domingo, 1 de febrero de 2015
LAS TRES MUERTES DE LOLA GONZÁLEZ RUIZ
En los años de la oposición al franquismo tuve el privilegio de conocer a muchas personas dotadas de un valor cívico inconmensurable. Entre ellos destacaban los abogados laboralistas. Estos desempeñaban un papel primordial en todo el dispositivo de oposición en esta época. Sus despachos eran un oasis, donde los militantes éramos acogidos por personas tan generosas, inteligentes, competentes y comprometidas, cuyo servicio se ubicaba mucho más allá de lo profesional. No sólo informaban acerca de lo legal, asumiendo la defensa de los perseguidos, sino que proporcionaban información, apoyo y afectos. Su papel era fundamental en estos tiempos. Ayer falleció una de esas abogadas, Lola González Ruiz, una de las sobrevivientes de la matanza de Atocha. Su vida y su muerte es un símbolo de las ambivalencias y de la tragedia de la generación que se rebeló contra el franquismo.
Lola es una de las personas que representa la oposición a la dictadura. El rasgo más característico de esta es la crueldad con sus adversarios, que es invariante en todas sus etapas, y también tras su metamorfosis democrática, que con el paso de los años resurge en el presente mediante la ley de seguridad ciudadana y otras disposiciones. Ahora se trata de penalizar a las víctimas de la gran reestructuración, algunas de las cuales comparecen en las calles mediante sus protestas. En sus años de estudiante de derecho, Lola era una activista estudiantil de la época. En 1969, su entonces novio, Enrique Ruano, fue detenido y asesinado por la policía. Fue presentado a la opinión pública como un suicidio, afirmando que se arrojó desde un tercer piso. Nunca hubo investigación alguna al respecto, en coherencia con el ejercicio del poder protegido y libre de control, característico del franquismo, y que se conserva en lo esencial incólume tantos años después.
En 1969 yo era un activista estudiantil muy relevante. Recuerdo la información del asesinato y la conmoción que nos causó. Nunca olvidaré la terrible manipulación del periódico ABC, introduciendo reportajes que descalificaban a Enrique, sugiriendo que tenía problemas sexuales. Desde entonces, hasta hoy mismo, no puedo evitar una asociación con este evento cuando aparece este periódico. Recuerdo la asamblea en la facultad de económicas para convocar la huelga general en respuesta al crimen. Las movilizaciones terminaron en un estado de excepción. Dos estudiantes de Económicas, Carlos Sáez de Santamaría y yo mismo, fuimos objeto de un expediente académico, que conllevaba la prohibición de entrar en la universidad. Para Lola el golpe fue terrible. Sus marcas la acompañaron toda la vida. El dolor de la pérdida en esas condiciones se multiplica cuando, con el paso de los años, se desvanece la perspectiva de su esclarecimiento y la responsabilidad de sus autores.
Años después, la encontré ejerciendo como abogada laboralista. Era una persona animosa, inteligente y entrañable. Se había recuperado con una nueva pareja. Estaba casada con un abogado de su despacho, Javier Sauquillo. Representaban muy bien a los amores de la época del antifranquismo. Tuve alguna relación política informal con ellos, al compartir dudas sobre el eurocomunismo y la salida que proponía el aparato del partido. Javier representaba un enlace importante entre distintos críticos ubicados en varios sectores profesionales del partido. Recuerdo alguna cerveza con ellos intercambiando informaciones y conspiraciones.
En enero de 1977 el despacho de abogados laboralistas de Atocha fue atacado por varios pistoleros. Fueron asesinados varios de sus miembros, entre ellos Javier, el marido de Lola. Esta sobrevivió, a pesar de las graves heridas del disparo que recibió en su cabeza. Tuvo que vivir la entrada de los asesinos en el despacho, la concentración de todos en una habitación y su ejecución. Esos dos minutos dejan una huella insuperable. Lola tardó años en recuperarse de las secuelas físicas, pero no pudo liberarse nunca del fantasma del dolor de la pérdida. En ocho años acumuló dos traumas terribles. Hasta su muerte, en 2015, transcurrieron treinta y ocho años. Casi catorce mil noches, parafraseando la célebre canción de Joaquín Sabina.
Años después nos encontramos en Santander. Ella tenía una casa en Miengo donde se refugió de los fantasmas de su pasado. Nos vimos varias veces. Estaba muy mal, aunque tan afectuosa como siempre. Necesitaba acompañamiento y afecto que le proporcionaban sus numerosos amigos. Pero nunca remontó. Adoptaba una apariencia de normalidad, pero no podía ocultar su dolor permanente, siempre presente. Creaba una ficción de distanciamiento de su problema en las relaciones cotidianas, pero, al mismo tiempo, mostraba su necesidad imperiosa de ser querida. Estuvo muchos años en Cantabria, pero volvió a Madrid, donde se encontraba su pasado y sus intensos afectos. Allí volvió a los mundos de los abogados progresistas y sus ambientes. En todos los lugares donde vivió fue muy querida.
En las ocasiones que nos encontramos en Santander me reprochaba mi abandono del partido. Ella tenía la institución-partido y la época que vivió grabada en su mente. Mi salida de este mundo se asociaba a un proceso intelectual en el que había cuestionado las referencias en las que se fundamentaba. En su caso, su crítica se agotaba en lo que me gusta denominar como accidente. La actuación de Carrillo y otras circunstancias la distanciaban del partido, pero no había ruptura, como en mi caso. Lo comentamos varias veces. Ella necesitaba blindarse frente al mundo que tan mal le había tratado. La narrativa de la transición actuaba como protección frente a la realidad externa.
Desde que me fui de Santander no volví a saber nada de ella. Sólo alguna referencia por terceras personas de su retorno a su Madrid. Allí fue cortejada por el psoe. Alguien me informó que le ofrecieron algún cargo. Estuvo rodeada de su colectivo humano, político y profesional, que tuvo un devenir incierto. Diego López Garrido, Cristina Almeida, Paca Sauquillo y otros viajaron al psoe. Personas como Nicolás Sartorius, Héctor Maravall y otros se ubicaron sobre un espacio transfronterizo de la constelación de este partido. Todos fueron neutralizados y ubicados en un espacio inerte políticamente, pero socialmente acomodado. Dudo de que Lola hiciera una renuncia total, en ausencia de un proceso de reflexión, amparado en el cinismo, como en el caso de la mayor parte de las personas afectadas por el diluvio y naufragio comunista.
Su terrible dolor personal se hacía presente en su rostro, su mirada y su voz. Pero lo peor era el destino compartido por la generación del antifranquismo. En tanto era incitada a ocupar algún cargo honorífico en el entramado estatal, el cambio resultante de la transición era ejecutado por terribles ministros del interior, como Barrionuevo o Corcuera, con una corte de acompañantes, tales como Vera o Amedo, que no podían aparecer ni el peor de los sueños. La regresión en los usos de poder de la joven democracia recuperó a muchos de los antiguos policías que nos persiguieron y maltrataron. No sé cómo vivió Lola esta situación. En mi caso, me hubiera obsesionado la posibilidad de que alguno de los asesinos de Enrique Ruano ocupase cargos directivos en la policía del progreso y del cambio. Sin un proceso de reflexión más allá de las referencias intelectuales de la generación de Lola, esto es muy duro metabolizarlo.
En los últimos veinticinco años no la volví a ver. Ignoro cómo vivió la terrible crisis y la reestructuración, la aparición en las calles y las pantallas de sus víctimas. También el proceso de reformas laborales que privan de derechos a los trabajadores, así como el retroceso en la educación, la sanidad y los servicios sociales. Todo ello con el consentimiento tácito de los compañeros de generación, ahora acomodados en las instituciones. Supongo que se construyó un espacio de recuerdo, activado en cada aniversario, que la protegiese del presente. Así es como viven algunos de los excombatientes de esta generación.
Ayer la noticia de su muerte sólo salió en Público. El silenciamiento de las víctimas ilustra acerca del destino fatal de los héroes de la oposición al franquismo, y a los de los últimos años en particular. En mi memoria se ha asociado a la noticia de muertes de otros destacados militantes de este tiempo. Todavía recuerdo a Tranquilino Sánchez, destacado líder de la construcción, que murió en soledad en Asturias, en ausencia de reconocimiento alguno. Es la tragedia común de la oposición al franquismo, que tan bien encarna Lola. Participó en un conflicto que ha sido suprimido de la memoria, en tanto que no se sabe a ciencia cierta si se ganó o se perdió.
Según la noticia de Público, falleció en su casa con su nuevo marido, que murió junto a ella dos días después. Una historia tan trágica y hermosa como la ocurrida en 2007, con André Gorz y Dorine Keir, que compartían vida y enfermedad, decidiendo morir en común para amarse también después. Se ha publicado su testimonio en un libro Carta a D., en Paidós. Así, Lola se resarce de las tres muertes en vida que tuvo que soportar. Ahora vive en nuestra memoria con Enrique, con Javier y con su último compañero. No pasará ninguna noche más con la amenaza de su ausencia. Ni tampoco minimizada por la sociedad que ha vivido.
Lola, me enteré de tu muerte el sábado por la mañana, por un periódico digital. En la misma hora que te estaba llorando se escucharon sonidos de gentes que se congregaban en nuestro Madrid para reclamar un cambio y democracia. Pensé que era una fantasía, pero no, era verdad. Las imágenes eran de ese día, aunque fuesen tan similares a nuestras carreras por La Moncloa tantos años atrás. A pesar de todo traté de encontrarte entre la multitud. Un beso muy fuerte para los cuatro.
Me ha gustado mucho lo que has escrito de Lola. Muchas gracias.
ResponderEliminarSol González Lucio
Sol¡¡ Vaya alegría tu presencia en este blog¡¡ Te recuerdo como una persona cuya inteligencia es difícil de encajar en las escuálidas organizaciones de todas las españas conocidas hasta ahora. Eso hay que saber llevarlo con dignidad.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte
Un relato lleno de vida, Juan, y necesario, contribuye a historiografiar los silencios, desplazar el tumulto y el grano de la paja.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Historiografiar los silencios desplazados por varias narrativas que ocultan las realidades de estos años de resistencia y de absorción por el poder de la mayoría de mi generación.
ResponderEliminarGracias Juan. De todos los homenajes que Lola está recibiendo el tuyo suma al cariño y el respeto que todos compartimos el conocimiento en primera persona de lo que fue militar en aquellos años. Desde el título a su final comparto cada palabra que dices.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Antonio y un fuerte abrazo para ti
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