Esta es una historia de la España negra en una versión postfranquista. Su núcleo es el encuentro entre un poder local caciquil, primitivo y oscuro, que no puede tolerar crítica alguna, con un periodista independiente, que desde la cobertura de la constitución del 78, ejerce la crítica a este poder. El aspecto principal del conflicto radica en que, una parte relevante de la realidad y las actuaciones de ese poder son impresentables, y, por consiguiente, tienen que protegerse de las miradas externas. El trabajo de Patxi ha sido desvelar algunas realidades, incrementando la visibilidad de lo que se encuentra oculto. Las sucesivas confrontaciones entre ambos terminan en una verdadera persecución política y judicial. Es un caso elocuente acerca de cómo una elite de poder local moviliza todos sus recursos para protegerse de las miradas indagadoras.
Pero lo más importante es que su persona es sometida a un proceso de demonización. Se le atribuye el estatuto de enemigo, encarnando la figura de un maldito. En España no se distingue muy bien entre los conceptos de crítico, heterodoxo, disidente, inconformista u otras. Quien discrepa es un maldito y es arrojado al exterior. En el largo proceso de la pasión y muerte política de Patxi, lo más importante son los terribles silencios de la autodenominada izquierda institucional. Porque una persona como él no cabe en ese mundo en el que el consenso se funda en compartir intereses. No, Patxi es una persona que no se ha integrado en este mundo y siempre se ha alineado sin duda alguna con los sectores sociales más vulnerables y los las causas que hoy se entienden como perdidas.
Cuento esta historia desde mi memoria, pues si algún lector quiere indagar acerca del caso de Patxi, tiene información suficiente en internet. También desde el presente, en el que todos los discursos y las imágenes de la España postfranquista se derrumban, mostrando la ruina política, económica, cultural y moral imperante, en la que la denominada crisis, que es un fenómeno global, dificulta la comprensión del núcleo de la reciente historia española, como es la ausencia de un verdadero proyecto social. Esta es la causa principal de la corrupción general. En estas coordenadas de recesión general, el autoritarismo emerge impetuosamente presentando coherencias con el cuadro general de la época.
Lo conocí en los años de la transición política en Santander. Era un joven periodista que destacaba por su inteligencia, independencia y compromiso con la libertad, que entendía más allá de la libertad política. Estos atributos estaban presentes en sus textos, que no podían disimular su energía, lucidez y originalidad. En esos tiempos, la gran mayoría de los participantes en las actividades y comunicaciones hacia el cambio político, teníamos una visión políticocentrista. Estábamos convencidos de que el advenimiento de la democracia iba a resolver los problemas que se presentaban en otros órdenes. Patxi era una excepción y en sus textos estaban presentes los grandes cambios en la vida y la cultura que se inscriben en lo que podemos denominar como “los años sesenta”.
Lo recuerdo en los años de la transición, tiempo en el que colaboraba en La Gaceta del Norte. En ese tiempo muchas personas pensaban que la libertad se encontraba asociada al pluralismo informativo. Así se prodigaron muchas revistas y proyectos de comunicación, que acompañaron a numerosas iniciativas políticas, lo que se denominó “la sopa de letras”. Estos fueron buenos tiempos para las diferencias, el pluralismo y la indagación, que es la única forma de ejercitar la inteligencia. La constitución del 78 puso orden y favoreció a los grandes partidos. En los años siguientes se configuró un sistema de cuatro partidos, un paso más allá de la sopa de letras. El juego a cuatro favoreció que muchas personas distintas pudieran intervenir en la comunicación pública. Yo mismo escribí durante tres años en los medios, textos críticos con los partidos nacientes. En este contexto brilló especialmente Patxi, una persona tan original y brillante que no encajaba en el sistema mediático naciente.
El 82 significó la aparición del bipartidismo. Esto limita severamente el sistema mediático. El juego era a dos y las posibilidades de disentir fueron disminuyendo. Así, muchos medios y periodistas fueron laminados sucesivamente al ser excedentes en un sistema mediático acorde con ese perverso juego a dos. La naciente democracia, caracterizada por la multiplicidad y heterogeneidad de los medios fue reconducida al nuevo orden mediático bipolar. Desde mi perspectiva, lo peor fue la limpieza de la gente creativa y contracultural que en el final de los ochenta estaba en medios tales como Radio 3. Estos fueron expulsados por una limpieza implacable. Recuerdo a Carlos Tena y otras personas arrojadas al exterior por una generación de comisarios políticos neoliberales, con un barniz progresista, vinculados al poder político y económico.
La regresión de los años ochenta y noventa es particularmente pronunciada, en lo que antaño se denominaba como “las provincias”, que tras el 78 devienen en autonomías. Los poderes locales recuperan el control tras los primeros años confusos de la transición. El poder es ejercido en unos términos constrictivos, en los que se fusionan las administraciones y las empresas, de modo que se configuran monopolios que hacen imposible el pluralismo en una sociedad local tan dependiente del poder.
Este es el contexto en el que se crea “La realidad”, el semanario de Patxi, que es entendida como una amenaza al poder local, en tanto que visibiliza una parte de su campo oculto. Así se explica la movilización de todo el poder institucional para silenciarla. En las condiciones sociales que he descrito, no es posible la existencia de una línea de comunicación exterior a tan rígido sistema político-mediático local. Sus gobernantes actúan implacablemente ante cualquier intruso. La voz de Patxi era extraña a esa situación. Recuerdo uno de mis artículos en El Diario Montañés de finales de los setenta, en el que cuestionaba el precepto de que los ayuntamientos representaban acercar el poder al pueblo. Era justamente lo contrario. Las élites derivadas del suelo son quienes han corroído el sistema, pues en la España postfranquista el único recurso ha sido el suelo, que compensa una inteligencia y un proyecto tan menguado. Patxi es una víctima de las élites del suelo.
Este complejo del poder y el suelo, que históricamente se reproduce por encima de cualquier contingencia, genera élites autoritarias que ejercen su poder implacablemente en la promoción de sus intereses y el control de la población. La consecuencia inevitable es la proliferación de distintas clases de víctimas. Una de ellas es Patxi. Pero otras no sólo son los expulsados y perseguidos, sino aquellos que se callan por temor a las represalias. Así, el pensamiento, el periodismo, las ciencias humanas, la ciencia, el arte y la inteligencia se deterioran ante la coacción ejercida por las élites del suelo.
Termino recomendando el video de su intervención en uno de los homenajes que ha recibido. Representa muy bien su poderosa mente y su espíritu de rebeldía. También invitar a que se lean sus artículos. En El País, tan espaciados, hasta que cesan en el final de los noventa. Ahora en el refugio de Diagonal y en su blog “El Antídoto”.
Muchas gracias por todo Patxi y un fuerte abrazo.Eres un símbolo de los pocos que siempre ha sido adverso al poder de los señores del suelo, renovado en 1978 y prevalente hasta aquí. No todos podemos formar parte de esa categoría.
Escribiendo este texto me he acordado de Fabra, el arquetipo del cacique local que se sobrepone a los poderes estatales. También de Pepe Blanco, que tras su exitosa carrera retorna a su pueblo para vivir allí lo que representa ser un señor verdadero, que ha mandado en Madrid y experimentado una movilidad residencial ascendente.
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