Entonces, el africano se detuvo y ayudó a levantar a Carmen. En un tono muy educado le preguntó por su estado y le pidió disculpas. Algunas personas presentes le insultaron pero él no se movía del lado de Carmen y reiteraba sus disculpas, preguntando qué podía hacer. A unos cien metros aparecieron dos policías municipales. Carmen se apercibió de la situación y le dijo enérgicamente que se fuese, que se encontraba bien. Le tuvimos que insistir varias veces. Él, a pesar de sus dudas, salió corriendo, desapareciendo por el entramado de callejuelas.
Su comportamiento fue maravilloso. Aceptaba haber causado un daño y se quedaba allí en espera de su veredicto, asumiendo el riesgo de ser capturado, o insultado por las gentes que activan su disposición xenófoba en estas situaciones que requieren un culpable. Mostró una educación exquisita, con un acentuado sentido de la convivencia en la calle. Supo estar en su sitio en una situación límite, en la que antepuso a su propia seguridad la reparación del daño involuntario que había causado.
Nos alivió su huida final y que no fuese capturado. He visto en varias ocasiones en las calles de Granada episodios violentos de detención de inmigrantes. Todavía, cuando estoy esperando en la estación la salida del autobús de Madrid, me altera contemplar a la policía nacional pedir la documentación a los africanos. Me parece un hecho cargado de una violencia terrible. Se trata de una discriminación que no es compatible con los derechos ni con la democracia. Es imposible vivir una sociedad escindida en dos condiciones antagónicas. La regresión social del presente contribuye a poner de manifiesto la conversión de los inmigrantes en chivos expiatorios para muchos de los perjudicados por la crisis-reestructuración, que proyectan en ellos sus sentimientos negativos y las regresiones de las menguadas inteligencias colectivas.
En varias ocasiones rememoramos este acontecimiento. Nos preguntábamos por el destino de este muchacho tan solidario y dotado de buenos sentimientos. No podíamos evitar la comparación con los papás y mamás de clase media que vienen a buscar a sus hijos a los colegios del paseo de los Basilios, donde los contemplábamos en los paseos con nuestras perras. Escenifican todos los días una guerra sin cuartel entre sus yoes, que anteponen sus intereses a los demás exhibiendo su desprecio absoluto por la cooperación. Para ellos no existe lo común, lo compartido por todos y el espacio colectivo. Son desconsiderados, aparcan sus coches sobre las aceras y son insensibles a los problemas de los otros. Cuando alguien se encuentra con alguna desventaja, es arrollado por estos hijos de la abundancia cuya individuación alcanza el éxtasis.
Ejercer la educación por parte de estos ególatras nos parecía una tarea imposible. Así los comportamientos de sus cachorros, que aprenden a discernir en el ejemplo de sus padres lo que es mío, sólo mío y nada más que mío, frente a los demás, que son entendidos como obstáculos a mis deseos e intereses. El espacio público se entiende como su extensión y su preponderancia sin límites, y aquellos que lo ocupan simultáneamente son avasallados, ignorados y relegados a su expansión.
El top manta ha disminuido en Granada. El centro ha visto disminuir la presencia de los vendedores de objetos múltiples, copias de las marcas de éxito simbólico en la sociedad de consumo de masas. La represión, junto a la regulación del uso especializado del suelo en la ciudad hipermercantilizada, ha generado guettos comerciales, donde son ubicados algunos de los vendedores reconvertidos en una nueva versión de artesanos. Así, la calle es neutra, vaciada de sentidos, lugar de paso hacia las funciones especializadas.
En las navidades y otras ocasiones, recorro pausadamente estos guettos sin perder la esperanza de encontrar a la persona que arrolló a Carmen en su huida. Pero pienso que ya se encontrará muy lejos de aquí. Por eso miro las fotografías de los periódicos, que todos los años registran la recogida de la aceituna, en la que miles de africanos se hacinan en espera de ser contratados. La xenofobia imperante, que se maquilla tras distintas máscaras, se expresa en su máximo grado en la negativa de abrir los polideportivos que se han construido en todos los pueblos en los años de bonanza económica. Muchos inmigrantes tienen que dormir al raso las noches de invierno de la severa Andalucía interior. Quizás por ahí se encuentre esta persona, aliviada por compartir con los suyos la secuencia de tragedias, que en esas noches el frío es el factor predominante.
Así rememoro el encuentro con este africano entrañable.