El Palacio de Congresos representa el símbolo de la modernidad granaína. Construido en los años de crecimiento económico, en los que las sinergias entre el dinero llegado del más allá europeo con la intensificación de la construcción y las infraestructuras, generan lo que las élites de aquellos años denominan como “proyecto de ciudad”. Este consiste en la construcción de varios macroedificios que generan impacto en el precio del suelo ubicado en sus alrededores, que se revaloriza mediante la aparición de urbanizaciones múltiples. El factor esencial para esta transformación, es el acrecentamiento de la movilidad residencial, que afecta a distintos segmentos de la población, que se desplazan a los municipios de la periferia avalando la expansión de las infraestructuras y de la construcción, así como transformando el centro histórico en un espacio de reconversión urbana. Este es el ciclo integral del crecimiento.
En tanto que este proceso transcurre, multiplicando sus agentes y beneficiarios, el sistema productivo local queda incólume. La expansión de estos años tiene los pies de barro. Los proyectos empresariales nuevos se agotan en los hoteles, restauración y ocio en el centro-escaparate remodelado, siendo muy escasos los sectores productivos nuevos. El incremento de empleo público aporta una base de compradores de suelo que avala el proyecto. El concepto de élites extractivas adquiere en la reconversión metropolitana de Granada todo su esplendor. Mientras que en los años siguientes varios de los prohombres de este acelerado tiempo se encuentran en prisión o en la ruina, los agentes estatales del milagro, devienen en gestores de las empresas públicas que sobreviven al diluvio de la reestructuración neoliberal en la versión regional-social.
En el momento del cese de las actividades de construcción, se incrementa el desempleo, que acusa el impacto de la reconversión del estado del bienestar en todas sus versiones, que pone fin a una época de crecimiento constante del empleo público. La actual concentración de los hospitales es su emblema, instaurando una pauta que inicia un camino hacia un futuro incierto. Este proceso es bien analizado en el libro de Juan Rodríguez Medela y Oscar Salguero, Transformación urbana y conflictividad social. La construcción de la marca Granada 2013-2015.http://gealacorrala.blogspot.com.es/p/ediciones-la-corrala.html
En este contexto del proyecto de crecimiento sin fin fundado en el diluvio de financiación exterior cabe entender el palacio de congresos. Las previsiones iniciales resultan delirantes. Las declaraciones de los dirigentes de la época remiten a un pronóstico de explosión de congresos que concentran en la ciudad da los congresistas que se prodigan en su gasto diario. Se supone que la marca Granada por sí sola garantiza este futuro de prosperidad. Carentes de un análisis fundado de proyección, se procede a la construcción del edificio en el centro de la ciudad. La obra cumple estrictamente la ley de hierro de las élites extractivas, como es que el presupuesto inicial es desbordado en el curso de la obra, de modo que el costo total excede con mucho el mismo.
Se entiende el papel providencial de este edificio expresado en retóricas oficiales grandilocuentes, de modo que se utilizan los materiales más caros y las escalas mayores. Se trae mármol italiano, en tanto que se considera el de Macael próximo como un material no adecuado a la magna obra. El resultado es un edificio imponente físicamente, pero carente de alma y con una estética que se aproxima a lo deplorable. Me impresionan los pasillos interminables y espaciosos, destinados a los stands de las empresas patrocinadoras, así como las salas inmensas, donde se puede experimentar la finitud del congresista, otorgando la gloria a los oradores. He escuchado a alguna de las autoridades de la época decir que con el paso de los años este edificio tendría un valor estético superior al de la Alhambra.
El edificio es desmesurado y muy pronto manifiesta su exceso con respecto al número de congresos que alberga, dado que las ciudades próximas también construyen sus palacios siendo competidoras eficaces. La desproporción funcional es patente. En una ocasión, un empresario alemán, me dijo, en un concierto de Cesarea Evora allí, que “en Alemania no nos podemos sufragar estos lujos”. Cuando, dos años después comenzó su decadencia generando déficits contables, fue reconvertido a la función de teatro y centro de conciertos. Incluso se propuso para bodas. Pero su decadencia económica carece de importancia, en tanto que en la España postfranquista se privilegia la arquitectura, entendida como medio de glorificación de la nueva clase dirigente. Los aeropuertos sin aviones de Castellón o Castilla la Mancha son el equivalente a los pantanos de sus antecesores, ahora en versión de los caudillos autonómicos, denominados en los medios como “barones”.
El Palacio de Congresos representa dos o tres veces cada mes la concentración de congresistas trajeados, que llevan su tarjeta de identificación en la solapa cuando transitan hacia los hoteles del centro. Así conforman un elemento diferenciador de la ciudad. Los taxistas se afanan para captar clientes en los mismos. La parada de taxis ubicada frente a él es la más concurrida de la ciudad. Las grandes ocasiones se producen cuando tiene lugar un congreso partidario o de una profesión que concluya con una cena que congregue a cientos de comensales.
Pero la modernidad de dicho edificio, que languidece en los días que aparece desocupado, contrasta con el envés de la contramodernidad granaína, que conserva el viejo espíritu precapitalista sobreviviente a las modernizaciones artificiales impulsadas por las élites estatales y las extensiones de las metrópolis comerciales globales diseminadas por sus espacios. Me gusta observar el tránsito de congresistas, que en su camino hacia el centro, al pasar por los puentes sobre el río Genil, tienen que contemplar, en algunos días gloriosos, los excedentes de suciedad del mismo.
Pero la contramodernidad se apodera inexorablemente de los huecos de muchos de los espacios que rodean el magno edificio. Las terribles estéticas de los callejones que se encuentran justamente enfrente, pasando el río; los jardines de la explanada, que concentran las tardes de primavera y otoño distintos contingentes de marginaciones múltiples; algunos restaurantes ubicados enfrente, con sus tapas y cartas sobrecargadas de productos que proceden de las sartenes donde se recombinan los aceites multiusos. Pero, al lado del mismo, se encuentra un bar-restaurante que condensa el espíritu granaíno. Es el de Valenzuela, un antiguo edil del partido andalucista, en la última versión de Pedro Pacheco, que ahora también se encuentra en prisión. Este es un personaje que merece ser tratado aparte en estas páginas. Sólo recordar ahora que en las campañas electorales, inventó el mítin-choto, en el que cocinaba un cabrito con el que obsequiaba a los asistentes con suculentas raciones que presagiaban políticas públicas de gratis total para los amigos. El maravilloso olor de las carnes cocinadas lentamente, acompañaba la conversación del público devenido en clan amistoso. Lo racional-programático era desplazado por el olor y sabor de las viandas que condensaban el programa, anticipando el mejor de los futuros para los comensales participantes.
La contramodernidad envuelve subrepticiamente el palacio, silenciosa pero contundentemente. El espíritu inmanente de la vieja ciudad renace después de cada modernización, agazapado detrás de las fachadas de las mismas. Voy a contar una que me parece fascinante. Se trata de un quiosco de periódicos y loterías que se encuentra muy próximo en una zona fronteriza de barrios. Lo regenta una mujer joven que encarna las esencias granaínas. Al llegar al mismo es visible un cartel escrito a mano, con letras mayúsculas que reza así:
ABRO CUANDO VENGO
CIERRO CUANDO ME VOY
Y SI VIENES Y NO ESTOY
ES QUE NO COINCIDIMOS
Me parece toda una antología de la malafollá proverbial. El texto acompaña muy bien al servicio. Si se encuentra ocupada con el ordenador, o conversando con algún amigo, hace saber explícitamente que no eres bienvenido. Al igual que en el texto, se manifiesta un espíritu que trasciende al cliente, el juego oferta-demanda o la naturaleza del servicio. Se encuentra por encima de la condición de empleada o autónoma. El cliente es imperceptible a su mirada. Algunas personas me han comentado que antes de la expansión de los centros comerciales, el comercio local cerraba desde el mediodía de los sábados dejando la ciudad desabastecida.
Una vez intenté pagar dos periódicos con un billete de cincuenta euros. Me quemó con la mirada y me regañó severamente. Pero tampoco propuso una solución. Le es indiferente que vuelva por allí o que busque alternativas. Porque el trabajo se encuentra por encima del mero beneficio. Así, como he contado cómo ocurre en muchos bares de barrio, el cliente tiene un estatuto de amigo, con el que se conversa pausadamente y se le obsequia con una tapa preferente. Los no pertenecientes a este clan amistoso no siempre son bien recibidos y son considerados como extraños. En un bar de mi barrio, donde concurren muchos vecinos a ver partidos de fútbol, los no habituales somos penalizados con peores tapas y demoras en la atención dependientes de los avatares del partido.
Estos son los misterios de la ciudad que se ocultan detrás de los edificios-símbolo. El edificio de enfrente del palacio de congresos, el hotel San Antón, de dimensiones equivalentes a este, acaba de despedir a toda la plantilla y cerrar sus puertas para abrirlo con otra empresa. Esto sí que es modernidad, porque han dejado a los trabajadores sin indemnización, amparados por las reformas laborales de última generación. Los nuevos empleados tendrán un estatuto laboral ultramoderno, inscrito en la temporalidad vigente. Cuando pase un tiempo se les invitará a reinventarse. Igual que la ciudad que los alberga. Pero sus salarios serán contados en escasos chavicos, haciendo patente el vínculo con el pasado.
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