Me encuentro en un viaje en el centro del Atlántico, dando saltos entre islas en un ensayo de un gran movimiento futuro hacia el oeste. En este blog he presentado al enfermo diabético como un ser relativamente solitario, que realiza cálculos desde las gramáticas que rigen su vida ordinaria. Ahora me encuentro explorando mis límites como viajero para responder a mis preguntas sobre mi propio tránsito hacia el mítico oeste americano.
La imposición del tratamiento sobre la vida es la cuestión más relevante de la construcción profesional de la enfermedad y la atención. Esta implica la ausencia de criterios unificados acerca de la viabilidad de los viajes para tan numerosos enfermos, que tienen un papel relevante en el sistema de información que nutre la gran factoría de diagnósticos y tratamientos, pero en las que sus vidas son reducidas a consumos de servicios médicos, fármacos y la industria auxiliar de tratamiento de complicaciones. En un contingente tan numeroso y productivo apenas existe literatura científica a propósito de tan importante cuestión para la vida. Al no estar problematizado el viaje diabético, cualquier respuesta remite al sector de congelados del hipermercado de la atención profesional, el de los “estilos de vida”, que son unificados por el universal precepto de “sí, pero con moderación y bajo la supervisión de su médico”.
En esta reflexión voy a suscitar la cuestión de la movilidad ¿el diagnóstico diabetes tipo I implica restricciones a la movilidad? ¿los afectados tienen la condena adicional de la inmovilidad? El mundo actual presenta dos grandes divisiones, entre los conectados y los desconectados, y los arraigados inmóviles y los móviles. En principio se trata de entrar en el significado de los “viajes moderados y supervisados profesionalmente”. He preguntado a algún médico y me ha respondido que “puedo darme un chapuzón”. Pero no he encontrado nada en bases de datos científicos acerca de los chapuzones diabéticos. Como todas las cosas de la vida corriente de los enfermos permanecen exiliadas en el exterior de las consultas.
Pero los consumidores de insulina conforman un importante segmento en el creciente mercado de los viajes prefabricados y envasados que se incrementa sin techo en este tiempo. Así se produce un nicho de mercado en el fluido turístico. En general se presupone que los diabéticos pueden viajar en un grupo-guetto guiado y protegido, pero, principalmente, con un grupo familiar o de amigos que protege al enfermo y puede ayudarlo en el caso de problemas e incidencias. Pero es preciso responder a la pregunta de si pueden viajar solos y cuáles son los límites de los viajes.
Esta es la cuestión. En mi viaje actual, tengo que asumir las barreras y fronteras espesas construidas por las autonomías. También la ausencia de una oferta adecuada en la restauración y en el comercio alimentario. A estos factores hay que sumar la ausencia de información básica de las poblaciones. Se pone de manifiesto todos los días que los enfermos son excluidos de las cocinas y de las cartas casi sin excepción. He tenido que librar un par de cruentas batallas por liberar mis ensaladas de salsas rosas y otras similares que producen estragos en mi cuerpo diabético. He tenido que demostrar mi naturaleza inquisitiva ante las ensaladas mixtas, las pastas, las carnes y los pescados. Cada comida se convierte en un acto de negociación en el que la letra pequeña adquiere todo su esplendor. Lo contaré en detalle aquí. Ahora sólo mascullo todos los días las palabras “potencia turística, sí sí”.
Los contingentes turísticos son heterogéneos. Existen segmentos de consumidores de viajes especiales que se realizan mediante la resolución de retos y experimentación de novedades y los públicos que les siguen para poblar las tierras descubiertas. En el paraíso atlántico donde me encuentro se puede distinguir entre los comandos especiales formados principalmente por los grupos del trekking que se encuentran circulando por las alturas y las mayorías que se concentran sobre las arenas de las playas. He experimentado una caminata en altura bajo la dirección de un carismático comandante y su entusiasta grupo de acólitos, guiados por los objetivos y los retos. La verdad es que acabé fatal de mis piernas, lo cual me obligó a reelaborar una nueva maldición respecto a los objetivos, incompatibles con la moderación.
La lógica de mi viaje se está asentando sobre el fatal contraste entre las caminatas programadas, entendidas como reto o acto de distinción, y las inevitables papas arrugas y en otras versiones locales sublimes. A pesar que la respuesta a mis preguntas es que se trata de papas cocinadas con inocente ajo y perejil, y de cumplir mi exigencia de declaración jurada y solemne de que no hay nada más, todas tienen un sabor que resulta de un toque especial y secreto del cocinero, fatal para la diabetes. Caminatas y papas, será el título de mi folleto educativo que puede tener el subtítulo común de “ni siquiera con moderación”.
Termino poniendo de manifiesto un problema para ilustrar la falta de atención a los viajeros diabéticos. Lo que voy a decir es terrible. Frente a la explosión de la bioindustria y las farmacéuticas para producir medicamentos y otros productos para el tratamiento de los dependientes de la insulina, apenas existe progreso en la producción de artículos para facilitar la vida diaria. Uno de ellos es el transporte de insulina misma. No, está claro que no se encuentra en la programación de tan benefactora industria la hipótesis de que los diabéticos pueden ser móviles, con moderación, por supuesto.
Mi caminata comenzó a las ocho de la mañana y concluyó a las diez. Son catorce horas en las que tengo que administrarme dos dosis de distintas insulinas. Pues bien, no existen bolsas adecuadas al tiempo y las temperaturas altas. He preguntado y recorrido el circuito del laberinto asistencial, siendo remitido a las ortopedias, que representan el pariente pobre de la rehabilitación, y en donde los diabéticos son marginales. La revolución de los compósitos y los nuevos materiales, que ha regenerado la cirugía, no ha llegado a la vida de los enfermos.
La industria biomédica es totalmente hegemónica y se sobrepone a las vidas mismas. Porque las limitaciones de los diabéticos viajeros se compensan mediante el acceso a un servicio de urgencias si ocurre algo. Esta es la verdadera realidad. He renunciado a llevar mis recetas, entendiéndolo como un acto minúsculo de desobediencia a este sistema fragmentado también en lo territorial, en donde sólo se considera lo biológico-patológico.
Entonces, los viajeros, los transeúntes múltiples, los que se encuentran en movimiento, esa humanidad explosiva, es descartada de lo que se entiende como “comunidad”. Esta es una gran distorsión. Me pregunto si esto se puede resolver sin crear una nueva especialidad médica. Más bien se trata de adecuar las estructuras asistenciales. Los diabéticos pueden y deben viajar asumiendo sus limitaciones. La industria debe facilitar sus condiciones y no sólo sus tratamientos.
2 comentarios:
Estimado Juan
Sólo un apunte respecto al transporte de la insulina.
La cartera frío...una simple bolsa, que se sumerge en agua y en un par de minutos tienes la insulina perfectamente protegida de cualquier temperatura...dura un par de días y en cualquier situación la puedes recargar.
Obviamente, no está financiada por ninguna administración.
en cualquier caso,la insulina a temperatura ambiente y no expuesta directamente al sol, no debería estropearse, salvo cambios extremos de temperatura.
Yo vivo en valencia y de temperaturas altas lo vivo cada verano con el poniente.
Un cordial saludo
Gracias Dani por tu aportación. He tenido una de esas bolsas. Mi experiencia me suscita muchas dudas al respecto.
Saludos cordiales
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