Mi experiencia profesional en el sistema sanitario, entre diciembre de 1983 y el día de hoy, se puede definir mediante el concepto de extravagancia. El sistema sanitario, el complejo de instituciones, organizaciones y profesiones que lo conforman, es extraordinariamente cerrado al exterior, de modo que somos muy pocas las personas externas las que hemos podido acceder a su interior de una manera sostenida. Mi caso ha sido especial, en tanto que he alcanzado un estatuto de cierta aceptación por parte de algunos de sus moradores, que incluye el reconocimiento de la diferencia, que nunca he ocultado. Por esta razón, me parece acertada la metáfora de la canción de Moustaki de “Le métèque”, que celebra su diferencia al tiempo que su reconocimiento por la Francia que lo acoge. Esta es una de las canciones que permanecen en mi vida.
Pero no siempre se ha entendido mi presencia como aportación. En numerosísimas ocasiones he sido elogiado por médicos y enfermeras, que calificaban mi intervención como “interesante”. Al principio interpretaba este reconocimiento de lo interesante como un elogio. Pero después, pude comprobar que, cuando decían interesante, querían decir que era exterior a su mundo. Así me he configurado como un excedente complementario que se encuentra fuera de juego. Mi actividad profesional se ha ubicado en la tangente. Recuerdo uno de los cursos de jefes de servicio de la Escuela Andaluza de Salud Pública en Córdoba en los años noventa. Impartía una sesión de sociología de la salud. Terminaron aplaudiendo, cosa que detesto. Uno de los participantes tuvo la capacidad de sintetizar lo que pensaban, afirmando que “esto es muy interesante y está muy bien. Felicidades. Pero no es para nosotros. Esto se debía dirigir a los estudiantes de medicina”.
Así me he convertido en un lujo que se ha desplazado durante muchos años por todos los territorios sanitarios. Una extravagancia a los ojos de las sucesivas élites rectoras de tan formidable sistema. Mi inconformismo irrenunciable, ha determinado que en muchas ocasiones haya sido definido como provocador. Esta figura es muy elocuente. Apela a un sujeto que se sitúa en el exterior del inexorable contrato semiótico que impera en el interior de este sistema. Lo que se puede decir y pensar tiene unas fronteras férreas. Entrar en los territorios prohibidos del más allá de las significaciones compartidas, suscita una reacción defensiva de condena, que principalmente se construye sobre emociones negativas compartidas.
Por eso, estas memorias de la extravagancia, en las que quiero inventariar algunas experiencias profesionales vividas desde el estatuto de la extranjería profesional, al que nunca he renunciado. Porque esa exterioridad la he mantenido hasta hoy, de modo que no he sido absorbido por el conocimiento profesional dominante. Algunos colegas han colaborado con el sistema sanitario, pero han sido reciclados por los saberes profesionales dominantes. Paradójicamente, sólo han permanecido en este campo aquellos extranjeros que han sabido mantener su identidad, de modo que han podido ser considerados como profesionales externos que aportan algo específico. Este es el sentido de los distintos post que voy a escribir en estas memorias.
Arribé al sistema sanitario en 1983 en Santander. Entonces participaba en un despacho de sociólogos que hacía trabajos de urbanismo. También era profesor de sociología en la Escuela de Trabajo Social y en la de Graduados Sociales. El advenimiento de aquello que se denominó como “el cambio”, determinó la llegada a la dirección del INSALUD de una nueva generación de jóvenes médicos críticos. Los objetivos que se marcaron, en coherencia con la pretensión de transformación del sistema sanitario del franquismo, suscitaron unas resistencias de alta intensidad. Por eso decidieron contratar un equipo de profesionales externos como asesores. Así entré en este mundo, como miembro de los comandos de operaciones especiales reclutados para el asalto al sistema, que constituía el código del cambio. En diciembre de 1983 se convocaron las plazas y una de ellas era de sociólogo. Nos presentábamos tres, de los cuales ninguno teníamos una formación sólida ni relación alguna con el singular campo de la salud.
Empecé haciendo encuestas de satisfacción, trabajos para el plan de humanización de esos años, apoyo a los nacientes servicios de atención al paciente, tareas de colaboración con distintos programas de los ambulatorios y del hospital de Valdecilla. La reforma de la atención primaria, con las dificultades de su implementación, determinó la construcción de un equipo multiprofesional de apoyo en el que me integré. Me encargaron un informe sobre los centros de salud nacientes, que se publicó con el título de “Operación Espejo”. Este tuvo mucho impacto, en tanto que no es frecuente la realización de un trabajo de campo en una institución sanitaria desde la perspectiva de un analista externo. Con esta reforma se suscitó lo que me gusta denominar como “el misterio de la participación”. En su nombre fui movilizado y he sido requerido hasta hoy mismo, con el objeto de convertirlo en un problema que conlleve alguna solución.
En esos años empecé como profesor de sociología en la Escuela de Enfermería y en cursos de gestión que organizaba la Escuela de Nacional de Sanidad. También los cursos de comunicación para enfermeras así como los de participación tuvieron mucho impacto en esos años en Santander. En un curso de la universidad de verano de la universidad de Cantabria en Laredo, conocí a Natxo Oleaga, médico de familia de la primera promoción y uno de los primeros exploradores en los máster de salud pública exteriores. El formaba parte del núcleo de la EASP de Granada naciente. Recuerdo que le di una copia de la Operación Espejo. Al día siguiente me dijo que se la había leído por la noche y sondeó mi disposición para colaborar en la escuela en Granada.
En septiembre de 1988 me incorporé a la EASP. Fueron años muy intensos en los que había mucha energía, que se encontraba vinculaba a la percepción de un futuro abierto y estimulante, en el que esta institución podía intervenir. Dos años después hice el doctorado y me incorporé a la naciente facultad de sociología, aquí en Granada. Seguí colaborando con la escuela hasta este mismo año. En el intervalo de tiempo transcurrido hasta la consecución de mi titularidad, me convertí en un profe de guardia, realizando múltiples cursos para distintas instituciones. En particular, impartí cursos de comunicación en muchos centros sanitarios y en el CEMCI para funcionarios. También un curso de participación para atención primaria, que impartí en múltiples lugares. Así conseguí compensar mi escaso salario de profe interino.
Mi trayectoria profesional tiene una singularidad que se deriva del azar, en tanto que he cruzado con distintas personas que después han desempeñado cargos de máxima responsabilidad. Desde mi primer director en Santander, Fernando Lamata, que después ascendió a altas cimas del sistema, hasta mis primeros colegas y alumnos en la EASP, varios de los cuales saltaron a la cima de la administración sanitaria andaluza, o mi director de departamento en la universidad, que fue secretario de estado de universidades, y otros muchos. Desde mediados de los años noventa me encuentro con consejeros o altos cargos que han sido alumnos míos y me reconocen como profesor.
También el azar ha determinado que toda mi vida haya tenido el privilegio de participar activamente en procesos e instituciones nacientes. El movimiento estudiantil madrileño de los años anteriores a la transición; el advenimiento de la nueva democracia; la reforma sanitaria; la reforma de la atención primaria; la primera escuela de salud pública; la facultad de sociología naciente de Granada y el renacimiento del 15M, entre otros. En los comienzos de procesos de cambio que alumbran algo nuevo se producen situaciones especiales llenas de energía que aportan mucho a las personas que las viven. Comentaré aquí algunas de ellas.
La contrapartida es que muchos de los procesos vivos fundantes de instituciones devienen en institucionalizaciones que anteceden a la decadencia. He sido testigo de muchos de ellos y en la actualidad me interrogo acerca de los límites de estas decadencias, pues parecen infinitos en algunos casos. Por eso, en mi intimidad, me gusta definirme como una persona sobreviviente a grandes acontecimientos. Después de estos, parece inevitable la reversión fatal, pero nosotros seguimos viviendo. Así, he tenido que ser testigo de las trayectorias decadentes de todos los entornos que en su origen presentaban gérmenes esperanzadores de cambios.
En las situaciones de decadencia y deterioro, los sistemas se congelan y transmiten su decrepitud a los actores, siendo correspondido por estos que le devuelven sus déficits. El tiempo histórico presente resulta de estas regresiones múltiples. Por eso, después de 1992 he ido tomando distancias con este sistema deteriorado. El proceso acumulativo de distanciamiento ha desembocado en un disentimiento general con el signo del proceso histórico en el que estamos inmersos. Pero la infinitud de una persona frente a las poderosas maquinarias de la regresión deja muchos huecos. Después del 15M se atisban indicios de un renacimiento, de la crítica y del conocimiento libre. Mi pretensión es estar presente en los pequeños acontecimientos en los que se incuba un mundo mejor. Con este espíritu escribo estas memorias.
El resultado de mi disentimiento es la manifestación pública de mis críticas. Cuando me encuentro con personas conocidas en los distintos comienzos impetuosos a los que he aludido, en los que hemos compartido euforias y esperanzas iniciales, que han experimentado trayectorias ascendentes, percibo su distanciamiento inequívoco. Alguno me ha comunicado su decepción porque no he sabido aprovechar la situación de encontrarme en el sitio oportuno y en el tiempo oportuno. Pero sí se puede constatar su distanciamiento. Nadie quiere hablar con las personas que hemos seguido otras direcciones. Mi interpretación es que el denominador común de las regresiones sectoriales es la producción de una forma nueva de vasallaje. Entonces, entiendo su distanciamiento como el reconocimiento por su parte de la inviabilidad de reconducirme a esa condición. En el principio de los años noventa fui nombrado miembro del Consejo Asesor de Salud de Andalucía. Me fui un año después cuando el consejero que me había nombrado, alumno mio de los primeros tiempos de la EASP, fue contratado una semana después de su cese por una empresa farmacéutica global. En una semana y como investigador. Entonces entendí la importancia de los pies. Fueron las herramientas mediante las que pude marcharme sin despedirme. Me he marchado después de no pocos sitios cómodos. Los pies, algunos alumnos se rien cuando les advierto de su importancia.
Por eso estoy orgulloso de mi marginación en este estado de cosas. En algunas ocasiones digo en las clases que la señal más clara de que las cosas van bien es ser denominado como “un chalado”. En el caso contrario hay que empezar a preocuparse. Porque el futuro sólo puede ser de los vivos, de los libres y de los inconformistas. Los que no sean así están condenados a administrar el presente en su beneficio para desaparecer sórdidamente.
Memorias de la extravagancia, para contribuir a esclarecer los años felices y de plomo de lo que ahora se llama “el régimen del 78” y su sistema sanitario.
Estoy totalmente de acuerdo con usted. Hay críticas que enorgullecen, y sería muy preocupante el elogio de determinadas personas.
ResponderEliminarGracias por su comentario libreoyente. Recordar eso de que hay amores que matan.
ResponderEliminarSaludos Juan,
ResponderEliminarComo siempre, es algo genial poder leerte y poder seguir aprendiendo de ti/contigo. Transmites un sentimiento de esperanza y espíritu crítico para "lxs chaladxs" que nos encontramos al otro lado de la pantalla. Gracias.
Un gran abrazo y espero que nos encontremos pronto en algún lugar
Idoia Zengotitabengoa
Gracias Idoia. Recuerdo la última vez que nos vimos en Vitoria-Gasteiz. Es un estimulo saber que estás ahí detrás de la pantalla
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Hola Juan, soy Antonio Martínez, de la Facu... estoy deacuerdo en todo tu planteamiento político general, por distintos caminos y en épocas diferentes he transitado como métheque, yo también, y me identifico enormemente dentro de esta quizás no multitudinaria, pero sí categoría al fin y al cabo... adorable Moustaki... un beso, a ver si comemos, te debo una comida siempre renovable.... y pago yo... de todas formas ya sabes que sólo invito a sitios cutres.... jajaj, baratos
ResponderEliminarGracias Antonio por tu comentario. El número de extranjeros y toda clase de nómadas aumenta inevitablemente en este tiempo.
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