Las huelgas estudiantiles, que se suceden cíclicamente desde los años ochenta en la universidad española, son acontecimientos extraños, difícilmente inteligibles cuando se contemplan desde la distancia corta. Porque si sus motivos y razones son incuestionables, apenas son objeto de deliberación ni decisión en reuniones públicas en los centros o las aulas, siendo sus convocantes grupos ajenos a la vida institucional. Sin embargo, su seguimiento es masivo. De este modo, las huelgas extrañas contribuyen al proceso de descomposición de la institución universitaria, lo cual favorece a los intereses sociales que auspician las reformas que las desencadenan. Las huelgas ponen de manifiesto que el estudiantado es un grupo carente de constitución política, lo cual le convierte en un colectivo utilizado en el campo político por los distintos contendientes e intereses.
Una huelga es justamente lo contrario del acto asocial y apolítico que distingue a las huelgas estudiantiles del presente. Se trata de un acontecimiento en el que un colectivo se constituye como tal, mediante un proceso de decisiones y acciones que refuerzan los vínculos colectivos. Una huelga es un verdadero experimento social que maximiza las fuerzas integradoras de un colectivo. En tanto que una situación ordinaria es un momento de dominio de la institución, que prima las conductas individuales minimizando al grupo, el conflicto que la determina implica un momento intensamente social, que supone la reconstitución de la fuerza y el sistema de comunicación del grupo, que queda registrado en el imaginario de quienes han vivido la misma. Así, se trata de una vivencia excepcional que genera un sistema vivo y produce energías que se encuentran disipadas en la vida ordinaria.
Sin embargo, las huelgas estudiantiles representan lo contrario. Son convocadas por organizaciones más conectadas con el campo político que con los estudiantes, aceptadas mecánicamente, sin deliberación alguna y seguidas masivamente, incluso por aquellos estudiantes contrarios a la misma. Esas huelgas representan una apoteosis del silencio, el divorcio completo entre el pensamiento y la acción, la despolitización en grado supremo, el cinismo generalizado en todo su esplendor y la manifestación de la descomposición del colectivo estudiantil, mostrando sin ambigüedad a un grupo en el que lo común se puede representar mediante un cero integral. Así se genera una inteligencia negativa, en tanto que se reapropia una convocatoria para desviarla a los fines de incrementar el tiempo vivido en el mundo exterior de esta institución. Al ser convocadas principalmente los jueves, el viernes es vaciado de compromiso académico, amplificando el tiempo liberado del finde.
Una huelga es un acto que tiene necesariamente que ser decidida en una reunión o un sistema de comunicación equivalente, en la que se contrasten las valoraciones y se analicen las propuestas y las alternativas. En la universidad el medio natural en el que se concentran los estudiantes es el aula. Pero esta es una instancia que ha sido tomada por el poder de las instituciones de la sociedad neoliberal avanzada. Se confiere a los estudiantes la condición de clientes del emergente supermercado académico, que supone la asignación de la facultad de la elección de asignaturas y grupos, así como movilidad entre universidades. De este modo, en el aula, la congregación de los estudiantes es provisional y fugaz. En la siguiente hora ya no estarán los mismos que se habrán dispersado en otras asignaturas y aulas. Así con los cuatrimestres. Los presentes en este se bifurcan en el siguiente. El aula representa el vacío absoluto de lo social y el espacio en donde sólo habla el poder.
Los estudiantes son un espectro invocado por todos, pero la dinámica de la institución, que provee de actividades continuas y ocupa a estos con pequeñas obligaciones, impide las relaciones estables y la constitución del grupo. El aula representa un vacío pavoroso, en el que cada cual es un buscador de rendimientos académicos en competición con los demás. Sólo se habla a instancias del poder. La encuesta de evaluación es el tiempo en el que se solicita a cada cual que se convierta en un porcentaje para las preguntas cerradas que emanan de la cima. No hay más conversación. La única socialidad existente es la de los clanes amistosos que resultan de este extraño encierro institucional, generador de tránsitos entre asignaturas, grupos, grupos de prácticas, centros y territorios. El estudiante es un ser social fluido, siempre en espera de su inmediato destino. Este diseño institucional confiere un carácter rigurosamente individual de su tránsito perpetuo, así como el vaciamiento de los grupos en los que vive en compañía de sus semejantes. Se trata de grupos que los sociólogos denominamos como “de autobús”, en los que sólo un acontecimiento intenso inesperado puede generar una reacción que constituya un grupo provisional.
Los grupos resultantes del diseño institucional sólo pueden ser representados en las listas y actas de la secretaría de los centros. Reducidos al grado cero de la decisión, constituidos administrativamente por la elección de cada cual, sometidos a ritmos intensos de rutinas mecanizadas, las aulas representan un impertinente momento de espera de la vida, constituida por los intercambios de mensajes en las redes sociales, los mundos de la cultura de masas y las redes amistosas que convergen en el largo finde. El aula es el espacio en el que imperan los resultados que conforman el expediente académico de cada uno. Sobre su vacío pavoroso, la institución constituye órganos de gobierno, en los que los estudiantes tienen sus cuotas. Estos funcionan como instancias coloniales. Cuando hay huelga ni siquiera se reúnen ni dicen nada. Las huelgas son consentidas por los distintos intereses corporativos de los profesores, siempre en colisión con los gobiernos de turno. Así se cierra el círculo de estas extrañas huelgas neoliberales, que refuerzan la descomposición de la institución, y, por consiguiente, favorecen al poder. Sus efectos se proyectan como un espectro pasivo a las oposiciones parlamentarias, en su proyecto de eterno regreso al gobierno.
He tenido múltiples experiencias con las huelgas universitarias y siempre me he posicionado críticamente con ellas. He manifestado mi disgusto con la situación de seguimiento total en ausencia de una decisión. Siempre he preguntado si se trataba de una decisión del grupo, sin obtener ninguna respuesta. Hace años, ante la convocatoria de una huelga indefinida propuse congregarnos en el aula para realizar actividades autónomas. Hubo varias sesiones dispersas que terminaron disipándose. En los peores momentos del gobierno Aznar anuncié una huelga individual, consistente en acudir a las clases para conversar acerca del abuso de poder y los sentidos de la guerra. Hice un escrito anunciando mi decisión y lo entregué en el decanato y el departamento. No sé si os podéis imaginar las respuestas. Cualquier acción con sentido en un medio que se encuentra desprovisto del mismo tiende a ser estereotipada cuanto menos como extraña.
Un sociólogo tan consistente como Charles Tilly, afirma que el siglo XIX nos ha legado muchas estructuras mentales, que denomina como “postulados perniciosos”. Uno de ellos es precisamente la mística de la huelga. Los repertorios de acción de los movimientos sociales tienden a congelarse, como en el caso que estoy comentando. En los tiempos que aparecen nuevos actores y conflictos estos inventan nuevos repertorios de acción acreditando su energía. El 15 M es paradigmático. Pero las estructuras mentales del siglo XIX son implacables, haciéndose presentes en estas extrañas huelgas mediante liturgias en las acciones, comunicaciones, prácticas y discursos, que nos remiten a un pasado nostálgico que se ha desvanecido. Los carteles y los piquetes que comparecen en las huelgas son dignos de ser congelados en un museo de los conflictos derivados de la industrialización.
Si estas huelgas de ficción no contribuyen a la oposición a la transformación neoliberal de la universidad es preciso preguntarse cómo nos podemos oponer a estas reformas de la forma más eficaz posible, cómo generar un espacio vivo en la universidad en el que se pueda pensar en común, comunicar, contrastar, discutir, proponer, decidir, decir, hacer y experimentar. También problematizar la cuestión de si el aula es recuperable o si el colectivo estudiantil puede tener una representación. En este sentido han aparecido distintas experiencias minúsculas en esta dirección que han aportado distintos movimientos sociales del presente. Lo que es seguro es que quienes nos oponemos a la universidad neoliberal, tenemos que constituir un espacio en el que se encuentren nuestros cuerpos y nuestras mentes para imaginar otro futuro, que siempre es el paso preliminar para iniciar el camino hacia el mismo. Este espacio no puede ser el aula ni los órganos institucionales, donde tienen sus anclajes los grupos organizados según la clave del reparto del poder político institucional.
Pero lo peor de esta historia es que los estudiantes que se incorporan a la vida universitaria entienden como un episodio normal estas huelgas opacas y misteriosas que se producen sin deliberación alguna. Así se debilita la inteligencia, que significa el primer paso hacia la corrupción moral. Sin ponerme demasiado moralista, entiendo esta realidad como intolerable. Una huelga total, absoluta, que paraliza una universidad, en la que muy pocos son los que pueden explicar verbalmente sus motivos o quienes la han convocado. La indiferencia sobre los contenidos y la ausencia de los carteles y comunicaciones de los convocantes contrasta con la presencia de las empresas patrocinadoras que reconquistan las periferias de los centros con sus seducciones y cuidadas puestas en escena. Estos sí que se encuentran liberados de los postulados perniciosos del siglo XIX que enunció Tilly.
Inventar nuevos repertorios de acción que reemplacen o reformulen a la huelga convencional. Entre otras cosas porque aquí no se interrumpe la producción, sino unas actividades programadas en muchos casos superfluas. Movilizar la inteligencia para hacer inteligible la realidad y poder hacer factible la aspiración a otra universidad y otro futuro. Porque, por cierto, las huelgas extrañas piden que las cosas se queden como están. Y eso sí que no, el cambio es más necesario que nunca.
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ResponderEliminarGracias Mario por tu comentario. Estoy de acuerdo en que en los últimos años en el contexto del 15M se han producido algunas experiencias cooperativas interesantes. Pero la desconexión entre estas y los cursos o la masa de estudiantes es absoluta. Además todo se subordina a la huelga que es a lo que se atribuye valor.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Aunque ya lejos de la universidad, sigo creyéndola esencial en la estructuración de nuestra sociedad, y por eso me parece muy interesante su reflexión, buscando no caer en las sempiternas trampas del sistema. Ciertamente esos nuevos espacios de reflexión y debate se hacen más necesarios que nunca, y no sólo en la universidad.
ResponderEliminarGracias libreoyente por tu comentario. Precisamente porque la universidad es importante, y en el futuro se puede incrementar su papel, me parece insólito que no sean sus propios miembros quienes decidan algo tan importante como una huega.
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