martes, 27 de enero de 2015
LA SOCIEDAD SUMERGIDA DE LOS BECARIOS
En los últimos treinta años se han producido múltiples transformaciones que han reconvertido el estatuto social del becario. Con anterioridad, se trataba de una condición sujeta a una temporalidad restringida, dotada de una salida relativamente segura en el mercado laboral. Para muchos, los sacrificios en esos pocos años de becario, tenían como recompensa un final privilegiado. Pero en los últimos años, el advenimiento del postfordismo y el capitalismo cognitivo ha modificado profundamente la condición social del becario. En tanto que se prolonga sin fin la permanencia en esta condición precaria, la salida se hace más difícil de vislumbrar. Así se configura un colectivo social estancado, que es aparcado en las periferias de la trama de instituciones que conforman el nuevo sistema productivo, en el que reina la producción inmaterial.
El ciclo de vida de un becario es rotar por aquellas posiciones que ofrecen una beca, siempre movilizados para buscar el siguiente destino. Así, la vida es un devenir de sucesivos destinos eventuales, desde los que se retorna al hogar familiar, en espera del siguiente tránsito. El crecimiento del número de becarios ha conformado un verdadero sector productivo, en tanto que se acumulan en las distintas ciudades que conforman el mapa del becariado. Me gusta denominar a las instituciones del complejo formación / investigación como las “granjas cognitivas”, donde llegan los becarios para desempeñar sus funciones temporales, tras las cuales siguen su eterna rotación.
Pero no me interesa tanto discutir aquí acerca de la significación académica o económica de los becarios, sino plantear el malestar inevitable asociado a esa posición social. Los becarios son portadores de un exceso de talento que el sistema es incapaz de utilizar convirtiéndolo en valor económico. El resultado es la configuración de un sector social en espera bloqueada, subestimado y utilizado como factor en la producción inmaterial. Pero, mientras que muchos becarios agotan su vida en la búsqueda de una salida, mediante la asunción de la totalidad de los guiones que tienen asignados, además del cálculo de probabilidades en espera de un milagro que los redima, otros comienzan a ser conscientes de su situación, leyendo la sociedad vigente desde su posición.
En tanto que los becarios permanecen sometidos a la movilidad permanente en sus laberintos, al mismo tiempo que estancados laboralmente, son seres vivientes que desarrollan praxis de vivir inéditas en los largos años de su peregrinaje. Así, se han configurado como un grupo social extraño, que es invisible a los ojos de la sociedad oficial, en tanto que son percibidos mediante su antigua condición. Desde su perspectiva, sus inteligencias están constituyendo una mirada inédita sobre la sociedad. Esta no se encuentra articulada en términos de reivindicaciones o programas políticos. De este modo los portadores del exceso de talento son subestimados. Me gusta llamarlos como “generación Tiqqun”, en tanto que pienso que este grupo ha producido un imaginario inédito, en el que se puede reconocer a los críticos de esta generación y sus sensibilidades.
La expansión de los becarios se intersecciona con otros procesos urbanos como la gentrificación. De este modo, se concentran en los barrios en declive, coexistiendo con otros segmentos de población perdedores como ellos en la gran reestructuración neoliberal. Me esfuerzo por buscar indicios de los portavoces de las praxis vitales y las culturas de los becarios, que viven junto a los colectivos de la misma generación precarizados, o inscritos en economías informales o ilegales. Juntos conforman una sociedad invisible, sumergida, dotada de una vitalidad y una sociabilidad no comprendida, que es relegada por las instituciones del crecimiento, que los entiende como participantes de categorías productivas, ignorando así sus vidas. Los becarios viven en los subsuelos de esas sociedades, compartiendo con otras poblaciones los estigmas derivados de su marginación.
Una alumna me ha enviado a este blog una referencia magnífica. Se trata de un magazine donde distintos miembros de ese mundo oculto comunican sus visiones y muestran sin pudor sus potencialidades. Me ha fascinado su mirada y me ha confirmado la hipótesis del exceso de inteligencia. Se trata de Harlan Magazine, un lugar fantástico donde concurren inteligencias y sensibilidades insólitas para una persona como yo. Gracias Ana. En particular, un texto que firma “el becario desconocido”, ¿Qué fue antes la ciudad o el ciudadano? He buceado por los textos de este autor en el magazine y me ha aportado mucho. Desde el subsuelo de la sociedad explota la inteligencia no convertida en valor mercantil. Este es el problema fundamental de la crisis de este sistema, que hoy es invisible desde los paradigmas imperantes. Reproduzco el texto íntegro por el valor que le atribuyo.
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¿Qué fue antes, la ciudad o el ciudadano?
enero 26, 2015 • de Becario desconocido • en El becario desconocido, Opinión. •
“Hermanas que todavía viven juntas a los 40. Hermanas que seguirán viviendo juntas a los 80” Hidrogenesse: Dos tontos muy tontos
Esta semana estoy trabajando en la capital del Estado. En la calle, las luces y los colores son como una droga que me paraliza cada vez que pienso en mudarme aquí. Existe el barrio de los Erasmus, el de los viejos y las peluquerías, los pequeños nicolases tienen su zona aparte y el resto ha sido ocupado por turistas del interior. Siguiendo esta tendencia a dividir la ciudad de forma eficiente, por el que a cada esquina le corresponde una función, propongo buscar un barrio donde fundar un pequeño paraíso para los becarios.
Sueño con un lugar donde los bares dejen de servir café para vender una experiencia. En cada esquina crearíamos grandes contenedores culturales donde colgar cámaras de seguridad. Los Stradivarius serían los únicos con licencia para volcar su música en las calles. Imagino tiendas de ropa usada e importada de Estados Unidos, donde también recojan nuestras donaciones para mandarlas a otros lugares pobres. Convertiríamos los cines en yoga centers con escaparates rebosantes de guapos y guapas quemando gin tonics en horario de oficina, mientras los niños viven en otro barrio lleno de colegios y de residencias para ancianos. Las avenidas desaparecerían bajo las terrazas especializadas en nachos, cerveza y bocadillos. Los supermercados producirían su propio aceite de marihuana ecológico. Sueño con una nueva raza de consumidores de productos orgánicos que a la vez sean sus productores y publicistas.
“Como vecino mi problema es esquivar las mierdas de perro, las meadas, los vómitos y las latas de cerveza del botellón de la noche anterior, intentar conseguir dormir mientras debajo de mi ventana están gritando a las cuatro de la madrugada o que los camellos de la esquina no vuelvan a pelearse una vez más”, dice Joaquín García Martín, galerista de arte del barrio de Lavapiés, siendo interrogado para este artículo. “El hecho de que haya gente que sea capaz de poner en marcha algo en lo que creen para mí es un milagro y un regalo”.
La gentrificación es la solución a tus problemas, querido vecino de clase media. Hay que comprar barato y vender caro. Descubramos una zona llena de mercerías y charcuterías, un sitio pobre que reconvertir en nuestro paraíso. Solo necesitabas un grupo social fuerte para sustituir a una población conflictiva. Los becarios estamos dispuestos a responder a la llamada.
Sabemos que la división de las ciudades en compartimentos cerrados solo tiene ventajas, no solo de racionalización económica. Quién necesita una ciudad mediterránea, compacta, diversa y multifuncional; yo quiero ser absorbido por un modelo urbanístico disperso, zonificado, dependiente del vehículo privado, expandido en el territorio, y mucho más consumidor de recursos. Crear barrios temáticos nos defiende a todos de la afrenta que supone la pobreza y otros problemas sociales, con los que ya no habría que compartir un vinculo territorial, con los que no tendríamos que vernos las caras. Aceptemos que esto de la globalización cada vez tiene más forma de red nodal, que estamos unidos en la exclusión. Hemos conseguido que nadie se pregunte dónde está la banda del pegamento, los yonquis y las prostitutas hasta que salen por la tele.
¿Qué fue antes, la ciudad o el ciudadano? Sea cual sea la respuesta, desengañémonos del todo. Los becarios no somos una clase social fuerte como fueron los gentrys ingleses. Observemos mi propio caso. No soy bohemio, no gano dinero, no soy de este siglo ni del anterior. A pesar de no ser capaz de definirme mis pagas cotizan a la seguridad social. No soy vecino de nadie en Madrid, pero me considero un ciudadano en periodo de prácticas y me siento discriminado.
Nuestro Estado no puede desconocer la realidad de marginación y exclusión social en la que vivimos millones de becarios. Todo el mundo tiene su barrio menos nosotros. Es absolutamente necesario la puesta en marcha de programas para la consecución de viviendas de integración social por parte de las distintas administraciones, como una de las medidas más eficaces para luchar contra la exclusión y cumplir con los justos derechos de los ciudadanos.
Estamos hartos. Convocaré a las abuelas a manifestarse en las esquinas de cada calle. Juntos recuperaremos nuestra ciudad. Sin partidos. Pásalo.
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Un texto luminoso, lleno de talento y de imágenes extrañas a un profesor como yo, cuya trayectoria se articula en trienios, quinquenios y sexenios, unidades desprovistas de vida, siempre en relación con tratantes de decimales. Tengo la esperanza de ver algo de esos bares y ese mundo con los que sueña el becario desconocido. Mi reconocimiento a esta mirada desde un mundo sumergido. Me encantaría contarte mis sueños, pues todavía no he perdido la capacidad de soñar.
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