Presentación
PRESENTACIÓN Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
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Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog. |
martes, 30 de septiembre de 2014
EXCESO TIPOGRÁFICO, APOTEOSIS DE SOLEMNIDAD Y EJERCICIO DEL PODER
viernes, 26 de septiembre de 2014
EL REINICIO
El reinicio del curso modifica profundamente la ciudad, constituyendo el símbolo del nuevo tiempo de otoño. Me gusta decir que este es el tiempo de la explosión de las finalidades secundarias. Quiero decir que las instituciones encuentran dificultades para adaptarse a la sociedad en movimiento y cumplir sus finalidades convencionales. La salida a este problema es la multiplicación de las finalidades secundarias. Así se pueden identificar múltiples actividades de las instituciones que se ubican más allá de las específicas que las definen. En las universidades se prodigan gabinetes múltiples para resolver distintos problemas del contingente humano que aparca provisionalmente en ellas.
Pero la universidad es resignificada, principalmente como una organización productora de valor económico, con independencia de sus funciones educativas. Así, el comienzo del curso supone la aparición en las calles de una multitud de recién llegados que transitan por las calles en busca de viviendas, bares, supermercados, restaurantes de comida rápida, pizzerías y locales que se abren al anochecer para congregar efervescencias propias de las largas noches de los dilatados fines de semana. Todos los dispositivos comerciales se encuentran movilizados en este tiempo, en espera de la expansión súbita de la demanda, disuelta en el tiempo vacío del verano. Una parte del comercio, las franquicias principalmente de ropa y de telefonía móvil, así como otras formas de comunicación están tensas en espera de la multiplicación otoñal. También las librerías, en declive por el proceso inapelable de crisis del viejo imperio ilustrado de la letra escrita. Pero este es la temporada de venta de manuales y libros para la enseñanza, que desde siempre ha generado un negocio con las lecturas obligatorias para tan esforzada población.
La ciudad registra en sus calles el tránsito de los recién llegados, que circulan en busca de alojamientos en el contexto de lo que aquí he denominado como “la almadraba de los inquilinos”, en la que muchos depredadores capturan a sus víctimas en una secuencia que se asemeja al paso de los ríos en los grandes movimientos colectivos de los herbívoros múltiples y otros animales en tránsito estacional. Se prodigan los anuncios de alojamientos que conforman una estética cutre sobre las fachadas restauradas de la ciudad modernizada. Los alojamientos ofertados a los estudiantes, en general son coherentes con su sistema de anuncio y promoción, configurando un espacio mercantil ajeno a la gran mistificación de la época: la calidad. Me gusta denominar a las paredes revividas como la expresión de la contramodernidad granadina.
La gran actividad de la calle es análoga a la que se registra en las secretarías de los centros y los departamentos, en donde se multiplican las gestiones burocráticas destinadas a hacer cumplir el precepto de la elección a todos los niveles, así como a la movilidad. Esta intensificación genera tiempos de espera y colas de distintas dimensiones. Así se renueva uno de los principios sobre los que se asienta la institución: la inevitabilidad de hacer pasillos. El tiempo acumulado de pasillo para cada estudiante se puede descomponer en tiempo de espera en tutorías, secretarías, exterior de las aulas y otras esperas inesperadas. Así se conforma un espacio fundamental que es el de los pasillos. Un sabio dicho popular lo denota “Haz pasillo y harás carrera”. El comienzo de curso registra una densidad intensa, que va disminuyendo cuando pasan las primeras semanas.
Pero el pasillo es un espacio cargado de misterio y complejidad. No alberga sólo un tiempo vacío de espera, sino que es el territorio que hace posible la conexión sin interferencias a los mundos personales exteriores que se encuentran en las pantallas individuales. Así, los pasillos son iluminados por las pantallas de los distintos dispositivos electrónicos de enlace con los mundos vividos por los estudiantes. Me gusta observar los pasillos, en tanto que testifican las nuevas sociabilidades y la individuación tan rigurosa del tiempo presente. Cada uno conectado con los suyos en su pantalla, ajeno a los próximos en el espacio que se cruzan sin reconocerse. Me impresiona muchísimo que nadie se salude. Así se asienta el mandato de la individuación severa producida en los últimos veinte años. En la fotocopiadora de mi facultad hay un cartel que dice: ”Se permite saludar”.
También los pasillos expresan los contrastes de la institución. La penetración de las empresas en la universidad implica la multiplicación de grandes pantallas en los espacios de tránsito. Pero aquí la tecnología se encuentra en estado de desamparo, en tanto que es el soporte de la información institucional, que se puede definir por su postración. Nadie le presta atención, en tanto que todos van mirando compulsivamente sus pantallas individuales, en un estado de compulsión que fortalece sus pulgares. Por eso me siento en los pasillos como en un extraño desierto habitado por personas desconectadas entre sí, pero en estado intenso de conexión con los suyos, en un entorno físico de pantallas inquietantes y carteles huérfanos de receptores. Las paredes son el lado oscuro de los pasillos.
El reinicio es tiempo de preparación para la vida diaria, para los finde compartidos, para las gestiones y para el tránsito de los pasillos. Todos estos elementos convergen como generadores de valor económico. En este contexto también debo hablar del reinicio en las aulas. En el tiempo del supermercado académico en los primeros días distintos exploradores recorren las aulas en busca del producto más adecuado a sus cálculos de utilidad. Me encantan los exploradores. En la primera clase siempre doy mi versión acerca del valor de la asignatura en términos de profesionalidad y ciudadanía, ante un público escéptico que realiza traducciones drásticas a sus unidades de valor. Me encanta encontrarme en la tutoría con algún consumidor académico soberano que me interrumpe para preguntar con contundencia: pero ¿hay examen? Cuando le respondo que sí se dirige hacia la puerta ajeno a mis explicaciones adicionales, en las que trato de suavizar implorando: bueno, es sólo una prueba escrita individual…
Los comienzos del curso son tiempos de cálculos intensos acerca de la determinación de las inversiones de cada uno en las actividades dirigidas a la supervisión de las maquinarias de la evaluación. Las agencias han cuadriculado el territorio de las actividades posibles y cada profesor, investigador, becario o aspirante debe autoprogramarse para establecer y cumplir los objetivos requeridos. El otoño representa la apoteosis de los cálculos individuales para cumplir con los criterios establecidos por las agencias. Cada uno tiene que proveerse de información acerca del mercado de los méritos, comprobando a cuánto está el gramo de publicación en distintos lugares o el de congreso o proyecto de investigación. Así, sumando a sumando se conforma la cesta individual de los méritos con la que se comparece ante las todopoderosas agencias y los misteriosos tecnócratas que las habitan.
El reinicio es tiempo de intensificación del entorno; de la reactivación de la pesca de inquilinos; del esplendor de las actividades sociales para atender a la población ilustrada congregada por la institución; del espesor de las calles; de la apoteosis de las gestiones y los trámites; de la densidad de los flujos en los pasillos y la actividad invisible de los cálculos que terminan en las estrategias dirigidas al cumplimiento de los requerimientos de las agencias. Pero este incremento de la actividad y la intensidad tiene una excepción: las aulas. Allí convergen dos clases de calculadores de utilidades: los estudiantes convocados a la maximización de su expediente y determinados por sus cálculos coste-beneficio, y los antaño profesores, ahora acumuladores de méritos en la eterna carrera profesional regida por el principio del crecimiento: este curso más que el anterior, pero menos que el próximo.
En esas condiciones, la docencia se conforma como un pacto perverso que la deteriora inevitablemente. Los convergentes aprenden a aceptar su inevitabilidad, pero su poder de reconfiguración para convertirla en una actividad blanda, que no estorbe a ambas partes la consecución de sus objetivos, es patente. Las aulas ingresan en el orden de la simulación y la pausa, como el de las pantallas en los pasillos. Porque el producto docente tiene un valor muy escaso en la cesta de méritos de cada cual.
Deseo un buen año para todo el mundo, recordando que lo importante es calcular bien las inversiones. No desperdiciéis vuestras energías en cosas superfluas a la cesta de méritos, y cuidado con cooperar con otros, porque el balance de la relación puede ser negativo ¡cada uno a lo suyo¡
domingo, 21 de septiembre de 2014
EN LOS MÁRGENES DE LAS VÍAS DE LA MOVILIDAD
La motorización ha modificado profundamente el espacio, las ciudades y la vida. Todo se subordina a la movilidad individual garantizada por el automóvil, que impulsa la multiplicación de las carreteras, las vías de comunicación y los aparcamientos. Las pasiones derivadas de la posesión y uso de esta máquina mecánica, determinan su centralidad en las políticas públicas. El ministerio de infraestructuras es el más codiciado, donde son ubicados los números dos de los partidos de gobierno, para compensar sus ambiciones. En España recuerdo a Álvarez Cascos y a Pepe Blanco, que conforman un dúo inconmensurable.
La preponderancia de la movilidad implica la desolación de los paisajes urbanos que se encuentran en los límites de las vías. Siempre me ha impresionado contemplar los barrios obreros del sur de Madrid, en los que al caer la noche, los edificios-colmena que albergan a las gentes congregadas para dormir, se encuentran cercados por centenares de automóviles que se amontonan en las zonas colindantes. Comparto las lúcidas descripciones de los suburbios que aparecen en los escritos de Ivan Illich.
La degradación del medio asociada a la motorización de masas es inseparable de degradaciones múltiples sociales, convivenciales y espaciales, pero también individuales. Para muchas personas el coche es verdaderamente lo único que poseen, desempeñando un papel fundamental es sus vidas. Pero las poblaciones que no acceden a la motorización, se pueden definir a partir de una desventaja esencial, que combinada con otras las ubica en el complejo mapa de las marginaciones del presente.
Por eso me gusta observar las monumentales infraestructuras desde la perspectiva de las poblaciones desplazadas por las mismas. Hace muchos años impartí clases en un máster en la Escuela Nacional de Sanidad, en Madrid. Estaba alojado en un hotel próximo a la estación de Chamartín y tenía que cruzar la prolongación de la Castellana, más allá de la Plaza de Castilla. La única alternativa era hacerlo por una desoladora pasarela que cruzaba por arriba. La sensación de fragilidad y de soledad era tan intensa, que muchas veces cogía un taxi para no sentir esa sensación. Al igual con las pasarelas subterráneas que albergan a las poblaciones privadas de la ciudadanía móvil.
La motorización ha generado un paisaje en el que las gigantescas infraestructuras albergan a los veloces automovilistas y expresan la menudez y degradación de la condición de peatón, atrapado entre las concentraciones del cemento y las rápidas máquinas que rugen generando un catálogo de sonidos amenazador. El peatón es un ser desvalido en el orden de la movilidad. Percibido como un obstáculo experimenta su fragilidad y su marginación. Así es empujado a un sistema de guettos peatonales de distinta naturaleza.
Uno de los directores que más admiro es Wim Wenders. En una de sus películas de culto, París Texas suscita todas estas cuestiones, creando un vínculo entre la desolación de los paisajes atravesados por las vías de la movilidad y la desolación personal de muchas de las personas que transitan por su interior o sus márgenes. En esta película, las imágenes tanto de Los Ángeles como de Houston son antológicas. Wenders hace fluir la cámara por las autopistas, deteniéndola en lugares sórdidos en los que los seres humanos se encuentran constreñidos. En particular, la escena del padre y el hijo, comiendo unas hamburguesas en el automóvil ubicado bajo uno de los enormes puentes nodos de autopistas, es todo un manual de antropología visual.
Paso dos videos de la película. En el primero se muestra el encuentro entre dos peatones marginales sobre un puente de autopista. El discurso del extrañado a los automovilistas, advirtiendo que no habrá una zona de seguridad, expresa el talento visual de Wenders. La segunda es la escena final en la que los atormentados personajes de la madre y el hijo se encuentran en un hotel. Las imágenes del mismo, las luces, las arquitecturas, las proporciones, la ausencia de la vida en la calle, son esclarecedoras de la relación entre los espacios producidos y las personas. El padre, esperando en el coche a pie de autopista, al que Wenders le otorga un minuto esclarecedor, en el interior de su cabina automovilística desplazándose por la autopista, con los fondos de la desolación urbana de Houston, reforzada por los juegos de luces del amanecer.
viernes, 19 de septiembre de 2014
LA TATA. DEL CERO AL INFINITO.
Los días de hospital fueron duros, porque tenía que compartir el cuidado de Carmen, la atención a nuestras perras y las clases en la facultad. Además, la incertidumbre definía la situación haciendo imposible prever el mañana. Nunca olvidaré mis tránsitos hacia el hospital, atravesando la ciudad bajo los rótulos de las rebajas de enero; los devenires apresurados entre la facultad y el hospital, y los trayectos en taxi entrada la noche para encontrarme con mis tres perras en mi casa, que estaban en estado de orfandad manifiesta. Cuando llegaba a primera hora a la planta, sabía inmediatamente si la había visitado su médico. Los días que esto ocurría, pasaba a las siete y media de la mañana y su carita quedaba exultante. En la habitación se hacía patente un sistema de afectos y relaciones personales de ayuda mutua insólito en el tiempo presente. Todas las familias estaban volcadas con Carmen, una persona a la que era imposible no querer. Incluso con su lamentable estado físico prodigaba gestos cariñosos para todos los que pasaban por allí, y en particular a las otras enfermas.
En este tiempo ocurrió un acontecimiento fantástico, que cambió el signo del proceso de la enfermedad de Carmen. El origen de este evento maravilloso tiene su origen en mi clase de la facultad. Una forma de defensa en la situación que me encontraba era comentar acerca de mis vivencias críticas. Distintos alumnos, con los que tenía cierta amistad, pasaron por allí de visita. Una de ellas era una enfermera del mismo hospital, con mucho interés por la sociología, que el curso anterior, que fue el de mi explosión diabética, se interesó mucho por mi persona y me ayudó proporcionándome algunas informaciones fundamentales, de esas inaccesibles en las consultas-trinchera tan frecuentes. Siempre me preguntaba por Carmen a la salida de la clase, y le conmocionaban mis descripciones de la situación.
Un domingo, a las once de la mañana, apareció en la habitación del hospital. En el pasillo me dijo que algunos compañeros le habían comentado que aceptaba visitas, y que ella estaba interesada en conocerla y ayudarla. Le dije que sí. En el momento que entró en la habitación todo cambió. Fue el punto de inversión de todo el proceso de la enfermedad. El encuentro entre las dos mujeres fue excepcional, pues se estableció una conexión muy sólida. La enfermera le arregló la cama, se interesó por ella hablándole en un tono tan afectuoso, pero, a la vez resuelto, que nos dejó congelados. Después, como Carmen se quejaba de dolores en la espalda, le dio un masaje. Inmediatamente advertimos su calidad como profesional y como persona. Al final le preguntó si tenía inconveniente en que la visitase. Fue un encuentro cargado de afectos, una situación casi mágica, en tanto que la vivimos como si lo hubiéramos presentido y estuviéramos en su espera. La energía de ese encuentro fue monumental.
Cuando le dieron el alta y fuimos a casa su situación física era pésima. Estaba en espera del comienzo del tratamiento, que consistía en un cóctel de fármacos, uno de cuyos elementos principales era el Genoxal, que era suministrado una vez al mes en el hospital, donde era ingresada para su administración. Sus efectos eran demoledores para ella, semejantes a los de una quimioterapia. Estaba dos, tres y, a veces, cuatro días en un estado de vómitos y sensaciones corporales terribles. Así estuvo más de un año, pero lo cierto es que desde el tercero o cuarto comenzó a mejorar.
El 23 de enero fue dada de alta. Mi alumna la enfermera me comentó que quería visitarla. Le dije que sí. Una tarde fría de finales de enero nos encontramos en casa. Fue algo asombroso, que desborda las capacidades que tengo para narrarlo. Le abrí la puerta de la casa y le pregunté si le daban miedo los perros. Me respondió que no, que ella misma tenía un perro. Entonces dejé salir a mis tres perras. Estas se lanzaron encima de ella como si la conocieran de toda la vida, intuyendo su persona y el papel que iba a representar en los años siguientes. Todo el periodo de privaciones de quienes nos encontramos allí esa tarde, fueron resarcidos por una explosión emocional múltiple e intensa. Cuando entró en el dormitorio Carmen estaba muy mal. Se saludaron afectuosamente y comentaron sobre la situación y el tratamiento. El cuerpo de Carmen era un sumatorio de dolores y malestares, pero los pies y la columna la tenían verdaderamente atormentada. Este problema lo arrastró con diferentes grados de intensidad hasta el final de sus días. Precisamente el diagnóstico la liberó de las especialidades médicas que se reparten un territorio tan versátil y codiciado como es la columna vertebral.
Entonces, cogió los pies de Carmen, los masajeó y los situó entre sus piernas. Durante varios minutos la alivió con sus manos y sus palabras. Fue una escena en la que los sentimientos alcanzaron un nivel insólito. Después la ayudó a mejorar su posición en la cama. Su destreza profesional era de un alto nivel, pero los afectos que intercambiaba eran desconocidos e inesperados. Este fue un encuentro tan reparador, después de un tiempo de tanto sufrimiento. Es un episodio sublime que he tenido la suerte de vivir.
En los días siguientes vino por casa y actuó como una enfermera profesional, así como una amiga entrañable. Después lo hacía todas las tardes. Cuando llegaba el sábado y no venía sentíamos un vacío terrible y contábamos las horas hasta la mañana del domingo, en el que aparecía de nuevo. Desde el primer momento se hizo cargo de Carmen en su totalidad. Se leía los papeles, le acompañaba al médico, se hacía cargo de gestionar las pruebas y sus visitas cada vez eran más largas y amistosas. Con posterioridad la visita diaria se amplió a los fines de semana. Terminó llevándola en su coche a todos los sitios y compartiendo una parte muy importante de la vida diaria. Instauramos una sólida práctica, que era compartir un tiempo desreglamentado todos los días, sin aplazarlo al fin de semana. Era gratificante y relajado nuestro momento de reír, hablar, estar y soñar con un futuro mejor, todo ello acompañado por un vino.
Como era una enfermera muy sólida y muy bien valorada en el hospital, no sólo se hizo cargo de Carmen, sino que intentó intervenir en mi diabetes, escandalizada por mis gramáticas y prácticas que he contado en este blog. Ella entendía a los enfermos como seres restringidos de autonomía y necesitados de una dirección ejecutiva diaria. Formada en el sistema sanitario, entendía la diabetes como un mecanismo análogo a una cuenta corriente, definida por un equilibrio entre ingresos y gastos. Tuvimos numerosas discusiones hasta que comenzó a comprender al enfermo Juan, y, a partir de ahí, llegó a entender mejor la enfermedad. Como era una persona de carácter fuerte, y, además era de Vitoria, tuvimos que pactar las fronteras de nuestras autonomías personales. Terminó por aceptar la singularidad de mi persona y de mi vida, aunque siempre estaba dispuesta a intervenir cuando se le presentaba la ocasión.
Una persona tan grande como ella sólo puede forjarse en la vivencia de situaciones distintas, entre las que inevitablemente se encontraba la adversidad. Ella había realizado su viaje al sur muy joven y había vivido varios amores difíciles. Pero el factor más importante fue cuando su padre tuvo dos ictus seguidos y quedó en muy mala situación. Ella tuvo que hacerse cargo de sus padres, debido a la no respuesta de sus familiares. Los trajo a Granada y compraron un apartamento en Salobreña para pasar los veranos. Después de sus turnos de hospital bajaba a la playa para llevar a su padre a la primera línea del mar. Fueron años duros para ella.
La situación se hizo crítica cuando su padre tuvo otro ictus que lo dejó al borde de la muerte. Ella trabajaba en Neurología y se volcó con él. Como una buena enfermera de su generación era muy crítica con los médicos, en tanto que no entendía bien sus decisiones desde su ángulo de visión. Pero, al mismo tiempo, tenía una fe y una fidelidad absoluta en la institución. Este incidente con su padre determinó un giro en su posición. Cuando los médicos le comunicaron que su padre no tenía alternativa ni había tratamiento posible, se lo llevó a casa, donde montó un pequeño hospital para atenderlo. El estado del padre era el de un cuerpo viviente privado de los sentidos, pero ella lo trataba como si fuera una persona normal. Le compró una cama para evitar las escaras. Le lavaba todas las mañanas y tres veces al día le cambiaba de posición. Se apoderó de una parte del saber médico para tratarlo. El problema principal eran las infecciones urinarias que tenía que tratar, en tanto que alteraban sus equilibrios y aparecían problemas graves en su estado. Los médicos no le atendían, en tanto que lo habían descartado. Alguna vez, cuando aparecía un problema nuevo, pedía una visita del médico de cabecera, que acudía forzado, manifestando claramente su distanciamiento de este cuerpo. Alguna vez lo presencié. Su experiencia le había generado en su interior una duda muy importante en torno a la institución. Así lo mantuvo varios años.
Carmen mejoró en los meses siguientes y descubrimos al padre en su casa. Mi posición inicial era crítica con su decisión, en tanto que creía que no podía sentir nada. Mi visión estaba encerrada en el estereotipo “vegetal”. En este estado, los cuidados implicaban una inversión diaria muy grande. Sin embargo, ella afirmaba que sí sentía, y que por las mañanas cuando lo lavaba y le hablaba, le hacía reír. Carmen se involucró con él con su estilo generoso. Después de estar algunos días con él asumió la misma posición que su hija, consistente en que tenía vida sensorial, sobre todo por las mañanas y en las crisis de las infecciones urinarias, en las que emitía señales de dolor. Cuando lo visitaba le hablaba muy afectuosamente y le llamaba “el pollo”. Él llegó a advertir la presencia de Carmen, incluso a reír ante sus cariñosas palabras y tonos. Como era escéptico al respecto, tuve que presenciarlo. Fue impresionante. Reconocía la voz de su hija, sus manos, sus besos. Por las mañanas llegaba a intercambiar algún gesto con ella. En una ocasión se fue dos días a Sevilla a un congreso, e, inmediatamente se disparó la infección urinaria que alteraba todo su estado y que curó el antibiótico específico que ella gestionaba, pero este no hizo efecto hasta que ella regresó.
Esta situación nos remitía a la mítica película de Dalton Trumbo “Johnny cogió su fusil”, en el que un soldado norteamericano, mutilado en la primera guerra mundial, carente de sentidos y de extremidades, termina estableciendo una relación insólita con una enfermera a través del tacto. Este era un caso análogo, insólito para quien lo presenciase. En nuestras conversaciones, ella afirmaba que algunas enfermeras eran como la de la película. Años más tarde, siendo ella paciente, lo pude comprobar presenciando los cuidados proporcionados por sus compañeras. Aprovecho para contar que en las horas que Carmen fue sedada, no reconocía a su hermana pero sí respondía a mi voz y mis manos. Lo último que hizo fue responder con sus brazos a mi solicitud de un abrazo. Pero mi posición en este dilema era favorable a la eutanasia, reconociendo la complejidad de la situación y su comportamiento heroico.
Un tiempo después, una tarde se presentó en casa y nos dijo que su padre iba a morir esa noche. Nos pidió que estuviéramos con ella y su madre. Efectivamente esto ocurrió en la madrugada. Así se cerró un ciclo tan duro en su vida, a la contra de la institución médica y sus preceptos y prácticas. La reflexión sobre las situaciones límite ha sido desplazada al exterior, al ámbito de la bioética. La respuesta suya, compartida más de un año con nosotros, reforzó nuestros lazos afectivos. Recuerdo las navidades que pasamos juntos con su padre presente en la habitación hospitalaria contigua. Carmen cocinó un besugo en casa que llevamos a la comida de navidad. El padre estaba inmóvil, ajeno a la alegría que llenaba el comedor y que se detenía en el dintel de la puerta.
La situación de adversidad combinada con el azar nos había congregado a los tres, naciendo una relación que se ubica más allá de cualquier categorización convivencial. Fuimos más que cuidadores, amigos o familiares. Pasamos muchos años juntos. Se produjo entre nosotros una convergencia de infortunios. En los primeros tiempos llegó a tener a Carmen en nuestra casa con suero, tras una dosis de Genoxal en el hospital. Era una mujer dura que atendía a su padre, a Carmen, a su trabajo y sus estudios. Se ocupó completamente de ella. Era su acompañante en las revisiones y en los viajes por el laberinto asistencial de las pruebas, que ella gestionaba admirablemente en nombre del mejor servicio de los hospitales públicos, el “servicio de atención al pariente”.
Por eso la terminamos llamando “la tata”. Ese término incluye el cuidado además de los afectos tan intensos y singulares. Carmen tuvo la suerte de disponer al final de diagnóstico, atención médica profesional de alto nivel y de una tata que la quería y la cuidaba. Todos los días se ocupaba de partirle las pastillas de repasar el tratamiento y de responder a cualquier síntoma recurriendo al arsenal terapéutico invisible para los enfermos corrientes. Sus amigos médicos le proporcionaban pastillas y remedios para todo, en contra de mi posición, que entendía que era tratada desde el exceso terapéutico. Nos cuidaba a los dos mediante grados superlativo de afecto e interés.
Pero la tata desempeñó un papel fundamental en la rehabilitación y recuperación de Carmen en la vida diaria. Los primeros meses nos llevaba en su coche con todos los perros a dar paseos por espacios abiertos. Terminando el año acompañó a Carmen a recuperar la conducción de su coche. Nunca se me olvidará el primer día que lo hizo, animándola frente a las dudas que le suscitaban sus piernas tan deterioradas. También los fines de semana en la playa; la recuperación de pequeños viajes a los lugares que nos gustaban antes de la enfermedad, volviendo a revisitarCórdoba, Nerja, Cádiz, Ronda, Mojácar, Sevilla y otros lugares de los que sentimos nostalgia. Vivimos varias situaciones inolvidables juntos. En esos años descubrimos el cine chino, a partir de la para nosotros mítica “Balzac y la joven costurera china”. También a Cesarea Evora, que nos abrió a las músicas africanas; el placer de jugar al tenis durante más de dos años; la luz de invierno de la costa tropical granaína; La sierra en verano, los paseos nocturnos por las playas con nuestros perros; las navidades en común; las tapas y las comidas que tanto estimulaban a Carmen; los recibimientos afectuosos después de mis ausencias por viajes profesionales, en los que Carmen era cuidada tan generosamente por ella; también los regalos, pero, sobre todo, la vida cotidiana compartida.
Más adelante Carmen fue recuperando casi todas las dimensiones y funcionalidades de la vida normal. Su medicación era explosiva. Las consultas de revisión eran un acontecimiento para ella. Me encantaba contemplar cómo reunía sus papeles y anotaba cuidadosamente lo que quería contar al médico. La relación con este era casi cosmológica. Después de la revisión venía con una energía extraordinaria. Cada cierto tiempo tenía una crisis que exigía la reestructuración del tratamiento. Después de los primeros meses decidimos que no se tomase la medicación para la osteoporosis y no se lo comentó al médico. Así nos reapropiamos del tratamiento.
A pesar de la buena atención médica tuvo numerosos problemas que afectaban a su vida diaria y que estaban ubicados en el más allá del diagnóstico y el tratamiento. Como he dicho sus pies, sus piernas y su columna eran fuentes de malestar cíclico. Cuento un problema específico que le causó muchos trastornos por ser muy molesto y persistente. Cuando cambiaba bruscamente de temperatura, al salir de casa o del coche en invierno, se le producía un dolor intenso en las encías que le duraba más de una hora. Cuando se lo planteó al médico, este le dijo que no tenía importancia y seguramente sería el efecto de alguna interacción entre fármacos. Aquí se contrapone la visión clínica focalizada en el diagnóstico y tratamiento, con la vivencia del paciente.
Años después, un día que estábamos tomando nuestro vino en casa, la tata se hizo caca encima súbitamente. A pesar de que bromeamos con ella llamándola “abueloncha”, teníamos alguna preocupación por su estado, pues llevaba unos meses con una energía menor. Una semana después, una colonoscopia confirmó el cáncer de colon. Ella era más joven que nosotros. Su proceso fue demoledor. Desde el principio todo fue mal. Tenía que hacer sus necesidades en una bolsa externa. Recuerdo un día en el centro de Granada que tuvimos que acceder al baño de una cafetería aceleradamente. Para ella fue muy duro. Cuando fue operada, el cirujano informó de sus metástasis múltiples. Los oncólogos le administraron una dosis de quimioterapia que le dejó inmóvil y con las funciones cerebrales muy menguadas. Meses después murió en su tierra.
El vacío que dejó muy importante. Vivimos una situación de mutilación afectiva. Nunca volvimos a hablar de ella y la ubicamos en un lugar tan importante como es el de lo no dicho. Por eso, cuando dos años después, ante la persistencia de una anemia, Carmen se hizo una colonoscopia con el resultado de cáncer de colon, el impacto sobre nosotros fue terrible. Ni siquiera quiero comentar porque os podéis imaginar. Para Carmen fue un golpe que no pudo remontar. La tata se hizo presente mediante una de sus amigas enfermeras que la cuidó profesional y afectivamente hasta su último suspiro.
Esta es la historia. Para quien la haya seguido puede confirmar el título de “El cero y el infinito”. Todavía me encuentro confinado en el infinito del vacío yde la nostalgia. Quiero decir que en todos estos largos años de estado de excepción, nunca he faltado a mi clase en la universidad, ni un sólo día.
sábado, 13 de septiembre de 2014
ENTRE LOS LADRONES DE ESPÍRITUS URBANOS
Así, los centros históricos y los lugares con identidad, son arrasados por el conglomerado de ladrones de espíritus urbanos, que imponen sus moldes estandarizados, que son pactados con las fuerzas locales políticas y empresariales más regresivas, pero emprendedoras furiosas sin fin. El resultado de esta expansión es el apogeo del complejo de la restauración urbana, que representa una parte creciente dentro de los emprendedores del cemento y del hormigón, convirtiendo las ciudades en lugares donde se conjuga la fealdad y la belleza. Sobre las viejas ciudades deterioradas levantan nuevos escenarios restaurados con criterios pésimos en no pocas ocasiones.
Los lugares con un valor patrimonial o estético, siempre tan singulares, son literalmente cercados por un conjunto de nuevas construcciones y espacios, que están marcados por la vulgaridad homogénea, que expresa el espíritu hegemónico de la hipermercantilización, siendo su emblema el centro comercial. Me gusta llamar a este proceso como “los círculos concéntricos de la destrucción”. Sobre un lugar con valor artístico, patrimonial, estético, natural o paisajístico, se producen sucesivos círculos de fealdad acumulada, paradójicamente para explotarlo mediante la multiplicación de los visitantes. Sobre una playa con valor paisajístico se terminan construyendo dos o tres círculos, el último de los cuales está conformado por urbanizaciones, zonas comerciales y de ocio tan horribles, que suscitan dudas acerca de este tiempo.
Pero el tsunami urbano de los ladrones de espíritus urbanos no sólo opera sobre los entornos, sino sobre los usos del suelo y las poblaciones. Todo se revaloriza, de modo que cada metro cuadrado de la ciudad restaurada, se encuentra inscrito en algún proyecto mercantil. La consecuencia es que los vecinos tradicionales tienden a ser desplazado de la calle para ceder el espacio restaurado a las marabuntas turísticas, comerciales y del ocio, que son los tres negocios dominantes. La explosión de las nuevas multitudes congregadas por las actividades mercantilizadas, conlleva un sistema de sentidos totalmente diferentes de los convencionales. Por eso afirmo que los espíritus tradicionales son robados por los promotores de esta modernización extraña, que convierte a todas las ciudades en semejantes.
En Granada este proceso se ha consumado en los últimos veinte años. El viejo espíritu de la ciudad, de extrañas gentes de montaña tan peculiares, que se concentraba en lugares como los comercios rigurosamente locales en torno a las calles céntricas, ha sido disuelto por la omnipresencia del complejo de las franquicias encabezadas por Zara. Ahora sólo quedan los bares y restaurantes, donde, en muchos de los mismos, detrás de los cambios estéticos determinados por la modernización, se encuentra el espíritu de la vieja ciudad. Algunos locales sobreviven a esta transformación. Me fascina una cafetería de la Gran Vía, cuyos públicos de siempre y de ahora son las gentes de la provincia que vienen a hacer gestiones a la Seguridad Social. Está exactamente igual que siempre, con la estética patética de las luces y los materiales de formica del desarrollismo de los años setenta, rodeado de fachadas de modernidad de cartón-piedra.
Entonces, rodeados del entramado de edificios, calles y públicos convocados por las actividades mercantiles que dominan la reconversión urbana, es preciso liberar algún espacio para la vida diaria distanciada del complejo industrial del turismo, del comercio y del ocio. Granada siempre ha sido un lugar de rinconcitos, de lugares pequeños que condensan belleza, siempre asociada a la intensidad de sus luces. Vengo de Santander donde impera lo contrario. En cualquier lugar se abren grandes horizontes a la mirada. En la Granada cotidiana resultante de las modernizaciones, es preciso buscar tus propios rincones que funcionen como aislamiento de las nuevas multitudes, que incluso pueden llegar al rango de escondites en los que se pueda reparar las tensiones. Se trata de buscar, encontrar y consagrar rincones en medio del entramado de actividades mercantiles y sus multitudes mecanizadas.
Hoy voy a hablar de uno de los míos, que me permite, no tanto huir, como distanciarme de los flujos humanos estandarizados, constituyendo un refugio temporal de los malos espíritus de la falsa aceleración que impera en las actividades mercantiles. Es un café, relativamente nuevo, lleva pocos años, que ha nacido precisamente sobre la reconversión urbana de los ladrones de espíritus, precisamente sobre las tres calles paralelas Mesones, Alhóndiga y Puentezuelas, que han sido reconvertidas drásticamente, expulsando sus viejos comercios locales de malafollá, sus bares donde reinaban los olores de los aceites de las fritangas, sus pensiones, que concitaban la presencia de los viajeros que transitan en busca del sur auténtico, así como sus estéticas cutres. Todo ello ha sido transformado en calles peatonales, asfaltadas cuidadosamente para albergar a las multitudes de transeúntes definidos por su gasto per cápita, que se anuncia solemnemente después de cada secuencia temporal.
Es un local moderno, cuidado, de mesas y barra minúsculas, bien atendido, con una oferta interesante y factible. En el interior se respira un ambiente agradable, que resulta del proyecto empresarial inicial, coherente con lo que en las escuelas de management denominan calidad de servicio. La mañana es su punto fuerte, pues allí desayunan comerciantes, empleados y algunos turistas que se encuentran ajustando el plan de la esforzada jornada. El baño es impecable. Todo es muy profesional, pero con un equilibrio logrado, muy poco frecuente en Granada. La cocina ha experimentado un declive debido a la implacable ley de las calidades decrecientes de los servicios que impera en esta ciudad, cuyo emblema es el café Botánico. Los turistas europeos son disuadidos, después de los tres primeros días ingenuos, de aventurarse en ninguna aventura gastronómica que no esté acreditada.
Pero la terraza es lo mejor de este café. Estando ubicada entre Alhóndiga y Puentezuelas, es un oasis en el que se puede conversar, leer algo ligero o disfrutar del arte de mirar y pensar. Es un pequeño refugio, un lugar en el que no se escuchan ruidos de motores ni conversaciones en voz alta. Tampoco transitan por allí muchas personas, confirmando el rigor del término marabuntas, en tanto que en una tarde de esplendor comercial, grandes muchedumbres transitan por las tres calles citadas, pero casi nadie explora las travesías y las paralelas, una vez que la modernización ha abolido la errancia sin objetivo. Suelo decir, cuando estoy sentado allí, que este enclave se salva por la crisis de lo perpendicular, que es un impulso de las multitudes a seguir tras la cabeza.
La terraza es un lugar desde el que se puede observar los contrastes propios de Granada. El entorno visual es agradable, pues todos los edificios que la rodean están restaurados. Sin embargo, también todos ellos están vacíos, tanto los bajos como los pisos, que se encuentran en espera del cumplimiento de la promesa del conglomerado del cemento: primero las infraestructuras, después, automáticamente, viene lo demás. Desde las mesas sólo se puede ver una de las tiendas franquicia abierta. La desaparición de los negocios tradicionales no ha generado nuevas actividades, tan sólo incipientemente, algunas focalizadas en el moldeamiento de los cuerpos, que se ubica principalmente en Mesones.
Aprovecho la terraza para tener una pausa cuando el flujo de los turistas, los compradores y los buscadores de ocio se intensifica. Después me reincorporo al paradigma de la línea recta. También alguna tarde, cuando tengo que conversar con alguien, pues este refugio admite la presencia de mi perra. En invierno la terraza está muy bien acondicionada para algunos fumadores entrañables. Cuando entro en ella tengo una sensación liberadora. Es como un camarote, o una litera de los trenes, un espacio íntimo en el que me siento protegido del exterior masificado.
Cuando salgo de este recinto de reposo y regreso al exterior bullicioso, en donde las multitudes cumplen estrictamente con los sentidos determinados por los ladrones de espíritus urbanos, respiro de nuevo el aire de la modernización. Pero cuando me dirijo hacia mi casa, dejo a mis espaldas la Plaza de la Trinidad, que es el comienzo de un territorio reconquistado a la modernización por contingentes de Erasmus y de los terceros ciclos, que se comportan respecto al espacio de forma diferente a las multitudes de las actividades mercantilizadas. Estos exploran, encuentran lugares, los consagran y están presentes en ellos para vivirlos. A mi derecha se encuentra el mundo hipercomercial de la avenida de la juventud, que es la calle Recogidas, donde se concentra la energía de la compra. Pero al frente, al llegar a la calle Navas, tan bien modernizada, encuentro de nuevo el viejo espíritu de la ciudad en los bares y terrazas, en donde por debajo de las máscaras modernizadoras, subyace el espíritu granaíno condensado en sus tapas, en las que domina la sartén y se hace presente por medio del olfato. He visto alguna noche cálida servir allí unas paellas a guiris nórdicos, que constituyen un motivo sobrado para desencadenar una nueva guerra.
miércoles, 10 de septiembre de 2014
CARA A CARA
Pero es en las relaciones ordinarias cara a cara donde se dirimen las relaciones de poder entre las partes en una empresa u organización. Las estructuras se hacen presentes de múltiples formas en las personas que protagonizan los encuentros cara a cara, en los que los “inferiores “, tienen que aceptar los determinantes de la desigualdad que están ahí determinando las soluciones. En los últimos tiempos se han multiplicado los cara a cara en los que se comunican despidos o situaciones inaceptables para el trabajador, en tanto que el problema más importante no es el desempleo, sino la desregulación salvaje de las relaciones laborales, que multiplican el trabajo sin contrato negociado cara a cara. Este es un mundo oculto que se encuentra ahí, inmediatamente detrás de nuestra mirada, y que no tiene registros estadísticos. En ese mundo cruel imperan las relaciones de fuerza en bruto, sin atenuantes ni contrapesos.
Ayer martes, a las nueve y media de la noche, en Madrid, donde ahora me encuentro, estaba tomando unas cervezas con unos amigos. Una de ellas, profesora de instituto, comentaba el no va más de la precarización del trabajo docente, en la que la comunidad de Madrid abre el camino desempeñando un papel de vanguardia. Se trata de la contratación de docentes por tres días para corregir exámenes en septiembre. Después vuelven al paro una vez solucionado el pico de la demanda. Mientras comentábamos este disparate y hacíamos pronósticos de futuro, ha tenido lugar ante nuestros ojos, un cara a cara dramático, que hemos contemplado en primera fila. Lo cuento.
El bar era uno de esos locales de pintxos vascos que proliferan en Madrid. Era un local moderno, con su larga barra llena de pintxos fríos y calientes, y sus mesas de interior y terraza exterior. La terraza estaba llena y en el interior estaban las mesas ocupadas casi en su totalidad. Pero en la barra sólo estábamos nosotros y alguna persona más. El espíritu de los pintxos en el país vasco se materializa en la barra y en Madrid se come preferentemente sentado, pausadamente en la noche de verano.
Para servir las mesas de fuera había dos camareras jóvenes, muy presionadas por los numerosos clientes. Se movían muy rápido y con un estrés manifiesto. Las mesas del interior las servía un joven camarero latinoamericano, también muy saturado. La barra era atendida por dos chicas, una española y otra peruana. Junto a ellas se encontraba el encargado, que no colaboraba con los sobrecargados camareros del exterior y las mesas, limitándose a controlar, apremiarles y darles instrucciones. En la cocina, un cocinero se encargaba de confeccionar los pintxos y las raciones calientes. La calidad de estos era aceptable, así como su presentación y el cuidado de los uniformes. El espíritu de servicio se hacía patente.
Entonces, cuando apelábamos al cambio de conversación para abandonar las penas del declive de los docentes, se ha producido ante nosotros un impresionante y completo cara a cara, como el narrado por mi exalumno y que es tan frecuente en el tiempo presente. El encargado, con voz enérgica y tono seco les ha preguntado a las dos camareras a qué hora habían llegado. La peruana le ha dicho que a las nueve y media de la mañana, luego llevaba allí doce horas. Con un tono firme le ha dicho que se fuera porque no había trabajo en la barra para dos. Ha extendido su mano y le ha dado un billete de veinte euros. La tensión entre nosotros testigos y la otra camarera era de alto voltaje. La peruana ha acusado bien el golpe, pues recibidos con frecuencia duelen menos.
Pero no miró el billete y lo conservaba en la mano. Con media sonrisa le preguntó si tenía que volver mañana. El encargado le ha pedido el teléfono y le ha dicho que la llamaría si había trabajo. Ella le ha preguntado que hasta qué hora podía esperar su llamada. Esto ha sido entendido como una impertinencia. Un cara a cara es un acto en el que la tensión es mayúscula. Parece como si el tiempo se hubiese congelado y los segundos transcurriesen muy despacio y también muy deprisa. La peruana estaba inmóvil con el billete en la mano con su media sonrisa y su tono educado, pero su cuerpo rígido denotaba el efecto del golpe. Entonces el encargado le ha dicho “desvístete y vete ya”. Ella se ha marchado hacia dentro. Nos hemos mirado pero no hemos podido hablar.
Cuando ha salido vestida de calle, se ha despedido de su compañera. Esta, una chica de piel curtida en el oficio pero que no podía ocultar su disgusto, le ha dicho muy cariñosamente “hasta mañana”. La peruana le ha dicho con una voz que denotaba una rabia contenida “no sé si me llamará”. Al pasar por nuestro lado nos ha obsequiado con una sonrisa y un cordial “buenas noches”. No he podido aguantar y le he preguntado de dónde era. Después la hemos besado porque nos era difícil hablar. Para nosotros universitarios, no es frecuente acceder al mundo violento de las empresas con los trabajadores descualificados y sus episodios de los cara a cara sin concesiones. Cuando se ha marchado, una amiga ha comentado en medio del silencio que encima las chicas iban muy maquilladas y eso vale dinero.
Nosotros, señoritos keynesianos hemos podido contemplar un drama tan frecuente y tan oculto en nuestro tiempo. Después, he venido a casa, impulsado por la necesidad de escribirlo. Espero mejor noche la de mañana. Cuando venía hacia aquí, he pensado que las fuerzas económicas que impulsan este cambio han triunfado plenamente, así como las fuerzas políticas que lo sustentan, como el pp, el psoe e iu entre otras. No he podido olvidar tampoco a los profesores correctores y he mascullado palabras impronunciables referidas a González, el presidente de Madrid, y mi mente me ha llevado al otro, a Felipe, que fue quien inició la demolición de las viejas relaciones laborales y el advenimiento de los cara a cara, como el que he presenciado esta noche.
También he retrocedido a algunos recuerdos de mi infancia. En particular a un verano que pasamos en Arenas de San Pedro, en Ávila, debido a la mala salud de mi padre. Vivíamos en una casa aislada, distante varios kilómetros del pueblo. En septiembre, todos los días pasaban por allí grupos de trabajadores agrícolas que caminaban muchos kilómetros para ir a trabajar. Llevaban consigo trozos de pan y algunos un puchero pequeño. Horas después pasaban por el camino hacia el pueblo los que no habían tenido el privilegio de conseguir el jornal del día, habiendo sido descartados en el cara a cara con el capataz. Los contratados pasaban por la noche. Mi padre nos obligaba a permanecer dentro de casa advirtiéndonos de que eran comunistas y peligrosos. No puedo dejar de pensar en el progreso y en la situación equivalente de los empleados de la hostelería y otros sectores productivos, en los que se trabaja frecuentemente en negro, con los trabajadores agrícolas de mi infancia. En ambos casos su vida laboral se rige por los temibles cara a cara, y esto no sale en las estadísticas ni en las televisiones. Es una realidad oculta externa a los traficantes de decimales.
Esta noche volveré al bar para ver si la han llamado, aunque estoy seguro que no lo hará hasta el viernes. Lo que más me duele es que encima es peruana. El abuso es mayúsculo.
lunes, 8 de septiembre de 2014
LAS HUELGAS EXTRAÑAS
Una huelga es justamente lo contrario del acto asocial y apolítico que distingue a las huelgas estudiantiles del presente. Se trata de un acontecimiento en el que un colectivo se constituye como tal, mediante un proceso de decisiones y acciones que refuerzan los vínculos colectivos. Una huelga es un verdadero experimento social que maximiza las fuerzas integradoras de un colectivo. En tanto que una situación ordinaria es un momento de dominio de la institución, que prima las conductas individuales minimizando al grupo, el conflicto que la determina implica un momento intensamente social, que supone la reconstitución de la fuerza y el sistema de comunicación del grupo, que queda registrado en el imaginario de quienes han vivido la misma. Así, se trata de una vivencia excepcional que genera un sistema vivo y produce energías que se encuentran disipadas en la vida ordinaria.
Sin embargo, las huelgas estudiantiles representan lo contrario. Son convocadas por organizaciones más conectadas con el campo político que con los estudiantes, aceptadas mecánicamente, sin deliberación alguna y seguidas masivamente, incluso por aquellos estudiantes contrarios a la misma. Esas huelgas representan una apoteosis del silencio, el divorcio completo entre el pensamiento y la acción, la despolitización en grado supremo, el cinismo generalizado en todo su esplendor y la manifestación de la descomposición del colectivo estudiantil, mostrando sin ambigüedad a un grupo en el que lo común se puede representar mediante un cero integral. Así se genera una inteligencia negativa, en tanto que se reapropia una convocatoria para desviarla a los fines de incrementar el tiempo vivido en el mundo exterior de esta institución. Al ser convocadas principalmente los jueves, el viernes es vaciado de compromiso académico, amplificando el tiempo liberado del finde.
Una huelga es un acto que tiene necesariamente que ser decidida en una reunión o un sistema de comunicación equivalente, en la que se contrasten las valoraciones y se analicen las propuestas y las alternativas. En la universidad el medio natural en el que se concentran los estudiantes es el aula. Pero esta es una instancia que ha sido tomada por el poder de las instituciones de la sociedad neoliberal avanzada. Se confiere a los estudiantes la condición de clientes del emergente supermercado académico, que supone la asignación de la facultad de la elección de asignaturas y grupos, así como movilidad entre universidades. De este modo, en el aula, la congregación de los estudiantes es provisional y fugaz. En la siguiente hora ya no estarán los mismos que se habrán dispersado en otras asignaturas y aulas. Así con los cuatrimestres. Los presentes en este se bifurcan en el siguiente. El aula representa el vacío absoluto de lo social y el espacio en donde sólo habla el poder.
Los estudiantes son un espectro invocado por todos, pero la dinámica de la institución, que provee de actividades continuas y ocupa a estos con pequeñas obligaciones, impide las relaciones estables y la constitución del grupo. El aula representa un vacío pavoroso, en el que cada cual es un buscador de rendimientos académicos en competición con los demás. Sólo se habla a instancias del poder. La encuesta de evaluación es el tiempo en el que se solicita a cada cual que se convierta en un porcentaje para las preguntas cerradas que emanan de la cima. No hay más conversación. La única socialidad existente es la de los clanes amistosos que resultan de este extraño encierro institucional, generador de tránsitos entre asignaturas, grupos, grupos de prácticas, centros y territorios. El estudiante es un ser social fluido, siempre en espera de su inmediato destino. Este diseño institucional confiere un carácter rigurosamente individual de su tránsito perpetuo, así como el vaciamiento de los grupos en los que vive en compañía de sus semejantes. Se trata de grupos que los sociólogos denominamos como “de autobús”, en los que sólo un acontecimiento intenso inesperado puede generar una reacción que constituya un grupo provisional.
Los grupos resultantes del diseño institucional sólo pueden ser representados en las listas y actas de la secretaría de los centros. Reducidos al grado cero de la decisión, constituidos administrativamente por la elección de cada cual, sometidos a ritmos intensos de rutinas mecanizadas, las aulas representan un impertinente momento de espera de la vida, constituida por los intercambios de mensajes en las redes sociales, los mundos de la cultura de masas y las redes amistosas que convergen en el largo finde. El aula es el espacio en el que imperan los resultados que conforman el expediente académico de cada uno. Sobre su vacío pavoroso, la institución constituye órganos de gobierno, en los que los estudiantes tienen sus cuotas. Estos funcionan como instancias coloniales. Cuando hay huelga ni siquiera se reúnen ni dicen nada. Las huelgas son consentidas por los distintos intereses corporativos de los profesores, siempre en colisión con los gobiernos de turno. Así se cierra el círculo de estas extrañas huelgas neoliberales, que refuerzan la descomposición de la institución, y, por consiguiente, favorecen al poder. Sus efectos se proyectan como un espectro pasivo a las oposiciones parlamentarias, en su proyecto de eterno regreso al gobierno.
He tenido múltiples experiencias con las huelgas universitarias y siempre me he posicionado críticamente con ellas. He manifestado mi disgusto con la situación de seguimiento total en ausencia de una decisión. Siempre he preguntado si se trataba de una decisión del grupo, sin obtener ninguna respuesta. Hace años, ante la convocatoria de una huelga indefinida propuse congregarnos en el aula para realizar actividades autónomas. Hubo varias sesiones dispersas que terminaron disipándose. En los peores momentos del gobierno Aznar anuncié una huelga individual, consistente en acudir a las clases para conversar acerca del abuso de poder y los sentidos de la guerra. Hice un escrito anunciando mi decisión y lo entregué en el decanato y el departamento. No sé si os podéis imaginar las respuestas. Cualquier acción con sentido en un medio que se encuentra desprovisto del mismo tiende a ser estereotipada cuanto menos como extraña.
Un sociólogo tan consistente como Charles Tilly, afirma que el siglo XIX nos ha legado muchas estructuras mentales, que denomina como “postulados perniciosos”. Uno de ellos es precisamente la mística de la huelga. Los repertorios de acción de los movimientos sociales tienden a congelarse, como en el caso que estoy comentando. En los tiempos que aparecen nuevos actores y conflictos estos inventan nuevos repertorios de acción acreditando su energía. El 15 M es paradigmático. Pero las estructuras mentales del siglo XIX son implacables, haciéndose presentes en estas extrañas huelgas mediante liturgias en las acciones, comunicaciones, prácticas y discursos, que nos remiten a un pasado nostálgico que se ha desvanecido. Los carteles y los piquetes que comparecen en las huelgas son dignos de ser congelados en un museo de los conflictos derivados de la industrialización.
Si estas huelgas de ficción no contribuyen a la oposición a la transformación neoliberal de la universidad es preciso preguntarse cómo nos podemos oponer a estas reformas de la forma más eficaz posible, cómo generar un espacio vivo en la universidad en el que se pueda pensar en común, comunicar, contrastar, discutir, proponer, decidir, decir, hacer y experimentar. También problematizar la cuestión de si el aula es recuperable o si el colectivo estudiantil puede tener una representación. En este sentido han aparecido distintas experiencias minúsculas en esta dirección que han aportado distintos movimientos sociales del presente. Lo que es seguro es que quienes nos oponemos a la universidad neoliberal, tenemos que constituir un espacio en el que se encuentren nuestros cuerpos y nuestras mentes para imaginar otro futuro, que siempre es el paso preliminar para iniciar el camino hacia el mismo. Este espacio no puede ser el aula ni los órganos institucionales, donde tienen sus anclajes los grupos organizados según la clave del reparto del poder político institucional.
Pero lo peor de esta historia es que los estudiantes que se incorporan a la vida universitaria entienden como un episodio normal estas huelgas opacas y misteriosas que se producen sin deliberación alguna. Así se debilita la inteligencia, que significa el primer paso hacia la corrupción moral. Sin ponerme demasiado moralista, entiendo esta realidad como intolerable. Una huelga total, absoluta, que paraliza una universidad, en la que muy pocos son los que pueden explicar verbalmente sus motivos o quienes la han convocado. La indiferencia sobre los contenidos y la ausencia de los carteles y comunicaciones de los convocantes contrasta con la presencia de las empresas patrocinadoras que reconquistan las periferias de los centros con sus seducciones y cuidadas puestas en escena. Estos sí que se encuentran liberados de los postulados perniciosos del siglo XIX que enunció Tilly.
Inventar nuevos repertorios de acción que reemplacen o reformulen a la huelga convencional. Entre otras cosas porque aquí no se interrumpe la producción, sino unas actividades programadas en muchos casos superfluas. Movilizar la inteligencia para hacer inteligible la realidad y poder hacer factible la aspiración a otra universidad y otro futuro. Porque, por cierto, las huelgas extrañas piden que las cosas se queden como están. Y eso sí que no, el cambio es más necesario que nunca.