Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 25 de diciembre de 2014

SANTANDER

Santander es una ciudad imprescindible en mi subjetividad y mi memoria. Se encuentra permanentemente presente en mi vida. Primero como fuga de mi mundo familiar y  militante de Madrid; después en los años vividos con Carmen allí; desde mi escapada al sur como nostalgia, y, en estos años, como sueño imposible. Como es propio de los grandes amores, mi sentimiento es contradictorio.  Entiendo a su sociedad-balneario local de modo muy crítico. Fui testigo del nacimiento de sus élites en la atormentada transición, que devino en la reconversión como autonomía lo que antaño fue “el mar de Castilla”. La desinteligencia y el conservadurismo alcanzan proporciones insólitas. Pero lo peor es que impera lo que denominé, en un artículo de un periódico local, como “el espíritu de los valles”. Esta es una maldición que determina una guerra permanente contra quien promueva iniciativas. No obstante, a pesar de todo, siempre que  me encuentro allí,  acariciado por sus vientos permanentes, me siento inexplicablemente bien. Ha sido un refugio fundamental en mi vida, siendo además  la tierra de Carmen.

La última vez que estuve en Santander llegué de madrugada en un autobús nocturno procedente de Madrid. Al salir de la estación no pude evitar caminar con mi maleta hacia el muelle. La noche era clara y mi paseo terminó en el Sardinero, donde pude contemplar en solitario un amanecer esplendoroso. Todas las luces posibles se sucedieron sobre el Cantábrico y las playas en un par de horas tan necesarias y gratificantes para mí. Allí pude rememorar mis años de fugas desde Madrid, que concluyeron con mi ubicación definitiva allí. También mi ausencia por el viaje al sur, y los sucesivos retornos, siempre tan fugaces. En todos ellos, como aquella madrugada, a pesar de la magnificencia de las vistas, mi percepción se encuentra dominada por el olor. Huele al Cantábrico, que percibo como algo diferente a los demás mares. Es el olor de mi infancia cuando iba a la playa en Bilbao. También en los regresos de Madrid en el tren, después de días de exámenes, en los que al pasar Reinosa, abría la ventanilla para embriagarme con el olor húmedo tan entrañable para mí.

La primera vez que fui a Santander fue en mis años de infancia en Bilbao. Un hermano de mi madre nos llevó a ver un partido amistoso entre el Racing y el Atleti. En esa visita fugaz me impresionó la cercanía del campo de fútbol a la playa y la belleza del Sardinero y del Casino. Regresé otro verano con mi familia a pasar un día. Unos años más tarde, viviendo ya en Madrid, hice un viaje a Asturias en Semana Santa con varios amigos. Eran muy conservadores y tenían unas amigas en Santander. Pasamos por allí donde estuvimos un día. Quedamos con ellas en el Paseo de Pereda. Me pareció insólito el grado de cumplimiento de la etiqueta festiva. Tanto mis amigos como ellas, parecían salidos de una peli de la época, como Calle Mayor, en donde los encuentros se producen en un sistema visual que los regula severamente. Después descubrí que lo más importante allí era el disfraz, que comenzaba por el opuesto a la cabeza, es decir, los pies. Una amiga de infancia de Carmen me dijo muy seria en una ocasión que lo más importante de un hombre son sus zapatos. Tengo la convicción de que su juicio representaba el imaginario dominante en esta ciudad.

Años después, estando ya con Carmen en Madrid, nuestra vida era imposible. Como carecíamos de casa rotábamos por distintos pisos que nos acogían, no teníamos trabajo y yo me encontraba absorbido por las obligaciones militantes en el partido comunista de esa época. Vivimos una situación tan fatal que decidimos que Carmen se fuera a Santander con su familia. Recuerdo la noche de nuestra despedida en la vieja estación de Príncipe Pío de Madrid. Se marchaba con los bolsillos totalmente vacíos y sus pertenencias cabían en un par de bolsas.

Poco tiempo después empecé a colaborar en Metra Seis, una empresa de estudios de mercado, donde aprendí los misterios de la cocina en las encuestas y los estudios, así como los lados oscuros del mercado. Con el primer dinero que cobré decidí darle la sorpresa con una visita inesperada. La llamé por teléfono la noche anterior sin advertirla de mi llegada. A las ocho de la mañana me puse en Alcobendas a hacer autostop. Me recogió un matrimonio mayor en un seiscientos. Me llevaron hasta Burgos. Llegamos allí a la una de la tarde. Como tenía mucha ansiedad de llegar cogí un autobús a las tres de la tarde. Era la segunda quincena de septiembre. Cuando llegamos al puerto del Escudo y comenzamos el descenso, mis emociones se precipitaron. Es un paisaje extraordinario en el que se diseminen múltiples tonos de verde. Esta sensación quedó registrada para siempre. En todas las ocasiones que subo, experimento el mismo sentimiento de plenitud de ese día.

Al bajar del autobús, entonces no había todavía estación de autobuses y la parada final  era en Marqués de la Hermida, sentí una sensación liberadora, al descubrir el pausado ritmo cotidiano de las gentes de la ciudad, pero, sobre todo, el viento. Este es permanente, puede llegar a cambiar varias veces en el día y su efecto sobre la luz es determinante. Así, en mis paseos inacabables  por la ciudad, puedo disfrutar de los vientos y los tonos de la luz siempre  cambiantes. Después aprendí a distinguir las variantes entre la luminosidad asociada al viento del nordeste y  los múltiples tonos de gris que se hacen presentes en la bahía. Uno de ellos es el imponente que se produce en los días de viento sur.

Me adentré por la calle Lealtad y pregunté por la calle Cisneros. Después de atravesar la plaza del ayuntamiento y llegué al principio de esa calle. Al alcanzar el número  90 me situé en un bar situado justo  enfrente de su casa, desde donde la llamé. Hablamos unos minutos y al final le pregunté qué bar me recomendaba de los dos situados frente a su casa: El Segoviano o La Máquina. Se quedó perpleja, entonces le anuncié que estaba allí. Cuando bajó y nos encontramos tuvimos que poner límites a nuestro abrazo, pues nuestro mes largo de separación se debía a nuestra situación de carencia económica. Desde la ventana pude ver a su madre y a su hermana Jovita. La verdad es que le puse en una situación comprometida, pues en ese tiempo, dormir juntos tenía un precio familiar muy alto. Nos fuimos a una pensión de la época muy cercana a su casa.

Ella estuvo tensa toda la noche,  a pesar de que su madre era una persona de una bondad extraordinaria.  Mi recuerdo de esa noche es imborrable. Estaba con ella en ese paraíso que huele a húmedo, a sal, donde los vientos, las luces y las nubes  son majestuosas, en donde la naturaleza es inevitable y la bahía puede aparecer en cualquier esquina inesperadamente. Muy frecuentemente  paseábamos abrazados bajo la lluvia, que combinada con el viento hace imposible los paraguas. Aprendí a apreciar el valor de los chubasqueros. Todavía, cuando llueve, miro distraídamente a las chicas presintiendo sus cuerpos presentes bajo los chubasqueros.

Años después conseguí un trabajo allí. La fundación Botín había organizado un concurso nacional para la defensa del medio ambiente en la bahía. Fui contratado para ejercer las funciones de coordinador allí. Fue el mejor año de mi vida. Descubrí sucesivamente todos los misterios de la ciudad al tiempo que vivimos meses muy intensos en nuestra relación. Una noche de otoño, recién llegado a la ciudad, fuimos a ver “Muerte en Venecia”, de Visconti, en un cine que estaba situado en el edificio del Casino del Sardinero, que todavía no funcionaba como tal. Para un desarraigado madrileño como yo, víctima de una caída brusca en la posición social, además de militante curtido en una vida dura de varios encarcelamientos, siempre en espera de una detención, esa noche fue un éxtasis para mis castigados sentidos. La belleza de la película, de la sala, la compañía de Carmen y la salida en una noche fantástica. Fuimos caminando por el paseo de la línea de costa hasta mi casa de la calle Fernández Isla. Cada diez minutos, el paseo que bordea la bahía cambiaba de paisaje, así como los efectos de luz de la luna llena sobre las aguas. Nos besábamos cada pocos metros. Nunca olvidaré esa noche, en la que me prometí que ese era mi lugar.

Años después, recuerdo una noche fantástica, que fue la siguiente a la muerte de Franco. Entonces yo era el responsable del partido comunista y me dedicaba a su reconstitución en Cantabria. Vivíamos en una buhardilla de la casa familiar de Carmen, con la complicidad de su madre, que fingía no saberlo. Como era muy factible mi detención en cualquier momento, había alquilado una habitación en una pensión de la calle Magallanes, para evitar que la policía fuera a casa de Carmen en caso de que fuera detenido. La noche que se anunció el óbito, casualmente estaba en la pensión. Dediqué el día siguiente a los encuentros con muchos militantes para compartir la alegría y advertirles del cumplimiento riguroso de las medidas de seguridad para prevenir posibles redadas. Pero, al concluir el día, después de la cena me fui con Carmen y mi perra Sara a tomar un café a un sitio fantástico para nosotros. Era una cafetería en Puerto Chico que se llamaba “La Austríaca”. Tenía una terraza acristalada frente al  atracadero  y el club marítimo. Después regresamos a casa por el muelle en una noche templada, contemplando las luces de Pedreña, al otro lado de la bahía, en completa soledad, en tanto que la gran mayoría desconocía que lo fundamental se encontraba atado y bien atado. Fue un paseo maravilloso, que siempre evoco cuando paso por el paseo de Pereda.

En los años siguientes abandoné el partido; terminé mi carrera;  me casé con Carmen por lo civil;  participé en  un despacho de sociólogos con dos colegas; escribí en los periódicos locales; comencé como profesor de sociología; aterricé en el sistema sanitario; me convertí en el sociólogo de guardia de tan noble localidad y adquirí un nivel de vida aceptable, incluyendo nuestra motorización,  que nos permitió disfrutar de las maravillas de la provincia, que se había reconvertido en región. En los viajes que hicimos en esos años, siempre a lugares espléndidos, al regresar,  experimentaba la misma sensación de ansiedad y de reenamoramiento. Teníamos un ritual instituido de reencuentro con la tierruca, que era acudir a cenar una sopa de pescado a un restaurante de la zona de Puerto Chico, muy cercano a la Diputación. También se incubó en este tiempo mi diabetes.

Pero todos los avatares colectivos no interfieren la vida diaria de la ciudad. Algunos ilustres corresponsales internacionales enviados a la guerra civil española para narrar la ferocidad con la que se batían los contendientes, al desembarcar en Santander mostraban su asombro por la tranquilidad de la vida de sus gentes que parecía ajena a las pasiones del conflicto. La vida transcurre con el sosiego de un balneario de época. La naturaleza tan inmediata sumerge a cada uno en sus rutinas y constituye una vida privada plena de posibilidades cotidianas. Recuerdo a los intelectuales paseantes las mañanas de invierno, los primeros contingentes de jóvenes surfistas, los hombres y mujeres maduros que juegan a las palas en la playa, los partidos de futbol múltiples de los sábados de todas las edades, los paseantes del sardinero, los distintos ambientes en las zonas de bares y los diversos públicos playeros. En la ciudad se hace presente la naturaleza de una forma prodigiosa. Abierta al mar y dominada por la bahía.

Pero mi recuerdo más nítido es el de los pobladores de las cafeterías del paseo de Pereda, que todos los días comparecían a su cita con unos atavíos impecables. Estos se multiplicaban los veranos con la llegada de legiones de foráneos que reproducían el viejo veraneo. A media tarde comienzan a comparecer en las terrazas del Sardinero con sus convencionales ropas dotadas de una elegancia convencional. Así todos los días se ponía en escena una versión de “La Regenta”. La última vez que estuve por allí tuve la sensación de que eran los mismos de siempre, inmutables en sus formas, sus uniformes, sus miradas, sus conversaciones y sus puestas en escena.

Por el contrario, me fascina el ritmo que adquiere la ciudad en las tardes  entre Cuatro Caminos y el Ayuntamiento. Los moradores de la antigua ciudad industrial ocupan los espacios públicos en un ambiente muy convivencial que no espera al sábado. Me encantan las concentraciones en los bares y cafeterías de esa zona en el tiempo de la media tarde y la entrada de la noche. Los fines de semana se reduce la ocupación callejera,  en tanto que el pueblo soberano motorizado se disemina por las múltiples posibilidades de espacios públicos que ofrece el entorno. Así se conforman dos mundos sociales diferentes que se hacen y deshacen en las tardes-noches de la ciudad.

El día que me fui intuía que no volvería. En septiembre de 1988 me marché a Granada a la escuela andaluza de salud pública. El 31 de enero del 89 viajé toda la noche desde Granada para recoger a Carmen y las perras. Era una fría noche de invierno. Llegué a la estación de Atocha en Madrid y me fui andando a la estación de la calle Alenza, cerca de Cuatro Caminos. En ese paseo repasé mi vida y tenía cierto sentimiento de pérdida. Llegué a las dos de la tarde a Santander. Comimos y Carmen insistió en no demorar la salida. Viajamos toda la noche y llegamos a Granada muy de mañana.

Siempre tuvimos nostalgia de Santander. Cuando regresamos de vacaciones en el verano siguiente, al entrar en la calle San Fernando, cerca de nuestra casa, una de nuestras perras, la Baby,  lanzó un grito sostenido de júbilo. Nos reímos mucho y celebramos estar tan compenetrados. Tengo mala conciencia de que la enfermedad y muerte de Carmen tuviera lugar tan lejos de su tierra. Parte de sus cenizas están en San Juan de la Canal. También en la sierra de Huétor de Granada, donde disfrutamos tanto en nuestras caminatas de invierno.

Cuando regreso, a pesar de la modernización urbana, que ha expulsado a los jóvenes y ha generado la ciudad escaparate, encuentro las huellas del pasado. Las tardes con las calles repletas de gentes, el entrañable bar Peña Prieta y el inigualable Casa Mariano, ya reconvertido pero con el mismo espíritu. Las ausencias son numerosas. Guardo luto por Casa Melquíades, una taberna en el centro junto a la calle San Luis, en la que muchos obreros de la vieja industria, jugaban a las cartas y conversaban animadamente. Allí servían un plato delicioso, los morros con tomate. Sería imposible para mí ahora. Pero lo llevo en mi memoria. Lo que sí permanece igual es el viento que siempre me abraza al llegar y me hace sentir cerca la naturaleza, que allí es la bahía, el faro de Mataleñas y la majestuosa e inevitable playa de Somo como fondo de cualquier rincón urbano.  En mi despacho de la facultad tengo en la pared una foto aérea que miro frecuentemente. Me ayuda a imaginarme allí, en los múltiples lugares maravillosos, dotados además  de autonomía con respecto a la peculiar sociedad local.

viernes, 19 de diciembre de 2014

MEMORIAS DE LA EXTRAVAGANCIA. LE MÉTÈQUE.

Mi experiencia profesional en el sistema sanitario, entre diciembre de 1983 y el día de hoy,  se puede definir mediante el concepto de extravagancia. El sistema sanitario, el complejo de instituciones, organizaciones y profesiones que lo conforman, es extraordinariamente cerrado al exterior, de modo que somos muy pocas las personas externas las que hemos podido acceder a su interior de una manera sostenida. Mi caso ha sido especial, en tanto que he alcanzado  un estatuto de cierta aceptación por parte de algunos de sus moradores, que incluye el  reconocimiento de la diferencia, que nunca he ocultado. Por esta razón, me parece acertada la metáfora de la canción de Moustaki de “Le métèque”, que celebra su diferencia al tiempo que su reconocimiento por la Francia que lo acoge. Esta es una de las canciones que permanecen en mi vida.

Pero no siempre se ha entendido mi presencia como aportación. En numerosísimas ocasiones he sido elogiado por médicos y enfermeras, que calificaban mi intervención como “interesante”. Al principio interpretaba este reconocimiento de lo interesante como un elogio. Pero después, pude comprobar que,  cuando decían interesante, querían decir que era exterior a su mundo. Así me he configurado como un excedente complementario que se encuentra fuera de juego. Mi actividad profesional se ha ubicado en la tangente. Recuerdo uno de los cursos de jefes de servicio de la Escuela Andaluza de Salud Pública en Córdoba en los años noventa. Impartía una sesión de sociología de la salud. Terminaron aplaudiendo, cosa que detesto. Uno de los participantes tuvo la capacidad de sintetizar lo que pensaban, afirmando que “esto es muy interesante y está muy bien. Felicidades. Pero no es para nosotros. Esto se debía dirigir a los estudiantes de medicina”.

Así me he convertido en un lujo que se ha desplazado durante muchos años por todos los territorios sanitarios. Una extravagancia a los ojos de las sucesivas élites rectoras de tan formidable sistema. Mi inconformismo irrenunciable,  ha determinado que en muchas ocasiones haya sido definido como provocador. Esta figura es muy elocuente. Apela a un sujeto que se sitúa en el exterior del inexorable contrato semiótico que impera en el interior de este sistema. Lo que se puede decir y pensar tiene unas fronteras férreas. Entrar en los territorios prohibidos del más allá de las significaciones compartidas,  suscita una reacción defensiva de condena, que principalmente se construye sobre emociones negativas compartidas.

Por eso, estas memorias de la extravagancia, en las que quiero inventariar algunas experiencias profesionales vividas desde el estatuto de la extranjería profesional, al que nunca he renunciado. Porque esa exterioridad la he mantenido hasta hoy, de modo que no he sido absorbido por el conocimiento profesional dominante. Algunos colegas han colaborado con el sistema sanitario, pero han sido reciclados por los saberes profesionales dominantes. Paradójicamente, sólo han permanecido en este campo aquellos extranjeros que han  sabido mantener su identidad, de modo que han podido ser considerados como profesionales externos que aportan algo específico. Este es el sentido de los distintos post que voy a escribir en estas memorias.

Arribé al sistema sanitario en 1983 en Santander. Entonces participaba en un despacho de sociólogos que hacía trabajos de urbanismo. También era profesor de sociología en la Escuela de Trabajo Social  y en la de Graduados Sociales. El advenimiento de aquello que se denominó como “el cambio”,  determinó la llegada a la dirección del INSALUD de una nueva generación de jóvenes médicos críticos. Los objetivos que se marcaron, en coherencia con la pretensión de transformación del sistema sanitario del franquismo,  suscitaron unas resistencias de alta intensidad. Por eso decidieron contratar un equipo de profesionales externos como asesores. Así entré en este mundo, como miembro de los comandos de operaciones especiales reclutados para el asalto al sistema, que constituía el código del cambio. En diciembre de 1983 se convocaron las plazas y una de ellas era de sociólogo. Nos presentábamos tres, de los cuales ninguno teníamos una formación sólida ni relación alguna con el singular campo de la salud.

Empecé haciendo encuestas de satisfacción, trabajos para el plan de humanización de esos años, apoyo a los nacientes servicios de atención al paciente, tareas de colaboración con distintos programas de los ambulatorios y del hospital de Valdecilla. La reforma de la atención primaria, con las dificultades de su implementación, determinó la construcción de un equipo multiprofesional de apoyo en el que me integré. Me encargaron un informe sobre los centros de salud nacientes, que se publicó con el título de “Operación Espejo”. Este tuvo mucho impacto, en tanto que no es frecuente la realización de un trabajo de campo en una institución sanitaria desde la perspectiva de un analista externo. Con esta reforma se suscitó lo que me gusta denominar como “el misterio de la participación”. En su nombre fui movilizado y he sido requerido hasta hoy mismo, con  el objeto de convertirlo en un problema que conlleve alguna solución.

En esos años empecé como profesor de sociología en la Escuela de Enfermería y en cursos de gestión que organizaba la Escuela de Nacional de Sanidad. También los cursos de comunicación para enfermeras así como los de participación tuvieron mucho impacto en esos años en Santander. En un curso de la universidad de verano de la universidad de Cantabria en Laredo, conocí a Natxo Oleaga, médico de familia de la primera promoción y uno de los primeros exploradores en los máster de salud pública exteriores. El formaba parte del núcleo de la  EASP de Granada naciente. Recuerdo que le di una copia de la Operación Espejo. Al día siguiente me dijo que se la había leído por la noche y sondeó mi disposición para colaborar en la escuela en Granada.

En septiembre de 1988 me incorporé a la EASP. Fueron años muy intensos en los que había mucha energía, que se encontraba vinculaba a la percepción de un futuro abierto y estimulante, en el que esta institución podía intervenir. Dos años después hice el doctorado y me incorporé a la naciente facultad de sociología, aquí en Granada. Seguí colaborando con la escuela hasta este mismo año. En el intervalo de tiempo transcurrido hasta la consecución de mi titularidad, me convertí en un profe de guardia, realizando múltiples cursos para distintas instituciones. En particular,  impartí cursos de comunicación en muchos centros sanitarios y en el CEMCI para funcionarios. También un curso de participación para atención primaria, que impartí en múltiples lugares. Así conseguí compensar mi escaso salario de profe interino.

Mi trayectoria profesional tiene una singularidad que se deriva del azar, en tanto que he cruzado con distintas personas que después han desempeñado cargos de máxima responsabilidad. Desde mi primer director en Santander, Fernando Lamata, que después ascendió a altas cimas del sistema, hasta mis primeros colegas y alumnos en la EASP, varios de los cuales saltaron a la cima de la administración sanitaria andaluza, o mi director de departamento en la universidad, que fue secretario de estado de universidades, y otros muchos. Desde mediados de los años noventa me encuentro con consejeros  o altos cargos que han sido alumnos míos y me reconocen como  profesor.

También el azar  ha determinado que toda mi vida haya tenido el privilegio de participar activamente en procesos e instituciones nacientes. El movimiento estudiantil madrileño de los años anteriores a la transición; el advenimiento de la nueva democracia; la reforma sanitaria; la reforma de la atención primaria; la primera escuela de salud pública; la facultad de sociología naciente de Granada y el renacimiento del 15M, entre otros. En los comienzos de procesos de cambio que alumbran algo nuevo se producen situaciones especiales llenas de energía que aportan mucho a las personas que las viven. Comentaré aquí algunas de ellas.

La contrapartida es que muchos de los procesos vivos fundantes de instituciones devienen en institucionalizaciones que anteceden a la decadencia. He sido testigo de muchos de ellos y en la actualidad me interrogo acerca de los límites de estas decadencias, pues parecen infinitos en algunos casos. Por eso, en mi intimidad, me gusta definirme como una persona sobreviviente a grandes acontecimientos. Después de estos, parece inevitable la reversión fatal,  pero nosotros seguimos viviendo. Así, he tenido que ser testigo de las trayectorias decadentes de todos los entornos que en su origen presentaban gérmenes esperanzadores de cambios.

En las situaciones de decadencia y deterioro, los sistemas se congelan y transmiten su decrepitud a los actores, siendo correspondido por estos que le devuelven sus déficits. El tiempo histórico presente resulta de estas regresiones múltiples. Por eso, después de 1992 he ido tomando distancias con este sistema deteriorado. El proceso acumulativo de distanciamiento ha desembocado en un disentimiento general con el signo del proceso histórico en el que estamos inmersos. Pero la infinitud de una persona frente a las poderosas maquinarias de la regresión deja muchos huecos. Después del 15M se atisban indicios de un renacimiento, de la crítica y del conocimiento libre. Mi pretensión es estar presente en los pequeños acontecimientos en los que se incuba un mundo mejor. Con este espíritu escribo estas memorias.

El resultado de mi disentimiento es la manifestación pública de mis críticas. Cuando me encuentro con personas conocidas en los distintos comienzos impetuosos a los que he aludido,  en los que hemos compartido euforias y esperanzas  iniciales, que han experimentado trayectorias ascendentes, percibo su distanciamiento inequívoco. Alguno me ha comunicado su decepción porque no he sabido aprovechar la situación de encontrarme en el sitio oportuno y en el tiempo oportuno. Pero sí se puede constatar su distanciamiento. Nadie quiere hablar con las personas que hemos seguido otras direcciones. Mi interpretación es que el denominador común de las regresiones sectoriales es la producción de una forma nueva de vasallaje. Entonces, entiendo su distanciamiento como el reconocimiento por su parte de la inviabilidad de reconducirme a esa condición. En el principio de los años noventa fui nombrado miembro del Consejo Asesor de Salud de Andalucía. Me fui un año después cuando el consejero que me había nombrado, alumno mio de los primeros tiempos de la EASP, fue contratado una semana después de su cese por una empresa farmacéutica global. En una semana y como investigador. Entonces entendí la importancia de los pies. Fueron las herramientas mediante las que pude marcharme sin despedirme. Me he marchado después de no pocos sitios cómodos. Los pies, algunos alumnos se rien cuando les advierto de su importancia.

Por eso estoy orgulloso de mi marginación en este estado de cosas. En algunas ocasiones digo en las clases que la señal más clara de que las cosas van bien es ser denominado como “un chalado”. En el caso contrario hay que empezar a preocuparse. Porque el futuro sólo puede ser de los vivos, de los libres y de los inconformistas.  Los que no sean así están condenados a administrar el presente en su beneficio para desaparecer sórdidamente.

Memorias de la extravagancia, para contribuir a esclarecer los años felices y  de plomo de lo que ahora se llama “el régimen del 78” y su sistema sanitario.

lunes, 15 de diciembre de 2014

LAS MOVILIZACIONES, LOS MOVILIZADOS Y EL VIENTO

Las movilizaciones son acontecimientos que se producen en un contexto histórico específico. Las relaciones de poder y las instituciones que lo articulan dan lugar a desequilibrios que generan distintos conflictos, que, cuando una de las partes se encuentra en una situación de inferioridad, recurre a la movilización. Así, estas son inseparables de los intereses sociales menos representados en el sistema político. Los actores sociales bien representados recurren a estrategias de promoción y defensa de sus intereses, que se inscriben en lo que se entiende como grupos de presión. Estos utilizan de forma combinada sus influencias en las empresas, la administración, el sistema político, las instituciones de producción del conocimiento y los medios de comunicación. Por el contrario, los actores sociales cuyos intereses se encuentran infrarrepresentados, no tienen otra alternativa que la movilización.

Desde una perspectiva histórica global, las movilizaciones han constituido el medio mediante el que distintos sectores sociales han conseguido la transformación de la sociedad mejorando su condición. El conflicto trabajo-capital, los asociados al feminismo, ecologismo o los derechos humanos, son elocuentes. De este modo, las movilizaciones son un instrumento al servicio de las causas sociales vinculadas a los intereses de los sectores subalternos. Los sistemas económicos, políticos e institucionales asociados a desigualdades relevantes, recurren a la individualización rigurosa, descalificando a la masa. De este modo, uno a uno, su superioridad es manifiesta. Por el contrario, los sectores en desventaja no tienen otro recurso que la agrupación o la movilización, que forma parte de la acción colectiva.

En las sociedades industriales, los grupos de presión se contraponen con los movimientos sociales, constituyendo así el eje en el que se inscriben los conflictos. Los movimientos sociales son extremadamente diversos y diferenciados. Su aportación principal es realizar definiciones acerca de alguna situación social, que se contraponen a las definiciones institucionalizadas. Así, se constituyen como productores de sentidos de lo social, que abren un conflicto que transcurre por sucesivas fases. Cuando este se produce manifiestamente, la acción colectiva resultante adquiere determinadas formas. Estas son denominadas como repertorios de acción. Cada ciclo histórico se caracteriza por la invención de un nuevo repertorio de acción.

En el presente, una parte de los conflictos recurren a los viejos repertorios de acción correspondientes a la anterior sociedad industrial o capitalismo fordista.  La huelga general es su cénit y representa el máximo en la dimensión simbólica. Sin embargo, las condiciones sociales se han modificado profundamente. La fragmentación social, la acción de un complejo de instituciones rectoras e  individualizadoras, la naturaleza del trabajo, del consumo y la vida cotidiana, así como los mundos vivos y duplicados creados por la sociedad postmediática, configuran otro mundo muy diferenciado al de la era industrial. En esta situación se generan unas nuevas condiciones estructurales que determinan nuevos conflictos potenciales, que no están enunciados y que no encuentran cauces de expresión. Por eso, en este tiempo se hacen frecuentes los sucesos de estallido social  de las tensiones acumuladas en el subsuelo.

Los movimientos sociales y las movilizaciones representan un modo de conocer y decidir muy diferenciado al imperante en el las instituciones, en las que resplandece la elección racional, que privilegia el cálculo de la relación entre coste y beneficio. Unas movilizaciones pueden concluir consiguiendo beneficios inmediatos para sus participantes, pero otras, no se resuelven en nada tangible en lo inmediato. Pueden acumular fuerzas a favor de la causa en el medio o largo plazo, desgastar la institución o poder alternativo o ser simplemente una forma de protesta asociada a una causa perdida. Los sectores sociales subalternos se asocian con derrotas en numerosas ocasiones, intensificadas en los últimos treinta años.

En la España de la gran reestructuración neoliberal vigente, que comienza en los años ochenta y se intensifica en el final del gobierno Zapatero y el vigente de Rajoy, distintos sectores han sido expulsados del sistema productivo,  han modificado su estatuto laboral y social mediante la precarización intensiva, han sido privados de una parte de los servicios sanitarios o sociales del austero y tardío estado del bienestar español o han sido condenados a la formación permanente, aliviada  con algún intervalo en el que son contratados. El paisaje social regresivo amenaza también a todas las conquistas de bienes inmateriales obtenidas por los movimientos sociales en las décadas anteriores.

Esta gran regresión ha multiplicado el número de desamparados que son desposeídos de identidad, en tanto que son alojados en alguna de las colas que conforma el sistema de empleo. Ya no son trabajadores de un sector, miembros de una profesión  o estudiantes de una titulación, sino que forman parte de la masa heterogénea creciente de los buscadores de empleo. La condición derivada de encontrarse en esta cola es la rigurosa individualidad. Así se generan subjetividades culpabilizadas que acompañan a los comportamientos que se inscriben en el novísimo disciplinamiento, cuyo emblema es la nueva obligación de reinventarse periódicamente.

En este contexto histórico cabe entender la multiplicación de movilizaciones. La mayoría de estas se define por las protestas por las pérdidas múltiples: los puestos de trabajo, las condiciones laborales, las prestaciones, los servicios sanitarios, las becas, las viviendas o, simplemente,  la evaporación de sus ahorros sustraída por el complejo político- bancario en la operación de las preferentes. Las movilizaciones son defensivas y en no pocos casos, desesperanzadas. Estas se encuentran asociadas a la penuria cognitiva, en tanto que no es inteligible el cuadro general de la regresión. Las instituciones rectoras lo definen como una crisis, que necesariamente tiene un final. Los movilizados expresan su ira y desaliento, pero mantienen su esperanza de que todo vuelva a su sitio en el final de tal crisis.

Pero la clave para entender las movilizaciones radica en que todas las instituciones individualizadoras de la reestructuración han modificado el estatuto personal prevalente, desalojando a las personas de su sede colectiva y asignándoles una nueva condición  individual. La des-socialización preside todos los procesos sociales. En las movilizaciones de protesta se recupera el calor de lo social. Recurro a a dos autores que aportan luz para entender las movilizaciones. Uno es Elías Canetti en su libro “Masa y poder”. El otro es Peter Sloterdijk, en su libro “El desprecio de las masas”

El filósofo alemán dice “…destaca cómo en el ámbito de las situaciones burguesas se alza un implacable sistema, definido por crear distancias entre los sujetos, que aísla a los individuos entre sí, y dirige a cada uno de ellos hacia el esfuerzo solitario de tener que llegar a ser él mismo” (pag. 14).  Me parece de una precisión asombrosa. Eso es justamente. En esta perspectiva, Canetti apunta que las movilizaciones son la forma de creación de una masa que produce una descarga “Sólo todos juntos pueden liberarse de sus cargas de distancia. Eso es exactamente lo que ocurre en la masa. En la descarga, se elimina toda separación y todos se sienten iguales. En esta densidad, donde apenas cabe observar huecos entre ellos, cada cuerpo está tan cerca del otro como de sí mismo. Es así como se consigue un inmenso alivio. En busca de este momento dichoso, en donde ninguno es más, ninguno mejor que otro, los hombres devienen masa” (pag 17).

Las primeras manifestaciones masivas convocadas por los sindicatos en las que estalla la perplejidad compartida, que después cesan por la renuncia y ausencia de las direcciones sindicales inscritas en el complejo político y financiero. La masa desamparada deviene en una explosión de movilizaciones de los afectados múltiples. Las mareas que representan la defensa de la afiliación e identidad social, frente a las apisonadoras del nuevo poder  para reconvertirlas a la uniformidad de los agrupados en las colas de los buscadores de empleo. Las víctimas de la combinación de la crisis laboral con la sagrada institución del crédito, que los ha atrapado, convirtiéndolos en desahuciados.  Así se multiplican las masas victimizadas y desamparadas por las instituciones, que, en muchas ocasiones, carentes de alternativas, se movilizan para representar su condición social y mantener su esperanza. Son los resultados de lo que Hannah Arendt denominó como “desamparo organizado”, que en este tiempo adquiere un esplendor inusitado. Las marchas por la dignidad representan la visibilización de la subjetividad de los desalojados de su condición.

Pero, en la sociedad postmediática, este conflicto latente se ha desplazado al espacio mediático de los medios audiovisuales, las redes sociales y las pantallas múltiples. Sloterdijt apunta a un cambio en la configuración de la masa, que ahora se define por su participación en programas relacionados con los media, ahora “han dejado de orientarse a sí mismas de manera inmediata por experiencias corporales: sólo se perciben a sí mismas a través de símbolos mediáticos de masas”.

Así, la intensificación de la reestructuración global ha creado simultáneamente un estado de movilización fragmentada de sus víctimas, así como una masa mediática en busca de su redención en lo que se supone como el final de la crisis o de la senda, en el relato producido por las instituciones rectoras y sus leales oposiciones, que pueden llegar hasta la travesura en ocasiones. Los desamparados encuentran alivio en la comparecencia en el flujo mediático de monjas justicieras, prohombres del sentido común, jueces estrella, periodistas providenciales y otros defensores simbólicos de su identidad deteriorada.

Este es el suelo sobre el que se asienta Podemos. Se trata de un proyecto que enlaza con la sensibilidad de la condición social y la identidad deteriorada por la reestructuración. Por eso, cuando se abaten todas las violencias sobre los mismos, tratando de homologarlos y reconvertirlos a los programas compatibles con el principio de realidad asociado a las élites económicas, políticas y mediáticas, fracasan en su intento. Una vieja canción latinoamericana dice, refiriéndose a la guerrilla en los años sesenta, que esta “puede ser sólo el viento, sobre la nieve”. Eso es principalmente, el viento sobre el desierto de lo real para los sectores sociales desplazados a las colas y condenados a la identidad deteriorada. Su sonido, en la terrible ausencia sostenida de la izquierda institucional, es manifiesto. No hay milagro alguno en su ascenso. Por el contrario, se corresponde con un vacío clamoroso que resulta de la perversa relación entre los movilizados y los inmovilizados institucionales de la vieja izquierda.


miércoles, 10 de diciembre de 2014

MODERNIDAD Y CONTRAMODERNIDAD GRANAÍNA: EL PALACIO DE CONGRESOS

El Palacio de Congresos representa el símbolo de la modernidad granaína. Construido en los años de crecimiento económico, en los que las sinergias entre el dinero llegado del más allá europeo con la intensificación de la construcción y las infraestructuras, generan lo que las élites de aquellos años denominan como “proyecto de ciudad”. Este consiste en la construcción de varios macroedificios que generan impacto en el precio del suelo ubicado en sus alrededores, que se revaloriza mediante la aparición de urbanizaciones múltiples. El factor esencial para esta transformación, es el acrecentamiento de la movilidad residencial, que afecta a distintos segmentos de la población, que se desplazan a los municipios de la periferia avalando la expansión de las infraestructuras y de la construcción, así como transformando el centro histórico en un espacio de reconversión urbana. Este es el ciclo integral del crecimiento.

En tanto que este proceso transcurre, multiplicando sus agentes y beneficiarios, el sistema productivo local queda incólume. La expansión de estos años tiene los pies de barro. Los proyectos empresariales nuevos se agotan en los hoteles, restauración y ocio en el centro-escaparate remodelado, siendo muy escasos los sectores productivos nuevos. El incremento de empleo público aporta una base de compradores de suelo que avala el proyecto. El concepto de élites extractivas adquiere en la reconversión metropolitana de Granada todo su esplendor.  Mientras que en los años siguientes varios de los prohombres de este acelerado tiempo se encuentran en prisión o en la ruina, los agentes estatales del milagro, devienen en gestores de las empresas públicas que sobreviven al diluvio de la reestructuración neoliberal en la versión regional-social.

En el momento del cese de las actividades de construcción, se incrementa el desempleo, que acusa el impacto de la reconversión del estado del bienestar en todas sus versiones, que pone fin a una época de crecimiento constante del empleo público. La actual concentración de los hospitales es su emblema, instaurando una pauta que inicia un camino hacia un futuro incierto. Este proceso es bien analizado en el libro de Juan Rodríguez Medela y Oscar Salguero, Transformación urbana y conflictividad social. La construcción de la marca Granada 2013-2015.http://gealacorrala.blogspot.com.es/p/ediciones-la-corrala.html

En este contexto del proyecto de crecimiento sin fin fundado en el diluvio  de financiación exterior  cabe entender el palacio de congresos. Las previsiones iniciales resultan delirantes. Las declaraciones de los dirigentes de la época remiten a un pronóstico de explosión de congresos que concentran en la ciudad da los congresistas que se prodigan en su gasto diario. Se supone que la marca Granada por sí sola garantiza este futuro de prosperidad. Carentes de un análisis fundado de proyección, se procede a la construcción del edificio en el centro de la ciudad. La obra cumple estrictamente la ley de hierro de las élites extractivas, como es que el presupuesto inicial es desbordado en el curso de la obra, de modo que el costo total excede con mucho el mismo.

Se entiende el papel providencial de este edificio expresado en retóricas oficiales grandilocuentes, de modo que se utilizan los materiales más caros y las escalas mayores. Se trae mármol italiano, en tanto que se considera el de Macael próximo como un material no adecuado a la magna obra. El resultado es un edificio imponente físicamente, pero carente de alma y con una estética que se aproxima a lo deplorable. Me impresionan los pasillos interminables y espaciosos, destinados a los stands de las empresas patrocinadoras, así como  las salas inmensas, donde se puede experimentar la finitud del congresista,  otorgando  la gloria a los oradores. He escuchado a alguna de las autoridades de la época decir que con el paso de los años este edificio tendría un valor estético superior al de la Alhambra.

El edificio es desmesurado y muy pronto manifiesta su exceso con respecto al número de congresos que alberga, dado que las ciudades próximas también construyen sus palacios siendo competidoras eficaces. La desproporción funcional es patente. En una ocasión, un empresario alemán, me dijo, en un concierto de Cesarea Evora allí, que “en Alemania no nos podemos sufragar estos lujos”. Cuando, dos años después comenzó su decadencia generando déficits contables, fue reconvertido a la función de teatro y centro de conciertos. Incluso se propuso para bodas. Pero su decadencia económica carece de importancia, en tanto que en la España postfranquista se privilegia la arquitectura, entendida como medio de glorificación de la nueva clase dirigente. Los aeropuertos sin aviones de Castellón o Castilla la Mancha son el equivalente a los pantanos de sus antecesores, ahora en versión de los caudillos autonómicos, denominados en los medios como “barones”.

El Palacio de Congresos representa dos o tres veces cada mes la concentración de congresistas trajeados, que llevan su tarjeta de identificación en la solapa cuando transitan hacia los hoteles del centro. Así conforman un elemento diferenciador de la ciudad. Los taxistas se afanan para captar clientes en los mismos. La parada de taxis ubicada frente a él es la más concurrida de la ciudad. Las grandes ocasiones se producen cuando tiene lugar un congreso partidario o de una profesión que concluya con una cena que congregue a cientos de comensales.

Pero la modernidad de dicho edificio, que languidece en los días que aparece desocupado, contrasta con el envés de la contramodernidad granaína, que conserva el viejo espíritu precapitalista sobreviviente a las modernizaciones artificiales impulsadas por las élites estatales y las extensiones de las metrópolis comerciales globales diseminadas por sus espacios. Me gusta observar el tránsito de congresistas, que en su camino hacia el centro, al pasar por los puentes sobre el río Genil, tienen que contemplar, en algunos días gloriosos, los excedentes de suciedad del mismo.

Pero la contramodernidad se apodera inexorablemente de los huecos de muchos de los espacios que rodean el magno edificio. Las terribles estéticas de los callejones que se encuentran justamente enfrente, pasando el río; los jardines de la explanada, que concentran las tardes de primavera y otoño distintos contingentes de marginaciones múltiples; algunos restaurantes ubicados enfrente, con sus tapas y cartas sobrecargadas de productos que proceden de las sartenes donde se recombinan los aceites multiusos. Pero, al lado del mismo, se encuentra un bar-restaurante que condensa el espíritu granaíno. Es el de Valenzuela, un antiguo edil del partido andalucista, en la última versión de Pedro Pacheco, que ahora también se encuentra en prisión. Este es un personaje que merece ser tratado aparte en estas páginas. Sólo recordar ahora que en las campañas electorales, inventó el mítin-choto, en el que cocinaba un cabrito con el que obsequiaba a los asistentes con suculentas raciones que presagiaban políticas públicas de gratis total para los amigos. El maravilloso olor de las carnes cocinadas lentamente, acompañaba la conversación del público devenido en clan amistoso. Lo racional-programático era desplazado por el olor y sabor de las viandas que condensaban el programa, anticipando el mejor de los futuros para los comensales participantes.

La contramodernidad envuelve subrepticiamente el palacio, silenciosa pero contundentemente. El espíritu inmanente de la vieja ciudad renace después de cada modernización, agazapado detrás de las fachadas de las mismas. Voy a contar una que me parece fascinante. Se trata de un quiosco de periódicos y loterías que se encuentra muy próximo en una zona fronteriza de barrios. Lo regenta una mujer joven que encarna las esencias granaínas. Al llegar al mismo es visible un cartel escrito a mano, con letras mayúsculas que reza así:

                                         ABRO CUANDO VENGO
                                        CIERRO CUANDO ME VOY
                                        Y SI VIENES Y NO ESTOY
                                         ES QUE NO COINCIDIMOS

Me parece toda una antología de la malafollá proverbial. El texto acompaña muy bien al servicio. Si se encuentra ocupada con el ordenador, o conversando con algún amigo, hace saber explícitamente que no eres bienvenido. Al igual que en el texto, se manifiesta un espíritu que trasciende al cliente, el juego oferta-demanda o la naturaleza del servicio. Se encuentra por encima de la condición de empleada o autónoma. El cliente es imperceptible a su mirada. Algunas personas me han comentado que antes de la expansión de los centros comerciales, el comercio local cerraba desde el mediodía de los sábados dejando la ciudad desabastecida.

Una vez intenté pagar dos periódicos con un billete de cincuenta euros. Me quemó con la mirada y me regañó severamente. Pero tampoco propuso una solución. Le es indiferente que vuelva por allí o que busque alternativas. Porque el trabajo se encuentra por encima del mero beneficio. Así, como he contado cómo ocurre en muchos bares de barrio, el cliente tiene un estatuto de amigo, con el que se conversa pausadamente y se le obsequia con una tapa preferente. Los no pertenecientes a este clan amistoso no siempre son bien recibidos y son considerados como extraños. En un bar de mi barrio, donde concurren muchos vecinos a ver partidos de fútbol, los no habituales somos penalizados con peores tapas y demoras en la atención dependientes de los avatares del partido.

Estos son los misterios de la ciudad que se ocultan detrás de los edificios-símbolo. El edificio de enfrente del palacio de congresos, el hotel San Antón, de dimensiones equivalentes a este, acaba de despedir a toda la plantilla y cerrar sus puertas para abrirlo con otra empresa. Esto sí que es modernidad, porque han dejado a los trabajadores sin indemnización, amparados por las reformas laborales de última generación. Los nuevos empleados tendrán un estatuto laboral ultramoderno, inscrito en la temporalidad vigente. Cuando pase un tiempo se les invitará a reinventarse. Igual que la ciudad que los alberga. Pero sus salarios serán contados en escasos chavicos, haciendo patente el vínculo con el pasado.


domingo, 7 de diciembre de 2014

VIOLENCIA, HUMILLACIÓN Y CINTAS DE VIDEO

Recurro a la metáfora cinematográfica para evocar la magnífica película de Soderbergh “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”. En el video que presento, un matrimonio acomodado mejicano interroga a su empleada doméstica por llevarse un chile a su casa, grabándolo en un video que sube a Facebook. Este ha desencadenado numerosas críticas en las redes sociales. Me parece un acontecimiento que revela un componente del nuevo poder. La forma de ejercerlo es convencional y remite a la continuidad, pero, hacer pública esta secuencia, implica una fusión explosiva entre el abuso de poder, ensañándose con la víctima, y la culminación de su humillación al exponerla públicamente.

No creo que podamos considerar este episodio como un hecho aislado. Muchas de las violencias de este tiempo son registradas en imágenes por los mismos agresores, siendo expuestas en los espacios públicos de las redes sociales. En este caso, se trata de lo que en este blog he denominado un “cara a cara”. Es un encuentro entre personas que ocupan posiciones tan asimétricas que la empleada carece de opción alguna. En estas condiciones el ensañamiento con la víctima es inevitable por parte de los empleadores, en tanto que esta se encuentra indefensa.

Se trata de un evento que se encuentra regido por la asimetría, la desproporción y el goce en la superioridad. El motivo, llevarse un chile a casa, es nimio en relación al castigo desmesurado. La conversación sin desperdicio. Son tres minutos tan intensos como inquietantes. No existe un resquicio que propicie una salida a la víctima. Esta es acorralada  y su rendición no es suficiente para aliviar su situación.  Se evidencia una apoteosis de la superioridad. Es un episodio que se ubica en un territorio más allá de los conflictos. El objetivo es destruir la integridad de la víctima y gozar con su castigo. Es la celebración de una victoria total, absoluta y sin contrapartida alguna.

Este episodio es un indicador inequívoco de la perversidad, que se hace presente en los territorios privados donde se producen relaciones tan desiguales. Me parece que es una advertencia de las consecuencias de la desregulación laboral. En una situación similar se van a encontrar muchos de los que aspiren a trabajar en el presente, después de las sucesivas reformas laborales que extingan los derechos laborales conquistados en el capitalismo fordista. Todos somos gradualmente reconvertidos al estatuto de las empleadas domésticas. La esperanza consiste en encontrar un empleador bondadoso. Lo que está aconteciendo es muy peligroso.

No he podido evitar acordarme de algunas historias que me cuentan distintos exalumnos, que se encuentran atrapados en empresas, organizaciones y relaciones perversas. Un arquitecto experimentado y valioso que empieza a trabajar en una empresa consolidada y pregunta lo que va a cobrar, siendo reprendido severamente…




jueves, 4 de diciembre de 2014

LOS SIAP Y LA IRRUPCIÓN DE LOS MÉDICOS DESHEREDADOS

La atención primaria fe refundada en España en los primeros años ochenta, como consecuencia de la combinación de varios acontecimientos de gran magnitud. Las críticas en ámbitos internacionales y globales al crecimiento de los sistemas sanitarios hospitalocentristas, generan un giro en la valoración de la atención primaria, dando lugar a los felices años del estado de expectación creciente acerca de la misma. En el nivel local, el final del franquismo y la creación de un estado democrático, reaviva todas las cuestiones pendientes. Una de ellas es el deplorable estado de la red de ambulatorios. El resultado es la instauración de una reforma sanitaria que crea la especialidad de medicina de familia y los centros de salud en el contexto de una transformación general, que se inscribe en el camino hacia un estado de bienestar completo.

La generación que vive estos cambios conforma un contingente plural de personas, grupos y colectivos, entre los que se encuentran las primeras promociones de los médicos de familia,  que ocupan las posiciones más relevantes en los dispositivos asistenciales nacientes; en la administración sanitaria, que se nutre mediante la multiplicación de gerentes y profesionales de staff; en las sociedades profesionales y científicas; en la enseñanza, la investigación y las editoriales y revistas, así como en la industria que acompaña su expansión. No cabe duda de que estos grupos fundadores son beneficiarios netos del cambio que expande el horizonte profesional. Para que nadie se moleste, yo mismo soy uno de esos beneficiarios. Una vez un médico me espetó “tú eres un hijo de Alma Ata”. Sí, es cierto, la reforma generó un campo profesional múltiple, en el que ha habido hasta un rinconcito confortable para algunos sociólogos.

En el curso de los años transcurridos desde su refundación,  la atención primaria ha sido reestructurada en varias ocasiones sucesivas. Asimismo, se ha modificado drásticamente su entorno, principalmente determinado por un acontecimiento global, como es la potente reestructuración neoliberal y global que produce sus efectos en todos los espacios sociales. Se puede afirmar desde el presente, que la atención primaria, en sus sucesivas readaptaciones, ha ido a menos, teniendo en cuenta sus originales aspiraciones. La razón principal es la escasa compatibilidad entre los patrones de la reestructuración global, que entiende la salud y la asistencia como un sector productivo,  y los supuestos que la inspiran, que se orienta al conjunto de las poblaciones, con énfasis en los segmentos en desventaja.

Los procesos operados en el curso de la implementación de la atención primaria tienen un impacto decisivo sobre los imaginarios profesionales, que resultan manifiestamente escindidos. Es inevitable la  coexistencia de discursos de excombatientes frustrados; de fundadores adaptados desde sus privilegiadas posiciones a las sucesivas versiones; de los contingentes fugados a las fronteras de lo sociosanitario y de la intervención; de los grupos rigurosamente subordinados a los poderes políticos y empresariales que gobiernan este campo; de los colectivos profesionales cuyo horizonte se agota en la defensa de intereses corporativos inmediatos, y, también, de grupos profesionales que reelaboran sus discursos desde posiciones independientes, orientándose activamente al futuro, en muchas ocasiones a contracorriente. En esta cartografía de la profesión se pueden identificar varias bifurcaciones determinadas por las distintas trayectorias de los distintos profesionales, grupos y colectivos presentes.

Pero la escisión principal tiene como consecuencia  la configuración de una doble frontera interna. Por un lado, la existente entre los contingentes profesionales presentes en la refundación y los primeros tiempos,  y aquellos que se han ido incorporando de modo automatizado a la asistencia, desprovista ya de las épicas iniciales. La segunda es la existente entre los profesionales acomodados y las cohortes que se incorporan con otro estatuto laboral y social, determinado por la gran reestructuración neoliberal y sus ingenierías de desregulación del trabajo, así como la transformación del estado. Estos son los más jóvenes, precarizados y penalizados en varios órdenes, que conforman la legión de interinos y contratados que comienza a poblar los centros de salud. Estos se encuentran ajenos a  las leyendas fundacionales y ausentes en las representaciones de las autoridades profesionales, que se fundan en la construcción neoliberal del concepto de la excelencia.

En este contexto de declive moderado y permanente, así como de la amenaza que representa para la atención primaria la conversión de la asistencia médica en un producto, que se deriva de la reestructuración global, se produce un hecho relevante, como es la ausencia de críticas a la cadena de decisiones impulsada por las autoridades. Se produce un clima de un conformismo sórdido, en el que se acepta como mal menor el estatuto profesional menguante derivado de las políticas sanitarias gerencialistas. La trama de organizaciones científicas y profesionales se refugia en los aspectos microprofesionales, generando un vacío con respecto a las grandes cuestiones de fondo. Este es el contexto profesional de energía decreciente en el que se inscriben las nuevas promociones de médicos de familia, que me gusta designar como “los desheredados”, en el sentido de que no heredan las posiciones profesionales de sus antecesores, sino, peores condiciones laborales y organizacionales.

En esta situación surgen los Seminarios de Innovación de Atención Primaria hace diez años. En su origen y continuidad tiene un papel fundamental Juan Gérvas. Este es un profesional singular, rigurosamente independiente, que se distancia del modelo propuesto en la refundación por los médicos-burócratas de las agencias internacionales y se inspira en las mejores tradiciones de la medicina general, principalmente británicas. Su capacidad de enunciar y proponer contrasta con el seguidismo imperante en muchos de los foros profesionales, que recepcionan los discursos y las propuestas de las agencias globales, antes con máscaras salubristas y después gerencialistas, sin problematización alguna. Los seminarios representan en su origen un foro abierto de reflexión, que convoca a distintas personas con relevancia y autoridad profesional, plural e independiente de las organizaciones profesionales, manifiestamente enredadas con los poderes del campo sanitario. Se trata de un espacio que produce una reflexividad considerable, insólita en los mundos oficializados.

El aspecto más importante de los seminarios es su metodología. Se selecciona un tema y varios ponentes que tienen que escribir sus textos y presentarlos a los inscritos  con mucho tiempo de antelación. Así se produce una fase de debate virtual en la que se decanta una comunidad que produce selecciones temáticas, problematizaciones y argumentaciones, que en muchas ocasiones son respaldadas por textos. La dinámica se intensifica cuando se aproxima el momento de la sesión presencial. Esta, al tener lugar después del debate virtual es muy productiva. Es muy estimulante esta metodología, pero muy exigente tanto para los ponentes como para los inscritos.

Por los seminarios han circulado muchos de los profesionales con carisma de este campo, conformándose un grupo estable que hace aportaciones de una solidez manifiesta. Las últimas ediciones han registrado la presencia de lo que he denominado como médicos desheredados. Los residentes o estudiantes de últimos años comparecen en este espacio de modo creciente. Pues bien, en la última edición de la pasada semana, su irrupción y protagonismo es patente. Los contingentes de médicos jóvenes, residentes o estudiantes, no sólo conforman una mayoría de participantes, sino que el peso de sus aportaciones, tanto en el debate virtual como en la sesión presencial ha experimentado un verdadero salto.

Como habitante de los desiertos universitarios, estoy acostumbrado a contemplar cómo  los desheredados múltiples se acumulan en las aulas, los seminarios o los congresos, siendo interpelados ritualmente para formular preguntas. Me gusta definir su modo de estar como “de cuerpo presente”. Así forman parte de unos rituales asociados a actos ceremoniales académicos, cuyo código es la escenificación del saber expuesto por las élites. En contraste con esta situación, fue sorprendente para mí contemplar el modo de estar presentes de los recién llegados a esta edición de los SIAP. Hubo muchas intervenciones que suponían aportaciones netas muy considerables.

En la sesión del sábado se suscitó un dilema para mí. Las intervenciones de los cuatro ponentes tenían 15 minutos como límite. La calidad de estas intervenciones estaba tan acreditada que, en mi fuero interno, deseaba que se prolongasen en beneficio de mi curiosidad. Pero tanto la rueda de presentaciones como el debate final, en el que intervinieron varias docenas de personas, la mayoría de desheredados, compensaron mis expectativas. Eran sugerentes los matices y las visiones de las personas que intervinieron. Así se resolvió muy eficazmente la difícil situación de hacer producir a un grupo numeroso, en presencia de varios ponentes con alta potencialidad de enunciación. Fue una experiencia poco común y muy valiosa.

Pero en esta edición de los SIAP se obró el milagro de la concurrencia y la compatibilización de distintas subjetividades. El factor más importante de distanciamiento de generaciones es la mutación de la subjetividad que conforma la identidad de las generaciones recién llegadas. En todas las actividades formales e informales, se hizo patente la compatibilización de las subjetividades, un estado de conexión muy considerable y la manifestación de algunas señales de afectos compartidos manifiestos. De nuevo, para un viajero experimentado por esos mundos como yo, fue sorprendente. Estoy convencido de que este acontecimiento es efecto también de la transformación general derivada del 15 M.

Las legiones de médicos desheredados, que arriban a estas tierras en este tiempo, son personas que han elegido la atención primaria después de seis largos años de encierro en las facultades de medicina, que son parques temáticos en los que se representa una singular feria de vanidades diagnósticas y terapéuticas, crecientemente fragmentadas, en las que se celebra el excedente en detrimento de las poblaciones cuyos problemas de salud crecen debido a sus deficientes condiciones de vida, así como a la regresión en el acceso a la asistencia sanitaria completa. En este contexto cualquier atención primaria se encuentra fatalmente relegada.

Los médicos desheredados recién allegados no tienen otra opción que ser activos en la tarea ineludible de no conformarse con la herencia que reciben y abrir una vía al futuro. La situación es muy exigente para ellos, por lo que no cabe una valoración optimista sin condiciones de su irrupción. Sólo es factible acumular reflexividad, innovar y reinventar la atención primaria en la perspectiva de un futuro mejor. Este depende de nosotros por eso debemos exigirnos más. No obstante su reaparición es una excelente señal, porque para abrir un camino al futuro necesitamos de su inteligencia y sus aportaciones. Sois necesarios y sin vosotros todo será más difícil.

Tengo dos carpetas llenas de mensajes, textos, conversaciones y propuestas muy sugerentes. Ahora lo desmenuzaré en pequeñas raciones que recompondré para acomodarlas en mi esquema referencial. Muchas gracias. Ha sido tan intenso y en algunos días tan concentrado que propongo que se cree un relator, que compendie las cuestiones y las presente sintéticamente para ayudar a los más rezagados como yo a ubicarse.



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