La corrupción es un fenómeno complejo. Comparece súbitamente en forma de episodios singulares, para desvanecerse después en el lento y opaco devenir de las instituciones judiciales. Por eso se trata de una realidad que se asemeja a las divinidades, que se hacen presentes mediante actos simbólicos en ocasiones excepcionales, permaneciendo en estado de calma en los intervalos temporales que ocurren entre sus comparecencias. La corrupción es una materia que habita en el subsuelo, pero sus erupciones permiten establecer un conjunto de axiomas, que difícilmente pueden tener un desenlace que las conforme como teoremas demostrables. Desde su volcánica comparecencia se van disipando en espera de disolverse en la frágil memoria colectiva, que es sacudida por la siguiente aparición.
La opacidad de la corrupción se encuentra determinada por varios factores, pero el más relevante, es la carencia de un discurso sobre sí misma. En este sentido es muda y silenciosa, aún a pesar de su vitalidad, su dimensión y permanencia en el tiempo. La ausencia discursiva facilita su ocultamiento detrás de distintos hechos sociales. La envergadura de la corrupción en el presente, contrasta con la ausencia de “arrepentidos” que produzcan una narrativa sobre la misma. Por el contrario, es definida en términos moralistas desde su exterior. Así, la simplicidad de los discursos imperantes, contrasta con la complejidad de sus tramas y modos de operar.
De este modo, la inexistencia de una comprensión e interpretación adecuada cede su lugar a las narrativas simples, que la definen como un fenómeno individual, sintetizado en la expresión “meter la mano en la caja”. Por el contrario, la corrupción es una realidad colectiva y social, que es inseparable de las sociedades, las instituciones, las organizaciones, las culturas y las personas. Este es el primer axioma sobre la misma. Justamente ahí radica su complejidad. En la España del postfranquismo es tan importante que se puede ubicar entre los principales factores de crecimiento económico. Quiero decir que muchas de las actividades públicas tienen como móvil verdadero realizar alguna obra material en la que la financiación constituye la materia sobre la que algunos de los actores implicados programan y ejecutan sus acciones en su beneficio.
El Robinson corrupto, es una excepción. Los actos que conforman la corrupción son integralmente sociales, no son factibles en el exterior de la trama de los poderes y las organizaciones de la sociedad oficial. La corrupción es un acto social multidimensional, caracterizado por la existencia de grados y beneficiarios múltiples. Así se entiende la ley del silencio integral que la acompaña, así como las complicidades en múltiples grados que protegen a los actores principales que la ejecutan. Se trata de verdaderos Robin Hood o príncipes de los ladrones, que socializan los beneficios en procesos informales de distribución social entre las microsociedades que los amparan.
Por esta razón, se puede explicar el abismo existente entre los actos de corrupción y la ausencia de reprobación pública por parte de los partidos y las instituciones. En España, cada episodio se produce en un espacio organizativo específico. Pues bien, nadie reprueba públicamente a los corruptos de su sector. Ni una sola palabra de las gentes del pepé a los héroes de la Gurtel o a los valencianos, que representan la creatividad mediterránea aplicada a esa actividad. Asimismo, nadie ha reprobado públicamente a Juan Lanzas, el dirigente ugetista “conseguidor” de los ERE. Nadie del pesoe ha pronunciado su nombre, así como el del consejero Fernández o Guerrero, el Robin Hood de su comarca sevillana cuando ejercía de director general de empleo. Nadie. Ni una sola palabra específica. Tan solo a los casos del contendiente. El denso silencio se deriva de la naturaleza colectiva de las corrupciones.
Sólo ahora, cuando los intereses de todos los señores de la corrupción están amenazados, comparecen mediante puestas en escena en las que la competición por alcanzar el grado sublime de lo patético es muy intensa. En mi opinión, el examen mediático de los candidatos a alcaldes, escenificado por la princesa-Robin Hood madrileña, Esperanza Aguirre, alcanza el cénit. También los gritos de libertad de los cuadros sindicales imputados en Sevilla, en el juzgado de la jueza Alaya, constituye un acontecimiento que presenta un monumento de la degradación, en un tiempo en el que los gobiernos “de progreso” y los sindicatos tenían, en coherencia, como prioridad el empleo. Las imágenes de Fernández Villa, uno de los líderes sindicales históricos de la minería, que extiende las actividades extractivas a los fondos asignados a la reconversión minera. Así transfiere simbólicamente a toda la izquierda española postfranquista institucional su “síndrome confusional”. Ni una sola palabra específica de condena o reflexión por parte de los suyos, en espera de que el siguiente escándalo lo disuelva en la memoria.
De este modo, el segundo axioma acerca de la corrupción, es que esta tiene lugar en una sociedad oculta, muy viva y compleja, que existe en el seno de la sociedad total. Los grupos que la conforman, que se hacen y deshacen en torno a cada negocio, se definen por un sistema de significación que es perceptible, que comparece en las interacciones cotidianas, pero que se hace oculto a miradas externas. Esta subsociedad, tan emprendedora, tiene la capacidad de producir finalidades, concepciones, actividades, relaciones, saberes, tácticas y aplicaciones. Su sistema valorativo se funda en el precepto del interés de sus miembros presentes en cada episodio, que se sobrepone al interés colectivo, que es reducido a una retórica vacía. La corrupción es una actividad creativa, eficaz y eficiente, que se desentiende de los preceptos moralistas y se funda en el pragmatismo del supremo interés de los participantes en los negocios que la articulan.
Por esta razón la corrupción se deriva de la crisis de lo axiológico. Se conforma un conjunto de preceptos, premisas, ideologías, dobles discursos, interpretaciones y enunciados morales, que actúan como soporte de las actividades que la conforman. Debido a la intersección entre las microsociedades corruptas, reguladas por sus propias culturas y la sociedad total, regulada por el derecho y la ética oficial, podemos concluir que el aspecto más relevante es el del doble discurso y la doble moral. De ahí que las instituciones de la sociedad total construyan un verdadero patrimonio de medias verdades y mentiras institucionales, tan importantes como sutiles, que se asientan en el doble discurso. Este es el tercer axioma.
Entonces, la corrupción implica una forma perversa de pensar, en la que existe un cuestionamiento de los fines, pero que no se hace explícito, de modo que lo que se dice se contrapone a lo que se piensa. Así se explica lo que se hace, que aparece tan incongruente a las miradas ingenuas. En la España postfranquista la multiplicación de edificios e infraestructuras materiales contrasta con los déficits de las organizaciones públicas, entendidas desde la perspectiva de los corruptos como puntos de anclaje para los clanes que dominan las organizaciones políticas, empresariales y sindicales, en los que desarrollan sus actividades de desviación de fines.
La línea de argumentación seguida hasta aquí, deconstruye el precepto simplista que entiende la corrupción como un acto individual y procede a entenderla en términos de un indicador grueso, que designa la relación entre el número de imputados y el número total de cargos. No. Las corrupciones se ubican más allá de las personas. Sólo pueden ejecutarse en un medio institucional deteriorado por la presencia activa de las microsociedades flexibles y sumergidas que la producen.
Pero si la corrupción es un fenómeno colectivo, que se asienta en los intersticios entre la sociedad regulada por el derecho y la ética oficial y las microsociedades corruptas, siendo protagonizada por personas que tienen una doble pertenencia, no sólo es oculta, sino que se asienta sobre un sustrato común en el sistema valorativo. Este es el que otorga coherencia a los apoyos electorales que obtienen los corruptos. Soy sociólogo y una parte de mi actividad es tratar con casos específicos mediante métodos de conversación. En una ocasión entrevistaba a una persona afectada por la reestructuración laboral, que narraba las estrategias empresariales de las que había sido víctima. Todavía impresionado por el relato espeluznante, cuando le comenté que el director de recursos humanos era un verdadero maestro del sadismo, me dijo que él si estuviera en su lugar haría lo mismo.
Por eso la corrupción se asienta sobre las grietas del sistema valorativo imperante. Ahora voy a decir algunas cosas un poco duras para bienpensantes. La corrupción es un fenómeno cargado de historicidad. Como todas las realidades vivas, evoluciona y se reconvierte a los requerimientos de los sistemas económicos y sociales en las que se encuentra. Los últimos cuarenta años son los de la reconversión del estado del bienestar que se configura como estado relacional, constituido sobre las relaciones entre este el mercado y el tercer sector. Esta es el suelo sobre el que se cimentan las acciones y los contratos corruptos. Representan las áreas interorganizacionales sobre las que se producen los negocios-actividades que las conforman, propiciadas por sus vacíos legales y la regulación imposible. El brillante grupo que está reconvirtiendo intensivamente la sanidad madrileña está inventando un modelo estándar, con validez para su generalización, que tiene como código principal la desagregación de las organizaciones sanitarias.
Pero el crecimiento económico en este tiempo se asienta sobre unas significaciones que son producidas por una casta técnica que domina las instituciones del vigente capitalismo global. Esta produce e impone las valoraciones que afectan principalmente a la definición de los objetivos de la acción política. De este modo, cualquier cuestionamiento de estos es desplazado al campo de lo imposible. Sobre este principio de realidad se construye la narrativa oficial, que constituye un campo de realidad que se encuentra blindado al cambio. De ahí se deduce que las instituciones, las organizaciones y las personas deben ajustarse al campo de lo definido como posible, que resulta de los enunciados de la casta técnica global, que representa el statu quo de equilibrio entre los distintos intereses sociales, favorable a los fuertes.
Las personas debemos entender que sólo es posible lo que los poderes desean. De esta dura realidad resulta un alto grado de fatalismo. La forma de sobrevivir o desarrollarse es seguir el precepto de que la única alternativa es el éxito y el dinero. Además, que estos deben renovarse y crecer sin fin. Por consiguiente, el imperativo social exige ser realista, posibilista, adaptativo, flexible, pragmático y acomodaticio. Este es el material humano sobre el que se asienta la sociedad secreta de la corrupción. Las dosis de flexibilidad y realismo requeridas son superlativas. Aceptar e interiorizar los hechos consumados es el principio que la rige. Así se explica que los corruptos no se sientan culpables.
De este modo, la empresa postfordista representa el germen de la pervesión en el orden institucional que se transfiere al sector público. En estas condiciones, tanto el control como la transparencia es una quimera. Lo que realmente brilla es la doble moral y para cada persona, unidad u organización lo decisivo es gestionar su relación con el éxito, que se renueva en cada intervalo temporal. El cinismo y la falsedad institucional reinan inevitablemente en esta galaxia.
La corrupción es una cuestión asentada en la cultura y en la sociedad. Me viene a la cabeza la capacidad de emprendimiento de doña Cristina de Borbón, que no es una funcionaria sin ambiciones que limita su vida laboral al horario de trabajo. No. La infanta emprende sin descanso en los tiempos externos a su trabajo. Las mañanas y las tardes. Porque lo importante es crear, producir, crecer y triunfar. También los hijos de los políticos, bien educados en general en el arte de emprender. Preguntaros sobre su actividad, esta es la pista esencial para entender el fenómeno del que estoy hablando. Volveré pronto a él.
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