El tres de enero es la fecha en la que pude hacer los papeles en MUFACE para pasar a la sanidad pública. Es el día en el que cruzamos la frontera asistencial, dejando atrás el mundo de la atención médica de top manta. Los funcionarios podemos cambiar todos los años en el mes de enero. Como en Granada el día dos es fiesta local, el tres a las nueve de la mañana estaba en las oficinas para obtener el visado hacia un sistema asistencial que hiciera posible el diagnóstico y el tratamiento de Carmen, superando así su estatuto de no diagnosticada en el laberinto médico de todo a cien.
Nunca me he encontrado tan ansioso e inquieto como ese día. La vida es siempre tan paradójica. Llevábamos meses esperando el momento en el que pudiéramos acceder a las Urgencias de un hospital público. Eso nos parecía un sueño. La emoción que sentíamos era de tal rango, que supera a otras energías intensas que he experimentado en mi biografía personal, tales como acontecimientos vitales de distinto signo. Sentíamos una liberación infinita, por abandonar del mundo de la asistencia médica de todo a cien, para desembarcar en las urgencias, que no es precisamente un paraíso. En este sentido, habíamos llegado a adquirir un estatuto semejante al de los refugiados, definidos por los horrores que dejan atrás.
En la segunda mitad de septiembre nos encontrábamos de nuevo en casa, con Carmen en un estado lamentable. Pero habíamos aprendido en esta experiencia fatal, que el diagnóstico se encontraba en el exterior de la oferta de la compañía, así como que en el entramado asistencial de esta le podían causar daños muy importantes. Buscar el diagnóstico fuera y protegerla de los profesionales de los bajos fondos, eran las cuestiones fundamentales. Aceptamos la rehabilitación, en tanto que se la llevaban por la mañana en una ambulancia y la entretenían un par de horas sin causarle daños. A pesar de su movilidad restringida, su mala situación psicológica, sus dolores y el progreso seguro de su enfermedad, había recuperado alguna vitalidad que le permitía realizar algunas actividades cotidianas, como leer, también conversar con nosotros, disfrutar de la compañía de las perras y otras. Con su gracia singular, me dirigía desde su trono inmóvil en la preparación de la comida.
En las semanas críticas del hospital, tanto la médica amiga, como la neumóloga, habían generado algunas hipótesis que, en una situación así constituyen un horizonte diagnóstico. Se hablaba de la posibilidad de una sarcoidosis. Alguna prueba radiológica apuntaba algún indicio en esa dirección. Pero los médicos amigos coincidían en que el diagnóstico era una cuestión propia de un internista. La neumóloga fue la que nos dijo que este era un caso en el que había que recurrir a un internista específico, el jefe del servicio de medicina interna del hospital Ruiz de Alda, un médico muy prestigioso. En el final de septiembre acudimos a su consulta.
La consulta fue un acontecimiento que vivimos eufóricamente. Después de meses de tránsito por las de todo a cien de los especialistas y de los médicos generalistas dimisionarios de la compañía, inmediatamente percibimos que nos encontrábamos ante un médico verdadero. Le contamos la situación, le aportamos el maletín de las pruebas realizadas desde el comienzo y le especificamos el motivo de la consulta, subrayando queríamos un diagnóstico. Tuvimos un sentimiento de gran emoción cuando procedió a examinarla físicamente con sus manos en una camilla. Exploró su cuerpo, le hizo preguntas y tomó algunas notas. Miró las radiografías y todo el voluminoso y redundante material de las pruebas. Después le hizo una anamnesis cuidadosa y pausada. Pude reconocer que la entrevista no estaba regida por la rutina mecánica de un cuestionario, sino por sus primeras dudas e interrogantes, que iba reelaborando en el curso de la misma. Tomaba notas y hacía preguntas dirigidas a aclarar algunos aspectos y a establecer relaciones entre distintas cuestiones. Terminó organizando el núcleo de la información y citándonos para la siguiente consulta.
Nos encantó su curiosidad, su interés y su actitud de indagación. Era muy cordial, pero no era esa cordialidad comercial que impera en la atención médica actual, por efecto del vendaval de los saberes del mercado que se han abatido sobre ella. Entendía su trabajo fundado en su inteligencia y método, que predominaba sobre la tecnología. Transmitía seguridad al movilizar y hacer patente su experiencia clínica y su inteligencia. Pero, sobre todo, percibimos inequívocamente su interés y su compromiso con Carmen. También se mostraba abierto a nuestra experiencia y definiciones, pero era claramente directivo en el área que le corresponde, como tiene que ser un profesional médico. Nos citó para la siguiente consulta, en la que dijo que habría estudiado el caso. A continuación, hizo un informe escrito sintetizando el estado de la cuestión y formulando el problema. Este es el primer informe que vimos desde el mes de marzo, en el que se desencadenó la enfermedad. Me fascinan los buenos informes sintéticos y las escrituras de profesionales como la de algunos médicos o jueces. Son rigurosamente precisas y contrastan con la generalidad de algunas de las escrituras propias de mi mundo de las ciencias sociales.
Cuando salimos de la consulta estábamos eufóricos. Nos tomamos una cerveza y unas tapas casi flotando de alegría. Nos abrazamos y reimos. Carmen lloró. Cuando tuve que subirla y acomodarla en la moto, la realidad se hizo presente de nuevo. Pero es la primera vez que teníamos una esperanza fundada y nos sentíamos acompañados por el médico, lo que nos reportaba una sensación de protección. En las consultas del todo a cien nadie se comprometía y el profesional practicaba una extraña lotería basada en las pruebas. Este era un espacio donde reinaba la mecánica de las probabilidades y en donde se encontraba ausente la inteligencia. Estábamos fascinados por el contraste. En particular por cómo compilaba la información, buscaba las relaciones y preguntaba, pero, principalmente, era asombroso a nuestros ojos cómo estaba en su sitio, llenándolo mediante la energía que manifestaba y la autorresponsabilización explícita. En nuestra experiencia reciente, la silla del médico se encontraba vacía.
En esta primera consulta se puso de manifiesto su focalización en el paciente. Estableció una frontera entre Carmen y yo. Me trataba muy bien, respondía a mis preguntas y me hizo algunas. Pero tenía muy claro quién era la paciente singular. Carmen se sintió protegida por él durante muchos años y hasta su muerte. Vivimos la consulta como una reconciliación con los supuestos básicos de la medicina, que se encuentran difuminados en este tiempo, no sólo en los bajos fondos que habitamos, sino en los médicos-robots que pueblan la asistencia pública, que delegan en la tecnología en detrimento de la comprensión del problema, que siempre es poliédrico y complejo, además de inseparable de una persona.
En la segunda consulta se confirmaron nuestras intuiciones. Me dijo que creía que podía responder, obteniendo el diagnóstico. Pero advirtió que si se encontraba bloqueado sin posibilidades, nos lo diría claramente, recomendando otra alternativa profesional. Hizo una auténtica exhibición de conocimiento del caso. Me comentó que su trabajo se asemeja al de un detective, consistiendo en buscar indicios que le lleven a formular hipótesis que pueda explorar y descartar. Nos presentó un menú de alternativas entre las que ya estaba presente la Granulomatosis de Wegener. En esta consulta volvió a explorar cuidadosamente el cuerpo de Carmen e hizo muchas preguntas. Salimos muy confiados y reforzados psicológicamente. En mi fuero interno la clínica quedó rehabilitada. Se trata de un proceso de indagación en el que es preciso movilizar todos los sentidos. Por fin se materializaba en algo asociado a la inteligencia y no a las máquinas.
En esta consulta estableció un plan de actividades, consistentes en la realización de pruebas derivadas de sus hipótesis diagnósticas. Su propósito era progresar en la búsqueda, descartando algunas de ellas. Así se reavivó nuestro conflicto con la compañía. Cada prueba tenía que ser prescrita por un médico de la misma. Después, el paciente tiene que acudir a las oficinas a solicitarla para ser aprobada y sellada. En este mundo no existen los informes clínicos pero la burocracia es de una magnitud que dejaría asombrados a los mismísimos Kafka y Weber. Entonces, para cada prueba tenía que ir a un médico y pedirle que la solicite diciéndole para qué médico es, pues nuestro internista no está en las compañías. Su nombre era todo un pasaporte, pues todos le respetaban, aunque también encontramos sentimientos negativos. En España cualquier persona que destaque o sea singular es severamente represaliada por muchos de los concentrados y encuadrados en los rebaños múltiples.
Una vez obtenido el consentimiento del médico, tenía que acudir a la sede central a que fuera aprobada por los que he denominado en el post anterior como “apoderados de torero”. Con esta denominación he querido aludir a que constituyen una casta burocrática con disfraz de gerencial, que se sobrepone a los médicos, que son quienes producen los servicios. Mis experiencias con los apoderados merecen casi un libro. Practicaban retóricas insólitas. Me decían que los médicos que pedían estas pruebas se encontraban atrasados profesionalmente, porque estas ya no se hacían por quedar obsoletas. Así reviví uno de los misterios oscuros de la preponderancia de la eficiencia sobre la eficacia. Era preciso un sistema de amenazas sobre los profesionales para que se comportasen “responsablemente”, según los cánones que imperaban en la asistencia del todo a cien. Alguna vez contaré cosas insólitas para algunos médicos que leen este blog.
Pero no puedo evitar contar una. A los médicos de la compañía les pagan por acto médico. Así la compañía proporciona una tarjeta a cada asegurado, de oro por supuesto, y en cada consulta tiene que presentarla. El profesional la pasa por una máquina para cobrar después una cantidad que debía ser muy pequeña, porque llegamos a vivir una situación en la cual uno de los profesionales nos dijo que si no teníamos inconveniente en que la pasase dos veces. Pero lo mejor fue el descubrimiento de un piso nuevo, grande y ubicado muy cerca del hospital público, que compartían varios médicos. Era un lugar que me recordaba a los misteriosos y fascinantes prostíbulos parisinos, retratados por el maestro Buñuel en “Belle de jour”. Los pasillos registraban las idas y venidas de los pacientes que se ayudaban mutuamente para orientarse en la búsqueda de cada médico, pues allí no había nadie para informar. La puerta del piso estaba abierta y algunos médicos llegaban corriendo con la bata del hospital. El aparato para pasar las tarjetas estaba en la cocina. De modo que los tránsitos apresurados de unos y otros conferían al lugar un aspecto de comicidad encomiable. Era un mundo que puede ser análogo a los universos almodovarianos. En alguna ocasión comentamos que esto parece la peli de "Mujeresal borde de un ataque de nervios”.
Los meses fueron pasando y la situación empeorando. Las gestiones diagnósticas de nuestro médico eran bloqueadas. El estado de Carmen empeoraba. Los empleados de las ambulancias comenzaron a intimar con nosotros. Acabamos inevitablemente un domingo compartiendo un choto con papas con las familias. Los apoyos se fueron debilitando en la medida que el tiempo transcurría. Su hermana se marchó y las clases me ocupaban varios días a la semana. Nuestra vida cotidiana era sórdida. Los fines de semana estábamos enclaustrados. Nuestra vida estaba suspendida, en estado de espera y gobernada por la lógica de minimizar el dolor y las amenazas. En este tiempo vivíamos alimentados por las expectativas de diagnóstico. El frío agravó sus piernas y empezaron a aparecer problemas. Creo recordar que tenía déficit de hierro y otras vitaminas.
En el principio de diciembre estábamos en espera del cambio a la seguridad social para que fuera tratada por el servicio de medicina interna del hospital. Una vecina nuestra entrañable, a la que llamaban ”la chica”, muy vinculada afectivamente a Carmen y que me había apoyado mucho en la etapa del hospital cocinando exquisitas viandas, letales para la diabetes siempre, se encontraba muy malita, con un problema digestivo que conllevó su hospitalización. Carmen se empeñó en visitarla. A pesar de mi oposición me impuso la visita. Una tarde fuimos penosamente en la moto. Al llegar al hospital y acceder a la habitación, empezó a llorar desconsoladamente. Fue un episodio duro en el que descargó todo su sufrimiento interiorizado y acumulado en su larga experiencia en el low cost. La esperanza inmediata de ser ella misma hospitalizada en un verdadero hospital hizo explotar sus sentimientos.
Así llegamos a los puentes de diciembre y las navidades. En estos días empeoró, volviendo los dolores y multiplicándose los pequeños problemas. Estaba desfondada después de tantos meses de dolor e incertidumbre. Entonces se generó un vínculo psicológico con el desamparo del verano. Tenía miedo de quedarse desprotegida en las vacaciones navideñas. El temor la invadió y pasamos unas navidades horribles. No quería hacer nada ni ver a nadie. Mi intuición era que la enfermedad se estaba expandiendo. Recuerdo algunos de los fríos días de navidad buscando medicinas en mi moto apresuradamente, pues no quería dejarla sola en este estado.
La tarde de nochebuena, estábamos solos sin ganas de nada, sólo contando los días que faltaban para el tres de enero. Sobre las seis de la tarde sucedió algo imprevisto. Llamaron por teléfono y cuando lo cogí reconocí la voz de su médico internista. Me felicitó y me transmitió su energía diciendo que se acordaba de ella y que estaba pensando en su cuadro. Siguiendo su línea pidió hablar con ella. Para Carmen fue un refuerzo maravilloso. Es difícil imaginar lo que significó para ella esa llamada. Este es un hecho que forja una relación sólida de por vida. Estaba tan malita que apenas cenó pero estaba encantada de que su médico se hubiera acordado de ella en esa fecha.
Los siguientes días empeoró. Su situación era parecida a la del quince de agosto. No comió nada desde el 29. Pero no podíamos ir a urgencias. Había que aguantar hasta el tres. Como los refugiados o muchas de las víctimas de la asistencia sanitaria del todo a cien, que sin diagnóstico circulan por las consultas y las rehabilitaciones, en donde se les inculca una esperanza de naturaleza milagrera. Contábamos las horas y atenuábamos el sufrimiento, seguros de pasar la frontera el día tres, el mítico día tres.
A las nueve de la mañana me encontraba en las oficinas de MUFACE. A las once tenía los papeles después de pasar por la seguridad social. Ella estaba esperando con su gran amiga granadina. Fui a ponerme la insulina y comer. A las dos y media llegamos a Urgencias, completamente saturadas de gentes que habían cerrado el ciclo navideño con excesos multiplicados. Carmen llevaba varios días sin comer. Vomitó dos veces en la sala de espera. Tenía mucho dolor y se encontraba ida. Fueron horas terribles. Yo la acompañaba en su dolor pero celebraba en mi interior el tener la célebre “cartilla”, que valía mucho más que su exiguo peso en oro. Este era un oro auténtico, no como el falso oro de la compañía.
A las ocho y media de la tarde llegamos a la novena planta, que íbamos a frecuentar en los años siguientes. La médica de urgencias se quedó impresionada por su estado físico. Al llegar a la habitación nos encontramos con otras dos enfermas. Una de ellas era Sara, sobre la que escribí un post en este blog, “Sara. Una historia hospitalaria”. La recepción de su familia fue muy buena, como una premonición de nuestro cambio de ciclo. Veinte días después fue diagnosticada y ocurrieron otros acontecimientos que cambiaron el signo del ciclo vital. Fuimos refugiados con suerte. Se volcaron con Carmen con una solidaridad tan intensa que parece increíble en el tiempo presente.
Entonces ocurrió algo mágico que ilustra la fuerza de la mente. Cuando estaba ocupando la cama estaban sirviendo la cena. Cuando le preguntó si iba a cenar le respondí que no, que llevaba varios días sin comer. Pero Carmen me corrigió y le dijo que sí quería cenar. Se comió una sopa, un trozo de pescado y un yogur. Cuando terminó y me pidió ir al baño las mujeres acompañantes de la gran Sara se hicieron cargo de ella y rechazaron mi colaboración. Los episodios de cuidado épicos de estas mujeres se repitieron en los días siguientes, tejiéndose una relación insólita entre Sara y Carmen. Una de las cosas entrañables que echo de menos es darle de comer cuando estaba muy malita. Lo hice durante muchos años. Me encantaba verla disfrutar de alguno de los sabores especiales poniendo cara de niña. A ella le gustaba que yo le diera la comida.
Habíamos aterrizado en el sistema público en el que se pudo resolver su problema. Pero la paradoja es que con el paso de los años este se transforma en la dirección del todo a cien. Imagino que la frontera simbólica se establecerá cuando las autoridades instauren mediante una campaña de comunicación pública, la tarjeta oro. Entonces los refugiados activaremos nuestros viejos miedos. Ya hay algunas señales de eso.
sábado, 30 de agosto de 2014
domingo, 24 de agosto de 2014
EN LA ASISTENCIA MÉDICA DE TOP MANTA. EL CERO Y EL INFINITO.
En el post anterior, Quince de agosto, conté la primera parte del camino recorrido por Carmen hacia el diagnóstico de su granulomatosis de Wegener. Desde la irrupción de sus síntomas, recorrimos las consultas de los médicos de la voluminosa cartera de servicios de ADESLAS, siendo tratados con amabilidad, pero sin que ningún profesional se comprometiera más allá de hacerle las pruebas estándar de su especialidad. Pasado un tiempo, sin perspectivas de avance hacia el diagnóstico, comenzó a ser tratada mediante medicación dura y rehabilitación compensatoria. En el vacío asistencial del verano le incrementaron las dosis, lo que determinó su ingreso el quince de agosto en el hospital de la compañía, por una cetoacedosis diabética.
El problema de fondo radica en que la compañía vende un producto que no es la atención médica total. Por el contrario, su producto puede ser definido como “esencias de atención médica”. El paciente tiene acceso rápido a especialistas que están presentes de forma ocasional en estas consultas vespertinas. Pero su actuación se limita a resolver los problemas sencillos a su alcance, pues carecen de tecnología y organización para afrontar casos de diagnósticos como el de Carmen. Por eso he denominado este sistema como los bajos fondos de la atención médica low cost.
La experiencia en el hospital confirmó esta interpretación. Aquello no era un hospital general, sino una simulación del mismo. Era la suma aditiva de varias cirugías ligeras y el tratamiento de problemas comunes de fácil solución. Pero no había especialidades médicas ni coordinación asistencial alguna. La compañía factura una atención médica que en realidad es una esencia de la misma, limitada a servicios médicos específicos, pero que no se encuentra preparada para abordar enfermedades o problemas de salud que requieran de organización o recursos cuantiosos. En este sentido, se inscribe en la economía del tiempo presente, que privilegia la fabricación y distribución de productos que son copias de los verdaderos. Esta es una asistencia médica de top manta.
Al narrar la estancia en el hospital me encuentro de nuevo con el problema de la verosimilitud. También me ocurrió con los oncólogos, muchos años después en la etapa del cáncer. Voy a contar cosas que parecen increíbles a los ojos de muchos lectores. Pero me favorece el tiempo presente, en el que algunos medios muestran fragmentos de unas historias terribles con respecto a la atención a la salud o la dependencia, que son presentadas como casos aislados unos de otros. Esta es una de esas historias mudas, que no es percibida, en tanto que los esquemas de percepción sociales sitúan a las aseguradoras de servicios de salud en un área ciega de visibilidad cero.
Con Carmen en la UCI se aplazó el desencuentro con el médico. Digo el médico, porque en el mes que estuvo ingresada, no vimos ningún otro en el hospital. Era un médico que se autoproclamaba “internista”, pero que carecía de formación alguna en esta especialidad. Su ausencia de preparación determinaba su incapacidad de dialogar con nosotros, en tanto que entendía cualquier pregunta o diferencia en términos de cuestionamiento de su autoridad. Su perfil era muy estándar. Un médico de buen nivel social en la sociedad local, pero con un déficit esencial en su historia profesional. Tengo la convicción de que la poca medicina que sabía la había aprendido “de oído”. En una provincia como Granada, había terminado por ser el hombre de confianza de la compañía, para controlar este negocio de las esencias de la atención médica, definiendo la demanda en términos favorables a los intereses de la misma. Por eso, se le puede denominar con precisión como médico-capataz de ese cortijo asistencial.
En los días que estuvo en la UCI de top manta, en la que no había médicos intensivistas, tuve que movilizarme para vivir en estado de excepción. Un problema importante fue que, al regresar a casa y contemplar las huellas de la cetoacidosis de Carmen, se activó el vínculo psicológico con la mía propia, producida un año antes en el mismo lugar. La casa se encontraba en un estado terrible, derivado de la situación de los últimos meses, que culminó en la crisis del quince. Llevé nuestras tres perras a una residencia canina, comuniqué con la familia y los amigos y abandoné mi casa. Sólo iba a dormir y a coger la ropa. El tránsito en mi moto entre el hospital y mi casa era muy duro. En la Granada desolada de agosto casi sentía su presencia detrás de mí como en los últimos meses. No podía evitar preguntarme sobre el sentido de este viaje al sur, que le había alejado de su familia y entorno en Santander, tan necesarios en ese momento.
Al día siguiente llegó una de sus hermanas, que trabaja en un hospital de Madrid. Ella vivía con otra hermana que tenía una enfermedad respiratoria muy importante y poco frecuente. Requería de una atención médica muy intensa. Como su padre era militar, era tratada desde el principio en el hospital Gómez Ulla de Madrid, por un equipo médico muy competente y comprometido con ella. Le traían una medicación desde Estados Unidos. Carmen, que tenía una relación especial con ella, había ido los dos últimos veranos unos días para cuidarla, para facilitar las vacaciones de su otra hermana cuidadora. Las dos hermanas tenían muchos conocimientos y experiencia sobre la atención médica. La bronca que me montaron fue monumental, pues no entendían la frivolidad de ADESLAS. La instalé en un hotel cercano en espera de que Carmen pasase a la habitación.
En los días de UCI le podía visitar dos veces al día. Estaba fatal. Allí sólo había dos médicos. Uno de ellos, el permanente y el único presente en el hospital. Pero había dos enfermeras fantásticas. Cuando digo enfermeras me refiero a personas tituladas, DUE en esos años, porque en el mundo de la atención médica simulada de top manta que estoy describiendo, se asigna ese nombre a cualquiera que ponga una inyección o vaya vestido con un uniforme de color claro. En las visitas, percibí que el dolor y la personalidad de Carmen les había impactado. Estaba completamente ida y con un aspecto físico desolador. Pero tenía una voz ronca con la que transmitía junto a su sufrimiento mimos para todos los presentes. Hacía preguntas ingenuas en un tono entrañable y cariñoso, buscando un gesto de correspondencia. El día que la pasaron a planta vinieron a despedirla las dos enfermeras. Fue un momento de afecto tan intenso por su parte, que no lo puedo olvidar. En los sórdidos caminos de los circuitos de este contramundo se encuentran personas y momentos que merecen la pena.
Cuando pasó a la habitación se encontraba muy mal. Nos organizamos por turnos para estar con ella permanentemente. La primera noche se quedó su gran amiga granadina. Cuando nos encontramos por la mañana, me dijo que había pasado una noche horrible, con dolores, sollozos, sueños y otras muestras de sufrimiento muy intensas. La siguiente noche me quedé junto a ella. Fue de las peores noches de mi vida. Estaba muy débil, le dolía todo el cuerpo, no podía ponerse de pie, su estado anímico era desastroso y tenía mil miedos y angustias. Se encontraba desamparada. No podía estar quieta ni en dos minutos. Hacer pis o moverse era una odisea. Sus quejas eran terribles. Sufrí mucho en su compañía y apenas pude dormir. En las escasas cabezadas soñé con una gran fiesta en la que se celebraba la prohibición de las densitometrías, que es la prueba que más le hizo sufrir.
El médico pasaba sala por las mañanas. Allí se reanudó el desencuentro, pues informaba parcamente sólo con respecto a su cetoacidosis, que apenas remitía, y nosotros preguntábamos por las gestiones que se iban a hacer para obtener un diagnóstico. Como no avanzaba nuestra diferencia, se incorporó una amiga médica de familia, que la visitaba todos los días y era la traductora para nosotros y la interlocutora con el hospital. Además actuaba como médica personal de cabecera, auscultándula y observando diariamente los signos de su estado. Esta era una profesional formada vía MIR, experimentada en la clínica, ejerciente en un centro de salud, que había tenido alguna experiencia en gestión y una formación profesional muy amplia y diversificada. Su perplejidad fue creciendo con las conversaciones con el médico-capataz de este cortijo clínico. La llamaban “la rubia”, ilustrando así su mundo tan provinciano y casposo. Nuestra amiga les fue forzando a pedir informes de especialistas o hacer gestiones. Vimos aparecer algún neurocirujano ejerciendo de neurólogo y alguno más, pero siguiendo la pauta conocida. Un tipo se escapaba a las dos de la tarde del hospital público y aparecía por allí, la visitaba, hacía un par de comentarios y se marchaba.
El año anterior había estado hospitalizado en el hospital Cínico. La comparación era inevitable. Allí tenían un sistema de máquinas coordinadas por equipos humanos. Había tres turnos diarios de enfermería. Todas las prescripciones estaban escritas y todo cuidado y programado. El equipo médico pedía informes a otros servicios. En el de Carmen apenas había enfermeras, nada escrito y era desconocida la interconsulta. Era un extraño lugar que parecía un hotel, con una habitación individual confortable, con cama para el acompañante, comidas de buena calidad pero desprovistas de cualquier criterio dietético. Llegaron a servirle pasta con salsas boloñesas. Sin comentario.
En una radiografía apareció un problema en el pulmón, que es característico del Wegener. Ahora se hace presente lo inverosímil. Cuando planteamos una alternativa trajeron a un cirujano torácico. No un neumólogo sino un cirujano. Era un hombre cordial y alguno de los médicos amigos que la visitaban decían que no era mal profesional. Sólo con la radiografía me dijo que lo mejor era operarla. Mi posición fue tajante, me oponía a cualquier intervención sin un diagnóstico y pronóstico razonado y avalado. Llegó a conversar con Carmen para persuadirla. Este episodio ilustra la relación entre la oferta y la demanda en la salud. Cuando la oferta se independiza y se sobredimensiona, termina por causar estragos. Menos mal que con tanto neurocirujano disponible por allí no le abrieron la cabeza para tratar las jaquecas, o que en ese tiempo vacacional no había algún traumatólogo disponible, pues hubieran intentado operarla de las piernas con resultados fatales.
Pero el problema respiratorio fue la vía de salida de esta situación. Ante nuestra negativa a operar, junto a la exigencia de pruebas, aceptaron hacerle una broncoscopia. Hasta ahora no lo he dicho, pero cualquier prueba tiene que ser aprobada por la compañía y solicitada por el paciente. Esta es una pieza esencial en este dispositivo asistencial, cuya función real es ejerce presiones a los médicos a favor de…..la eficiencia. Durante seis meses tuve que ir a las oficinas a solicitarlas. Las molestias que me ocasionaban estaban compensadas por el acceso a alguno de los médicos-burócratas de la compañía que eran quienes decidían. Eran tipos rudos y practicaban una combinación insólita de dureza y persuasión, propia de la norma de consumo de una sociedad rural. Cuando se lo contaba a Carmen, los describía como personas muy parecidas a los apoderados de los toreros en los años cincuenta, que proliferaban en las películas de esa época. Así cerraban el cortijo, inexpugnable para nosotros. En este caso, como no podían hacer la prueba por sus medios, la concertaron con el Hospital público. Yo mismo tuve que ir a Respiratorio para pedirla.
Fui muy temprano y estaba el jefe de servicio de Respiratorio, un profesional muy prestigioso en el mundo sanitario. Después de meses arrastrándome por los bajos fondos de la asistencia médica low cost, me encontré con un médico verdadero. Me recibió con una moderada cordialidad. Le expliqué el problema y le di el único papel que llevaba, parco en la información. Me dijo que era una prueba dolorosa, pero que una prueba no es un episodio aislado como la entienden los médicos-manteros de esas compañías. Me pidió un informe o historia del caso, una analítica del día y la radiografía. Me hizo preguntas interesándose por el proceso. Sentí una enorme emoción por su moderación en la cordialidad, que compensaba con su compromiso profesional y su rigor en el método. Por primera vez sentía que estaba frente a un médico verdadero que ejercía “cien por cien”.
La prueba se realizó con presencia de la médica de familia amiga y otra médica neumóloga, que ejercía en ADESLAS, pero que estaba vinculada al equipo de neumólogos del servicio en actividades de investigación. Esta profesional representó el vínculo al que nos pudimos agarrar cuando salimos del hospital, ayudándonos en el proceso del diagnóstico final. Porque, a estas alturas, nuestra convicción acerca de que el diagnóstico era imposible allí, era absoluta. Entendimos el secreto de la compañía, del que me había advertido mi amiga enfermera, “si te pones realmente malito lo siento por ti”.
En una situación así, la eficacia depende de descubrir que la salida es la única opción viable, así como hacerlo lo antes posible. La amiga médica de familia, junto con algunos médicos amigos, había hecho gestiones para que pudiera verla un internista del hospital clínico. Pero la compañía se negó en redondo. Llegamos a solicitar el traslado a la sanidad pública. Ante la negativa me facilitaron un contacto con el defensor del pueblo de Madrid. Este me dijo que las compañías aseguradoras ponían obstáculos y lo hacían imposible. Este es uno de los aspectos de la realidad ocultos que suscita múltiples complicidades y silencios. Fue imposible moverla. Lo peor de estas violencias asistenciales de las organizaciones del top manta sanitario, es que no reconocen que carecen de recursos. Cuando planteamos nuestras quejas nos respondieron obsequiándonos con un ramo de flores generoso y la presencia del gerente. Así expresaban el concepto que tenían de nosotros, así como la definición del problema. Como soy profesor de la EASP, en los años siguientes, tuve que dar clase a grupos en los que ya había algún profesional de estas compañías, que compatibilizan la eficiencia diez y la magia comercial infinita. Le decía a Carmen que tenían estéticas modernas, pero que estaba seguro que sus almas eran de apoderados de toreros convertidos a la gestión.
En estas semanas fatales, Carmen mejoraba lentamente y mi vida de enfermo era un desastre. Todos los bares y restaurantes de la zona del hospital tenían sus cocinas concertadas en contra de los diabéticos. Todos los productos eran letales. Los panes con harinas asesinas; carnes, pescados y verduras con unas salsas equivalentes a la guerra química; patatas-bomba, y, hasta ensaladas cargadas por el diablo. De los postres ni siquiera hablar. Tuve que aprender por ensayo-error a interpretar las cartas y a desempeñarme en el arte del interrogatorio. Las noches que me quedaba con Carmen, hacía mis ejercicios y mis paseos por los pasillos del hospital. Para el personal hiperprecario de las noches, era un espectáculo ver mis devenires y mis flexiones. También en septiembre llegué a citar allí alumnos para tutorías o revisiones de exámenes. Las noches que se quedaba con su hermana, iba a dormir a casa. Mis vecinas del pueblo se volcaban cuando me veían llegar. Me cocinaban arroces exquisitos y otras viandas de sabores sublimes, pero de efectos demoledores sobre mi control metabólico.
Ahora vuelve lo inverosímil. No sé cómo fue, pero nuestra médica pidió que la viera un oftalmólogo. El médico-capataz accedió y una mañana apareció por allí un hombre muy veterano. Era muy cordial y nos saludó afablemente. Después de unos minutos de conversación amable, pero en la que no preguntó nada sobre el proceso de Carmen, como si los ojos estuvieran separados del cuerpo, procedió a examinarla. Estábamos presentes su médica, la hermana, yo y el capataz. La miró los ojos –tan bonitos- con algún aparato móvil, una lupa o similar. Después pidió que apagáramos la luz. A oscuras le miró otra vez con la linterna. Terminó diciendo que no tenía nada importante pero que quería verla en su consulta cuando saliese del hospital. Cuando se encendió la luz nuestra amiga médica le preguntó qué le había hecho y respondió diciendo que “un fondo de ojo”. Todos estábamos perplejos porque no le había dilatado la pupila. A estas alturas sólo queríamos salir de allí y no le discutimos. Esto que cuento es verdadero y exacto. Se trata de un acto de magia que trasciende la medicina.
En las noches de guardia pude observar a una gran cantidad de enfermos, muy mayores y en estado muy grave, que en su mayoría eran policías nacionales o guardias civiles, que estaban varios días y desaparecían. Con frecuencia estaban solos, acompañados de algún hijo. Tengo algunas notas tomadas acerca de estas situaciones. Para estas personas, el final de sus vidas registraba la convergencia de una asistencia sanitaria incompleta o mutilada, que se combinaba con un fracaso familiar estrepitoso. Pude ver varios dramas muy intensos que me ayudaron como sociólogo y como persona a comprender aspectos de la realidad social invisibilizados. También a valorar la situación de Carmen en comparación con mucho de ellos. Varias noches pensé intensamente acerca de cómo la casi totalidad de los funcionarios elige las compañías aseguradoras low cost menospreciando el sistema público. La perspectiva que me proporcionaba esa posición me ratificó la idea de las limitaciones de racionalidad del ser humano.
A mediados de septiembre, como sus niveles de glucemia eran normales, un poco altos todavía, pedimos el alta. Este fue un acontecimiento memorable en nuestras vidas. Contraté una empresa de limpieza para poner la casa en buenas condiciones. Su hermana obtuvo un mes más de licencia en el trabajo y nos iba a acompañar ese tiempo adicional. El día anterior hice una compra generosa, al estilo bilbaíno. También traje a nuestras queridas perras de la residencia y pasé la noche en blanco en espera suya. Mientras arreglé la casa su hermana la acompañó. Fue una explosión de alegría de las perras, las amistades, la familia, los vecinos y en mi caso, casi éxtasis. Cuando apareció el recibimiento fue clamoroso a pesar de que se hacía patente su movilidad reducida, su estado patológico fatal, en la que el Wegener se había asentado en su cuerpo y se encontraba expandiendo sus relaciones con todos los órganos. Pero ya estaba en casa.
Años después fui invitado al hospital clínico a unas jornadas en las que expliqué el proceso de Carmen y el mío propio. Había unas doscientas personas, profesionales del hospital. Se impresionaron mucho por el relato. Terminé dirigiéndome al gerente que me había invitado, diciendo, con un énfasis muy marcado, que no queremos espectáculos de luz y sonido, ni payasos, ni masajes, ni otras cuestiones similares. Queremos que nos atiendan, que nos entiendan, que resuelvan lo que sea posible y que sepan que muchos de nuestros problemas carecen de solución. En esta intervención, como en otras muchas en estos años, quería decir que los comerciales de la nueva economía les han robado el alma a los profesionales invirtiendo los sentidos de la asistencia sanitaria. Recientemente he visto “el espíritu del 45” de Ken Loach, que es muy sugerente. Todo esto lo aprendí en mi experiencia personal en el mundo simulado del top manta médico.
En la entrada de ese otoño tuvimos que buscar una salida buscando el diagnóstico fuera de la compañía y cuidando a Carmen, que cada vez estaba más malita.
El problema de fondo radica en que la compañía vende un producto que no es la atención médica total. Por el contrario, su producto puede ser definido como “esencias de atención médica”. El paciente tiene acceso rápido a especialistas que están presentes de forma ocasional en estas consultas vespertinas. Pero su actuación se limita a resolver los problemas sencillos a su alcance, pues carecen de tecnología y organización para afrontar casos de diagnósticos como el de Carmen. Por eso he denominado este sistema como los bajos fondos de la atención médica low cost.
La experiencia en el hospital confirmó esta interpretación. Aquello no era un hospital general, sino una simulación del mismo. Era la suma aditiva de varias cirugías ligeras y el tratamiento de problemas comunes de fácil solución. Pero no había especialidades médicas ni coordinación asistencial alguna. La compañía factura una atención médica que en realidad es una esencia de la misma, limitada a servicios médicos específicos, pero que no se encuentra preparada para abordar enfermedades o problemas de salud que requieran de organización o recursos cuantiosos. En este sentido, se inscribe en la economía del tiempo presente, que privilegia la fabricación y distribución de productos que son copias de los verdaderos. Esta es una asistencia médica de top manta.
Al narrar la estancia en el hospital me encuentro de nuevo con el problema de la verosimilitud. También me ocurrió con los oncólogos, muchos años después en la etapa del cáncer. Voy a contar cosas que parecen increíbles a los ojos de muchos lectores. Pero me favorece el tiempo presente, en el que algunos medios muestran fragmentos de unas historias terribles con respecto a la atención a la salud o la dependencia, que son presentadas como casos aislados unos de otros. Esta es una de esas historias mudas, que no es percibida, en tanto que los esquemas de percepción sociales sitúan a las aseguradoras de servicios de salud en un área ciega de visibilidad cero.
Con Carmen en la UCI se aplazó el desencuentro con el médico. Digo el médico, porque en el mes que estuvo ingresada, no vimos ningún otro en el hospital. Era un médico que se autoproclamaba “internista”, pero que carecía de formación alguna en esta especialidad. Su ausencia de preparación determinaba su incapacidad de dialogar con nosotros, en tanto que entendía cualquier pregunta o diferencia en términos de cuestionamiento de su autoridad. Su perfil era muy estándar. Un médico de buen nivel social en la sociedad local, pero con un déficit esencial en su historia profesional. Tengo la convicción de que la poca medicina que sabía la había aprendido “de oído”. En una provincia como Granada, había terminado por ser el hombre de confianza de la compañía, para controlar este negocio de las esencias de la atención médica, definiendo la demanda en términos favorables a los intereses de la misma. Por eso, se le puede denominar con precisión como médico-capataz de ese cortijo asistencial.
En los días que estuvo en la UCI de top manta, en la que no había médicos intensivistas, tuve que movilizarme para vivir en estado de excepción. Un problema importante fue que, al regresar a casa y contemplar las huellas de la cetoacidosis de Carmen, se activó el vínculo psicológico con la mía propia, producida un año antes en el mismo lugar. La casa se encontraba en un estado terrible, derivado de la situación de los últimos meses, que culminó en la crisis del quince. Llevé nuestras tres perras a una residencia canina, comuniqué con la familia y los amigos y abandoné mi casa. Sólo iba a dormir y a coger la ropa. El tránsito en mi moto entre el hospital y mi casa era muy duro. En la Granada desolada de agosto casi sentía su presencia detrás de mí como en los últimos meses. No podía evitar preguntarme sobre el sentido de este viaje al sur, que le había alejado de su familia y entorno en Santander, tan necesarios en ese momento.
Al día siguiente llegó una de sus hermanas, que trabaja en un hospital de Madrid. Ella vivía con otra hermana que tenía una enfermedad respiratoria muy importante y poco frecuente. Requería de una atención médica muy intensa. Como su padre era militar, era tratada desde el principio en el hospital Gómez Ulla de Madrid, por un equipo médico muy competente y comprometido con ella. Le traían una medicación desde Estados Unidos. Carmen, que tenía una relación especial con ella, había ido los dos últimos veranos unos días para cuidarla, para facilitar las vacaciones de su otra hermana cuidadora. Las dos hermanas tenían muchos conocimientos y experiencia sobre la atención médica. La bronca que me montaron fue monumental, pues no entendían la frivolidad de ADESLAS. La instalé en un hotel cercano en espera de que Carmen pasase a la habitación.
En los días de UCI le podía visitar dos veces al día. Estaba fatal. Allí sólo había dos médicos. Uno de ellos, el permanente y el único presente en el hospital. Pero había dos enfermeras fantásticas. Cuando digo enfermeras me refiero a personas tituladas, DUE en esos años, porque en el mundo de la atención médica simulada de top manta que estoy describiendo, se asigna ese nombre a cualquiera que ponga una inyección o vaya vestido con un uniforme de color claro. En las visitas, percibí que el dolor y la personalidad de Carmen les había impactado. Estaba completamente ida y con un aspecto físico desolador. Pero tenía una voz ronca con la que transmitía junto a su sufrimiento mimos para todos los presentes. Hacía preguntas ingenuas en un tono entrañable y cariñoso, buscando un gesto de correspondencia. El día que la pasaron a planta vinieron a despedirla las dos enfermeras. Fue un momento de afecto tan intenso por su parte, que no lo puedo olvidar. En los sórdidos caminos de los circuitos de este contramundo se encuentran personas y momentos que merecen la pena.
Cuando pasó a la habitación se encontraba muy mal. Nos organizamos por turnos para estar con ella permanentemente. La primera noche se quedó su gran amiga granadina. Cuando nos encontramos por la mañana, me dijo que había pasado una noche horrible, con dolores, sollozos, sueños y otras muestras de sufrimiento muy intensas. La siguiente noche me quedé junto a ella. Fue de las peores noches de mi vida. Estaba muy débil, le dolía todo el cuerpo, no podía ponerse de pie, su estado anímico era desastroso y tenía mil miedos y angustias. Se encontraba desamparada. No podía estar quieta ni en dos minutos. Hacer pis o moverse era una odisea. Sus quejas eran terribles. Sufrí mucho en su compañía y apenas pude dormir. En las escasas cabezadas soñé con una gran fiesta en la que se celebraba la prohibición de las densitometrías, que es la prueba que más le hizo sufrir.
El médico pasaba sala por las mañanas. Allí se reanudó el desencuentro, pues informaba parcamente sólo con respecto a su cetoacidosis, que apenas remitía, y nosotros preguntábamos por las gestiones que se iban a hacer para obtener un diagnóstico. Como no avanzaba nuestra diferencia, se incorporó una amiga médica de familia, que la visitaba todos los días y era la traductora para nosotros y la interlocutora con el hospital. Además actuaba como médica personal de cabecera, auscultándula y observando diariamente los signos de su estado. Esta era una profesional formada vía MIR, experimentada en la clínica, ejerciente en un centro de salud, que había tenido alguna experiencia en gestión y una formación profesional muy amplia y diversificada. Su perplejidad fue creciendo con las conversaciones con el médico-capataz de este cortijo clínico. La llamaban “la rubia”, ilustrando así su mundo tan provinciano y casposo. Nuestra amiga les fue forzando a pedir informes de especialistas o hacer gestiones. Vimos aparecer algún neurocirujano ejerciendo de neurólogo y alguno más, pero siguiendo la pauta conocida. Un tipo se escapaba a las dos de la tarde del hospital público y aparecía por allí, la visitaba, hacía un par de comentarios y se marchaba.
El año anterior había estado hospitalizado en el hospital Cínico. La comparación era inevitable. Allí tenían un sistema de máquinas coordinadas por equipos humanos. Había tres turnos diarios de enfermería. Todas las prescripciones estaban escritas y todo cuidado y programado. El equipo médico pedía informes a otros servicios. En el de Carmen apenas había enfermeras, nada escrito y era desconocida la interconsulta. Era un extraño lugar que parecía un hotel, con una habitación individual confortable, con cama para el acompañante, comidas de buena calidad pero desprovistas de cualquier criterio dietético. Llegaron a servirle pasta con salsas boloñesas. Sin comentario.
En una radiografía apareció un problema en el pulmón, que es característico del Wegener. Ahora se hace presente lo inverosímil. Cuando planteamos una alternativa trajeron a un cirujano torácico. No un neumólogo sino un cirujano. Era un hombre cordial y alguno de los médicos amigos que la visitaban decían que no era mal profesional. Sólo con la radiografía me dijo que lo mejor era operarla. Mi posición fue tajante, me oponía a cualquier intervención sin un diagnóstico y pronóstico razonado y avalado. Llegó a conversar con Carmen para persuadirla. Este episodio ilustra la relación entre la oferta y la demanda en la salud. Cuando la oferta se independiza y se sobredimensiona, termina por causar estragos. Menos mal que con tanto neurocirujano disponible por allí no le abrieron la cabeza para tratar las jaquecas, o que en ese tiempo vacacional no había algún traumatólogo disponible, pues hubieran intentado operarla de las piernas con resultados fatales.
Pero el problema respiratorio fue la vía de salida de esta situación. Ante nuestra negativa a operar, junto a la exigencia de pruebas, aceptaron hacerle una broncoscopia. Hasta ahora no lo he dicho, pero cualquier prueba tiene que ser aprobada por la compañía y solicitada por el paciente. Esta es una pieza esencial en este dispositivo asistencial, cuya función real es ejerce presiones a los médicos a favor de…..la eficiencia. Durante seis meses tuve que ir a las oficinas a solicitarlas. Las molestias que me ocasionaban estaban compensadas por el acceso a alguno de los médicos-burócratas de la compañía que eran quienes decidían. Eran tipos rudos y practicaban una combinación insólita de dureza y persuasión, propia de la norma de consumo de una sociedad rural. Cuando se lo contaba a Carmen, los describía como personas muy parecidas a los apoderados de los toreros en los años cincuenta, que proliferaban en las películas de esa época. Así cerraban el cortijo, inexpugnable para nosotros. En este caso, como no podían hacer la prueba por sus medios, la concertaron con el Hospital público. Yo mismo tuve que ir a Respiratorio para pedirla.
Fui muy temprano y estaba el jefe de servicio de Respiratorio, un profesional muy prestigioso en el mundo sanitario. Después de meses arrastrándome por los bajos fondos de la asistencia médica low cost, me encontré con un médico verdadero. Me recibió con una moderada cordialidad. Le expliqué el problema y le di el único papel que llevaba, parco en la información. Me dijo que era una prueba dolorosa, pero que una prueba no es un episodio aislado como la entienden los médicos-manteros de esas compañías. Me pidió un informe o historia del caso, una analítica del día y la radiografía. Me hizo preguntas interesándose por el proceso. Sentí una enorme emoción por su moderación en la cordialidad, que compensaba con su compromiso profesional y su rigor en el método. Por primera vez sentía que estaba frente a un médico verdadero que ejercía “cien por cien”.
La prueba se realizó con presencia de la médica de familia amiga y otra médica neumóloga, que ejercía en ADESLAS, pero que estaba vinculada al equipo de neumólogos del servicio en actividades de investigación. Esta profesional representó el vínculo al que nos pudimos agarrar cuando salimos del hospital, ayudándonos en el proceso del diagnóstico final. Porque, a estas alturas, nuestra convicción acerca de que el diagnóstico era imposible allí, era absoluta. Entendimos el secreto de la compañía, del que me había advertido mi amiga enfermera, “si te pones realmente malito lo siento por ti”.
En una situación así, la eficacia depende de descubrir que la salida es la única opción viable, así como hacerlo lo antes posible. La amiga médica de familia, junto con algunos médicos amigos, había hecho gestiones para que pudiera verla un internista del hospital clínico. Pero la compañía se negó en redondo. Llegamos a solicitar el traslado a la sanidad pública. Ante la negativa me facilitaron un contacto con el defensor del pueblo de Madrid. Este me dijo que las compañías aseguradoras ponían obstáculos y lo hacían imposible. Este es uno de los aspectos de la realidad ocultos que suscita múltiples complicidades y silencios. Fue imposible moverla. Lo peor de estas violencias asistenciales de las organizaciones del top manta sanitario, es que no reconocen que carecen de recursos. Cuando planteamos nuestras quejas nos respondieron obsequiándonos con un ramo de flores generoso y la presencia del gerente. Así expresaban el concepto que tenían de nosotros, así como la definición del problema. Como soy profesor de la EASP, en los años siguientes, tuve que dar clase a grupos en los que ya había algún profesional de estas compañías, que compatibilizan la eficiencia diez y la magia comercial infinita. Le decía a Carmen que tenían estéticas modernas, pero que estaba seguro que sus almas eran de apoderados de toreros convertidos a la gestión.
En estas semanas fatales, Carmen mejoraba lentamente y mi vida de enfermo era un desastre. Todos los bares y restaurantes de la zona del hospital tenían sus cocinas concertadas en contra de los diabéticos. Todos los productos eran letales. Los panes con harinas asesinas; carnes, pescados y verduras con unas salsas equivalentes a la guerra química; patatas-bomba, y, hasta ensaladas cargadas por el diablo. De los postres ni siquiera hablar. Tuve que aprender por ensayo-error a interpretar las cartas y a desempeñarme en el arte del interrogatorio. Las noches que me quedaba con Carmen, hacía mis ejercicios y mis paseos por los pasillos del hospital. Para el personal hiperprecario de las noches, era un espectáculo ver mis devenires y mis flexiones. También en septiembre llegué a citar allí alumnos para tutorías o revisiones de exámenes. Las noches que se quedaba con su hermana, iba a dormir a casa. Mis vecinas del pueblo se volcaban cuando me veían llegar. Me cocinaban arroces exquisitos y otras viandas de sabores sublimes, pero de efectos demoledores sobre mi control metabólico.
Ahora vuelve lo inverosímil. No sé cómo fue, pero nuestra médica pidió que la viera un oftalmólogo. El médico-capataz accedió y una mañana apareció por allí un hombre muy veterano. Era muy cordial y nos saludó afablemente. Después de unos minutos de conversación amable, pero en la que no preguntó nada sobre el proceso de Carmen, como si los ojos estuvieran separados del cuerpo, procedió a examinarla. Estábamos presentes su médica, la hermana, yo y el capataz. La miró los ojos –tan bonitos- con algún aparato móvil, una lupa o similar. Después pidió que apagáramos la luz. A oscuras le miró otra vez con la linterna. Terminó diciendo que no tenía nada importante pero que quería verla en su consulta cuando saliese del hospital. Cuando se encendió la luz nuestra amiga médica le preguntó qué le había hecho y respondió diciendo que “un fondo de ojo”. Todos estábamos perplejos porque no le había dilatado la pupila. A estas alturas sólo queríamos salir de allí y no le discutimos. Esto que cuento es verdadero y exacto. Se trata de un acto de magia que trasciende la medicina.
En las noches de guardia pude observar a una gran cantidad de enfermos, muy mayores y en estado muy grave, que en su mayoría eran policías nacionales o guardias civiles, que estaban varios días y desaparecían. Con frecuencia estaban solos, acompañados de algún hijo. Tengo algunas notas tomadas acerca de estas situaciones. Para estas personas, el final de sus vidas registraba la convergencia de una asistencia sanitaria incompleta o mutilada, que se combinaba con un fracaso familiar estrepitoso. Pude ver varios dramas muy intensos que me ayudaron como sociólogo y como persona a comprender aspectos de la realidad social invisibilizados. También a valorar la situación de Carmen en comparación con mucho de ellos. Varias noches pensé intensamente acerca de cómo la casi totalidad de los funcionarios elige las compañías aseguradoras low cost menospreciando el sistema público. La perspectiva que me proporcionaba esa posición me ratificó la idea de las limitaciones de racionalidad del ser humano.
A mediados de septiembre, como sus niveles de glucemia eran normales, un poco altos todavía, pedimos el alta. Este fue un acontecimiento memorable en nuestras vidas. Contraté una empresa de limpieza para poner la casa en buenas condiciones. Su hermana obtuvo un mes más de licencia en el trabajo y nos iba a acompañar ese tiempo adicional. El día anterior hice una compra generosa, al estilo bilbaíno. También traje a nuestras queridas perras de la residencia y pasé la noche en blanco en espera suya. Mientras arreglé la casa su hermana la acompañó. Fue una explosión de alegría de las perras, las amistades, la familia, los vecinos y en mi caso, casi éxtasis. Cuando apareció el recibimiento fue clamoroso a pesar de que se hacía patente su movilidad reducida, su estado patológico fatal, en la que el Wegener se había asentado en su cuerpo y se encontraba expandiendo sus relaciones con todos los órganos. Pero ya estaba en casa.
Años después fui invitado al hospital clínico a unas jornadas en las que expliqué el proceso de Carmen y el mío propio. Había unas doscientas personas, profesionales del hospital. Se impresionaron mucho por el relato. Terminé dirigiéndome al gerente que me había invitado, diciendo, con un énfasis muy marcado, que no queremos espectáculos de luz y sonido, ni payasos, ni masajes, ni otras cuestiones similares. Queremos que nos atiendan, que nos entiendan, que resuelvan lo que sea posible y que sepan que muchos de nuestros problemas carecen de solución. En esta intervención, como en otras muchas en estos años, quería decir que los comerciales de la nueva economía les han robado el alma a los profesionales invirtiendo los sentidos de la asistencia sanitaria. Recientemente he visto “el espíritu del 45” de Ken Loach, que es muy sugerente. Todo esto lo aprendí en mi experiencia personal en el mundo simulado del top manta médico.
En la entrada de ese otoño tuvimos que buscar una salida buscando el diagnóstico fuera de la compañía y cuidando a Carmen, que cada vez estaba más malita.
miércoles, 20 de agosto de 2014
QUINCE DE AGOSTO: EL CERO Y EL INFINITO
He pasado otro quince de agosto. Para mí es una fecha muy especial, de tan mal recuerdo, que ha quedado grabado en mí para siempre. Esta es la fecha en la que culminó la enfermedad de Carmen en 1998. He contado aquí su final, derivado de su cáncer. Ahora voy a contar el desencadenamiento de su granulomatosis de Wegener y el terrible camino hacia el diagnóstico. Es inevitable que sangre escribiendo este post, como ocurre todos los días quince de agosto. Esta historia tiene dos vertientes. Una es la asistencia médica en las aseguradoras, esta es de ADESLAS. La otra versa sobre el extraño estatuto de un enfermo grave en el mes de agosto en una sociedad posmoderna. La combinación entre ambas conforma lo que me gusta denominar como los bajos fondos de la asistencia médica.
Carmen gozó de buena salud hasta estas fechas. Su cuerpo se conservaba en un estado envidiable, no acusando el paso de los años. Parecía mucho más joven que yo. A veces le tiraban los tejos hombres mucho más jóvenes que nosotros. Era una persona muy animosa, abierta y activa. La primera señal de su enfermedad fue que su cuerpo se hinchó en muy poco tiempo. No es que engordase, sino un aumento de volumen extraño que le confería un aspecto fofo. También se empezó a quejar de molestias en las piernas y de encontrarse cansada. Pero la señal definitiva fue en el mes de marzo, en el que yo participaba en un congreso en el hospital de los Pedroches, en el norte de Córdoba. Me llevó en el coche, pues teníamos interés por conocer esta zona. Ella era la que conducía y aprovechamos para darnos un paseo por esos pagos. Después del congreso, que era uno de los numerosos y “triunfales” sobre la atención al paciente, presentada en términos místicos, regresamos a Granada. En el camino tuvo dificultades importantes para conducir. Se quejaba del cansancio y de las piernas. Definía sus sensaciones como calambres e insensibilidad de sus pies.
En los días siguientes la enfermedad irrumpió impetuosamente. Los dolores en las piernas eran permanentes y le dificultaban andar, respiraba mal, tenía una sensación de fatiga muy acusada y dolores en lo que ella ubicaba en las “articulaciones”. La vasculitis había hecho acto de presencia y sus efectos fueron intensificándose día a día. Así empezó el calvario de Carmen, que resultó de la convergencia entre el agravamiento de su enfermedad y la catastrófica atención profesional a la misma, que se puede sintetizar en el título de un libro tan fundamental en mi vida como el de Koestler “Del cero al infinito”. La atención profesional representa el cero, en tanto que el sufrimiento crece aproximándose al infinito.
Siempre habíamos estado en la Seguridad Social, pero, en el tratamiento de mi diabetes, descubrí, a partir de mi experiencia con un oftalmólogo, que las revisiones carecían de cualquier efectividad. La consulta me convenció de que el médico, sencillamente no quería verme, confirmando otras experiencias asistenciales con médicos-investigadores en la sanidad pública, para quienes la diabetes es una enfermedad sin interés clínico alguno. En enero, nos pasamos a ADESLAS, que, aparentemente, facilitaba el acceso directo a los especialistas. Una amiga mía, enfermera, me advirtió tras la decisión de las consecuencias que podía tener si me ponía “verdaderamente malito”. Sus palabras fueron providenciales.
En enero entramos en ADESLAS y en marzo se desencadenó el Wegener de Carmen. La compañía facilitaba un libro voluminoso y muy ilustrado con imágenes, en el que se encontraba su cartera de servicios, en la que estaban presentes numerosos profesionales, pudiendo así materializarse la elección del cliente, que tenía acceso a los mismos mediante una tarjeta individual, que se denominaba la “tarjeta oro”, quizás para rememorar que allí todo gira alrededor del dinero. La tarjeta oro representaba la ficción imaginaria, que con posterioridad comprobamos que era el código de la compañía, como la de seguros de automóvil que anuncia Matías Prats, que representa tan bien las ficciones comerciales asociadas a la captura de incautos.
En la ficcional pluralidad terapéutica, los médicos generales renunciaban explícitamente al diagnóstico de una enfermedad no frecuente, actuando como guías para la elección del especialista, así como con una prudencia máxima en el arte de la renuncia. Se desempeñaban como ejecutores de decisiones especializadas. En este sentido sí que desempeñaban el rol de puerta de entrada, en tanto que ilustraban acerca de la naturaleza de la compañía: allí sólo se trataban las cosas leves y cuyo tratamiento se realiza con tecnologías baratas. Dispusimos de médicos generales cercanos que venían a casa pero su comportamiento ante el problema era pasivo, en espera del dictamen de algún especialista.
El primer especialista que visitó era un hombre mayor, de los anteriores al MIR, que tenía mucho prestigio entre sus clientes. Su consulta estaba abarrotada de personas mayores, muchos procedentes de los pueblos, gentes de un nivel económico relativamente alto. Nos recibió lleno de amabilidad. Carmen sintetizó con precisión a la salida la situación diciendo “la consulta era como un despacho de un abogado, pero no de un médico”. Este amable señor nos mostró lo que íbamos a vivir los siguientes meses: una extraña mezcla entre amabilidad y distanciamiento del caso. Todos te reciben bien, te hacen las pruebas estándar, de las que puede salir el diagnóstico positivo, y, en caso de que no se resuelva, la recomendación de seguir buscando el especialista adecuado en el laberinto. La ausencia de compromiso se especificaba en la inexistencia de documentación. Nadie hacía un informe, de modo que cuando habíamos recorrido una docena de especialistas, era imposible sintetizar los comentarios que habían hecho, sólo quedaban las pruebas acumuladas y sin relación entre las mismas. En ese camino, un indicador fatal es cuando uno de los especialistas te remite a alguno de los anteriores que ya has visitado. En ciencias sociales le llamamos circularidad.
En los meses siguientes se agravó el estado de Carmen. Su movilidad se había reducido y tenía dificultades para caminar. La teníamos que llevar entre dos personas a las consultas. Pero la pauta del primer médico se repitió, incluso entre aquellos con una reputación profesional, que habitan por las mañanas en la sanidad pública. Así llegamos en mayo a un reumatólogo que, renunciando al diagnóstico, la empezó a tratar: los corticoides aparecieron en la vida de Carmen y ya no le abandonaron nunca. Los analgésicos se sumaban a los calmantes, los nolotiles, dacortines y trombocides, acumulando sus dosis sobre el fondo del papel en blanco del diagnóstico. En este sinsentido es inevitable la aparición del sadismo. Le prescribían dosis variables que no se correspondían con las pastillas-unidades. Tenía que hacer cálculos y cortar las pastillas en partes inverosímiles. Esta es una de las manifestaciones más crueles y humillantes del tratamiento médico-farmacéutico.
Ante la ausencia de diagnóstico, de un profesional que coordinase el proceso de búsqueda, la aparición de las primeras dudas y el decrecimiento de las esperanzas, así como el agravamiento de la enfermedad y su interferencia en la vida diaria, Carmen fue desplazada hacia los bajos fondos del sistema de atención médica, en donde habita una humanidad carente de diagnósticos y tratamientos claros, pero que es tratada mediante el arsenal farmacéutico y la proliferación de la rehabilitación, desprovista de cualquier valor terapéutico y suministrada como alivio compensatorio. En este lugar oscuro del sistema reinan especialidades que asumen el tratamiento de estos desdichados privados de diagnóstico. Este es el submundo de la medicina, en donde los condenados van aceptando gradualmente su situación y adaptándose. Es algo similar al concepto de purgatorio, en el que el sufrimiento es permanente pero existe una esperanza de salida. Este es el lugar extraño de consolación. No sé cómo fue pero terminó en el pozo de la rehabilitación, de los reumatólogos y de los neurólogos, que en esa compañía eran neurocirujanos. A partir de junio el diagnóstico había desaparecido del horizonte. Ahora la trataban con medicación dura y rehabilitación.
Su aspecto físico había empeorado aceleradamente. Los corticoides le proporcionaban un aspecto de deformación muy acusada. Su vida cotidiana era terrible. No soportaba ningún roce en sus piernas y gritaba de dolor. Tenía que dormir sola y sus queridas perras no se podían acercar. Cuando yo tenía que marchar a la facultad y no podía quedarse nadie con ella tenía que dejarla en un sofá con el orinal, el agua, el teléfono y los medicamentos. No leía, rechazaba escuchar música y pasaba en silencio largas horas. En las noches lloraba desconsoladamente. Fue inevitable nuestro choque por el abuso del Nolotil y otros terribles fármacos que reinan en el segmento de mercado de los carentes de diagnóstico. Su estado psicológico se deterioró paralelamente a su estado físico y social. No quería ver a nadie.
Cuando llegamos a Granada nos llamó la atención la cantidad de motos que circulaban, así como los usos ampliados de estas. Es frecuente ver motoristas inverosímiles que suscitaban nuestra perplejidad. Así motoristas con muletas, con las piernas enyesadas, o tres o más personas en la moto, o cargas insólitas de paquetes, con unos tamaños desmesurados. Pues bien, la enfermedad nos convirtió en miembros de esa sociedad de motoristas inverosímiles. Como no podía conducir tenía que llevarla en la moto a las consultas. Para montarla y desmontarla era preciso hacer una auténtica combinación de maña y fuerza. En alguna ocasión la llevaba a alguno de los grandes hipermercados a hacer la compra, para no dejarla sola en casa. Allí la bajaba de la moto y la sentaba en un lugar en el que pudiera esperarme cómodamente.
En el inframundo de los tratados no diagnosticados proliferan las pruebas dolorosas e inútiles, en tanto que no se inscriben en un proceso de diagnóstico. Tuvo que pasar por analíticas múltiples de sangre y orina, electros, biopsias, pruebas de imagen variadas y ecografías. Lo peor fueron en esta época las densitometrías. Se trata de una compensación al enfermo, con el objeto de mantener su esperanza. También se incrementan los consuelos comerciales. El personal de las ambulancias y de rehabilitación es muy cercano y desarrolla una función de apoyo psicológico al enfermo. En la entrada del verano Carmen era un cuerpo que era trasladado entre consultas y pruebas. Cada médico pedía una analítica o radiografía. En algún caso pruebas más penosas. Alguna era hecha un sábado en el Hospital Clínico, de la sanidad pública, de forma no oficial. Pero era un cuerpo tratado con cordialidad por camilleros, enfermeros, fisioterapeutas y otros profesionales ubicados más allá del diagnóstico.
Los médicos se mantenían en la ficción diagnóstica y el tratamiento a ciegas, que como es sabido genera daños en esta población desahuciada, tratada en la asistencia médica low cost. Recuerdo un reumatólogo que en la consulta cara a cara negaba los síntomas y la gravedad del cuadro. Cuando Carmen lloraba y le pedía unas palabras de esperanza, le recomendó ser más positiva. Al concluir la consulta, cuando la sacamos entre dos personas en lo que en mi infancia se llamaba “la sillita real”, los dos médicos le dijeron alegremente “Carmen, a bailar, tienes que ir de discoteca a bailar”. En una situación así se siente netamente la asimetría de poder y la situación de terrible inferioridad derivada de la misma.
El verano agravó la situación en todos los sentidos. De un lado la cartera de servicios se licua para hacerse gaseosa cuando llega el final de julio. Nuestro descubrimiento gradual de la letra pequeña del contrato con la compañía, que principalmente era que no prestaba servicios en el domicilio por estar fuera de la capital, nos llevó a vivir experiencias de película negra con enfermeros cuyas tarifas eran insólitas. Así nos recordaban que pertenecíamos a ese inframundo de los necesitados de diagnóstico, que genera mercados secundarios en el que se hacían presentes múltiples depredadores, en los que contrasta el abuso despiadado con los escasos beneficios a los que aspiran.
En el mes de julio comenzaron a desaparecer los médicos hasta septiembre. Lo peor fue que, llegados a este punto, la trataba un neurólogo que no era tal, sino neurocirujano. En el final de mes le administró una dosis de corticoides desmesurada. Esperaba que así aguantase el mes vacío de agosto. Carmen pasó a ser una víctima del sobretratamiento. Las medicaciones intensivas recombinadas con la expansión de su enfermedad la quebraron. El 15 de agosto fue el día fatídico en el que la tuve que ingresar en lo que la compañía denominaba como un hospital. Pero descubrimos que también era ficcional.
Desde el día 12 apenas comió y su estado empeoró. En la madrugada del día 14 comienza a vomitar y su situación es inquietante. Los vómitos son oscuros, muy parecidos a los de mi cetoacidosis diabética. A primera hora de la mañana del 15 la llevé en un taxi a las urgencias. Fuimos mal recibidos urgencias. Fue un trato frío y distante, que incluía algún elemento de reproche implícito. Después de esperar algo más de dos horas una médica me dijo que era una cetoacidosis diabética. Cuando le conté los antecedentes me cortó secamente apelando a la analítica. Ya tenía un argumento para tratarla y no necesitaba componer el cuadro clínico. Esa fue la siguiente batalla que contaré en otro post. La pude ver un momento y regresé a casa a por la insulina. El viaje en el taxi por la Granada abandonada y vacía fue terrible. Cuando llegué a casa descubrí que había tratado de ocultar sus vómitos y los había hecho en lugares escondidos. Muy típico de Carmen. Había pensado en no preocuparme a mí, incluso en este estado fatal se comportó con su sello personal espléndido.
Al regresar al hospital la habían ingresado en lo que denominaban como UCI. La pude ver otra vez. Estaba fatal pero recibió muy bien mis manos y mis besos. Allí comenzó otra etapa. La compañía entendía que no era preciso el diagnóstico, en tanto que estaba resuelto. El tratamiento era para una cetoacidosis. Mi posición era que había que investigar para componer el cuadro general, puesto que era segura la presencia de una enfermedad principal. La tensión en los encuentros fue de alto voltaje. La buena disposición comercial se fue disipando cuando se manifestó la diferencia. Esta fue reemplazada por la hostilidad contenida.
El mundo de los bajos fondos de la medicina comercial low cost es extraño. Se trata de una situación en la que la tecnología se contrapone a la inteligencia. El trabajo de un médico radica en utilizar sus pruebas específicas en espera de que salga el diagnóstico y sea tratado según este. En caso contrario no actúa y delega la búsqueda en el propio paciente. Así, lo que se vende es el nombre del médico, pero no la totalidad de su potencial profesional. Se trata de un engaño. Para las personas que no obtengan diagnóstico, hay dos salidas posibles. Una es la salida hacia la pública o la privada de cierta calidad. La otra es conformar esa contrasociedad del sufrimiento y el sobretratamiento que he presentado en este post.
Así la eficiencia se encuentra asegurada. Como se trata de una relación entre los recursos y los resultados, estos se manipulan y se reducen, recreando la demanda, expulsando de la misma a grandes contingentes de personas. Este es un negocio perverso, tanto para los profesionales, que tienen que aprender qué es lo que se encuentra más allá de los límites de la compañía, como para los pacientes, que tienen que aprender a buscar en el exterior de este negocio. Para los que tengan problemas de solución barata, la satisfacción se encuentra asegurada. El ejercicio de la simulación alcanza todo su esplendor. Es un negocio similar al de algunos másters, en los que el estudiante compra la reputación de los docentes, pero que no se hacen presentes sino de modo ocasional y simbólico.
El quince de agosto ha quedado grabado en mi memoria. Significa un hito en el largo camino al diagnóstico de Carmen. Nunca olvidaré lo que sufrió en esta terrible situación. El sufrimiento sostenido y creciente tiene como compañero de viaje, la vivencia de una situación de inferioridad, en el que no entiendes o controlas la situación. Las fuerzas que gobiernan este sistema perverso de los bajos fondos de la atención médica comercial low cost, se sobreponen a tu persona y te encuentras sin alternativas. Un efecto fatal derivado de esta situación es que se prolonga en el tiempo y deviene en incomunicable ¿cómo le cuentas todo esto a un amigo que te pregunta cómo está? Así se erosiona tu propio sistema de relaciones y tienes que renunciar a contarlo, cerrando el circuito del sufrimiento con el aislamiento.
Esta situación de adversidad suprema me ayudó mucho como persona. También tuve el privilegio de querer aún más a Carmen, una persona tan grande. Su estado físico era tan ruinoso que cuando la visité en la UVI las enfermeras le dijeron “ha venido a visitarle su hijo, qué hijo tan guapo tienes Carmen”. Esa fue la penúltima agresión de la medicina comercial low cost contra ella. Pero la verdad es que tras las máscaras de los estragos provocados por la enfermedad, la veía tan linda como siempre. Fui un privilegiado a pesar de todo.
Los siguientes quinces de agosto fueron terribles para Carmen. Menos mal que casi todos los pasó en Santander, rodeada del afecto de los suyos. Pero este quince de agosto he rememorado en soledad este terrible episodio, confirmando que me ha marcado personalmente. En el fondo de mí hay un dolor difuso, permanente, que se puede activar en determinadas ocasiones, como en este tiempo contemplar la transformación del sistema sanitario público según el modelo low cost. Esta fue nuestra vivencia personal entre el cero de la atención y el infinito del sufrimiento.
Continuará
Carmen gozó de buena salud hasta estas fechas. Su cuerpo se conservaba en un estado envidiable, no acusando el paso de los años. Parecía mucho más joven que yo. A veces le tiraban los tejos hombres mucho más jóvenes que nosotros. Era una persona muy animosa, abierta y activa. La primera señal de su enfermedad fue que su cuerpo se hinchó en muy poco tiempo. No es que engordase, sino un aumento de volumen extraño que le confería un aspecto fofo. También se empezó a quejar de molestias en las piernas y de encontrarse cansada. Pero la señal definitiva fue en el mes de marzo, en el que yo participaba en un congreso en el hospital de los Pedroches, en el norte de Córdoba. Me llevó en el coche, pues teníamos interés por conocer esta zona. Ella era la que conducía y aprovechamos para darnos un paseo por esos pagos. Después del congreso, que era uno de los numerosos y “triunfales” sobre la atención al paciente, presentada en términos místicos, regresamos a Granada. En el camino tuvo dificultades importantes para conducir. Se quejaba del cansancio y de las piernas. Definía sus sensaciones como calambres e insensibilidad de sus pies.
En los días siguientes la enfermedad irrumpió impetuosamente. Los dolores en las piernas eran permanentes y le dificultaban andar, respiraba mal, tenía una sensación de fatiga muy acusada y dolores en lo que ella ubicaba en las “articulaciones”. La vasculitis había hecho acto de presencia y sus efectos fueron intensificándose día a día. Así empezó el calvario de Carmen, que resultó de la convergencia entre el agravamiento de su enfermedad y la catastrófica atención profesional a la misma, que se puede sintetizar en el título de un libro tan fundamental en mi vida como el de Koestler “Del cero al infinito”. La atención profesional representa el cero, en tanto que el sufrimiento crece aproximándose al infinito.
Siempre habíamos estado en la Seguridad Social, pero, en el tratamiento de mi diabetes, descubrí, a partir de mi experiencia con un oftalmólogo, que las revisiones carecían de cualquier efectividad. La consulta me convenció de que el médico, sencillamente no quería verme, confirmando otras experiencias asistenciales con médicos-investigadores en la sanidad pública, para quienes la diabetes es una enfermedad sin interés clínico alguno. En enero, nos pasamos a ADESLAS, que, aparentemente, facilitaba el acceso directo a los especialistas. Una amiga mía, enfermera, me advirtió tras la decisión de las consecuencias que podía tener si me ponía “verdaderamente malito”. Sus palabras fueron providenciales.
En enero entramos en ADESLAS y en marzo se desencadenó el Wegener de Carmen. La compañía facilitaba un libro voluminoso y muy ilustrado con imágenes, en el que se encontraba su cartera de servicios, en la que estaban presentes numerosos profesionales, pudiendo así materializarse la elección del cliente, que tenía acceso a los mismos mediante una tarjeta individual, que se denominaba la “tarjeta oro”, quizás para rememorar que allí todo gira alrededor del dinero. La tarjeta oro representaba la ficción imaginaria, que con posterioridad comprobamos que era el código de la compañía, como la de seguros de automóvil que anuncia Matías Prats, que representa tan bien las ficciones comerciales asociadas a la captura de incautos.
En la ficcional pluralidad terapéutica, los médicos generales renunciaban explícitamente al diagnóstico de una enfermedad no frecuente, actuando como guías para la elección del especialista, así como con una prudencia máxima en el arte de la renuncia. Se desempeñaban como ejecutores de decisiones especializadas. En este sentido sí que desempeñaban el rol de puerta de entrada, en tanto que ilustraban acerca de la naturaleza de la compañía: allí sólo se trataban las cosas leves y cuyo tratamiento se realiza con tecnologías baratas. Dispusimos de médicos generales cercanos que venían a casa pero su comportamiento ante el problema era pasivo, en espera del dictamen de algún especialista.
El primer especialista que visitó era un hombre mayor, de los anteriores al MIR, que tenía mucho prestigio entre sus clientes. Su consulta estaba abarrotada de personas mayores, muchos procedentes de los pueblos, gentes de un nivel económico relativamente alto. Nos recibió lleno de amabilidad. Carmen sintetizó con precisión a la salida la situación diciendo “la consulta era como un despacho de un abogado, pero no de un médico”. Este amable señor nos mostró lo que íbamos a vivir los siguientes meses: una extraña mezcla entre amabilidad y distanciamiento del caso. Todos te reciben bien, te hacen las pruebas estándar, de las que puede salir el diagnóstico positivo, y, en caso de que no se resuelva, la recomendación de seguir buscando el especialista adecuado en el laberinto. La ausencia de compromiso se especificaba en la inexistencia de documentación. Nadie hacía un informe, de modo que cuando habíamos recorrido una docena de especialistas, era imposible sintetizar los comentarios que habían hecho, sólo quedaban las pruebas acumuladas y sin relación entre las mismas. En ese camino, un indicador fatal es cuando uno de los especialistas te remite a alguno de los anteriores que ya has visitado. En ciencias sociales le llamamos circularidad.
En los meses siguientes se agravó el estado de Carmen. Su movilidad se había reducido y tenía dificultades para caminar. La teníamos que llevar entre dos personas a las consultas. Pero la pauta del primer médico se repitió, incluso entre aquellos con una reputación profesional, que habitan por las mañanas en la sanidad pública. Así llegamos en mayo a un reumatólogo que, renunciando al diagnóstico, la empezó a tratar: los corticoides aparecieron en la vida de Carmen y ya no le abandonaron nunca. Los analgésicos se sumaban a los calmantes, los nolotiles, dacortines y trombocides, acumulando sus dosis sobre el fondo del papel en blanco del diagnóstico. En este sinsentido es inevitable la aparición del sadismo. Le prescribían dosis variables que no se correspondían con las pastillas-unidades. Tenía que hacer cálculos y cortar las pastillas en partes inverosímiles. Esta es una de las manifestaciones más crueles y humillantes del tratamiento médico-farmacéutico.
Ante la ausencia de diagnóstico, de un profesional que coordinase el proceso de búsqueda, la aparición de las primeras dudas y el decrecimiento de las esperanzas, así como el agravamiento de la enfermedad y su interferencia en la vida diaria, Carmen fue desplazada hacia los bajos fondos del sistema de atención médica, en donde habita una humanidad carente de diagnósticos y tratamientos claros, pero que es tratada mediante el arsenal farmacéutico y la proliferación de la rehabilitación, desprovista de cualquier valor terapéutico y suministrada como alivio compensatorio. En este lugar oscuro del sistema reinan especialidades que asumen el tratamiento de estos desdichados privados de diagnóstico. Este es el submundo de la medicina, en donde los condenados van aceptando gradualmente su situación y adaptándose. Es algo similar al concepto de purgatorio, en el que el sufrimiento es permanente pero existe una esperanza de salida. Este es el lugar extraño de consolación. No sé cómo fue pero terminó en el pozo de la rehabilitación, de los reumatólogos y de los neurólogos, que en esa compañía eran neurocirujanos. A partir de junio el diagnóstico había desaparecido del horizonte. Ahora la trataban con medicación dura y rehabilitación.
Su aspecto físico había empeorado aceleradamente. Los corticoides le proporcionaban un aspecto de deformación muy acusada. Su vida cotidiana era terrible. No soportaba ningún roce en sus piernas y gritaba de dolor. Tenía que dormir sola y sus queridas perras no se podían acercar. Cuando yo tenía que marchar a la facultad y no podía quedarse nadie con ella tenía que dejarla en un sofá con el orinal, el agua, el teléfono y los medicamentos. No leía, rechazaba escuchar música y pasaba en silencio largas horas. En las noches lloraba desconsoladamente. Fue inevitable nuestro choque por el abuso del Nolotil y otros terribles fármacos que reinan en el segmento de mercado de los carentes de diagnóstico. Su estado psicológico se deterioró paralelamente a su estado físico y social. No quería ver a nadie.
Cuando llegamos a Granada nos llamó la atención la cantidad de motos que circulaban, así como los usos ampliados de estas. Es frecuente ver motoristas inverosímiles que suscitaban nuestra perplejidad. Así motoristas con muletas, con las piernas enyesadas, o tres o más personas en la moto, o cargas insólitas de paquetes, con unos tamaños desmesurados. Pues bien, la enfermedad nos convirtió en miembros de esa sociedad de motoristas inverosímiles. Como no podía conducir tenía que llevarla en la moto a las consultas. Para montarla y desmontarla era preciso hacer una auténtica combinación de maña y fuerza. En alguna ocasión la llevaba a alguno de los grandes hipermercados a hacer la compra, para no dejarla sola en casa. Allí la bajaba de la moto y la sentaba en un lugar en el que pudiera esperarme cómodamente.
En el inframundo de los tratados no diagnosticados proliferan las pruebas dolorosas e inútiles, en tanto que no se inscriben en un proceso de diagnóstico. Tuvo que pasar por analíticas múltiples de sangre y orina, electros, biopsias, pruebas de imagen variadas y ecografías. Lo peor fueron en esta época las densitometrías. Se trata de una compensación al enfermo, con el objeto de mantener su esperanza. También se incrementan los consuelos comerciales. El personal de las ambulancias y de rehabilitación es muy cercano y desarrolla una función de apoyo psicológico al enfermo. En la entrada del verano Carmen era un cuerpo que era trasladado entre consultas y pruebas. Cada médico pedía una analítica o radiografía. En algún caso pruebas más penosas. Alguna era hecha un sábado en el Hospital Clínico, de la sanidad pública, de forma no oficial. Pero era un cuerpo tratado con cordialidad por camilleros, enfermeros, fisioterapeutas y otros profesionales ubicados más allá del diagnóstico.
Los médicos se mantenían en la ficción diagnóstica y el tratamiento a ciegas, que como es sabido genera daños en esta población desahuciada, tratada en la asistencia médica low cost. Recuerdo un reumatólogo que en la consulta cara a cara negaba los síntomas y la gravedad del cuadro. Cuando Carmen lloraba y le pedía unas palabras de esperanza, le recomendó ser más positiva. Al concluir la consulta, cuando la sacamos entre dos personas en lo que en mi infancia se llamaba “la sillita real”, los dos médicos le dijeron alegremente “Carmen, a bailar, tienes que ir de discoteca a bailar”. En una situación así se siente netamente la asimetría de poder y la situación de terrible inferioridad derivada de la misma.
El verano agravó la situación en todos los sentidos. De un lado la cartera de servicios se licua para hacerse gaseosa cuando llega el final de julio. Nuestro descubrimiento gradual de la letra pequeña del contrato con la compañía, que principalmente era que no prestaba servicios en el domicilio por estar fuera de la capital, nos llevó a vivir experiencias de película negra con enfermeros cuyas tarifas eran insólitas. Así nos recordaban que pertenecíamos a ese inframundo de los necesitados de diagnóstico, que genera mercados secundarios en el que se hacían presentes múltiples depredadores, en los que contrasta el abuso despiadado con los escasos beneficios a los que aspiran.
En el mes de julio comenzaron a desaparecer los médicos hasta septiembre. Lo peor fue que, llegados a este punto, la trataba un neurólogo que no era tal, sino neurocirujano. En el final de mes le administró una dosis de corticoides desmesurada. Esperaba que así aguantase el mes vacío de agosto. Carmen pasó a ser una víctima del sobretratamiento. Las medicaciones intensivas recombinadas con la expansión de su enfermedad la quebraron. El 15 de agosto fue el día fatídico en el que la tuve que ingresar en lo que la compañía denominaba como un hospital. Pero descubrimos que también era ficcional.
Desde el día 12 apenas comió y su estado empeoró. En la madrugada del día 14 comienza a vomitar y su situación es inquietante. Los vómitos son oscuros, muy parecidos a los de mi cetoacidosis diabética. A primera hora de la mañana del 15 la llevé en un taxi a las urgencias. Fuimos mal recibidos urgencias. Fue un trato frío y distante, que incluía algún elemento de reproche implícito. Después de esperar algo más de dos horas una médica me dijo que era una cetoacidosis diabética. Cuando le conté los antecedentes me cortó secamente apelando a la analítica. Ya tenía un argumento para tratarla y no necesitaba componer el cuadro clínico. Esa fue la siguiente batalla que contaré en otro post. La pude ver un momento y regresé a casa a por la insulina. El viaje en el taxi por la Granada abandonada y vacía fue terrible. Cuando llegué a casa descubrí que había tratado de ocultar sus vómitos y los había hecho en lugares escondidos. Muy típico de Carmen. Había pensado en no preocuparme a mí, incluso en este estado fatal se comportó con su sello personal espléndido.
Al regresar al hospital la habían ingresado en lo que denominaban como UCI. La pude ver otra vez. Estaba fatal pero recibió muy bien mis manos y mis besos. Allí comenzó otra etapa. La compañía entendía que no era preciso el diagnóstico, en tanto que estaba resuelto. El tratamiento era para una cetoacidosis. Mi posición era que había que investigar para componer el cuadro general, puesto que era segura la presencia de una enfermedad principal. La tensión en los encuentros fue de alto voltaje. La buena disposición comercial se fue disipando cuando se manifestó la diferencia. Esta fue reemplazada por la hostilidad contenida.
El mundo de los bajos fondos de la medicina comercial low cost es extraño. Se trata de una situación en la que la tecnología se contrapone a la inteligencia. El trabajo de un médico radica en utilizar sus pruebas específicas en espera de que salga el diagnóstico y sea tratado según este. En caso contrario no actúa y delega la búsqueda en el propio paciente. Así, lo que se vende es el nombre del médico, pero no la totalidad de su potencial profesional. Se trata de un engaño. Para las personas que no obtengan diagnóstico, hay dos salidas posibles. Una es la salida hacia la pública o la privada de cierta calidad. La otra es conformar esa contrasociedad del sufrimiento y el sobretratamiento que he presentado en este post.
Así la eficiencia se encuentra asegurada. Como se trata de una relación entre los recursos y los resultados, estos se manipulan y se reducen, recreando la demanda, expulsando de la misma a grandes contingentes de personas. Este es un negocio perverso, tanto para los profesionales, que tienen que aprender qué es lo que se encuentra más allá de los límites de la compañía, como para los pacientes, que tienen que aprender a buscar en el exterior de este negocio. Para los que tengan problemas de solución barata, la satisfacción se encuentra asegurada. El ejercicio de la simulación alcanza todo su esplendor. Es un negocio similar al de algunos másters, en los que el estudiante compra la reputación de los docentes, pero que no se hacen presentes sino de modo ocasional y simbólico.
El quince de agosto ha quedado grabado en mi memoria. Significa un hito en el largo camino al diagnóstico de Carmen. Nunca olvidaré lo que sufrió en esta terrible situación. El sufrimiento sostenido y creciente tiene como compañero de viaje, la vivencia de una situación de inferioridad, en el que no entiendes o controlas la situación. Las fuerzas que gobiernan este sistema perverso de los bajos fondos de la atención médica comercial low cost, se sobreponen a tu persona y te encuentras sin alternativas. Un efecto fatal derivado de esta situación es que se prolonga en el tiempo y deviene en incomunicable ¿cómo le cuentas todo esto a un amigo que te pregunta cómo está? Así se erosiona tu propio sistema de relaciones y tienes que renunciar a contarlo, cerrando el circuito del sufrimiento con el aislamiento.
Esta situación de adversidad suprema me ayudó mucho como persona. También tuve el privilegio de querer aún más a Carmen, una persona tan grande. Su estado físico era tan ruinoso que cuando la visité en la UVI las enfermeras le dijeron “ha venido a visitarle su hijo, qué hijo tan guapo tienes Carmen”. Esa fue la penúltima agresión de la medicina comercial low cost contra ella. Pero la verdad es que tras las máscaras de los estragos provocados por la enfermedad, la veía tan linda como siempre. Fui un privilegiado a pesar de todo.
Los siguientes quinces de agosto fueron terribles para Carmen. Menos mal que casi todos los pasó en Santander, rodeada del afecto de los suyos. Pero este quince de agosto he rememorado en soledad este terrible episodio, confirmando que me ha marcado personalmente. En el fondo de mí hay un dolor difuso, permanente, que se puede activar en determinadas ocasiones, como en este tiempo contemplar la transformación del sistema sanitario público según el modelo low cost. Esta fue nuestra vivencia personal entre el cero de la atención y el infinito del sufrimiento.
Continuará
jueves, 14 de agosto de 2014
PEDRO Y EL ESPÍRITU DEL 82
En un post anterior comentaba, refiriéndome a Juanma Moreno, el nuevo presidente del PP de Andalucía, que albergaba alguna duda sobre su identidad real, sugiriendo que pudiera tratarse de un muñeco creado por las portentosas tecnologías que operan en el presente. Mi duda era estimulada por su ausencia neta de singularidad. Se trata de un ente programado, desprovisto de espesor individual, que pone en escena las medias requeridas en todas las dimensiones para el desempeño de su papel en la política-espectáculo. En este sentido, su carisma personal es cero. Ha sido criado en el medio blindado de la política en la nueva democracia española. Representa sus atributos brutos, el diagrama de lo requerido por su base social, en tanto que ha sido despojado de lo singular de su persona. Entonces, se trata de alguien previsible, cien por cien garantizado, sus actuaciones se producen casi mecánicamente, siempre se comporta según lo esperado, sus respuestas se encuentran escritas y no se puede esperar nada fuera del guion que tiene rigurosamente cerrado y adscrito.
La reciente elección del nuevo secretario del PSOE Pedro Sánchez representa un caso similar. Me pregunto si este es real o ha sido forjado en un taller de diseño asistido por ordenador (CAD), por creativos que han unificado todas las medias posibles para formatear un ente vivo. Se trata de un ser fabricado en el medio autorreferencial de tan singular partido, que lo ha determinado y cerrado. Los acontecimientos vividos colectivamente, en su viaje desde la transición hasta el presente, han sido interpretados en su interior, generando una cultura unificada mediante la asignación de significados y de interpretaciones de los mismos. Así se ha creado, con respecto a la sociedad, una muralla semiótica de gran consistencia. Por eso, en este blog me refiero siempre a los contingentes de personas que habitan las sedes, lugar en el que se reproducen los esquemas predefinidos que determinan las interpretaciones de tan singulares personas.
Este modo tan especial de fabricación-clonación de los líderes se encuentra determinado por la situación histórica en que se produce. Max Weber puede ayudar a comprenderlo mediante su distinción entre el carisma originario y su institucionalización. Pedro comparece como candidato en el final del ciclo de la democracia española, que nace en el final del franquismo, tiempo en el que se generan carismas originarios en sus primeros años, que, en el caso del PSOE, se manifiesta en la figura de Felipe González, cuya victoria electoral y ciclo de gobierno representa lo que se puede denominar como el “espíritu del 82”. El tiempo transcurrido desde entonces, muestra inexorablemente las limitaciones de este proyecto. La reproducción de un carisma siempre es muy problemática. El espíritu del 82 se ha disipado y se encuentra en estado de ruina. Pero, desde ese mundo cerrado y autorreferencial, ese pasado deviene en la referencia insoslayable.
Los congregados en las sedes aspiran al retorno del carisma originario, y, por ende, a la rememoración del esplendoroso pasado. Los candidatos herederos entienden el futuro inmediato como reproducción del ciclo del 82 y su espíritu asociado, suscitando así la ilusión de los afiliados. Pero la célebre frase de Marx, que afirma que la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa, adquiere todo su esplendor en este caso. En las menguadas comunicaciones públicas producidas entre los candidatos herederos, para determinar la elección del líder conductor al tiempo pasado, se pronunciaban frases-clichés carentes de contenido y de verosimilitud. Recuerdo una que me impresionó, pronunciada por Eduardo Madina. Decía en un tono sobrio, sombrío y mecánico que “España necesita un shock de modernidad”. Decir esto en la situación actual implica una tasa de irrealidad que se asemejaba a algunas de las secuencias de las películas de David Lynch, como en Terciopelo Azul en el baile sobre el capó del automóvil en una noche con un contraste de luces insólito.
El espíritu del 82 representó la ilusión de grandes sectores de la población española, confiados en superar las estructuras legadas por el franquismo, para homologarse con el capitalismo fordista-keynesiano imperante en Europa. Este era inseparable de la energía que portaba el grupo de líderes partidarios, persuadidos de las ventajas del viaje al más allá que ellos pilotaban. La ilusión estaba presente en el ambiente y se hacía patente en todos los acontecimientos políticos. Precisamente las ambigüedades del espíritu del 82 favorecían la conexión entre el PSOE y amplios sectores sociales en un tiempo que era entendido por todos como abierto.
Pero invocar hoy el espíritu del 82 es ubicarse en un espacio-tiempo irreal. El escenario actual se encuentra articulado en torno a una gran reestructuración social, que es acompañada de una depresión colectiva, que afecta principalmente a la antigua clase trabajadora industrial y de los servicios. En la sociedad naciente, resultante de la gran reestructuración neoliberal, se han debilitado intensamente los sectores sociales que sustentaban a la izquierda política de la sociedad industrial. Ahora domina la precariedad y la contingencia en los mundos vividos por estos sectores, vulnerabilizados por esta mutación en curso. La palabra clave para entender es “descomposición” del antiguo tejido productivo y de las sociedades que lo sustentaban.
En esta nueva situación, la energía ha cambiado de bando y se ubica en las iniciativas de las diferentes instituciones que pilotan esta transformación, en las que muchos militantes socialistas relevantes desempeñan un papel primordial. En esta sociedad fragmentada y de cohesión decreciente, las bases sociales de la izquierda se debilitan inexorablemente. La metamorfosis de los antiguos desempleados, convertidos ahora en buscadores activos de empleo, ilustra la hegemonía neoliberal y el declive de la izquierda. Tanto las instituciones centrales, como las definiciones de las situaciones y el conocimiento, se ubican inequívocamente en el campo de la derecha. El PSOE vive en este espacio, pero su adaptación implica una situación de contradicción permanente.
El espíritu del 82 ha terminado incardinándose en un conjunto de frases hechas, de gestos, así como de tics y estéticas, que sobreviven fuera del contexto que les asignaba su significación. Pero invocarlas hoy, genera confusión, en tanto que el balance de este período, y el papel desempeñado por el partido, es cuanto menos ambivalente. La ruptura con el pasado franquista se especificó principalmente en la generalización de una norma de consumo caracterizada por una abundancia material notable respecto al pasado, además de la multiplicación de recursos materiales, principalmente las infraestructuras. También la atenuación del autoritarismo y los controles sociales sobre las vidas, que ejercían concertadamente distintas instituciones.
Pero el envés de esta gran expansión consiste en la debilidad de las instituciones y organizaciones, tanto las empresas como el sector público, que son objeto de colonización por los partidos políticos, restringiendo su autonomía y sus potencialidades. También el arte y la cultura son debilitadas por esta expansión del estado patrón. El resultado es la configuración de un sector público mastodóntico y débil, en tanto que es privado de su autonomía e inteligencia. Esta es la herencia invisible del franquismo, la subordinación al poder, ahora encarnada en un partido que se hace presente en todas las administraciones y los niveles, imponiendo su lógica de servir a sus intereses electorales. Así se produce como un factor activador de la subordinación, que siempre se acompaña de la desinteligencia. Este es el lado oscuro de la época. Me molesta mucho contemplar las transacciones entre los partidos para redimensionar el sector público. Lo hacen sólo en términos cuantitativos, como si la educación, la atención sanitaria o los servicios sociales fueran sólo cosas materiales empaquetables.
Además, las cabezas visibles del espíritu del 82 han terminado al servicio de los grandes intereses económicos. Los casos de Felipe González, de Narcís Serra, de Javier Solana, Joaquín Almunia, así como de otros muchos, son inequívocos. Una transformación de esta naturaleza, que pone de manifiesto que la élite partidaria se encuentra en la nómina de las grandes empresas globales, los grupos financieros y las instituciones globales, hace imposible la compatibilidad con los intereses de lo que se sigue denominando como los trabajadores. El PSOE es un partido escindido, lo que implica la emigración de grandes contingentes de votos correspondientes con los que no están representados por este.
También la desactivación de la inteligencia del partido, que se disipa cediendo su lugar a los analistas demoscópicos, mediáticos y del management. El vaciamiento de la antigua ideología se acompaña de la adhesión al conglomerado ideológico unificado por el fin de la historia. El desplazamiento de los intelectuales, pensadores o científicos sociales tiene como efecto la asunción de una filosofía fundada en el pragmatismo neoliberal. Su precepto principal es que sólo importa ganar para gobernar y el tiempo es ahora. No existe ningún otro tiempo que ahora y mañana, a primera hora. Las distorsiones que produce en el modo colectivo de comprender, pensar y hacer inteligible la realidad son monumentales. El estado intelectivo del PSOE es patológico. Vive en la burbuja mediática generada por las instituciones globales y sus terminales comunicativas. El distanciamiento respecto a las realidades de algunos de sus votantes es pavoroso.
Así se hace inteligible la expansión y generalización de la corrupción. Sus raíces se instalan sobre el silencio y la complicidad de la sociedad resultante del clientelismo electoral, así como que el espacio de comunicación quede restringido a la burbuja mediática. Cuando el único horizonte es ganar el poder para incrementar los recursos materiales, es imposible otro desenlace. Las bases del estado general de corrupción se derivan de la ausencia de proyecto y de inteligencia. Para ganar el poder y conservarlo es imprescindible la cohesión sin fisuras. Esta jerarquía es un obstáculo a la creación y a la inteligencia. Este mecanismo fomenta el fanatismo y la adhesión sin límites.
En esta situación comparece Pedro. Representa el código del partido. Ha sido elegido para conducir a los suyos al paraíso del estado abundante, que ahora adopta la forma de empresas concertadas múltiples. Su figura se corresponde con lo que es un líder en la era demoscópica. Tiene todos los atributos requeridos para triunfar. Es respetado por los poderes económicos y las instituciones globales como un hombre sensato, responsable y positivo. Su recorrido tiene como tiempo asignado la siguiente cita electoral. Ahí comenzará o terminará su carrera. Porque lo que importa es el destino siguiente, que se dirime en términos de éxito o fracaso, según se alcance el gobierno.
El campo en el que se mueve Pedro es la burbuja mediática, desde la que puede percibir las presiones de los suyos, ansiosos de regresar al gobierno; las señales inequívocas de los sectores que lo abandonan por no haber representado sus intereses; la motivación de los partidos menores que están ahí reclamando cuotas en las instituciones; la amenaza de los poderes fácticos, ahora económicos y globales, que le reducen el campo de decisión; las señales de crisis de todo el sistema político, manifestadas en acontecimientos que lo cuestionan, y, sobre todo, la constricción sobre sus decisiones y acciones ejercida por los expertos que pilotan la reestructuración global, que ahora se hacen presentes como tertulianos o comunicadores múltiples.
La regeneración del PSOE radica en su capacidad para ubicarse en la encrucijada histórica en la que se encuentra y dotarse de un rumbo asociado a un futuro. Esto implica un grado de inteligencia colectiva imposible en las circunstancias actuales. Pedro, es pues, un líder prisionero de las fuerzas que estructuran su campo. Su antecesor, Felipe González, recomendaba hace unos meses un gobierno de concentración con el PP. Esto es lo que reclaman los expertos y tertulianos ante la comparecencia de los infrarrepresentados en los últimos tiempos. Me pregunto si el PSOE puede aprender y me inquieta mi respuesta.
La reciente elección del nuevo secretario del PSOE Pedro Sánchez representa un caso similar. Me pregunto si este es real o ha sido forjado en un taller de diseño asistido por ordenador (CAD), por creativos que han unificado todas las medias posibles para formatear un ente vivo. Se trata de un ser fabricado en el medio autorreferencial de tan singular partido, que lo ha determinado y cerrado. Los acontecimientos vividos colectivamente, en su viaje desde la transición hasta el presente, han sido interpretados en su interior, generando una cultura unificada mediante la asignación de significados y de interpretaciones de los mismos. Así se ha creado, con respecto a la sociedad, una muralla semiótica de gran consistencia. Por eso, en este blog me refiero siempre a los contingentes de personas que habitan las sedes, lugar en el que se reproducen los esquemas predefinidos que determinan las interpretaciones de tan singulares personas.
Este modo tan especial de fabricación-clonación de los líderes se encuentra determinado por la situación histórica en que se produce. Max Weber puede ayudar a comprenderlo mediante su distinción entre el carisma originario y su institucionalización. Pedro comparece como candidato en el final del ciclo de la democracia española, que nace en el final del franquismo, tiempo en el que se generan carismas originarios en sus primeros años, que, en el caso del PSOE, se manifiesta en la figura de Felipe González, cuya victoria electoral y ciclo de gobierno representa lo que se puede denominar como el “espíritu del 82”. El tiempo transcurrido desde entonces, muestra inexorablemente las limitaciones de este proyecto. La reproducción de un carisma siempre es muy problemática. El espíritu del 82 se ha disipado y se encuentra en estado de ruina. Pero, desde ese mundo cerrado y autorreferencial, ese pasado deviene en la referencia insoslayable.
Los congregados en las sedes aspiran al retorno del carisma originario, y, por ende, a la rememoración del esplendoroso pasado. Los candidatos herederos entienden el futuro inmediato como reproducción del ciclo del 82 y su espíritu asociado, suscitando así la ilusión de los afiliados. Pero la célebre frase de Marx, que afirma que la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa, adquiere todo su esplendor en este caso. En las menguadas comunicaciones públicas producidas entre los candidatos herederos, para determinar la elección del líder conductor al tiempo pasado, se pronunciaban frases-clichés carentes de contenido y de verosimilitud. Recuerdo una que me impresionó, pronunciada por Eduardo Madina. Decía en un tono sobrio, sombrío y mecánico que “España necesita un shock de modernidad”. Decir esto en la situación actual implica una tasa de irrealidad que se asemejaba a algunas de las secuencias de las películas de David Lynch, como en Terciopelo Azul en el baile sobre el capó del automóvil en una noche con un contraste de luces insólito.
El espíritu del 82 representó la ilusión de grandes sectores de la población española, confiados en superar las estructuras legadas por el franquismo, para homologarse con el capitalismo fordista-keynesiano imperante en Europa. Este era inseparable de la energía que portaba el grupo de líderes partidarios, persuadidos de las ventajas del viaje al más allá que ellos pilotaban. La ilusión estaba presente en el ambiente y se hacía patente en todos los acontecimientos políticos. Precisamente las ambigüedades del espíritu del 82 favorecían la conexión entre el PSOE y amplios sectores sociales en un tiempo que era entendido por todos como abierto.
Pero invocar hoy el espíritu del 82 es ubicarse en un espacio-tiempo irreal. El escenario actual se encuentra articulado en torno a una gran reestructuración social, que es acompañada de una depresión colectiva, que afecta principalmente a la antigua clase trabajadora industrial y de los servicios. En la sociedad naciente, resultante de la gran reestructuración neoliberal, se han debilitado intensamente los sectores sociales que sustentaban a la izquierda política de la sociedad industrial. Ahora domina la precariedad y la contingencia en los mundos vividos por estos sectores, vulnerabilizados por esta mutación en curso. La palabra clave para entender es “descomposición” del antiguo tejido productivo y de las sociedades que lo sustentaban.
En esta nueva situación, la energía ha cambiado de bando y se ubica en las iniciativas de las diferentes instituciones que pilotan esta transformación, en las que muchos militantes socialistas relevantes desempeñan un papel primordial. En esta sociedad fragmentada y de cohesión decreciente, las bases sociales de la izquierda se debilitan inexorablemente. La metamorfosis de los antiguos desempleados, convertidos ahora en buscadores activos de empleo, ilustra la hegemonía neoliberal y el declive de la izquierda. Tanto las instituciones centrales, como las definiciones de las situaciones y el conocimiento, se ubican inequívocamente en el campo de la derecha. El PSOE vive en este espacio, pero su adaptación implica una situación de contradicción permanente.
El espíritu del 82 ha terminado incardinándose en un conjunto de frases hechas, de gestos, así como de tics y estéticas, que sobreviven fuera del contexto que les asignaba su significación. Pero invocarlas hoy, genera confusión, en tanto que el balance de este período, y el papel desempeñado por el partido, es cuanto menos ambivalente. La ruptura con el pasado franquista se especificó principalmente en la generalización de una norma de consumo caracterizada por una abundancia material notable respecto al pasado, además de la multiplicación de recursos materiales, principalmente las infraestructuras. También la atenuación del autoritarismo y los controles sociales sobre las vidas, que ejercían concertadamente distintas instituciones.
Pero el envés de esta gran expansión consiste en la debilidad de las instituciones y organizaciones, tanto las empresas como el sector público, que son objeto de colonización por los partidos políticos, restringiendo su autonomía y sus potencialidades. También el arte y la cultura son debilitadas por esta expansión del estado patrón. El resultado es la configuración de un sector público mastodóntico y débil, en tanto que es privado de su autonomía e inteligencia. Esta es la herencia invisible del franquismo, la subordinación al poder, ahora encarnada en un partido que se hace presente en todas las administraciones y los niveles, imponiendo su lógica de servir a sus intereses electorales. Así se produce como un factor activador de la subordinación, que siempre se acompaña de la desinteligencia. Este es el lado oscuro de la época. Me molesta mucho contemplar las transacciones entre los partidos para redimensionar el sector público. Lo hacen sólo en términos cuantitativos, como si la educación, la atención sanitaria o los servicios sociales fueran sólo cosas materiales empaquetables.
Además, las cabezas visibles del espíritu del 82 han terminado al servicio de los grandes intereses económicos. Los casos de Felipe González, de Narcís Serra, de Javier Solana, Joaquín Almunia, así como de otros muchos, son inequívocos. Una transformación de esta naturaleza, que pone de manifiesto que la élite partidaria se encuentra en la nómina de las grandes empresas globales, los grupos financieros y las instituciones globales, hace imposible la compatibilidad con los intereses de lo que se sigue denominando como los trabajadores. El PSOE es un partido escindido, lo que implica la emigración de grandes contingentes de votos correspondientes con los que no están representados por este.
También la desactivación de la inteligencia del partido, que se disipa cediendo su lugar a los analistas demoscópicos, mediáticos y del management. El vaciamiento de la antigua ideología se acompaña de la adhesión al conglomerado ideológico unificado por el fin de la historia. El desplazamiento de los intelectuales, pensadores o científicos sociales tiene como efecto la asunción de una filosofía fundada en el pragmatismo neoliberal. Su precepto principal es que sólo importa ganar para gobernar y el tiempo es ahora. No existe ningún otro tiempo que ahora y mañana, a primera hora. Las distorsiones que produce en el modo colectivo de comprender, pensar y hacer inteligible la realidad son monumentales. El estado intelectivo del PSOE es patológico. Vive en la burbuja mediática generada por las instituciones globales y sus terminales comunicativas. El distanciamiento respecto a las realidades de algunos de sus votantes es pavoroso.
Así se hace inteligible la expansión y generalización de la corrupción. Sus raíces se instalan sobre el silencio y la complicidad de la sociedad resultante del clientelismo electoral, así como que el espacio de comunicación quede restringido a la burbuja mediática. Cuando el único horizonte es ganar el poder para incrementar los recursos materiales, es imposible otro desenlace. Las bases del estado general de corrupción se derivan de la ausencia de proyecto y de inteligencia. Para ganar el poder y conservarlo es imprescindible la cohesión sin fisuras. Esta jerarquía es un obstáculo a la creación y a la inteligencia. Este mecanismo fomenta el fanatismo y la adhesión sin límites.
En esta situación comparece Pedro. Representa el código del partido. Ha sido elegido para conducir a los suyos al paraíso del estado abundante, que ahora adopta la forma de empresas concertadas múltiples. Su figura se corresponde con lo que es un líder en la era demoscópica. Tiene todos los atributos requeridos para triunfar. Es respetado por los poderes económicos y las instituciones globales como un hombre sensato, responsable y positivo. Su recorrido tiene como tiempo asignado la siguiente cita electoral. Ahí comenzará o terminará su carrera. Porque lo que importa es el destino siguiente, que se dirime en términos de éxito o fracaso, según se alcance el gobierno.
El campo en el que se mueve Pedro es la burbuja mediática, desde la que puede percibir las presiones de los suyos, ansiosos de regresar al gobierno; las señales inequívocas de los sectores que lo abandonan por no haber representado sus intereses; la motivación de los partidos menores que están ahí reclamando cuotas en las instituciones; la amenaza de los poderes fácticos, ahora económicos y globales, que le reducen el campo de decisión; las señales de crisis de todo el sistema político, manifestadas en acontecimientos que lo cuestionan, y, sobre todo, la constricción sobre sus decisiones y acciones ejercida por los expertos que pilotan la reestructuración global, que ahora se hacen presentes como tertulianos o comunicadores múltiples.
La regeneración del PSOE radica en su capacidad para ubicarse en la encrucijada histórica en la que se encuentra y dotarse de un rumbo asociado a un futuro. Esto implica un grado de inteligencia colectiva imposible en las circunstancias actuales. Pedro, es pues, un líder prisionero de las fuerzas que estructuran su campo. Su antecesor, Felipe González, recomendaba hace unos meses un gobierno de concentración con el PP. Esto es lo que reclaman los expertos y tertulianos ante la comparecencia de los infrarrepresentados en los últimos tiempos. Me pregunto si el PSOE puede aprender y me inquieta mi respuesta.
sábado, 9 de agosto de 2014
LA REINVENCIÓN DEL MACARTISMO
El macartismo es un fenómeno singular, que se produjo en Estados Unidos en los primeros años de la guerra fría. En el clima derivado de un conflicto nuclear latente se produce un estado psicológico colectivo de miedo, que propicia la construcción de un enemigo interno soterrado. En esta situación, el senador McCarthy cataliza este estado de depresión colectiva, propiciando un conjunto de actividades que significan la definición de un enemigo interior, sospechoso de simpatizar con la URSS, siendo entendido como un caballo de Troya en la sociedad norteamericana de la época. Bajo el argumento de la deslealtad y la traición se emprenden distintas actividades de persecución de los sospechosos: intelectuales, artistas y personas vinculadas a las industrias culturales principalmente.
Las acusaciones a los señalados son manifiestamente inespecíficas, así como los organismos especiales que las realizan. No son los tribunales de justicia, sino organismos extraordinarios, tales como el comité de actividades antiestadounidenses, dependiente del Congreso, cuyo contenido se limita a la investigación. Desde esta instancia se producen sospechas en serie, interrogatorios, acusaciones y presiones, que se ejercen contra los sospechosos. El factor más importante que unifica estos procesos es la delación. Se utiliza la confesión de un interrogado en contra de sus amigos. La inconsistencia de las acusaciones y los procedimientos irregulares desembocan en una verdadera caza de brujas, en la que se pretende escrutar el pensamiento de los acusados, así como sus conversaciones privadas. El macartismo fue un episodio que creó un estado de excepción para los implicados, pero que fue compatible con el funcionamiento de los órganos representativos y los tribunales ordinarios. La condena a los afectados consistió en ser investigados, expuestos a la opinión pública y situados en un clima de sospecha.
En los últimos años, en España se producen algunos acontecimientos que hacen posible establecer un vínculo con el macartismo. En algunos casos significan una versión renovada de un singular estado de excepción para las personas acusadas por los macartistas españoles. El antecedente más nítido es el de Luis Montes, médico jefe de servicio de urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés, que es acusado de practicar la eutanasia de modo generalizado a los pacientes graves ingresados en las urgencias. En este episodio, los rasgos principales del macartismo se hacen manifiestos, en tanto que las acusaciones son desmesuradas y no referenciadas empíricamente, siendo sostenidas desde la opacidad de la administración sanitaria y el furor concertado de los medios de comunicación progubernamentales. Los tonos en la comunicación se imponen sobre los hechos. Esperanza Aguirre desempeña un papel análogo al del senador McCarthy, pero reelaborado desde la perspectiva de los saberes y las experiencias de una institución tan experimentada y sofisticada como la Iglesia Católica española. Así, los argumentos y los procedimientos movilizados frente a Montes, le inhabilitan en su defensa. La atribución de la sospecha y del mal constituye tanto su contenido como su modo de operar, que es inequívocamente macartista.
El 15M representó un acontecimiento de ruptura en la sociedad española. La reestructuración neoliberal tan intensa y violenta, que modifica el mercado de trabajo y el estado de bienestar, penalizando severamente a los trabajadores, así como a los endeudados múltiples en los años de crecimiento, no ha suscitado una oposición equivalente a la escala de penalización que suponen las políticas aplicadas. Los sindicatos y partidos de la izquierda convencional, funcionan, hasta entonces, sin considerar esta situación de excepción. Sus discursos y sus prácticas oscilan entre las rutinas de los socialistas, centrados en la comunicación pública convencional, en espera de ser beneficiarios del desgaste electoral del gobierno; las liturgias de los sindicatos, que comparecen con sus liderazgos gerontocráticos en las movilizaciones convencionales de conmemoración; o el distanciamiento de IU, esperanzada en que los malestares tengan como efecto la superación del bipartidismo, generando un nuevo juego institucional, esta vez a tres. Esta situación es desbordada por el 15 M, que pone en guardia a la derecha , es imperceptible para los socialistas y sindicatos, y convierte en traviesos a los diputados de IU, que realizan acciones simbólicas de baja intensidad, que terminan con una reprimenda amable y paternal del presidente del Congreso.
Uno de los elementos esenciales del 15M es la irrupción de una nueva generación. Esto es lo que representa Podemos. No se trata de las edades de quienes los conforman o los apoyan, sino de que sus valoraciones, sus supuestos, sus saberes, sus cálculos, sus acciones, sus capitales simbólicos y sus modos de comunicación se producen en un territorio histórico posterior al agotado ciclo que comenzó en la transición política. Sin ánimo de valorar aquí el alcance de Podemos, quiero subrayar que se trata de algo nuevo, vinculado al contexto histórico de intensificación de la reestructuración neoliberal, y que establece una conexión con los grandes sectores sociales penalizados por la misma, abandonados e infrarrepresentados en las instituciones.
El éxito de Podemos en las elecciones europeas ha desatado un conjunto de acontecimientos en el campo político que determina la reinvención del macartismo, en una versión castiza local, en el que la memoria de la inquisición y la España negra desempeñan un papel fundamental. Se evidencia que los grandes intereses modifican su percepción acerca de la amenaza que implica la nueva oposición efectiva. Las maquinarias mediáticas que los sirven registran este cambio, procediendo a la fabricación de un enemigo interno para proveer de odio a su inquieta base social. Pablo Iglesias, principalmente, es caricaturizado como un portador de una amenaza a la sociedad, que ahora adquiere la imagen del crecimiento. Se trata de una nueva especie de “perroflauta ilustrado” que representa el mal en una secuencia de un dibujo animado que hubiera firmado el macartista clásico Walt Disney.
El macartismo español convoca a los fabuladores e interrogadores para construir las narrativas y el gran espectáculo de la persecución de los novísimos malditos. Se produce un repertorio inusitado de insultos, descalificaciones, tergiversaciones, atribuciones de responsabilidad, analogías falsas, inexactitudes, medias verdades, insinuaciones, mentiras y acusaciones. El argumento central subyacente radica en la advertencia de que el mal se encuentra oculto y es preciso desvelarlo. Así, Iglesias y sus colegas son desprovistos de cualquier posibilidad de defensa. El juego consiste en pillarlos. No existe en ellos ni en su proyecto nada que se encuentre abierto y sea susceptible de ser explorado, valorado y analizado. Se encuentran condenados. Ahora se trata de encontrar las pruebas. Así, el diálogo y la conversación son imposibles.
El guión puesto en escena impide cualquier discusión o deliberación o desarrollo de argumentos, porque el supuesto que lo articula es que se trata de enemigos ocultos que hay que desenmascarar. Así se acude al interrogatorio, a los métodos utilizados y ensayados por la prensa del corazón o la de fútbol. Toda una serie de personajes comparecen en las televisiones en un proceso programado de acumulación de la sospecha. Al igual que en el macartismo, los miembros de Podemos son investigados y escrutados en busca de pruebas. Las hipótesis se encuentran excluidas. En coherencia con estos procedimientos, la delación adquiere todo su esplendor. Se trata de encontrar a alguien que testifique en su contra públicamente. Un episodio verdaderamente medieval-inquisitorial es la utilización de un camarero que los desafía lleno rabia en las televisiones y en los actos de sus portavoces.
Así se conforma una caza de brujas verdadera, en el que la solidez argumental es reemplazada por el espectáculo que tiene como objeto la degradación de los nuevos enemigos públicos. En un (supuesto) debate sobre la situación general en una televisión, Pablo Iglesias es interpelado por los interrogadores de guardia, que realizan escenificaciones teatrales mediante tonos intensos de acusación, congruentes con la magnitud del delito imputado y las pruebas prefabricadas que portan en sus manos. Es altamente patético contemplar la diferencia de trato a los corrompidos múltiples que proliferan en el presente. En tanto que se pide para ellos la presunción de inocencia y la espera a la resolución por los tribunales, para la “chusma política” de Podemos se escala en la acusación.
Los argumentos utilizados por los interrogadores macartistas son patéticos. La apelación a la sensatez de Carrillo, Felipe González y otros políticos de la transición; la utilización contra los sospechosos de los beneficios asociados a los cargos de los diputados europeos, que salen a flote por primera vez; la reinvención de eje del mal, en una versión aldeana, articulado en torno a Venezuela, frente a las democracias imperantes en el mundo que sostienen los negocios de los acusadores. La desproporción y el despropósito es descomunal.
No puedo dejar de aludir a Eduardo Inda y otros interrogadores. Este se ha desempeñado en el mundo del fútbol, que se encuentra en un estado de corrupción total. La "democracia futbolística" deviene en el modelo de la vieja clase dirigente española. Las elecciones en los clubs representan el modelo máximo. La masa de socios vota, pero carece de cualquier mecanismo para ejercer el control sobre el presidente. La cohesión descansa sobre las emociones compartidas y el azar. La racionalidad se encuentra excluida radicalmente. El estatuto del socio-votante-espectador es el de un niño al que se le estimula con la proliferación de regalos. Así, el periodismo deportivo se desarrolla en los límites de los intereses de los presidentes y los circuitos del dinero. En las tertulias, un mercenario del planeta Florentino puede afirmar que Messi no es el mejor porque no ha ganado el mundial con su selección, para afirmar a continuación que el mejor es Ronaldo, desdiciéndose del argumento esgrimido. Es patético contemplar a Eduardo Inda reprochar a Podemos cuestiones acerca de la democracia.
El macartismo español se ha reactivado. Creo que se trata de una cuestión muy peligrosa porque hace visible en un espacio público una persecución política. Uno de los argumentos insólitos utilizados contra los perseguidos es reprocharles lo que se supone que harán en el futuro. Pero lo peor es que no hay conversación alguna con ellos. Cuando los acusados replican con argumentos, estos no son objeto ni siquiera de refutación. Se espera a la siguiente ocasión para sacarlo de nuevo para desgastarlos. Porque son los malditos, los que suscitan esperanzas entre los sectores sociales tan penalizados por esta violenta reestructuración. De ese modo se construye un territorio donde el razonamiento está excluido, siendo suplantado por las emociones, como ocurre en el fútbol.
Me fascina contemplar el espectáculo de la senectud intelectual de los macartistas y sus acompañantes. Se encuentran tan orientados al pasado que son incapaces de identificar sucesos nuevos que representan otro futuro posible. Están en un estado de congelación equivalente al de los brujos que han creado para tratar de perpetuar esta situación. Porque nada es eterno y otra democracia, diferente a la futbolística imperante, puede hacerse factible.
Las acusaciones a los señalados son manifiestamente inespecíficas, así como los organismos especiales que las realizan. No son los tribunales de justicia, sino organismos extraordinarios, tales como el comité de actividades antiestadounidenses, dependiente del Congreso, cuyo contenido se limita a la investigación. Desde esta instancia se producen sospechas en serie, interrogatorios, acusaciones y presiones, que se ejercen contra los sospechosos. El factor más importante que unifica estos procesos es la delación. Se utiliza la confesión de un interrogado en contra de sus amigos. La inconsistencia de las acusaciones y los procedimientos irregulares desembocan en una verdadera caza de brujas, en la que se pretende escrutar el pensamiento de los acusados, así como sus conversaciones privadas. El macartismo fue un episodio que creó un estado de excepción para los implicados, pero que fue compatible con el funcionamiento de los órganos representativos y los tribunales ordinarios. La condena a los afectados consistió en ser investigados, expuestos a la opinión pública y situados en un clima de sospecha.
En los últimos años, en España se producen algunos acontecimientos que hacen posible establecer un vínculo con el macartismo. En algunos casos significan una versión renovada de un singular estado de excepción para las personas acusadas por los macartistas españoles. El antecedente más nítido es el de Luis Montes, médico jefe de servicio de urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés, que es acusado de practicar la eutanasia de modo generalizado a los pacientes graves ingresados en las urgencias. En este episodio, los rasgos principales del macartismo se hacen manifiestos, en tanto que las acusaciones son desmesuradas y no referenciadas empíricamente, siendo sostenidas desde la opacidad de la administración sanitaria y el furor concertado de los medios de comunicación progubernamentales. Los tonos en la comunicación se imponen sobre los hechos. Esperanza Aguirre desempeña un papel análogo al del senador McCarthy, pero reelaborado desde la perspectiva de los saberes y las experiencias de una institución tan experimentada y sofisticada como la Iglesia Católica española. Así, los argumentos y los procedimientos movilizados frente a Montes, le inhabilitan en su defensa. La atribución de la sospecha y del mal constituye tanto su contenido como su modo de operar, que es inequívocamente macartista.
El 15M representó un acontecimiento de ruptura en la sociedad española. La reestructuración neoliberal tan intensa y violenta, que modifica el mercado de trabajo y el estado de bienestar, penalizando severamente a los trabajadores, así como a los endeudados múltiples en los años de crecimiento, no ha suscitado una oposición equivalente a la escala de penalización que suponen las políticas aplicadas. Los sindicatos y partidos de la izquierda convencional, funcionan, hasta entonces, sin considerar esta situación de excepción. Sus discursos y sus prácticas oscilan entre las rutinas de los socialistas, centrados en la comunicación pública convencional, en espera de ser beneficiarios del desgaste electoral del gobierno; las liturgias de los sindicatos, que comparecen con sus liderazgos gerontocráticos en las movilizaciones convencionales de conmemoración; o el distanciamiento de IU, esperanzada en que los malestares tengan como efecto la superación del bipartidismo, generando un nuevo juego institucional, esta vez a tres. Esta situación es desbordada por el 15 M, que pone en guardia a la derecha , es imperceptible para los socialistas y sindicatos, y convierte en traviesos a los diputados de IU, que realizan acciones simbólicas de baja intensidad, que terminan con una reprimenda amable y paternal del presidente del Congreso.
Uno de los elementos esenciales del 15M es la irrupción de una nueva generación. Esto es lo que representa Podemos. No se trata de las edades de quienes los conforman o los apoyan, sino de que sus valoraciones, sus supuestos, sus saberes, sus cálculos, sus acciones, sus capitales simbólicos y sus modos de comunicación se producen en un territorio histórico posterior al agotado ciclo que comenzó en la transición política. Sin ánimo de valorar aquí el alcance de Podemos, quiero subrayar que se trata de algo nuevo, vinculado al contexto histórico de intensificación de la reestructuración neoliberal, y que establece una conexión con los grandes sectores sociales penalizados por la misma, abandonados e infrarrepresentados en las instituciones.
El éxito de Podemos en las elecciones europeas ha desatado un conjunto de acontecimientos en el campo político que determina la reinvención del macartismo, en una versión castiza local, en el que la memoria de la inquisición y la España negra desempeñan un papel fundamental. Se evidencia que los grandes intereses modifican su percepción acerca de la amenaza que implica la nueva oposición efectiva. Las maquinarias mediáticas que los sirven registran este cambio, procediendo a la fabricación de un enemigo interno para proveer de odio a su inquieta base social. Pablo Iglesias, principalmente, es caricaturizado como un portador de una amenaza a la sociedad, que ahora adquiere la imagen del crecimiento. Se trata de una nueva especie de “perroflauta ilustrado” que representa el mal en una secuencia de un dibujo animado que hubiera firmado el macartista clásico Walt Disney.
El macartismo español convoca a los fabuladores e interrogadores para construir las narrativas y el gran espectáculo de la persecución de los novísimos malditos. Se produce un repertorio inusitado de insultos, descalificaciones, tergiversaciones, atribuciones de responsabilidad, analogías falsas, inexactitudes, medias verdades, insinuaciones, mentiras y acusaciones. El argumento central subyacente radica en la advertencia de que el mal se encuentra oculto y es preciso desvelarlo. Así, Iglesias y sus colegas son desprovistos de cualquier posibilidad de defensa. El juego consiste en pillarlos. No existe en ellos ni en su proyecto nada que se encuentre abierto y sea susceptible de ser explorado, valorado y analizado. Se encuentran condenados. Ahora se trata de encontrar las pruebas. Así, el diálogo y la conversación son imposibles.
El guión puesto en escena impide cualquier discusión o deliberación o desarrollo de argumentos, porque el supuesto que lo articula es que se trata de enemigos ocultos que hay que desenmascarar. Así se acude al interrogatorio, a los métodos utilizados y ensayados por la prensa del corazón o la de fútbol. Toda una serie de personajes comparecen en las televisiones en un proceso programado de acumulación de la sospecha. Al igual que en el macartismo, los miembros de Podemos son investigados y escrutados en busca de pruebas. Las hipótesis se encuentran excluidas. En coherencia con estos procedimientos, la delación adquiere todo su esplendor. Se trata de encontrar a alguien que testifique en su contra públicamente. Un episodio verdaderamente medieval-inquisitorial es la utilización de un camarero que los desafía lleno rabia en las televisiones y en los actos de sus portavoces.
Así se conforma una caza de brujas verdadera, en el que la solidez argumental es reemplazada por el espectáculo que tiene como objeto la degradación de los nuevos enemigos públicos. En un (supuesto) debate sobre la situación general en una televisión, Pablo Iglesias es interpelado por los interrogadores de guardia, que realizan escenificaciones teatrales mediante tonos intensos de acusación, congruentes con la magnitud del delito imputado y las pruebas prefabricadas que portan en sus manos. Es altamente patético contemplar la diferencia de trato a los corrompidos múltiples que proliferan en el presente. En tanto que se pide para ellos la presunción de inocencia y la espera a la resolución por los tribunales, para la “chusma política” de Podemos se escala en la acusación.
Los argumentos utilizados por los interrogadores macartistas son patéticos. La apelación a la sensatez de Carrillo, Felipe González y otros políticos de la transición; la utilización contra los sospechosos de los beneficios asociados a los cargos de los diputados europeos, que salen a flote por primera vez; la reinvención de eje del mal, en una versión aldeana, articulado en torno a Venezuela, frente a las democracias imperantes en el mundo que sostienen los negocios de los acusadores. La desproporción y el despropósito es descomunal.
No puedo dejar de aludir a Eduardo Inda y otros interrogadores. Este se ha desempeñado en el mundo del fútbol, que se encuentra en un estado de corrupción total. La "democracia futbolística" deviene en el modelo de la vieja clase dirigente española. Las elecciones en los clubs representan el modelo máximo. La masa de socios vota, pero carece de cualquier mecanismo para ejercer el control sobre el presidente. La cohesión descansa sobre las emociones compartidas y el azar. La racionalidad se encuentra excluida radicalmente. El estatuto del socio-votante-espectador es el de un niño al que se le estimula con la proliferación de regalos. Así, el periodismo deportivo se desarrolla en los límites de los intereses de los presidentes y los circuitos del dinero. En las tertulias, un mercenario del planeta Florentino puede afirmar que Messi no es el mejor porque no ha ganado el mundial con su selección, para afirmar a continuación que el mejor es Ronaldo, desdiciéndose del argumento esgrimido. Es patético contemplar a Eduardo Inda reprochar a Podemos cuestiones acerca de la democracia.
El macartismo español se ha reactivado. Creo que se trata de una cuestión muy peligrosa porque hace visible en un espacio público una persecución política. Uno de los argumentos insólitos utilizados contra los perseguidos es reprocharles lo que se supone que harán en el futuro. Pero lo peor es que no hay conversación alguna con ellos. Cuando los acusados replican con argumentos, estos no son objeto ni siquiera de refutación. Se espera a la siguiente ocasión para sacarlo de nuevo para desgastarlos. Porque son los malditos, los que suscitan esperanzas entre los sectores sociales tan penalizados por esta violenta reestructuración. De ese modo se construye un territorio donde el razonamiento está excluido, siendo suplantado por las emociones, como ocurre en el fútbol.
Me fascina contemplar el espectáculo de la senectud intelectual de los macartistas y sus acompañantes. Se encuentran tan orientados al pasado que son incapaces de identificar sucesos nuevos que representan otro futuro posible. Están en un estado de congelación equivalente al de los brujos que han creado para tratar de perpetuar esta situación. Porque nada es eterno y otra democracia, diferente a la futbolística imperante, puede hacerse factible.