Las movilizaciones son acontecimientos que se producen en un contexto histórico específico. Las relaciones de poder y las instituciones que lo articulan dan lugar a desequilibrios que generan distintos conflictos, que, cuando una de las partes se encuentra en una situación de inferioridad, recurre a la movilización. Así, estas son inseparables de los intereses sociales menos representados en el sistema político. Los actores sociales bien representados recurren a estrategias de promoción y defensa de sus intereses, que se inscriben en lo que se entiende como grupos de presión. Estos utilizan de forma combinada sus influencias en las empresas, la administración, el sistema político, las instituciones de producción del conocimiento y los medios de comunicación. Por el contrario, los actores sociales cuyos intereses se encuentran infrarrepresentados, no tienen otra alternativa que la movilización.
Desde una perspectiva histórica global, las movilizaciones han constituido el medio mediante el que distintos sectores sociales han conseguido la transformación de la sociedad mejorando su condición. El conflicto trabajo-capital, los asociados al feminismo, ecologismo o los derechos humanos, son elocuentes. De este modo, las movilizaciones son un instrumento al servicio de las causas sociales vinculadas a los intereses de los sectores subalternos. Los sistemas económicos, políticos e institucionales asociados a desigualdades relevantes, recurren a la individualización rigurosa, descalificando a la masa. De este modo, uno a uno, su superioridad es manifiesta. Por el contrario, los sectores en desventaja no tienen otro recurso que la agrupación o la movilización, que forma parte de la acción colectiva.
En las sociedades industriales, los grupos de presión se contraponen con los movimientos sociales, constituyendo así el eje en el que se inscriben los conflictos. Los movimientos sociales son extremadamente diversos y diferenciados. Su aportación principal es realizar definiciones acerca de alguna situación social, que se contraponen a las definiciones institucionalizadas. Así, se constituyen como productores de sentidos de lo social, que abren un conflicto que transcurre por sucesivas fases. Cuando este se produce manifiestamente, la acción colectiva resultante adquiere determinadas formas. Estas son denominadas como repertorios de acción. Cada ciclo histórico se caracteriza por la invención de un nuevo repertorio de acción.
En el presente, una parte de los conflictos recurren a los viejos repertorios de acción correspondientes a la anterior sociedad industrial o capitalismo fordista. La huelga general es su cénit y representa el máximo en la dimensión simbólica. Sin embargo, las condiciones sociales se han modificado profundamente. La fragmentación social, la acción de un complejo de instituciones rectoras e individualizadoras, la naturaleza del trabajo, del consumo y la vida cotidiana, así como los mundos vivos y duplicados creados por la sociedad postmediática, configuran otro mundo muy diferenciado al de la era industrial. En esta situación se generan unas nuevas condiciones estructurales que determinan nuevos conflictos potenciales, que no están enunciados y que no encuentran cauces de expresión. Por eso, en este tiempo se hacen frecuentes los sucesos de estallido social de las tensiones acumuladas en el subsuelo.
Los movimientos sociales y las movilizaciones representan un modo de conocer y decidir muy diferenciado al imperante en el las instituciones, en las que resplandece la elección racional, que privilegia el cálculo de la relación entre coste y beneficio. Unas movilizaciones pueden concluir consiguiendo beneficios inmediatos para sus participantes, pero otras, no se resuelven en nada tangible en lo inmediato. Pueden acumular fuerzas a favor de la causa en el medio o largo plazo, desgastar la institución o poder alternativo o ser simplemente una forma de protesta asociada a una causa perdida. Los sectores sociales subalternos se asocian con derrotas en numerosas ocasiones, intensificadas en los últimos treinta años.
En la España de la gran reestructuración neoliberal vigente, que comienza en los años ochenta y se intensifica en el final del gobierno Zapatero y el vigente de Rajoy, distintos sectores han sido expulsados del sistema productivo, han modificado su estatuto laboral y social mediante la precarización intensiva, han sido privados de una parte de los servicios sanitarios o sociales del austero y tardío estado del bienestar español o han sido condenados a la formación permanente, aliviada con algún intervalo en el que son contratados. El paisaje social regresivo amenaza también a todas las conquistas de bienes inmateriales obtenidas por los movimientos sociales en las décadas anteriores.
Esta gran regresión ha multiplicado el número de desamparados que son desposeídos de identidad, en tanto que son alojados en alguna de las colas que conforma el sistema de empleo. Ya no son trabajadores de un sector, miembros de una profesión o estudiantes de una titulación, sino que forman parte de la masa heterogénea creciente de los buscadores de empleo. La condición derivada de encontrarse en esta cola es la rigurosa individualidad. Así se generan subjetividades culpabilizadas que acompañan a los comportamientos que se inscriben en el novísimo disciplinamiento, cuyo emblema es la nueva obligación de reinventarse periódicamente.
En este contexto histórico cabe entender la multiplicación de movilizaciones. La mayoría de estas se define por las protestas por las pérdidas múltiples: los puestos de trabajo, las condiciones laborales, las prestaciones, los servicios sanitarios, las becas, las viviendas o, simplemente, la evaporación de sus ahorros sustraída por el complejo político- bancario en la operación de las preferentes. Las movilizaciones son defensivas y en no pocos casos, desesperanzadas. Estas se encuentran asociadas a la penuria cognitiva, en tanto que no es inteligible el cuadro general de la regresión. Las instituciones rectoras lo definen como una crisis, que necesariamente tiene un final. Los movilizados expresan su ira y desaliento, pero mantienen su esperanza de que todo vuelva a su sitio en el final de tal crisis.
Pero la clave para entender las movilizaciones radica en que todas las instituciones individualizadoras de la reestructuración han modificado el estatuto personal prevalente, desalojando a las personas de su sede colectiva y asignándoles una nueva condición individual. La des-socialización preside todos los procesos sociales. En las movilizaciones de protesta se recupera el calor de lo social. Recurro a a dos autores que aportan luz para entender las movilizaciones. Uno es Elías Canetti en su libro “Masa y poder”. El otro es Peter Sloterdijk, en su libro “El desprecio de las masas”
El filósofo alemán dice “…destaca cómo en el ámbito de las situaciones burguesas se alza un implacable sistema, definido por crear distancias entre los sujetos, que aísla a los individuos entre sí, y dirige a cada uno de ellos hacia el esfuerzo solitario de tener que llegar a ser él mismo” (pag. 14). Me parece de una precisión asombrosa. Eso es justamente. En esta perspectiva, Canetti apunta que las movilizaciones son la forma de creación de una masa que produce una descarga “Sólo todos juntos pueden liberarse de sus cargas de distancia. Eso es exactamente lo que ocurre en la masa. En la descarga, se elimina toda separación y todos se sienten iguales. En esta densidad, donde apenas cabe observar huecos entre ellos, cada cuerpo está tan cerca del otro como de sí mismo. Es así como se consigue un inmenso alivio. En busca de este momento dichoso, en donde ninguno es más, ninguno mejor que otro, los hombres devienen masa” (pag 17).
Las primeras manifestaciones masivas convocadas por los sindicatos en las que estalla la perplejidad compartida, que después cesan por la renuncia y ausencia de las direcciones sindicales inscritas en el complejo político y financiero. La masa desamparada deviene en una explosión de movilizaciones de los afectados múltiples. Las mareas que representan la defensa de la afiliación e identidad social, frente a las apisonadoras del nuevo poder para reconvertirlas a la uniformidad de los agrupados en las colas de los buscadores de empleo. Las víctimas de la combinación de la crisis laboral con la sagrada institución del crédito, que los ha atrapado, convirtiéndolos en desahuciados. Así se multiplican las masas victimizadas y desamparadas por las instituciones, que, en muchas ocasiones, carentes de alternativas, se movilizan para representar su condición social y mantener su esperanza. Son los resultados de lo que Hannah Arendt denominó como “desamparo organizado”, que en este tiempo adquiere un esplendor inusitado. Las marchas por la dignidad representan la visibilización de la subjetividad de los desalojados de su condición.
Pero, en la sociedad postmediática, este conflicto latente se ha desplazado al espacio mediático de los medios audiovisuales, las redes sociales y las pantallas múltiples. Sloterdijt apunta a un cambio en la configuración de la masa, que ahora se define por su participación en programas relacionados con los media, ahora “han dejado de orientarse a sí mismas de manera inmediata por experiencias corporales: sólo se perciben a sí mismas a través de símbolos mediáticos de masas”.
Así, la intensificación de la reestructuración global ha creado simultáneamente un estado de movilización fragmentada de sus víctimas, así como una masa mediática en busca de su redención en lo que se supone como el final de la crisis o de la senda, en el relato producido por las instituciones rectoras y sus leales oposiciones, que pueden llegar hasta la travesura en ocasiones. Los desamparados encuentran alivio en la comparecencia en el flujo mediático de monjas justicieras, prohombres del sentido común, jueces estrella, periodistas providenciales y otros defensores simbólicos de su identidad deteriorada.
Este es el suelo sobre el que se asienta Podemos. Se trata de un proyecto que enlaza con la sensibilidad de la condición social y la identidad deteriorada por la reestructuración. Por eso, cuando se abaten todas las violencias sobre los mismos, tratando de homologarlos y reconvertirlos a los programas compatibles con el principio de realidad asociado a las élites económicas, políticas y mediáticas, fracasan en su intento. Una vieja canción latinoamericana dice, refiriéndose a la guerrilla en los años sesenta, que esta “puede ser sólo el viento, sobre la nieve”. Eso es principalmente, el viento sobre el desierto de lo real para los sectores sociales desplazados a las colas y condenados a la identidad deteriorada. Su sonido, en la terrible ausencia sostenida de la izquierda institucional, es manifiesto. No hay milagro alguno en su ascenso. Por el contrario, se corresponde con un vacío clamoroso que resulta de la perversa relación entre los movilizados y los inmovilizados institucionales de la vieja izquierda.
Hola Juan,
ResponderEliminarla idea de masa aun no existe, lo que hay son muchas personas. Individuos que a veces se juntan, falta totalmente la identificacion con la masa. Es tambien verdad que en los ultimos mese hubo unas huelgas general en varios paises de Europa, puede ser que los precarios finalmente de identifiquen con la masa de los precarios?
Yo como buscadora de trabajo y trabajadora precaria espero en este tipo de identificacion...
un abrazo desde la fria burbuja europea
Raffaella
Saludos cordiales Raffaela. Gracias por tu comentario. La masa sí existe. Se hace y se deshace. Pero muchas veces es convocada por el poder mismo. Los precarios se encuentran totalmente atomizados y carecen de un locus. Entonces ¿donde y cómo se va a constituir el conflicto? Eso está por inventar, pero es seguro que será diferente que cómo ocurrió en la era industrial, en la que la fábrica era el locus del conflicto.
ResponderEliminarUn abrazo y ten cuidado con el frio y los virus de los tecnócratas europeos que tienes tan cerca y te pueden contagiar.
Hola Juan,
ResponderEliminarno te preocupes tengo antivirus para el frio y para los tecnocratas. De momento non hay riesgo de contagio :-)
Un abrazo
Raffaella