espacio de la conversación, de los chistes, de las novedades del fútbol y de tantas cosas que se ha llegado al punto donde hay un número de personas en silencio y donde dicho silencio sólo es roto por los sonidos electrónicos de sus aparatos. A veces veo a mis compañeros en esta situación y debo reconocer que asisto a una mala representación cómica de personas interconectadas, informadas, electrificadas y...mudas.
Gracias María por un comentario tan atinado. En el post no he querido descalificar el mundo social vivido por los conectados a las pantallas móviles. Este es vibrante y permite a cada persona emitir mensajes y contenidos. Lo que quería apuntar es que los códigos son incompatibles con los del sistema universitario que se funda en el texto escrito. La presencia de ambos es explosiva. Por eso creo entender tu comentario y ratificar que también en el aula la conversación ha disminuido. Desde hace tiempo sólo veo reir a muchas personas frente a su móvil. Pero en el mundo físico no sólo son mudos, como bien señalas, sino que están extrañamente ausentes.
ResponderEliminarSaludos cordiales
El problema de las aulas es que el aprendizaje necesita cada vez menos de la enseñanza, o más en concreto del sistema universitario. Puede ser útil para mantener a un personal con sus clientes, editoriales, empresas, administraciones locales,... pero ya no es imprescindible. O puede ser imprescindible por otros motivos como la expedición de títulos, pero ya no para el aprendizaje.
ResponderEliminarDesde los mov. soc. críticos de los sesenta y con el desarrollo de las tecnologías y de las redes, se libera de nuevo la institución y entra en crisis. Los códigos son diferentes, o queremos que sean diferentes, pero ante todo no queremos estudiar lo que se nos dice y cómo se nos dice.
Gracias, A.