El post de la indefensión aprendida me ha proporcionado la oportunidad de conversar con algunos estudiantes. Es frecuente que me digan que expreso verdades, pero estas les causan un shock, en tanto que son amargas. También afirman que yo puedo decir estas cosas, sobreentendiendo que ellos no pueden hacerlo. Si esto fuera cierto, nos encontraríamos inmersos en un misterioso autoritarismo, en el que se puede votar, pero no se puede decir, y en donde las verdades amargas se encuentran exiliadas en un limbo, en tanto que los discursos oficiales se imponen sobre los extraños súbditos, que los sustentan a sabiendas de su falsedad. Todos conocen las verdades amargas, pero les disgusta que se hagan manifiestas. Desde que leí el libro de Bibiana Forester, “ Una extraña dictadura”, no he dejado de pensar en esta cuestión.
Una versión muy inteligente de este dilema lo ha formulado Elisabeth Noelle-Neumann, una socióloga alemana, estudiosa de la sociedad de masas y de culto para mí. Ella enuncia un concepto fundamental: la espiral del silencio, que se corresponde con el título de uno de sus libros. Este es un fenómeno que se define, en las sociedades de opinión pública, como un proceso de adaptación de las opiniones de cada persona a las imperantes o mayoritarias. Los sujetos que mantienen sus opiniones diferentes, son penalizados mediante un aislamiento social. Me parece muy brillante y sólido el argumento de la espiral de silencio. Se trata de la constitución de una autocensura de cada cual, por efecto de una forma de control que opera en la vida cotidiana, en la que una persona es aislada por sus mismos próximos cotidianos si reincide en expresar sus opiniones discrepantes.
Tengo como orgullo ser designado como “provocador” por muchas de las personas de las que me comunico mediante clases, charlas u otras formas similares de interacción pública. Mis definiciones de las situaciones escandalizan a tan disciplinados emisores-receptores autocensurados, que se autoajustan permanentemente para permanecer en las medias o mayorías estadísticas. El concepto “provocador” es muy elocuente. Se trata de un tipo que no se adhiere a las definiciones oficiales. Pero lo más significativo es que indaga, busca indicios, se interroga acerca de contradicciones o sucesos que no encajan en las verdades aceptadas por la mayoría autocensurada, mecanizada e hiperobediente a las conminaciones de los otros próximos.
En muchas ocasiones me he preguntado acerca de la relación entre la espiral del silencio y la condición de sociólogo. Porque ¿es posible una sociología inscrita en sus estrechos límites? Mi respuesta categórica es que no. Me resultan insufribles las sociologías insípidas que se desarrollan dentro de las fronteras de los intereses de los poderes, que controlan los centros mediáticos configurando la opinión pública y produciendo distintas espirales de silencio, que ocultan las verdades amargas, que, a pesar de todo comparecen inesperadamente como los volcanes para retornar a su limbo ubicado debajo de lo visible. Por el contrario, algunos poetas que me estimulan, como Georges Brassens, que formula en su canción “La mala reputación” una versión viva de la libertad. Ser libre implica, en las sociedades de la espiral del silencio, tener mala reputación porque “a la gente no gusta que, uno tenga su propia fe”. Me identifico particularmente con Brassens cuando dice que “yo no pienso en hacer ningún daño, viviendo fuera del rebaño”. Por mucho que me esfuerce no puedo encontrar un concepto sociológico tan fértil, al tiempo que amargo y riguroso, como el de “rebaño”.
La teoría de la espiral del silencio se contrapone con la definición de libertad convencional. Según esta, las personas son coaccionadas por las verdades estadísticas medias, que se hacen presentes en nuestra vida privada en boca de los próximos múltiples, que nos conminan al pragmatismo de la adhesión a la media. En estas condiciones, la tarea de las instituciones de gobierno es programar los centros emisores de la opinión pública, que ahora añaden a las voces de los expertos de turno las percepciones de tan esforzados y disciplinados receptores. Para ser justo he de reconocer que son coherentes, en tanto que los denominan como “voces de la calle” o “ciudadanos de a pie”, que, como es manifiesto, es la zona del cuerpo más lejana al cerebro. En estas condiciones es imposible pensar en la libertad. El pluralismo, el juego de confrontación de los discursos, la indagación, la exploración y la duda se encuentran relegados.
Vuelvo a las afirmaciones de mis alumnos para resaltar mi perplejidad. Si el poder decir está estratificado y sólo es una propiedad de algunas categorías de personas, entre las que están excluidas la mayoría ¿es aceptable esta situación? ¿qué poderes transversales actúan en lo social cotidiano que tienen la capacidad de silenciar a las personas? ¿esto es compatible con una democracia? ¿ la restricción del decir para la mayoría afecta negativamente a las inteligencias? ¿es posible mantener en estado oculto una gran parte de la vida y de la sociedad sin propiciar la corrupción intelectual? ¿se puede hablar de una sociedad de progreso cuando la verdad es ubicada en el sótano de la comunicación cotidiana? Me hago más preguntas al respecto, pero prefiero no seguir ahora.
En el lenguaje ordinario existen toda una serie de expresiones que designan de una forma precisa este fenómeno. Mi madre me decía “tú no te metas en nada”. Meterte, esa es la clave. Depende de cómo te metas y donde te metas para tu éxito o fracaso. Franco recomendaba a alguno de sus ministros que no se metiese en política. Me parece antológico. Por el contrario, algunas personas con poder me dicen que yo estoy muy metido en la sanidad. Desde estas coordenadas se constituye un saber muy sólido y perverso. Hay que saber dónde meterse y donde no meterse. También qué es lo que se puede decir y aquello que no se puede expresar. De aquí se puede colegir que la vida social se encuentra sobrecargada de asimetrías y coacciones que trascienden las constituciones políticas. Si no lo tienes en cuenta llegas a ser considerado un provocador, que es el principio de una marginación. Cuando se dice ciudadano quiere designar a un administrador de la palabra y gestor de los silencios.
Pero el régimen de restricción en el decir tiene consecuencias más importantes todavía. Desde la perspectiva de cualquier ética la coherencia de una persona descansa en un equilibrio entre tres elementos: Lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Si existe una disonancia sostenida en el tiempo y de gran magnitud entre alguno de estos factores, el deterioro personal es inevitable. De este resulta un área oculta de gran envergadura. Tras las afirmaciones de que “dices verdades y además tú las puedes decir” se encuentra el reconocimiento de un área oculta de una magnitud formidable que interfiere la producción del conocimiento, la comunicación y la aspiración de acercarse a la verdad.
Aquí radica uno de los tipos de corrupción más importantes de las sociedades del presente. Es preciso aprender a convivir con lo oculto, que adquiere proporciones inusitadas. Saber lo que se puede y no se puede decir, coexistir con las versiones de la realidad procedentes de las instituciones, saber tratar con lo oculto, acostumbrarse a convivir con las mentiras amables que se producen en simbiosis con las verdades amargas. Esto implica un grado muy importante de corrupción del saber. Aquí quería llegar y soy consciente de que más que amargo es dura esta afirmación. Porque hacer permanente la intensa diferencia entre lo que se piensa, se dice y se hace conduce a un colapso ético.
Sobre el mismo se instituye la corrupción de las personas, las organizaciones, las instituciones y las sociedades. Así, la forma de comunicación hegemónica es la publicidad y sus héroes devienen en los arquetipos personales imperantes. Esta es la sociedad de Matías Prats que encarna el mito del éxito, así como la comunicación ingrávida. En los spots de "Línea Directa" se condensa toda una filosofía, en la que lo importante es la credibilidad que emana de la forma de comunicar, que, emancipada de su contenido, se hace compatible con cualquier discurso. Es la apoteosis del pragmatismo. Cuando dice “hay que darlo todo por este chaleco” está simbolizando la esencia de las instituciones de las sociedades postfordistas. Matías Prats es la media, siempre la media y en cualquier situación la media. Es seguro que dice en su ámbito privado que “los que verdaderamente valemos triunfamos en cualquier situación”. Así se emancipa de la contingencia y representa la capacidad de adaptación en estado sublime. Por eso se encuentra tan bien considerado y remunerado. El mensaje para todos es que tenéis que ser en vuestra vida pública y privada como Matías Prats.
Para las ciencias sociales una situación como la que he descrito es particularmente problemática. No se puede aceptar que desaparezca una parte de la realidad. Esta es la diferencia entre Matías Prats y Edgar Morin o Chomsky. Quizás algunos de mis interlocutores debían inquietarse más por la preponderancia de Matías Prats que por mi obstinación en sacar a flote algunas verdades amargas. Amigos: Esto es lo que hay.
Edgar Morín y Noam Ch muestran realidades ocultadas???
ResponderEliminarMuy buen post,
o, hasta las narices del progrerío que defiende y muestra los dones de sus intereses.
Mariano
Gracias Mariano por tu comentario. Sí, tanto Chomsky como Morin aportan esquemas mediante los que se pueden contemplar los andamiajes que soportan las estructuras políticas. En este sentido su visión se sitúa más allá de lo estrictamente político, además de su compromiso con una sociedad diferente a la actual.
ResponderEliminarMuchas gracias por su interesante reflexión. Siempre es un estímulo
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