domingo, 26 de octubre de 2014

REGRESO AL FUTURO



NúmerosRojos es una revista nacida hace un par de años, en el contexto de la intensificación de la reestructuración neoliberal y la aparición de la señal del 15 M. Es una revista de izquierdas, pero el grupo que la impulsa  representa una generación nueva, lo que se hace patente en sus páginas. Tanto en los contenidos como en los enfoques se hace manifiesto el mínimo de heterogeneidad imprescindible para estar en la sociedad actual y su sistema de comunicaciones. Además de la distinción entre varias voces, el diseño de la comunicación visual la hace muy atractiva, mostrando la creatividad y profesionalidad de su equipo. Para una persona de mi edad el recuerdo de Ajoblanco es inevitable. Todavía tengo muchos viejos números apilados en mi casa, en un montón contiguo con los ejemplares de Números Rojos.

Desde mis coordenadas mentales me parece un símbolo de la incapacidad del sistema mediático de integrar discursos ajenos a los intereses económicos  dominantes, así como de innovar. Así se generan excedentes de talento que se ubican en las periferias políticas y comunicativas de tan atrofiado y uniforme  sistema. En los últimos años aparecen distintos proyectos editoriales que representan la ebullición de la inteligencia y del disentimiento en los márgenes y los subsuelos. La sobriedad y mediocridad de los medios oficiales, contrasta con la explosión de nuevas definiciones de los problemas, la emergencia de la vida y la incorporación de voces múltiples silenciadas. Números Rojos es una señal, una excelente señal de que una nueva generación está ahí, mostrando sus potencialidades y con vocación de hacer historia.

El año pasado me invitaron a participar en la revista. Es lo mejor que me ha ocurrido desde que puse en marcha este blog. El texto que escribí se publicó en el número 7, julio-septiembre de 2013. Su título “Regreso al futuro”, expresa la idea de la urgencia por terminar con la idea de la vuelta al pasado de bienestar de los años anteriores, que preside todos los discursos de todas las oposiciones. Es preciso orientarse al futuro mediante la creación de un escenario diferente al presente neoliberal y sus alternativas históricas resultantes del fin del ciclo de utopías industriales. 

Cuando ha transcurrido más de un año desde la publicación de este texto, me pregunto sobre su adecuación al nuevo contexto, en el que resaltan la moderada recesión de los movimientos sociales fragmentados y la emergencia política de Podemos. Esta situación me ha hecho repensar la situación y el proceso de los últimos años. Por esta razón  lo subo al blog. También porque el futuro no está escrito en ningún sitio.

REGRESO AL FUTURO

Existe un consenso generalizado en la significación de la situación actual como una crisis. Esta definición implica resaltar su temporalidad. Se presupone que una crisis comienza, se desarrolla y concluye. Uno de los rasgos de la misma es el cese de múltiples actividades productivas, de modo que se incrementa el desempleo de forma explosiva. La definición de la crisis viene acompañada de una interpretación “sacrificial”. Se sobreentiende que las personas desempleadas representan el precio necesario e inevitable de tal crisis. De ambas premisas, se concluye que lo importante es encontrar la senda o el camino que conduce de nuevo al crecimiento, y, por consiguiente, a la creación de empleo, reduciendo así el contingente de personas desempleadas.

Esta concepción de la crisis, definida como un evento aislado de cualquier proceso histórico, manifiesta su fragilidad. El desempleo creciente, en el ciclo que comienza en la transición política y llega hasta el presente, resulta principalmente de la crisis industrial, que desde los años setenta determina la cancelación de muchas de las actividades industriales nacidas en el crecimiento e industrialización de los años sesenta. En los últimos treinta años, no ha cesado la acumulativa desaparición de actividades productivas industriales, con la estela de una nube de negocios de ocasión,  de escasa consistencia, muy representativos del capitalismo español.  

La intensificación de la pérdida de empleo por la crisis de la industria, ha sido contrarrestada por la expansión de la construcción de viviendas e infraestructuras, que se conforma como el factor de producción de empleo más considerable. La súbita explosión de la burbuja inmobiliaria hace cinco años, implica el desplome del empleo, que termina por arrastrar al conjunto de servicios que acompañaron la expansión, así como al sector público expansivo en las décadas prodigiosas desde los años ochenta.

Pero el fenómeno de la recesión productiva y del incremento del desempleo, no es sólo resultante de la crisis. Se produce en un contexto histórico definido por un proceso de reestructuración global de las economías y las sociedades en la escala del sistema-mundo. Así, muchas de las actividades industriales cesantes, son deslocalizadas, siendo  transferidas a otras áreas geográficas con menores costes laborales. Asimismo, la industria tiene que competir con regiones del sistema-mundo donde la competividad es muy alta, debido principalmente a los salarios bajos, la férrea disciplina laboral y el autoritarismo político que las posibilita.

 La crisis se produce inseparablemente de un proceso de reestructuración global, modelado por el neoliberalismo, entendido no sólo como una ideología, sino como un proyecto conformado por las redes de las corporaciones globales, financieras e industriales. Este proyecto, se apoya en un conjunto de dispositivos de creación de conocimiento, de comunicación y de instituciones intermedias para gestionar diferentes planos de lo social, en particular las empresas y las organizaciones. El neoliberalismo tiene vocación de impulsar su proyecto y hacer historia, propiciando un conjunto de reformas que supongan un avance en la dirección de una sociedad neoliberal avanzada.

En el proceso histórico de reestructuración, se modifican drásticamente las formas, los contenidos y las regulaciones del trabajo. Las actividades industriales cesantes son sustituidas por otras que generan un empleo precario. Así se conforma un proceso de precarización  general, que tiene un impacto fundamental en todos los campos sociales y en la estructura social. La antigua clase trabajadora industrial, experimenta así una mutación de gran alcance, transformándose en un conglomerado heterogéneo precarizado, compuesto por distintos y desiguales contingentes de trabajadores, principalmente de los servicios. De la convergencia entre el desempleo, la precarización, la larga espera de los jóvenes para su inserción laboral, resulta un cambio esencial en las sociedades en tránsito a las sociedades neoliberales avanzadas.

La hegemonía del neoliberalismo se expresa en las definiciones de las situaciones así como los lenguajes que designan las nuevas realidades. El alto nivel de desempleo es el efecto acumulativo de los ceses de actividades que son transferidas a zonas con menores costes, además de la crisis de las  actividades productivas poco competitivas por déficit en su concepción y ejecución. Las clases dirigentes muestran su escasa capacidad en la producción de empresas sostenibles. Sin embargo, la invención de los conceptos de “empleabilidad” y “emprendimiento”, transfiere la responsabilidad a los desempleados, a los que se supone, bien una insuficiencia de competencias profesionales adecuadas, o, una escasa capacidad emprendedora.

 De este modo, los desempleados y los candidatos a serlo, los precarizados, son marcados simbólicamente por los dispositivos de conocimiento, comunicación y poder del proyecto neoliberal. Así se conforman un conjunto de desventajas que amenazan la misma condición de ciudadanía, y, por tanto, a la democracia misma. Las denominadas sociedades duales muestran esta fractura social de gran profundidad.
 
La metáfora de la senda esgrimida por las autoridades neoliberales, oculta esta significación central de esta nueva sociedad neoliberal avanzada.  Se trata de constituir un mercado de trabajo “flexible”, en el que roten los desempleados y los precarizados.  Así se conforma una cola, la de los marcados por su escasa empleabilidad o capacidad de emprender.  Esta cola es gestionada por las instituciones auditoras y escrutadoras de las competencias de sus componentes. De este modo se produce un disciplinamiento severo, tanto de los marcados, desempleados o precarizados, como de aquellos que puedan llegar a serlo. 

La implementación del conjunto de reformas que convergen hacia una sociedad neoliberal avanzada, caracterizada por el mercado de trabajo dual, suscita  resistencias de los afectados, que se expresan en una variedad de conflictos,  en la emergencia de climas sociales depresivos o en la expansión de malestares diversos.  Pero las resistencias no se coordinan, ni se acumulan, ni se vinculan a un proyecto político alternativo. La oposición en las instituciones políticas, mayoritariamente vinculada a lo que se denominó “izquierda” en la era industrial, replica las reformas sin proponer una alternativa clara. El sentido de sus propuestas se orienta al pasado, para conservar las ecuaciones básicas del capitalismo del bienestar.

Los múltiples cambios tecnológicos, productivos, políticos, culturales, generacionales, así como las mutaciones de la subjetividad, no tienen registro en la izquierda orientada al pasado.  Los saberes, los imaginarios, los tipos de organización, las formas de comunicación y las subjetividades en que se referencian,  se encuentran caducadas históricamente y muestran su obsolescencia. En el vacío de la izquierda convencional aparecen un conjunto de conflictos, acontecimientos, iniciativas, discursos y prácticas políticas más adecuadas al actual escenario histórico. El 15 M es su expresión más elocuente.

Pero, si la salida de la crisis en el final de la senda no va a representar la vuelta al capitalismo de bienestar, sino que se va a sancionar una sociedad neoliberal y dual, es preciso regresar al presente para proyectarse al futuro ¿se puede imaginar desde una sociedad con el grado de desarrollo de la de hoy, un futuro diferente del escenario neoliberal? Sólo mediante la imaginación de este futuro no neoliberal, se puede generar una oposición con sentido, al proyecto global y autoritario que representa el pensamiento único.

Este futuro tiene que ser distinto de cualquier capitalismo anterior, así como de sus alternativas históricamente bloqueadas. Una sociedad de creatividad, libertad, igualdad y convivencialidad, en la que el trabajo productivo no agote la vida de las personas ni sea un mecanismo de jerarquización. Porque las potencialidades de los desempleados y precarizados en el presente, desbordan las menguadas estructuras productivas que la clase dirigente actual genera. El problema se encuentra en las estructuras, no en los marcados por el dispositivo neoliberal. No se puede regresar atrás, como propone la vetusta izquierda industrial, tan penetrada por el neoliberalismo. Sólo se puede regresar al futuro imaginándolo, representándolo y viviéndolo. Como ya ocurrió en el siglo XIX después de la Revolución Industrial.



viernes, 24 de octubre de 2014

PATXI IBARRONDO Y LOS SEÑORES DEL SUELO

Patxi Ibarrondo es un periodista independiente de Santander. Su historia ilustra la naturaleza del régimen político nacido con la Constitución de 1978. Su independencia y compromiso con la información y la libertad de pensamiento y expresión, le ha conducido a sucesivas confrontaciones con el poder local. Desplazado de los periódicos convencionales, en los que colaboraba hasta los años ochenta, ha promovido distintos proyectos editoriales que concluyeron en el semanario “La realidad”. Este fue acosado y por fin cerrado, siendo procesado por una información de un viaje a Suiza del presidente del PP de Cantabria entonces. Fue condenado en un juicio castizo. Entonces Patxi estaba enfermo y cobraba una pensión de invalidez. Esta fue intervenida por decisión judicial y quedó en la indigencia. Se  promovieron varias campañas de apoyo en Madrid y Cantabria. Pero no han podido doblegarlo. Sigue a día de hoy en su bitácora “El Antídoto”,  http://www.patxibarrondo.com/index.php     en la que sus post tienen el mismo vigor intelectual de siempre.

Esta es una historia de la España negra en una versión postfranquista. Su núcleo es el encuentro entre un poder local caciquil, primitivo y oscuro, que no puede tolerar  crítica alguna, con un periodista independiente, que desde la cobertura de la constitución del 78, ejerce la crítica a este poder. El aspecto principal del conflicto radica en que, una parte relevante de la realidad y las actuaciones de ese poder son impresentables, y, por consiguiente, tienen que protegerse de las miradas externas. El trabajo de Patxi ha sido desvelar algunas realidades, incrementando la visibilidad de lo que se encuentra oculto. Las sucesivas confrontaciones entre ambos terminan en una verdadera persecución política y judicial. Es un caso elocuente acerca de cómo una elite de poder local moviliza todos sus recursos para protegerse de las miradas indagadoras.

Pero lo más importante es que su persona es sometida a un proceso de demonización. Se le atribuye el estatuto de enemigo, encarnando  la figura de un maldito. En España no se distingue muy bien entre los conceptos de crítico, heterodoxo, disidente, inconformista  u otras. Quien discrepa es un maldito y es arrojado al exterior. En el largo proceso de la pasión y muerte política de Patxi, lo más importante son los terribles silencios de la autodenominada izquierda institucional. Porque una persona como él no cabe en ese mundo en el que el consenso se funda en compartir intereses. No, Patxi es una persona que no se ha integrado en este mundo y siempre se ha alineado sin duda alguna con los sectores sociales más vulnerables y los las causas que hoy se entienden como perdidas.

Cuento esta historia desde mi memoria, pues si algún lector quiere indagar acerca del caso de Patxi, tiene información suficiente en internet. También desde el presente,  en el que todos los discursos y las imágenes de la España postfranquista  se derrumban, mostrando la ruina política, económica, cultural y moral imperante, en la que la denominada crisis, que es un fenómeno global, dificulta la comprensión del núcleo de la reciente historia española, como es la ausencia de un verdadero proyecto social. Esta es la causa principal  de la corrupción general. En estas coordenadas de recesión general, el autoritarismo emerge impetuosamente  presentando coherencias con el cuadro general de la época.

Lo conocí en los años de la transición política en Santander. Era un joven periodista que destacaba por su inteligencia, independencia y compromiso con la libertad, que entendía más allá de la libertad política. Estos atributos estaban presentes en sus textos, que no podían disimular su energía, lucidez y originalidad. En esos tiempos, la gran mayoría de los participantes en las actividades y comunicaciones hacia el cambio político, teníamos una visión políticocentrista. Estábamos convencidos de que el advenimiento de la democracia iba a resolver los problemas que se presentaban en otros órdenes. Patxi era una excepción y en sus textos estaban presentes los grandes cambios en la vida y la cultura que se inscriben en lo que podemos denominar como “los años sesenta”.

Lo recuerdo en los años de la transición, tiempo en el que colaboraba en La Gaceta del Norte. En ese tiempo muchas personas pensaban que la libertad se encontraba asociada al pluralismo informativo. Así se prodigaron muchas revistas y proyectos de comunicación, que acompañaron a numerosas iniciativas políticas, lo que se denominó “la sopa de letras”. Estos fueron buenos tiempos para las diferencias,  el pluralismo y la indagación, que es la única forma de ejercitar la inteligencia. La constitución del 78 puso orden y favoreció a los grandes partidos. En los años siguientes se configuró un sistema de cuatro partidos, un paso más allá de la sopa de letras. El juego a cuatro favoreció que muchas personas distintas pudieran intervenir en la comunicación pública. Yo mismo escribí durante tres años en los medios, textos críticos con los partidos nacientes. En este contexto brilló especialmente Patxi, una persona tan original y brillante que no encajaba en el sistema mediático naciente.

El 82 significó la aparición del bipartidismo. Esto limita severamente el sistema mediático. El juego era a dos y las posibilidades de disentir fueron disminuyendo. Así, muchos medios y periodistas fueron laminados sucesivamente al ser excedentes en un sistema mediático acorde con ese perverso juego a dos. La naciente democracia, caracterizada por la multiplicidad y heterogeneidad de los medios fue reconducida al nuevo orden mediático bipolar. Desde mi perspectiva,  lo peor fue la limpieza de la gente creativa y contracultural que en el final de los ochenta estaba en medios tales como Radio 3. Estos fueron expulsados por una limpieza implacable. Recuerdo a Carlos Tena y otras personas arrojadas al exterior por una generación de comisarios políticos neoliberales, con un barniz progresista,  vinculados al poder político y económico.

La regresión de los años ochenta y noventa es particularmente pronunciada,  en lo que antaño se denominaba como  “las provincias”, que tras el 78 devienen en autonomías. Los poderes locales recuperan el control tras los primeros años confusos de la transición. El poder es ejercido en unos términos constrictivos, en los que se fusionan las administraciones y las empresas, de modo que se configuran monopolios que hacen imposible el pluralismo en una sociedad local tan dependiente del poder.

Este es el contexto en el que se crea “La realidad”, el semanario de Patxi, que es entendida como una amenaza al poder local, en tanto que visibiliza una parte de su campo oculto. Así se explica la movilización de todo el poder institucional para silenciarla. En las condiciones sociales que he descrito, no es posible la existencia de una línea de comunicación exterior a tan rígido sistema político-mediático local. Sus gobernantes actúan implacablemente ante cualquier intruso. La voz de Patxi era extraña a esa situación. Recuerdo uno de mis artículos en El Diario Montañés de finales de los setenta, en el que cuestionaba el precepto de que los ayuntamientos representaban acercar el poder al pueblo. Era justamente lo contrario. Las élites derivadas del suelo son quienes han corroído el sistema, pues en la España postfranquista el único recurso ha sido el suelo, que compensa una inteligencia y un proyecto tan menguado. Patxi es una víctima de las élites del suelo.

Este complejo del poder y el suelo, que históricamente se reproduce por encima de cualquier contingencia, genera élites autoritarias que ejercen su poder implacablemente en la promoción de sus intereses y el control de la población. La consecuencia inevitable es la proliferación de distintas clases de víctimas. Una de ellas es Patxi. Pero otras no sólo son los expulsados y perseguidos, sino aquellos que se callan por temor a las represalias. Así, el pensamiento, el periodismo, las ciencias humanas, la ciencia, el arte  y la inteligencia se deterioran ante la coacción ejercida por las élites del suelo. 

Termino recomendando el video de su intervención en uno de los homenajes que ha recibido. Representa muy bien su poderosa mente y su espíritu de rebeldía. También invitar a que  se lean sus artículos. En El País, tan espaciados, hasta que cesan en el final de los noventa. Ahora en el refugio de Diagonal y en su blog “El Antídoto”.

Muchas gracias por todo Patxi y un fuerte abrazo.Eres un símbolo de los pocos que siempre ha sido adverso al poder de los señores del suelo, renovado en 1978 y prevalente hasta aquí. No todos podemos formar parte de esa categoría.

Escribiendo este texto me he acordado de Fabra, el arquetipo del cacique local que se sobrepone a los poderes estatales. También de Pepe Blanco, que tras su exitosa carrera retorna a su pueblo para vivir allí lo que representa ser un señor verdadero, que ha mandado en Madrid y experimentado una movilidad residencial ascendente.




domingo, 19 de octubre de 2014

LA TRATA DE BECARIOS





El becario es una figura social definida por sus ambivalencias. Su estatuto nunca ha estado regulado de modo similar al del trabajo en el fordismo- keynesianismo. Así se configura un área gris entre las funciones de formación y las tareas desempeñadas para sus supervisores institucionales. También es muy influyente la temporalidad, en tanto que su condición es de provisionalidad, en un tiempo que concluye con un desenlace final de este periodo de preparación. Estos factores determinan su estatuto de subordinación severa, que reduce su autonomía personal y le configura como un sujeto creador de las artes menores de la obediencia, y de su inseparable resistencia silenciosa, generada  en ese largo intervalo de espera.

 Pero los cambios múltiples acaecidos en los últimos treinta años afectan a la condición de becario. Ahora se trata de un colectivo cada vez más numeroso y diversificado, desempeñando funciones productivas en la producción inmaterial, circulando por la trama global de organizaciones de producción de conocimiento, ampliando su tiempo de tránsito, así como afectado por una incertidumbre creciente en la salida de este laberinto. Por eso utilizo la metáfora de las tratas de personas, que son eventos en los que las distintas poblaciones  involucradas,  son reclutadas, desplazadas territorialmente y explotadas en actividades en las que las fronteras de la autonomía individual se encuentran difuminadas.

El becario de investigación era una figura con arraigo local en el tiempo antecedente.  Era reclutado por el departamento universitario  que le programaba tareas de formación y de colaboración subordinada en las actividades de la investigación del mismo. Así acumulaba los méritos imprescindibles para acceder a una plaza, a la que contribuían sus formadores mediante la movilización de su capital académico, generado en las transacciones de los tribunales de la especialidad. Su estatuto se deriva de este pacto implícito de tiempo de formación dirigida y disponibilidad cien por cien a los requerimientos del departamento. Esta es la situación que produce la servidumbre necesaria para conquistar la autonomía, asociada al ingreso en el grupo, que a su vez  proporciona el acceso al patronazgo de algún nuevo becario. Se trataba de una forma de pacto temporal, en tanto que el becario era casi una propiedad de su señor o señores durante unos años, tras los que obtenía el estatuto de miembro de pleno derecho del grupo.

La figura del becario está siendo modificada por el advenimiento de la producción inmaterial, las nuevas tecnologías de la información y la globalización, que reconfiguran y transforman sustancialmente el trabajo cognitivo, las organizaciones productoras del conocimiento y las relaciones entre estas y las empresas. Esta nueva red global de vínculos entre universidades, centros de investigación, agencias gubernamentales y empresas, es la que constituye el soporte en la que se produce la trata de becarios. La novedad fundamental estriba en la movilidad. En esta trama circulan contingentes de becarios que configuran diferentes trayectorias. Una parte de los mismos consigue arraigarse en un nodo de esta red, propiciado por su trayectoria ascendente. Otros sectores quedan bloqueados en el viaje, teniendo que abandonar  o retroceder a alguna de las estaciones anteriores en busca de refugio.

En la nueva situación, se multiplican las situaciones diferenciadas  de los becarios, parte de los cuales presta servicios directamente a las empresas. El becario es un nuevo ser social cuyo período de formación y subordinación se realiza en una rotación por distintos destinos. Así pierde su condición de semipropiedad provisional del grupo que lo reclutaba, programaba y después lo promocionaba. Ahora es un ser que rota por un entramado, sin ser propiedad de nadie específico. Es parte de un flujo humano que alimenta las organizaciones que lo componen. Su identidad es su currículum y su capital relacional. Así, es un ser condenado a la obediencia a señores indeterminados, que se encuentran liberados de cualquier compromiso contractual.

En esta nueva situación comparece un elemento  novedoso, como es el desenlace, ahora más incierto que con anterioridad. El período de acumular méritos y relaciones no tiene ninguna contrapartida segura. El futuro es más que incierto para ese contingente creciente de personas que producen la base del trabajo cognitivo, que abarata desmesuradamente sus costes. La experiencia becaria se constituye en el modelo del trabajo inmaterial y cognitivo, que en todos los ámbitos sigue el curso de la desregulación. La paradoja del becario estriba en esta inversión de tendencias que lo sitúan como modelo de normalidad.

Así se produce  la convergencia entre trabajadores cognitivos y becarios en el nuevo estatuto de la precarización. Esta es la base sobre la que se articula el nuevo capitalismo cognitivo, que reconfigura el trabajo inmaterial. En este contexto el becario representa el nuevo y universal dictado de la educación para la precariedad, entendida más allá del vínculo contractual.  Esta afecta a las relaciones con sus iguales, manifiestamente  precarios por la competencia obligatoria  y por las trayectorias divergentes. Cada becario pasa poco tiempo en una estación para llegar a la siguiente, en donde se desempeña con nuevos iguales en disputa por la posibilidad de que alguno pueda arraigarse allí.

Pero lo más paradójico es que el becario deviene en el modelo para todos los trabajadores conformando un proceso de becarización del trabajo. Todos tienen que asumir el modelo de empresario de sí mismo, emprendedor y protagonista de su trayectoria profesional sin final. Así se conforma un ser social desarraigado, que asume que lo importante es su próximo destino individual. En sus tránsitos por la red global de producción del conocimiento carece de raíces y su sistema de relaciones es débil, de modo que acentúa su condición de fragilidad y de indefensión aprendida.

Así se explica la ausencia de conflictos específicos cuando las condiciones se endurecen y se producen retrocesos. La consideración de beneficiario preside la interpretación de la relación entre lo que aporta y lo que recibe. Un colectivo así no produce un imaginario favorable a sus intereses ni una acción colectiva que modifique la balanza.  La aparición de la idea de entender la dotación de la beca como un préstamo a devolver, es muy elocuente. De este modo la expansión de los becarios, al no cristalizar en un sujeto colectivo, termina configurando un nuevo mercado de préstamos financieros.

Las condiciones de rotación por distintas organizaciones aumentan  el riesgo de ser expropiado de su propia aportación. En la etapa anterior, esta expropiación se podía producir, pero con una contrapartida tan importante como es la obtención de un destino arraigado. En las condiciones actuales un becario es requerido a crear, aportar, colaborar y producir un valor añadido, que implica entregarse a la organización que lo acoge provisionalmente.  Todos estos requerimientos desmesurados a cambio de muy poco. Son las empresas o las organizaciones de investigación las beneficiarias de estas aportaciones que pueden minimizar la autoría del becario. Así se constituye el umbral de una proletarización de los becarios. Aquí radica uno de los elementos que generan condiciones para nuevos  conflictos en el capitalismo cognitivo.

Sin posibilidad de constituir una voz mediante su interpretación de la relación entre lo que recibe en términos de formación y experiencia y lo que aporta en cuanto a funciones desempeñadas, es inevitable que la traducción de su contribución a su currículum  sea realizado mediante las categorías de las organizaciones, que en muchos casos son manifiestamente distorsionantes. El efecto de esta situación es la formación de bases de datos gestionadas por las tecnocracias educativas y las agencias, que constituyen el núcleo duro de este sistema de gestión de poblaciones cualificadas. Estas son disciplinadas y encauzadas por los formularios y los esquemas elaborados por las agencias.

Pero su alta cualificación no impide que sean constituidas como un grupo subordinado en el que convergen varios mercados. No es casual que uno de los sectores productivos más expansivos sea la formación ocupacional. Por eso la trata de becarios se expansiona para hacerse tan relevante. Los tiempos presentes son tan sorprendentes que no me extrañaría terminar escuchando el lema de “becarios del mundo uníos”.

Escribiendo este texto me he acordado del sociólogo  Maurizio Lazzarato, con el que tantas deudas tengo.

miércoles, 15 de octubre de 2014

DE LOS CUCURUCHOS A LOS CONOS





Uno de los aspectos que más me interesan es el de la innovación. La ruptura tecnológica abre el camino a la creatividad y la innovación, que es tan intensa, que carece de antecedentes en cualquier tiempo anterior. Pero la innovación se relaciona principalmente con el mercado. La creatividad se concentra en los productos y servicios que se renuevan incesantemente, parte de los cuales son totalmente nuevos. Pero en lo político, lo social o lo convivencial, apenas se innova, permaneciendo a la zaga  del impetuoso ritmo de cambio de los objetos y los servicios,  de sus usos y aplicaciones, que modifican las prácticas de la vida, alcanzando a las estructuras y las instituciones sociales.

Aquí radica uno de los problemas más relevantes del presente, la desincronización de los tiempos de la producción y los de la sociedad. La innovación industrial se transforma en la principal fuente del cambio social y las instituciones se muestran incapaces de seguir la aceleración y renovación impuesta por la industria. La vida se encuentra determinada por los impactos derivados  de los nuevos objetos. La inteligencia se concentra en la tecnología y se ausenta de lo social. Esta es una fractura de gran importancia para el conjunto social que disminuye su cohesión de modo acentuado.

Abernathy es uno de los expertos más importantes de la innovación industrial. Ha elaborado un sistema distinguiendo entre cuatro categorías según el papel de la tecnología, el impacto sobre una industria y su relación sobre el mercado. En mi vida corriente me encuentro desbordado por la velocidad de la renovación de los productos. Los últimos veinte años han sido prodigiosos. La casi totalidad de los mismos proceden de las tecnologías. Soy beneficiario de los avances en la informática, las telecomunicaciones, el calzado, las fibras que me protegen del frio y el calor, los medicamentos, la tecnología médica o la alimentación, así como en otras áreas de la vida. Todos estos beneficios tienen un reverso que, en algunos casos es más que inquietante.

Pero en los últimos tiempos se ha interferido en mi vida una innovación en la que la tecnología tiene un papel residual. Se trata de una innovación que, en el sistema de Abernathy, se denomina como una “innovación de nicho de mercado”. Esta se define como aquellas en las que se recomponen los elementos del producto en ausencia de la aportación tecnológica novedosa, de modo que resulta de facto un nuevo producto y un nuevo nicho de mercado, pero  determinado por otras fuentes. Me interesan mucho estas innovaciones,  en tanto que su fundamento es el descubrimiento de una necesidad latente. En el concepto de necesidad se concentra el dilema generado por la potencialidad creativa del sistema productivo, que modifica las empresas transformándolas en fábricas de necesidades.

Me gusta mucho el jamón, es una de mis comidas  preferidas. Este ha seguido en los últimos años todas las transformaciones experimentadas en la producción y el consumo. De estas resultan múltiples formas de consumirlo así como múltiples segmentos de consumidores. Serranos, ibéricos, de cebo, de bellota, de marcas, cortes, formas de presentarlo, tacos, lonchas, virutas, usos para cocina y demás elementos que conforman el mundo del jamón, transformado en industria y reconvertido en cultura mediante su metamorfosis experimentada entre la nutrición y la gastronomía. También sus combinaciones con vinos, en tapas, comidas, aperitivos y otros elementos múltiples.

El jamón es consumido en los desayunos por medio de la universalizada tostada catalana con aceite y tomate. En comidas, cenas y tapeos es de usos diversos y diferenciados. Pues bien, un empresario jamonero español, Enrique Tomás, ha protagonizado una innovación de nicho de mercado. Ha inventado los conos de jamón ibérico. Ha tomado la idea de las célebres palomitas, las castañas, los churros y otros productos que se consumen entre horas en las calles y que se sirven en conos o cucuruchos de papel. El éxito de tal innovación ha sido total, de modo que, en su corta vida,  se ha extendido a los quesos, los choricitos ibéricos, los bastones de fuet y otros productos. Esta explosión de lo salado antecede a su exportación a lo dulce, reactivando nuevos mercados.

Los conos tienen la pretensión de crear una nueva necesidad que es propiciar el consumo entre horas o en tiempos tales como los de los cines, en donde ya compite con las palomitas en cuatro salas de Barcelona. El único elemento tecnológico de esta innovación es el del material de los conos que es de bambú y no de papel, con el objeto de proteger al consumidor de la grasa. Así, el jamón es presentado en un formato que facilita su consumo en tiempos distintos a las tres comidas convencionales. Los transeúntes en las medias mañanas y tardes, las ocasiones especiales tan distintas, los desfallecimientos en las largas noches de marcha. El jamón procede a conquistar la vida.

La primera vez que me encontré con ellos fue en la calle Fuencarral en Madrid, en una tienda de embutidos abierta a la acera. Mi curiosidad fue  capturada y me acerqué. Cuando estaban frente a mí me fascinaron por el misterio de las distancias cortas, como casi todo lo bueno en la vida. En este caso resplandece la vista y el olfato estimulando la imaginación. Soy diabético y no puedo comer entre horas,  pero no pude evitar la tentación. Los había de tacos y de virutas. Compré este último y viajé al paraíso durante unos minutos. Después tuve que calcular mi dosis de insulina al alza. Lo peor es que eché de menos el pan. La asociación entre el jamón y el pan es muy fértil. Enrique Tomás ofrece en su página web un bocadillo de virutas, que creo que es una idea formidable. Después he vuelto a verlos en otros lugares de Madrid y Barcelona.

Soy un devorador de jamón y celebro esta nueva forma de comerlo. Pero me inquieta la deriva de las innovaciones de nicho de mercado, en las que la fuente principal es la observación minuciosa de la vida en busca de un elemento que pueda reconvertirse a la relación oferta/demanda. Siento sobre mí un aparato de observación que estudia las vidas, hasta sus últimos rincones, en busca del descubrimiento de nuevos usos. Este dispositivo formidable, que se ubica por encima de las instituciones y se hace imperceptible, y, por tanto aproblemático, me satura y me genera un estado de movilización comercial-vital insostenible. Me gusta mucho el jamón pero detesto que me persiga. Una vez que he logrado, hace muchos años, tomar distancias y esquivar a los sándwich de Rodilla, que se hacían presentes en todos los itinerarios de mi adolescencia, mutan ahora para tomar la forma de jamón y embutidos.

Todos los productos que anidan en los viejos cucuruchos, las palomitas, las almendras, los cacahuetes y otros, se comen compulsivamente. Están dotados del misterio de ser consumidos uno a uno. Hubo un tiempo en el que llevaba un paquete de frutos secos al cine, y lo devoraba en la oscuridad a un ritmo que me ganaba el reproche de Carmen. No quiero ni pensar ahora ver una peli con un cono de virutas de jamón, que terminaría con las compañías inevitables de algún pan exquisito, así como vino. La imagen de los cines en los que la gente entra con recipientes monumentales de palomitas, captan mi atención. En Granada se han llegado a producir conflictos por prohibiciones de las empresas de introducir productos o bebidas. No hay nada tan desagradable como estar en una sala oscura donde todo el mundo está comiendo. También los niños, las víctimas comerciales más vulnerables, que ya entienden el cine como asociación en la sala de la película y el complemento del gusto, para acompañar a la vista y al oído.

Detrás de la mutación de los usos de los productos de consumo callejero tradicional, que se concentraban en los cucuruchos, ahora el jamón,  en los elegantes y vistosos conos de bambú, antecede a  otras delicias, que han terminado por renovar los viejos cucuruchos cutres, se esconde el dilema del crecimiento. Un aparato comercial formidable trabaja sin descanso para multiplicar las necesidades y los consumos. Esto sí que es consumo 24 horas y 365 días. En el caso del jamón, que tanto me gusta, también quiero descansar y marcar yo mismo sus tiempos sin presiones. Pero también en este caso voy a ser simultáneamente víctima y cómplice, siendo inevitable ser incluido en el mundo inmaterial de los conos.

Me pregunto si los conos mejorarán la habitabilidad de las calles, en las que se deambule lentamente comiendo. También los efectos inevitables de cercenar las dietas. Cuando tengo clase a las cuatro y cruzo a pie el centro de mi ciudad, me encuentro con el espectáculo desolador de jóvenes empleadas de tiendas franquicia que comen en solitario un bocadillo antes de iniciar la larga tarde. Me acuerdo de los obreros de la construcción de mi adolescencia que comían animadamente en grupo, hablando y riendo. Si los conos contribuyen a picar en grupo en la calle, bienvenidos sean.




He omitido hablar de los helados convencionales que se sirven sobre conos de barquillo. Es porque todavía les guardo el luto. El jamón es una forma de resarcirme de la ausencia de los helados





domingo, 12 de octubre de 2014

JAVIER RODRÍGUEZ Y LA REGIÓN POSTERIOR DEL PP

Estos son días de apoteosis de la perplejidad, producida por la incompetencia integral del gobierno del pepé, tanto en Madrid como en el estado. La pareja incompetencia/autoritarismo se muestra prístinamente como un factor de persistencia en España, permaneciendo ajena a otros cambios. En esta ocasión,  en medio del desbarajuste general, emerge la figura de Javier Rodríguez, el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Este desempeña el papel de portavoz de discursos que, a los ojos de muchos desconcertados y extraviados en el presente, parecen asociados a la excentricidad del personaje. Pero las palabras del consejero no pueden ser entendidas como una excepción, un lapsus, o una incontinencia verbal individual, sino, por el contrario, expresan los discursos imperantes en una comunidad social, política y lingüística, como son la mayor parte de  las constelaciones sociales que representa el pepé.

Erwing Goffman, distingue entre dos situaciones sociales en los escenarios cotidianos. Una es la que denomina “región frontal”, que es definida como las interacciones que tienen lugar en espacios institucionalizados, en los que los actores actúan ajustando su comportamiento a lo pautado y regulado. En sus palabras, los actores se ponen las máscaras para adaptarse a lo requerido y esperado. La otra zona de la vida social es la que denomina “región posterior”, en la que los actores actúan espontáneamente en un medio no institucionalizado. Aquí se quitan sus máscaras y dicen lo que verdaderamente piensan. El caso de Javier Rodríguez puede ser entendido desde esta perspectiva tan fecunda.

En los últimos tiempos el desarrollo de las tecnologías determina la interposición de cámaras y micrófonos entre ambas regiones, de modo que la región posterior puede hacerse pública durante un instante intenso. En la política, uno de los primeros episodios fue el de la célebre conversación telefónica de Txiqui Benegas, en la que denominaba a Felipe González como “dios”. Cada vez son más frecuentes las intrusiones propiciadas por los dispositivos tecnológicos, mostrando a los actores en el estado de espontaneidad característico de la región posterior goffmaniana.

En esta línea de interpretación, pienso que las violentas declaraciones de Javier Rodríguez se corresponden con lo que verdaderamente piensa, que es inseparable de su mundo social inmediato, constituido por seres hablantes que comparten los lenguajes y las representaciones sociales asociadas a los mismos. Así, don Javier, al igual que Arias Cañete o el alcalde de Valladolid, León de la Riva con las mujeres, no son casos aislados,  sino sujetos que muestran fugazmente su sistema de significación, para replegarse a la región frontal neutra y consensuada. Así, los apelativos de “morritos” a una ministra o la brutalidad con respecto a los inmigrantes ecuatorianos, negando su derecho a la sanidad pública, por el nuevo prohombre europeo, son muy elocuentes. Como vivo en un mundo cotidiano múltiple, puedo atestiguar la existencia de esa vigorosa comunidad, que comparece regularmente mediante  estas incidencias mediáticas.

Las palabras de Rodríguez son terribles, en tanto que juzga y condena, con una contundencia extrema, a Teresa, infectada por el virus fatal. En su sentencia hace abstracción de las condiciones en las que se desarrolla este suceso, prescindiendo del contexto. Así, establece la culpabilidad de la víctima, a la que se hace una descalificación desmesurada, mediante la atribución de falsedad de su testimonio. Toda esta secuencia de culpabilización se realiza en público, sin defensa posible y con la víctima en un estado de debilitamiento acumulativo. Pero lo más elocuente es su comentario respecto a la peluquería. Me imagino a una mujer en ese estado de incertidumbre y temor, tratando de mejorar su aspecto físico en tan difícil situación. Este comentario desvela la brutalidad asociada al uso del poder, en el grado superlativo de la humillación de la víctima.

Este es un episodio que muestra inequívocamente la crueldad con respecto a su subalterna indefensa y debilitada. También el presidente Rajoy, que representa un compendio de los factores que conforman la región posterior del pepé,  que en su breve comparecencia sin preguntas afirma que hay que estar tranquilos, en la certeza de que, en el peor de los casos, pocos serán los infectados. Así, se niega la especificidad de Teresa, su singularidad de ser humano único, resignificándola como numerador, como un dígito cuyo valor depende de lo que representa relativamente en un conjunto de unidades o elementos, siendo privada así  de su naturaleza humana singular. Así se procede al igual que con los endeudados, los desempleados, los precarizados u otras víctimas de los terremotos económicos y sociales del presente,  siendo trasmutados en conjuntos estadísticos por las tecnocracias globales del tiempo presente.

También pueden ser consideradas como una pequeña antología acerca del concepto del poder las afirmaciones respecto a su cuestionamiento. Rodríguez afirma que “ha venido comido a la política y que tiene la vida resuelta”. Entiende que se encuentra por encima del control público ejercido en este tiempo por el populacho congregado en las audiencias audiovisuales y las redes sociales. El principio aristocrático, característico de su mundo social, comparece sin complejo ni máscara  alguna, con la contundencia señorial consustancial a esa condición social, que en España tiene una tradición arraigada.

Pero lo más importante es comprender  que estas declaraciones son coherentes con el imaginario colectivo de la derecha económica, política y social española. Este se funda sobre un conjunto de creencias, preceptos y valoraciones cuyo núcleo es la justificación y celebración de la desigualdad social.  Estas ideologías tienen un vínculo inequívoco con el pasado agrario y preindustrial. En los tiempos pasados las poblaciones subalternas eran definidas como recursos para la producción agraria e industrial, así como para la defensa. En coherencia con esta definición eran gobernadas mediante la disciplina elevada a su grado máximo. Las clases señoriales se caracterizaban por saber mandar, por saber estar en su sitio.

Las transformaciones de los últimos cincuenta años han modificado  la naturaleza de las poblaciones subalternas, así como la forma de gobernarlas. Ahora, en la transición hacia la preponderancia de la producción inmaterial, emergen instituciones, tales como la gestión, que utilizan métodos postdisciplinarios. En el consumo, las instituciones del marketing y la publicidad, que fragmentan a la población en múltiples segmentos de mercado en continua remodelación. La explosión de los media, generando audiencias múltiples para gestionar las emociones de los nuevos ciudadanos-espectadores. De todas ellas resulta la emergencia del ciudadano votante, que conforma el vigoroso mercado de la seducción y la persuasión. Todo este cuadro conforma lo que me gusta denominar como el complejo institucional de la individuación, en tanto que todas ellas convergen en fragmentar y debilitar los lazos sociales sólidos convencionales. Estas nuevas instituciones son gobernadas por otras lógicas postdisciplinarias.

La derecha española tiene dificultades de adaptación a este modo de ejercicio de la autoridad. Así combina elementos de la nueva gubernamentalidad neoliberal con algunos del viejo repertorio del aristocratismo autoritario y el capitalismo primitivo. Muchos de sus héroes escriben y presentan sus guiones. El episodio de Esperanza Aguirre con los agentes de tráfico es un verdadero caso para ilustrar la naturaleza de la clase dirigente local. Ana Mato en esta crisis no comparece ni responde a las preguntas e inquietudes de los reporteros precarizados y descamisados, que esperan en los exteriores de los edificios en donde tienen lugar los acontecimientos.

Pero, en esta mixtura de gubernamentalidades,  los señores españoles seleccionan un elemento fundamental de las instituciones postdisciplinarias. Se trata de la consideración de que la posición de una persona es el resultado de la autogestión de su vida. Así, ocupar posiciones altas es el resultado de la adecuada autoconducción del sujeto, explotando y desarrollando sus competencias individuales y dotándolas de un sentido estratégico. Por el contrario, quien se ubica en posiciones intermedias o bajas, muestra sus deficiencias como persona-empresa en la conducción de su vida. De este modo, las condiciones sociales quedan abolidas.

En los últimos cincuenta años en España ha tenido lugar un modelo de crecimiento de actividades económicas considerable, que se ha fundamentado en los negocios vinculados al suelo principalmente. De este proceso resulta una pirámide de social, en la que los beneficiarios se ubican en la parte alta de  la misma. Estos son los triunfadores, los que han mostrado su competencia para aprovechar la abundancia. Aquellos que no han sido capaces de medrar en tan prodigiosa expansión de bienes son considerados perdedores. La reestructuración de los últimos tiempos se funda en el castigo a los fracasados, que son empujados hacia abajo, de modo que la pirámide deviene en un iceberg que oculta a los incompetentes en la gestión de su biografía. Estos quedan invisibilizados.

Esta es la explicación de la deriva autoritaria del pepé. El ejercicio contundente del poder y el escalamiento de la penalización de los conflictos sociales se funda en la consideración de la inferioridad de los perdedores. Así se explica la crueldad de Fátima Báñez, Ana Mato, Gallardón y otros. Los perjudicados por sus decisiones son ciudadanos en la región frontal, pero una chusma que representa una carga económica intolerable en la región posterior. Es inevitable que se multipliquen los incidentes al comparecer en la región frontal elementos de la posterior. Por esta razón no son cesados ni reprobados. Esto se entiende como una concesión a la chusma sobrante, que gira por la ruleta del empleo precario, recibe ayudas y es generadora de gasto.  Este contingente de personas sobrantes, son convertidas en estadísticas, mediante las que se genera un espejo que se muestra en las televisiones.

Teresa: te queremos, pero no porque seas una víctima y hayas sido convertida en una abstracción estadística por estas élites del crecimiento, sino porque eres una persona y formas parte de la humanidad, como los africanos que mueren por el ébola y otras causas múltiples. Porque las personas tienen un valor con independencia de sus atributos. En este sentido eres igual que Javier, el señor que te ha avasallado, aunque a ti te queremos más que a él. Esa es la diferencia, que no es poca.

lunes, 6 de octubre de 2014

LA ATENCIÓN PRIMARIA Y EL FIN DE LA HISTORIA

La semana pasada fui invitado por el Fòrum Català d´Atenció Primària (FOCAP) a una jornada sobre atención a enfermos crónicos, que se celebró en Barcelona. Mi intervención suscitó una interesante conversación, en la que algunos profesionales discutieron mis posiciones, no sintiéndose reconocidos en ellas. Al final, un médico me dijo que el problema es que “tenía que cambiar de médico”. Creo que sintetizaba muy bien la crítica a mi intervención. Expresaba la convicción de que no había problema alguno en el sistema de atención. Así confirma un concepto compartido en la atención primaria, que entiende que el sistema se encuentra perfectamente definido y cerrado, y, por consiguiente, los problemas que puedan suscitarse son de aplicación.

No comparto esta posición. Me parece que sí existen problemas en el sistema de atención que hay que abordar. Pero mantener una posición cerrada con respecto a cualquier sistema tiene consecuencias fatales. La renovación permanente es fundamental para mantener vivo cualquier dispositivo de atención u organización. Por eso titulo este post aludiendo al controvertido concepto del fin de la historia, enunciado por Fukuyama. Un sistema vivo implica necesariamente descubrir problemas, enunciar sus términos y pensar en sus soluciones. Si esto no ocurre así la degradación es inevitable, en tanto que las certezas se convierten en dogmas que desactivan las inteligencias.

En este contexto me preocupa que, en muchas ocasiones, soy percibido por los profesionales como una amenaza a su orden conceptual estable y concluido  del que se sienten tan seguros. Así, médicos muy competentes se sienten juzgados por mí, en tanto que formulo problemas.  En mi opinión este problema se encuentra determinado por un conocimiento tan cerrado que no admite otras miradas o matices. En este contexto “suenan mal” las problematizaciones. A continuación reproduzco el texto que envié previamente y después comento algunas cosas.

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LA ATENCIÓN SANITARIA A LOS ENFERMOS CRÓNICOS: UNA MIRADA DESDE EL INTERIOR
La atención sanitaria a los enfermos crónicos está dirigida al control de la
enfermedad. La imposibilidad de curación da lugar a la gestión de la
enfermedad. Así, se determinan los estándares que definen el buen
control y se realizan pruebas sucesivas a los enfermos para compararlos
con estos. La disonancia entre los resultados y los estándares determina la
aplicación de acciones. Todo ello conforma el ciclo del tratamiento, que
implica la preponderancia médica en la definición del mismo.

Pero los enfermos viven su vida cotidiana, que se encuentra determinada
por restricciones permanentes derivadas de la enfermedad. La vida es un
proceso fluido en la que se suceden acontecimientos y estados
psicológicos de las personas. El problema de la vida de un enfermo crónico
es que es casi imposible mantener las restricciones que se derivan de la
enfermedad, de modo que son inevitables las transgresiones y los
incumplimientos, debido principalmente a que esta se encuentra regida
por el principio del placer y del bienestar, como todas las vidas.

Las transgresiones y los estados del enfermo presentan una complejidad y
una singularización rigurosa, y escapan a la relación asistencial. En las
consultas de revisión se impone la lógica de los resultados respecto a los
estándares médicos y los problemas de la vida quedan desplazados, lo que
conlleva que esta quede relegada. No es que no se trate, sino que
representa un papel menguado en el cuadro mental de los profesionales,
que son quienes hegemonizan esa relación. Así, la vida solo es apelada en
las crisis de los resultados y se presenta como un paquete de
prescripciones muy generales. Las categorizaciones de los profesionales
son simplistas y uniformizadoras, lo que produce un distanciamiento
progresivo que empobrece la comunicación.

La gestión de la vida, el estado de las renuncias, las compensaciones
imprescindibles para reparar el efecto de las restricciones permanentes,
todo eso va siendo desplazado al interior del paciente, que termina siendo
un ser solitario, que reinterpreta su estado y construye un conocimiento
profano y unas prácticas de conducción de su vida. Todos esos
pensamientos, cálculos, supuestos y microacciones, permanecen en
estado semioculto a los ojos del profesional, focalizado en los resultados
de las pruebas. Sólo son interpelados en los momentos de crisis de la
enfermedad.

Este desencuentro entre tratamiento y vida, así como la preponderancia
de la visión del profesional de la enfermedad, determina unos resultados
muy modestos. Desde esta perspectiva el enfermo aparece como un
receptor pasivo de información técnica. Así se entiende la educación
sanitaria, como transmisión de información técnica a un receptor
abstracto al que se propone un estilo de vida estandarizado consistente en
unos preceptos básicos, que se presentan separados de la vida, que es
mucho más compleja, realizándose inevitablemente en sus condiciones de
vida, que resultan de la conjunción de factores individuales y sociales. En
muchas ocasiones el reduccionismo de los “estilos de vida saludables”
propuestos, resultan patéticos con respecto a las condiciones reales de los
enfermos.

El resultado de este desencuentro es el establecimiento de un
distanciamiento en la consulta, aún a pesar de la apariencia de buena
relación. Porque efectivamente el profesional es un extraño a la vida y
cuando este tema es apelado su discurso es tan estereotipado y general
que disuade al enfermo de conversar. Así estos pequeños fracasos se
acumulan a lo largo de la relación asistencial, dando lugar a un área oculta
de una dimensión considerable, que afecta a la calidad de la
comunicación. La relación profesional-paciente tiende a ser muy compleja,
sucediéndose diferentes fases, presentando algunos aspectos perversos
que tienden al bloqueo.

Entonces, en las vidas de los enfermos crónicos es preciso definir cuál es la
mejor posible en cada secuencia temporal, lo que supone reformular a la
baja el tratamiento, aprender a recuperarse tras las transgresiones, tener
la capacidad de gestionar estas, así como de minimizar los estados
negativos. Estos elementos implican unas capacidades de los pacientes
3para afrontar su enfermedad y su vida. La más importante es ser capaz de
aprender y de construir un saber sobre su estado, su cuerpo y sus
prácticas cotidianas. La gran mayoría de enfermos que delega en su
médico o enfermera, dejando su vida sin conducción, en tanto que los
profesionales y sus prescripciones abstractas no entran en su vida
singular, están perdidos. Principalmente porque pueden llegar a tener
resultados aceptables, siempre provisionales, que se fundamenten sobre
una vida bloqueada.
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En mi intervención oral hice énfasis en una cuestión: La escisión entre la conducción de la vida cotidiana y el estado de la enfermedad,  puede erosionar imperceptiblemente la consulta y la relación asistencial. Una de las perversiones derivadas de esta situación radica en la infantilización y asunción de la dependencia por parte de los pacientes, de modo que se obedece mecánicamente al médico, al tiempo que la vida permanece en estado de opacidad al mismo. Creo que esta es la principal pauta de comportamiento de los enfermos que asumen su responsabilidad a la baja. Una de las dimensiones de este problema es la consolidación de un área oculta que corroe la posible comunicación.

Algunos profesionales planteaban que sí hablaban con los pacientes todas las cosas. Creo que en este hecho hay confusión. Por supuesto que en algunos casos se hablan cosas de la vida y se abordan algunos problemas específicos, pero en el contexto de una relación definida por los resultados clínicos. De este modo, se hace en ausencia de un método riguroso, así como carentes de un sistema de categorías que ayuden a entender y sistematizar. Soy escéptico acerca de las conversaciones en la consulta, que en muchas ocasiones, representan algo adicional, un “hablar por hablar” sin finalidad específica, o un imperativo derivado del arsenal comercial proveniente de la clientelización.

Así, los profesionales que practican conversaciones con los pacientes, que son una minoría, no suscitan problematizaciones que estén presentes en la bibliografía de la atención primaria. Sólo hay que visitar las publicaciones para cerciorarse de las prioridades, entre las que no se encuentran presentes las vidas de los pacientes ni las problemáticas asociadas a los comportamientos negativos. El paciente es una construcción estadística, conformada por una relación entre variables asociadas al estado de su enfermedad en el curso del tiempo. Esa es la historia.

En tanto que pienso que la escisión entre el estado de la enfermedad y la difícil conducción de la vida es el problema principal, teatralicé en mi intervención el sentido para los enfermos. Para los profesionales lo importante es el buen estado de la enfermedad, pero para los pacientes vivir de la manera mejor posible. Dentro de las limitaciones derivadas de la patología ¿cuál es la mejor vida posible hoy? ¿y mañana? Se trata de entrar en esta cuestión de verdad, que es muy complicada en tanto que la heterogeneidad es patente. Por eso repetí en varias ocasiones que quería vivir lo mejor posible.

Sobre estas premisas, la atención a los enfermos crónicos puede suponer una ampliación de los sentidos que gobiernan la relación entre los profesionales y los pacientes. Además del control de la enfermedad, un profesional puede ayudar a vivir mejor la cotidianeidad, que es la principal aspiración de todos los enfermos. Pero el encuentro entre el control de la enfermedad y la conducción de la vida requiere de método, de la integración de nuevos saberes, así como de otros factores de gran complejidad. Por eso soy optimista en tanto que tras el congelado sistema de conocimiento vigente en la atención primaria es probable un futuro más abierto y estimulante.

Me acuerdo de una médica que decía no con su cabeza en mi intervención. Después pude hablar con ella. Resultó ser la típica buena profesional orgullosa de su trabajo y su esfuerzo por otorgar un sentido al mismo. Cuando la atención primaria abandone su cerrado alineamiento en el fin de la historia, y se abran nuevos futuros y posibilidades, estoy seguro de que se encontrará en las zonas de ebullición de lo nuevo emergente.