Presentación
PRESENTACIÓN Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
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Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog. |
miércoles, 27 de mayo de 2015
MEMORIAS DE LA EXTRAVAGANCIA. EN LA EASP. POR TREINTA Y SIETE EUROS
En mi post anterior conté mi llegada a la EASP y mi salida de la misma, después de dos intensos años como profesor a dedicación completa. La decisión de pasar a la universidad no fue bien aceptada, pero me siguieron invitando como profesor asociado. Seguí impartiendo clases y las relaciones con la gente de la escuela siempre fueron buenas. Quedó una herida simbólica, característica de las organizaciones, que se hacía manifiesta en señales difusas. En mis tránsitos por los pasillos en los días de las clases podía percibir, mediante algunos detalles, mi condición de emigrado.
Pero en los años siguientes seguí ejerciendo como profesor asociado, participando en múltiples cursos, congresos, jornadas y hasta en algún seminario especial. La verdad es que me trataban, en general, con afecto y respeto. Pero además, integraban en el esquema compartido de la institución, algunas de mis aportaciones. Esta es una cuestión poco frecuente en las organizaciones productoras de conocimiento en España. Tanto en las presentaciones como en las relaciones cotidianas siempre me sentí reconocido en la escuela. En esta cuestión se puede identificar alguna excepción, que no altera la regla.
Este reconocimiento se revaloriza, en tanto que las trayectorias de la institución y la mía personal, fueron manifiestamente divergentes. En tanto que la escuela, después del informe Abril del 91, se reconvirtió al nuevo management público emergente, con una energía propia de los conversos, mi posición personal fue evolucionando en el sentido contrario. Este desencuentro no tuvo consecuencias en nuestra relación, aún a pesar de que siempre expresaba sin reservas mis posiciones críticas. Ciertamente, en estos años existían múltiples ambigüedades en los procesos ubicados en el espacio entre las dos reformas, la salubrista menguante y la gerencialista-neoliberal emergente. Esto facilitó que mis posiciones fueran leídas e interpretadas desde distintos sistemas de significación.
Pero la libertad de expresión que pude disfrutar en esos años fue insólita. Recuerdo unas jornadas sobre participación, en las que discutí públicamente con una alta autoridad de la conserjería, llegando a ridiculizar sus posiciones, lo que provocaba risas en la sala. Para mucha gente era un espectáculo insólito que alguien replicase públicamente a una autoridad, cosa tan inhabitual en el postfranquismo en España y en Andalucía. En otras jornadas interpelé a Carmen Martínez Aguayo, que entonces era la todopoderosa directora del SAS. Recuerdo que no encajó bien mi crítica y aludió a las encuestas como argumento para refutar mi posición. Carmen se encontraba encerrada en el opaco mundo de las unidades muestrales. Su salto a la conserjería de economía, donde contaba dineros, también inerte como el material de las encuestas, provocó un desenlace fatal. También interpelé públicamente a un gurú de la innovación empresarial y a algún gestor que acudía allí cargado de profetismo neoliberal.
Una vez fui interpelado en términos desmesurados por una alumna. Tras la discusión algunos participantes en el curso me informaron de que se trataba de la esposa de un importante senador del psoe. Su condición de “propietaria” del sistema público había activado sus defensas ante un insolente empleado. Pero nunca jamás nadie me envió ningún mensaje de reproche, aunque a ese curso no me volvieron a invitar. Mi licencia para criticar resultó incólume, aunque se fue erosionando con el paso del tiempo, reduciendo mi presencia como profesor. En mis intervenciones en los programas de formación con los funcionarios de la OPS llegué a una metacomunicación insólita, en tanto que intuían que lo que les mostraban sobre el sistema andaluz tenía algunos condimentos de fantasía, que confirmaban con regocijo en mi sesión.
Durante varios años impartí clases de culturas organizacionales en distintos cursos. Esta actividad, en la que se proponía un cambio cultural, desde las culturas profesionales médicas y enfermeras, hacia las culturas gerenciales, propició mi propia transformación. Ahí fue donde pude comprender la significación autoritaria del modelo de la nueva empresa y la naturaleza de la versión del management que se ofrecía. Mi proceso de reconversión se inició en las reflexiones en este campo. Así, terminé cambiando de bando. En 1983 fui contratado para asaltar la fortaleza médica y en los mediados de los noventa comprendí, al final de mi tesis, la naturaleza del proyecto de los asaltantes, que no consistía en una racionalización del sistema, sino una cosa bien distinta.
He resaltado un aspecto fundamental, como es la tolerancia que en la escuela han tenido siempre conmigo, así como las distintas lecturas que se hacían respecto a mi posición. Pero, con el paso del tiempo, mis clases se fueron renovando y desarrollando en distintas direcciones. También se hicieron más sólidas. Pero en la escuela no se percibían estos cambios, de modo que me invitaban concediéndome un estatuto de carta blanca, en tanto que ignoraban mi evolución. Así se producían situaciones confusas. Algunos directores de los cursos adoptaban posiciones propias de los managers sanitarios, tan ligeros de equipaje como las ideas en que se sustentaban. Así, mi intervención se ubicaba en un campo de invisibilidad para ellos, aunque no para los alumnos. En ocasiones se originaba un pequeño shock entre los participantes.
Voy a ilustrarlo con una anécdota. En uno de los cursos experto de calidad, fui invitado a una sesión para exponer mi posición respecto a los pacientes, clientes en la jerga del curso, y la asistencia sanitaria. Este es un tema que conozco bien y del que he elaborado un producto artesanal que es muy bien valorado por los profesionales, sobre todo de los que tienen experiencia de consulta. Este producto es una síntesis de elementos procedentes de la antropología de la salud, de la etnometodología, de distintas sociologías de la vida cotidiana, de otras fuentes diversas y de mis propias experiencias como paciente y como profesional presente en los servicios sanitarios durante varios años. Pues bien, en el curso mi sesión era por la mañana. Después, en la sesión de tarde, comparecían dos expertos sobre satisfacción y calidad, que desarrollaban un menú acerca de mediciones, escalas y herramientas varias, todo sobre un fondo de tautologías gobernadas por el supuesto de que el paciente es una realidad estadística sobre la que se sustentan múltiples ecuaciones.
En la sesión de mañana se estableció una conexión fantástica con el grupo. Quedaron fascinados con las regiones de Goffmann, con lo oculto y lo manifiesto en la relación asistencial, con los procesos de configuración social de los horizontes compartidos de espera, las relaciones de sus expectativas con otras esferas de la vida, así como con todos los conceptos que desfilaron por allí. Algunos narraron experiencias que avalaban los conceptos, o expresaban dudas u objeciones. Otros protestaban porque les había roto sus esquemas. En fin, fue fantástica la química que se generó, como ocurrió en la mayoría de estos cursos. Al concluir me preguntaron si iba a volver por allí.
Esa noche fui con Carmen y Ana a tomar una cerveza por Plaza Nueva. Allí estaban los profesionales del curso en una terraza. Compartimos una cervecita y me dijeron que se habían quedado muy impactados y estaban metabolizando la sesión de la mañana. Tenían la impresión de que existía una fractura entre las dos sesiones. Pero el problema era de dirección docente, porque no se sabía muy bien cuál era el contenido de mi intervención. En un contexto de adoctrinamiento gerencial, como era la mayoría de la actividad de la escuela en los últimos años, mi intervención era explosiva, pero pasaba desapercibida para la mayor parte de los directores.
No obstante, con el paso de los años mi situación como profesor era extraña a la lógica de las actividades docentes. Me constituía en un injerto exótico. Recuerdo en el máster de salud pública a una socióloga boliviana, que explotó en la clase y me preguntó acerca de cuándo iba a aparecer algún elemento contrahegemónico. No existía la posibilidad de tal en un contexto en el que la hegemonía de las versiones organizativas de la reforma neoliberal eran tan incuestionables. Después del 15m aparecieron señales dentro de la escuela de introducción de otros discursos extraños, que portaban algunos médicos críticos procedentes del nuevo ciclo.
En el contexto de una desconexión creciente, así como la normalización de la reforma gerencialista-neoliberal, que produce contingentes de profesionales-alumnos cuyo objetivo es integrarse en el orden asistencial sin pretensión de modificarlo, mi aportación se disuelve inevitablemente. Así se abre un ciclo menguante que anuncia el final. En las organizaciones reguladas por la nueva gestión, el final se produce mediante la extinción de la relación, que cancela cualquier tiempo pasado. Así, el profesional extinguido es despojado de cualquier valor que no pueda tener el atributo del presente. La extinción significa borrar la historia previa cuyo valor es cero. He sido testigo de ese final de algunos colegas convertidos en recursos humanos considerados inservibles.
Por esta razón, era muy importante para mí salir de la escuela por mi propio pie, sin tener que vivir la humillación de ser desplazado al cuarto de los trastos inservibles. Pensé en utilizar el concepto proveniente del discurso feminista de “desanudarme” lentamente. Comencé a seleccionar entre las ofertas que recibía y a rechazar algunas. Pero, al final, no pude evitar la humillación gerencial propia de esta época de organizaciones congeladas.
Hace dos años me invitaron a la clausura del máster de Economía de la Salud. Se trataba de la última sesión, en donde compartía mesa con un representante de la administración y los dos secretarios de los sindicatos ccoo y ugt. Acepté la invitación porque es de los mejores cursos de la easp y nunca me habían invitado. Así, una lluviosa tarde comparecí en la sesión. Mi visión con respecto a las organizaciones sanitarias es diferente a las de los economistas. Tenía ganas de participar en este curso. Entonces, en mi exposición, planteé una metáfora arriesgada, y cuando agradecí la invitación, aludí a que quería participar en el curso. La forma de expresarlo fue ”quiero participar pero en lo de pago”. Me refería a la actividad del curso en la que tuviera oportunidad de conversar sobre organizaciones en alguno de los módulos.
La sesión salió bien. Entonces, dos meses después, la persona que me había invitado, perteneciente al núcleo duro de la gestión de la escuela, me remitió un cheque por treinta y siete euros. El sentimiento de humillación fue manifiesto. No había error, sino que se hacía patente un poder que se funda en la arrogancia y el desprecio a los profesionales. Era la enésima versión en mi vida de la presencia de un poder que te recuerda que no eres nadie ni nada. Esa fue la señal de mi salida de la escuela. Carmen me había advertido años antes de que debía dejarlo antes de que me pudieran atropellar, puesto que llevaba muchos años criticando al arrogante poder político-gerencial imperante en Andalucía.
En cualquier caso, no estuvo mal puesto que me facilitó salir por mi propio pie. He dicho no a invitaciones a congresos, actividades y cursos. Hace dos años desanudé uno de los últimos vínculos y le dije no al querido Natxo Oleaga para el módulo I del máster. Pero le dije sí a Sergio Minué. Este último año le dije no también a Sergio, y salí por mi propio pie después de veintiséis años. Así, he podido recuperarme ante mí mismo, mirándome en mi espejo interior con mis cualidades y debilidades, pero como un profesional y una persona, no como un recurso humano intangible que se disipa cuando es considerado desechable. Estoy orgulloso de haber superado en esta ocasión a las fuerzas sistémicas de la gestión. También me divierte constatar que ahora, que es cuando mejor me encuentro, en cuanto a lo que puedo aportar, es cuando no me requieren.
He salido varias veces victorioso, siempre sobre mis pies. Me gusta decir a los alumnos que en España lo más importante es los pies, que hacen posible la salida rápida. Por eso agradezco esos treinta y siete euros, en tanto que fueron la señal para comprender que mi tiempo había acabado allí. Gracias. Y un fuerte abrazo a toda esa querida gente que habita la escuela, sobre la que escribiré la próxima semana. También a todos los extinguidos-desaparecidos de la memoria gerencial, con los que he coincidido en estas tierras. De momento sirva como entremés la imagen institucional que acompaña este post, que ilustra el cambio operado con respecto a la imagen anterior, la del origen.
miércoles, 20 de mayo de 2015
MANIFIESTO CONTRA LA PRECARIEDAD DE LOS PROFESIONALES SANITARIOS
Un grupo de profesionales de atención primaria hacen público este manifiesto contra la precariedad. En el proceso de elaboración del mismo he podido leer algunos testimonios de historias profesionales insólitas, que me han conmovido. Parece como si hubiera una guerra planificada contra la inteligencia y la cualificación profesional. Personas que se preparan durante muchos años superando distintas pruebas son tratadas como piezas intercambiables de un dispositivo de atención sanitaria menguante. Esta sí que es una causa en la que me siento bien, porque el sistema público sanitario es lo mejor del potfranquismo. En él muchas personas han experimentado la ciudadanía.
viernes, 15 de mayo de 2015
LA UNIVERSIDAD Y LA DEMOCRACIA CENSITARIA
Recuerdo las últimas elecciones a rector, que eran las primeras en las que los estudiantes podían votar. Ello suscitó alguna actividad de campaña electoral, en la que el candidato perdedor, un catedrático de medicina, regalaba pendrives a los asistentes a sus reuniones, así como otros objetos. Recuerdo el impacto que me causó una reunión en la que se trataba a los estudiantes como a verdaderos imbéciles, con la complicidad activa de estos. Después de las elecciones, el vacío espectral que caracteriza a la universidad ocupó de nuevo los pasillos y las aulas. La distancia existente entre la ley y la realidad adquiere proporciones insólitas.
Estas derivas electorales me remiten inevitablemente a mi infancia, donde también había elecciones entre los célebres “tercios del franquismo”, en los que se podía votar a candidatos idénticos. El pasado se encuentra sumergido pero termina por comparecer en la superficie de modo inesperado. Me produce una sensación de inquietud que proliferen votaciones en las que el desinterés de los votantes sea manifiesto. Las elecciones generales, autonómicas o municipales todavía retienen un cierto sentido del juego, pero por debajo de ellas, las distintas votaciones se producen con un grado cero de energía.
Pero estas elecciones sí tienen interés para algunos universitarios. En los centros, los departamentos y los grupos de investigación, se sigue atentamente la situación, en tanto que esta afecta a los intereses de los proyectos y las financiaciones. Así se conforma un campo formado por el sumatorio de los grupos de interés involucrados, que entienden la elección del nuevo rector como una oportunidad de promoción de sus intereses, o bien como una amenaza a los mismos. Así, la actividad de campaña descansa sobre las reuniones de los candidatos con los departamentos o centros, y también con los sindicatos del PAS y las asociaciones de estudiantes.
El efecto de esta situación es la conformación de una sociedad universitaria que tiene cierto poder de influir en la elección, en la aplicación de las políticas universitarias, así como en la toma de decisiones respecto a la distribución de los recursos. Son los múltiples intereses desiguales y fragmentados ubicados en las titulaciones y los proyectos de investigación. Los grupos de profesores que los detentan, ejercen el monopolio de las voces que escuchan los candidatos. Por el contrario, los profesores que se encuentran en una posición precaria, guardan silencio y se adhieren a la voz producida por sus departamentos. Así, se conforma algo parecido a una democracia censitaria, que se hace visible en las campañas y en el claustro. En estas actividades se involucran los niveles superiores jerárquicos de los departamentos.
En el caso del PAS, se participa mediante el modelo sindical convencional. Los estudiantes se implican por medio de asociaciones muy minoritarias y aisladas de las aulas, que responden, en general, a una pilarización política manifiesta. Así, muchas de las asociaciones se encuentran vinculadas a los grandes pilares sobre los que descansa la democracia representativa: los partidos políticos. De este modo, la acción de los estudiantes no sólo es minoritaria, sino que tiende a dividir la cohesión del colectivo, haciendo casi imposible la unidad, en tanto que las comunicaciones y las acciones siguen la lógica de los campos políticos de adscripción de las asociaciones.
Fui claustral en los años noventa y recuerdo cómo esta instancia albergaba los múltiples departamentos y grandes coaliciones. De ellos resultaba una lógica de los intereses, que en ocasiones se intercalaba con la lógica de campo político. En algunos casos ambas chocaban y se desarrollaban pequeñas crisis y conflictos en los que el equipo rectoral tenía que mediar. El resultado era paradójico, en tanto que las coaliciones de intereses eran manifiestamente opacas y sólo se evidenciaban en las intervenciones anteriores a las votaciones. Así se conformaba una instancia completamente alejada de la transparencia, en la que una parte de su acción se encontraba sumergida. En varias ocasiones me encontré en situaciones en las que ignoraba el fondo de la cuestión acerca de lo que se estaba dilucidando, no estando seguro de la verdadera significación de la votación. Como soy sociólogo me busqué varios “traductores” que me informaban acerca de las cuestiones. Así el claustro adquiría la forma de una extraña corte, sólo descifrable desde su interior.
En los últimos quince años se ha intensificado la precarización de los profesores e investigadores. Han aparecido distintas categorías de contratados, subcontratados, así como becarios de varias clases que pueblan los departamentos, desempeñando un gran peso en la docencia y funciones de apoyo a la investigación básica. Estos contingentes de profesores contratados son severamente desprofesionalizados y proletarizados, y, aún a pesar de su relevante papel, se encuentran atomizados en los departamentos, sin vínculos entre ellos y en espera de una salida esperanzada. Así, sus intereses no se encuentran presentes en las instancias organizativas ni en los discursos. Se trata de un verdadero ejército de reserva circulante sin voz.
Sus condiciones de trabajo son lamentables, así como sus salarios. La gran mayoría no llega a cobrar 700 euros, y, en algunos casos, como el de la universidad de Almería, que es la más modernizada en este sentido, no llegan a los 600 euros. Recuerdo que en mi extinta clase de sociología de los movimientos sociales, en la que hacíamos sesiones con portavoces y activistas de distintos movimientos vivos. Pasaron por allí muchos de los mismos, algunos constituían verdaderas causas perdidas. Pues bien, el que más me impresionó fue el de una asociación de investigadores precarios. Sus condiciones laborales y vitales eran terribles. Me hizo pensar en la persistencia histórica de la situación de los maestros y los profesores, estigmatizados por las élites de poder españolas, que ha sobrevivido a las distintas modernizaciones con otras máscaras.
Entonces, en las campañas para la elección del rector, comparecen los grandes intereses fragmentados que se hacen presentes mediante las voces de sus ilustres representantes. Así se conforma un campo múltiple de negociaciones y propuestas en torno a los intereses y sus equilibrios. Pero los profesores e investigadores múltiples, precarizados y almacenados en los departamentos, víctimas de los recortes y de los sentidos organizadores de la reforma neoliberal de la universidad, no pueden hacer oír su voz ni visibilizar su situación. Así se conforma una democracia censitaria imperfecta, al estilo de las elecciones realizadas en un colegio profesional u otras situaciones semejantes. Los proletarizados son añadidos a la categoría de los profesores, siendo así denegada su especificidad. Tienen derecho formal a sufragio pero no a hacerse presentes en las comunicaciones de la campaña.
Lo mismo los estudiantes, severamente penalizados por la estructuración de los contenidos docentes, que resultan de operaciones de distribución entre disciplinas ajenas a los mercados de trabajo. También pueden ser víctimas de falsas prácticas, corriendo el riesgo de ser utilizados en el espacio-magma resultante de la reforma, en la que se configura un sistema de relaciones entre las empresas, las instituciones de investigación y las universidades, que aportan mano de obra barata o gratuita. En este espacio creciente se producen múltiples situaciones que aquí denominaré piadosamente como “grises”, en las que el estatuto de aprendiz se debilita a favor del de trabajador.
En tanto que en el interior de esta institución-fortaleza se dirime la elección del rector, se produce una selección arbitraria del entorno. Se considera que este está compuesto por las empresas con las que se intercambia los productos dotados de un valor económico. También por las instituciones políticas, que en esta época controlan los procesos productivos desde las conserjerías de innovación. El resto del entorno se difumina en estas campañas. La universidad entendida como un mecanismo de calificación de mano de obra y producción de conocimiento se desentiende de las desigualdades sociales crecientes, de los distintos problemas sociales y lados oscuros del presente. Así se refuerza como un extraño recinto amurallado ajeno a las dinámicas sociales.
El aspecto más paradójico radica en que, en España, después de los sucesivos ciclos y etapas, persiste un elemento incuestionable. Este es que siempre concurre alguna opción peor, de modo que muchas gentes terminan por acudir a las urnas, incluso en una elección censitaria. Su voto sin convicción, significa contribuir a paliar una catástrofe derivada de la opción peor. Soy sociólogo y ya tan mayor, pero no termino de liberarme del viejo poder de las aristocracias españolas, ahora predominantemente financieras, que se hacen presentes en todas las elecciones con el espíritu incólume de su pasado.
No obstante, mi situación es privilegiada con respecto a los que no están presentes de facto, los precarizados, los proletarizados, los desprofesionalizados y los estudiantes en tránsito. Así la universidad se integra en su entorno mediante la producción de su propia su propia dualización, que entre las tinieblas existentes en sus recintos, se hace manifiesta. No se puede ocultar a “los otros”, resultantes de la reforma neoliberal y que pueblan todos los departamentos.
domingo, 10 de mayo de 2015
MEMORIAS DE LA EXTRAVAGANCIA: EN LA EASP: MATCH POINT
Soy un autodidacta completo. En los primeros años de universitario acudí a las clases. Pude disfrutar de algunos profesores excelentes, entre ellos Sampedro, Anes, Rodríguez Aramberri y otros. Después, mi activismo y militancia desplazó a la actividad académica. Esta se detuvo durante varios cursos por la convulsión de esos tiempos y de mi vida militante. Tras varios años de dedicación total a la actividad política, cuando abandoné el partido comunista, retomé la carrera. Pero no pude dedicarme exclusivamente a los estudios. Preparaba los exámenes como libre no asistente. Ni siquiera en eso llegué a ser alumno oficial.
Cuando obtuve la licenciatura estaba ejerciendo en Santander en un despacho con otros colegas, haciendo estudios sociológicos, principalmente de urbanismo; escribiendo en los periódicos locales para ganar unos chavicos y haciendo chapuzas cognitivas de sobrevivencia. Con el título recién estrenado fui contratado como profesor en dos centros privados. Uno era una escuela de trabajo social y otro de graduados sociales. Mis actividades fueron incrementándose en aquellos primeros años ochenta, en los que aparecieron oportunidades para la sociología, después de su relegación total en el franquismo.
En 1983 fui contratado en el INSALUD de Cantabria como sociólogo, como técnico de gestión. En una situación tan abierta como aquella pude hacer muchas cosas. Mi presencia en este campo incrementó la docencia. Fui contratado como profesor en la escuela de enfermería de Valdecilla. Así se diversificó mi actividad docente mediante múltiples cursos para distintas instituciones. Recuerdo con nostalgia los cursos de comunicación y los de sociología de la salud en la escuela de enfermeras. Las expectativas y las energías que se producían allí eran extraordinarias.
Fue precisamente en un curso de salud pública de la Universidad de Cantabria, en Laredo, en el verano de 1987, cuando conocí a Natxo Oleaga. Formaba parte de la naciente escuela andaluza de salud pública, que suscitaba muchas expectativas en los mundos profesionales de la atención primaria, la enfermería y otros. Un año antes, el INSALUD había publicado un trabajo mío, que había realizado con metodología de trabajo de campo en dos centros de salud. Era la “Operación Espejo. Informe sobre dos centros de salud”. Después de su intervención hablé con él y le pasé una copia del informe. La mañana siguiente me abordó y me dijo que lo había leído y le había gustado. Me informó del proyecto de la escuela y su decisión de incorporar algún sociólogo. Me preguntó sobre mi disponibilidad para incorporarme en Granada.
En los meses siguientes la escuela exploró el mundo de la sociología de la salud. En ese tiempo el único grupo asentado académicamente era el de Jesús de Miguel, de la Universidad de Barcelona. Además, varios sociólogos colaboraban en investigaciones, campos como el sida, las drogas, la salud mental y otros; y también en programas docentes. Pero se trataba de investigaciones discontinuas que hacían que el mercado de sociólogos fuera muy restringido y ajeno a la sociología institucionalizada en la universidad.
En el proyecto de la escuela naciente se atribuía mucha importancia a sus actividades docentes, que pretendían formar una generación de directivos en todos los niveles, que pudieran reorientar los servicios de salud, contribuyendo a la realización de la reforma sanitaria. En particular, las expectativas depositadas en la naciente atención primaria eran extraordinarias. La energía que suscitaban era muy considerable, como se corresponde con las situaciones fundantes en las organizaciones y las profesiones, que perciben el futuro como perfectible.
La decisión final fue la selección de Josep Rodríguez, de la universidad de Barcelona y miembro del equipo de investigación de Jesús de Miguel. Este era el sociólogo más sólido en este campo. Era doctor en ciencias económicas y Phd por la universidad de Yale. Había publicado su primer libro y tenía todas las condiciones para acreditarse en cualquier institución académica. Así, Pep fue invitado como docente al máster de atención primaria, para impartir un módulo de sociología durante una semana. No obstante, me contrataron para impartir dos días de sociología en el máster de dirección de hospitales. Así llegué a Granada en el mes de febrero de 1988 para participar en esa prueba, en la que me encontraba en una situación de inferioridad manifiesta frente a Pep.
En el máster de atención primaria se concentraban distintos profesionales muy valiosos y con unas expectativas sobredimensionadas. En las clases de Pep, se trataron los temas clásicos de la sociología de la salud que hacían énfasis en la enfermedad y los hospitales. La brecha entre los programas de Yale y la emergente atención primaria era insalvable. Así se generó un descontento en el grupo que desbordó a Pep, cuya experiencia docente remitía a la universidad, en donde las relaciones profesor-alumno no eran exportables a ese tiempo fundante de la escuela, en el que los alumnos tenían currículum mejores en algunos casos que las de los profesores. La movilización de las energías y las expectativas de los profesionales se estrelló contra el muro académico universitario que representaba Pep.
Por el contrario, en el curso de hospitales me fue muy bien. Mi experiencia en los años en que trabajé en el interior de los centros de salud y los hospitales, sirvió para ofrecer una versión sociológica más atractiva y útil para los participantes. Como su situación me era conocida, seleccioné lo más adecuado del arsenal de la sociología. También mi experiencia como docente en los cursos con profesionales, que habían fomentado mi capacidad de recepción de sus necesidades, así como un estilo más interactivo.
La decisión de la escuela fue contratarme a mí. De este modo tuvo lugar un acontecimiento que una de las películas de Woody Allen, Match Point, ilustra. En la vida el azar desempeña un papel determinante. En una jugada de tenis la pelota que se estrella en la red puede caer en cualquiera de los dos lados. En este caso cayó en el sitio bueno, como ha ocurrido otras veces en mi vida constituyendo una alegoría del azar. Así, una persona como yo, autodidacta, carente de una formación postgrado reglada, alcanzó una posición que en condiciones normales hubiera sido inasequible
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Pero como el azar sigue caminos inesperados, mi aterrizaje en Granada constituyó una jugada de billar a tres bandas asombrosa. La carambola consistió en que ese año se estrenaba una facultad de sociología, la primera, como gustan decir por aquí, en el sur de Europa. Jesús de Miguel, con el que tenía buena relación, me avaló para ser contratado como profesor en dicha facultad. Jesús estaba deseando que saliera de la escuela y me ubicase en el espacio universitario, en el que mi control era más factible. Pero, más bolas blancas para combinar con la roja, el grupo de dirección de hospitales al que impartí la clase con buen resultado, resultó ser el núcleo directivo de la conserjería de salud y del SAS en los años siguientes. De modo que mi reputación experimentó un ascenso meteórico, determinado por la combinación de circunstancias, pues en España raramente la buena reputación se revisa. Mi capital social profesional se multiplicó en ese asombroso e inesperado 1988.
La llegada definitiva fue el mes de septiembre. Estuve durante dos años fantásticos como profesor a tiempo completo. En la escuela se vivía un tiempo fundante abierto al futuro. Todas las actividades estaban impregnadas de una gran energía. Se descubrían nuevas disciplinas, autores o experiencias, que eran recepcionadas con grandes componentes de ilusión. Los vaticinios y pronósticos acerca del futuro se encontraban sobredimensionados. La conferencia de Alma Ata o la carta de Otawa se entendían como misiones proféticas. Recuerdo los excesos discursivos respecto al programa de la OMS de ciudades saludables, que se entendía en términos casi místicos.
El descentramiento era muy acentuado. En el imaginario constituido en este tiempo, los servicios de salud se encontraban desplazados en una sociedad donde la salud era el centro, y el estado era reconstituido imaginariamente sobre la base de los consejos de salud de zona, área, provincia y así hasta el consejo de salud central. Pero estos excesos discursivos se contraponían con la presencia de los portavoces de las especialidades médicas, que portaban discursos tradicionales. Así se configuraban las dos almas de la escuela. Con el paso del tiempo, el estado y el mercado se hicieron presentes con todo su esplendor.
Entre todas las actividades que desempeñé, recuerdo los cursos de gestión de jefes de servicios de hospital, en los que impartía un día de sociología. Siempre iba tras el día de economía que impartía Pepe Martín, un formidable economista y docente, forjado en la convergencia entre los rigores de la economía de la salud académica y los despachos de los administradores y jefas de enfermería de esos años, lo que le proporcionaba una perspectiva muy sólida, que le hacía posible “oler” las organizaciones sanitarias. La asertividad de Pepe determinaba que mi sesión de sociología se produjese en un ambiente de crisis cultural producida por su intervención. Fue una experiencia formidable, que me ayudó a entender los misterios de las culturas organizacionales y me restituía mi verdadera identidad en las evaluaciones, siempre inevitablemente a la zaga de Pepe.
También los máster de ese año, en el que muchos alumnos eran formidables y los contenidos estaban ensamblados. Recuerdo las conversaciones con Natxo Oleaga en las que desplegaba en una pizarra los contenidos de un módulo y ubicaba en el esquema mi intervención, con la inteligencia sintética que le caracteriza y que tanto celebro. En estos años impartí dos cursos diseñados por mí. Uno fue para los servicios de atención al paciente. Fue increíble la dinámica que se generó. No tenía ninguna restricción en la configuración de las actividades. Así pude hacer una sesión memorable, en la que pacté con dos gerentes de hospital un encuentro con los responsables de los servicios en el que se hablase cara a cara lo que verdaderamente pensaban. Fue fantástico. No olvidaré nunca el afecto con que me despidieron. Como ya entonces criticaba a los gerentes, me regalaron una silla de esas de director de cine firmada por todos. La entrega se hizo con una puesta en escena y unas densidades emocionales que sólo los andaluces pueden hacer. También el curso de participación comunitaria, en el que se creó un clima de grupo fantástico. Algunas sesiones alcanzaron intensidades insólitas. Pude hacer manifiesto mi distanciamiento explícito con la conserjería en este asunto. Eran tiempos singulares, que hoy serían inverosímiles.
Dos años después de llegar tuve que optar y me inscribí en los cursos de doctorado, requisito esencial para mi tránsito a la universidad. Mi decisión fue mal aceptada por la escuela y ahondó una crisis latente. Uno de los problemas específicos de esta organización es la ausencia de jerarquías académicas. Pero esto no significa que no hubiera jerarquías. En octubre de 1990 pasé a la universidad como profesor asociado. La escuela trató de disuadirme mediante la negociación con uno de sus directivos, que era un médico de familia de la primera generación que se encontraba empachado de los manuales de administración de empresas de la época. El revuelto de Elton Mayo, Maslow, Peter Drucker y otros tenía efectos nefastos sobre la primera generación de directivos. No comprendía bien mi decisión, en tanto que mi salario iba a ser muy inferior.
Así terminé mi relación a tiempo completo con la escuela. En los años siguientes seguí colaborando como profesor asociado hasta el año pasado. Desde la perspectiva actual, pienso que mi decisión fue correcta, en tanto que la relativa autonomía de aquellos tiempos iniciales fue concluyendo, de modo que el proyecto fue neutralizado por un poder político colonizador de cualquier sociedad civil posible. He podido ser espectador del abrazo fatal de este poder a la escuela, reconvirtiéndola en un proyecto subordinado a un gobierno cuya acción sólo tiene un tiempo y un sentido: las elecciones próximas. Así, mis colegas que criticaban mi paso a la universidad y me reprochaban la funcionarización, han sido convertidos con los años en empleados. En los próximos post contaré mi interpretación del devenir de la escuela, tan lejana a los anhelos fundacionales.
He dicho que soy autodidacta integral. Así he sido privado de los beneficios de una buena formación de tercer ciclo. Pero he podido ser independiente hasta hoy. La independencia en un atributo fundamental. Todos los héroes que pueblan las páginas de este blog –Gérvas, Ibáñez, Manzano, Ibarrondo y otros- son independientes. No es casualidad. No hay creación de conocimiento sin autonomía e independencia. Los poderes establecidos imponen definiciones de las situaciones que constriñen el pensamiento.
Mi presencia en la escuela me ha ayudado a elaborar mi tesis doctoral. En estos primeros años llegan todos los elementos que configuran la reforma salubrista. La sombra de los salubristas latinoamericanos; de la atención primaria en versión OMS-OPS; los textos de las interpretaciones de la promoción de la salud, la planificación, la participación, las atribuciones míticas a la educación de la salud. Después del Informe Abril de 1991, empiezan a hacerse patentes los ingredientes de la gran reestructuración neoliberal. La vieja dirección de las organizaciones sanitarias cede el paso a la nueva institución-gestión. La escuela transita hacia una versión dulce de una escuela de negocios sanitaria. La OMS se reconfigura como una institución del gobierno del nuevo sistema-mundo, definido por el poder de las corporaciones empresariales y financieras. Seguirá.
domingo, 3 de mayo de 2015
LAS AULAS ENTRE LAS TRANSICIONES GENERACIONALES
En los primeros años de mi desempeño docente mis alumnos de la generación X se tomaban sus distancias en coherencia con el papel relegado que les esperaba más allá de la universidad. Algunos pudieron acceder a la reproducción de profesores, cuadros y profesionales, pero otros muchos se diseminaron en otras direcciones subalternas. La distancia entre el mundo vivido en los media de la época y la vida académica era todavía manejable. Eran habitantes de mundos en los que la imagen hacía acto de presencia impetuosamente, pero con un grado de compatibilidad con lo escrito razonable. Así, en las noches podían atravesar el Misisipi de Pepe Navarro para recuperarse el día siguiente como lectores de textos escritos.
En los años siguientes, se aceleraron los cambios tecnológicos y sociales, que se sucedieron con la generalización de internet y el incremento de redes mediáticas. La distancia entre las aulas y los mundos de la comunicación mediática aumentaron. Una institución cuya matriz es el texto escrito, comenzó su lento declive. Así, los estudiantes fueron inscribiéndose en los modelos de vida que se entienden como la generación Y. La vida cotidiana es revalorizada, siendo un ámbito que registra el impacto de las novedades. El fin de semana amplía su tiempo y recorta la semana académica, instaurando una frontera originaria que no ha dejado de fortificarse.
En esos años de fin de siglo, se generaliza el teléfono móvil, que se configura como un intermediario entre los mundos vividos. Pero, en tanto que internet permite a los estudiantes de la época viajar a otros mundos, haciendo dominantes los contenidos de la comunicación digital sobre las rezagadas aulas, el bloqueo profesional para esta generación es manifiesto. La vida académica permanece fiel a sus códigos de origen a pesar de que el macrocambio llega a las aulas mediante la presencia de ordenadores y la generalización del power point. Pero estas novedades son absorbidas por los profesores, cuyas presentaciones mantienen en esos tiempos la estructura de los textos, aliviados ahora con alguna imagen. Pero la relación sigue siendo manifiestamente unidireccional.
La explosión de la web 2.0 acelera los cambios, recombinándolos e intensificándolos. En los diez últimos años la distancia entre el mundo digital de la web social y las aulas ha devenido en un verdadero abismo. El teléfono móvil de los noventa se ha convertido en una plataforma audiovisual móvil, que integra el viejo teléfono con una proliferación de servicios y aplicaciones, que suponen una multiplicación de actividades en los que el usuario puede crear contenidos. El salto de la 2.0 implica la configuración de un mundo inmenso de contenidos accesibles para el deslocalizado consumidor.
Este cambio implica la configuración de una sociedad postmediática muy vigorosa que remodela todo lo social y las instituciones, haciendo definitivamente hegemónica la imagen. En este nuevo mundo, una organización como la universidad se encuentra sometida a tensiones de gran alcance, en tanto que, a pesar de los cambios diseñados para ajustarse a la nueva realidad, mantiene su matriz institucional: hegemonía texto escrito que determina la preponderancia de leer y escribir; el trabajo individual; el estatuto del estudiante como un ser dirigido, receptor de contenidos, con poco margen de autonomía; la ausencia de emociones y las relaciones impersonales regladas burocráticamente; la dificultad de modificar los métodos de trabajo; la dispersión disciplinar; la lentitud de los cambios y el blindaje con respecto al entorno.
El mundo vivido por los estudiantes es manifiestamente escindido. De un lado, su mundo personal en la web social, en el que establece un sistema de relaciones sociales que se activa en todos los tiempos y con independencia de la ubicación espacial; desarrolla actividades de consumidor de contenidos preferentemente audiovisuales; vive en las redes sociales situaciones cuyas intensidades comunicativas vienen y van, conformando un mundo vibrante; puede ser editor de mensajes y contenidos, y experimenta su autonomía personal mediante la selección de la información, fabricando así su distanciamiento de la polis convencional.
Por otro, su tiempo vivido en las instituciones de la familia, la educación y el trabajo, que se entienden como entornos inevitables donde se reduce lo vivido a mínimos. Regidos por otros códigos, reducen su autonomía personal, teniendo que ajustarse a las reglamentaciones que imperan en los mismos. De ahí que los pertenecientes a la generación me, se comporten como visitantes efímeros de esos mundos institucionalizados, en los que siempre están provisionalmente de paso hacia los mundos postmediáticos.
El ciclo diario que comienza en su dormitorio fortificado frente a sus próximos y abierto a su mundo personal digital; el transporte en donde ejerce su competencia de conexión sin límite; la actividad educativa, interrumpida por el retorno a su mundo personal digital; los tiempos intermedios, que también son de conexión. Así hasta la llegada de un tiempo de exploración en las múltiples fuentes mediáticas, con la excepción de sus encuentros amistosos cotidianos que refuerzan la conexión entre los móviles para compartir contenidos. También en espera de que en su mundo aparezca algún flujo viral que permita reconstituir las emociones e intensificar la comunicación en las redes.
Así, inevitablemente, el aula es el espacio donde los contingentes de la generación me experimentan una privación de su mundo, en el que reina el yo y las emociones, en el que es autor y participante de cierta comunidad que comparte contenidos. En la clase se siente un ser automatizado que tiene que seguir las tediosas programaciones, siempre en clave de textos escritos y actividades dirigidas por los profesores que subordinan su yo a reglas estandarizadas.
Me siento un fantasma de la modernidad que se hace presente en las aulas, para imponerme sobre los seres postmediáticos de la generación me. Así, vivo un tiempo distinto al de los habitantes que se concentran en ese espacio. Como ellos son translocales, esperan la pausa o conclusión para volver a su mundo digital vivido, para regresar después a otra secuencia académica. De ahí la vitalidad de los pasillos, que albergan microgrupos unidos por relaciones amistosas cara a cara y extraños seres que siempre conectan con su micromundo.
Entretanto, el tiempo programado para su inserción laboral se alarga y se descompone en varias fases. Pero eso no afecta a los habitantes transitorios de las aulas que siguen conectados con su mundo 24x24 horas, sólo interrumpidos en tiempos de pausa en la conexión eterna, como son los de las aulas. Así, ajenos a la polis que vivo y reconozco, no son afectados por el estatuto social que les han asignado, que los convierte en personas en espera sin fin.