Muchas de las actuaciones del pepé no son comprendidas en sus verdaderos sentidos. Tanto algunas de sus acciones, como comunicaciones, suscitan cadenas de perplejidades en algunos sectores bienpensantes, que entienden estas como acontecimientos puntuales sin conexión mutua. Pero, tanto los discursos como las prácticas de gobierno del pepé, responden a una lógica que presenta coherencias, tanto con su proyecto, que resulta de la adición de lo visible y lo sumergido, de lo declarado y lo oculto, pero latente, así como con la naturaleza y el devenir histórico de la sociedad española.
Esta es, en el presente, una sociedad dual, que comprende los territorios ubicados en ambos lados de una frontera, que va modificando sus formas en distintos períodos temporales. Lo que se denomina como “crisis” en los últimos años, ha mostrado la densidad y el espesor de esta frontera, desdibujada en los años felices de crecimiento y de la burbuja del cemento. Ahora comparece como una barrera económica, política, social y cultural sólida, contundente y compacta. Las acciones de gobierno del pepé se encuentran entrelazadas por ese sentido organizador. Se entiende que ahora es el tiempo de constituir y reforzar la frontera entre las distintas sociedades.
En un lado de dicha frontera se ubica el gran bloque de clases altas y medias-altas. Más allá de la misma aparecen los territorios donde se concentran las subsociedades resultantes de la descomposición de la agricultura y la industria característicos de las décadas anteriores. Son las poblaciones que rotan entre el desempleo y el empleo temporal; los sectores laborales precarizados y las poblaciones dependientes de los subsidios y la economía sumergida. También las sociedades que nacen en las nuevas condiciones, entre ellos, los jóvenes almacenados en las instituciones educativas en espera de un destino provisional, así como los prejubilados y expulsados del sistema productivo.
Aún a pesar de esta gran fractura social, las visiones prevalecientes definen la sociedad como un todo unitario y articulan discursos sobre la ficción de los derechos universales. Pero, esta definición, constituye una gran falacia. En 1960, el sociólogo norteamericano Wright Mills, que ha sido aludido en estas páginas en varias ocasiones, define, en esos años de descolonización, como “colonias interiores”, a la configuración de nuevas sociedades herederas de estructuras sociales y métodos de gobierno derivados del colonialismo. Me parece un concepto muy adecuado para comprender la dinámica de la sociedad española, su presente dual, el proyecto que la impulsa y el modelo de gobierno ejercido por el pepé.
La sociedad resultante de la suma de los empresarios, los capitales, las tecnocracias, los managers y los expertos, así como los profesionales y otros sectores aventajados, gobiernan mediante la imposición de sus intereses sobre aquellos acumulados más allá de la frontera social. De este modo se genera una estructura económica y social, así como una forma de gobierno, que tiene analogías con las sociedades postcoloniales, enunciadas como colonias internas por Mills. Se trata de un sistema colonial incompleto, en tanto que sobreviven algunos elementos universalistas, así como contrapesos. Así es posible que algunos sectores sociales adquieran la naturaleza semejante a las élites criollas de las viejas colonias, pudiendo acceder a posiciones relevantes en el mercado y en las instituciones estatales, incluso teniendo responsabilidades de gobierno, en tanto acepten la preponderancia de los intereses de las poblaciones que conforman en exclusiva la “madre patria”.
La gran crisis final del franquismo generó un período de turbulencias que hizo posible un gobierno criollo. Pero este fue restaurando gradualmente la primacía de los intereses que conforman la metrópolis histórica española. También la forma de gobierno, que suavizó los rasgos más característicos del gobierno neocolonial español. Desde entonces, se alternan gobiernos convencionales con gobiernos criollos, generando tensiones que no afectan en lo sustancial a la estructura y la frontera social que la articula. La reestructuración global refuerza las posiciones de los gobernadores de poblaciones de las colonias internas.
Al utilizar esta metáfora de las colonias interiores, quiero afirmar que existen varios supuestos fundamentales que lo avalan. Se trata de supuestos básicos tan arraigados, que no se someten a valoración, deliberación o cuestionamiento. Así se convierten en premisas que estructuran los esquemas de pensamiento. El más importante es la convicción radicalmente internalizada de la superioridad incuestionable de los poderosos. Estos piensan que el gobierno les corresponde por encima de cualquier contingencia. Así, cuando comparece un gobierno criollo, desarrollan una oposición enérgica y radical, que se sustenta en la percepción de la violación de su monopolio político, que no admite excepciones. Esta oposición tan virulenta deslegitima a las amedrantadas élites criollas. Recuerdo al nefasto ministro Barrionuevo dirigiéndose en el parlamento a la entonces minoría del pepé, con un servilismo insólito. Pero es Fabra quien sintetiza en sus antológicas intervenciones este precepto. Califica a los gobernantes criollos como “inútiles”. Así se conforma una aristocracia de gobierno que se presenta como única posibilidad de ejercicio del poder estatal. La proliferación en los discursos de las palabras “normal”, “sensato“ y “responsable”, articulan este supuesto, que descalifica cualquier oposición. Así, la legitimidad se encuentra en un territorio inaccesible para los advenedizos del más allá de la frontera, o los mismos criollos domesticados por su contundente oposición.
El segundo supuesto arraigado en el imaginario del pepé es la valoración de la población concentrada más allá de la frontera. Esta es definida por su inferioridad sustancial. Se trata de contingentes humanos que son homologados a las poblaciones colonizadas. En coherencia, se definen en términos negativos, bien por su escaso capital económico, sus carencias, su menguada autonomía y su predisposición a aprovecharse de las ayudas estatales. Los contingentes de las colonias internas son descalificados severamente en términos rigurosos: los beneficiarios del per; los hipotecados y endeudados definidos por su incapacidad; los desempleados entendidos como parásitos potenciales. Se pueden encontrar en los discursos de miembros relevantes del pepé auténticas perlas. La frase-sentencia de “habéis vivido por encima de vuestras posibilidades” es paradigmática.
En congruencia con estos supuestos el discurso del pepé sobreentiende que gobernar es un acto de ejercer el dominio sobre los habitantes de las colonias interiores. Estas son poblaciones portadoras de riesgos a las que es necesario disciplinar. Así, los tonos de las intervenciones de la señora Báñez, ajena a los sufrimientos de los precarizados y desempleados. No hay que mostrar sentimientos con estas gentes, que son entendidas como portadoras de peligros. Los discursos los homologan con el concepto universal “ciudadanos”, denegando su especificidad y sus condiciones sociales adversas. Convertidos en dígitos, sólo se hacen inteligibles adquiriendo la condición de los peores en todos los indicadores. Disueltos en la masa de la población total, desustanciados y deshumanizados en la acción de gobierno, quedan reconvertidos en una fracción de la población estigmatizada y deslegitimada.
Estos discursos amparan las líneas de gobierno que los sancionan mediante recortes severos de las prestaciones. También mediante la violencia policial y la escalada penal. Estas medidas se entienden desde el monopolio que detentan de ser la verdadera “madre patria”, que relega severamente a las poblaciones del más allá de la frontera, de las colonias internas. De este modo, los derechos universales enunciados en la constitución y las leyes, constituyen una mistificación de gran envergadura. La realidad es que estas poblaciones son privadas de su capacidad de ser autónomas. La violencia simbólica y mediática ejercida contra las organizaciones sindicales criollas, es un indicador inequívoco de la situación neocolonial.
Desde estas coordenadas puede hacerse inteligible la realidad. Las terribles descalificaciones a la oposición; el desprecio infinito de la señora Aguirre por la gente del otro lado de la frontera, desafiándola y mofándose de ella ante las cámaras; las actuaciones de la policía en la ejecución de los desahucios, encapuchados, enérgicos, carentes de un gesto de piedad hacia gentes en situaciones de inferioridad absoluta; las descalificaciones y tonos de los comunicadores de la constelación mediática del pepé; las imágenes arrogantes de Blesa, Rato, Camps, Botella y otros, sabedores de su condición especial frente a los tribunales dependientes del poder; la burla y el desprecio mediático de los preferentistas y otros colectivos penalizados, pero, sobre todo la comunicación de las decisiones de gobierno, que sancionan con tanta contundencia y crueldad a las poblaciones de más allá de la frontera.
El imaginario del pepé se funda en esta atribución de superioridad. En la convicción de la legitimidad sin contrapartidas del monopolio administrativo, económico, político, cultural, militar y mediático. Su envés es la descalificación de los habitantes de las colonias interiores, entendidos como una carga que hay que aligerar, gobernándola enérgicamente, al tiempo que vigilar efectivamente, debido a la atribución de peligrosidad. En coherencia con estas convicciones, se sobreentiende que los recursos colectivos les pertenecen en exclusiva. Así la arrogancia de Bárcenas, de Rato y sus homólogos. Carecen de cualquier sentimiento de culpa porque se han apropiado de lo que entienden que es suyo. En los discursos de sus mercenarios mediáticos se manifiesta inequívocamente. La corrupción es un efecto natural del conjunto de enunciados que conforman el imaginario del pepé. Nadie se siente obligado a dar una explicación al respecto.
Vivo cercano a algunos médicos bienintencionados que se muestran perplejos ante medidas de gobierno que suponen la negación del valor de la salud de las poblaciones de las colonias internas. Se trata de una manifestación de la superioridad metropolitana que articula la mente del partido. El caso de la hepatitis C ilustra este desprecio radical, fundado en su imaginario neocolonial, que se hace presente en numerosas ocasiones para ser ocultado para no favorecer el advenimiento de posibles gobiernos criollos.
La convicción de superioridad sin contrapartidas y desprecio a los habitantes ubicados más allá de la frontera, son escenificados por el verdadero señor X de los gobernadores de las colonias internas: Aznar. La exhibición impúdica de la relación con esta población, formulada en términos inequívocos de dominio, es su especialidad. Sus puestas en escena mediáticas constituyen un monumento icónico de la época. Es la afirmación de la frontera y del desierto más allá de la misma. Los que se encuentran al otro lado no son nadie, sólo poblaciones susceptibles de ser gobernadas y vigiladas con energía. Las colonias interiores, donde habitan los insensatos, los escasamente responsables y los que no alcanzan la condición de personas normales.
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