En los días de la Semana Santa en Granada varias multitudes se despliegan sobre el espacio urbano, inundando las calles y plazas con su presencia, que alterna momentos de emociones compartidas ante el espectáculo de las cofradías, con momentos de tránsitos festivos en los que se ríe, se come, se bebe, se está en el clan amistoso-familiar, reconstituido para esta ocasión, y se disfruta en las largas tardes y noches, tanto de las procesiones como en las prácticas cotidianas vividas en común en la multitud configurada sobre el lazo de la emoción compartida. Entrada la noche, las calles se despueblan lentamente, al igual que la pausada marea, en la espera del retorno de la siguiente pleamar vespertina.
Los granadinos, concentrados en años los sesenta y setenta en la ciudad histórica, que posteriormente se expande como las olas, en todas las direcciones, dando lugar a lo que las autoridades denominan como “área metropolitana”. En los grandes acontecimientos festivos acuden al centro urbano, que representa su pasado, tomando sus calles para conformar un gentío festivo insólito, en la que se conjugan temporalidades y generaciones. En los días de la semana santa, el retorno al pasado alcanza su pleno esplendor, especialmente entre el domingo y el jueves. En el viernes santo, la modernidad se hace presente, y un contingente muy importante de las huestes metropolitanas se encamina hacia la costa para pasar unos días de playa, habitando el mundo al que han arribado después de su celebrada modernización, en el que las vacaciones playeras representan su cénit.
La expansión de la ciudad hacia el exterior se realiza mediante la multiplicación de las urbanizaciones, que constituyen el emblema del sueño desarrollista, el mal gusto estético y el pésimo sentido de la forma de habitar. La quimera imperante en la población hacinada en la ciudad de los años de la larga postguerra, es el chalet privado, dotado de piscina. Este es el producto mediante el que se ha estimulado el crecimiento metropolitano. Granada se encuentra rodeada de urbanizaciones con estéticas desoladoras, que alteran el paisaje tradicional. En este próspero negocio, en el que intervienen todas las élites locales, se genera la necesidad del complemento del automóvil. Así es como se produce el espectro de la movilidad, que se resuelve mediante la producción de infraestructuras, siempre insuficientes frente a las necesidades de tan modernizados habitantes.
De este modo, se conforma una importante población encerrada en las urbanizaciones, de la que sólo salen diariamente los contingentes escolarizados y de las distintas actividades productivas. Los demás, viajan semanal o quincenalmente a los centros comerciales, donde un importante flujo de transeúntes ejerce el derecho a elegir, para abastecer adecuadamente la barbacoa familiar, donde, en el borde de la piscina, la sociabilidad familiar alcanza su esplendor, cuestionando el precepto de la modernización de tal institución, representado por el arquetipo de la familia nuclear. La concentración de primos, tíos, cuñados y otras categorías familiares de segundo orden es prodigiosa. Coche, casa, barbacoa y piscina son las cuatro caras del sueño del desarrollo granadino.
La ciudad es víctima de la expansión residencial hacia el exterior. Las calles decrecen como espacio público y son testigos del paso de los activos, los estudiantes, los turistas y los compradores hacia sus actividades diarias. En los barrios tradicionales, los mayores alivian su encierro domiciliario concurriendo en espacios en los que proliferan los intercambios convivenciales. Pero, las calles de Granada, testifican el éxodo a la periferia, haciendo de la movilidad la cuestión urbana fundamental. El entramado viario que conduce a las urbanizaciones, termina protagonizando la escasa energía pública ciudadana, en tanto que se modelan reservas para peatones de escaso uso, siempre ubicadas sobre grandes aparcamientos, expresando así el imaginario dominante de la privatización urbana y de la motorización sin trabas.
En los días grandes de fiesta, como la semana santa, Las Cruces de mayo, el Corpus o la procesión de la Virgen de las Angustias, una gran multitud abandona las urbanizaciones e invade las calles. También en Navidades y en alguna otra ocasión, pero la preponderancia comercial de este evento, determina su encauzamiento a las catedrales de la compra, estratégicamente situadas en la periferia, precisamente para asegurar la movilidad automovilística. Los días grandes representan el retorno al imaginario de la unidad del pasado, la recomposición del vínculo colectivo, la recreación de viejas tradiciones y la integración en una masa que trasciende las fragmentadas fronteras cotidianas determinadas por la modernización. Comparecen las familias extensas, los niños, los jóvenes, los mayores y los abuelos, todos salen de las cuarentenas de las urbanizaciones y se integran en el fluir del acontecimiento. Ellos son la gran marea granadina, la pleamar de los días grandes de la semana santa.
La marea se hace presente a media tarde mediante la llegada de los automóviles, percibidos como los símbolos incuestionables del progreso familiar. Encontrar un lugar seguro y adecuado, es el primer problema de los días grandes. Los mejores aparcamientos son ocupados por las primeras oleadas. Al caer la tarde, las oleadas sucesivas de rezagados se desplazan lentamente por las periferias a la búsqueda de una oportunidad. Una vez resuelto el aparcamiento, se emprende el camino hacia el centro histórico, en donde se escenifica la fiesta.
El acceso a los lugares privilegiados, en donde las hermandades ponen en escena sus mejores repertorios, acompañados por las bandas de música, constituye la competencia esencial. Para la gran mayoría, la presencia en los mejores momentos exige esfuerzo y competición intensa para encontrar el lugar adecuado. Así, cada cual se construye su propio itinerario en las largas horas de errancia por las calles. Algunos de los participantes disponen de información y ponen en acción estrategias para asegurar sus objetivos. Otros vagan en busca de una oportunidad. En las largas horas de trayectorias dispersas se reparan las fuerzas mediante descansos, que son aprovechados para ingerir comidas y bebidas tradicionales, que se venden en una red de puestos callejeros y bares.
La semana santa granadina es la recomposición de un fragmento del pasado en el presente. Entre las liturgias puestas en escena, me fascina el modo de hacerse presentes de las autoridades, tanto las cofrades, como civiles, militares y eclesiásticas, que se muestran mediante rituales propios de una sociedad agraria y estamental del pasado. Se puede contemplar un verdadero tratado sobre las castas, sus símbolos, sus rituales y sus intercambios.
Pero el espectáculo más sorprendente radica en la relación entre los capataces y los costaleros, que alcanza su momento álgido en las “levantás”. La relación de mando, los tonos en la comunicación, las palabras pronunciadas para motivarles, todo remite a un pasado lejano e insólito, pero que se encuentra presente en los guiones de la semana santa. La severa jerarquización es la clave. También en las bandas de música y las estéticas de los cofrades y las camareras. En estos momentos de emociones compartidas tiene lugar una fusión entre el pasado y el presente por la multiplicación de las cámaras de las televisiones locales, así como de los múltiples espectadores devenidos en productores de imágenes a partir de las prodigiosas prestaciones de sus móviles, que los convierten en artistas anónimos.
La masa de personas que se concentra es heterogénea. Una parte lo vive como un acontecimiento religioso, en otros casos predomina el espectáculo festivo o artístico, y un contingente importante lo vive como una experiencia turística en su eterno devenir en la acumulación de riqueza subjetiva. Esta es nada menos que un viaje a un fragmento revivido de la edad media. Las distintas significaciones se entremezclan y se fusionan haciendo compatibles las distintas sensibilidades presentes, que convergen en las movilidades de los gentíos congregados.
La semana santa granadina es una tradición originada en una situación anterior que se reedita en el presente. Se hace patente que los sentidos mediante los que se reconstituye no son inocentes sino interesados, para ser proyectados sobre la realidad actual. El refuerzo de la autoridad y legitimidad de las instituciones que lo protagonizan es evidente. Los rituales mediante los que estas comparecen son asombrosos. Pero, además, la tradición se recrea de modo compatible con los preceptos predominantes en el presente. Las autoridades traficantes de decimales hacen público los resultados en términos de camas ocupadas, gasto por viajero y día, comidas, bares, desplazamientos y compras. Así se absorbe la fiesta recuperándola para la cantinela del crecimiento.
Memoria, persistencia y cambio en los días grandes. Cuando el domingo la masa de participantes regrese a sus encierros urbanísticos, comparecen de nuevo las instituciones del gobierno de la opinión pública, que son distintas a las que resplandecen en esos días grandes de fiesta, en los que se produce una simbiosis entre pasado y presente. Ese es el verdadero misterio de esta fiesta. Después de los días de mareas vivas, cuando se retira la pleamar, se restituyen las instituciones denominadas como democráticas, pero cuyos guiones ocultos se encuentran en sus orígenes, que se expresan nítidamente en las pleamares de los días excepcionales. Así se reproduce la ficción del estado aconfesional y otras similares.
Exepcional, analisis de la sociologia de la vida cotidiana granadina. Un ejercicio muy recomendable
ResponderEliminarGenial Juan. Me encanta cuando hablas de Granada. Es curioso porque hace no muchos años, las procesiones de Semana Santa estuvieron en crisis. Recuerdo que incluso a mi me ofrecieron ser parte de uno de esos desfiles por falta de personal (a través de un conocido). Muchas veces me pregunto por qué ahora están tan de moda de nuevo pero no encuentro una respuesta clara. Puede que por el auge del turismo que las demanda, puede que por la necesidad de expresión grupal que escasea en otros muchos aspectos en esta sociedad cada vez más individualista... Interesante tema, en cualquier caso.
ResponderEliminarEnorme el análisis, especialmente la parte referida a la Semana Santa en concreto y a su puesta en escena.
ResponderEliminarMe recuerda a los interesantes artículos en la prensa española de la pre-Guerra Civil que hacía Manuel Chaves Nogales, si bien estos se ocupaban de cuestiones internas de las hermandades y cofradías, pero siempre de una forma ajena al fervor.
Parece mentira que se sigan manteniendo muchos símbolos, pero más increíble es como se perpetúan ciertas retóricas que además sólo están presentes en estos círculos.
Tenemos un estado aconfesional de 2ª o de 3ª.
Ya de paso te envío un saludo y un abrazo, profesor.
Gracias a todos por los comentarios. El fondo del problema de la permanencia de las liturgias estriba en que no entendemos bien lo que es la socialidad y sus manifestaciones. Creemos que la sociedad es el estado, la política y los procesos de distribución del poder. Esto no es lo fundamental sino los acontecimientos religiosos, futbolísticos, festivos y de otra naturaleza que expresan la vida en común. La compra masiva en el híper.....
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