Estos son días de apoteosis de la perplejidad, producida por la incompetencia integral del gobierno del pepé, tanto en Madrid como en el estado. La pareja incompetencia/autoritarismo se muestra prístinamente como un factor de persistencia en España, permaneciendo ajena a otros cambios. En esta ocasión, en medio del desbarajuste general, emerge la figura de Javier Rodríguez, el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Este desempeña el papel de portavoz de discursos que, a los ojos de muchos desconcertados y extraviados en el presente, parecen asociados a la excentricidad del personaje. Pero las palabras del consejero no pueden ser entendidas como una excepción, un lapsus, o una incontinencia verbal individual, sino, por el contrario, expresan los discursos imperantes en una comunidad social, política y lingüística, como son la mayor parte de las constelaciones sociales que representa el pepé.
Erwing Goffman, distingue entre dos situaciones sociales en los escenarios cotidianos. Una es la que denomina “región frontal”, que es definida como las interacciones que tienen lugar en espacios institucionalizados, en los que los actores actúan ajustando su comportamiento a lo pautado y regulado. En sus palabras, los actores se ponen las máscaras para adaptarse a lo requerido y esperado. La otra zona de la vida social es la que denomina “región posterior”, en la que los actores actúan espontáneamente en un medio no institucionalizado. Aquí se quitan sus máscaras y dicen lo que verdaderamente piensan. El caso de Javier Rodríguez puede ser entendido desde esta perspectiva tan fecunda.
En los últimos tiempos el desarrollo de las tecnologías determina la interposición de cámaras y micrófonos entre ambas regiones, de modo que la región posterior puede hacerse pública durante un instante intenso. En la política, uno de los primeros episodios fue el de la célebre conversación telefónica de Txiqui Benegas, en la que denominaba a Felipe González como “dios”. Cada vez son más frecuentes las intrusiones propiciadas por los dispositivos tecnológicos, mostrando a los actores en el estado de espontaneidad característico de la región posterior goffmaniana.
En esta línea de interpretación, pienso que las violentas declaraciones de Javier Rodríguez se corresponden con lo que verdaderamente piensa, que es inseparable de su mundo social inmediato, constituido por seres hablantes que comparten los lenguajes y las representaciones sociales asociadas a los mismos. Así, don Javier, al igual que Arias Cañete o el alcalde de Valladolid, León de la Riva con las mujeres, no son casos aislados, sino sujetos que muestran fugazmente su sistema de significación, para replegarse a la región frontal neutra y consensuada. Así, los apelativos de “morritos” a una ministra o la brutalidad con respecto a los inmigrantes ecuatorianos, negando su derecho a la sanidad pública, por el nuevo prohombre europeo, son muy elocuentes. Como vivo en un mundo cotidiano múltiple, puedo atestiguar la existencia de esa vigorosa comunidad, que comparece regularmente mediante estas incidencias mediáticas.
Las palabras de Rodríguez son terribles, en tanto que juzga y condena, con una contundencia extrema, a Teresa, infectada por el virus fatal. En su sentencia hace abstracción de las condiciones en las que se desarrolla este suceso, prescindiendo del contexto. Así, establece la culpabilidad de la víctima, a la que se hace una descalificación desmesurada, mediante la atribución de falsedad de su testimonio. Toda esta secuencia de culpabilización se realiza en público, sin defensa posible y con la víctima en un estado de debilitamiento acumulativo. Pero lo más elocuente es su comentario respecto a la peluquería. Me imagino a una mujer en ese estado de incertidumbre y temor, tratando de mejorar su aspecto físico en tan difícil situación. Este comentario desvela la brutalidad asociada al uso del poder, en el grado superlativo de la humillación de la víctima.
Este es un episodio que muestra inequívocamente la crueldad con respecto a su subalterna indefensa y debilitada. También el presidente Rajoy, que representa un compendio de los factores que conforman la región posterior del pepé, que en su breve comparecencia sin preguntas afirma que hay que estar tranquilos, en la certeza de que, en el peor de los casos, pocos serán los infectados. Así, se niega la especificidad de Teresa, su singularidad de ser humano único, resignificándola como numerador, como un dígito cuyo valor depende de lo que representa relativamente en un conjunto de unidades o elementos, siendo privada así de su naturaleza humana singular. Así se procede al igual que con los endeudados, los desempleados, los precarizados u otras víctimas de los terremotos económicos y sociales del presente, siendo trasmutados en conjuntos estadísticos por las tecnocracias globales del tiempo presente.
También pueden ser consideradas como una pequeña antología acerca del concepto del poder las afirmaciones respecto a su cuestionamiento. Rodríguez afirma que “ha venido comido a la política y que tiene la vida resuelta”. Entiende que se encuentra por encima del control público ejercido en este tiempo por el populacho congregado en las audiencias audiovisuales y las redes sociales. El principio aristocrático, característico de su mundo social, comparece sin complejo ni máscara alguna, con la contundencia señorial consustancial a esa condición social, que en España tiene una tradición arraigada.
Pero lo más importante es comprender que estas declaraciones son coherentes con el imaginario colectivo de la derecha económica, política y social española. Este se funda sobre un conjunto de creencias, preceptos y valoraciones cuyo núcleo es la justificación y celebración de la desigualdad social. Estas ideologías tienen un vínculo inequívoco con el pasado agrario y preindustrial. En los tiempos pasados las poblaciones subalternas eran definidas como recursos para la producción agraria e industrial, así como para la defensa. En coherencia con esta definición eran gobernadas mediante la disciplina elevada a su grado máximo. Las clases señoriales se caracterizaban por saber mandar, por saber estar en su sitio.
Las transformaciones de los últimos cincuenta años han modificado la naturaleza de las poblaciones subalternas, así como la forma de gobernarlas. Ahora, en la transición hacia la preponderancia de la producción inmaterial, emergen instituciones, tales como la gestión, que utilizan métodos postdisciplinarios. En el consumo, las instituciones del marketing y la publicidad, que fragmentan a la población en múltiples segmentos de mercado en continua remodelación. La explosión de los media, generando audiencias múltiples para gestionar las emociones de los nuevos ciudadanos-espectadores. De todas ellas resulta la emergencia del ciudadano votante, que conforma el vigoroso mercado de la seducción y la persuasión. Todo este cuadro conforma lo que me gusta denominar como el complejo institucional de la individuación, en tanto que todas ellas convergen en fragmentar y debilitar los lazos sociales sólidos convencionales. Estas nuevas instituciones son gobernadas por otras lógicas postdisciplinarias.
La derecha española tiene dificultades de adaptación a este modo de ejercicio de la autoridad. Así combina elementos de la nueva gubernamentalidad neoliberal con algunos del viejo repertorio del aristocratismo autoritario y el capitalismo primitivo. Muchos de sus héroes escriben y presentan sus guiones. El episodio de Esperanza Aguirre con los agentes de tráfico es un verdadero caso para ilustrar la naturaleza de la clase dirigente local. Ana Mato en esta crisis no comparece ni responde a las preguntas e inquietudes de los reporteros precarizados y descamisados, que esperan en los exteriores de los edificios en donde tienen lugar los acontecimientos.
Pero, en esta mixtura de gubernamentalidades, los señores españoles seleccionan un elemento fundamental de las instituciones postdisciplinarias. Se trata de la consideración de que la posición de una persona es el resultado de la autogestión de su vida. Así, ocupar posiciones altas es el resultado de la adecuada autoconducción del sujeto, explotando y desarrollando sus competencias individuales y dotándolas de un sentido estratégico. Por el contrario, quien se ubica en posiciones intermedias o bajas, muestra sus deficiencias como persona-empresa en la conducción de su vida. De este modo, las condiciones sociales quedan abolidas.
En los últimos cincuenta años en España ha tenido lugar un modelo de crecimiento de actividades económicas considerable, que se ha fundamentado en los negocios vinculados al suelo principalmente. De este proceso resulta una pirámide de social, en la que los beneficiarios se ubican en la parte alta de la misma. Estos son los triunfadores, los que han mostrado su competencia para aprovechar la abundancia. Aquellos que no han sido capaces de medrar en tan prodigiosa expansión de bienes son considerados perdedores. La reestructuración de los últimos tiempos se funda en el castigo a los fracasados, que son empujados hacia abajo, de modo que la pirámide deviene en un iceberg que oculta a los incompetentes en la gestión de su biografía. Estos quedan invisibilizados.
Esta es la explicación de la deriva autoritaria del pepé. El ejercicio contundente del poder y el escalamiento de la penalización de los conflictos sociales se funda en la consideración de la inferioridad de los perdedores. Así se explica la crueldad de Fátima Báñez, Ana Mato, Gallardón y otros. Los perjudicados por sus decisiones son ciudadanos en la región frontal, pero una chusma que representa una carga económica intolerable en la región posterior. Es inevitable que se multipliquen los incidentes al comparecer en la región frontal elementos de la posterior. Por esta razón no son cesados ni reprobados. Esto se entiende como una concesión a la chusma sobrante, que gira por la ruleta del empleo precario, recibe ayudas y es generadora de gasto. Este contingente de personas sobrantes, son convertidas en estadísticas, mediante las que se genera un espejo que se muestra en las televisiones.
Teresa: te queremos, pero no porque seas una víctima y hayas sido convertida en una abstracción estadística por estas élites del crecimiento, sino porque eres una persona y formas parte de la humanidad, como los africanos que mueren por el ébola y otras causas múltiples. Porque las personas tienen un valor con independencia de sus atributos. En este sentido eres igual que Javier, el señor que te ha avasallado, aunque a ti te queremos más que a él. Esa es la diferencia, que no es poca.
El Sr. Rodríguez no es tan solo un político del PP, es el consejero de sanidad de la comunidad donde se da el primer caso de Ébola de Europa. El pánico al Ébola prende también en los más expuestos, en los que tienen un índice más alto de contagio; los sanitarios. Y hablamos de una enfermedad con una mortalidad superior al 70%. Un líder sanitario tiene la responsabilidad no solo de facilitar todos los medios técnicos disponibles para una epidemia de esta importancia (estructuras, recursos, formación) sino la de mantener su operativo dispuesto a afrontar la tarea con ánimo (y respaldo) que supere el pánico al contagio. No es tarea fácil, pueden producirse deserciones, gente no muy vocacional, que está ahí para ganar un sueldo y no para jugarse la vida...¿Cómo va a liderar la organización alguien que insulta a la primera víctima de la tarea común? Además de todo lo que apuntas, creo que habría que añadir la falta de capacidad, la completa ausencia de experiencia en tareas de liderazgo. No conozco el curriculum de ese señor, pero me extrañaría que haya desempeñado cargo alguno que implique necesidad de liderazgo. Solo le veo capaz de usar el látigo, el palo de toda la vida. Un perfecto inútil, además de otras cosas.
ResponderEliminarsaludos cordiales Antonio
ResponderEliminarEl concepto liderazgo en un medio profesional es lo contrario a el perfil de este señor. La palabra "látigo" que utilizas es la precisa.
Viene del mundo de la asistencia privada convencional, que en Madrid ha subsistido a la sombra y disociada de los avances profesionales de la pública y de una privada privilegiada que asiste a un pequeño mercado.
Su mundo es el de un médico aislado, inscrito en una red con otros médicos que se intercambian favores, con un ejercicio profesional sin control, con una clientela persuadida del valor de su servicio, trabajando con colaboradores con el estatuto de esclavo y con un ethos de negocio.
Conozco este sector que conforma una versión sanitaria de la España negra.
Aterrizado en la sanidad pública es un extraño superlativo.
Un abrazo
Enhorabuena por esta acertada reflexión que me ha aportado muchas nuevas perspectivas. Un abrazo. Javier Segura del Pozo (Salud Pública y otras dudas)
ResponderEliminarSaludos Javier y gracias por tus palabras. Aunque no te conozco personalmente te tengo muy identificado desde hace mucho tiempo. Te encontré por tu referencia a la biopolítica, tan extraña en España por parte de un médico. También he encontrado varios rastros tuyos. Conozco "Salud Pública y otras dudas" y comparto tu interés por las organizaciones y los grupos.
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