El macartismo es un fenómeno singular, que se produjo en Estados Unidos en los primeros años de la guerra fría. En el clima derivado de un conflicto nuclear latente se produce un estado psicológico colectivo de miedo, que propicia la construcción de un enemigo interno soterrado. En esta situación, el senador McCarthy cataliza este estado de depresión colectiva, propiciando un conjunto de actividades que significan la definición de un enemigo interior, sospechoso de simpatizar con la URSS, siendo entendido como un caballo de Troya en la sociedad norteamericana de la época. Bajo el argumento de la deslealtad y la traición se emprenden distintas actividades de persecución de los sospechosos: intelectuales, artistas y personas vinculadas a las industrias culturales principalmente.
Las acusaciones a los señalados son manifiestamente inespecíficas, así como los organismos especiales que las realizan. No son los tribunales de justicia, sino organismos extraordinarios, tales como el comité de actividades antiestadounidenses, dependiente del Congreso, cuyo contenido se limita a la investigación. Desde esta instancia se producen sospechas en serie, interrogatorios, acusaciones y presiones, que se ejercen contra los sospechosos. El factor más importante que unifica estos procesos es la delación. Se utiliza la confesión de un interrogado en contra de sus amigos. La inconsistencia de las acusaciones y los procedimientos irregulares desembocan en una verdadera caza de brujas, en la que se pretende escrutar el pensamiento de los acusados, así como sus conversaciones privadas. El macartismo fue un episodio que creó un estado de excepción para los implicados, pero que fue compatible con el funcionamiento de los órganos representativos y los tribunales ordinarios. La condena a los afectados consistió en ser investigados, expuestos a la opinión pública y situados en un clima de sospecha.
En los últimos años, en España se producen algunos acontecimientos que hacen posible establecer un vínculo con el macartismo. En algunos casos significan una versión renovada de un singular estado de excepción para las personas acusadas por los macartistas españoles. El antecedente más nítido es el de Luis Montes, médico jefe de servicio de urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés, que es acusado de practicar la eutanasia de modo generalizado a los pacientes graves ingresados en las urgencias. En este episodio, los rasgos principales del macartismo se hacen manifiestos, en tanto que las acusaciones son desmesuradas y no referenciadas empíricamente, siendo sostenidas desde la opacidad de la administración sanitaria y el furor concertado de los medios de comunicación progubernamentales. Los tonos en la comunicación se imponen sobre los hechos. Esperanza Aguirre desempeña un papel análogo al del senador McCarthy, pero reelaborado desde la perspectiva de los saberes y las experiencias de una institución tan experimentada y sofisticada como la Iglesia Católica española. Así, los argumentos y los procedimientos movilizados frente a Montes, le inhabilitan en su defensa. La atribución de la sospecha y del mal constituye tanto su contenido como su modo de operar, que es inequívocamente macartista.
El 15M representó un acontecimiento de ruptura en la sociedad española. La reestructuración neoliberal tan intensa y violenta, que modifica el mercado de trabajo y el estado de bienestar, penalizando severamente a los trabajadores, así como a los endeudados múltiples en los años de crecimiento, no ha suscitado una oposición equivalente a la escala de penalización que suponen las políticas aplicadas. Los sindicatos y partidos de la izquierda convencional, funcionan, hasta entonces, sin considerar esta situación de excepción. Sus discursos y sus prácticas oscilan entre las rutinas de los socialistas, centrados en la comunicación pública convencional, en espera de ser beneficiarios del desgaste electoral del gobierno; las liturgias de los sindicatos, que comparecen con sus liderazgos gerontocráticos en las movilizaciones convencionales de conmemoración; o el distanciamiento de IU, esperanzada en que los malestares tengan como efecto la superación del bipartidismo, generando un nuevo juego institucional, esta vez a tres. Esta situación es desbordada por el 15 M, que pone en guardia a la derecha , es imperceptible para los socialistas y sindicatos, y convierte en traviesos a los diputados de IU, que realizan acciones simbólicas de baja intensidad, que terminan con una reprimenda amable y paternal del presidente del Congreso.
Uno de los elementos esenciales del 15M es la irrupción de una nueva generación. Esto es lo que representa Podemos. No se trata de las edades de quienes los conforman o los apoyan, sino de que sus valoraciones, sus supuestos, sus saberes, sus cálculos, sus acciones, sus capitales simbólicos y sus modos de comunicación se producen en un territorio histórico posterior al agotado ciclo que comenzó en la transición política. Sin ánimo de valorar aquí el alcance de Podemos, quiero subrayar que se trata de algo nuevo, vinculado al contexto histórico de intensificación de la reestructuración neoliberal, y que establece una conexión con los grandes sectores sociales penalizados por la misma, abandonados e infrarrepresentados en las instituciones.
El éxito de Podemos en las elecciones europeas ha desatado un conjunto de acontecimientos en el campo político que determina la reinvención del macartismo, en una versión castiza local, en el que la memoria de la inquisición y la España negra desempeñan un papel fundamental. Se evidencia que los grandes intereses modifican su percepción acerca de la amenaza que implica la nueva oposición efectiva. Las maquinarias mediáticas que los sirven registran este cambio, procediendo a la fabricación de un enemigo interno para proveer de odio a su inquieta base social. Pablo Iglesias, principalmente, es caricaturizado como un portador de una amenaza a la sociedad, que ahora adquiere la imagen del crecimiento. Se trata de una nueva especie de “perroflauta ilustrado” que representa el mal en una secuencia de un dibujo animado que hubiera firmado el macartista clásico Walt Disney.
El macartismo español convoca a los fabuladores e interrogadores para construir las narrativas y el gran espectáculo de la persecución de los novísimos malditos. Se produce un repertorio inusitado de insultos, descalificaciones, tergiversaciones, atribuciones de responsabilidad, analogías falsas, inexactitudes, medias verdades, insinuaciones, mentiras y acusaciones. El argumento central subyacente radica en la advertencia de que el mal se encuentra oculto y es preciso desvelarlo. Así, Iglesias y sus colegas son desprovistos de cualquier posibilidad de defensa. El juego consiste en pillarlos. No existe en ellos ni en su proyecto nada que se encuentre abierto y sea susceptible de ser explorado, valorado y analizado. Se encuentran condenados. Ahora se trata de encontrar las pruebas. Así, el diálogo y la conversación son imposibles.
El guión puesto en escena impide cualquier discusión o deliberación o desarrollo de argumentos, porque el supuesto que lo articula es que se trata de enemigos ocultos que hay que desenmascarar. Así se acude al interrogatorio, a los métodos utilizados y ensayados por la prensa del corazón o la de fútbol. Toda una serie de personajes comparecen en las televisiones en un proceso programado de acumulación de la sospecha. Al igual que en el macartismo, los miembros de Podemos son investigados y escrutados en busca de pruebas. Las hipótesis se encuentran excluidas. En coherencia con estos procedimientos, la delación adquiere todo su esplendor. Se trata de encontrar a alguien que testifique en su contra públicamente. Un episodio verdaderamente medieval-inquisitorial es la utilización de un camarero que los desafía lleno rabia en las televisiones y en los actos de sus portavoces.
Así se conforma una caza de brujas verdadera, en el que la solidez argumental es reemplazada por el espectáculo que tiene como objeto la degradación de los nuevos enemigos públicos. En un (supuesto) debate sobre la situación general en una televisión, Pablo Iglesias es interpelado por los interrogadores de guardia, que realizan escenificaciones teatrales mediante tonos intensos de acusación, congruentes con la magnitud del delito imputado y las pruebas prefabricadas que portan en sus manos. Es altamente patético contemplar la diferencia de trato a los corrompidos múltiples que proliferan en el presente. En tanto que se pide para ellos la presunción de inocencia y la espera a la resolución por los tribunales, para la “chusma política” de Podemos se escala en la acusación.
Los argumentos utilizados por los interrogadores macartistas son patéticos. La apelación a la sensatez de Carrillo, Felipe González y otros políticos de la transición; la utilización contra los sospechosos de los beneficios asociados a los cargos de los diputados europeos, que salen a flote por primera vez; la reinvención de eje del mal, en una versión aldeana, articulado en torno a Venezuela, frente a las democracias imperantes en el mundo que sostienen los negocios de los acusadores. La desproporción y el despropósito es descomunal.
No puedo dejar de aludir a Eduardo Inda y otros interrogadores. Este se ha desempeñado en el mundo del fútbol, que se encuentra en un estado de corrupción total. La "democracia futbolística" deviene en el modelo de la vieja clase dirigente española. Las elecciones en los clubs representan el modelo máximo. La masa de socios vota, pero carece de cualquier mecanismo para ejercer el control sobre el presidente. La cohesión descansa sobre las emociones compartidas y el azar. La racionalidad se encuentra excluida radicalmente. El estatuto del socio-votante-espectador es el de un niño al que se le estimula con la proliferación de regalos. Así, el periodismo deportivo se desarrolla en los límites de los intereses de los presidentes y los circuitos del dinero. En las tertulias, un mercenario del planeta Florentino puede afirmar que Messi no es el mejor porque no ha ganado el mundial con su selección, para afirmar a continuación que el mejor es Ronaldo, desdiciéndose del argumento esgrimido. Es patético contemplar a Eduardo Inda reprochar a Podemos cuestiones acerca de la democracia.
El macartismo español se ha reactivado. Creo que se trata de una cuestión muy peligrosa porque hace visible en un espacio público una persecución política. Uno de los argumentos insólitos utilizados contra los perseguidos es reprocharles lo que se supone que harán en el futuro. Pero lo peor es que no hay conversación alguna con ellos. Cuando los acusados replican con argumentos, estos no son objeto ni siquiera de refutación. Se espera a la siguiente ocasión para sacarlo de nuevo para desgastarlos. Porque son los malditos, los que suscitan esperanzas entre los sectores sociales tan penalizados por esta violenta reestructuración. De ese modo se construye un territorio donde el razonamiento está excluido, siendo suplantado por las emociones, como ocurre en el fútbol.
Me fascina contemplar el espectáculo de la senectud intelectual de los macartistas y sus acompañantes. Se encuentran tan orientados al pasado que son incapaces de identificar sucesos nuevos que representan otro futuro posible. Están en un estado de congelación equivalente al de los brujos que han creado para tratar de perpetuar esta situación. Porque nada es eterno y otra democracia, diferente a la futbolística imperante, puede hacerse factible.
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