En varias ocasiones fui detenido en los años de plomo del franquismo. La primera vez fue en febrero de 1968 y la última en Santander en 1976. En todas las detenciones fui interrogado por la policía que se hacía llamar “La Brigada Político- Social”. Conozco muy bien lo que es un interrogatorio. No se trata de una conversación entre dos partes orientada a clarificar alguna cuestión sino la creación de un clima de coerción que pretende quebrar la integridad y la voluntad del interrogado.
Esta técnica requiere de la existencia de varios interrogadores que actúan concertadamente ejerciendo la presión. El aspecto principal radica en los tonos duros, las preguntas imperativas, la interrupción brusca de la palabra del interrogado, la repetición de la pregunta, la escalada de la conminación, la descalificación, la no aceptación de su discurso, las risas, los gestos de burla, las miradas amenazantes, la escalada coercitiva, el ruido, la transformación del argumento del interrogado en una versión absurda y la alteración de las secuencias de la comunicación. Un interrogatorio es la teatralización de un linchamiento moral a un sujeto con la intención de intimidarlo y dominarlo.
Recuerdo todavía a alguno de mis interrogadores franquistas. Principalmente a Rafael Núñez Ispa, un asturiano que preguntaba expresando un catálogo de sentimientos hostiles que terminaban siempre en una explosión de ruidos y furias. Los tonos duros, los gritos, las miradas ejecutoras, los insultos, los puñetazos en la mesa, las aproximaciones físicas que presagiaban los golpes, las entradas y salidas de la sala de otros policías que rompían los ritmos, las secuencias amables que trataban de bajar las defensas psicológicas, que terminaban bruscamente regresando a la multiplicación de la presión. Núñez Ispa, como casi todos los policías de esa época, era inculto y zafio. Recuerdo que me preguntaba si me gustaba España. Cuando le respondía que esa España no, decía gritando y dando golpes en la mesa “Pues vete a Rusia”.
Recuerdo a los jefes que siempre entraban en los interrogatorios como Conrado Delso, Gelabert, Saturnino Yagüe y otros. También de González Pacheco “Billy el Niño”, que llevó mis interrogatorios en diciembre de 1970 y enero de 1971. Este era menos primitivo y algo más sofisticado que sus colegas, que acompañaban sus limitadas mentes de estéticas cutres que tan bien reflejan las pelis de cine negro francés de la época. A veces pensaba que los “sociales” que me interrogaban eran en realidad gánsters salidos del puerto de Marsella y que terminaría apareciendo Alain Delon o Jean Paul Belmondo para librarme de ellos.
La llegada de la democracia hizo desaparecer de nuestras vidas el fantasma de las detenciones y de los interrogatorios. Mi generación transitó hacia posiciones acomodadas en las empresas, las profesiones, el estado múltiple y la política. Para nosotros se hicieron invisibles los interrogatorios que se efectuaban en estos años triunfales sobre los sufridos activistas de los movimientos sociales defensivos que aparecen en el final de los años ochenta: antimilitaristas, objetores de conciencia, pacifistas, okupas y otros. Esta es otra generación. El mundo que vivíamos representaba la fusión de los antiguos interrogadores, reconvertidos a la sacra constitución, y los ex-interrogados, ubicados en posiciones de poder en todos los niveles sociales.
Recuerdo la frase que me repitieron varios de mis interrogadores, entre ellos Yagüe “Tú eres una mierda, eres un pringado que te estás jugando la vida aquí mientras tus jefes están en el extranjero viviendo muy bien. Yo soy policía con este régimen y lo seré con el que venga, incluso si viene el comunismo, yo seré también policía”. En 1986 recuerdo que uno de mis interrogadores que me llegó a pegar físicamente, fue ascendido a un puesto relevante de la policía. Eran tiempos de mayoría absoluta del PSOE, en los que mis antiguos compañeros exopositores definían esa situación como “la profundización de la democracia”. Este acontecimiento me produjo un trauma interno, paliado por mi ascenso social.
Tres décadas después la sociedad se ha modificado intensamente. El aspecto más importante es el desplazamiento de millones de personas, antiguos obreros o empleados, hacia posiciones marginales exteriores al mercado de trabajo. La precarización laboral combinada con la debilitación de los dispositivos estatales de protección social, genera múltiples malestares y conflictos sociales. Estos suceden aislados unos de otros, sin acumular sus fuerzas. Las instituciones políticas y sindicales no registran este terremoto social y siguen funcionando como si nada importante sucediera, polarizadas en el tráfico de decimales, desde el que se imaginan misteriosas sendas en cuyo final se encuentran tierras fértiles. Las personas procedentes de la oposición, ahora acomodadas, procesan esos malestares y conflictos sólo en términos de posibles beneficios electorales. Así se genera un inquietante vacío social, intelectual y cultural que coexiste con la regresión social y sus temores.
La única estructura que registra este conflicto derivado de la reestructuración general del capitalismo global son los medios. Los periódicos influyentes se han depurado y sirven a los grandes interesas económicos, con algunas excepciones en su interior, menguando su pluralismo. Los contingentes de periodistas progresistas son desplazados y concentrados en la izquierda digital. Esta cobija en su interior a diferentes proyectos y columnistas múltiples que producen textos para audiencias minoritarias, ilustradas o sensibilizadas ante los efectos del macrocambio global. El espacio de la izquierda digital se fusiona con las redes sociales. Pero de este conjunto resulta un conjunto altamente segmentado en el que cada proyecto comunica con un sector de público, con débiles vínculos transversales entre los mismos.
Las televisiones representan las audiencias mayoritarias. Estas sí han registrado el gran conflicto derivado de tan intensa reestructuración económica y social. Así, se han multiplicado los géneros televisivos en los que se hacen presentes los tertulianos que recrean en ese espacio mediático la simulación de este terremoto social. En el espacio político-televisivo predominan los portavoces de los grandes intereses económicos e institucionales, que aparecen con diferentes disfraces. Los perdedores de este proceso terminan compareciendo de forma fantasmática, de modo que se apela a ellos en términos de compasión, pero nunca en su condición de ciudadanos portadores de potencialidades. Así, ante la ausencia de vigor de los portavoces de la izquierda institucional, comparecen una serie de voces que los apelan y defienden más allá del territorio de los decimales de la política económica.
Una de las dimensiones esenciales de la reestructuración en curso es el disciplinamiento severo de los sectores sociales que son degradados. En este contexto retornan los interrogatorios, ahora mediáticos. Distintas televisiones o tertulianos, reinventan los interrogatorios en esa ficción mediática en la que los ciudadanos son invocados como un espectro que sólo puede ser representado por alguna imagen fragmentada o la alusión desde el habla de los tertulianos. Cuando inevitablemente han comparecido personas externas al sistema político, que alzan su voz en defensa de los intereses de los degradados, se produce un torrente de gritos, descalificaciones, insultos y presiones que convergen en los primeros interrogatorios, que ahora se realizan en el espacio público, amparados en la constitución y en los directores de los programas.
En los últimos tiempos he presenciado distintos interrogatorios insólitos por su intensidad y virulencia. En la cadena 13 o la antigua Intereconomía, se prodigan los interrogatorios en estado puro. Algunos tertulianos, que supuestamente representan a la parte izquierda del fantasmal espectro político, son interrumpidos, insultados, descalificados y sometidos a un interrogatorio por parte de varios interrogadores concertados. Me impresiona la ausencia de energía de los interrogados, que se corresponde con el que desarrollan en las instituciones políticas. Me pregunto cuál es el móvil de su exposición a tal tipo de humillaciones ¿es por interés personal de comparecer en el espacio público? ¿o porque piensan que es posible defender sus posiciones políticas en los interrogatorios? ¿o por los dispendios económicos? ¿acaso por amistad con sus interrogadores? ¿ o existen razones psicológicas sadomasoquistas?
Los interrogatorios se extienden a las cadenas generales y las llamadas progresistas. Marhuenda tiene licencia para ejercer la superioridad sobre los demás saltándose las normas y los turnos, pero abre el camino a los tertulianos más intransigentes y que escenifican sentimientos y discursos de odio. Me impresionan muchos de ellos, pero Isabel San Sebastián se configura como un estereotipo del rencor y la intransigencia. Pero los verdaderamente duros son Alfonso Rojo y Eduardo Inda. Ambos practican el interrogatorio puro, de modo que su presencia en la tertulia desvía sus sentidos.
Es imposible conversar o discutir en estos términos. Establecen un territorio sagrado de contenidos que nadie puede cuestionar; mantienen tonos que desbordan cualquier norma; expresan nítidamente su ausencia de interés por llegar a un acuerdo; descalifican a quienes consideran como portavoces del mal. Es patética su apelación a la constitución y la democracia en el curso de un interrogatorio, en el que el condenado trata de defenderse y es interrumpido y conminado por preguntas repetidas en un tono que escapa lo tolerable. Rojo es un interrogador de manual, pero Inda combina su intolerancia con una mente simple que me recuerda a los policías de mi juventud. Dice cosas a quienes proponen una solución diferente para los deshauciados o los inmigrantes como “pues entonces los metes en tu casa”. En el último estadio de esta reestructuración los portavoces de la derecha política como Miguel Herrero , Paco Ordóñez o Miguel Roca, abogados dotados de inteligencia y capacidad de argumentación, son sustituidos por gentes procedentes del futbol y de los programas del corazón, de los que Inda es el antecedente. El siguiente será Roncero u otro del chiringuito futbolero acompañado de María Patiño u otra interrogadora experimentada.
No es de extrañar que, frente a la ausencia de energía y la indefensión de los portavoces mediáticos de eso que se llama izquierda, mucha gente haya votado a aquellos que como Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero, se defienden con dignidad, energía y lucidez frente a la furia de los señores mediáticos, no dejándose avasallar. Mi interpretación acerca de la situación actual es que se está restaurando un nuevo autoritarismo que rescata algunos de los elementos del viejo franquismo. Pero jamás habría imaginado que uno de ellos era el interrogatorio o que el fútbol iba a devenir en el modelo central de afiliación y laboratorio político y social. Además de todo soy del Barça ¡qué miedo¡
sábado, 31 de mayo de 2014
domingo, 25 de mayo de 2014
LA DEMOCRACIA "SIN"
Jesús Ibáñez aportó esta idea, constatando la analogía entre los productos “sin” y la tendencia que se impone en el proceso político, en el que la democracia se reconfigura mediante la declinación del pluralismo y la deliberación, de modo que termina reproduciéndose mediante la reducción de su demo a mínimos. Las empresas, los grupos de interés y los media intervienen construyendo un campo de lo posible y lo decible, en el que imperan los grandes intereses y se recorta la reflexión, la discusión pública y la participación. Así se produce un sistema político en el que se elige a los representantes, pero en el que el proceso de formación de la voluntad política se encuentra drásticamente acotado y blindado. Así se garantiza el “cero demos garantizado”.
Para algunas personas como yo mismo, el proceso de deterioro de la democracia es constante y parece no conocer límites. En el final de los años ochenta estaba contratado como sociólogo por el INSALUD en Cantabria, en un momento en el que comenzaban las reformas sanitarias. Muchas personas nos encontrábamos involucradas en un proceso de apertura a la recepción de ideas, la indagación y la reflexión acerca del futuro del sistema sanitario, aunque mi memoria me puede traicionar, en el sentido de que una invariante de España es el alineamiento disciplinado y celebrativo con respecto a las nuevas ideas. Aquí el juego radica en alinearse en la categoría de “adheridos tempranos”, que proporciona beneficios tangibles frente a los penalizados “adheridos tardíos”.
En la campaña electoral de 1986, todos los técnicos que trabajábamos en las instituciones de salud, fuimos convocados por el PSOE, que en ese tiempo detentaba una mayoría aplastante. Era un acto sectorial sobre sanidad, en el que se iban a explicar las perspectivas y los dilemas de las nacientes políticas sanitarias, definidas por sus ambigüedades y sus posibles cursos de desarrollo, en los que cabían distintas opciones. Se afirmaba que este era un acto nuevo, que pretendía ser informativo y abierto a las preguntas y los interrogantes.
En el salón de actos estábamos presentes unas cincuenta personas. Todos médicos, enfermeras, técnicos, personal de direcciones y de programas específicos, así como algunos sindicalistas. El local tenía una capacidad mayor, de modo que nos encontrábamos dispersos en varios grupos intercalados con espacios vacíos. Después de unos minutos de espera apareció el staff del candidato acompañado de un equipo de televisión. Cuando constató nuestra dispersión nos pidió que nos concentrásemos en el centro. Después apareció el candidato con su escolta de expertos. Nos saludó amablemente y nos pidió disculpas por lo apretado de su agenda. Después habló durante diez minutos, en los que repitió los eslóganes y los “gritos de rigor” en tono enérgico. Entre tanto, los operadores de la tele se movían tomando imágenes desde varias perspectivas para alimentar su producto. Por último nos animó desempolvando el mito de la senda, que activan todos los poderes. En este caso, aludió a que nos encontrábamos en el umbral del camino del cielo de la salud, garantizado por la naciente atención primaria y los hospitales reconstituidos por tan providencial reforma.
Terminó prodigando apretones de manos, algún abrazo y gestos amistosos, que eran grabados por sus técnicos mediáticos. Veinte minutos después todo había terminado y nos encontramos con nuestras dudas y reflexiones congeladas. Claro que en Santander es posible resarcirse inmediatamente tomando contacto con cualquiera de los puntos de la línea del mar. Por la noche descubrimos que fuimos transformados en material para el flujo mediático. En las informaciones de la campaña de las televisiones aparecíamos agrupados, al estilo de la película posterior de “los chicos del coro”. La información que transmitió la tele fue una prodigiosa reconversión de la realidad que se había producido ante nuestros sentidos.
Casi treinta años después las campañas electorales han confirmado e intensificado los rasgos de mi experiencia del 86. Se trata de un estado de excepción comunicativo en el que se intensifican las comunicaciones de los partidos con sus bases. Para ello se preparan unos programas generales, que hacen abstracción de las actuaciones pasadas y de las cuestiones que se consideran negativas. Pero el sentido de los programas es confrontarlos con los rivales en una puja infantil ante unas bases adheridas por encima de cualquier duda. La incondicionalidad es la divisa de los movilizados en la comunicación de los partidos. En estas condiciones, el programa es vaciado de contenido, en tanto que la adhesión se hace a la totalidad del mismo, sin discriminar entre los contenidos y en estado de vigilancia frente a las maniobras de los competidores.
Después, los expertos en comunicación política transforman el programa en un conjunto de gritos de rigor, eslóganes, imágenes, tics, gestos, evocaciones, escenificaciones, promesas y significaciones, que van a prodigarse por tierra, mar y aire en todos los tiempos del día y la noche. Sobre esta pasta imaginaria se funda la actividad de las maquinarias partidarias, dirigida a mantener la cohesión de los adheridos incondicionales mediante los actos y mítines, así como las terminales mediáticas, que repiten los eslóganes y capturan errores o imágenes de los rivales, para ser convertidos en comentario crítico que alimenta a las bases electorales.
La simbiosis entre los actos partidarios con incondicionales y el flujo mediático es absoluta. Los expertos en comunicación que pilotan la campaña capturan imágenes para el mismo, de modo que los mítines se escenifican de modo similar al 86. Siempre detrás de los líderes aparecen jóvenes que aplauden los eslóganes y las apelaciones críticas a los rivales. Los contactos entre los líderes y la gente son un encuentro ante las cámaras en el que no es posible la conversación. Asimismo, la concentración de actores entre los cabezas de lista hace que el resto de los candidatos quede neutralizado en tareas de apoyo pasivo. Así se amontona un material humano desechado en la batalla comunicativa entre cabezas de candidatura, que tiene lugar principalmente en la videoesfera.
Las campañas electorales se encuentran modeladas por los supuestos y la operatoria de las instituciones de la empresa como el marketing y la publicidad. De este modo la reflexión y la discusión quedan desplazadas irremediablemente. También el destinatario de la comunicación, considerado como un cliente, que es un sujeto cuya sociabilidad se reduce a compartir pautas de consumo con un segmento de personas. De este modo, la democracia es imposible, sólo puede producirse mediante la reducción o pérdida de algunos ingredientes esenciales. Esta es la democracia “sin” en todo su apogeo, que minimiza su demos para mantener su imagen exterior. Este proceso penaliza severamente a quienes quieran introducir cambios sustanciales o a los intereses sociales de múltiples sectores infrarrepresentados. Por cierto, estos juegos no los desarrollan sólo los dos partidos dominantes, sino todos los que aspiran a equiparase a los mismos. Todos, en este escenario no hay espacio para otro juego.
En estas condiciones una persona como yo experimenta su finitud. Desde hace muchos años digo públicamente en la clase que no es posible conversar con un candidato de cualquier partido. Los que no estamos adheridos incondicionalmente a cualquiera de ellos nos encontramos en un limbo político en el que es imposible influir. La mayoría adherida acentúa su desinteligencia en la campaña al movilizarse psicológica y emocionalmente. Así, hablar de corrupción es adquirir el estatuto de lo que llaman “submarino”, es decir, agente del enemigo que viene a erosionar. La homogeneidad es absoluta en este extraño medio en el que predominan los sentimientos y la inteligencia se encuentra desterrada. La consecuencia principal es la configuración de un nuevo fanatismo de formas amables, pero que convierte la reflexión en un imposible. En este estado cognitivo neutralizado reina la redundancia, el tópico y la mentira.
El proceso de formación de la voluntad política no es libre, ni plural, ni deliberativa y se encuentra constreñido por los intereses sociales mayoritarios, asociados a los partidos y las maquinarias mediáticas. Puedo votar, puedo aplaudir, puedo prestarme a participar en los flujos mediáticos de modo similar a como lo hice involuntaria e inocentemente en el 86. Pero no puedo hablar, proponer, conversar, acceder o discutir. Estoy en el limbo de los marginados sospechosos de inmersión. En una campaña electoral así sólo puedo ser espectador de la confrontación de fuerzas sobre las que no puedo ejercer ningún control.
En las elecciones europeas hoy, junto a los partidos del juego a dos y los aspirantes de que se amplíe a más gobernantes-comensales, se encuentran varias opciones nuevas que aspiran a introducir los intereses no representados en tan distantes y cerradas instituciones de gobierno. Estas mantienen el mismo discurso y formato que los grandes en lo fundamental, en tanto que emanan de la realidad mediática. La excepción es la red ciudadana partido X, cuya acción se orienta a reconstituir un tejido social en torno a la deliberación y las decisiones políticas. En este sentido se trata de un embrión del mejor futuro posible. Porque no existe una comunidad electoral libre, en tanto que ha sido intervenida por las instituciones de la empresa y de la sociedad mediática, reconfigurándola como una masa de personas aisladas que comparten el estatuto de espectadores que son movilizados mediante la gestión de sus emociones. Es la democracia “sin”.
Para algunas personas como yo mismo, el proceso de deterioro de la democracia es constante y parece no conocer límites. En el final de los años ochenta estaba contratado como sociólogo por el INSALUD en Cantabria, en un momento en el que comenzaban las reformas sanitarias. Muchas personas nos encontrábamos involucradas en un proceso de apertura a la recepción de ideas, la indagación y la reflexión acerca del futuro del sistema sanitario, aunque mi memoria me puede traicionar, en el sentido de que una invariante de España es el alineamiento disciplinado y celebrativo con respecto a las nuevas ideas. Aquí el juego radica en alinearse en la categoría de “adheridos tempranos”, que proporciona beneficios tangibles frente a los penalizados “adheridos tardíos”.
En la campaña electoral de 1986, todos los técnicos que trabajábamos en las instituciones de salud, fuimos convocados por el PSOE, que en ese tiempo detentaba una mayoría aplastante. Era un acto sectorial sobre sanidad, en el que se iban a explicar las perspectivas y los dilemas de las nacientes políticas sanitarias, definidas por sus ambigüedades y sus posibles cursos de desarrollo, en los que cabían distintas opciones. Se afirmaba que este era un acto nuevo, que pretendía ser informativo y abierto a las preguntas y los interrogantes.
En el salón de actos estábamos presentes unas cincuenta personas. Todos médicos, enfermeras, técnicos, personal de direcciones y de programas específicos, así como algunos sindicalistas. El local tenía una capacidad mayor, de modo que nos encontrábamos dispersos en varios grupos intercalados con espacios vacíos. Después de unos minutos de espera apareció el staff del candidato acompañado de un equipo de televisión. Cuando constató nuestra dispersión nos pidió que nos concentrásemos en el centro. Después apareció el candidato con su escolta de expertos. Nos saludó amablemente y nos pidió disculpas por lo apretado de su agenda. Después habló durante diez minutos, en los que repitió los eslóganes y los “gritos de rigor” en tono enérgico. Entre tanto, los operadores de la tele se movían tomando imágenes desde varias perspectivas para alimentar su producto. Por último nos animó desempolvando el mito de la senda, que activan todos los poderes. En este caso, aludió a que nos encontrábamos en el umbral del camino del cielo de la salud, garantizado por la naciente atención primaria y los hospitales reconstituidos por tan providencial reforma.
Terminó prodigando apretones de manos, algún abrazo y gestos amistosos, que eran grabados por sus técnicos mediáticos. Veinte minutos después todo había terminado y nos encontramos con nuestras dudas y reflexiones congeladas. Claro que en Santander es posible resarcirse inmediatamente tomando contacto con cualquiera de los puntos de la línea del mar. Por la noche descubrimos que fuimos transformados en material para el flujo mediático. En las informaciones de la campaña de las televisiones aparecíamos agrupados, al estilo de la película posterior de “los chicos del coro”. La información que transmitió la tele fue una prodigiosa reconversión de la realidad que se había producido ante nuestros sentidos.
Casi treinta años después las campañas electorales han confirmado e intensificado los rasgos de mi experiencia del 86. Se trata de un estado de excepción comunicativo en el que se intensifican las comunicaciones de los partidos con sus bases. Para ello se preparan unos programas generales, que hacen abstracción de las actuaciones pasadas y de las cuestiones que se consideran negativas. Pero el sentido de los programas es confrontarlos con los rivales en una puja infantil ante unas bases adheridas por encima de cualquier duda. La incondicionalidad es la divisa de los movilizados en la comunicación de los partidos. En estas condiciones, el programa es vaciado de contenido, en tanto que la adhesión se hace a la totalidad del mismo, sin discriminar entre los contenidos y en estado de vigilancia frente a las maniobras de los competidores.
Después, los expertos en comunicación política transforman el programa en un conjunto de gritos de rigor, eslóganes, imágenes, tics, gestos, evocaciones, escenificaciones, promesas y significaciones, que van a prodigarse por tierra, mar y aire en todos los tiempos del día y la noche. Sobre esta pasta imaginaria se funda la actividad de las maquinarias partidarias, dirigida a mantener la cohesión de los adheridos incondicionales mediante los actos y mítines, así como las terminales mediáticas, que repiten los eslóganes y capturan errores o imágenes de los rivales, para ser convertidos en comentario crítico que alimenta a las bases electorales.
La simbiosis entre los actos partidarios con incondicionales y el flujo mediático es absoluta. Los expertos en comunicación que pilotan la campaña capturan imágenes para el mismo, de modo que los mítines se escenifican de modo similar al 86. Siempre detrás de los líderes aparecen jóvenes que aplauden los eslóganes y las apelaciones críticas a los rivales. Los contactos entre los líderes y la gente son un encuentro ante las cámaras en el que no es posible la conversación. Asimismo, la concentración de actores entre los cabezas de lista hace que el resto de los candidatos quede neutralizado en tareas de apoyo pasivo. Así se amontona un material humano desechado en la batalla comunicativa entre cabezas de candidatura, que tiene lugar principalmente en la videoesfera.
Las campañas electorales se encuentran modeladas por los supuestos y la operatoria de las instituciones de la empresa como el marketing y la publicidad. De este modo la reflexión y la discusión quedan desplazadas irremediablemente. También el destinatario de la comunicación, considerado como un cliente, que es un sujeto cuya sociabilidad se reduce a compartir pautas de consumo con un segmento de personas. De este modo, la democracia es imposible, sólo puede producirse mediante la reducción o pérdida de algunos ingredientes esenciales. Esta es la democracia “sin” en todo su apogeo, que minimiza su demos para mantener su imagen exterior. Este proceso penaliza severamente a quienes quieran introducir cambios sustanciales o a los intereses sociales de múltiples sectores infrarrepresentados. Por cierto, estos juegos no los desarrollan sólo los dos partidos dominantes, sino todos los que aspiran a equiparase a los mismos. Todos, en este escenario no hay espacio para otro juego.
En estas condiciones una persona como yo experimenta su finitud. Desde hace muchos años digo públicamente en la clase que no es posible conversar con un candidato de cualquier partido. Los que no estamos adheridos incondicionalmente a cualquiera de ellos nos encontramos en un limbo político en el que es imposible influir. La mayoría adherida acentúa su desinteligencia en la campaña al movilizarse psicológica y emocionalmente. Así, hablar de corrupción es adquirir el estatuto de lo que llaman “submarino”, es decir, agente del enemigo que viene a erosionar. La homogeneidad es absoluta en este extraño medio en el que predominan los sentimientos y la inteligencia se encuentra desterrada. La consecuencia principal es la configuración de un nuevo fanatismo de formas amables, pero que convierte la reflexión en un imposible. En este estado cognitivo neutralizado reina la redundancia, el tópico y la mentira.
El proceso de formación de la voluntad política no es libre, ni plural, ni deliberativa y se encuentra constreñido por los intereses sociales mayoritarios, asociados a los partidos y las maquinarias mediáticas. Puedo votar, puedo aplaudir, puedo prestarme a participar en los flujos mediáticos de modo similar a como lo hice involuntaria e inocentemente en el 86. Pero no puedo hablar, proponer, conversar, acceder o discutir. Estoy en el limbo de los marginados sospechosos de inmersión. En una campaña electoral así sólo puedo ser espectador de la confrontación de fuerzas sobre las que no puedo ejercer ningún control.
En las elecciones europeas hoy, junto a los partidos del juego a dos y los aspirantes de que se amplíe a más gobernantes-comensales, se encuentran varias opciones nuevas que aspiran a introducir los intereses no representados en tan distantes y cerradas instituciones de gobierno. Estas mantienen el mismo discurso y formato que los grandes en lo fundamental, en tanto que emanan de la realidad mediática. La excepción es la red ciudadana partido X, cuya acción se orienta a reconstituir un tejido social en torno a la deliberación y las decisiones políticas. En este sentido se trata de un embrión del mejor futuro posible. Porque no existe una comunidad electoral libre, en tanto que ha sido intervenida por las instituciones de la empresa y de la sociedad mediática, reconfigurándola como una masa de personas aisladas que comparten el estatuto de espectadores que son movilizados mediante la gestión de sus emociones. Es la democracia “sin”.
jueves, 22 de mayo de 2014
LAS FICCIONES DE LOS JOSUÉS
En estos días me encuentro asediado por ruidos de fondo que remiten a la memoria de mi infancia. Entonces se trataba de voces recias y músicas vigorosas en las que los tambores desempeñaban un relevante papel. La vida ordinaria se encontraba en su tangente. Ahora se escuchan voces y músicas en distintos tonos, que en ocasiones son amables, en los que predominan los seductores formatos comerciales. También en la tangente de la cotidianeidad.
No puedo evitar recordar la película de Roberto Benigni “La vida es bella”, en la que la dura realidad es traducida a otra historia fantástica para iluminar los ojos de un niño cargado de ingenuidad: Josué. Este recuerdo se asocia a otro ocurrido hace algunos veranos, en el que se modificó drásticamente el guión de la historia colectiva en detrimento de los Josués. Ahora los mismos protagonistas retornan con otras narrativas para emular a los afectados mediante sus ficciones renovadas.
Paso dos videos muy ilustrativos de esta historia de transformación narrativa. Que cada cual haga su lectura. Por mi parte, lo más relevante es que los malotes que dan las instrucciones son tres (troika) y que los “ganadores” desfilan en fila india, como los desempleados y precarizados de hoy, en vísperas de su victoria y cuando la vida ordinaria retorne sin ruidos de fondo al estado semiológico habitual. Y los Josués a su lugar de rotación y de espectadores integrales.
No puedo evitar recordar la película de Roberto Benigni “La vida es bella”, en la que la dura realidad es traducida a otra historia fantástica para iluminar los ojos de un niño cargado de ingenuidad: Josué. Este recuerdo se asocia a otro ocurrido hace algunos veranos, en el que se modificó drásticamente el guión de la historia colectiva en detrimento de los Josués. Ahora los mismos protagonistas retornan con otras narrativas para emular a los afectados mediante sus ficciones renovadas.
Paso dos videos muy ilustrativos de esta historia de transformación narrativa. Que cada cual haga su lectura. Por mi parte, lo más relevante es que los malotes que dan las instrucciones son tres (troika) y que los “ganadores” desfilan en fila india, como los desempleados y precarizados de hoy, en vísperas de su victoria y cuando la vida ordinaria retorne sin ruidos de fondo al estado semiológico habitual. Y los Josués a su lugar de rotación y de espectadores integrales.
domingo, 18 de mayo de 2014
CARLOS
Carlos fue el primer estudiante de medicina que se matriculó en la asignatura de sociología de la salud, dando vida a la fantasmática libre configuración, cuyos sentidos iniciales han sido invertidos. Lo conocí el curso anterior. Una mañana apareció en la clase de sociología de los movimientos sociales y me pidió que le dejara convocar a las jornadas sobre salud y cárcel que había organizado IFMSA Granada. Me causó buena impresión su inteligencia, así como la fuerza con la que comunicaba nacida de sus convicciones y de su vivencia en medios adversos. Pero lo más importante fue su modo de dirigirse a mí. No se comportaba como un sujeto que había interiorizado su posición subordinada en este sistema, sino una persona que se encontraba viviendo mediante la realización de proyectos activos. Eso es poco frecuente en la universidad.
El curso de Carlos fue fantástico. Junto a él se habían matriculado otros tres estudiantes de medicina, que concurrieron con varios alumnos críticos procedentes de programas de intercambio, así como dos educadores sociales de Sevilla, plenos de sentido en relación a sus estudios, así como algunos estudiantes locales contaminados por la energía irradiada por los recién llegados. Así se conformó un grupo muy vigoroso, que promovió varias iniciativas que proporcionaron a la clase una vida inusitada en los tiempos en la que el juego en la universidad es lograr las mejores calificaciones posibles con el esfuerzo mínimo requerido y la iniciativa congelada.
Carlos y José Daniel, otro de los estudiantes de medicina, promovieron una sesión sobre salud y cárcel, en la que trabajaron en grupos pequeños con los estudiantes; otra, a la que me avisaron por correo electrónico dos horas antes, en el que presentaron el video de Teresa Forcades sobre la gripe A y en la que invitaron a médicos ejercientes, terminando en una discusión viva; también un video de una intervención de Juan Gérvas en Asturias y alguna más. Los educadores sociales organizaron una sesión sobre exclusión social y salud basada en una intervención en Sevilla.
La presencia de Carlos en la clase fue muy intensa desde el primer momento. Siempre intervenía en las clases. Entre nosotros hubo una relación de respeto y reconocimiento mutuo. Pero siempre intuí que no se encontraba cómodo en una clase en la que yo tenía el monopolio fáctico de la palabra. Lo supimos llevar bien. En la última clase antes de navidad, a la que asistieron pocos estudiantes y el contenido fue sobre participación, me envió señales que interpreté en términos de querer trascender la rígida relación profesor-alumno. En el final del curso entregó un trabajo lleno de sentido, una entrevista magnífica que había realizado a un médico general. Le puse la nota máxima.
El año siguiente me invitó a impartir una charla en el centro social 15 gatxs en el que se encontraba muy involucrado. Fue un domingo de invierno a las cuatro de la tarde, una hora intempestiva para un profe de mi edad. Recuerdo que me enseñó el centro y me contó las actividades. Después de la charla tenían una sesión de cine. Asistió muchísima gente, muchos universitarios Se hizo en un garaje en el que hacía un frio aterrador, que contrastaba con la calidez del ambiente y el contenido, el mito de la participación política. Nunca me he sentido tan reconocido como en aquél medio, que pretende abrir un camino hacia otro mundo diferente del congelado de las instituciones académicas, tan blindadas de la realidad
Después volví a verlo en las jornadas de Farmacritix. También acompañando a una alumna de medicina, Lucía, que se matriculó en la asignatura. Esta asistió a las clases, participaba en las mismas y también me hacía llegar inequívocamente su insatisfacción por el régimen imperante del monopolio de la palabra. Era un prodigio, como Carlos, de saber estar en un medio adverso que le relegaba. Tomó iniciativas tales como pasar un buen vídeo sobre medicalización. En junio no entregó nada lo cual me inquietó. En septiembre, al salir del examen estaba en la puerta de la clase. Me saludó cordialmente y me dijo que había aprendido algunas cosas en la asignatura pero que no se iba a presentar a las pruebas. Así confirmó en que ella era persona autónoma, que no delegaba en nadie su aprendizaje, sobreponiéndose a las tecnoburocracias académicas que deciden sobre los contenidos de los supuestos aprendizajes. Lucía, también la he vuelto a ver en alguna ocasión. Siempre un encuentro tan agradable y evocador para mí, que entiendo como una señal del futuro que se hace presente en mi vida.
Pero el mejor encuentro con Carlos fue en una de las asambleas del 15m en la plaza del Carmen. Al verme sonrió y me dijo con un tono cómplice pero paternalista, “me alegro de verte por aquí”. El 15M fue un medio social en el que personas como él pudieron proponer y hacer cosas llenas de sentido sin esperar al futuro. En esos tiempos Carmen estaba muy malita con su primera quimio. Por las noches le contaba las asambleas, las historias de la plaza y la emergencia de los personajes esplendorosos, desplazados por las instituciones y que comparecían allí mostrando su energía y sus potencialidades.
Más tarde escuché que había tenido problemas, pues había hecho las prácticas de medicina en la cárcel, desbordando el guión servil de “alumno agradecido, incoloro e inodoro en prácticas”, para ejercer como médico en un medio en el que la salud se resignifica, asociándose a fatalmente a otros factores no biológicos. Los pacientes y sus problemas son inseparables de su situación. Carlos se enfrentaba al medio más desigual que se pueda imaginar, con una población, la efectivamente penalizada, que resulta de varios procesos acumulados de exclusión. Cuando alguien me comentó sus problemas, no tenía dudas de que sabría estar en su sitio con todas sus consecuencias. También me han contado de sus erasmus, en Grecia, lugar en el que es necesaria la presencia de médicos como él.
La última noticia fue su detención en la última huelga general. Fue procesado y la petición era de tres años de cárcel, lo que ha suscitado un movimiento de solidaridad. Por fin ha sido absuelto, evitando su ingreso como preso en el medio que siempre suscitó su atención. Su biografía ilustra los procesos de deterioro del sistema político, de las instituciones y de la sociedad, en el que la penalización expansiva comparece como la última fase del estado salido de la transición, generando un presente que me gusta definir como “el fin de esa historia”.
Carlos es una persona demasiado grande para insertarse en el mundo sórdido resultante de los procesos de cambio operados en España desde los años ochenta. Representa a una generación que ha descubierto el gran secreto de la democracia española, que radica en que, en ausencia de un proyecto sólido y viable, los antaño opositores a la dictadura que estábamos allí en los primeros años, nos hemos integrado en las instituciones procedentes del franquismo, ocupando altas posiciones y reproduciendo el modelo institucional avalado con nuestra renuncia al cambio. Nos hemos acolchado frente a esta realidad elaborando narrativas sectoriales “progresistas”que nos protegen de la realidad. Este mundo de las instituciones vacías, grises y autoritarias muestra ahora su faz cuando se descomponen los maquillajes.
En ese mundo falso y vaciado, construído desde el amparo de las narrativas sectoriales de progreso, no cabe Carlos ni ninguno de los miembros de las nuevas generaciones que quiera incluirse activamente y modificarlas. De ahí la aparición de una disidencia, todavía muda, que salió el 15m y comparece en distintos acontecimientos. Estos contingentes generacionales, los que no caben, no pueden ser seducidos por la narrativa progresista hueca de la constitución providencial y sus variantes sectoriales. No están incluidos y vivencian las instituciones desde su auténtica dimensión autoritaria e inclusión menguada. Contemplar el espectáculo de las tribus universitarias o médicas definidas por su pavoroso silencio ante las involuciones presentes, centrados en la puja por los beneficios inmediatos para cada segmento es más que elocuente.
La generación de Carlos, la del 15m, rechaza la inserción en estas instituciones sórdidas, que los incluyen tras una larga y penosa etapa en la que tienen que esforzarse por generar méritos acumulables, competir ardorosamente con sus iguales, al tiempo que tienen que demostrar su docilidad y su ceguera ante el mundo que vivimos. Tienen que hacer del callar un arte, que repetir los gritos de rigor cargados del cinismo con que los pronunciamos los que estábamos allí en los ochenta, lo que nos ha reportado situaciones profesionales solventes en un medio inerte en relación a la inteligencia y a la vida. Los congresos son los acontecimientos en los que la desinteligencia y el cinismo se coaligan para conformar sinergias asombrosas.
No, Carlos y los miembros de su generación no son de los nuestros ni pueden serlo. Por eso no pueden renunciar a vivir, a ser y a hacer. Su biografía lo ilustra. No ha esperado al futuro programado por las instituciones y se ha enfrentado a las personas que más necesitan de la asistencia médica. La universidad le puede enseñar cosas instrumentales pero lo principal lo lleva inscrito en su persona. Por eso su única alternativa es constituir un mundo habitable para ellos, que desde luego, no puede resultar de la reforma de las actuales instituciones de las sociedades del crecimiento de las cosas.
He tenido mucha suerte en cruzarme con él. Lo entiendo como esos héroes del futuro que viajan hacia el pasado de las películas mitológicas de “terminator”. Estoy seguro de que las gentes que se encuentren en su camino serán beneficiarias de su capacidad de crear otros mundos, porque de eso se trata. Sólo puedo hacerle un reproche importante. Este es que me genera una insana envidia pensar en los pacientes que se encuentren con él. Estos experimentarán que un médico verdadero es algo más que la formación y que las cosas fundamentales están por encima de lo que se puede enseñar. Carlos, la esperanza.
Carlos con Carmen procesados por su participación en la huelga general.
RECTIFICACIÓN: Carlos y Carmen han sido condenados a tres años de prisión, no absueltos como por error se afirma en este post. Pido disculpas y mantengo el texto con esta rectificación.
El curso de Carlos fue fantástico. Junto a él se habían matriculado otros tres estudiantes de medicina, que concurrieron con varios alumnos críticos procedentes de programas de intercambio, así como dos educadores sociales de Sevilla, plenos de sentido en relación a sus estudios, así como algunos estudiantes locales contaminados por la energía irradiada por los recién llegados. Así se conformó un grupo muy vigoroso, que promovió varias iniciativas que proporcionaron a la clase una vida inusitada en los tiempos en la que el juego en la universidad es lograr las mejores calificaciones posibles con el esfuerzo mínimo requerido y la iniciativa congelada.
Carlos y José Daniel, otro de los estudiantes de medicina, promovieron una sesión sobre salud y cárcel, en la que trabajaron en grupos pequeños con los estudiantes; otra, a la que me avisaron por correo electrónico dos horas antes, en el que presentaron el video de Teresa Forcades sobre la gripe A y en la que invitaron a médicos ejercientes, terminando en una discusión viva; también un video de una intervención de Juan Gérvas en Asturias y alguna más. Los educadores sociales organizaron una sesión sobre exclusión social y salud basada en una intervención en Sevilla.
La presencia de Carlos en la clase fue muy intensa desde el primer momento. Siempre intervenía en las clases. Entre nosotros hubo una relación de respeto y reconocimiento mutuo. Pero siempre intuí que no se encontraba cómodo en una clase en la que yo tenía el monopolio fáctico de la palabra. Lo supimos llevar bien. En la última clase antes de navidad, a la que asistieron pocos estudiantes y el contenido fue sobre participación, me envió señales que interpreté en términos de querer trascender la rígida relación profesor-alumno. En el final del curso entregó un trabajo lleno de sentido, una entrevista magnífica que había realizado a un médico general. Le puse la nota máxima.
El año siguiente me invitó a impartir una charla en el centro social 15 gatxs en el que se encontraba muy involucrado. Fue un domingo de invierno a las cuatro de la tarde, una hora intempestiva para un profe de mi edad. Recuerdo que me enseñó el centro y me contó las actividades. Después de la charla tenían una sesión de cine. Asistió muchísima gente, muchos universitarios Se hizo en un garaje en el que hacía un frio aterrador, que contrastaba con la calidez del ambiente y el contenido, el mito de la participación política. Nunca me he sentido tan reconocido como en aquél medio, que pretende abrir un camino hacia otro mundo diferente del congelado de las instituciones académicas, tan blindadas de la realidad
Después volví a verlo en las jornadas de Farmacritix. También acompañando a una alumna de medicina, Lucía, que se matriculó en la asignatura. Esta asistió a las clases, participaba en las mismas y también me hacía llegar inequívocamente su insatisfacción por el régimen imperante del monopolio de la palabra. Era un prodigio, como Carlos, de saber estar en un medio adverso que le relegaba. Tomó iniciativas tales como pasar un buen vídeo sobre medicalización. En junio no entregó nada lo cual me inquietó. En septiembre, al salir del examen estaba en la puerta de la clase. Me saludó cordialmente y me dijo que había aprendido algunas cosas en la asignatura pero que no se iba a presentar a las pruebas. Así confirmó en que ella era persona autónoma, que no delegaba en nadie su aprendizaje, sobreponiéndose a las tecnoburocracias académicas que deciden sobre los contenidos de los supuestos aprendizajes. Lucía, también la he vuelto a ver en alguna ocasión. Siempre un encuentro tan agradable y evocador para mí, que entiendo como una señal del futuro que se hace presente en mi vida.
Pero el mejor encuentro con Carlos fue en una de las asambleas del 15m en la plaza del Carmen. Al verme sonrió y me dijo con un tono cómplice pero paternalista, “me alegro de verte por aquí”. El 15M fue un medio social en el que personas como él pudieron proponer y hacer cosas llenas de sentido sin esperar al futuro. En esos tiempos Carmen estaba muy malita con su primera quimio. Por las noches le contaba las asambleas, las historias de la plaza y la emergencia de los personajes esplendorosos, desplazados por las instituciones y que comparecían allí mostrando su energía y sus potencialidades.
Más tarde escuché que había tenido problemas, pues había hecho las prácticas de medicina en la cárcel, desbordando el guión servil de “alumno agradecido, incoloro e inodoro en prácticas”, para ejercer como médico en un medio en el que la salud se resignifica, asociándose a fatalmente a otros factores no biológicos. Los pacientes y sus problemas son inseparables de su situación. Carlos se enfrentaba al medio más desigual que se pueda imaginar, con una población, la efectivamente penalizada, que resulta de varios procesos acumulados de exclusión. Cuando alguien me comentó sus problemas, no tenía dudas de que sabría estar en su sitio con todas sus consecuencias. También me han contado de sus erasmus, en Grecia, lugar en el que es necesaria la presencia de médicos como él.
La última noticia fue su detención en la última huelga general. Fue procesado y la petición era de tres años de cárcel, lo que ha suscitado un movimiento de solidaridad. Por fin ha sido absuelto, evitando su ingreso como preso en el medio que siempre suscitó su atención. Su biografía ilustra los procesos de deterioro del sistema político, de las instituciones y de la sociedad, en el que la penalización expansiva comparece como la última fase del estado salido de la transición, generando un presente que me gusta definir como “el fin de esa historia”.
Carlos es una persona demasiado grande para insertarse en el mundo sórdido resultante de los procesos de cambio operados en España desde los años ochenta. Representa a una generación que ha descubierto el gran secreto de la democracia española, que radica en que, en ausencia de un proyecto sólido y viable, los antaño opositores a la dictadura que estábamos allí en los primeros años, nos hemos integrado en las instituciones procedentes del franquismo, ocupando altas posiciones y reproduciendo el modelo institucional avalado con nuestra renuncia al cambio. Nos hemos acolchado frente a esta realidad elaborando narrativas sectoriales “progresistas”que nos protegen de la realidad. Este mundo de las instituciones vacías, grises y autoritarias muestra ahora su faz cuando se descomponen los maquillajes.
En ese mundo falso y vaciado, construído desde el amparo de las narrativas sectoriales de progreso, no cabe Carlos ni ninguno de los miembros de las nuevas generaciones que quiera incluirse activamente y modificarlas. De ahí la aparición de una disidencia, todavía muda, que salió el 15m y comparece en distintos acontecimientos. Estos contingentes generacionales, los que no caben, no pueden ser seducidos por la narrativa progresista hueca de la constitución providencial y sus variantes sectoriales. No están incluidos y vivencian las instituciones desde su auténtica dimensión autoritaria e inclusión menguada. Contemplar el espectáculo de las tribus universitarias o médicas definidas por su pavoroso silencio ante las involuciones presentes, centrados en la puja por los beneficios inmediatos para cada segmento es más que elocuente.
La generación de Carlos, la del 15m, rechaza la inserción en estas instituciones sórdidas, que los incluyen tras una larga y penosa etapa en la que tienen que esforzarse por generar méritos acumulables, competir ardorosamente con sus iguales, al tiempo que tienen que demostrar su docilidad y su ceguera ante el mundo que vivimos. Tienen que hacer del callar un arte, que repetir los gritos de rigor cargados del cinismo con que los pronunciamos los que estábamos allí en los ochenta, lo que nos ha reportado situaciones profesionales solventes en un medio inerte en relación a la inteligencia y a la vida. Los congresos son los acontecimientos en los que la desinteligencia y el cinismo se coaligan para conformar sinergias asombrosas.
No, Carlos y los miembros de su generación no son de los nuestros ni pueden serlo. Por eso no pueden renunciar a vivir, a ser y a hacer. Su biografía lo ilustra. No ha esperado al futuro programado por las instituciones y se ha enfrentado a las personas que más necesitan de la asistencia médica. La universidad le puede enseñar cosas instrumentales pero lo principal lo lleva inscrito en su persona. Por eso su única alternativa es constituir un mundo habitable para ellos, que desde luego, no puede resultar de la reforma de las actuales instituciones de las sociedades del crecimiento de las cosas.
He tenido mucha suerte en cruzarme con él. Lo entiendo como esos héroes del futuro que viajan hacia el pasado de las películas mitológicas de “terminator”. Estoy seguro de que las gentes que se encuentren en su camino serán beneficiarias de su capacidad de crear otros mundos, porque de eso se trata. Sólo puedo hacerle un reproche importante. Este es que me genera una insana envidia pensar en los pacientes que se encuentren con él. Estos experimentarán que un médico verdadero es algo más que la formación y que las cosas fundamentales están por encima de lo que se puede enseñar. Carlos, la esperanza.
Carlos con Carmen procesados por su participación en la huelga general.
RECTIFICACIÓN: Carlos y Carmen han sido condenados a tres años de prisión, no absueltos como por error se afirma en este post. Pido disculpas y mantengo el texto con esta rectificación.
domingo, 11 de mayo de 2014
LA FIEBRE DEL ORO INMATERIAL
En tiempos anteriores, grandes contingentes de personas se desplazaron en busca de oro por tierras desconocidas. Constituyeron un sistema de señales que se activaba cuando en algún lugar aparecía un indicio que anunciaba la posibilidad de materializar tan maravillosa quimera. Pero lo que animaba a aquella comunidad de buscadores es el vínculo social derivado del sueño del éxito en esta aventura. Esta fuerza que impulsa a una gran cantidad de personas a la búsqueda fue denominada como la “fiebre del oro”. Fue una gran llamada capaz de generar flujos considerables de energía humana.
En el presente se configura una comunidad errante que posee alguna analogía con los antaño buscadores de oro. Se trata de flujos de personas que transitan por las rutas del espacio-mundo universitario en busca de un bien, ahora inmaterial, que los ubique en la comunidad tecnológica y científica. La llamada de la ciencia, la tecnología y las empresas punteras es recibida por los contingentes de universitarios que buscan su cualificación para llegar a disponer de ese oro inmaterial que se encuentra en la formación ofrecida por una red de instituciones concentradas en los archipiélagos del conocimiento del espacio-mundo. A pesar de la diferencia entre el oro material y la cualificación inmaterial, las metáforas que animan estas diásporas remiten a buscar debajo de la superficie. La mina es el articulador simbólico, que se expresa en conceptos tales como “yacimientos”, “nichos” u otros similares.
La educación superior se encuentra en un proceso de drástica reforma que incluye múltiples dimensiones. Pero una de las fundamentales es la movilidad de los estudiantes. La reforma implica la creación de un espacio-mundo universitario que se especifica en la emergencia de un mercado trasnacional de productos académicos y de investigación. Este proceso se encuentra en sus comienzos aunque avanza rápidamente. En los últimos años se inicia un proceso de valorización de los productos para su diferenciación y jerarquización. Del mismo modo se procede en la creación del conocimiento y de la investigación. Una formidable red de agencias se constituye para estructurar este próspero mercado de consumidores de credenciales.
Por las pasarelas que enlazan ese sistema global naciente, transitan grandes contingentes de estudiantes en su largo viaje en la búsqueda del santo grial del éxito en la inserción. Cada institución del camino, los transforma en un conjunto de datos para obtener el valor relativo de la institución en el mercado global. Los viajeros acopian información para optar a los siguientes destinos en sus trayectorias. De este modo, la relación entre la institución y sus eventuales clientes, se encuentra limitada a ser una etapa en una secuencia de pasos por el naciente laberinto universitario global.
Así, la relación entre los esforzados aspirantes a brainworkers de primer nivel y los centros donde se encuentran provisionalmente anclados, es sincrónica, pero su expediente-pasaporte, que registra sus méritos y el capital académico que ha acumulado, son rigurosamente diacrónicos. De este modo se produce un corte entre los estudiantes arraigados, cuyo destino es el mercado de trabajo local o regional donde se encuentran enraizados, y cuya experiencia de movilidad es limitada a una estancia erasmus, y aquellos que aspiran a la élite profesional, que exige la movilidad por el espacio- mundo académico. Los primeros están destinados a múltiples y sofisticadas formas de subempleo.
Así se generan intercambios múltiples entre los centros y una comunidad que se amontona en el final de los primeros ciclos en ausencia de inserción laboral. El destino de este contingente es seguir los cursos de posgrado que programe la institución académica local. Pero un segmento de los estudiantes que concluyen los estudios de primer nivel, deciden partir hacia tierras desconocidas en un viaje que los cualifique y acredite como candidatos al acceso al mundo de la investigación y de la empresa, siempre ubicado en el más allá de lo local, regional y nacional.
De este modo cristaliza una extraña comunidad circulante de seres solitarios que transitan entre programas locales, donde hacen vínculos provisionales con otros viajeros, que se deshacen al concluir el programa que los ha relacionado. En las siguientes etapas es probable que vuelvan a concurrir en otra estación de paso. En esa comunidad, al igual que los antiguos buscadores de oro, se intercambian informaciones y experiencias, alimentando las expectativas mitológicas de acerca de la existencia de una tierra prometida en el final de su viaje. Esta es la esencia de la nueva fiebre del oro inmaterial que se encuentra compuesta de leyendas, narraciones, imágenes y otros materiales referidos a los héroes que han alcanzado esa tierra de promisión.
Esta extraña comunidad de buscadores de cualificaciones inmateriales está definida por la desigualdad entre sus miembros. Una parte de los mismos, son financiados por sus familias, que disponen de recursos para avalar tan incierto viaje. Pero una parte considerable de los viajeros tiene que compartir sus destinos académicos con trabajos extremadamente duros en los servicios no cualificados, la hostelería principalmente. Así algunos alternan tiempos intensivos de trabajos con tiempos de dedicación exclusiva a la obtención del capital académico. La subsistencia se financia con una economía chapucera de becas, ayudas y trabajos informales.
Como en todos los viajes, los peligros terminan haciéndose presentes. La población flotante corre el riesgo de ser explotada como fuerza de trabajo barato para tareas de investigación que no reconocidas ni pagadas. Así, un conjunto de ayudas y becas son revertidas en su significado como trabajo de formación, para ser convertidas en el objeto de un proletariado intelectual de apoyo a los proyectos de investigación. Por poner un ejemplo, cualquier estudiante alemán de ciencias sociales en nivel de postgrado corre el riesgo de ser convertido en traductor al servicio de un feudo docente-investigador. También en los ciclos de máster es altamente probable que sean utilizados por los señores locales como productores de tareas de apoyo a proyectos que ellos mismos ignoran, bajo la apariencia de “prácticas”.
El entorno de los centros académicos que conforma esta red global, se transforma mediante la multiplicación de alojamientos, bares, restaurantes, negocios de ocio y otras empresas que abastecen a los viajeros, que, en la medida en que van descubriendo la dilatada temporalidad de su viaje, incrementan sus prácticas de vivir el presente con intensidad, acumulando praxis de vivir. Así se conforman ambientes sociales y vitales densos, que renuevan sus usuarios después de cada período académico, pero que sus atributos son heredados y recreados por los recién allegados. Las economías locales son beneficiarias de este esplendor.
Soy un testigo de estos tránsitos y desde mi esquema personal, me duele contemplar la deriva personal de muchos de ellos. Dotados de un talento considerable, viajan por el laberinto de pasarelas determinados por los recursos económicos de sus familias. Los más pudientes van y vienen por la jungla de lo que con anterioridad eran los terceros ciclos, ahora reconvertidos en másters. Pero los que disponen de menos recursos tienen que aprender lo que me gusta denominar como la suma fatal. Es preciso sumar todas las migajas de las ayudas y los trabajos para sobrevivir. En cada posada del camino tienen que repostar para dirigirse a otro destino como ejército de reserva del trabajo cognitivo global. La precariedad y los infratrabajos es la perspectiva de la gran mayoría de estos sucesores de la fiebre del oro
Hace unos días compareció una querida exalumna mía. Cursó las tres asignaturas que impartía en la ya extinta licenciatura de sociología. Sus trabajos escritos expresaban un talento extraordinario. También su forma de estar en el mundo académico. Siempre existió una tensión entre nosotros porque ella utilizaba también sus propias fuentes, pujando por mantener los límites de su autonomía personal. Entre nosotros siempre se produjo una relación especial, que por mi parte era el reconocimiento de su inteligencia, su autonomía y su misma persona. Compartía sus estudios con trabajos no cualificados que consumían mucho tiempo y esfuerzo, dispersando sus energías intelectivas.
Su último destino en ese viaje por el circuito global, fue el trabajo intensivo en tiempo y esfuerzo, pero mal remunerado de servir copas por las noches en paraísos turísticos de cartón-piedra. Ahora quiere retomar algún vínculo con la sociología en este extraño mundo de los viajes en busca del oro inmaterial, pero no tiene recursos económicos que avalen ese trayecto. Me conmueve un caso de desigualdad tan patente como este. Por eso he escrito este texto en apoyo a las muchas personas que como ella se encuentran sobradas de talento pero menguadas de recursos. Por el contrario conozco a muchos que se encuentran en los límites de la estulticia pero disponen de recursos económicos para comprar las credenciales de largo viaje, transitando entre las mejores estaciones. Las desigualdades se reproducen y se recomponen, también en la era de la fiebre del oro inmaterial, que anima el novísimo capitalismo académico.
En el presente se configura una comunidad errante que posee alguna analogía con los antaño buscadores de oro. Se trata de flujos de personas que transitan por las rutas del espacio-mundo universitario en busca de un bien, ahora inmaterial, que los ubique en la comunidad tecnológica y científica. La llamada de la ciencia, la tecnología y las empresas punteras es recibida por los contingentes de universitarios que buscan su cualificación para llegar a disponer de ese oro inmaterial que se encuentra en la formación ofrecida por una red de instituciones concentradas en los archipiélagos del conocimiento del espacio-mundo. A pesar de la diferencia entre el oro material y la cualificación inmaterial, las metáforas que animan estas diásporas remiten a buscar debajo de la superficie. La mina es el articulador simbólico, que se expresa en conceptos tales como “yacimientos”, “nichos” u otros similares.
La educación superior se encuentra en un proceso de drástica reforma que incluye múltiples dimensiones. Pero una de las fundamentales es la movilidad de los estudiantes. La reforma implica la creación de un espacio-mundo universitario que se especifica en la emergencia de un mercado trasnacional de productos académicos y de investigación. Este proceso se encuentra en sus comienzos aunque avanza rápidamente. En los últimos años se inicia un proceso de valorización de los productos para su diferenciación y jerarquización. Del mismo modo se procede en la creación del conocimiento y de la investigación. Una formidable red de agencias se constituye para estructurar este próspero mercado de consumidores de credenciales.
Por las pasarelas que enlazan ese sistema global naciente, transitan grandes contingentes de estudiantes en su largo viaje en la búsqueda del santo grial del éxito en la inserción. Cada institución del camino, los transforma en un conjunto de datos para obtener el valor relativo de la institución en el mercado global. Los viajeros acopian información para optar a los siguientes destinos en sus trayectorias. De este modo, la relación entre la institución y sus eventuales clientes, se encuentra limitada a ser una etapa en una secuencia de pasos por el naciente laberinto universitario global.
Así, la relación entre los esforzados aspirantes a brainworkers de primer nivel y los centros donde se encuentran provisionalmente anclados, es sincrónica, pero su expediente-pasaporte, que registra sus méritos y el capital académico que ha acumulado, son rigurosamente diacrónicos. De este modo se produce un corte entre los estudiantes arraigados, cuyo destino es el mercado de trabajo local o regional donde se encuentran enraizados, y cuya experiencia de movilidad es limitada a una estancia erasmus, y aquellos que aspiran a la élite profesional, que exige la movilidad por el espacio- mundo académico. Los primeros están destinados a múltiples y sofisticadas formas de subempleo.
Así se generan intercambios múltiples entre los centros y una comunidad que se amontona en el final de los primeros ciclos en ausencia de inserción laboral. El destino de este contingente es seguir los cursos de posgrado que programe la institución académica local. Pero un segmento de los estudiantes que concluyen los estudios de primer nivel, deciden partir hacia tierras desconocidas en un viaje que los cualifique y acredite como candidatos al acceso al mundo de la investigación y de la empresa, siempre ubicado en el más allá de lo local, regional y nacional.
De este modo cristaliza una extraña comunidad circulante de seres solitarios que transitan entre programas locales, donde hacen vínculos provisionales con otros viajeros, que se deshacen al concluir el programa que los ha relacionado. En las siguientes etapas es probable que vuelvan a concurrir en otra estación de paso. En esa comunidad, al igual que los antiguos buscadores de oro, se intercambian informaciones y experiencias, alimentando las expectativas mitológicas de acerca de la existencia de una tierra prometida en el final de su viaje. Esta es la esencia de la nueva fiebre del oro inmaterial que se encuentra compuesta de leyendas, narraciones, imágenes y otros materiales referidos a los héroes que han alcanzado esa tierra de promisión.
Esta extraña comunidad de buscadores de cualificaciones inmateriales está definida por la desigualdad entre sus miembros. Una parte de los mismos, son financiados por sus familias, que disponen de recursos para avalar tan incierto viaje. Pero una parte considerable de los viajeros tiene que compartir sus destinos académicos con trabajos extremadamente duros en los servicios no cualificados, la hostelería principalmente. Así algunos alternan tiempos intensivos de trabajos con tiempos de dedicación exclusiva a la obtención del capital académico. La subsistencia se financia con una economía chapucera de becas, ayudas y trabajos informales.
Como en todos los viajes, los peligros terminan haciéndose presentes. La población flotante corre el riesgo de ser explotada como fuerza de trabajo barato para tareas de investigación que no reconocidas ni pagadas. Así, un conjunto de ayudas y becas son revertidas en su significado como trabajo de formación, para ser convertidas en el objeto de un proletariado intelectual de apoyo a los proyectos de investigación. Por poner un ejemplo, cualquier estudiante alemán de ciencias sociales en nivel de postgrado corre el riesgo de ser convertido en traductor al servicio de un feudo docente-investigador. También en los ciclos de máster es altamente probable que sean utilizados por los señores locales como productores de tareas de apoyo a proyectos que ellos mismos ignoran, bajo la apariencia de “prácticas”.
El entorno de los centros académicos que conforma esta red global, se transforma mediante la multiplicación de alojamientos, bares, restaurantes, negocios de ocio y otras empresas que abastecen a los viajeros, que, en la medida en que van descubriendo la dilatada temporalidad de su viaje, incrementan sus prácticas de vivir el presente con intensidad, acumulando praxis de vivir. Así se conforman ambientes sociales y vitales densos, que renuevan sus usuarios después de cada período académico, pero que sus atributos son heredados y recreados por los recién allegados. Las economías locales son beneficiarias de este esplendor.
Soy un testigo de estos tránsitos y desde mi esquema personal, me duele contemplar la deriva personal de muchos de ellos. Dotados de un talento considerable, viajan por el laberinto de pasarelas determinados por los recursos económicos de sus familias. Los más pudientes van y vienen por la jungla de lo que con anterioridad eran los terceros ciclos, ahora reconvertidos en másters. Pero los que disponen de menos recursos tienen que aprender lo que me gusta denominar como la suma fatal. Es preciso sumar todas las migajas de las ayudas y los trabajos para sobrevivir. En cada posada del camino tienen que repostar para dirigirse a otro destino como ejército de reserva del trabajo cognitivo global. La precariedad y los infratrabajos es la perspectiva de la gran mayoría de estos sucesores de la fiebre del oro
Hace unos días compareció una querida exalumna mía. Cursó las tres asignaturas que impartía en la ya extinta licenciatura de sociología. Sus trabajos escritos expresaban un talento extraordinario. También su forma de estar en el mundo académico. Siempre existió una tensión entre nosotros porque ella utilizaba también sus propias fuentes, pujando por mantener los límites de su autonomía personal. Entre nosotros siempre se produjo una relación especial, que por mi parte era el reconocimiento de su inteligencia, su autonomía y su misma persona. Compartía sus estudios con trabajos no cualificados que consumían mucho tiempo y esfuerzo, dispersando sus energías intelectivas.
Su último destino en ese viaje por el circuito global, fue el trabajo intensivo en tiempo y esfuerzo, pero mal remunerado de servir copas por las noches en paraísos turísticos de cartón-piedra. Ahora quiere retomar algún vínculo con la sociología en este extraño mundo de los viajes en busca del oro inmaterial, pero no tiene recursos económicos que avalen ese trayecto. Me conmueve un caso de desigualdad tan patente como este. Por eso he escrito este texto en apoyo a las muchas personas que como ella se encuentran sobradas de talento pero menguadas de recursos. Por el contrario conozco a muchos que se encuentran en los límites de la estulticia pero disponen de recursos económicos para comprar las credenciales de largo viaje, transitando entre las mejores estaciones. Las desigualdades se reproducen y se recomponen, también en la era de la fiebre del oro inmaterial, que anima el novísimo capitalismo académico.
lunes, 5 de mayo de 2014
CIEN: LA GRAN ADICCIÓN
Esta es la entrada número cien de estos tránsitos intrusos. Desde el hegemónico sistema métrico decimal su importancia es incuestionable. Por esta razón voy a aprovechar este cien para presentar una cuestión que, siendo visible, no es entendida desde los mapas cognitivos vigentes. Maffesoli utiliza un concepto que puede ilustrarlo: el de centralidad subterránea. Se trata del automóvil, un objeto que es entendido desde la sociedad oficial como un medio de transporte, pero que en la realidad trasciende esta definición, para conformarse como un fenómeno social que desempeña una centralidad manifiesta en las vidas individuales y también en la social.
Una inteligencia tan perspicaz como la de Ronald Barthes, entiende el automóvil en su libro “Mitologías”, desde una perspectiva que va mucho más allá del transporte “Creo que el automóvil hoy es el equivalente bastante exacto de las grandes catedrales góticas. Quiero decir una gran creación de la época concebida apasionadamente por artistas desconocidos, consumida en su imagen, si no en su uso, por todo un pueblo que en ella se apropia de un objeto perfectamente mágico”.
La segunda revolución tecnológica, desarrollada en el final del siglo XIX, significa un salto técnico que genera una nueva industria y el primer consumo de masas. Uno de sus logros más novedosos es la fabricación en serie de máquinas de uso final e individual. La máquina de coser, la de escribir, la bicicleta y otras abren el camino, ya en el siglo XX, al automóvil. La industria automovilística, en sus distintas etapas, representa el devenir de la sociedad industrial. Los nuevos conceptos industriales y las instituciones de las sociedades de consumo tienen su origen en la misma. Los nombres de Ford o Sloan evocan a las invenciones conceptuales que nacen en la Ford o la General Motors y se extienden a todo el sistema productivo. La motorización de masas, antes de la segunda guerra en Estados Unidos, y después de la misma en Europa, para extenderse a escala planetaria, representa uno de los fenómenos más importantes de las nuevas sociedades contemporáneas.
Esta es una máquina de uso individual que sintetiza todas las contradicciones de la civilización industrial. Representa la movilidad y la relación de dominio del espacio y del tiempo. Su generalización es entendida como un símbolo del progreso. Representa una parte esencial de las pasiones colectivas que se apropian de este objeto para ubicarlo en un lugar privilegiado en sus vidas. Pero esta pasión colectiva, que lo convierte en el sector industrial más importante, tiene como contrapartida unos efectos negativos que se hacen patentes y que han alimentado distintos discursos críticos.
Sus ventajas plausibles se desvanecen por los efectos derivados de su uso generalizado. El atasco general; la contaminación desbocada y múltiple; el coste de la gasolina, de las averías, las multas y los aparcamientos; los accidentes; los conflictos derivados del debilitamiento operativo de las normas, así como la remodelación de todos los espacios, creando el círculo vicioso de la dependencia del automóvil, que implica la emigración a un espacio en el que se atenúen los deterioros producidos por el mismo, pero que sólo se puede acceder mediante el coche.
Pero tras la pasión generalizada por el automóvil se encuentran sus verdaderas significaciones y utilidades. No es un medio más de transporte, destinado al desplazamiento, sino un objeto que tiene la virtud de liberar lo privado de lo estático, al constituirse como un espacio privado y móvil. La concurrencia de estos dos atributos implica para los automovilistas una desactivación provisional de los sistemas sociales cotidianos, así como de las coacciones sociales que se encuentran ancladas en espacios inmóviles. De este modo la movilidad es la posibilidad de fuga eventual de los espacios públicos llenos de coacciones y normas, constituyendo una realidad transitoria en donde los sistemas sociales no se encuentran presentes: la cabina. En su interior se instaura una autonomía imaginaria que proporciona una situación de alivio. La cabina es un mundo individual en el que gobierna el conductor.
En este espacio cerrado y protegido del exterior, donde las normas se encuentran inoperantes y reina la veleidad subjetiva del conductor, se experimentan dos elementos recombinados: el dominio de una máquina mecánica que obedece a las decisiones individuales y la sensación estimulante debido al deslizamiento por el espacio y al efecto de la velocidad. Estas sensaciones gratificantes, que Edgar Morin unifica y denomina como “la novia mecánica”, constituyen los argumentos bajo los que se produce la expansión del culto al automóvil.
El automóvil es un estado de excepción en una vida cotidiana reglamentada y planificada. Es un momento de distanciamiento de las microsociedades en las que un sujeto se encuentra inserto. Es una experiencia de desanclaje, de errancia sobre el espacio, de una ruptura imaginaria con los sistemas sociales, de maximización del yo, así como de la vivencia de una relación con el mundo exterior a la cabina, que se desliza detrás de los cristales. Así se experimenta lo social desde una perspectiva radicalmente subjetiva e individual.
La experiencia de la conducción es la única posibilidad de autonomía que tienen muchas personas que son víctimas de los múltiples trabajos monótonos, así como de los ocios rutinarios y mecanizados. La vida gris de los hogares, cada vez con menor espacio disponible, así como del trabajo y de las actividades de lo que se denomina como tiempo libre, definidas por su pasividad, son compensadas por el carácter activo del encierro en la cabina, vivido como una fuga hacia una autonomía ficcional, pero que es una verdadera experiencia activa en relación con la monotonía y la pasividad de otros ámbitos de la vida. En congruencia con esta afirmación no es de extrañar que el automóvil alcance su apoteosis en las sociedades del sur, en el que muchas de sus gentes sólo disponen de ese pequeño espacio privado para compensar las condiciones adversas de sus vidas.
El automóvil es una posibilidad de fuga, un territorio cotidiano sin control, una experiencia individual y un estado de éxtasis menor. Todos estos argumentos convergen en su naturaleza de un verdadero narcótico que compensa los malestares cotidianos de las sociedades del progreso industrial. De este modo el automóvil encarna las aspiraciones sociales a la autonomía individual y la libertad en una marcha sin restricciones. Es el momento en el que muchas personas “se sienten libres”. También es un elemento considerable de igualación social. Una persona de nivel social bajo puede poseer una máquina mecánica, mediante la que se siente provisionalmente un señor. En otros ámbitos de la vida esto no es posible.
Si se acepta el argumento que se presenta hasta aquí, el automóvil representa la máxima tensión entre lo individual y lo social. Las ventajas individuales tienen como reverso la destrucción de los espacios; del medio ambiente; del civismo convencional; de la decadencia de las iglesias, las organizaciones de masas y de la izquierda; de la reconfiguración de la vecindad y lo local. También de la constitución de un nuevo tipo de ciudadanía rigurosamente individual. Así se erosionan severamente las instituciones colectivas. Su generalización ha degradado los espacios públicos, las ciudades, las instituciones políticas, los movimientos de protesta, y los estados de opinión. Es el dispositivo más importante de constitución de una individuación asocial. Su expansión representa el mayor éxito histórico del capitalismo. Junto con el teléfono móvil representa el nacimiento de un nuevo sujeto y una nueva sociabilidad.
Los comportamientos de los sujetos motorizados no son bien comprendidas por las tecnocracias imperantes en la época, desde su interpretación como un medio de transporte. He asistido a perplejidades múltiples ante las oposiciones de los denominados ciudadanos, ahora motorizados a la creación de espacios peatonalizados. No se entendía que ese pequeño espacio era la posibilidad de una súbita y provisional fuga del prosaico mundo del trabajo y del ocio dirigido.
Tantos años después de la era del automóvil comienza a abrirse camino un fenómeno de signo inverso. Es la emergente expansión de la bicicleta. En otro momento lo analizaré. Pero no están totalmente alienados aquellos automovilistas resistentes a los discursos de racionalización de los usos para la mejora de la movilidad. Porque el automóvil es otra cosa. En mi opinión, lo único factible que se ofrece en esta civilización. Un espacio privado y móvil para huir en una realidad en la que las instituciones y los sistemas sociales están ausentes.
Comparto las obsesiones de un director de cine de culto para mí, Wim Wenders. Algunas de sus películas son verdaderos monumentos que muestran a la civilización del automóvil, que remodela drásticamente lo público. En especial “París Texas” y “ Alicia en las ciudades”. No podré evitar volver a esas pelis. El automóvil es una gran adicción. De ahí que los adictos nunca renuncien ante políticas restrictivas. Esta es una de las grandes cuestiones del último siglo que se evidencia ante nuestros ojos en todas las partes, pero que no se encuentra articulada en términos de discurso. Como muchas de las cosas importantes. Se trata de una adicción casi inevitable.
Una inteligencia tan perspicaz como la de Ronald Barthes, entiende el automóvil en su libro “Mitologías”, desde una perspectiva que va mucho más allá del transporte “Creo que el automóvil hoy es el equivalente bastante exacto de las grandes catedrales góticas. Quiero decir una gran creación de la época concebida apasionadamente por artistas desconocidos, consumida en su imagen, si no en su uso, por todo un pueblo que en ella se apropia de un objeto perfectamente mágico”.
La segunda revolución tecnológica, desarrollada en el final del siglo XIX, significa un salto técnico que genera una nueva industria y el primer consumo de masas. Uno de sus logros más novedosos es la fabricación en serie de máquinas de uso final e individual. La máquina de coser, la de escribir, la bicicleta y otras abren el camino, ya en el siglo XX, al automóvil. La industria automovilística, en sus distintas etapas, representa el devenir de la sociedad industrial. Los nuevos conceptos industriales y las instituciones de las sociedades de consumo tienen su origen en la misma. Los nombres de Ford o Sloan evocan a las invenciones conceptuales que nacen en la Ford o la General Motors y se extienden a todo el sistema productivo. La motorización de masas, antes de la segunda guerra en Estados Unidos, y después de la misma en Europa, para extenderse a escala planetaria, representa uno de los fenómenos más importantes de las nuevas sociedades contemporáneas.
Esta es una máquina de uso individual que sintetiza todas las contradicciones de la civilización industrial. Representa la movilidad y la relación de dominio del espacio y del tiempo. Su generalización es entendida como un símbolo del progreso. Representa una parte esencial de las pasiones colectivas que se apropian de este objeto para ubicarlo en un lugar privilegiado en sus vidas. Pero esta pasión colectiva, que lo convierte en el sector industrial más importante, tiene como contrapartida unos efectos negativos que se hacen patentes y que han alimentado distintos discursos críticos.
Sus ventajas plausibles se desvanecen por los efectos derivados de su uso generalizado. El atasco general; la contaminación desbocada y múltiple; el coste de la gasolina, de las averías, las multas y los aparcamientos; los accidentes; los conflictos derivados del debilitamiento operativo de las normas, así como la remodelación de todos los espacios, creando el círculo vicioso de la dependencia del automóvil, que implica la emigración a un espacio en el que se atenúen los deterioros producidos por el mismo, pero que sólo se puede acceder mediante el coche.
Pero tras la pasión generalizada por el automóvil se encuentran sus verdaderas significaciones y utilidades. No es un medio más de transporte, destinado al desplazamiento, sino un objeto que tiene la virtud de liberar lo privado de lo estático, al constituirse como un espacio privado y móvil. La concurrencia de estos dos atributos implica para los automovilistas una desactivación provisional de los sistemas sociales cotidianos, así como de las coacciones sociales que se encuentran ancladas en espacios inmóviles. De este modo la movilidad es la posibilidad de fuga eventual de los espacios públicos llenos de coacciones y normas, constituyendo una realidad transitoria en donde los sistemas sociales no se encuentran presentes: la cabina. En su interior se instaura una autonomía imaginaria que proporciona una situación de alivio. La cabina es un mundo individual en el que gobierna el conductor.
En este espacio cerrado y protegido del exterior, donde las normas se encuentran inoperantes y reina la veleidad subjetiva del conductor, se experimentan dos elementos recombinados: el dominio de una máquina mecánica que obedece a las decisiones individuales y la sensación estimulante debido al deslizamiento por el espacio y al efecto de la velocidad. Estas sensaciones gratificantes, que Edgar Morin unifica y denomina como “la novia mecánica”, constituyen los argumentos bajo los que se produce la expansión del culto al automóvil.
El automóvil es un estado de excepción en una vida cotidiana reglamentada y planificada. Es un momento de distanciamiento de las microsociedades en las que un sujeto se encuentra inserto. Es una experiencia de desanclaje, de errancia sobre el espacio, de una ruptura imaginaria con los sistemas sociales, de maximización del yo, así como de la vivencia de una relación con el mundo exterior a la cabina, que se desliza detrás de los cristales. Así se experimenta lo social desde una perspectiva radicalmente subjetiva e individual.
La experiencia de la conducción es la única posibilidad de autonomía que tienen muchas personas que son víctimas de los múltiples trabajos monótonos, así como de los ocios rutinarios y mecanizados. La vida gris de los hogares, cada vez con menor espacio disponible, así como del trabajo y de las actividades de lo que se denomina como tiempo libre, definidas por su pasividad, son compensadas por el carácter activo del encierro en la cabina, vivido como una fuga hacia una autonomía ficcional, pero que es una verdadera experiencia activa en relación con la monotonía y la pasividad de otros ámbitos de la vida. En congruencia con esta afirmación no es de extrañar que el automóvil alcance su apoteosis en las sociedades del sur, en el que muchas de sus gentes sólo disponen de ese pequeño espacio privado para compensar las condiciones adversas de sus vidas.
El automóvil es una posibilidad de fuga, un territorio cotidiano sin control, una experiencia individual y un estado de éxtasis menor. Todos estos argumentos convergen en su naturaleza de un verdadero narcótico que compensa los malestares cotidianos de las sociedades del progreso industrial. De este modo el automóvil encarna las aspiraciones sociales a la autonomía individual y la libertad en una marcha sin restricciones. Es el momento en el que muchas personas “se sienten libres”. También es un elemento considerable de igualación social. Una persona de nivel social bajo puede poseer una máquina mecánica, mediante la que se siente provisionalmente un señor. En otros ámbitos de la vida esto no es posible.
Si se acepta el argumento que se presenta hasta aquí, el automóvil representa la máxima tensión entre lo individual y lo social. Las ventajas individuales tienen como reverso la destrucción de los espacios; del medio ambiente; del civismo convencional; de la decadencia de las iglesias, las organizaciones de masas y de la izquierda; de la reconfiguración de la vecindad y lo local. También de la constitución de un nuevo tipo de ciudadanía rigurosamente individual. Así se erosionan severamente las instituciones colectivas. Su generalización ha degradado los espacios públicos, las ciudades, las instituciones políticas, los movimientos de protesta, y los estados de opinión. Es el dispositivo más importante de constitución de una individuación asocial. Su expansión representa el mayor éxito histórico del capitalismo. Junto con el teléfono móvil representa el nacimiento de un nuevo sujeto y una nueva sociabilidad.
Los comportamientos de los sujetos motorizados no son bien comprendidas por las tecnocracias imperantes en la época, desde su interpretación como un medio de transporte. He asistido a perplejidades múltiples ante las oposiciones de los denominados ciudadanos, ahora motorizados a la creación de espacios peatonalizados. No se entendía que ese pequeño espacio era la posibilidad de una súbita y provisional fuga del prosaico mundo del trabajo y del ocio dirigido.
Tantos años después de la era del automóvil comienza a abrirse camino un fenómeno de signo inverso. Es la emergente expansión de la bicicleta. En otro momento lo analizaré. Pero no están totalmente alienados aquellos automovilistas resistentes a los discursos de racionalización de los usos para la mejora de la movilidad. Porque el automóvil es otra cosa. En mi opinión, lo único factible que se ofrece en esta civilización. Un espacio privado y móvil para huir en una realidad en la que las instituciones y los sistemas sociales están ausentes.
Comparto las obsesiones de un director de cine de culto para mí, Wim Wenders. Algunas de sus películas son verdaderos monumentos que muestran a la civilización del automóvil, que remodela drásticamente lo público. En especial “París Texas” y “ Alicia en las ciudades”. No podré evitar volver a esas pelis. El automóvil es una gran adicción. De ahí que los adictos nunca renuncien ante políticas restrictivas. Esta es una de las grandes cuestiones del último siglo que se evidencia ante nuestros ojos en todas las partes, pero que no se encuentra articulada en términos de discurso. Como muchas de las cosas importantes. Se trata de una adicción casi inevitable.
jueves, 1 de mayo de 2014
C´EST LA VIE
Hace muchos años fui invitado por un diario local a un acto en el que me pidieron que hiciera una valoración sobre la información de dicho periódico. En mi intervención subrayé el contraste existente entre distintas informaciones, que atribuí principalmente a las propiedades del contexto a las que se referían. Así, las informaciones acerca de política local, o la laboral o de la universidad, estaban desprovistas de cualquier tensión, adquiriendo una rutina que le confería una naturaleza casi irreal. Sin embargo, en algunos casos, las informaciones eran vivas, ilustrando la tensión del acontecimiento. El ejemplo más ilustrativo era el de los conciertos. Algunas crónicas sobre los mismos eran textos llenos de energía y que transmitían imágenes y evocaciones intensas. Así, se podía enunciar la hipótesis de una transferencia del contexto al informador. Este argumento fue recibido con escaso entusiasmo, de modo que no me volvieron a invitar.
El concierto es una forma de congregación nacida de un acontecimiento que no es comprendido, aún hoy, en su verdadera dimensión, el pop de los años sesenta, que constituye un factor de cambio social y cultural de gran relevancia. Es un acto en el que se genera y se comparte una socialidad diferente a la vida ordinaria. Cuando se produce una conexión entre los músicos y el público, la energía se multiplica y se modifican los estados individuales. Un concierto es un trozo de vida supremo. En el mismo se producen fusiones inesperadas y se crean climas casi místicos para los sentidos. El concierto se inscribe en un territorio del más allá en la vida ordinaria. Las músicas estimulan las sensaciones y convergen generando verdaderos ambientes mágicos que se expresan en la transformación de las personas y la activación de los cuerpos.
Os presento un video de Bruce Springsteen , del verano de 2013 en Leipzig. Es increíble la conexión entre el público y los músicos, así como entre ellos mismos. En la primera parte, Bruce estimula el público y termina por generar una relación múltiple de intensidades insólitas. El boss recrea la mítica “You never can tell” en una versión singular. Así prueba que un concierto es un acto siempre único. No es igual ese día que el siguiente o el anterior. Se trata de un acto abierto a la improvisación y a la creatividad de los instantes en que se producen circunstancias inesperadas.
Pero mi lectura de este video privilegia la cuestión de la conexión entre generaciones. Springsteen y sus músicos envejecen de un modo admirable. El inevitable declive físico queda subordinado tanto a las energías creativas como a sus espíritus heterodoxos y vitales, que les conforman como seres situados por encima de los tiempos que determinan los estados, las burocracias, las tecnocracias y los distintos gestores de la vida. Las músicas, los ambientes y las conexiones místicas infunden energías inesperadas, que se reproducen en actos de la vida que los protegen de los efectos negativos del envejecimiento. C ´est la vie o you never can tell. Estas canciones están por encima de lo ordinario, como todo lo que nace de Chuck Berry.
Si el concierto representa la forma máxima de posibilidad de conexión, la gran crisis de la educación la configura como una forma de desconexión creciente. Por encima de las dimensiones de las políticas educativas y las controversias del presente, en la educación concurren distintos factores que contribuyen a configurarla como espacio de desconexión. Entre las generaciones; entre las inteligencias, esculpidas por la imprenta o lo audiovisual; entre los saberes; entre los mundos vividos, que producen los sentidos; entre las temporalidades; entre los media y las instituciones escolares; entre el sujeto educado disciplinado y guiado de la educación y el vibrante que vaga por las redes sociales.
Para ilustrar el estado de desconexión muestro un video en el que se presentan un conjunto de estudiantes en espera de una clase. Las imágenes hablan por sí solas. Los cuerpos, las distancias, los estados personales, la fragmentación, la pasividad, el imperio de lo obligatorio, de lo impuesto. Pero lo mejor de este video es que se recrea sobre el aula como contenedor de cuerpos. Las arquitecturas de los centros educativos muestran su naturaleza de almacenes de cuerpos en tratamiento para su reconversión en el capital humano necesario para el mercado de trabajo. En ese espacio es imposible la relación o la cooperación humana imprescindible para desarrollar las inteligencias. Me parecen horrorosos los edificios, las pasarelas y las aulas-caja. Me evocan la imagen de los camiones en los que se transporta a los animales antes de su sacrificio, para desempeñar su función productiva.
Las fábricas del conocimiento donde reina lo esperado, donde hoy es inevitablemente la reedición idéntica de ayer, donde predomina lo gris y lo burocrático, donde se domestican las inteligencias, donde impera el sinsentido, donde cada cual es medido para ser comparado con los demás en una competición eterna que es la preparación para el mañana precario. El lugar donde la fantasía y los sentidos se encuentran en estado de hibernación y la inteligencia encerrada en una jaula para que adquiera la forma esperada. En este lugar impera una casta de guardianes del conocimiento extraños a la vida y servidores de las empresas que van a tratar este capital humano.
El contraste es patente. He soñado que el boss se hacía cargo de mi clase de cambio social y yo me integraba entre sus maravillosos músicos. Pero eso es fantasía e imaginación y en donde me encuentro anclado reina el principio de realidad en su versión más sórdida. Este es el tiempo en el que se impone como evidencia que los hacinados en las aulas son recursos humanos, sólo recursos humanos y nada más que recursos humanos. Yo soy uno de sus guardianes y no tengo el derecho a imaginar o a soñar.
Los alumnos con los que me encuentro cada día, van a conciertos y a otras actividades similares. C´est la vie.
El concierto es una forma de congregación nacida de un acontecimiento que no es comprendido, aún hoy, en su verdadera dimensión, el pop de los años sesenta, que constituye un factor de cambio social y cultural de gran relevancia. Es un acto en el que se genera y se comparte una socialidad diferente a la vida ordinaria. Cuando se produce una conexión entre los músicos y el público, la energía se multiplica y se modifican los estados individuales. Un concierto es un trozo de vida supremo. En el mismo se producen fusiones inesperadas y se crean climas casi místicos para los sentidos. El concierto se inscribe en un territorio del más allá en la vida ordinaria. Las músicas estimulan las sensaciones y convergen generando verdaderos ambientes mágicos que se expresan en la transformación de las personas y la activación de los cuerpos.
Os presento un video de Bruce Springsteen , del verano de 2013 en Leipzig. Es increíble la conexión entre el público y los músicos, así como entre ellos mismos. En la primera parte, Bruce estimula el público y termina por generar una relación múltiple de intensidades insólitas. El boss recrea la mítica “You never can tell” en una versión singular. Así prueba que un concierto es un acto siempre único. No es igual ese día que el siguiente o el anterior. Se trata de un acto abierto a la improvisación y a la creatividad de los instantes en que se producen circunstancias inesperadas.
Pero mi lectura de este video privilegia la cuestión de la conexión entre generaciones. Springsteen y sus músicos envejecen de un modo admirable. El inevitable declive físico queda subordinado tanto a las energías creativas como a sus espíritus heterodoxos y vitales, que les conforman como seres situados por encima de los tiempos que determinan los estados, las burocracias, las tecnocracias y los distintos gestores de la vida. Las músicas, los ambientes y las conexiones místicas infunden energías inesperadas, que se reproducen en actos de la vida que los protegen de los efectos negativos del envejecimiento. C ´est la vie o you never can tell. Estas canciones están por encima de lo ordinario, como todo lo que nace de Chuck Berry.
Si el concierto representa la forma máxima de posibilidad de conexión, la gran crisis de la educación la configura como una forma de desconexión creciente. Por encima de las dimensiones de las políticas educativas y las controversias del presente, en la educación concurren distintos factores que contribuyen a configurarla como espacio de desconexión. Entre las generaciones; entre las inteligencias, esculpidas por la imprenta o lo audiovisual; entre los saberes; entre los mundos vividos, que producen los sentidos; entre las temporalidades; entre los media y las instituciones escolares; entre el sujeto educado disciplinado y guiado de la educación y el vibrante que vaga por las redes sociales.
Para ilustrar el estado de desconexión muestro un video en el que se presentan un conjunto de estudiantes en espera de una clase. Las imágenes hablan por sí solas. Los cuerpos, las distancias, los estados personales, la fragmentación, la pasividad, el imperio de lo obligatorio, de lo impuesto. Pero lo mejor de este video es que se recrea sobre el aula como contenedor de cuerpos. Las arquitecturas de los centros educativos muestran su naturaleza de almacenes de cuerpos en tratamiento para su reconversión en el capital humano necesario para el mercado de trabajo. En ese espacio es imposible la relación o la cooperación humana imprescindible para desarrollar las inteligencias. Me parecen horrorosos los edificios, las pasarelas y las aulas-caja. Me evocan la imagen de los camiones en los que se transporta a los animales antes de su sacrificio, para desempeñar su función productiva.
Las fábricas del conocimiento donde reina lo esperado, donde hoy es inevitablemente la reedición idéntica de ayer, donde predomina lo gris y lo burocrático, donde se domestican las inteligencias, donde impera el sinsentido, donde cada cual es medido para ser comparado con los demás en una competición eterna que es la preparación para el mañana precario. El lugar donde la fantasía y los sentidos se encuentran en estado de hibernación y la inteligencia encerrada en una jaula para que adquiera la forma esperada. En este lugar impera una casta de guardianes del conocimiento extraños a la vida y servidores de las empresas que van a tratar este capital humano.
El contraste es patente. He soñado que el boss se hacía cargo de mi clase de cambio social y yo me integraba entre sus maravillosos músicos. Pero eso es fantasía e imaginación y en donde me encuentro anclado reina el principio de realidad en su versión más sórdida. Este es el tiempo en el que se impone como evidencia que los hacinados en las aulas son recursos humanos, sólo recursos humanos y nada más que recursos humanos. Yo soy uno de sus guardianes y no tengo el derecho a imaginar o a soñar.
Los alumnos con los que me encuentro cada día, van a conciertos y a otras actividades similares. C´est la vie.